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miércoles, 28 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 16 (De nuevo en Hénder)

Y les vemos camino de Hénder, un baño, 
una pesca y un encuentro imprevisto 
en la noche y otro inesperado
en la Ciudad



DE NUEVO EN HÉNDER



La mañana de la partida se durmieron. Allí no había gallos ni ruidosas carretas. En aquel bario los cientos de comercios abrían a media mañana y la actividad a aquella temprana hora era nula; de modo que nada les despertó hasta que el sol, que penetraba inmisericorde por la ventana les dio en la cara. Fue Fan el que se incorporó primero y, al darse cuenta de la hora que era, sacudió a Merto, que dormía a pierna suelta.
Cuando acabaron saliendo de la posada, camino hacia el centro, los comercios iban abriendo sus puertas y comenzaba a notarse una tímida actividad por las calles con gentes que deambulaban,  presurosas o pausadas, sin que ellos pudieran adivinar qué rumbo llevaban ni qué objetivo tenían en mente.
Pararon un momento a fin de comprar algunos comestibles para el camino y siguieron su marcha hacia el sureste, adentrándose en tierras de cultivo y granjas.
Pero no pudieron caminar mucho tiempo en aquella dirección, porque aquel río que cruzaron a la ida, el Río Claro, les cerraba el paso e iba mucho más crecido que cuando lo vadearon. Ahora era imposible hacerlo sin correr el riesgo de ser arrastrados por la corriente. Eso les desviaba la ruta y allí no había barcas como en el Gran Lago.
Tenían dos opciones: Cruzarlo volando o esperar a hallar un vado o un lugar apropiado para hacerlo sin peligro.
Fan prefería hacer aquel viaje a pie y evitar los vuelos, ya habían hecho muchos en los últimos tiempos y le apetecía hacerlo con calma y disfrutando del camino.
Merto tampoco puso pegas, las habría puesto si le hubiera dicho de ponerse el arnés y someterse a la tortura del vértigo. Tampoco le hubiera puesto pegas a ir en la mochila, pero prefería hacerle compañía a su amigo y poder comentar los últimos acontecimientos al paso que caminaban.
El día era agradable y daba gusto avanzar a la sombra de los árboles que bordeaban el río. Pero acabó llegando la hora de hacer una pausa para comer y se acercaron más a la orilla del agua. Hallaron un remanso amplio de aguas quietas y claras que invitaban al baño. Algunos insectos volaban sobre las tranquilas aguas y acababan siendo presa de los peces que saltaban chapoteando y rompiendo el espejo de aquellas agua cristalinas.
- Aquí tenemos pesca – dijo Merto - ¿qué te parece si atrapamos algo para comer?
- Dudo que la red nos sirva para algo. Pero de lo que me están entrando ganas es de darme un buen chapuzón.
- Debe estar muy fría.
- No creo. Viene de las montañas, muy al norte, el día es caluroso y debe estar a punto para un baño. Pruébalo.

Merto se acercó a la orilla, metió la mano y dijo:
- Tienes razón. Está perfecta. Yo también me voy a bañar.
De modo que se metieron en el agua y dieron unas brazadas. Fan acabó buscando entre unas rocas y consiguió atrapar un pez de buen tamaño, que asaron y dieron buena cuenta de él.
- Sólo tenemos dos modos de cruzar: hacerlo volando o buscar un vado más abajo, pero he visto que aquí se hace pie y que apenas hay corriente. Se podría llegar a la otra orilla fácilmente – dijo Merto.
- Pues luego lo intentamos, pero una buena siesta ahora que hemos comido bien no la perdono. Además aquí se está perfectamente.
- Pero no hagamos la siesta del rey Bluerico

Ambos rieron y se tendieron en la hierba fresca. Durmieron un buen rato y luego cruzaron a pie. Merto llevaba en alto la mochila en la que habían guardado las ropas y demás. Llegaron hasta la otra orilla más fácilmente de lo que habían pensado porque el nivel del remanso había descendido bruscamente y el agua les llegaba sólo por las rodillas.
Una vez fuera comprobaron que el nivel del agua volvía a subir. ¿Qué raro fenómeno había sucedido?.
Fan buscó en la mochila y un enorme caudal de agua brotó por la boca. Sacó la mano asustado viendo un torrente correr presuroso a sumarse con las aguas del río.
- ¿Estás seguro de que no has bajado los brazos?
- Ha sido un momento, no creí que pasara nada ni que se mojara nada. He resbalado en el fondo y al manotear para recuperar el equilibrio debo haber sumergido la mochila.
- Pues se ha bebido medio río. Ahora llevamos un lago en ese espacio infinito. Pero voy a comprobar si las cosas están bien. A ver la ropa, porque no vamos a ir así.

Introdujo la mano y sacó las ropas secas, tal como las habían guardado. Se vistieron y Fan comprobó que las Joyas y las provisiones se encontraban bien y en seco. Reanudaron el camino hacia el sur. Ahora sabía que la mochila podía beberse un río y hasta es posible que un lago o un mar. Había que tener cuidado con ella y no correr riesgos. Claro que también podría servir para transportar agua abundante a tierras áridas.
Atrás dejaron el Río Claro que se desviaba ligeramente. El terreno allí ya no era lo mismo que cuando entraron en los dominios de Dwonder. Conforme avanzaban se iba volviendo más seco, aunque al otro lado del río y desde la salida de la Capital continuaba siendo un buen terreno de pastos, pero ellos ya caminaban hacia los límites con Hénder sobre un terreno pedregoso y seco, que cada vez resultaba más accidentado. Hubo un momento en que Fan pensó en dar suelta a toda el agua del río que quedaba en aquel espacio interminable de la mochila y regar aquel erial, pero desistió de ello. Algún momento más oportuno se presentaría más adelante.
Acabaron dando con una ruta de carretas que unía posiblemente Hénder con Dwonder pero no se veía transitada ni se imaginaban en qué punto atravesaba el Río Claro. Ni siquiera se les había ocurrido preguntar por dónde se iba a Hénder, porque se habrían ahorrado un gran rodeo de haber sabido que había un puente, pero también se habrían perdido el baño, la pesca y el descubrimiento de lo que la mochila podía hacer con un río. Hasta en los caminos difíciles se puede hallar algo positivo.
La ruta permanecía solitaria. Era evidente que no había mucha relación entre ambos reinos. Ya Halmir les había comentado que sus carretas, por su estratégica situación, tenían que hacer de intermediarios entre los reinos. Transportaban, además de los frutos de las palmas, mercancías diversas entre unos y otros, salvo las relaciones entre Trifer y Quater, que eran colindantes y con un tráfico entre ellos fluido y directo. Pero también eran colindantes otros reinos y, sin embargo, no se intercambiaban mercancías directamente. Tal era el caso de Hénder y Quater, por dificultades de acceso, debido a la distancia y las montañas que les separaban en su frontera sur. Pero lo que era incomprensible era la ausencia de comercio fluido entre Dwonder y sus reinos vecinos, posiblemente por el estilo individualista de sus gentes y la ausencia de voluntarios dispuestos a transportar y comerciar con sus productos. Por todo aquello, la ruta por la que avanzaban hacia la frontera estaba desierta.
Los carreteros de Hénder y de Trifer hacía tiempo que habían dejado de ir a Dwonder porque no tenían a nadie que recibiera sus mercancías y tampoco podían perder un tiempo precioso visitando todos y cada uno de los comercios individuales.
A Fan le preocupaba la falta de un lugar adecuado para pasar la noche: no se veía posada, granja, bosque, cueva,.. ni nada que les sirviera de refugio, de modo que se detuvieron junto a unas rocas y se dispusieron a cenar y a dormir.
Acurrucados al pie de una alta roca, como aquella que marcaba el camino hacia la Cabaña del Mago, lograron dormir, aunque no por mucho tiempo. Merto no acababa de lograr un sueño profundo, estaba inquieto, se desveló al poco y, sacudiendo a su compañero, consiguió despertarlo.
- Fan, Fan: No estoy tranquilo. No puedo dormir pensando que estamos aquí, en un camino, expuestos a cualquier cosa. ¡Quién sabe lo que puede andar por aquí! Y lo que nos puede sorprender dormidos.
- Como si esta fuera la primera vez que tenemos un refugio tan precario. No sé por qué te preocupas, anda, déjame dormir. ¿No ves en lo alto de la piedra a Zafiro y Zaf? Ellas ya nos avisarían si sucediera algo.
- Aún así. ¿Y si sacamos a Rubí?
- No creo que sea necesario, pero si te vas a quedar más tranquilo y vas a dejar de incordiarme, hazlo.

