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miércoles, 26 de abril de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 2


Con su nuevo compañero 
de aventuras acaban 
llegando a las 
Pesquerías






EN QUATER 2 


Aún no comenzaba a clarear cuando Marcel ya estaba en pie. Había sacudido y doblado cuidadosamente la manta, la dejó junto a la mochila y salió al exterior. Digamos mejor que salió más al exterior, a un lugar en donde los días pasados allí había ido usando como letrina.
Fan y Merto se despertaron y se alarmaron al no verlo por allí, pero les tranquilizó ver su manta limpia de brozas y doblada, por lo que desistieron de seguir su primer impulso consistente en revisar todas sus pertenencias por si faltaba algo.
- De todos modos – dijo Merto – si hubiera buscado en la mochila podría haberse llevado una buena sorpresa.
- Mejor será que no lo intente, no me gustaría que supiera demasiado, es un desconocido y aún no tengo bastantes elementos como para fiarnos de él. Aunque, por otra parte, echo de menos a nuestros compañeros.
- Sí. Una aventura sin ellos es menos aventura.
En ese momento entraba Marcel, si es que entrar se podía aplicar a franquear un espacio en ruinas que en otros tiempos pudo ser un dintel.
- Buenos días ¿Han dormido bien?. Yo mejor que en mucho tiempo. No sé si por la manta, por haber saciado la sed y el hambre, por tener compañía o por no temer que me detengan y me envíen a canteras.
- Pues sí, hemos dormido bien. Ahora toca desayunar y luego saldremos hacia donde nos indiques. ¿Puedes buscar algunos restos de maderas para hacer un fuego? - dijo Fan mientras sacaba de la mochila su bolsa de infusiones, el cazo y un odre de agua.
Marcel quedó sorprendido viendo sacar aquellas cosas de una bolsa que aparentaba estar vacía, pero no dijo nada y marchó en busca de alguna viga carcomida que aún quedara por allí.
Al cabo regresó con unos trozos suficientes para una fogata. Fan buscó un lugar libre de hierbas y matojos secos, no quería propagar un incendio, aunque por allí no es que hubiera mucha vegetación. Preparó los trozos de viga, un buen puñado de hierba seca y ramitas y, con el eslabón y el pedernal, ante la mirada atónita de Marcel, prendió las pajas secas y éstas acabaron propagando la llama a la resina de los troncos, produciendo una alegre, aunque humeante, llamarada. Colocó al amor de la lumbre el cazo con agua y unas cuantas hierbas seleccionadas. Iban a necesitar algo de energías y ánimos en las próximas jornadas, por lo que había decidido complementar la comida con una infusión reanimante y energizante.
A esas horas de la mañana tomaron la infusión con unas galletas de Hénder que aportaban abundantes calorías, ya comerían algo más sustancioso al medio día, pero lo acompañaron con unas lonchas de cinguo que a Marcel le gustaron mucho y siguió asombrado por las cosas que podían sacar de aquella bolsa fláccida.
Antes de ponerse en camino, Fan le hizo poner las manos en un cuenco y con el odre le vertió agua para que, al menos, se lavara la cara y las manos hasta que encontraran donde darse todos un baño. Entonces pudieron verle bien la cara, libre de barro y tizne, sin relejes.
Abandonaron aquella antigua ruta maderera y se internaron campo a través en dirección a levante. El terreno no es que fuera muy cómodo para caminar, era pedregoso y con matojos secos que dificultaban el paso. Fan y Merto se miraron interrogativamente mientras seguían, con dificultades, las ágiles zancadas de Marcel. Y no es que ellos fueran malos andarines, y que las zancadas de él fueran más largas, aunque sí eran más rápidas. Comenzaron a dudar del sentido de la orientación y el conocimiento del terreno de su guía.
Miraron arriba, en una pausa porque hacerlo mientras caminaban por aquel terreno era tropezón y caída segura. Vieron dos puntos lejanos evolucionando en el cielo azul. Zafiro y Zaf no les perdían de vista y eso les tranquilizó y les hizo olvidar un tanto lo incómodo de la marcha.
Pero no tardaron mucho en interceptar una senda, limpia de piedras y de matojos, que seguía en la dirección adecuada, y Marcel aceleró el paso. No es que ellos fueran flojos, pero les costaba seguirlo. ¿A qué tanta prisa? ¿Pretendía dejarles atrás?. Eran las preguntas que ambos se hacían interiormente.
Se acercaba la hora de detenerse a comer cuando vieron, a lo lejos, carretas y gentes que circulaban transversalmente al sentido de su marcha. Parecía que aquella senda, convergía con otra ruta muy transitada que también se dirigía hacia levante aunque más hacia el norte.
Aquello disipó los barruntos de desconfianza sobre su guía y les insufló nuevos ánimos. Aceleraron el paso hasta alcanzarlo, justo cuando confluían con aquella ruta que, aunque infinitamente menos que la que unía la Capital Imperial de Cipán con el puerto, también bullía de actividad y se entrecruzaba toda clase de vehículos tirados por alzemús o saltarenas adiestrados, jinetes y peatones, todos cargados con voluminosas cestas tejidas con plantas autóctonas que Fan desconocía. Tomaron a la derecha y no tardaron en llegar a un edificio de cal y canto, con una gran cantidad de carretas, carretillas, saltarenas, alzemús, al exterior reposando a la sombra de un bosquecillo, y allí se dirigió Marcel, seguido por los dos. 
El local estaba muy concurrido. Era una amplia nave, diáfana, abarrotada de mesas entre las que pululaba una legión de camareros apresurados. Llevaban bandejas y platos de un lado a otro. Consiguieron encontrar una mesa libre; es decir, la consiguió Marcel, no se sabe cómo, en aquel local ruidoso y lleno a más no poder. Se había colado hasta el último rincón y luego abordó a un camarero señalándole una mesa vacía, posiblemente la única disponible en aquel establecimiento. Les hizo una seña y se acercaron, mientras una multitud se agolpaba en la puerta en espera de turno, Marcel les condujo a su mesa.
Olía fuertemente a fritos, guisos, asados, … pero especialmente, por no decir únicamente, a pescado. Se acercó un camarero y depositó en la mesa tres cuencos de una sopa humeante, sin que ellos hubieran pedido nada. Parecía que allí el menú era único y fijo, sin opción a elegir nada.
Marcel empezó a engullir la sopa, con grandes y ruidosos sorbos, del cuenco en que se la habían servido. Allí parecía que no se usaban cubiertos, y ellos hicieron lo mismo. Un caldo ligero en que nadaban migas de pescado y alguna verdura solitaria. No tenía mal sabor y aquello debía ser alimenticio, aunque ni punto de comparación con todo lo que habían podido comer en sus viajes. A continuación aparecieron tres platos de pescado rebozado y frito, acompañado con unas verduras también fritas con una cobertura de una masa crujiente. Aquellas verduras eran de un color, bajo la masa crujiente, que a Fan le hizo recordar a Esmeralda y le hizo pensar en qué harían allí con ella si le echaran mano. Suerte que se encontraba bien en la mochila. El pescado estaba tierno y sabroso, contrastando con la crujiente cobertura. Estaba rico y lo disfrutaron. Marcel les comentó.
- Este pescado está recién capturado en las pesquerías y, en su camino a la Capital, parte se queda en esta y otras paradas obligatorias en la ruta. Lo que no sé es si esta noche encontraremos habitación en la siguiente posada, en la que tendremos que parar para cenar y pernoctar; pero yo ya conozco las triquiñuelas que hay que emplear, porque siempre están sin plazas.
Tras un cuenco de frutas variadas, picadas menudas, nadando en un almíbar ligero, muy dulce para el gusto de Fan, pero que a las mariposas les habría encantado, una infusión en la que pudo identificar tres de las plantas que Góntar le enseñara en Hénder y que servían para facilitar la digestión, emprendieron la marcha por aquella concurrida ruta.
Marcel tenía una gran habilidad para pegar la hebra con otros caminantes o conductores y les sirvió para enterarse de cosas, además de hallar transporte en una carreta que iba vacía en busca de pescado. Así acabaron pasando la tarde en la que incluso dieron una cabezada mientras su guía seguía de cháchara con el carretero.
Ya comenzaba a caer el sol cuando llegaron a otra gran posada, más grande que la anterior porque tenía tres plantas de altura. Mientras el carretero se ocupaba de buscar sitio en donde dejar su carreta y sus dos alzemús de tiro, con el consiguiente riesgo de no encontrar luego habitación, Marcel se adelantó, seguido de cerca por Fan y Merto, y consiguió una habitación para los tres. No quedaba ni una más. Fan sintió pena por el carretero, que tan amable había sido llevándoles hasta allí, pero Marcel le comentó:
- En realidad, la mayoría de los carreteros duermen en su propia carreta, en parte por no haber plazas, en parte por ahorrarse unos dineros y, en parte por vigilar su carga. Aunque este ahora va de vacío y no tiene nada que vigilar, tampoco le va mal ahorrar algo. Precisamente me venía contando que está pensando en comprarse otra carreta con un tiro de alzemús y contratar a alguien, hasta me ha ofrecido el trabajo. Ya le he dicho que podrá contar conmigo, pero primero sois vosotros y tengo que cumplir como os ofrecí.
- ¿Le va bien el negocio? - preguntó Merto
- Parece que unos forasteros han abierto una ruta en la Selva Impenetrable y ahora Trifer tiene otras gentes con las que comerciar; de modo que la importación de pescado, aunque está bajando la de materiales de construcción, estará en alza. Se comentaba el otro día, cuando marché huyendo de la ciudad que ahora se podrán construir edificios sin necesidad de piedra, ladrillos ni tejas.
Fan y Merto cruzaron una mirada de inteligencia,  callaron y siguieron a su guía hasta la habitación que había reservado.
Tenía dos camas y ellos eran tres, pero Marcel marchó dejándoles acomodarse y regresó con una colchoneta que tendió en un rincón, junto a la jofaina de lavarse y el orinal. Tendió una manta que había llevado también y ya tenía dispuesto su acomodo, mucho mejor que en los que había dormido otras veces, según les dijo.
Bajaron los tres a cenar y la cena vino a ser lo mismo que fuera la comida de la otra posada. Esa noche durmieron tranquilos hasta clarear el alba. Desayunaron de lo que llevaban en la mochila: unas galletas dulces y una infusión caliente que Fan guardaba en un odre para cuando no pudieran encender fuego. A Marcel le extrañó mucho aquella bebida tan caliente, pero no dijo nada.
Partieron justo cuando los carreteros y demás comenzaban a uncir sus yuntas, movilizarse cargando sus paquetes y ponerse en camino, de modo que la ruta aún estaba vacía, salvo unos pocos madrugadores que llevaban su mismo camino. El sentido contrario estaba desierto  y aún tardarían en cruzarse con aquellos que salían, en aquel preciso momento, de la siguiente posada.
A medio día llegaron a ella. Aquellas posadas estaban distribuidas de tal manera que la distancia entre la Capital y las Pesquerías quedaba dividida en tres etapas a cubrir en dos días. Sólo la intermedia, la que acababan de dejar aquella mañana, contaba con buen número de habitaciones para pernoctar; puesto que, en un sentido o en otro se llegaba allí de noche. Las otras contaban con alguna habitación pero eran, preferentemente, paradas para comer y seguir el camino, tanto en un sentido como en el otro. Lo que sí tenían las tres en común era el menú: la sopa, los fritos, el postre y la infusión, de modo que ya no les extrañó nada la ausencia de cubiertos, tener que sorber más o menos ruidosamente la sopa y tomar el pescado y las verduras con los dedos. Suerte que también ponían unos pequeños cuencos con agua y unas hojas mentoladas para poder lavárselos.
Ya anochecía cuando llegaron a las Pesquerías. Aquello era un poblado mayor que Aste y mucho más agitado, con tantas gentes y carretas por todas partes, con casitas de piedra seca y tejados rojos. Tenía una especie de plaza porticada en la que cada mañana se llevaba a cabo el ritual del pescado. Contaba con casas de comidas, algunas tiendas con toda clase de productos y varias posadas para pasar la noche antes de la nueva subasta de pescado.
Fan penetró en una de aquellas tiendas y consiguió unas cuantas prendas de ropa así como unas botas de cuero y se lo entregó todo a Marcel.
- Mañana tiras esos harapos y te pones esto. No está bien que nosotros vayamos bien vestidos y tú vayas de cualquier manera. Y ahora me gustaría cenar algo diferente a lo que hemos comido y cenado en el camino. ¿Hay algún lugar que conozcas?
- Muchas gracias. Nunca nadie se había preocupado por mi y no sabría cómo agradecerlo. Pero creo que algo podré hacer. Esta noche, espero no equivocarme, podréis cenar como nunca lo habéis hecho.
- Lo haremos todos, los tres. Aunque dudo que sea mejor que otras veces – dijo Merto.
Y no quedaron defraudados porque, tras reservar una habitación cerca del acantilado y dejar allí la mochila y las ropas que Fan había comprado, les condujo a una especie de cuchitril que no les causó muy buena impresión al pronto, pero cuando cenaron cambiaron de parecer.
Era un lugar, pequeño, oscuro, de aspecto mugriento y cochambroso, aunque sólo en apariencia porque de cerca se veía extrañamente limpio. Un lugar que sólo frecuentaban los que conocían bien las Pesquerías hasta su último rincón, y su guía las conocía al dedillo. Más de una vez había distraído una bolsa en la aglomeración de la subasta, y en más de una ocasión había tenido que ocultarse por aquellas callejas que, de ser una gran ciudad, podrían llamarse los arrabales.
