DOS HORMIGAS
pero hoy vamos a conocer a dos,
de primera antena, y de sus
peripecias e inquietudes.
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al pie
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I.- EL GRANO
Vivían en dos hormigueros
vecinos y se llamaba Ente y Anti. El jefe de la colonia había
enviado a cada cual a que fueran a recoger un grano de trigo que sus
patrullas de reconocimiento habían descubierto en las inmediaciones.
Salieron las dos de sus
hormigueros y se encaminaron al lugar indicado. Cuando llegaron, se
quedaron mirando aquel grano con sorpresa. Era el grano más grande
que habían visto y, con él, había comida para unos días.
Ambas asieron con sus pinzas al
grano de trigo, cada una por su lado, afirmaron sus seis patas al
suelo y tiraron con fuerza, tanta que casi se desencajan las
mandíbulas. Pero el grano no se movió ni un milímetro, las dos
tiraban en sentido contrario, cada cual hacia su propio hormiguero.
Ninguna estaba dispuesta a
dejarse vencer por aquel grano, una hormiga nunca se rinde ante una
carga y ellas tampoco estaban dispuestas a pedir refuerzos, no daban
su antena a torcer y tiraban con todas sus fuerzas, pero sin
resultado.
Al cabo de unas horas de tirar y
tirar ya estaban más que cansadas, y eso que las hormigas tienen una
fuerza descomunal, impropia de su tamaño, pero ya llevaban bregando
mucho tiempo.
Tanto esfuerzo, tanto esfuerzo,
les abrió el apetito y decidieron, cada una por su cuenta, darle
unos bocados al grano para reponer fuerzas y, de paso, aligerar la
carga.
Pero cuando reanudaron su labor
todo fue en vano; cuanto más tiraba la una, más tiraba la otra, de
modo que se volvieron a cansar y necesitaron volver a comer. Así una
y otra vez, hasta que quedó muy poco grano y se pudieron ver, cada
una tirando por su lado.
No eran hormigas guerreras ni
belicosas, pero tampoco eran capaces de resolver sus diferencias
civilizadamente, de modo que se enzarzaron en una violenta pelea. Las
dos acabaron maltrechas, una con una pata coja, la otra con una
antena doblada y sin haber dirimido la cuestión. Y es que en las
peleas siempre pasa eso; que no se soluciona nada y salen perdiendo
los dos contendientes, y si uno de ellos resulta ganador aún suele
ser más lo que ha perdido en la contienda.
No les quedaba ya otro recurso
que intentar razonar y tratar de resolver el problema como deberían
haber intentado hacer en primer lugar, de común acuerdo y
pacíficamente.
Finalmente encontraron una
solución y, como después de la pelea se les había vuelto a abrir
el apetito, decidieron comer ambas por la mitad de la semilla, de tal
modo que quedó dividida en dos trozos iguales, y cada una acarreó
su porción hasta su hormiguero.
No se sabe cómo acabó la
historia, pero presumo que les caería una buena reprimenda por haber
tardado tanto y por presentarse con mucho menos de la mitad del
grano.
II.- ENTE Y ANTI
Después de la aventura del grano
de trigo, Ente y Anti no se habían vuelto a encontrar, aunque si se
hubieran encontrado no sé si habrían sido capaces de reconocerse;
las hormigas son tan iguales…
Pero un día, en uno de esos
paseos incomprensibles, en esos que parece que no saben donde van, en
esos en que cambian a cada momento de dirección, se dieron de manos
a boca, quiero decir de antenas a palpos. Se reconocieron de
inmediato; no me pregunten cómo pudo ser, del mismo modo que no
sabría explicar cómo los chinos se reconocen entre ellos.
- ¿Qué tal? - dijo Anti
- ¿cómo te fue el otro día con el grano de trigo?
- No me hables de ello
– respondió Ente – he estado castigada toda la semana cavando
galerías para ampliar las despensas.
- Pues a mi me han castigado
sin comer, porque decían que si había quedado tan poca cosa del
grano, si sólo había quedado aquel trozo, ya había comido
bastante. Ahora ya me han dejado salir a pasear y, de paso, a ver si
encuentro algo para la despensa. Pero si encuentro algo comestible no
va a llegar.
- ¿Qué te parece si buscamos
juntas?
- Pues muy bien, a ver si me
ayudas a encontrar algo de comida, ¡tengo tanta hambre!.
Y reanudaron su alocado paseo,
para aquí y para allá, pero esta vez las dos juntas.
Llevaban un rato caminando cuando
se encontraron una zanca de saltamontes y Anti dio buena cuenta de
aquella especie de jamón, recobró energías y siguieron deambulando
erráticamente, como suelen hacerlo las hormigas.
- ¿Y tú estás contenta en
tu hormiguero? - preguntó Anti
- Pues no; sólo trabajamos y
no hay nada de diversión ni reconocimiento, pero eso es algo que nos
pasa a todas las hormigas.
- Pues yo estoy pensando en
marchar, correr mundo y establecerme por mi cuenta. Si cavo más
galerías, quiero que sean mías y no de la comunidad. ¡La cueva
para quien la cava!. No tengo nada que agradecer a las otras, ni una
palabra de aliento ni de gratitud por mi trabajo. Ninguna me
defendería si estuviera en peligro, y si resultara herida sí que
vendrían a por mi, pero no para ponerme a salvo y curarme, sino para
llevarme a la despensa.