Así que Merto hizo salir a Rubí y, tras decirle que estuviera vigilante, se acabó durmiendo más tranquilo, aunque no por mucho tiempo.
Un largo aullido les despertó y les puso alerta. Recordaron aquel encuentro nocturno en las ruinas de Quater, pero esta vez no se trataba de un niño desharrapado tropezando con ellos; sino Rubí, plantado en medio del camino, y aullando a un bulto oscuro parado unos largos más allá.
Fan y Merto, acompañados por un Rubí con la cola enhiesta y el pelo erizado, se acercaron a aquella cosa que se recortaba en el camino a la luz de Flamia creciente.
Una carreta, tirada por dos alzemús, se encontraba frente a ellos. Los pobres animales estaban muy asustados y podían salir corriendo en alocada estampida, pero Fan contuvo a Rubí y Merto se acercó a ver qué era aquello.
Parecía que nadie conducía aquella carreta, todo estaba negro, hasta que pudo distinguir dos puntos brillantes en el pescante. Se trataba de un habitante de Hénder, invisible en medio de la oscuridad y sólo vagamente perceptible a la luz de la única luna presente.
- ¡Hola! ¿Quién eres? - dijo Merto con voz que intentó ser tranquilizadora para aquella persona, pero también para él mismo.
- No me hagan nada. Sólo soy un carretero buscando dónde parar a dormir, pero no llevo nada de valor, sólo hierros.
Fan envió a Rubí hacia la roca y se acercó.
- No debes temer nada, pero nos has despertado y no has alarmado. Vamos, sigue tu camino o párate a dormir aquí, porque no vas a encontrar nada más adelante que te vaya a servir.
- Pues si les he alarmado, no vean lo que he sentido yo con ese sonido tan horrible. Aún no soy capaz de moverme y creo que me tendré que cambiar de ropa interior. Pero… ustedes parecen Hurim y no veo qué pueden hacer por este camino, aunque ese animal que les acompaña….

 - Bien – dijo Fan – no te vamos a engañar. Nadie, ningún hurim viaja acompañado por un lobo. Somos esos que sospechas pero vamos de incógnito hacia Hénder.
- Pues bien poco incógnito vais a tener si seguís acompañados por este extraño animal. Y sí, necesitaba dormir y lo estaba haciendo en el pescante mientras mis alzemús seguían el camino. Pero… ¡menudo susto nos ha dado ese animal con su grito!
- Tranquilízate. No te va a hacer nada. Ven con nosotros hasta esas rocas en las que intentábamos dormir hasta tu llegada. Y no sé si has cenado algo. Nosotros ya lo hemos hecho.
-No he cenado aún, llevo algo de comida de Hénder, pero espero comprar comestibles en Dwonder y venderlos luego bien, lo mismo que la carga que llevo allí.

 - Pero ¿Has estado antes en Dwonder? - dijo Merto.
- No. No he estado nunca. Los que antes han intentado comerciar con ellos me han dicho que si estaba loco, pero creo que hay que intentarlo y no depender de los hurim como intermediarios únicos.
- Pues lo tienes complicado. Ya te veo puerta por puerta intentando vender, intercambiar o comprar. Pero ya lo verás por ti mismo.

En esto ya habían llegado a las rocas. Soltó los alzemús y se pusieron a pastar la escasa hierba que por allí había. Los alzemús son una especie muy dura que asimila todo lo que se parezca a algo vegetal por muy seco que esté.
- ¿Conoces los productos de Dwonder? - dijo Fan mientras sacaba de la mochila algo de fiambres.
- Aparte de cordero y quesos que nos vienen a través de Serah, no conocemos nada más.
- Pues prueba ésto. A ver qué te parece.
- Hmmm. Está muy bueno. Nunca había probado nada igual. Ésto sí que lo vendería muy bien en Hénder.
- Pues te aconsejo una tienda en el centro. Tiene ventanas redondas y es de color verde, no hay otra igual. Pero lo que te va a costar más es hallar alguien que te compre lo que llevas, aunque con paciencia y pateando la ciudad puede que encuentres alguien que se dedique a la construcción o la decoración. Bueno. Ya es tarde. Cena y durmamos lo que podamos.

Tras cenar se acercó a la carreta, sacó una manta, se envolvió en ella y se echó a dormir. Ellos regresaron a su manta, se taparon con la capa y todos durmieron sin más interrupciones bajo la atenta vigilancia de Rubí.
Bien de mañana desayunaron los tres y Fan le dijo:
- Te deseo mucha suerte en tu intento. Aquella gente es muy peculiar, pero puedes acabar haciendo negocio si no te desanimas. Sólo te voy a pedir una cosa.
- ¿Y qué es?
- Que cuando regreses a Hénder no digas a nadie que nos ha visto. No queremos llamar la atención.
- Así lo haré. Os estoy muy agradecido por vuestros consejos.
 
