Otro nuevo "trascuento". El flautista ya ha pasado por Hamelín y siguen con sus aventuras, pero esta vez en compañía
LOS NIÑOS PERDIDOS DE HAMELIN
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En Hamelín había tristeza y luto por la pérdida de los niños, pero en ningún momento se plantearon dar su brazo a torcer, abrir la bolsa y pagar al flautista lo pactado. No sólo el Alcalde se negó a pagar sino que, en una colecta entre todos los vecinos no llegaron a recaudar apenas unas veinte monedas.
Le culpaban de todo sin considerar su propia responsabilidad por su egoísmo y avaricia.
Hamelín no era muy grande y, afortunadamente para las autoridades, había pocos niños, tan solo seis; por lo que la pérdida de seis niños no la consideraron una gran desgracia si a cambio de ello mantenían intactas sus riquezas. Ya nacerían más.
Los niños nunca regresaron a aquel pueblo de gente oronda y satisfecha con sus riquezas y seguían alegres al flautista por colinas y veredas.
Ángelo, aquel joven alto y flaco, con una pluma en el sombrero y una flauta bajo el brazo, nunca hubiera hecho daño a los niños. Siempre había procurado ayudar a quien tuviera problemas, alegrar al triste y hacer bailar con su flauta al alegre.
Al llevarse a los niños de Hamelín, lo único que pretendía era darles una lección a sus ricos habitantes, lección de la que ellos no sacaron enseñanza alguna. Así que siguió con los niños por pueblos y villas al son de una alegre tonada en La Mayor y con lo que iba ganando con su flauta nunca les faltó qué comer, qué vestir ni qué calzar.
Llevaban muchos días de camino cuando divisaron a lo lejos unas altas, luminosas y extrañas torres que, al principio, les pareció pertenecían a un castillo fabuloso; sólo que al acercarse no se parecía a ninguno de los muchos castillos que Ángelo había visto en sus años de aventuras.
Llegando a las enormes puertas que se abrían ante ellos vieron un enorme rótulo que ponía:
“BIENVENIDO A FANTASÍA, DONDE TUS SUEÑOS
SE HARÁN REALIDAD”.
Ya dentro de aquella gran ciudad pudieron ver de cerca que, aquello que les habían parecido torreones y columnas; en realidad eran montañas rusas, norias y todo tipo de atracciones que los niños contemplaban boquiabiertos.
Por las calles desfilaban bufones, saltimbanquis, malabaristas, tragafuegos y una caterva de máscaras representando los personajes de los cuentos más conocidos: lobos feroces, enanos, ogros, dragones, duendes, trasgos y brujas, caperucitas, hadas, cerditos, soldaditos de plomo y príncipes… aquello era Jauja para los niños.
Ángelo temió en un primer momento que aquello fuera una encerrona, como la de Pinocho, al ver que todo era gratis y ya imaginaba a sus niños convertidos en asnos; pero todas las atracciones eran de lo más inocente y no incitaban a vicios ni a malos hábitos, así que les dejó subir a las atracciones y jugar a todos los juegos hasta cansarse.
Mientras ellos se divertían de lo lindo; él, para no aburrirse, se dedicó a animar el ambiente interpretando en su flauta alegres y sencillas melodías en Do Mayor.
Así pasaron muchos e intensos días y, como suele suceder con todo, los niños acabaron cansándose de la diversión y aburriéndose con los juegos. Cuando ya pasaban más horas sentados en corro en torno a Ángelo y escuchando su música que subidos a las atracciones o en los juegos, éste creyó llegada la hora de partir y, desgranando una tonada en Sol Mayor, se puso en camino seguido por los niños, que no vacilaron en dejar atrás aquel paraíso de diversiones.
Fantasía quedó lejos y a buen seguro, que de haberlo intentado, no hubieran sido capaces de reencontrar el camino que allí llevaba.
Anda que te andarás y toca que tocarás recorrieron sendas, bosques y valles hasta que un día llegaron a una ciudad gris y semiderruída que les recibió gélidamente. Al pasar por sus puertas todos notaron como un escalofrío y una sensación opresiva.