Comenzaron con unos entrantes de pescado, que allí era la materia prima básica, y que consistían en unas bolitas de pescado finamente picado y con un aliño que realzaba el sabor a mar. Unas eran de un color rosado y otras de un rojizo oscuro. Tanto Fan como Merto recordaron los matices del pescado crudo de los occidentales, pero estaban en oriente, en un oriente que nunca había tenido ocasión de establecer contacto con la cocina de Cipán y Los Telares, pero… era tan parecido, aunque la presentación y el aliño fueran diferentes, que volvieron a recordar aquellos días y a disfrutar de la comida, en un silencio casi religioso. Marcel no debía saber más de lo debido ¿O sí?. Tanto uno como otro comenzaron a sentirse mal por ocultarle ciertas cosas.
Luego les sirvieron unos filetes que, lógicamente, no eran carne aunque lo parecían, asados vuelta y vuelta a la brasa, que se deshacían en la boca y los jugos rezumaban, goteando sobre la mesa mientras se los llevaban a la boca. Porque allí sí tenían cubiertos; que Merto, por la manufactura, dedujo que venían de Hénder.
Algo delicioso fue aquella cena, algo que superaba a cualquier otra cosa que comieran en los otros reinos de arriba del Muro, algo que recordarían.
Marcharon a la posada en donde tenían preparada la habitación, bastante amplia y en la que habían colocado una cama plegable adicional.
Se levantaron temprano y bajaron a un baño colectivo que se encontraba en los sótanos de la posada. Allí había una especie de gran piscina o embalse con agua limpia, teóricamente, en la que se remojaban todos los clientes. Luego de asearse, Marcel se puso las ropas nuevas que compró Fan y le iban perfectamente. Desayunaron y partieron hacia la plaza.
Cuando llegaron al lugar de las subastas, bien de mañana, aún estaban colocando el pescado en unos grandes canastos, bien a la vista, olía a mar, a pescado fresquísimo, posiblemente capturado aquella noche.
 Marcel les aclaró:
- Se ven muy frescos pero tienen al menos un día, que es lo que cuesta subirlos hasta aquí. Si se ven tan frescos es porque las carretas suben anocheciendo y llegan aquí por la mañana para evitar el calor del día.
Poco a poco se fueron congregando los compradores y tomaron posiciones frente a las canastas en las que se mostraban, separados por tipos y hasta por tamaños, una buena variedad de pescados. Otros, de mayor tamaño, reposaban en largas mesas esperando pacientemente un nuevo destino, con mirada brillante, sin asomo de miedo.
Y comenzó la subasta: Alguien arrancó a cantar una especie de mantras ininteligibles, a una velocidad que aún los hacía más crípticos. Alguien levantaba la mano, cesaba la letanía, pero comenzaba de nuevo hasta que otro levantaba la mano. Así pasó un buen rato hasta que se fueron adjudicando todas las canastas y los grandes peces.
Entre los que allí estaban, pudieron reconocer a aquel carretero que les había llevado un trecho y vieron como se llevaba dos canastos y un gran pez azulado, casi tan alto como él mismo. Lo cargó todo en la carreta y emprendió el camino hacia la Capital.
También pudieron ver, entre los compradores, a alguien que vieran la noche anterior en aquella casa de comidas. Se llevaron dos peces grandes: uno de un gris azulado como el que se llevaba el carretero y otro de morro afilado, también de piel brillante y grisácea pero más esbelto que el otro. También habían comprado una de las últimas canastas a rebosar de pescados variados.
Terminada la subasta y retiradas las compras, la plaza quedó despejada rápidamente y unos equipos de limpieza, con cubos de agua y unos grandes escobones planos, dejaban todo como si por allí no hubiera pasado aquella multitud que la abarrotaba momentos antes.
Desde allí se acercaron al borde del acantilado, a lo que se conocía como el Punto Alto. Una antigua cantera que, a fuerza de extraer el granito, ahora presentaba una avenida en la roca que descendía zigzagueante, pared abajo. Desde lo alto era imposible distinguir el mar puesto que lo único que se veía era la cornisa de más abajo y las siguientes que se perdían en la distancia bajando y bajando, aunque sí el liso horizonte en lontananza.
Marcel comenzó a descender por aquella ruta, ora hacia la izquierda, ora hacia la derecha, pero siempre hacia abajo, acompañados por las carretas que habían vaciado su carga en la plaza y ahora se disponían a recibir un nuevo cargamento.
Era mucha la distancia en aquel zigzag interminable hacia lo más profundo de aquel altísimo acantilado. Pero todo estaba pensado. En cada tramo de rampa pendiente hacia la izquierda había una abertura en aquella inmensa pared, en la que se podía reposar, especialmente en la subida porque la bajada era fácil.
Mientras bajaban el esfuerzo era mínimo, de modo que sólo se tuvieron que detener en una ocasión al medio día, para comer algo y proseguir un descenso que no acababa nunca.
Ya atardecía cuando llegaron al último tramo descendente y penetraron en una enorme caverna vaciada en la roca granítica. Ni tan siquiera desde allí, donde el acantilado ya descendía cortado a pico,  se lograba ver el fondo, la superficie del Mar del Alba, aunque sí se dibujaba más nítida la línea del horizonte.
Era una caverna tan amplia que permitía la presencia de un buen número de carretas en espera de carga y a aquella hora estaban en plena faena y algunas ya comenzaban a subir. También contaba con los servicios necesarios para el personal que allí trabajaba, así como para algunos viajeros o curiosos que debían pernoctar antes de emprender la penosa ascensión desde Punto Bajo hasta Punto Alto, puesto que los carreteros dormían de día mientras bajaban y velaban por la noche subiendo su carga..
Cenaron en un comedor colectivo y, como es natural, el menú se basaba única y exclusivamente en pescado.
Antes de que oscureciera totalmente, un atardecer que allí, en oriente y a aquella altura, o bajura, duraba unas largas horas antes de la oscuridad total, sólo rota por las lunas en creciente, les dio tiempo a echar un breve vistazo a la plataforma de pesca.
Ancladas firmemente en la pared de roca, unas gruesas vigas de atalaya servían de soporte a algo así como un embarcadero de tablas que sobresalía en el vacío. Sobre ella se izaba una gran cantidad de  vigas inclinadas, provistas de ruedas y polipastos con gruesos cables que bajaban y subían secuencialmente. Los aparejos de pesca constaban de dos grandes redes por viga, en forma de cesta, de las que una descendía a las profundidades mientras la otra se izaba, así el trabajo de izado era menor. Permanecían un tiempo en el fondo mientras se iban izando alternativamente todas las demás y, cada cesta que subía se vaciaba de su carga de peces de clases y tamaños variados, carga que se seleccionaba y se llevaba a las carretas.
Mientras una cesta permanecía arriba, su pareja se hallaba en el agua y atraía a los peces, que consideraban aquello un refugio para mantenerse a salvo de los más grandes; pero, en lugar de refugio, era una trampa que, al cabo de unas horas, comenzaba a cerrarse, atrapando todo lo que hubiera dentro, mientras se elevaba hacia la plataforma.
- Y aquí no acaba – dijo Marcel – ahora están abriendo nuevas vías hacia abajo. Ya han bajado algunos en las redes y han calculado la distancia que hay hasta el agua; pero, por lo que dicen, pasarán años hasta que esta escalera en rampa pueda llegar allí. Para ello habría que extraer bloques durante años y ahora resulta que el granito va a dejar de ser un material de construcción útil si funciona eso de los de la Selva. Por otra parte, si vaciar el acantilado para llegar más abajo es una tarea casi imposible, más lo es poder luego subir el producto de la pesca, como mañana podréis ver. Hay quien sostiene que con la instalación actual es más que suficiente y, a lo sumo, se podría ampliar para instalar más elevadores, pero bajar más no parece que sea práctico ni posible.
- ¿Y si, desde aquí, en lugar de carretas se hiciera con elevadores como éstos, hasta la superficie – Dijo Merto
- Parece que nadie lo ha pensado, o que no es posible, o que el gremio de arrieros que hacen este trayecto tienen mucha influencia y no quieren perder sus trabajos.
- Bueno, ellos sabrán lo que hacen – dijo Fan – pero lo que yo haría ahora es ir a dormir, porque mañana va a ser un día duro.
 No sabía bien lo duro que iba a ser, pero al día siguiente se enteró. Aquello era más duro que trepar de rama en rama por la enredadera del Muro del Fin del Mundo. La altura a salvar seguro que era menor, pero la distancia a recorrer, ora a la derecha, ora a la izquierda, en aquel vaivén interminable era infinitamente mayor. Por cada largo de ascensión se había de recorrer al menos cien. Pero, con algunas paradas en los descansaderos, acabaron coronando la cima y no tuvieron tiempo ni ganas de nada más. Tiempo porque su llegada coincidía con el ocaso y ganas porque llegaron reventados y con los pies pidiendo a gritos un baño frío.
De modo que cenaron algo allí mismo, sin ganas siquiera de ir a cenar donde la noche anterior, se retiraron a dormir y durmieron tan profundamente que el sol entraba a raudales por la ventana cuando comenzaron a removerse, ya a media mañana. Ni todos los gallos del mundo, de haberse congregado allí, habrían conseguido levantarlos más temprano. Y se levantaron con agujetas, con las piernas doloridas y los pies hinchados. No tuvieron tampoco tiempo ni ganas para desayunar. Bajaron al baño común del sótano y se estuvieron horas en remojo, tanto que les quedaron los dedos arrugados como garbanzos. Cuando se recuperaron algo y se vistieron era ya casi medio día y se encontraron en el vestíbulo a Marcel, tan fresco como una rosa, esperándolos.
- ¿Qué hacemos hoy? Aquí ya no hay mucho que ver, pero si quieren podríamos ponernos en camino hacia la capital, parando en las salinas.
- Sí, para marchas estoy yo. ¿Y tú Fan?
- Yo preferiría salir temprano y hoy se nos han pegado las sábanas. Podríamos acercarnos a la plaza, aunque la subasta ya habrá acabado hace horas, comemos en aquel sitio de la otra noche y por la tarde descansamos y nos preparamos para lo que nos espera. Que supongo será otra caminata, pero en llano ¿no?.
- Efectivamente, todo en llano hasta las salinas y haremos noche allí.
De modo que, dando un tranquilo paseo, se acercaron a la plaza en la que, efectivamente, se había acabado la subasta y las carretas habían partido: unas al Punto Bajo para cargar de nuevo y otras hacia la Capital.
Tras ver los alrededores, a paso lento, se les echó encima la hora de comer y marcharon a aquel lugar al que Marcel les había llevado y comieron, nuevamente, muy a gusto.
En la sobremesa, frente a unas tazas humeantes de una infusión, que Fan no fue capaz de identificar, pero que le gustó, se suscitó un tema que le intrigaba:
- Dime, Marcel, ¿Cómo es posible que, sin saber que allí abajo había un mar y que se ignoraba lo que era la pesca, se hayan montado estas pesquerías?
- La pesca sí se conocía desde la antigüedad. Lo que ahora son unas salinas, en otros tiempos fue un mar interior o un gran lago salado con varias especies de peces que eran muy apreciados. Y en cuanto al descubrimiento del Mar Profundo, como le llamamos aquí, tiene que ver con la explotación del granito de los acantilados, algunos accidentes, intentos infructuosos de rescate y algunos intrépidos aventureros que se arriesgaron a descender para descubrir hasta donde llegaba el Abismo, exploradores que nunca llegaron hasta el fondo; pero eso, unido a unos intentos de sondeo mediante largos cables que, llegado un momento, se izaron mojados, el subsiguiente envío de recipientes que volvieron llenos de agua salada y que en uno de ellos se colara algún pez, desencadenaron un plan para conseguir pesca en aquel Mar Profundo e inalcanzable, cuando la pesca en en el gran lago salado había desaparecido por el exceso de salinización.  Y así llegamos a una combinación de aprovechamiento de las canteras con la construcción de una estructura, tallada en la roca, que se acercara lo más posible al mar. Así se fue construyendo la ruta en zigzag, los huecos de servicio, la gran plataforma de base y se diseñaron los sistemas de poleas y redes-cesta.
- De modo que descubrieron el mar, casi por casualidad, y decidieron sacarle partido al descubrimiento. Tengo que reconocer que tu gente es digna de admiración y alabo su iniciativa, inventiva y decisión – dijo Fan
- ¿Cómo pudieron descubrir que el sistema de cestas-redes o redes-cestas era eficiente y el mejor de todos los posibles?
- Se hicieron muchas pruebas con muy diferentes materiales, mallas, gruesos de cables, tipos de grúas. Se desecharon muchos prototipos, algunos que daban resultados pero no tanto como la solución final que es la que ahora se está usando, lo que no impide que se sigan haciendo experimentos paralelamente a la explotación
Esa tarde la dedicaron a recuperarse de las fatigas del día anterior. Ya no salieron a cenar y lo hicieron con las provisiones de la mochila; sin reparar en que a Marcel, aquellas provisiones en una bolsa aparentemente vacía y en un estado de conservación excelente, no le cuadraban, pero él no quiso preguntar nada.