- De todos modos si, cuando llegues, ya nos han descubierto o nos hemos dado a conocer, nos gustaría volver a verte y que nos cuentes cómo te ha  ido en Dwonder – dijo Merto.
- Contad con ello.
Volvió a uncir al yugo a los dos alzemús y se puso en camino. Ellos también lo hicieron, aunque en dirección contraria, acompañados por Rubí al que no habían “liberado” en el espacio infinito de la mochila.
A buen paso les faltaría una jornada para llegar a la Capital de Hénder; y no aminoraron el paso, salvo a la hora de comer. Se detuvieron en una cabaña rústica que podía pertenecer a algún cazador, aunque se notaba abandonada hacía tiempo. Comieron, no se detuvieron mucho y continuaron la marcha.
Comenzaba ya a caer el sol cuando, rendidos y acalorados, avistaron las torres del castillo de Hénder. Recluyeron a Rubí en la mochila, comprobaron que las mariposas seguían sus pasos, allá en lo alto y continuaron su marcha por aquel camino que ya comenzaba a ser más frecuentado.
Los eriales dieron paso, poco a poco, a tierras de cultivo y granjas, como ya habían visto en los otros reinos. Aquello parecía una constante, y era natural. De algo tenían que alimentarse en la ciudad y, por ello, todas estaban rodeadas de huertas y granjas que proveían de los comestibles básicos.
Fan había tenido la precaución de pintarse ambos las caras y manos de negro. No era normal que, por allí, por el camino de Dwonder, pudieran llegar los hurim, y ellos pretendían pasar desapercibidos.
Cuando ya se vieron en los arrabales, se quitaron la pintura sin ser vistos. Ya dentro de la ciudad no era extraño ver hurim ni de otros colores. Últimamente las visitas de los hurim eran muy frecuentes, no sólo por los frutos, sino por los productos de los otros reinos. Se alojaban en las posadas y deambulaban por las calles para intercambiar, comprar o vender mercancías.
Acabaron siendo los comerciantes más habituales de la Tetrápolis. Por eso ellos pasaron desapercibidos, como cualquier hurim, mientras atravesaban las calles y buscaban una posada en la que alojarse, cenar y reposar de aquella jornada.
No podían ir a una posada en donde les reconocieran, pero no había ninguna en donde pudieran reconocerles fácilmente puesto que, las veces que habían estado allí, se habían alojado en palacio.
De todos modos eligieron una posada pequeña en un barrio periférico, cerca de la ruta hacia Serah y en la que debían alojarse a menudo los hurim, aunque también corrían el riesgo de tropezarse con alguno de ellos y ser descubiertos. Pero, en aquel momento, no parecía que hubiera alguno por allí y tendrían cuidado para evitar algún encuentro inoportuno.
Consiguieron habitación, un baño en los servicios colectivos, se cambiaron de ropa, reposaron un rato y cenaron. La cocina de Hénder ya la conocían, predominaban los vegetales aunque se añadían algunos productos de otros reinos. No era comparable a la cocina de Palacio que era la que ellos conocían bien, pero no eran muy exigentes y no le hicieron ascos a la ensalada ni al guiso de legumbres con algo de cordero de Dwonder. Tampoco tenían patatas allí y Fan lamentó no haber pensado en ello y haber reservado algunas, porque aquel guiso habría mejorado mucho.
Fue al día siguiente cuando, deambulando tranquilamente por las calles próximas al castillo del rey Melanio, tuvieron un encuentro imprevisto. Iban paseando, confiando en su anonimato, cuando se toparon de manos a boca con un personaje, encorvado y encapuchado, que les cortó el paso. Intentaron esquivarlo pero, si ellos se movían a la izquierda, él también, y si a la derecha, él también,… hasta que se quitó la capucha y le reconocieron.
- ¡No es posible! - dijo Fan
- Todo es posible – dijo Góntar.
- ¡Pero si venimos de incógnito! - replicó Merto
- Pero no contabais con que soy un mago.
 - Pues ya nos has fastidiado el plan. Nosotros no queríamos ser reconocidos y pasar los días en Palacio sometidos a protocolos y agasajos – dijo Fan.
- Pues no debéis temer que yo os descubra, pero me gustaría estar con vosotros y saber de vuestras aventuras. No quiero interferir en vuestros planes que, aunque soy mago, no sé cuales son.
 - Nosotros también deseamos tu compañía, pero no en Palacio. Y nuestros planes eran conocer el Hénder de verdad. ¿Quieres creer que conocemos más las capitales de los otros reinos y Serah que esta ciudad? Siempre recluidos en Palacio las veces que hemos estado aquí – dijo Fan.
- Tienes razón y te lo admito. No voy a interferir en vuestros planes, pero… ¿Cómo podemos departir y convivir? 
- Siempre que no sea en Palacio, donde tú digas – respondió Merto por los dos.
– Pues bien. Os voy a hacer de guía para que conozcáis esta ciudad tan bien como decís conocer las otras tres, pero os aconsejaría mudaros a mi cabaña; porque sí, aparte de mis aposentos como consejero en Palacio, tengo una cabaña en donde me siento libre cada vez que puedo eludir mis responsabilidades. Y no temáis. No es como aquella cabaña de allá abajo ni tiene hechizo alguno, de modo que vuestras Joyas pueden sentirse libres y sin peligro. ¿Vendréis?.
 - De mil amores. Y si quieres ahora mismo – dijo Fan.
Y así abandonaron su habitación en la posada y siguieron a Góntar hasta una casita con jardín en las afueras. En unas afueras tan discretas como pudiera desear un mago y tanto como pudieran desear Fan Y Merto. Hicieron salir a las Joyas de la mochila ante la vista de Góntar, que no se extrañó. Lo que sí le extrañó fue ver dos mariposas, en lugar de una, descender sobre un umbro que presidía el jardín. Fan le tuvo que explicar lo que había pasado.
- De modo que la magia puede transmitirse en los genes – dijo pensativo – jamás lo habría pensado.
Aquel día comieron allí. Fan sacó de la mochila varios productos de los otros reinos y de Alandia. Frutas en almíbar y mermeladas que sabía le gustaban a Góntar, pero se reservó fiambres de Dwonder para experimentar cuando llegaran a Aste.
El día transcurrió con el inicio del relato de sus aventuras desde que partieron por última vez, aquella vez en que se habían escabullido de la despedida del rey. Muy pronto se les echó la noche encima y, tras cenar, Góntar les acomodó en una de las habitaciones libres. En el jardín se hallaban en sus glorias: Diamante, Esmeralda y las dos mariposas. Rubí reposaba enroscado en un rincón oscuro tras una abundante cena que le sirvió Merto con productos de la mochila.
Pasaron unos días en la cabaña de Góntar, aunque no era tanto cabaña como casa. Pasaban las mejores horas del día recorriendo la ciudad y todos los lugares de interés y luego relatando todas sus aventuras, que eran muchas, y respondiendo a todas sus preguntas, que también fueron muchas, salvo el secreto de la mochila que procuraron no desvelar.
Uno de aquellos días, mientras estaban enfrascados en los relatos, apareció por allí un negro cuervo. Fan no sabía si era el mismo que ya conocía, puesto que no sabía la expectativa de vida de los cuervos; aunque si éste era de un mago, podía tener los años que quisiera.
Góntar tuvo que marchar a toda prisa a Palacio, porque el cuervo era como una llamada de emergencia, un aviso que le obligaba a cumplir su misión de consejero del rey Melanio.




 

miércoles, 21 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 15 (En Dwonder) parte 2

Tras su paso por aquella granja, su estancia 
en Dwonder fue breve y pronto acabaron 
marchando hacia Quater, pero con 
unas cuantas preparaciones
gastronómicas en proyecto




