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miércoles, 10 de junio de 2020

Disturbios en Hamelín


Un trascuento relacionado con 
otros que se enlazan al pie


DISTURBIOS EN HAMELÍN

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final



Tras la marcha del flautista y la desaparición de los niños, en Hamelín había duelos y llantos, pero también indignación. Duelos y llantos por los niños perdidos e indignación con el Concejo Municipal al que acusaban de ser culpable de aquella desgracia por no haber cumplido con el pago prometido al flautista, tras llevarse los ratones. Esto no podía quedar así y los ánimos comenzaron a exaltarse. Se formaron comités y asambleas y decidieron pasar a la acción.
Se iniciaron las protestas frente al Concejo, con pancartas y consignas. Pero los ánimos se fueron caldeando y se lanzó pintura a la fachada y huevos a quien se atreviera a asomar por la puerta. Un piquete intentó forzar la verja del patio que daba acceso al edificio y el Alcalde tuvo que recurrir a la fuerza pública para defender las dependencias municipales y la propia integridad del Concejo.
La quema de contenedores y las escaramuzas fueron extendiéndose por el centro, alrededor del Concejo, y el Alcalde, finalmente, tuvo que llamar al orden y se ofreció para dialogar con una comisión vecinal.
En aquellos momentos ejercía de Alcalde un antiguo picapedrero llamado Paul Kirchen. Un picapedrero que, gracias al apoyo de sus compañeros de cantera y muchos más profesionales, había ascendido al cargo tras sus encendidos mitines y diatribas contra la casta dominante y con promesas de hacer limpieza de aprovechados y acomodados en el Concejo. Pero cuando llegó al cargo pasó a ser parte de aquella denostada casta dominante, ser uno más de los aprovechados y acomodados y aumentar el número de ellos considerablemente.
En la entrevista escuchó las acusaciones de los vecinos y acabó argumentando que ellos habían hecho lo mejor que creían en bien de la ciudad al no dilapidar los fondos destinados a servicios a la sociedad, sólo para pagar a alguien que lo único que había hecho era tocar una flauta. Que, de haberle pagado lo prometido, tendrían que subir tasas y gabelas o recortar servicios públicos necesarios. Habían hecho todo lo imposible pero era imprevisible la reacción de aquel flautista, culpable único de lo ocurrido, y cualquiera habría actuado de la misma manera ante una situación que nadie hubiera podido adivinar por inédita e imprevisible como una epidemia infecciosa desconocida.
Tras horas de discusión y, tras alguna promesa de mejoras en los servicios públicos o privados y algún sobre bajo mano, acabó convenciendo a la comisión de la rectitud de actuación por parte del Concejo y la única y absoluta culpabilidad del flautista.
En Hamelín se calmaron los ánimos y la normalidad regresó a sus calles, salvo a las casas de los vecinos que lloraban la pérdida de sus hijos. Total, a los demás no les afectaba directamente.
El flautista se había llevado a todos los niños y aquella ciudad no tenía un futuro muy halagüeño. ¿Todos?. Todos no, porque, al acabar el curso regresaron a Hamelín los niños del Alcalde y de los demás aprovechados y acomodados del Concejo, que se hallaban internos en caras residencias privadas de Ahmelón y Amehlán. Y con su llegada se reabrieron las viejas heridas y la indignación volvió a correr por las calles como la pólvora. Pero eso ya es otra historia.




Este trascuento se relaciona con los siguientes:

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