EN QUATER parte 3 

el próximo jueves



 






miércoles, 19 de abril de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 1


Nuevas tierras y un extraño
encuentro en la noche 
en unas ruinas 
lejanas


EN QUATER1
Bien temprano se internaron por la ruta de piedra hasta perderse de vista y allí, discretamente, se prepararon para salir: Fan con el arnés puesto y los demás dentro de la mochila. Las mariposas tomaron los cables y salieron volando alto hasta perderse de vista y Fan se elevó en volandas superando las copas más altas de los árboles atalaya en dirección al sureste. Pararon para comer y reponer fuerzas a medio camino. Las mariposas, como de costumbre, desaparecieron en busca de flores. Algún raro instinto las orientaba porque volaron muy decididas hacia el Sureste. A su izquierda quedaba el verde de la Selva, interminable en una u otra dirección, que cada vez veía más lejana.
Aquel era un territorio improductivo, casi un páramo, pero Fan las había hecho descender junto a un macizo rocoso, del que partía un arroyo, y halló unas rocas en forma de cornisa que suponían un abrigo natural contra el sol, que apretaba a aquellas horas. Pensó en hacer que salieran de la mochila, pero se dijo:
- ¿Por qué? Ahí están perfectamente, no pasa el tiempo y no padecen hambre ni sed. Si pudiera ofrecerles algo mejor que ésto, lo haría, pero será mejor dejarlo para cuando lleguemos al final de esta etapa.
Buscó en la mochila, aunque no podría decirse buscar, puesto que se encontraba en la mano exclusivamente aquello que se quería sacar. Su búsqueda de algo que comer no llamó la atención de los habitantes de aquel universo contenido en una simple bolsa de lona.
Comió y se estiró a la sombra para dormir un poco hasta que regresaran sus porteadoras, y se durmió, esta vez sin sueños ni pesadillas.
Despertó al notar el viento removido por el aleteo de Zafiro y Zaf, que acababan de llegar. Se las veía bien, con energías y con signos de estar satisfechas.  Se volvió a colocar el arnés y, antes del atardecer, Fan pudo ver lo que eran las ruinas de lo que en tiempos había sido un castillo como aquel que habían dejado atrás. En este caso lo habían abandonado por no tener utilidad alguna. Allí no había selvas que talar ni tampoco pastos para criar clase alguna de ganado. El terreno era peor que el que habían dejado atrás recientemente, pero pensó que allí podían hallar un refugio para pasar la noche,  les hizo una señal para descender y se encontró frente a unos muros semiderruídos. Allí no había tampoco agua, otro motivo para su abandono. Aún parecía tenerse en pie una de las torres, se acercó y se aseguró de que no se les caería encima. Había un hueco alfombrado de hierbas secas que podría permitir pernoctar a cubierto. Las mariposas marcharon, pero esta vez hacia el este. Hizo salir a todos de la mochila, entre él y Merto desbrozaron un poco su futuro refugio y se dieron una vuelta de exploración. No quedaban más que piedras, algunas tejas rotas y ningún rastro de que aquello hubiera estado habitado en años.
Aunque era de día aún, Sattel salía tímidamente por oriente con una mitad oculta. Tendrían luz suficiente aquella noche sin tener que hacer fuego, pero lo hicieron. Además de las tejas y piedras, aún quedaban restos de algunas vigas de lo que fuera la techumbre, carcomidas y podridas por las lluvias y el tiempo. Algunos de estos restos aún eran aptos para una fogata y los acarrearon a su refugio. Fan había guardado en la mochila una de las patas traseras del merodeador que sobró de la cena. Sabía que allí dentro no se echaría a perder y que se conservaría como recién cazado. Una vez asada cenaron ambos y Rubí. No era tan buena como la pata delantera, porque era más seca y un tanto correosa, pero hicieron los honores convenientemente.
Y se echaron a dormir sobre un colchón de hierbas que habían apilado y cubierto con la manta. Se taparon con la capa de seda, durmieron profundamente hasta clarear el día y se prepararon para la siguiente etapa.
Desde lo alto Fan veía el paisaje desfilar a sus pies. El desolado páramo que rodeaba a lo que fuera el castillo iba cambiando a ojos vistas, aunque no sabría decir si a mejor o a peor. A las tierras yermas y planas les sucedían masas rocosas cada vez más abundantes y más masivas, el terreno se iba ondulando y presentaba colinas peladas, cada vez más altas.
A lo lejos algo le llamó la atención: una columna de humo se elevaba vertical, podían ser pastores, una vivienda aislada o cualquier otra cosa. Al acercarse pudo ver un bosquecillo próximo a aquella columna de humo. Se podía apreciar que lo que quedaba eran los restos de un bosque mucho mayor que había sufrido fuertes talas por los restos de tocones que quedaban. Pudo ver ahora, desde más cerca, elevarse una segunda columna de humo, más tenue, y alguna otra más.  También carretas transportando rocas que apilaban junto a aquellos cráteres humeantes. No muy lejos pudo ver uno de ellos, aunque sin humo, pero no era un cráter sino un pozo excavado en la tierra del que iban sacando piedras muy blancas y las cargaban en carros. Un poco más lejos pudo ver triturar aquellas rocas con unos grandes rodillos, pero pasaron de largo y no pudo apreciar más detalles. Se aproximaron a otro espacio desierto, aunque menos árido que el anterior, en el que se veían matorrales y algún árbol aislado, de modo que dio la señal para bajar, tras asegurarse de que no andaba nadie por los alrededores.
Tras soltar los cables, una vez Fan estuvo en tierra, siguieron el vuelo hacia el sureste y Fan también se preparó para comer algo. Comió, sin ganas, unas galletas saladas y un poco de su propio queso, que se conservaba tal y como lo había guardado, cosa que no acaba de ser muy buena para un queso o para un vino. Se estiró sobre la manta en el duro suelo, pero a la sombra de un grueso árbol, en espera de que regresaran de libar.
No tardaron mucho, las flores no debían estar muy lejos, y reiniciaron el viaje con Fan balanceándose ligeramente, como si estuviera en un gigantesco columpio.
En unas horas más, en que las tierras se veían más pobladas, más vegetación y alguna casa aislada con algo de cultivos y ganado, pudo ver una mancha en la distancia, un poco más hacia el este y cerca de donde parecía dibujarse la línea del horizonte que formaba el borde del Abismo Insondable. Aquella mancha se veía de un blanco brillante, pero también con reflejos fulgurantes como si el sol se mirase en un espejo, o en agua.
- Seguramente será agua – pensó – ¿habrá allí un lago?
Y les indicó que volaran en aquella dirección.
Ya estaban bastante cerca cuando, hacia el suroeste, se iba agrandando algo que rompía la lisa superficie de aquella llanura, ahora cuadriculada por pastos y cultivos. Podía ser una formación rocosa o la Capital de Quater. Desvió la vista hacia aquellas lagunas, aparentemente artificiales, que era aquello que le había llamado la atención con su brillo. Por lo que le había dicho Halmir, la sal procedía de aquel reino y supuso que de allí mismo, que la extraían de aquellas salinas junto a las cuales se apilaban montañas blancas y refulgentes. Pero… ¿De dónde sacaban el agua salada? ¿Habría algún manantial?.
En aquel reino había muchas cosas por investigar y que conocer. Pero ya estaba anocheciendo y llevaban ya muchas horas de vuelo. No encontró nada más apto para descender discretamente que una arboleda a medio camino entre las salinas y la capital, apartada de la ruta que las unía. Descendieron allí y decidió cenar ligeramente para pasar la noche envuelto en la capa y seguir el viaje bien temprano.
Comenzaba a clarear cuando se elevaron y, dejando de lado las salinas, se orientaron hacia aquello que parecía la Capital. Poco a poco pudo apreciar detalles: una alta construcción en el centro de aquel apiñamiento de piedra gris, y unas grandes superficies de un color rojo muy intenso que resultaron ser los tejados.
No quiso acercarse demasiado para no provocar alarma. Buscaba con la vista algún bosquecillo cercano, unas rocas, alguna cueva, un lugar discreto para descender y hacer luego el camino a pie, pero aparte de aquella arboleda no había nada que no fueran cultivos o eriales.  Decidió ir más hacia el sur; pensando en que aquellos bosques que viera al norte de la fuente, por la que había salvado el Muro al llegar a Hénder, pudieran prolongarse hacia la frontera de Quater y más al norte.
Y no tuvieron que volar muchas horas; porque, desde muy cerca del borde del Abismo, se dibujaba una línea de montañas de oeste a este y, por el color, parecían estar dotadas de una cubierta vegetal. Pero tuvieron que hacer una pausa a medio día en un páramo abrasado por el sol. Fan echó de menos la cubierta vegetal que siempre les había proporcionado Esmeralda, pero no iba a sacarlos en aquel inhóspito terreno y, además, no se entretuvieron mucho allí. Las montañas aún quedaban lejos, y demasiado lejos de la Capital para luego hacer el camino a pie, pero decidió acercarse a ellas. Zafiro y Zaf es posible que estuvieran a punto de agotarse y quedar faltas de energía, pero volaron con fuerzas renovadas como si hubieran detectado la presencia de campos floridos. El terreno cada vez era más ondulado. Por los barrancos corrían arroyuelos que procedían de las montañas más altas visibles hacia el sur. Fan pensó que aquello se parecía a las estribaciones de las Montañas Brumosas y las hizo descender.