- Tienes razón, yo pienso lo
mismo que tú, y si quieres, podríamos escapar juntas, aunque
tampoco nos iban a echar de menos, total no somos más que dos
números rodeados de muchos números.
De modo que así fue como Ente y
Anti emprendieron la fuga de sus hormigueros.
No conocían mucho el terreno ni
sabían a donde ir, pero alguna otra vez habían hecho de
exploradoras y sabían orientarse. Eran capaces de llegar desde un
punto A hasta un punto B, sólo que dando tantos rodeos que pasaban
por todo el abecedario, aunque acababan llegando.
Un arroyo les cortó el paso, no
podían atravesarlo, de modo que tenían que seguir la ribera aguas
arriba o aguas abajo, pero lo que veían al otro lado era muy
tentador. Había un hermoso trigal poblado de rubias espigas.
- ¿Y si echamos una hoja o un
palito al agua y nos montamos? dijo Ente
- ¿Y si nos hundimos? ¿y si
se nos lleva la corriente y no logramos llegar a la otra orilla? El
cauce no es mucho, sólo una acequia de riego, pero es una inmensidad
para nosotras. Pero veo allá abajo unas ramas que se inclinan por
encima del agua, podríamos pasar y dejarnos caer.
Y así lo hicieron. Llegaron a un
sauce cuyas ramas lloraban sobre la otra orilla; treparon por el
tronco, cosa que las hormigas saben hacer muy bien, avanzaron por una
rama y se dejaron caer al otro lado. Las hormigas nunca se hacen daño
al caer de grandes alturas y se levantaron indemnes.
Habían aterrizado en el margen
de los trigos en sazón y Anti no tardó en salvar el ribazo, trepar
por un tallo y comenzar a morder por debajo de una espiga. La paja no
se le resistió mucho y la espiga acabó cayendo al suelo.
Las dos se dieron un buen
banquete, y no sabría decir si se echaron a dormir porque no sé si
las hormigas duermen. Lo que sí sé es que acabaron encontrando un
agujero que pensaron podría servirles de vivienda, pero les salió
al paso un alacrán cebollero diciendo a voz en grito.
-¡Fuera de mi casa!
Y tuvieron que salir por patas,
por seis patas, lo más rápido que puede hacerlo una hormiga para
ponerse a salvo.
Aquel había sido el primer susto
de su nueva vida en libertad, pero no iba a ser el último. La
libertad tiene eso; ventajas e inconvenientes.
Ellas no se arredraron y
siguieron buscando un lugar en donde refugiarse, pero todos los
intentos fueron en vano aunque, afortunadamente, sin consecuencias
graves que lamentar.
Por los alrededores no había
ningún hormiguero que pudiera resultar un refugio, aunque tampoco un
peligro ni unos competidores, de modo que acordaron hacerse el suyo
propio, y cavaron, y cavaron durante horas, días y semanas, hasta
que consiguieron unas galerías confortables y un almacén que
llenaron de grano antes de que comenzara la siega.
Había sido mucho trabajo, pero
la libertad tiene eso: satisfacciones, aunque también esfuerzos,
sacrificios y renuncias.
Y allí estaban, las dos solas,
en su reino, más solas que dos mochuelos mirando a la luna. Solas y
aburridas. Ya habían acabado las aventuras, las novedades y los
trabajos que mantenían la mente ocupada. Pero ahora, una vez acabado
el hormiguero y la cosecha, el vacío era absoluto y se sumían en la
inactividad, cosa inconcebible en una hormiga.
Recordaban cuando en el
hormiguero no tenían un minuto de asueto: cavando, explorando,
acarreando, cuidando los huevos, las larvas y las pupas… y ahora
comenzaban a echar de menos aquellos tiempos y se aburrían.
Tan desesperadas estaban que se
afanaron en mantenerse ocupadas ampliando las salas y galerías pero,
cuanto más grandes eran, más grande era su soledad y el vacío en
aquellas enormes salas vacías.
Llegaron a plantearse el regreso,
volver a sus hormigueros, vencidas y sumisas, pero algo vino a
alterar el curso de las cosas.
Anti se puso muy enferma, tanto
que no podía moverse y el abdomen le iba creciendo por momentos. Se
quedó recluida en una cámara sin ganas ni fuerzas para moverse, y
Ente procuró cuidarla lo mejor que supo, que era bien poco. Aquello
se salía de sus conocimientos y sus habilidades.
Una mañana, aunque poco importa
si era mañana o no porque dentro del hormiguero no se apreciaba,
Anti se despertó – aunque ya dije que no sé si las hormigas
duermen – muy aliviada de su dolencia, su abdomen había recuperado
el tamaño normal, y a su lado podía verse algo que no había visto
desde cuando estaba en su antiguo hormiguero.
- ¡Un montón de huevos!
- gritó
y Ente coreó
- ¡Un montón de huevos!
Desde entonces ya no les sobró
tiempo para deprimirse y pensar en regresar. Finalmente tenían su
propio hormiguero, lleno de febril actividad, como debe ser un
hormiguero. Habían visto cumplido su sueño; porque los sueños,
como la libertad, sin tener con quien compartirlos, ni son sueños,
ni libertad, ni sirven de nada.
Y la semama que viene...