Un trascuento relacionado con
otros que se enlazan al pie
DISTURBIOS
EN HAMELÍN
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Tras
la marcha del flautista y la desaparición de los niños, en Hamelín
había duelos y llantos, pero también indignación. Duelos y llantos
por los niños perdidos e indignación con el Concejo Municipal
al que acusaban de ser culpable de aquella desgracia por no haber cumplido con el pago prometido
al flautista, tras llevarse los ratones. Esto no podía quedar así y
los ánimos comenzaron a exaltarse. Se formaron comités y asambleas
y decidieron pasar a la acción.
Se
iniciaron las protestas frente al Concejo, con pancartas y
consignas. Pero los ánimos se fueron caldeando y se lanzó pintura a
la fachada y huevos a quien se atreviera a asomar por la puerta. Un
piquete intentó forzar la verja del patio que daba acceso al
edificio y el Alcalde tuvo que recurrir a la fuerza pública para
defender las dependencias municipales y la propia integridad del
Concejo.
La
quema de contenedores y las escaramuzas fueron extendiéndose por el
centro, alrededor del Concejo, y el Alcalde, finalmente, tuvo
que llamar al orden y se ofreció para dialogar con una comisión
vecinal.
En
aquellos momentos ejercía de Alcalde un antiguo picapedrero llamado
Paul Kirchen. Un picapedrero que, gracias al apoyo de sus compañeros
de cantera y muchos más profesionales, había ascendido al cargo
tras sus encendidos mitines y diatribas contra la casta dominante y
con promesas de hacer limpieza de aprovechados y acomodados en el
Concejo. Pero cuando llegó al cargo pasó a ser parte de aquella
denostada casta dominante, ser uno más de los aprovechados y
acomodados y aumentar el número de ellos considerablemente.
En
la entrevista escuchó las acusaciones de los vecinos y acabó
argumentando que ellos habían hecho lo mejor que creían en bien de la ciudad al no
dilapidar los fondos destinados a servicios a la sociedad, sólo para pagar
a alguien que lo único que había hecho era tocar una flauta. Que,
de haberle pagado lo prometido, tendrían que subir tasas y gabelas o recortar servicios públicos necesarios. Habían hecho todo lo imposible pero era imprevisible la reacción de aquel flautista, culpable único
de lo ocurrido, y cualquiera habría actuado de la misma manera ante
una situación que nadie hubiera podido adivinar por inédita e imprevisible como una epidemia infecciosa desconocida.
Tras
horas de discusión y, tras alguna promesa de mejoras en los
servicios públicos o privados y algún sobre bajo mano, acabó convenciendo a
la comisión de la rectitud de actuación por parte del Concejo y
la única y absoluta culpabilidad del flautista.
En
Hamelín se calmaron los ánimos y la normalidad regresó a sus
calles, salvo a las casas de los vecinos que lloraban la pérdida de
sus hijos. Total, a los demás no les afectaba directamente.
El
flautista se había llevado a todos los niños y aquella ciudad no
tenía un futuro muy halagüeño. ¿Todos?. Todos no, porque, al
acabar el curso regresaron a Hamelín los niños del Alcalde y de los
demás aprovechados y acomodados del Concejo, que se hallaban
internos en caras residencias privadas de Ahmelón y Amehlán. Y con
su llegada se reabrieron las viejas heridas y la indignación volvió
a correr por las calles como la pólvora. Pero eso ya es otra historia.
Este trascuento se relaciona con los siguientes:
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