Un arroyo rumoroso discurría entre rocas, los árboles daban buena sombra y Diamante tendría buen pasto para comer, así como una tierra blanda y rica para que Esmeralda clavara sus raíces.
Buscó un lugar apropiado para acampar, abrió la mochila y ayudó a salir a todos que no se asombraron nada al ver el lugar tan cambiado desde que, hacía un instante para ellos, habían entrado. Ya se estaban acostumbrando a que el entorno cambiase radicalmente en un abrir y cerrar de ojos, o mejor en un abrir y cerrar de mochila.
Fan le contó a Merto lo que había visto en el viaje.
- ¿Y por qué no has parado y me has avisado? Me habría gustado ver esas cosas que cuentas
- Ya las verás, pero ¿No eras tú quien decía que lo mejor era viajar hasta el destino sin enterarse? Pues eso es lo que yo te decía: el viaje hay que vivirlo en cada uno de los detalles durante todo el trayecto.
- Bien, pero ahora espero ver todo eso. La verdad es que no tenemos prisa, nadie nos espera y podemos tomarnos las cosas con calma. Otra cosa: ¿Tienes interés en conocer otro rey? Yo ya tengo bastante con los que conozco y tengo demasiado con las ceremonias, recepciones, etiquetas y protocolos. ¿No podíamos, por una vez, pasar inadvertidos. Como unos simples viajeros?
- Me parece perfecto, aunque eso de pasar inadvertidos con nuestro color va a ser algo difícil. Como no nos pintemos de azul…  Pero creo que no colaría.
- En estos tiempos creo que ya se mueven por todas partes gentes de todos los reinos. Podríamos pasar perfectamente por hurim , aunque ellos no son amigos de abandonar su oasis, salvo en los envíos del fruto.
- Podemos intentarlo. Algún día los hurim se atreverán a salir de su oasis, tal como nosotros acabamos saliendo de Aste, y nosotros podríamos ser esos primeros hurim que salen en busca de aventuras, eso es algo que dominamos. Pero tenemos otro problema, aparte del color, y son nuestras Joyas. Aunque no lo hagamos nosotros, ellos sí que llamarán la atención y suscitarán preguntas.
- Pues es muy fácil. ¡A la saca con ellas! Total ahí adentro no se van a enterar y estarán muy a gusto.
- Buena idea, si no fuera porque a las Zaf no creo que les convenza. Nunca han entrado y dudo que quieran hacerlo, pero por probar que no quede.
Lo intentaron infructuosamente. Sabían muy bien que entendían todo lo que les decían y sospechaban que también hasta las intenciones o ideas antes de ser expresadas, pero no hacían caso a sus instrucciones para que plegaran las alas y entraran en la mochila. Aquello parecían no entenderlo y extendían aún más sus alas, de modo que era imposible hacerlo.
Se alejaron volando varias veces y no regresaron hasta el cabo de unas horas, como para darles tiempo a ellos para entrar en razón y desistir de su intento. Lo que sí acabaron entendiendo es que volaran bien alto para no ser vistas y que no les perdieran de vista a ellos.
Y a la mañana siguiente: con Rubí, Diamante y Esmeralda a buen recaudo, y con las mariposas allá a lo alto, casi invisibles, partieron sin prisas hacia el norte. Atrás dejaron los bosques y se internaron en unos pastizales vírgenes, como antes lo fueran aquellos al norte de Alandia.
Encontraron una ruta carretera que debía servir para el acarreo de madera de aquellos bosques del sur hacia los hornos de cal y yeso que Fan había visto, y decidieron seguirla pensando en que llegarían a alguna instalación o se encontrarían con alguien en el trayecto.
Y lo consiguieron, no encontraron a nadie, pero no tardaron en hallar varios hoyos que debieron servir en tiempos como hornos de cal y yeso, pero se veían abandonados desde hacía tiempo. La lluvia los había convertido en unos pozos de aguas cristalinas que probaron y encontraron frescas y agradables al paladar, dentro de la lógica insipidez del agua. Fan aprovechó para sacar de la mochila los odres de agua y rellenarlos a conciencia.
Cerca de aquellos pozos se hallaba, aún en pie, una edificación de ladrillo, techumbre de gruesas vigas sobre las que descansaba un tejado de rojas tejas, en muy buen estado, y decidieron pasar allí la noche. Zafiro y Zaf, como adivinándolo, descendieron y se posaron en el tejado.
- ¿Qué hacemos? - dijo Merto - ¿Sacamos a los otros?
- No veo que sea buen terreno ni para Diamante ni para Esmeralda, aunque en sitios peores han estado, pero creo que ya están bien en donde están y, si no podemos ofrecerles algo mejor, es preferible que sigan allí, sea donde sea ese allí.
Esa noche durmieron a cubierto en aquella casa, aunque bien hubieran podido hacerlo en el exterior, porque estaba despejado y la temperatura era suave.
A la mañana siguiente reanudaron el camino y ya era mediodía cuando avistaron un valle verde, atravesado por un arroyo bordeado de altos atalaya cubiertos de trepadoras. También había un bosquecillo de umbros al que Fan decidió encaminarse porque el calor comenzaba a hacerse notar.
Allí, a la orilla del arroyo susurrante, sobre un verde pasto, decidieron descansar y comer algo. También pudieron comprobar que el terreno era bueno para sacar de su muelle reclusión a Rubí, Esmeralda y Diamante, de modo que les hicieron salir.
Esmeralda clavó sus raíces cerca del arroyo, pero sin prisas, se notaba que no necesitaba agua ni minerales desde su entrada en la mochila y presentaba un verde luminoso y oscuro,  bien  diferente al color que tenía a bordo de El Hipocampo. Tampoco Diamante hizo mucho por degustar aquel verde y tierno pasto y sólo tomó, como golosina, un tallo de té de roca que llevaban en el saco.
Ellos sí se prepararon a comer y lo hicieron con gana, pero Rubí no cató nada de lo que había, parecía desganado y es que, cuando se retiró a la mochila estaba saciado y no había pasado el tiempo suficiente como para digerir lo comido.
Las mariposas se habían posado en las ramas de un umbro seco y parecían dormir, si es que las mariposas duermen. Tampoco comieron nada pese a que, alrededor, había árboles floridos, y no porque hubieran estado en el mundo atemporal de la mochila, sino porque acababan de dar buena cuenta de un campo de drufas en flor.
  Tras reposar un rato y recluir a las Joyas, se pusieron en camino hacia el norte. Zafiro y Zaf alzaron el vuelo y se perdieron de vista a gran altura. A lo lejos se las veía como dos puntitos móviles sobre un límpido cielo azul.
Era agradable caminar por aquellos prados sombreados por umbros que, poco a poco, se volvieron más dispersos hasta que, al fin, llegaron a un terreno pedregoso y reseco, sin ningún signo de vida ni señal de mano humana, salvo el propio camino abandonado.
Antes de que el sol descendiera hasta un cuarto de altura sobre la línea del horizonte, señal de que no pasaría mucho tiempo para comenzar a atardecer, se destacaban, no muy lejos, una serie de colinas bajas que ondulaban suavemente el paisaje. El camino seguía en esa dirección, y lo siguieron, no tardando en llegar a la primera.
Redondeada por el paso del tiempo y la erosión, se hallaba tapizada de matorrales espinosos de bajo porte. Sólo el camino que, obstinadamente discurría hacia el norte, se hallaba libre de aquella erizada población, aunque ya comenzaban a asomar algunos pequeños brotes sobre la desierta calzada.
Siguieron avanzando y la nueva colina que cruzaron se encontraba cubierta de rústicas plantas aromáticas que Fan conocía bien, pero éstas sin espinas. Recolectó los tallos más tiernos para su bolsa de infusiones y siguieron avanzando.
Ya era entrada la tarde cuando llegaron a la siguiente colina. Estaba cubierta de pasto mezclado con algunas aromáticas dispersas. Todo estaba bastante mustio, señal de que hacía bastante tiempo que no llovía por allí y tampoco había arroyos o manantiales cerca, pero a ellos no les preocupaba porque habían repuesto sus provisiones de agua y llevaban para un regimiento y abrevar una manada de alzemús.
Junto al camino encontraron los restos de lo que, en tiempos, debió ser una posada o parada de aprovisionamiento. Las paredes aún se mantenían en pie, pero los tejados habían caído. No obstante aún se conservaba en pie un pequeño cobertizo anejo y parecía en bastante buen estado. Había signos de que alguien lo había utilizado recientemente, pero no había nadie, y decidieron pasar allí la noche.
- ¿Les dejamos salir? - dijo Merto
- Yo les dejaría ahí bien tranquilos. Esto no es que sea mejor para ellos que donde están y total mañana debemos seguir temprano nuestra ruta.
- Pues voy preparando algo de cenar ¿Qué te apetece?
- Yo no me complicaría mucho. Saca algo de lo que llevamos, algo que no requiera hacer fuego ni usar vajilla o cubiertos.
- Pues con algo de pan, pata de cinguo, queso y algún frasco de frutas en conserva ya nos arreglamos. Por aquí no parece haber nada para cazar, pescar o recolectar.