Ángelo tomó su flauta y comenzó a tocar un tema muy alegre en Si bemol Mayor esperando animar a la gente como solía suceder por donde iba, pero lo único que consiguió es que los pocos que pasaban por allí huyeran y se cerraran a cal y canto. Todos los que vieron pasar iban mal vestidos, sucios o harapientos; solamente uno de ellos reaccionó positivamente, esbozó una gran sonrisa y al poco regresó con una mesita, montó un tenderete y comenzó a vender tapones para los oídos.
El negocio iba viento en popa, no había vendido ni una docena de tapones cuando ya había traspasado el negocio a otro, y éste a otro, y éste a otro y otro más.
Cuando Ángelo dejó de tocar, el último comprador le suplicó.
- Siga tocando, por favor, si cesa la música antes de que pueda deshacerme del negocio será mi ruina.
- Oiga ¿qué país es éste? –preguntó Ángelo.
- Estáis en el País de Más y Más, el país más rico de todos los contornos. y esta es la capital: Fraudatia.
- Pues nadie lo diría a la vista de la ciudad y los edificios; no veo ninguna gran mansión ni ningún palacio y todo parece en ruinas, además la gente no es que vista muy elegantemente.
- Pues mire; esta casa de aquí, esa del tejado hundido, no puede usted imaginarse en cuánto la colocó el último propietario, no hay cifras lo bastante grandes para describirlo. Y la ropa que llevo – dijo señalándose el traje sucio y de tres tallas mayor que él – es de última moda, por algo me ha costado tan caro, aunque ahora seguro que podría venderlo por el doble de lo que me costó.
- ¿A qué se dedican?
- A la EDA, es decir Economía Dinámica Especulativa.
- ¿Y eso qué es?
- Aquí cualquier cosa es susceptible de negocio; hay que comprar lo que sea y venderlo con el máximo beneficio posible en el menor tiempo, así se va añadiendo dinamismo y valor a la riqueza del país
- ¿Y cuál es esa riqueza del país?, ¿la agricultura, la ganadería, la minería, la industria, la pesca,…?
- Nada de eso, aquí todo tiene un alto precio; desde una piedra (si se sabe vender bien), hasta un título de propiedad falso (si cuela, aunque siempre suele colar), y cuantas más transacciones hay, más se revaloriza todo, hay mayores beneficios, y el país crece constantemente sin que nadie tenga que esforzarse en aportar valor a lo que vende. Lo verdaderamente importante no es el valor de las cosas sino su precio, y aquí hemos conseguido las más altas cotas de riqueza.
- Pues la música, la alegría, la felicidad, el optimismo, la solidaridad y muchas otras cosas así no deben ser aquí un buen negocio, porque veo que no andáis sobrados de todo eso.
- La música no, pero si me vendiera la flauta…
- ¿Para qué?; además de no estar en venta, aquí dudo que alguien sepa tocarla.
- Eso no importa, nadie lo va a preguntar, pero la puedo vender muy bien conjuntamente con el negocio de tapones para los oídos, ya que con una sinergia así se convierte en una industria autosuficiente que se retroalimenta.
- Pues me parece que ni mi flauta ni mi música está en venta y menos para quien no la sabe apreciar. ¡Vámonos de aquí!, este país hace honor al nombre de su capital porque es un puro fraude, se parece algo a Hamelín vuestro pueblo y no es país para niños.
Ninguno de ellos estaba por ser rico, y menos con aquella clase de riqueza tan peregrina, así que partieron, poniendo tierra por medio y dejando atrás aquella negrura y aquella sensación opresiva.
Vagando a la ventura durante días y días llegaron a un camino que se internaba en un espeso bosque. Ángelo no dudó mucho y se aventuró en la espesura seguido por los niños. La variedad de la flora y la frescura de la sombra invitaban a seguir adentrándose en la maleza sin darse cuenta de que el sendero se iba esfumando y pronto cualquier rastro de él fue imperceptible. Estaban en medio de un espeso bosque, sin ningún sendero y sin idea de hacia donde seguir, estaban perdidos.
Llevaban horas caminando sin rumbo y cansados, así que se sentaron a reposar en el pasto, a la sombra de los altos pinos.