EN DWONDER 2



Ella siguió hablando y hablando, parecía que nada podía detener aquel torrente verbal, salvo la entrada de su marido. En ese momento dejó de hablar y comenzó a ordenar.
- ¿Ya has terminado? ¿Has echado los hierbajos al estercolero? ¡Ve a cambiarte! ¡Y lávate, que vas hecho un guarro! Pero primero sácales a estos amigos unas copas de licor de drufas. ¡No! ¡De ese no! Del que yo hago, del bueno. ¡Pero no te lleves la botella! Déjala aquí y vete reparando la cena, que yo estoy muy ocupada con esto. Pero no hagas como siempre, que luego no hay quien lo coma. No sé si has fregado lo de mediodía, si no lo has hecho ya puedes ir haciéndolo. ¡Ah! Y de paso barre la cocina, que está llena de migas, y…..
Fan levantó la mano, como pidiendo la palabra, ella se dio cuenta, calló y le hizo un gesto de aquiescencia.
- Permítame, señora, que nos presentemos. Yo me llamo Halder y él Halgor. Vamos camino de la Capital y hemos comido con Redmind. Ahora quería ofrecerles para la cena un pescado, que aquí llaman carpión, recién pescado en el Río Claro. 
- ¿Recién pescado en el Río Claro?. Está muy lejos y ya debe estar pocho – dijo ella, con un gesto de asco.
- Discúlpeme si la contradigo, señora, pero está en perfectas condiciones – dijo Fan, sacándolo de la mochila.
- A ver, a ver, que lo vea y lo huela
Un gesto de asombro se pintó en la cara de Reedhal, al tiempo que olisqueaba con deleite el pescado.
- Pues sí. Tienes razón. Está muy fresco. No he visto nunca un pescado tan fresco. Muchas gracias. ¡Tú! ¡Toma! Llévalo a la cocina y prepáralo, pero no lo estropees, que tú o quemas todo o lo dejas crudo.
El pobre granjero agachó las orejas, tomó el pescado con aquellas manos que aún conservaban restos de tierra, porque no había tenido ocasión de lavarse ni de hacer aquella lista interminable de órdenes, y se perdió por una puerta.
Ante la atenta mirada de ella se bebieron de un trago las copitas de licor de drufas y el caldo había sido algo tibio comparado con el abrasador brebaje. Les saltaros las lágrimas y las pocas papilas gustativas que habían sobrevivido al tazón de caldo acabaron totalmente insensibles e inservibles durante un largo rato.
Ella, tras echarse dos vasos de la botella y tragarlos sin inmutarse, se estuvo oliendo las manos con fruicción hasta que, pensó Fan, no debió quedar en ellas el más mínimo olor a pescado.
- Aquí no tenemos habitaciones para invitados, no somos pudientes y no podemos permitirnos esos lujos, pero creo que en el granero, sobre la paja, podréis dormir bien.
 - No se preocupe señora, en sitios mucho peores hemos dormido. Nuestros huesos ya están acostumbrados a las duras rocas o al duro suelo – dijo Merto.
- Sois unos hurim muy raros. Bueno, todos lo sois, al menos eso se dice, si se debe hacer caso a lo que se dice, porque para mi sois los primeros que veo en persona.
Pasaron mucho rato contándole las cosas que habían sucedido en Heria con las palmas reales y aquellos extraños venidos de lejanas tierras, explicando todo como si hubieran sido testigos y no protagonistas, y ella se admiró de todo lo que contaban.
Llegó ya el momento de cenar. Hasta allí les llegaba el aroma del pescado asado y el ruido del trajín que se llevaba el granjero en la cocina. Finalmente apareció en la puerta, limpio y con nueva ropa, se acercó a la mesa y comenzó a prepararla. Mientras, ella seguía trenzando soga y diciendo:
- No, ese mantel no, es pequeño, el de color verde. ¿Pero no ves que esas servilletas no pegan? ¡En qué estarás pensando…! Los platos llanos debajo. El tenedor se pone al otro lado ¿Cuándo aprenderás? No tienes remedio. Aún tendré que levantarme y hacerlo yo…
Pero, finalmente, quedó todo dispuesto. Ella se levantó y se acomodó en una silla que ya se veía adecuada a su constitución. Hizo una seña a Fan y Merto y éstos también tomaron asiento donde su dedo imperativo les indicó.
El granjero, que había regresado a la cocina, salió con una bandeja de verduras hervidas y luego salteadas con sebo de cordero, un tanto picantes pero no demasiado. Cuando la terminaron sacó otra bandeja con el pescado asado. Fan comentó:
- Nosotros comeremos sólo un poquito para catarlo, porque ya hemos comido otro a mediodía con Redmind; de modo que, si os parece, lo podéis acabar vosotros.
- Pues entonces ya estás marchando a la cocina y les traes dos platos del pollo escabechado que preparamos ayer.

Marchó el granjero, se le oyó trastear, y apareció con dos platos con un cuarto de pollo cada uno. Al probarlo estaba muy tierno y con un agradable saborcillo ácido y a hierbas. Se lo comieron muy a gusto, mientras los otros, especialmente Reedhal, daban buena cuenta del pescado.
Acabada la cena, el granjero, a una seña de su esposa, les acompañó al granero. Le había ordenado:
- Llévales una manta, porque allí va a hacer frío por la noche.
Ellos no dijeron nada, salvo “buenas noches”, por no contrariarla; puesto que, con la capa, no precisaban manta alguna, aunque luego la usaron para ponerla debajo, sobre la paja.
Esa mañana sí les despertó el gallo, casi a la oreja con su cantar matutino. Luego se despidieron de sus anfitriones, antes de que él tuviera que marchar a poner pienso a los animales y seguir arrancando malas hierbas.
- Les estamos muy agradecidos por su hospitalidad y hemos dormido muy cómodos en su granero. La manta la hemos dejado sobre la baranda, sacudida de pajas y doblada. Cuando vean a Redmind le dan recuerdos y las gracias por habernos encaminado aquí.
- Supongo que en la capital tenéis donde alojaros ¿o no?, porque yo les aconsej…
- Tú te callas! Aún les aconsejarás la posada de tu primo. Pero si necesitáis un lugar donde dormir y comer bien… id a la Posada Nueva de mi hermana Reethel y decidle que vais de mi parte.