Cuando acabaron de cenar ya era noche cerrada, aunque con luz lunar, de modo que se echaron sobre la manta, se cubrieron con la capa de seda de Los Telares y se dispusieron a dormir. Las mariposas habían regresado y se habían buscado también un lugar resguardado entre las ruinas.
La noche estaba iluminada por Sattel en creciente avanzado y Munie en menguante, con lo que se veía bastante bien. En una esquina del cobertizo dormían cubiertos con aquella capa especial y nadie hubiera dicho que alguien estuviera allí.
Y es lo que pasó. Que alguien entró, a la luz de las lunas, y se disponía a echarse a dormir cuando, al buscar su rincón favorito, lejos de la puerta y de las ventanas desvencijadas, tropezó con algo que no pudo ver y que no pensaba que estuviera allí.
Fan y Merto, que aún no habían llegado a la fase de sueño profundo, se incorporaron bruscamente, sorprendidos por la intrusión y, a la luz de las lunas, pudieron distinguir a una figura menuda, encogida sobre si misma como temiendo un peligro o un castigo.
- ¿Qué sucede?, - ¿Quién es?, - ¿Qué ha pasado?, -¿Esto qué es?, ¿Quién hay aquí? ¡No te muevas!
Sonaron tres voces entremezcladas en una barahúnda casi ininteligible.
Fan pudo ver mejor a aquel visitante nocturno. Se trataba de un niño no mayor de quincea ños, de un evidente color azul, con un rostro macilento y asustado, cubriéndose la cabeza con las manos, como temiendo recibir un golpe, y vistiendo unas ropas raídas y mugrientas.
- No me hagan daño, por favor – acertó a balbucear.
Ambos se acercaron a él y le ayudaron a incorporarse porque estaba hecho un ovillo en el suelo, en actitud defensiva. No mediría más de largo y medio y se le veía escuálido.
- No tengas miedo – dijo Fan – no te haremos ningún daño. ¿Estás bien?
- Me da la impresión de que no has comido nada – dijo Merto
- No pretendía robarles. Perdón. Sólo quería dormir en mi rincón y tropecé con ustedes. No les había visto y eso que hay lunas.
- No importa – dijo Fan – Vamos a ver primero qué podemos hacer por ti, que creo necesitas comida y agua. ¿Me equivoco?
- Es cierto. Hoy no he encontrado nada, ni un roerroe.
- Pues ahora te tranquilizas, te sientas en aquella piedra y te busco algo para sacarte el vientre de penas – dijo Merto, yendo a la mochila y sacando pan, queso y agua, de momento.
Devoró ávidamente las provisiones, vació la cantimplora y repitió de todo. Merto se encargó de proveerle y, finalmente, le abrió un frasco de frutas en almíbar del que no tardó en dar buena cuenta.
Ya repuesto rompió a hablar:
- Llegué ayer desde la Capital. Ya antes había estado por aquí y conocía este refugio. Es el único lugar aprovechable en los alrededores. Me voy alimentando de lo poco que cazo, aunque por aquí no hay otra cosa más que unos cuantos roerroe y alguna dura raíz. Para el agua hay que ir lejos, hasta un arroyo más hacia el sur, pero no tengo en donde transportarla, así que no puedo beber nada si no regreso al arroyo y está a horas de camino. Esta noche iba a ser la última en dormir aquí porque mañana pensaba trasladarme cerca del agua e improvisar allí una cabaña.
- Pero ¿Qué haces aquí tan solo? ¿No tienes familia? - preguntó Merto
- ¿No puedes vivir en la ciudad y ganarte allí la vida trabajando? Ya sé que eres pequeño, pero algo podrías hacer y estarías mejor que aquí.
- Desde muy pequeño me quedé sin padres por un accidente en las canteras. Nadie se quiso hacer cargo de mi y tampoco me daban trabajo por ser muy pequeño y, para sobrevivir, desde los siete años tuve que robar. No tenía otra opción, hasta que me pillaron. Me enviaron a las balsas de barro como castigo y, después de unos días de aquel trabajo esclavo, duro para hombres hechos y derechos e inhumano para un niño de diez años, decidí escapar y regresar a la ciudad. Lo logré pero no podía conseguir un trabajo honrado sin delatarme, de modo que desempeñaba encargos y trabajos de dudosa legalidad para gentes indeseables. Hasta hace un año en que hicieron una redada y detuvieron a mis..., digamos patronos, pero yo escapé y, desde entonces, he recorrido el país de norte a sur y de este a oeste, haciendo trabajos parecidos y teniendo que escapar de un lugar a otro si no quería acabar en las canteras de granito. Aquí estoy ahora, pensando en huir lo más lejos posible de cualquier persona, y aquí me encuentro con ustedes que, como puedo ver, no son quatianos y eso me tranquiliza. ¿Acaso son hurim?. Por el color sólo pueden ser eso, porque los he visto en sus caravanas trayendo frutos y llevándose de todo lo que necesitan.
-Pongamos que sí – dijo Fan – pero… ¿a dónde pensabas llegar? Porque al sur sólo encontrará bosques, luego el reino de Hénder o el Abismo Insondable y al oeste el desierto con sus tiburones de arena y nada de agua. Nosotros queremos conocer tu país, pero no sabemos cómo hallar las factorías de cerámicas, los hornos de cal y yeso, las canteras, las salinas y muchas cosas más. Si nos pudieras orientar te lo agradeceríamos mucho y podríamos facilitarte provisiones y un odre para que puedas llevar agua.
- Mejor que eso. Les puedo hacer de guía. Conozco el país palmo a palmo y les puedo conducir a donde quieran.
- No sé…. - dijo Merto – corres el peligro de que te detengan de nuevo y te envíen a esas balsas o canteras que dices.
- No creo. Sólo si me atraparan haciendo algo indebido me podrían detener, porque nadie me conoce. En Quater todos los niños parecemos iguales. De modo que, si fuera su guía, podría recorrer el país sin peligro.
Fan y Merto se retiraron a un rincón a decidir qué hacer, mientras él se quedó comiendo otro trozo de pan con queso que le había dado Merto.
- ¿Qué te parece Fan? ¿Nos podemos fiar?
- Fiarnos sí, de momento, pero tenemos secretos que no me gustaría que descubriera.
- Yo voy a seguir caminando y no usaré la mochila. Ese secreto está debidamente protegido.
- Pero… ¿Y los otros?. Tendrán que permanecer ahí todo el tiempo. Ya sé que el permanecer ahí no les causa ningún problema, pero… ¿Y si les necesitamos?
- No creo que les necesitemos. Pueden seguir sin salir y ni se van a enterar.
- Parece que estás muy interesado en que nos acompañe. ¿Has pensado en Zafiro y Zaf?
- Ellas saben mantenerse a distancia y saben más de lo que creemos. Si las llegara a descubrir ya sabremos inventarnos algo. Y no creas que tenga un interés especial en este desgraciado pilluelo, pero creo que descubriremos más cosas de Quater con él que de cualquier otra manera.
- Está bien. Yo también voto por que nos guíe. Ahora vamos y se lo decimos.
Y, decididos a explorar aquel reino desconocido, le propusieron marchar los tres, bien de mañana, hacia lo más interesante que pudiera haber en las cercanías.
- Por aquí ya no queda nada de interés. La leña más cercana ya está muy al sur, porque se han ido agotando todos los bosques que quedaban, y es por eso que la mayor parte de las explotaciones de cal y yeso, además de las tejeras y otras elaboraciones de barro, se fueron trasladando al norte para estar más cerca de los bosques próximos a la Selva de Trifer.  Las últimas explotaciones que quedaban, aunque aún hay alguna que sigue deforestando lo poco que queda, se fueron más al norte y cerca de la frontera de Trifer desde el momento que se normalizaron las relaciones y el comercio, y donde la madera, leña y carbón están más accesibles y en abundancia. Esta ruta, que servía para transportar los combustibles desde el sur, quedó en desuso y en poco tiempo la Naturaleza ya está recuperando sus dominios. Lo más cercano que tenemos por aquí son las pesquerías y puede suponer poco más de dos días en llegar.
- Pues vayamos a las pesquerías – dijo Fan – Siempre me he preguntado cómo es posible pescar si no hay puertos ni playas y el mar está a tanta bajura.
- Querrás decir altura – replicó Merto
- No. Lo que está alto es Quater. El Mar del Alba queda muy abajo.
- Pues eso mismo. Que queda muy abajo y yo tampoco me explico cómo lo hacen.
- Aquí le llamamos el Mar Profundo y, si me siguen, podrán verlo con sus propios ojos. Yo también he trabajado allí remendando las redes que se rompen por el roce con los acantilados. Les puedo guiar al nivel más bajo, desde el que casi se puede ver el mar.
- Aquí, entonces, Andrea y sus compañeras tendrían mucho trabajo – dijo Merto.
- Bien. Será mejor volver a intentar coger el sueño y espero no tener nuevas sorpresas, porque mañana nos espera una buena caminata. ¿No es así? . Y, a todo esto, yo me llamo Fan y él Merto, pero tú ¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Marcel, pero todos me llaman Oyetú. Y lo de la caminata se lo garantizo.
- Te llamaremos Marcel porque no creo que lo de Oyetú te lo dijeran amigablemente. Tienes el color del mar y del cielo, Marcel es un nombre que te pega bien, aunque mañana tendrás que darte unas buenas friegas para no verte tan nublado como ahora.
De modo que ellos se tendieron sobre su montón de hierba seca y se taparon con la capa, porque la manta se la dejaron a su nuevo compañero de aventuras, que se envolvió en ella en otro rincón de aquellas ruinas.