Antes de reanudar su camino al azar, Ángelo comenzó a tocar, esperando que la música le inspirara para encontrar la salida. Tocaba un tema melancólico en Si menor que reflejaba su estado de ánimo cuando, atraídos por la melodía, comenzaron a aparecer toda clase de bestezuelas del bosque y se quedaban inmóviles escuchando. Tan pronto dejó de tocar, todos los animalillos desaparecieron del mismo modo que habían aparecido.
A lo lejos, plantado inmóvil entre los pinos, vieron a un bello ciervo de alta cuerna e imponente aspecto que les miraba fijamente; se acercaron a él y éste retrocedió unos pasos entre la espesura, volviéndose a parar para mirarlos fijamente. Cada vez que se aproximaban volvía a proceder del mismo modo, como si quisiera que le siguieran, y eso es lo que hicieron durante dos largas horas, al cabo de las que desembocaron en un amplio claro y el ciervo desapareció definitivamente.
Se encontraban en un amplio valle tapizado de verde pasto y salpicado de margaritas y manzanilla silvestres, al fondo una estrecha playa de fina arena delimitaba una pequeña cala rematada por un saliente rocoso, como un puerto, en la parte más cercana a ellos.
Los niños, que en su vida habían visto el mar, se entusiasmaron a la vista de la playa, corrieron hacia el agua y chapotearon alegremente.
- El problema – pensó Ángelo en voz alta – es que no contamos con agua ni con provisiones, así que tendremos que seguir la línea de la costa hasta encontrar alguna población, en caso contrario acabaríamos desfalleciendo de hambre y de sed.
Tan pronto los niños se cansaron de zambullirse y chapotear en el agua, los agrupó y se encaminaron al otro extremo de la cala, buscando la manera de llegar a algún lugar habitado.
Al pie de las primeras rocas que cerraban la playa descubrieron un riachuelo que, procedente del bosque, desembocaba perezosamente en el mar. Bebieron hasta saciarse y se tendieron en el pasto a descansar aquella noche. Entonces es cuando lo vieron allá en lo alto, refulgiendo a las últimas luces del ocaso. Era un grupo de casitas que flotaban al nivel de las más altas ramas y, revoloteando entre ellas, diminutas figuras aladas vestidas con ropajes multicolores iban y venían de un lugar para otro.
Aquello era extraordinario y maravilloso, y se quedaron extasiados con la mirada perdida en lo alto durante mucho rato.
Una de aquellas figuras volanderas descendía hacia ellos y acabó flotando a poca distancia de sus cabezas; curiosamente no la veían de mayor tamaño que cuando estaba en lo más alto, conservaba la apariencia visual a cualquier distancia. Hizo un gesto con la mano y los arbustos más próximos se cubrieron de bayas a las que los niños se lanzaron hambrientos. Mientras tanto Ángelo, que se había quedado mirándola, vio como ascendía hacia las casitas sin que por un momento variara de tamaño; después se acercó a los matorrales y comió con apetito. Aquellas bayas le sabían igual que su plato favorito, aquel guiso de trigo que le hacía su madre y que llevaba tantos años sin probar.
Los niños se hartaron de comer y aún sobraron bayas, y todos comentaban que les sabían a cada cual igual que su comida favorita.
Esa noche durmieron profundamente sobre el fresco pasto y a la mañana siguiente los niños volvieron a sus juegos y chapoteos en la playa mientras que Ángelo se distraía con su flauta, sin darse cuenta de que las casitas habían descendido casi hasta su altura y las hadas, ¿Qué otra cosa podrían ser?, escuchaban su música embelesadas.
Tanto las casitas como ellas, tampoco habían variado de tamaño pese a estar mucho más cerca
Así pasaron los días entre juegos y comiendo de aquellas bayas tan ricas. El hada menuda que cada día hacía fructificar los arbustos, siempre tintineaba cuando se acercaba agitando sus tenues alitas y todos los niños comenzaron a llamarla Campanilla. También descubrieron que las bayas podían tener el sabor que cada cual imaginara; a chocolate, a helado de vainilla, a jamón,….
Una mañana, al despertar, vieron anclado en aquel puerto natural que había en el otro extremo de la cala un velero que se balanceaba majestuosamente con el vaivén de las olas.