Y se pusieron en camino. Por un momento habían visto, en el agrio rostro de Reedhal, una sonrisa amistosa.
Conforme se iban acercando a la Capital, iban proliferando las granjas, cada vez más cerca unas de otras y cada vez se apreciaban caminos que se entrecruzaban; caminos que, hasta bastante después de abandonar aquella granja, no existían.
El que tomaron en dirección a la Capital, acabó desembocando en otro más amplio que seguía en la misma dirección y que ya se veía más transitado. Una carreta, tirada por saltarenas adiestrados, se les acercaba en sentido contrario, la conducían en el pescante dos hurim, pero Fan y Merto procuraron volverse de espaldas para no ser reconocidos y descubiertos. La carreta pasó de largo y ellos siguieron el camino.
Era ya mediodía cuando algo diferente se veía a lo lejos, debía ser la ciudad, pero no les daba tiempo para llegar y ya comenzaban a tener hambre. Así que buscaron un lugar apropiado para hacer una parada, comer algo y descansar un rato. Cerca de una granja vieron un grupo de umbros que podrían brindarles una buena sombra y decidieron parar allí, salieron del camino y se internaron entre los árboles.
Sentados en tierra, en un poco de hierba seca, sacaron algunas de las provisiones: unos trozos de pan y queso que les había dado Redmind, porque no se trataba de hacer una comida complicada, sino un tentempié. Con aquello y con un frasco de frutas de Alandia quedaron satisfechos.
Dieron una corta cabezada y continuaron la marcha.
Era media tarde cuando se internaban por los arrabales de la ciudad. Fan preguntó a alguien por la Posada Nueva y les indicaron por donde llegar. Allí parecía que la gente ya no se extrañaba por ver hurims, porque nadie se les quedaba mirando ni veían gestos de extrañeza.
Llegaron a la posada, preguntaron por Reethel y le dieron recuerdos de su hermana. Les condujo a una habitación con dos camas, según ella la mejor de la posada y de la ciudad. No es que fuera gran cosa, pero era cómoda, acogedora, luminosa, limpia y… bastante mejor que las posadas de camino de Quater.
Se cambiaron de ropa, tras flotar un rato en las bañeras del baño colectivo de la planta baja y se tendieron un rato para descansar de la última caminata. Luego bajaron a cenar.
Allí no era como en Heria. No había cinco menús. Sólo había uno y todo eran platos de Dwonder, pero se podía elegir. Decidieron pedir dos platos diferentes de primero para poder compartir, pero nada de verduras ni ensaladas, pidieron uno de quesos y otro de fiambres. Y les trajeron un plato de quesos varios y otro plato de algo que parecía pata de cinguo, pero allá arriba no había cinguos, además de otras rodajas extrañas de algo que, al pronto, ni tampoco luego, pudieron identificar.
Los quesos no eran tan buenos como el de Fan, ni siquiera como el de Redmind, pero no estaban mal. Unos tenían cubierta la corteza de plantas aromáticas picadas, otros de especias de diferentes colores y otros de algo muy picante, aunque no lo descubrieron hasta que ya no hubo remedio.
Los fiambres eran todos muy extraños para ellos. Parece que aún no los llevaban a los reinos porque no los producían en cantidad suficiente y por eso allí no los habían visto. Unas lonchas parecían a la pata curada de cinguo y tenían la misma textura y sabor aunque les faltaba el aroma especial de las plantas aromáticas de las que el cinguo se alimentaba. Fan tenía curiosidad y preguntó, resultando que todo aquello eran diferentes preparaciones de cordero: la pierna curada en sal, lo mismo que ellos hacían con el cinguo, otras partes del cordero picadas, mezcladas con diferentes especias que se introducían en los intestinos del propio cordero, unas secadas al oreo y otras cocidas. Cortadas en rodajas estaba todo muy bueno.
Fan intentó identificar las diferentes especias y tomó nota mental para probar de hacerlo cuando regresaran a Aste.
De segundo Fan había pedido cordero, aunque no asado ni frito sino de una receta especial de Dwonder. Y era especial, muy tierno y muy sabroso. Según le contaron se hacía con grasa del mismo cordero pero a baja temperatura con hierbas y especias pero durante largo tiempo, y también tomó nota mental. Merto había pedido pollo confitado y resultó ser lo mismo que lo de Fan, pero con pollo en lugar de cordero. De postre ya no había que hablar, estaban hartos de drufas, se conformaron con una infusión y se fueron a dormir.
Al día siguiente salieron a ver la ciudad y era un tanto caótica. Las calles no es que tuvieran una simetría ni un poco de orden. Parecía que cada constructor lo hacía a su manera y nada se parecía a nada, la incoherencia era lo más coherente. Una cosa sí tenían en común; los materiales no lo eran precisamente porque todos tenían que venir de fuera y había casas de madera, de ladrillo y de piedra, de todo un poco y un poco de todo. Lo que sí tenían en común era que las plantas bajas eran todo comercios, pero comercios monográficos. Quien habitaba en la planta superior, abajo vendía lo que producía: si tejía, tejidos, si bordaba, bordados, si hacía tapiz, tapices, si hacía embutidos, colgaban largas tripas o piernas de cordero en salazón, de una barra, si quesos, quesos… de modo que cada casa exponía y vendía lo que sus moradores producían. Fan compró fiambres varios para llevarse a Aste e intentar reproducirlos.
Comieron algo en aquel comercio de fiambres porque tenía unas mesitas para catar los productos y, entre cata y cata, mataron el apetito.
Aparte del color de sus habitantes, el rojo, las calles eran de lo más abigarrado en cuanto a colorido y formas; todas las casas, con sus respectivas tiendas, se habían construido al aire del profesional de turno o el capricho del propietario y cada uno de ellos hacía lo que le venía en gana. Formas cuadradas, redondas, irregulares,… cada casa era una idea plantada en la calle de cualquier manera. Era difícil imaginar cómo podían acomodar los muebles allí dentro o cómo podían vivir con paredes torcidas, ángulos imposibles y suelos inclinados.
La única cosa que se salvaba del caos general era el Palacio de la reina Reedha III; aunque ella, personalmente, lo habría hecho de otra manera. Pero como lo había construido su antepasada Reddis VI que, por ser guerrera, tenía la mente cuadriculada, así salió el Palacio, sin una pared torcida ni un suelo inclinado. Lo habían construido en un tiempo en que no se podían conseguir materiales de los otros reinos con los que estaban en guerra, de modo que se tuvo que edificar con los escasos materiales con los que contaba el reino. De hecho habían tenido que acarrear las piedras desde aquella montaña, también caótica, que Fan había encontrado al salir del desierto, pero la reina no permitió que ningún constructor se desmandara y que hiciera lo que le diera la gana, como solían hacer. Ella dibujó los planos y supervisó las obras desde el principio, de modo que tuvieron que hacerlo como ella quería.
Constaba de dos altas torres de planta cuadrada a ambos lados de una gran puerta. En el puente que unía las torres, sobre la puerta, había una enorme barbacana con aberturas para arrojar desde arriba: piedras, flechas, sebo de cordero encendido,… a cualquiera que pretendiera forzar la puerta. Tras la puerta, un amplio patio de armas capaz para un regimiento de saltarenas ligeros, al fondo la Torre del Homenaje que se alzaba sobre los aposentos reales. Todo ello de un gris uniforme y sin el más mínimo árbol o planta que viniera a atenuar la sobriedad castrense de aquellos pétreos muros.
No quisieron darse a conocer ni entrevistarse con la reina, porque ya conocían cómo se las gastaban las matriarcas de aquel reino y prefirieron seguir de incógnito hasta marchar. La verdad es que ya habían visto las calles, el Palacio, pernoctado en una granja, comido con un pastor sibilante, … y pensaban que no había nada más que ver, hasta que vieron un cartel pegado en las fachadas, que decía:

COMPAÑÍA LIBRE DE TEATRO DE DWONDER
DWONDE CADA CUAL HACE LO QUE
LE APETECE Y SE INVENTA TODO
Próximo estreno en el
AUDITORIO

-¿Un auditorio? - dijo Merto – podríamos ir a ver qué es.
- Será una sala de espectáculos como aquella de Sirtis. Aunque no puedo imaginarme lo que puede salir de todo esto.
- Pues vayamos a verlo. Tampoco tenemos otra cosa que hacer.
- Esta noche es el estreno ¿sacamos las entradas
- Sacamos