EN QUATER parte 2 

el próximo jueves





miércoles, 12 de abril de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 12 (Hacia los reinos)



 Fan conoce el Reino de Trifer 
mientras Merto se encarga 
de las negociaciones 
entre triferianos 
y rocanos





HACIA LOS REINOS
Todo estaba ya en marcha y el rey decidió que su presencia allí ya no tenía sentido, de modo que partieron hacia la capital, acompañados por la Joyas. Fan en su carroza, que ocupaba el segundo lugar en la comitiva real, llevaba a Rubí, Esmeralda y Diamante. Habían salido temprano y, tras hacer una breve parada para comer, llegaron a Trifer capital al atardecer puesto que sólo iban con carrozas ligeras tiradas por saltarenas adiestrados. El resto de la comitiva con los suministros y demás pertrechos tardaría un día o dos más puesto que formaba parte de un convoy de carros cargados de madera y tirados por alzemús . El sol se ponía sobre las estepas que cubrían el territorio hasta la frontera de Dwonder y los altos acantilados del Océano del Anochecer. Llegando a la ciudad, la ruta estaba jalonada por una larga empalizada a cada lado y pavimentada por gruesos tablones pulidos que hacían que las carretas sonaran con un leve zumbido continuo. Era evidente que allí no les faltaba madera. Todas las casas eran del mismo material, salvo algunas que se veían más recientes y que eran de piedra, ladrillo y teja procedente de Quater. Fan pensó que allí un incendio podría ser desastroso.
Era una ciudad muy activa. Por las calles se veían gentes atareadas llevando paquetes, tableros, muebles confeccionados, paseando o de compras en los muchos establecimientos comerciales. Y lo que más sorprendió a Fan fue el ver a gentes de otros colores: rojo, azul y negro, por aquellas calles, algo que raramente había visto en Hénder. Claro está que hacía tiempo que no andaba por allí y las relaciones entre los reinos eran más activas últimamente.
Al fin llegaron al Palacio Real, un edificio en obras. Parecía que estuvieran reemplazando los muros de madera por otros en piedra de Quater, pero el núcleo central, con los alojamientos reales, se mantenía en madera tallada y policromada, pero en madera. Supuso Fan que el rey no quería abandonar el signo de identidad de su país, además de que era el material más acogedor y aislante en aquellas tierras más norteñas.
En el alto muro de piedra que defendía la residencia real, no se sabe de qué, se abrió una enorme puerta de hierro forjado, posiblemente de Hénder, y la comitiva penetró en el amplio patio poblado por árboles de copa ancha llamados umbros y que, seguramente, habían trasplantado desde la selva. Casi no se podía distinguir la puerta principal del Palacio, a no ser porque en el suelo, de madera como todo el patio y todas las calles, una franja de otro color parecía esbozar un camino entre aquella pequeña selva artificial. Allí quedaron las carrozas de la comitiva; y el Rey, flanqueado por una guardia más decorativa que defensiva, avanzó por aquella especie de sendero hasta las gruesas puertas talladas en madera negra que cerraban la real residencia. Estaban abiertas de par en par y una formación de toda la servidumbre hacía guardia a ambos lados. 
Fan dejó a las Joyas en el exterior, cerca de aquellas puertas, les indicó que esperasen y siguió en pos del rey.
Atravesaron las puertas y desembocaron en un gran salón, lógicamente todo en madera, amueblado con las más bellas obras de los más afamados ebanistas del reino. También se podían apreciar detalles decorativos procedentes de los otros reinos: Alfombras y tapices, piezas de cerámica como jarrones y figuras artísticas, celosías móviles de hierro forjado que dividían aquel inmenso salón en espacios diferenciados y que, al retirarlas, permitían albergar a una multitud.
Al fondo destacaba un estrado con un trono, tallado delicadamente, mostrando escenas de las antiguas guerras de la Tetrápolis. El Rey no tomó asiento en él, ordenó a uno de los sirvientes que acompañara a Fan a sus alojamientos y le facilitara todo lo necesario, y él mismo también se retiró a sus aposentos. Supuso Fan que a asearse, cambiarse la ropa del viaje y prepararse para la cena.
El sirviente le guió a un amplio y luminoso dormitorio con vistas al bosque interior. Un gran lecho ocupaba una de las esquinas y estaba provisto de cuatro columnas salomónicas que soportaban un dosel bordado con unos motivos geométricos que le recordaron a los de Sirtis. Él no llevaba ropa de recambio, la había olvidado en la mochila y ésta se la había quedado Merto. Lo único que tenía era lo puesto y, en un bolsillo, la pequeña cantimplora de sicuor, que sí había tenido la precaución de guardarse, más que nada para evitar que Merto la usara accidentalmente o se perdiera. Pero entonces no era el momento de explorar nada, salvo aquel dormitorio.
En un amplio armario que ocupaba toda una pared, y que casi pasaba desapercibido, halló toda clase de ropas y calzados de distintas tallas, de modo que cualquier huésped, fuera del tamaño que fuera, podría encontrar allí algo que ponerse. Estaba pensado, posiblemente, de tal manera como cuarto de invitados en el que cualquiera podría encontrarse cómodo y disponer de todo lo necesario. De modo que siguió explorando y, tras una puerta de cuarterones, con un picaporte de hierro colado y de buen tamaño, se ocultaba un cuarto de baño completamente equipado y con una bañera de zinc en la que habría podido dar unas brazadas.
La bañera estaba llena y comprobó que el agua estaba templada. Un entramado de tubos de cobre le servían de soporte y, al tocarlo, comprobó que era eso lo que mantenía la temperatura. Se dio un largo baño y, luego de secarse, se vistió con una cómoda túnica hasta los pies hecha de suave lana, calzó unas sandalias de cuero y se quedó un rato contemplando desde el ventanal a los árboles, en los que una legión de pájaros revoloteaban y cantaban, aunque el sonido no le llegaba a causa de los gruesos cristales. Abrió la ventana, y un torrente de trinos, gorjeos y piares, rompió el silencio de aquel dormitorio. Se encontraba entre ellos un gran banco de perlinos, que evolucionaban en bloque, adoptando sus formaciones caprichosas figuras y resaltando, sobre el verde y el azul cielo, su color nacarado brillante. Los colicortos, no tan gregarios, saltaban de rama en rama llevando briznas de todo tipo para construir sus nidos. Otras muchas aves que conocía y otras que desconocía cantaban en las planas copas de los umbros. Otros perseguían, como un ballet aéreo, los insectos que eran sus presas y su alimento.
En esta contemplación estaba cuando llamaron a la puerta.
- Pasen – dijo en voz alta para hacerse oír en medio de aquella orgía pajaril, mientras cerraba la pesada ventana y se hizo nuevamente el silencio.
 Penetró un ceremonioso criado y, con una especie de reverencia, casi occidental, le dijo:
- Señor: Su Majestad me envía para solicitarle que se reúna con él antes de la cena.
- Ahora mismo voy pero, en confianza. ¿Estoy vestido adecuadamente para ello? Desconozco los protocolos, usos y costumbres de este reino y no quisiera comportarme de un modo inconveniente.
- Va perfectamente, señor; aunque, si se quiere sentir más cómodo, le puedo sugerir algo más acorde con su vestimenta habitual y que también es apropiado para la ocasión, que es informal y no de gala.
- Pues me parece muy bien, vamos.
El criado sacó del armario unos pantalones de hilo en color amarillo y una camisa del mismo color, con cuello y puños adornados con encajes de seda blanca.
- Puede elegir otro color, pero éste es nuestro preferido, el color del reino y a Su Majestad le gusta.
Se cambió de ropas, se calzó unos zapatos ligeros, de una piel fina y cómoda y, antes de marchar, se acercó a sus ropas que había dejado sobre el lecho y se guardó la cantimplora.
El criado recogió aquellas ropas y las que se acababa de quitar y salió por la puerta. Siguiendo al criado se halló en otro salón, grande, con un estrado y un trono igual al que ya había visto, pero aquel salón no era tan inmenso como el primero. En el trono se encontraba el Rey revisando distraídamente unos papeles; y se levantó, dejándolos a un lado, al verle entrar. Se acercó y le dijo:
- ¿Vamos?
- Vamos – respondió Fan aunque sin saber a dónde.
Y, atravesando una puerta oculta tras una cortina de pequeñas lamas doradas, se halló en un comedor con una mesa adornada con flores y preparada para un banquete. Fan recordó que el criado le había dicho “es informal y no de gala.” y pensó:
- Pues ¿cómo será algo de gala?
A ambos lados de la mesa, dos hileras de gentes elegantemente ataviadas, con un amplio predominio del color amarillo, no solo en sus rostros sino en sus vestiduras, se sentaron tan pronto lo hizo el Rey. Fan se sentó a su derecha, a una indicación de Su Majestad que, acto seguido, dio una palmada y comenzaron a desfilar bandejas, fuentes, cazuelas, … de diversos manjares. Acabó probando todos, pero en pequeña cantidad, no quería terminar teniendo pesadillas como días atrás. Algunos de los platos ya los conocía de Hénder y de Serah; pero otros le sorprendieron, no tanto como los platos de la cocina occidental, pero le sorprendieron y agradablemente. Uno de ellos era una suave crema vegetal, pero con un aroma resinoso, como a madera. El Rey le aclaró que, al igual que el fermentado de drupas, esta crema se criaba unos días en bodega en barricas de pino enano, un pino que poblaba la selva mezclado entre otras especies de hoja caduca.