Ángelo pensó que ya era tiempo de partir y así se lo dijo a los niños, que estuvieron conformes. Se acercaron al bajel para ver si querían llevarles, pero en ese momento no había nadie allí.
Esperaron en las rocas sin perder de vista el barco. Al cabo de unas horas vieron llegar a la tripulación; por lo visto venían de enterrar algo, puesto que llevaban picos y palas, pero a Ángelo le pareció que mejor sería no meterse en lo que no le importaba. Se acercó al que parecía capitanearlos y le dijo:
- Mi nombre es Ángelo y nos hemos perdido, ¿es usted el capitán del barco?
- Si, soy el comandante y me llamo Garfield Hook, ¿Qué quiere?
- Pues quisiera que nos admitieran como pasajeros y nos llevaran a algún puerto.
- Si, pero tendrán que pagarse el pasaje.
Ángelo, que había juntado un capitalito en sus actuaciones por los pueblos, sacó una bolsa y se la entregó al comandante, que miró el contenido, contó las monedas, mordió alguna para comprobar su autenticidad y se dio por satisfecho.
- Mañana con la marea levaremos anclas, así que si quieren pueden dormir a bordo esta noche.
Ángelo, que desconfiaba algo del comandante y del aspecto de la tripulación, le respondió
- No es preciso, tenemos cosas que hacer antes de partir y al punto del alba estaremos aquí.
Y marcharon al otro extremo de la cala donde, bajo las casitas de las hadas, habían acampado durante tantos días.
Para agradecerles las provisiones de bayas y como despedida les interpretó un melancólico tema en Si menor, con todo el sentimiento de pérdida y separación, hicieron su última y deliciosa cena en los arbustos y se echaron a dormir.
Bien temprano se pusieron en marcha hacia el barco; esta vez si que sentían pena por abandonar aquel rincón de las hadas y eso que su relación con ellas había sido prácticamente nula, pero les empujaba el ansia de seguir con nuevas aventuras.
Subieron a la nao cuando ya comenzaban a levar el ancla y a izar velas, poco a poco fueron saliendo de la cala, la suave brisa matinal les empujaba mar adentro y todos ellos se quedaron mirando con tristeza hacia los altos pinos entre cuyas ramas se ocultaban las casitas flotantes.
Cuando ya enfilaban hacia alta mar y abandonaban el refugio de la cala, vieron aproximarse a Campanilla que, como siempre, mantenía su tamaño pese a irse acercando, por eso la tripulación que estaba ocupada en las maniobras no advirtió su llegada.
Todos pensaron que se acercaba para despedirse o que se había encariñado con los niños y no quería dejarles partir, pero quedaron asombrados cuando la vieron elevarse sobre el palo mayor y comenzó a dejar caer sobre la nave como una nevada de refulgentes copos.
La nave se elevaba sobre la espuma y ascendiendo hacia las nubes en pos de Campanilla, voló rauda hacia un lejano horizonte.
Los marineros vieron aterrados como, allá abajo, dejaban atrás mares y tierras y como aquel enloquecido vuelo les llevaba hacia algún lugar ignoto.
Nunca se supo el tiempo que duró la travesía, para unos fue interminable y para otros sólo duró un instante, pero finalmente la nave se posó en un mar desconocido junto a una costa extraña.
Ángelo, previa entrega de otra bolsa de monedas, consiguió una lancha y con los niños remaron hacia tierra firme.
Campanilla había desaparecido y se encontraban perdidos, sin agua ni comida, así que se alejaron de la costa en busca de algún lugar en donde hallar algo que comer y beber. ¡Y vaya si lo encontraron!
Se dieron de manos a boca con un poblado indio donde fueron capturados y atados a los postes de tormento sin darles tiempo a explicaciones.
Toda la tribu estaba reunida en torno a la hoguera cuando se acercó el Gran Jefe y dijo a los cautivos:
- Au, cara pálida ¿Qué hacer en nuestro territorio?
- No sabemos en donde estamos – respondió Ángelo – estamos perdidos y buscábamos comida y agua.