Cenaron en el centro, en un local que tenía más aspecto de almacén que de otra cosa. Pese a que la fachada resultaba llamativa y les invitaba a entrar, el interior era oscuro y lleno de estanterías con cajas hasta el techo, pero tenía mesas y sillas, aunque la cena no estuvo mal.
Luego se acercaron al Auditorio, sacaron dos entradas y penetraron en aquel local, amplio, con filas de asientos dispuestas en forma semicircular sobre una superficie inclinada. Al fondo, allá abajo, se apreciaba una plataforma cuadrada semioculta por una gran cortina bordada con motivos irregulares e irreconocibles. Lo del suelo inclinado les intrigó al pronto, no sabían si era un capricho del constructor o era necesario para una mejor visibilidad. Se sentaron a media altura y más o menos en el centro y esperaron a ver qué pasaba. La gente seguía afluyendo y se iba acomodando, hasta que alguien salió con una larga pértiga y fue apagando las velas de los grandes candelabros de bronce que colgaban en los dos laterales y la sala quedó a oscuras.
Tras la gran cortina se adivinaban movimientos agitados de gente que se movía de un lado a otro y comenzó a traslucirse algo de claridad. Parecía que estaban encendiendo allí otros candelabros.
Poco a poco se fue desplazando hacia arriba aquella cortina dejando descubierta en su totalidad aquella plataforma sobre la que se veía algún mueble y con un fondo decorado imitando un bosque de tupida vegetación. Por el título de la obra que vieron al entrar aquello no parecía muy acorde con “LAS MARGARITAS NUNCA MUEREN SOLAS” ; pero, dado el carácter de aquellas gentes, tanto el decorado como el título podían ser el capricho de alguien y no tenía necesariamente que formar un todo coherente, como no lo hacían sus calles y sus casas. Se trataba de esperar y ver qué sucedía allí.
Y algo sucedió. Comenzaron a sonar unos instrumentos que, más que musicales, parecían de tortura. Cada uno de ellos sonaba individualmente formando una algarabía sonora casi insoportable, pero el público a su alrededor parecía extasiado.
Salió a escena una joven pizpireta con vestidos vaporosos, tan vaporosos que al público de las primeras filas les dio tos, les empañó la vista y las velas que iluminaban la escena chisporrotearon. Se puso a bailar dando giros y más giros sobre las puntas de los pies al descompás de la música. Se veía que intentaba seguir el ritmo de una música sin música y sin ritmo.
Al poco entró una señora corpulenta, vestida de negros ropajes y comenzó a aullar algo ininteligible y poco musical que ni tan siquiera Rubí habría entendido, mientras la otra seguía danzando y danzando. Al poco sonó un silbido, pero no entre el público, que hubiera sido para ellos comprensible, sino tras el decorado. Salió a escena alguien vestido de pastor con una oveja al hombro. Soltó a la oveja, que se fue al fondo del verde decorado e intentó comérselo. El pastor se acercó a la joven danzarina y la tomó de la mano. La otra seguía aullando pero ni siquiera al inexistente ritmo de la música.
Fan y Merto no entendían nada, aquello no tenía sentido, les hacía daño a los oídos, era totalmente absurdo, y decidieron levantarse y marchar, pero todo el público se volvió iracundo hacia ellos, hasta los tres `personajes del escenario, y les increparon gritando como una sola voz:
- ¡Qué falta de respeto por el arte! ¡No se muevan de ahí!
Por una vez los habitantes de Dwonder habían reaccionado colectivamente y no individualmente. Ellos tuvieron que permanecer sentados sin mover un músculo en todo lo que duró el espectáculo, con escenas aún mas absurdas que aquellas, a lo largo de más de tres largas horas, también largas.
Aquella experiencia les proporcionó un dolor de cabeza, les quitó las ganas de conocer algo más de aquel reino loco, loco, loco, y decidieron marchar camino de Hénder al día siguiente.


DE NUEVO EN HÉNDER

el próximo jueves
 





miércoles, 14 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 15 (En Dwonder) parte 1

Ya en Dwonder encuentran a un pastor 
con un extraño lenguaje de silbidos 
y comienzan a descubrir una  muy
peculiar organización social.






EN DWONDER 1




La despedida, como suelen serlo todas, resultó difícil, aún más tras aquella estancia más prolongada que las anteriores y después del viaje a Alandia. Pero, tras promesas de regresar algún día, acabaron poniéndose en camino siguiendo la dirección de los carros deslizantes hacia Dwonder. Y digo siguiendo la dirección, porque no había ruta alguna marcada. Las huellas que dejaban los carros se encargaba el viento de hacerlas desaparecer.
Halmir se extrañó de que no hicieran el viaje volando; pero Fan le aclaró que, aparte de que Merto se mareaba, las mariposas no podían cargar con los demás, además aquel viaje o similar ya lo habían hecho otras veces a pie desde Hénder. Halmir no cayó en que las tres joyas podrían viajar en la mochila. Su secreto estaba a salvo, excepto con Marcel, pero éste no sería tan imprudente de contarlo.
Como de costumbre, al perderse de vista, Merto se recluyó en la mochila junto con los otros tres, aunque eso de juntos es más una expresión que una realidad. Y Fan, llevado en volandas por las dos mariposas, veía el desierto interminable deslizarse a sus pies rápidamente.
Hubo un momento en que Fan perdió la noción del tiempo y de la realidad. Aquel paisaje, por decir algo, tan inmutable, le estaba provocando sueño y él se resistía. Anteriormente había sobrevolado las arenas, pero entonces algo le mantuvo desvelado y con los sentidos alerta. Fue aquel tiburón de arena y luego la manada de saltarenas, pero en esta ocasión nada venía a turbar aquella vista invariable e inacabable.
Zafiro y Zaf volaban sin desfallecer hacia occidente. Daba la impresión de que presentían el fin de aquella etapa y la proximidad de una fuente de néctar, y es que siempre habían mostrado un fuerte sentido de la orientación y del olfato u otro sentido lepidóptero capaz de detectar flores a largas distancias. Pero Fan no pudo resistir la somnolencia y, mecido por los aires, se quedó profundamente dormido. Fue cuando sus pies tocaron el suelo, cuando despertó sobresaltado. Acababan de dejarle en tierra y ya volaban, decididas, hacia el oeste.
Se desprendió del arnés bostezando y desperezándose escandalosamente, pero allí no había nadie que lo viera. Se hallaba en una escarpada montaña, pelada. Ni un mísero matojo brotaba sobre aquel rimero informe de rocas caldeadas por el sol. Lo notó a través de las suelas de su calzado y buscó algún lugar resguardado, porque ya comenzaba a sudar copiosamente y notar el calor irradiado por aquellas rocas que le rodeaban. No pensó en sacar a los demás de la mochila puesto que aquel lugar podía ser cualquier cosa menos acogedor.
Frente a él se perdía en lontanaza el desierto, de modo que pensó que ya habrían llegado a su límite, pero aquel lugar no era mucho mejor que aquella inmensidad arenosa. Miró en dirección hacia donde había creído ver volar a Zafiro y Zaf pero aún tenía frente a él un obstáculo, un rimero informe de rocas de formas irregulares formaban una especie de colina caótica abrasada por el sol.
Trepó por la ladera, si es que se la podía llamar ladera, pero no le resultó demasiado difícil porque las rocas parecían formar una especie de escalera aunque un tanto zigzagueante e irregular. Saltando de una roca a otra iba coronando aquella eminencia, aunque no le abandonaba el temor de que aquello no fuera más que un accidente orográfico en medio del desierto.
Pero al llegar a la cúspide pudo divisar algo muy diferente; una enorme llanura, aunque no de arena pelada ni un páramo árido, sino un terreno llano cubierto de pasto hasta donde se perdía la vista. Un riachuelo atravesaba aquella verde llanura y, al pie de la colina de rocas, un bosquecillo de umbros se extendía hasta la ribera del arroyo.
Aquello parecía ser un lugar apropiado para dejar salir a los demás de la mochila, pero antes debía descender, y eso le resultó más difícil. Siempre es más difícil bajar que subir, aunque menos cansado, pero lo consiguió. Se internó, con una sensación de alivio, en la acogedora sombra del bosque. En las inmediaciones de la colina pedregosa, como acabó llamándola, se veían dispersas por el bosque algunas rocas que posiblemente habían caído de la cima y que habían rodado, pese a ser de formas más o menos cúbicas, a buena distancia en el interior del bosque, y en una de ellas se acabó sentando, depositó la mochila y respiró profundamente para recuperarse del esfuerzo de haber llegado hasta allí.
Aquella roca parecía una mesa puesta allí expresamente para su uso como tal, y había señales muy cerca de que así había sido usada y restos de fogatas apagadas desde hacía tiempo.
Era presumible que aquellos terrenos fueran usados como zona de pastos, aunque en aquel momento Fan no había visto rastros de rebaños ni de reciente presencia humana desde lo alto del roquedo.
Ya recuperado, ayudó a salir a Merto y le contó en donde se hallaban. Fan tenía hambre, ya era la hora de comer, pero para Merto sólo había pasado un instante desde el desayuno y su entrada en la mochila y no tenía ganas, de modo que Fan comió algo mientras Merto exploraba los alrededores y esperaban a que regresaran las mariposas.
- ¿Qué crees que podemos hacer ahora, Merto? ¿Volamos más allá o caminamos?
- Yo sería partidario de caminar tal como hicimos en Quater. Total todo este tiempo que hemos pasado en Serah me ha hecho perder forma física, demasiadas comodidades, vida muelle y ricas comidas, pero que sea como tú quieras.
- Pues hagamos como en Quater, aunque espero no hallar a un niño extraviado de color rojo, me dolería mucho luego la separación.
- Y a mí también, pero dejemos las cosas tristes. Cuando quieras nos ponemos en camino porque veo llegar a Zafiro y Zaf.