Acabando la cena, Fan pidió permiso al rey para salir a ocuparse de sus Joyas. A Rubí, que se encontraba inmóvil como haciendo guardia junto a la puerta, le llevó un buen pedazo de carne asada del banquete y los demás ya se habían acomodado un poco más allá, bajo los árboles en una zona carente de entarimado. Todos se acomodaron bajo los umbros, salvo las mariposas, que se habían quedado con Merto.
Regresó al salón y se reunió con el rey, que le condujo aparte a una pequeña sala-biblioteca, se acomodaron en dos mullidos butacones y le instó a que contara algo de sus aventuras.
Se les acabaron haciendo las tantas y su interlocutor no se cansaba de escucharle. Pero, finalmente, dio por terminada la velada, más que nada porque tenía que madrugar para ocuparse de las cosas del gobierno y por que tenía que recibir una delegación de Quater y no quería desairarlos llegando tarde. Tras emplazarlo a que siguiera con sus relatos la noche siguiente, se retiró a sus aposentos y Fan a su dormitorio. Sobre la cama halló sus ropas limpias, dobladas y sin una arruga y las depositó sobre una mesita que había en otro rincón.
No tenía que madrugar y, aunque ya era muy tarde, se acostó y tomó un trago de la cantimplora. La oscuridad del cuarto, sólo rota por un leve rayo de Munie que entraba por la ventana, aún se hizo más espesa, casi tangible, y procuró fijar su atención en la Ciudad de Roca Viva.
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Pudo ver que Axen, junto con Merto, dialogaba con los enviados del rey Yellow. Era una conversación distendida y desenfadada. Estaba claro que todo iba bien.
En ese momento Axen decía:
- Pero yo creo que, aunque vuestra carreta está muy bien, nuestro sistema podría ser más eficaz y más rápido para viajar entre nuestros países. Ya os lo he dicho: En pocos días puede estar en marcha si nos ponemos ya manos a la obra
- ¿Qué lo impide? - dijo Merto
- Que ellos lo aprueben porque afecta a todos
- No nos oponemos – dijo Salad, uno de los delegados del rey que llevaba la voz cantante – pero ¿Quién gestionará su uso y mantenimiento. Si lo construye Roca Viva, será Roca Viva quien se encargue de todo y eso puede no convenir a Trifer.
- Y ¿qué es lo que propones? - dijo Merto – porque creo que es importante hacer algo y no perder el tiempo en charlas vanas.
- Técnicamente Roca Viva puede construirlo y mantenerlo, pero nosotros tendríamos que decir algo en cuanto a la explotación. Pienso que deberíamos llevar la gestión a medias, aunque también sería justo que quien construye y mantiene reciba alguna contraprestación.
- Estamos de acuerdo – intervino Axen – ahora será cuestión de negociar esa contraprestación; pero, entre tanto, será necesario comenzar ya con la obra.
Dio unas instrucciones al Jefe Técnico de la Ciudad y éste marchó a preparar los equipos que ejecutarían aquel ambicioso proyecto.
Fan dejó de interesarse en aquella aburrida escena; pensó en Aste y, al momento, se encontraba en su casa. La puerta abierta dejaba entrar el barullo de una multitud, que se divertía como siempre en aquellas habituales veladas al aire libre.
Todo parecía normal. Deseó ver algo aún no vivido, algo futuro, y se encontró colgando de una red que pendía de una gran altura y sobre un mar embravecido. Una pared rocosa, a su espalda, parecía no tener fin mirase donde mirase, y la malla se balanceaba movida por el viento. Temía estrellarse contra aquella pared pétrea e interminable o caer a las rocas del fondo, blancas de espuma por la rompiente. Se sentía impotente y quiso salir de allí y de la visión. En su lugar se vio volando con Zafiro, mientras a su lado volaba Góntar con el otro arnés, sostenido por Zaf. A lo lejos podía ver el Gran Lago
- ¿De modo que Góntar podrá hacer un viaje a la cabaña? Pero… ¿Cuándo? - pensó.
Y en ese momento la escena cambió y se encontró nuevamente en Roca Viva. Salad acababa de firmar un acuerdo con Axen, por la que éste cedía la explotación del transporte que construirían y mantendrían, a cambio de un canon en forma de productos elaborados y comestibles.
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Pero todo comenzó a desvanecerse y él también, puesto que se quedó dormido; de tal modo que, a la mañana siguiente, no sabía lo que había sido sueño o visión.
Reunido con el Rey, siguió durante los siguientes días relatando sus aventuras, describiendo aquellos países exóticos e inaccesibles para los reinos de lo alto del Muro. Pero Fan también quería saber cosas de Trifer y Yellow le informó sobre todo lo que preguntó.
- Creo que esta ciudad, con tanta madera, está muy expuesta a un incendio.  ¿No los hay?
- Algunos hemos padecido, y por eso contamos con unos medios de extinción muy eficaces, aunque toda la madera se somete a tratamientos ignífugos por medio de sales que sofocan cualquier conato. Pero, desde que las relaciones comerciales con los otros reinos son más fluidas en lugar de pelear tontamente, estamos haciendo cortafuegos. ¿Te has fijado en que se reconstruyen algunas casas con piedra?. Pero no es al azar. Se intercalan casas de piedra, seguras, entre las de siempre, de modo que impiden la propagación de cualquier fuego. Pero sigue… ¿Qué pasó en aquel oasis que decías?.
Así pasaron los días hasta que Merto, transportado por Zaf y Zafiro, descendió frente a Palacio. Se había adelantado a los emisarios del Rey que, al volver en carrozas tiradas por alzemús, tardarían al menos un día más.
Merto se reunió con los dos en la sala-biblioteca y les puso al corriente de lo acordado con Axen. Yellow estuvo conforme, pero preguntó:
- ¿Qué es lo que pretenden hacer los termens? ¿En qué consiste ese medio de transporte y cuánto se tardaría en el cruce de la Selva?
- Es algo que mantienen en secreto y que parece estar en relación a sus técnicas de la Roca Viva, pero Axen ha asegurado que en menos de un día se podría llegar desde los límites de la selva con Trifer hasta su ciudad.
- Siendo así me gustaría probarlo y hacer el viaje inaugural, además de conocer esa extraña ciudad.
- Esperemos que regresen los embajadores y ellos os podrán dar más detalles.
Fan y Merto salieron a aquel bosque artificial que era el inmenso patio de Palacio y se reunieron con Rubí, Diamante y Esmeralda. Las mariposas se habían posado sobre la plana cúpula verde que formaban los umbros. Les llevaron comida, y comprobaron que se hallaban perfectamente alojados junto a uno de los pétreos contrafuertes de la muralla. Rubí acabó con una bandeja de carne asada. Esmeralda no necesitó nada, aparte de conectarse a la fértil tierra de aquel bosque artificial, cuidadosamente regado y abonado.  Diamante sí que necesitó algo de té de roca del saco que llevaba Merto en la mochila porque la hierba allí era poco sabrosa. Zaf y Zafiro descendieron y dieron buena cuenta de una olla de almíbar que Fan había encargado en la cocina.
Una vez Merto tomó posesión de su dormitorio del que, con la ayuda de Fan, descubrió todos los rincones y servicios, se reunieron en el de Fan y se estuvieron horas contándose cada uno todo lo que habían vivido el uno en ausencia del otro. De todos modos, Fan ya sabía algo de lo que habían tratado en aquella reunión con Axen, pero se hizo el sorprendido.
- ¿Y dices que Axen se ha ofrecido a construir y mantener ese transporte?
- Sí. Y además ha dicho que en breve estará terminado.
- Esperemos y asombrémonos. Hay muchas cosas que desconocemos de los termens y sus secretos.
Esa noche se tomó un nuevo trago, tras una dura lucha mental.
- ¿Estaré volviéndome dependiente del sicuor?
- ¡De ningún modo! Si soy dependiente de algo es de la curiosidad
- Pero es posible que el excesivo uso tenga efectos desconocidos
- Halmir dijo que no
- Pero hablaba de ellos y no sabe qué puede pasar con otros.
- Vamos. Ya no puedo aguantarme las ganas de saber qué está haciendo Axen.
Y se tomó un trago, no tan largo como la última vez porque sólo quería visitar la ciudad de Roca Viva.
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Y allí estaba. Era un día soleado y unos termens se encontraban en el exterior modelando un enorme bloque de roca. Le estaban dando formas redondeadas, aerodinámicas, fusiformes. El interior estaba hueco y otros termens más andaban dotándolo de aquella especie de sillones de roca, pero mullidos como la lana, tal como ellos solían usar.
Otros se encontraban frente a aquella ruta de piedra lisa, manipulando aquellas extrañas cajas y, en cada margen de la vía, crecía un borde saliente, como una barandilla o guía, que avanzaba rápidamente hacia Trifer. Parecía un muro bajo de piedra sólida, liso y sin uniones.
Pudo ver que izaban aquella cabina de piedra hueca y ligera, la colocaban sobre uno de aquellos bordillos y se adaptaba perfectamente. Pudo ver que la empujaban y se deslizaba sin fricción alguna sobre aquella guía.
Mientras tanto, otro equipo estaba ultimando un vehículo similar y acabaron colocándolo en la otra guía, al otro lado de la calzada. Fan se acercó y pudo comprobar que aquella especie de carrozas sin ruedas visibles, contaban con unas filas de asientos y una pequeña cabina en cada extremo, con una misteriosa caja negra de aquellas.
De pronto, el vehículo en que acababa de entrar comenzó a desplazarse a lo largo de la ruta, suavemente, sin un ruido y a gran velocidad. Uno de los termens se encontraba manipulando los mandos de la caja hasta que tuvo que parar porque, allá a lo lejos, aún no había llegado aquella guía que soportaba al vehículo y le impedía salirse de su ruta. Pero aquellas dos cintas seguían prolongándose a buen ritmo.
- De modo que es esto. Tengo que preguntar a Axen qué es lo que los mueve – se dijo Fan mientras comenzaban a desvanecerse los efectos del sicuor.