- Vosotros, perdidos, estar en territorio de mi tribu en el País de Nunca Jamás y no convencerme tus palabras de lengua partida, pero nunca podrán decir que nosotros ser salvajes, los niños perdidos podrán marchar donde querer pero hombre perdido ser sometido a tormento
Y acto seguido ordenó soltar a los niños, pero éstos no abandonaron a su suerte a Ángelo y se quedaron junto a él protegiéndolo. El mayor de ellos se encaró con el Gran Jefe y le dijo:
- Jefe, nosotros no vamos a dejar a nuestro amigo y si quiere quedarse más tranquilo, permítale que se explique; pero él como mejor lo hace es con su flauta, suéltele las manos y permítale que se defienda.
- Au, soltar las manos pero no los pies y atar por la cintura al poste.
Una vez liberado de sus ataduras tomó su flauta y comenzó a tocar una danza alegre y amistosa en La Mayor y al poco rato toda la tribu, incluido el Jefe, estaba bailando y riendo en torno a la hoguera.
El Jefe ordenó que lo soltaran, le impuso un penacho de plumas y luego fumaron todos la pipa de la paz. A los Niños Perdidos les hizo toser pero también dieron una calada en prueba de amistad.
Luego fueron obsequiados con un gran banquete a base de asado de bisonte, acompañado con un rico guiso de maíz y calabaza.
Aquella noche durmieron calentitos junto al rescoldo de la hoguera y a la mañana les dijo el Gran Jefe:
- Au, Niños Perdidos y Hombre Perdido, ahora ser amigos. En segunda luna volver a fumar calumet y ahora vosotros buscar donde ir. Donde el sol sale haber buenos terrenos de caza con agua, árboles y cuevas. Esos terrenos no ser de tribu ni de nadie y poder vivir bien los perdidos.
Le dieron las gracias y se pusieron en marcha hacia levante. Ciertamente el lugar que les había indicado el Gran Jefe era perfecto; tenía un manantial, árboles en abundancia y un escarpado rocoso con algunas cuevas que les sirvieron de refugio los primeros días hasta que lograron construir unas cabañas de ramas con techos de palma.
La comida no faltaba porque, de momento, los arbustos de la zona y algunos frutales estaban en plena producción, pero echaron de menos los sabores de aquellas bayas tan ricas de que les proveía Campanilla.
Y Campanilla, ¿qué había sido de ella? Desde el apresurado viaje aéreo no la habían vuelto a ver y pensaron que debían resignarse a vivir allí para siempre.
Los días pasaron, los niños se adaptaron muy bien a aquella nueva vida y se volvieron autosuficientes.
Aparte de una visita que hicieron a la tribu india en la segunda luna, en la que volvieron a fumar el calumet, Ángelo estaba aburrido, se veía aislado en aquel país, sin otra expectativa que vegetar. Lo único que le quedaba por hacer era tumbarse bajo un árbol y tocar su flauta, pero no le salían más que tristes y depresivas melodías en tonalidades menores y eso, en lugar de darle ánimos, le hacía hundirse en un pozo sin fondo de desesperanza.
Cuando más hundido estaba acabó apareciendo a lo lejos Campanilla y, acercándose a él, comprendió lo que le pasaba; porque las hadas adivinan más de lo que creemos sobre los sentimientos humanos.
Se puso a revolotear sobre su cabeza y le espolvoreó con aquella nevada luminosa con la que hizo volar el barco.
Los Niños Perdidos se quedaron mirando y comprendieron lo que pasaba, porque los niños entienden más de lo que creemos sobre los sentimientos humanos.
Ángelo comenzó a elevarse, los niños le dijeron adiós con la mano y se quedaron allí plantados viendo como se perdía en la distancia, tanto que él y Campanilla llegaron a verse del mismo tamaño mientras se alejaban hacia un destino desconocido.
No sabemos a donde pudo llegar Ángelo ni lo que hizo, aunque quizá algún día nos enteraremos. De lo que si sabemos es de las aventuras de los Niños Perdidos en aquel País de Nunca Jamás, pero eso ya es otro cuento.
Este trascuento, que es continuación de:
explica lo que pasó a los niños
que marcharon tras el flautista, en
También explica cómo llegaron Los Niños Perdidos al País de Nunca Jamás
que se relatan en las aventuras de PETER PAN
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