Atravesaron el arroyuelo que se desviaba algo más hacia el sur y luego los pastos hacia el oeste sin descubrir camino alguno ni señal de presencia reciente, sólo pequeñas trochas o senderos perdidos tiempo ha, aunque en direcciones no coincidentes con lo que ellos deseaban. Zafiro y Zaf, como hicieran en Quater, les sobrevolaban a gran altura, aunque bajaban de vez en cuando dándoles a entender que nadie más se hallaba por los alrededores que les pudiera ver.
Mucho más al norte se apreciaba una mancha oscura que rompía la uniformidad del terreno, algo que resaltaba ondulando la línea del horizonte, una cadena montañosa dibujaba un perfil inconfundible con cualquier otro accidente orográfico, pero quedaba más al norte de lo que ellos deseaban y siguieron su rumbo campo a través hasta dar con un río. No era muy caudaloso y no tardaron mucho en hallar un lugar apto para vadearlo. Su cauce iba de norte a sur y parecía tener su origen en aquella lejana montaña.
Como ya era tarde y, a la orilla del río, el bosque de ribera ofrecía algunos lugares aptos para pernoctar, decidieron acampar y dejar salir al resto de los habitantes de la mochila.
El terreno era bueno para Esmeralda, que no tardó en hallar un lugar en donde hundir sus raíces, la hierba era fresca y jugosa y, aunque no era el té de roca que tanto le gustaba, Diamante no dudó ni tardó un minuto en hincarle el diente.
El sol ya estaba trasponiendo y pronto se haría de noche; así que, mientras Merto encendía una fogata con ramas caídas por los alrededores, Fan tendió la red y pescó tres hermosos peces, guardó dos de ellos en la mochila y el otro lo asaron y pudieron cenar los tres.
Y, como en tantas otras ocasiones, con la manta y la capa durmieron hasta que clareaba el día. Dejaron atrás el río y avanzaron, con el sol a su espalda, por aquel mar de verdor. Bosquecillos dispersos ponían una nota de un color verde más oscuro y, cuando se acercaban a uno de ellos, bajaron las mariposas con signos de alerta, parecía que alguien se hallaba en aquel grupo de umbros, de modo que consideraron prudente enviar a su escondite a Rubí, Diamante y Esmeralda. Zafiro y Zaf se alejaron y se perdieron en las alturas.
Al llegar a los primeros árboles vieron un rebaño comiendo apaciblemente a la sombra, pero no vieron a nadie por allí. Eran unas ovejas muy blancas, parecían bien cuidadas porque se las veía saludables y orondas, tanto como el rebaño de Fan, pero allí no se veían perros pastores. Debían estar muy seguros de que allí no corrían ningún peligro como para dejarlas allí sin ningún cuidado, pero lo que pasa es que allí arriba no había perros pastores ni de otra clase.
No vieron a nadie pero sí oyeron a alguien; unos silbos agudos, largos y modulados sonaban muy cerca y otros les respondían de muy lejos. Aquel diálogo de silbidos se prolongó un buen rato; lo suficiente para que, orientados por ellos, pudieran dar con quien los emitía.
Alguien se hallaba subido en una rama y, desde allí, silbaba y silbaba poniendo las manos haciendo de bocina, y aquellos silbidos eran correspondidos. Al verlos llegar lanzó un silbido largo y descendente y se bajó de la rama.
- Buenos días forasteros. ¡Qué extraño! Nunca se habían visto hurim por aquí. ¿Qué les trae por estas tierras perdidas?
- Buenos días – dijo Fan – vamos camino de la capital y no sé si nos hemos perdido o no. ¿Sería tan amable de indicarnos el mejor camino?
- En los pastos no hay caminos, las ovejas hacen camino al andar, aunque no duran mucho, y nosotros las seguimos, la hierba vuelve a crecer y les hace desaparecer, de modo que el camino se lo hace cada cual. Hasta las carretas que traen el fruto van campo a través. Aquí no tenemos rutas ni vías como en otros reinos.
- ¿Es usted el que cuida ese rebaño que hemos visto al llegar? - dijo Merto.
- Sí: soy el pastor y el dueño. Aquí todos lo somos, pastores y dueños a un tiempo.
Fan estuvo a punto de decirle que él también lo era, pero se dio cuenta de que si lo hacía, descubriría que no eran hurim, porque estos no tenían rebaños. De modo que le dijo:
- Es interesante. Yo tenía entendido que los pastores eran asalariados o condenados, pero parece que estaba equivocado.
- No está equivocado, pero eso pasa en Quater, aquí no. Por eso es que nuestro cordero está mejor cuidado, mejor alimentado, porque es el dueño el que los cría. No hay grandes rebaños, son de unas dimensiones que puede cuidar una sola persona. Podríamos decir que en Dwonder somos más individualistas y no solemos trabajar en colectividad, cada uno va a lo suyo sin meterse en lo ajeno, pero todos con unos mismos objetivos: el progreso propio y el del país.

Fan estuvo a punto de preguntarle por qué no tenían perros pastores, pero recapacitó y preguntó otra cosa.
- Pero no creo que también tratáis la lana, el hilado, el tejido, el bordado, los tapices, alfombras,…
- Bueno, eso lo hacen otros, aunque también individual y artesanalmente. Por eso son tan apreciados sus trabajos en los otros reinos. Nosotros, una vez que esquilamos, intercambiamos la lana por otros productos que necesitamos. Aquí todo funciona mediante trueque, pero también se usan esas anillas de metal que usan en todos los reinos.