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Los embajadores regresaron e informaron al rey de que la puesta en marcha del nuevo transporte se llevaría a cabo en breve y debían partir hacia el castillo fronterizo para el viaje inaugural. De modo que se montó una nueva comitiva y partieron. Fan y Merto dijeron que harían el viaje por vía aérea y, tras volver a vestirse con sus propias ropas y recoger en la mochila a las Joyas, se pusieron los arneses y salieron, sobrevolando al poco rato al convoy de Su Majestad Yellow y toda su comitiva que avanzaba al paso de la carreta más lenta, la de las provisiones, que iba tirada por alzemús, mientras que la del Rey y otras lo eran por saltarenas adiestrados.
Llegaron al borde de la Selva con tiempo suficiente de ver como dos líneas de roca se acercaban y se acababan deteniendo al extremo de la ruta.
Al poco apareció por allí una de las cabinas móviles que había visto desde su cama pero se hizo el sorprendido, igual que Merto, y más cuando descendió de ella Axen. Se acercaron a saludarlo y éste les dijo:
- ¿Queréis daros un paseo? Porque la obra ya está terminada y podemos hacer un recorrido de prueba antes del inaugural oficial.
- El rey puede tardar aún en llegar aquí un día mas al paso que iban de modo que, si esto corre lo suficiente, podríamos estar aquí a tiempo – dijo Fan
- Pues estaremos. Venid. Subid. Y vuestros amigos también, aunque las mariposas puede que se encuentren mejor volando.
Se acomodaron en aquella extraña carroza y rápidamente se puso en marcha, regresando por donde había llegado. La velocidad era superior incluso a la de volar con Zafiro y tardaron muy pocas horas en llegar al otro extremo.
- Mañana probaremos la otra línea para el regreso – dijo Axen – aunque ambas pueden circular en los dos sentidos, pero así la probaremos también.
Y marcharon todos hacia la ciudad. 
Las mariposas aún tardarían un rato en llegar y eso que no llevaban carga alguna. Las Joyas se quedaron en el exterior, como de costumbre o porque no les gustaba la Roca Viva o los espacios cerrados.
Durante la cena dijo Fan:
- Estoy impresionado. ¿Cómo puede viajar a esa velocidad y en silencio? ¿Qué lo mueve?
- Todo es cuestión de la composición de la roca. Aquí hemos usado piedra de baja densidad para la estructura del vehículo, de modo que sea ligero y de poco peso pese a ser una roca. Pero lo importante está en los rodillos que hay en la parte inferior y en la guía sobre la que se deslizan. No solo deben ser de roca de la máxima densidad, como sabéis con poco espacio vacío, y con unas proporciones grandes de un mineral que Merto conoce bien, el hierro, pero de un hierro tratado especialmente al que llamamos hierrofuerza y que tiene la particularidad de atraerse o repelerse. Esa cualidad la manejan nuestros técnicos con sus cajas y es lo que hace que flote la cabina sin rozamientos y que se deslice por la cinta guía orientando debidamente las fuerzas de atracción y repulsión.
Quedaron satisfechos con la explicación, aunque siguieron sin entender gran cosa, y es que los secretos de los termens y la Roca Viva seguirían siendo sus secretos, algo ininteligible para los demás, pero algo vital para ellos.
A la mañana siguiente tomaron el otro vehículo y, por el lado contrario al que utilizaron para llegar, partieron en dirección a Trifer. A Axen le acompañaban otros miembros del equipo técnico y otros del equipo gestor.
Vinieron a tardar lo mismo que el día anterior y, a su llegada, pudieron comprobar que la comitiva de Yellow aún no había llegado, de modo que se dispusieron hacer una comida campestre sobre el pasto, en el borde de la Selva.
Cuando llegó el Rey ya era tarde. Se saludaron todos, los embajadores le presentaron a Axen y se reunieron todos para cambiar impresiones antes de la cena, que tuvo lugar en el castillo. Cena de la que Axen disfrutó mucho, acostumbrado a comer sólo aquellas insulsas cremas y papillas minerales. Lo que no le gustó tanto fue la cama. Era mullida, pero como su suave y adaptable cama de piedra ligera no había nada.
Al día siguiente partieron temprano. El rey se asombró al ver el vehículo, pero aún más cuando se puso en marcha, tan suavemente, sin el menor ruido, bamboleo o vibración. Además a una velocidad, para él, vertiginosa.
Llegaron a buena hora para comer y lo hicieron en la Ciudad de Roca Viva. Yellow no salía de sus asombro y todo le encantaba, especialmente el mobiliario con sus sillones de roca ligera, mullidos y anatómicamente adaptables. Lo que ya no le gustó tanto fue el menú: a base de aquellas cremas, papillas y purés, aparte de algún producto de la Selva como ciertas plantas, bayas y setas, pero comió para no desairar a su anfitrión.
Tras unas infusiones de cuarzo desestructurado, regresaron al vehículo, se pusieron en marcha y antes de anochecer ya se encontraban en el castillo.
El Rey hizo un pedido de butacas y sillones y Axen hizo un pedido de comestibles de los cuatro reinos.
Esa noche durmieron en el castillo, pero Axen prefirió regresar a dormir en su propia cama aunque fuera ya de noche, tras acordar que al día siguiente se reunirían con él los embajadores que, como el rey, habían quedado encantados con aquel medio de trasporte. 
Antes de retirarse a dormir, Yellow dio instrucciones a sus embajadores, ordenándoles que sondearan a Axen sobre la posibilidad de extender su ruta de piedra hasta la Capital y a las otras fortalezas. Quería disponer de un medio de transporte rápido, limpio y eficaz que uniera todo el reino.
A la mañana siguiente partieron todos, unos hacia la Ciudad de Roca Viva, en el vehículo que ya les estaba esperando, y otros hacia la Capital. Fan y Merto prefirieron, nuevamente, hacer el viaje volando, pero no a la Capital, allí ya no tenían nada que hacer, la habían visto y querían ver más cosas. Informaron al rey, se despidieron de él, y la comitiva real marchó dejándolos allí.
- ¿Ahora qué hacemos?  - dijo Merto
- Pensemos a dónde podríamos ir ahora. Aún nos quedan dos reinos que visitar. ¿Cuál eliges?
- El que esté más lejos, pero no pienso viajar volando, ya lo he hecho demasiado estos días y, aunque ya no me mareo tanto, me conformo con un huequecito infinito en la mochila.
- Lejos vienen a estar los dos pero, respecto a Hénder, el más lejano es Quater.
- Pues a Quater y que tengamos la misma suerte que en Trifer. Supongo que allí también habrán oído hablar de nosotros y nos recibirán bien.
- Eso espero, aunque no sé si me gustaría. Pero preparémonos todos, aunque quisiera despedirme de Axen.
- Eso en un vuelo lo hacemos
- Más rápido iríamos en ese vehículo que está esperando desde hace un rato
De modo que entraron en la cabina, se acomodaron y, sin necesidad de decir nada, partió a toda velocidad. 
Tras despedirse de Axen, que se encontraba muy atareado en reuniones con su gente y los embajadores, volvieron a la ruta y a la tarde ya estaban en el otro extremo.
Concretaron que, desde allí, volarían al otro castillo que se encontraba en la frontera con Quater, para luego acercarse a la Capital. En un vuelo podrían hacer la primera etapa, pero lo dejaron para el día siguiente porque ya era tarde.
Esa noche dormirían allí en el campamento de un grupo de leñadores con los que, desde su espectacular llegada, habían trabado amistad. Eran unos leñadores muy avezados, conocían la Selva y sus secretos. Sabían encontrar y alimentarse con lo que la propia selva les ofrecía. Leña no les faltaba, por lo que tenían unas buenas brasas y esa noche tenían para cenar un merodeador nocturno que habían cazado gracias a un cebo de ranas de una charca cercana. Lo mejor del merodeador son las patas delanteras, salvo la parte de la articulación de las garras que sólo es hueso, piel y tendones. Como sólo se alimenta de peces y ranas, tiene un sabor parecido al pescado, pero con una carne más consistente. También asaron unos sombreros de gigante, unas enormes setas de ala ancha y pie corto, con sabor a resina a causa de que su micorriza se asocia a los pinos enanos. Fan sacó de la mochila unas patatas que habían sobrado del guiso de pescado en Alandia. Aquello era desconocido en los reinos; ni tan siquiera las conocían en Serah, pese a que procedían directamente de Alandia, puesto que la primera vez que probaron aquel tubérculo fue cuando ellos les salvaron de morir de inanición. Pues bien, las asaron al rescoldo y, para los leñadores, aquello fue lo mejor de la cena. Para Merto, Fan y Rubí, lo mejor fueron unas buenas tajadas de la pata del merodeador. 



EN QUATER parte 1 

el próximo jueves