- Sí, también las usamos, ¿Y el gobierno? ¿Qué tal se comporta el rey? - preguntó Merto
- ¿El rey? Aquí tenemos una reina, la reina Reedha III, aunque sí, tenemos un rey, su marido, pero ese no pinta nada. Tenemos un matriarcado y siempre hemos tenido reinas gobernando, incluso en  tiempos de las guerras con los otros reinos fue famosa por su bravura la reina Reddis VI.
- Es muy interesante todo eso que cuentas, pero alguna clase de jerarquía o gobierno debe de haber para coordinar todo ese mundo de individualismos, algún orden se precisa para alcanzar el bien común, para evitar conflictos y no llegar a la anarquía – dijo Fan.
- Tenemos el Tribunal de las Ancianas, pero nunca tiene que intervenir, los conflictos se resuelven civilizadamente porque todos tenemos claro el objetivo común y final de todo. El bien de la colectividad, que sólo se construye a través de el bien individual de todos y cada uno de los miembros de ella. Cada cual hace lo que quiere mientras no afecte a otro y todos somos muy tolerantes.
- Eso es una utopía – dijo Merto
- Pero aquí está hecha realidad. Y a todo esto… ¿No es vuestra hora de comer? Porque la mía ya es. Podemos compartir lo que traigo.
- ¿Aquí está permitido pescar? - preguntó Fan
- No sé a qué viene eso. El río queda lejos para ir a pescar y yo ya traigo algo para comer que puede ser suficiente para los tres. Pero, respondiendo a tu pregunta; sí, aquí puede pescar cada cual lo que quiera para propio uso, aunque no para comerciar, para eso están los pescadores que se dedican exclusivamente a ello. Pero, de todos modos, sólo hay un lugar en donde hacerlo y es el Río Claro.
- Pues si te apetece podemos comer un pescado que he atrapado hace un poco al vadear el río – dijo Fan sacando uno de los peces que había en la mochila.
Estaba fresco y húmedo, como recién pescado. El pastor se le quedó mirando y se le hacía la boca agua.
- Nunca había visto un carpión tan grande y tan fresco. Es incluso más apreciado que el cordero lechal por lo raro y escaso.
Merto se encargó del fuego, el pastor sacó de su zurrón una hogaza, un recipiente con un guiso de cordero con verduras y un buen pedazo de queso.
- Este queso es de mis ovejas y lo hago yo. No tiene nada que ver con ese que llevan a los reinos y que seguro habréis probado en Serah. Aquí cada cual se queda con los suyos, los mejores, y los otros son los que se envían a cambio de otros productos. 
Comieron el pescado, el guiso y el queso, que Fan encontró casi tan bueno como el suyo ,aunque a éste aún le faltaba un poco de curación
Durante el tiempo en que estuvieron allí se enteraron de más cosas como que se llamaba Redmind, y Fan sorprendió a Merto, aunque Redmind no lo notó, diciendo que se llamaban Halder y Halgor.
- Esta noche podéis dormir en una granja que hay en esa dirección – les dijo señalando a poniente – Os acogerán bien, aquí en estas soledades tan lejos de la ciudad todos somos muy hospitalarios. Decidles que vais de mi parte. Mañana, si salís temprano ya podríais dormir en la Capital.
Se despidieron muy amigablemente y partieron con el sol de frente. Mientras se alejaban volvieron a escuchar silbidos en una animada conversación.
Algo más lejos ya, vieron otro rebaño cerca de otro grupo de umbros. Parecía que usaban aquellos pequeños bosquecillos, dispersos pero frecuentes, como sesteros para el ganado y no necesitaban redilar porque no se alejaban de la querencia de aquellas sombras protectoras, tampoco había lobos u otros depredadores, salvo algún bigre, pero estos raramente se llevaban un cordero porque los pastores siempre estaban atentos.
Al pasar cerca de aquel rebaño aún se escuchaban los silbidos de Redmind, aunque algo débiles, y más fuertes los de aquel otro intersilbador.
No hubo más cosas dignas de interés el resto de la tarde hasta que avistaron una construcción, unos terrenos cultivados y unos vallados. Una vez allí se encontraron con un campesino que estaba arrancando malas hierbas en un bancal de cucullas en flor.
- Buenas tardes tenga usted – dijo Fan – Redmind nos ha recomendado que pasáramos por aquí y les envía recuerdos
- Buenas tardes – dijo, incorporándose del surco en el que se hallaba encorvado - ¿Qué hacen unos hurim por estos andurriales tan lejos de su tierra y de la Capital?
- Precisamente vamos camino de ella ¿Podríamos hacer noche aquí?.
- Por mí encantado, pero habrá que consultarlo con Redhal, seguidme.

Se puso en marcha hacia la casa y ellos le siguieron. Franqueó la puerta y ellos se quedaron fuera esperando, lo que no les impidió escuchar algo de la conversación que se desarrollaba en el interior.
- ……………….
- …….  Y no has terminado el trabajo?

A él no se le oía nada. Parecía hablar con cierto temor. A Fan aquello casi le recordaba algo a la Cueva de los Silencios de Mutts
- ………………...
- Si los manda Redmid, vale, pero a ver si acabas…….
- ………………..
- ¿Hurim has dicho?
- …………………..
- …… ya los atenderé yo, como siempre, pero tú a tu trab……..
Se abrió la puerta y el granjero pasó por su lado y marchó al bancal en donde lo hallaron, sin casi atreverse a mirarlos a la cara.
Acto seguido salió un personaje impresionante. Una mujer robusta y alta, hacía el doble que su marido pero, pese a su aspecto casi intimidatorio, lucía una deslumbrante sonrisa.
- Pasad, pasad, amigos de Redmind. Pasad y poneos cómodos, seguro que venís cansados de tanto caminar y os veo un tanto endebles. Seguro que para los hurim no debe ser costumbre caminar mucho porque el oasis es pequeño, supongo que os falta costumbre y entrenamiento. Ahora os sirvo un caldo de pollo calentito y veréis cómo os recuperáis en un periquete.
Entraron un tanto cohibidos. Era abrumadora, tanto de aspecto como de actitud. Se dejaron caer en dos sillones, tal como el dedo imperativo de ella les indicó, y allí se quedaron sin atreverse a decir esta boca es mía. Al poco salió con dos enormes cuencos humeantes y se los entregó. Casi les quemaban las manos y no comprendían como ella los había podido llevar desde la cocina. Los dejaron en una mesita baja que tenían delante y se soplaron los dedos.
- ¿Está demasiado caliente? Pues así es cómo hace más efecto y así es cómo me lo tomo yo. Pero podéis dejar que se enfríe algo y perdonad porque no he considerado que sois una raza algo delicada, no digo inferior, pero sí algo endeble.
Ella se sentó en una gran butaca, apta para su tamaño, y continuó con lo que debía estar ocupada cuando la interrumpieron. Se trataba de una gruesa cuerda que trenzaba con hebras vegetales a una velocidad de vértigo. Mientras tanto, no dejó de hablar.
- Pues sí; podéis cenar aquí y pasar la noche ya que, según me ha dicho mi marido, os envía un amigo que me trae muy buenos quesos. Claro que él también se lleva verduras, huevos y pollos, pero bueno, eso no viene al caso, el caso es que es amigo y los recomendados por mis amigos son mis recomendados. ¡Habráse visto! Mira que dejar de arrancar las malas hierbas, luego esperará buenas cosechas. No, si una debe estar en todo, si no ésto no funcionaría. Claro que él os podría haber enviado aquí y seguir trabajando, pero no, cualquier excusa es buena. ¡Ay hombres, hombres! ¡dichosos hombres! Y no lo digo por vosotros, pero… ¡vamos! Ya debe estar helado, tomadlo de un trago.
Y se vieron obligados a hacerlo porque no se se atrevían a imaginar lo que podría pasar si no lo hacían. Y se quemaron las manos, la boca, el esófago y todo aquello por lo que pasaba aquella especie de lava ardiente, pero apuraron los dos cuencos y resollaron estentórea y espasmódicamente para librarse de la quemazón.
Pero, aparte de todo, estaba rico. Las pocas papilas gustativas que sobrevivieron al hervido pudieron apreciar el aroma de aquel caldo de pollo y verduras y lo consideraron el mejor caldo que habían tomado nunca. Pese a ello, se les quitaron las ganas de repetir.









EN DWONDER parte 2

el próximo jueves