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jueves, 24 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 2 (En busca de Hénder) parte 1


 Segunda parte de los Relatos de Hénder. Ahora Fan
emprende la búsqueda del mago para que le devuelva
 a sus cuatro mágicos compañeros de aventuras. En 
esta primera parte vuelve a visitar Los Telares de Cipán



En busca de Hénder




Habíamos dejado a Fan empeñado en una difícil misión, encontrar al mago y conseguir que convirtiera las piedras de la corona que llevaba en el morral en sus cuatro compañeros de aventuras.
Desde su presurosa y afortunada partida del reino No Tan Lejano, Fan llevaba muchos días por un sendero que discurría entre las Montañas Brumosas y el Gran Lago y venía a morir en el Cruce del Río Far, en cuyas inmediaciones se encontraba la senda que conducía a la cabaña del mago.
Estaba preocupado pensando en cómo enfrentarse a él y cómo éste se tomaría el hecho de que hubiera desbaratado su hechizo; pero parecía como si la corona ejerciera una influencia positiva, ya que su ánimo no decaía ni un ápice, pese a lo azaroso del viaje y lo incierto de su destino.
A lo largo de su camino se iba alimentando con las plantas, hongos, y bayas comestibles que todos en Aste conocían muy bien; y alguna que otra trucha pescada a mano en los varios arroyos que, procedentes de las Montañas Brumosas a su derecha, acababan desembocando en el Gran Lago, dando origen al caudal de los ríos Far y Calmo que nacían en aquel lago y desembocaban, el primero en el Océano del Éste o Mar del Amanecer, como también era conocido, y el segundo en el Estrecho de la Seda junto a los Telares de Cipán .
Por suerte el tiempo era bonancible y las temperaturas suaves, sólo en alguna ocasión se hubo de refugiar en alguna cueva o abrigo rocoso para protegerse de una tormenta pero, en general, el viaje transcurrió sin peligros ni privaciones y llegó, por fin, cerca de la cabaña del mago.
Se aseguró de que nadie pudiera sorprenderle; si el mago estaba allí prefería sorprenderlo él a ser sorprendido, y por eso se acercó cautelosamente, asomándose a una ventana. Aquello estaba tal como lo había visto la vez anterior y daba la impresión de que allí no había habitado nadie recientemente.
Sacó la corona del zurrón, la tomó en la mano y, decidido, atravesó el umbral esperando que esta vez se produjera el fenómeno inverso, pero la corona seguía siendo corona. Se sintió abatido por aquella contrariedad, pues había confiado en encontrar pronto al mago o que la magia que había obrado antes lo volviera a hacer y recuperar inmediatamente a sus compañeros de aventuras pero, siempre animoso, decidió hacer noche bajo techado en la cabaña y reemprender la búsqueda a la mañana siguiente, tras haber descansado del viaje.
Se levantó temprano y se puso en camino, después de desayunarse un pedazo de queso con galletas. Aquella noche había decidido recorrer los lugares por los que había pasado en sus anteriores aventuras, por si en algún lugar podía encontrar alguna pista del mago, por pequeña que esta fuera.
Al llegar al Puente del Río Far, aprovechó para hacer provisión de pescado que secó al humo, y luego se encaminó al Gran Lago, porque tenía la idea de visitar los Telares de Cipán. La vez anterior no había pasado de la Ruta de la Seda y ya que estaba cerca tenía intención de visitar las instalaciones y ver cómo elaboraban los tejidos.
En tres días se encontró a la orilla del lago, hizo noche allí al abrigo bajo una barca porque la noche refrescaba y al día siguiente tomó la canoa más pequeña que había y cruzó a la orilla opuesta. En esta ocasión el uso de la barca no implicaba condición alguna.
Había llegado en la época del engorde de los gusanos porque equipos de trabajadores recolectaban las hojas de las moreras y llenaban grandes sacos, que luego eran transportados con carretas a los almacenes de cría.
Entre los obreros que estaban cosechando las hojas, se encontró, casualmente, con unos que le reconocieron y, acercándose a él le preguntaron: 
¡Hola, amigo! ¿ya se ha deshecho del gusano gigante? 
Si; no tenéis que preocuparos por él, ahora ya no come morera ni come nada. 
¿Y los otros acompañantes? 
Esos tampoco comen ni beben nada ya. 
Y les contó a grandes rasgos sus aventuras y el destino de sus compañeros de viaje. 
En agradecimiento por haberles librado de aquel problema le invitaron a visitar las instalaciones de los Telares; y Fan, que sentía curiosidad por verlo todo, no se hizo de rogar.
Durmió aquella noche a medio camino, compartiendo cena y fogata, así como cantos y danzas populares con los recolectores de hojas que estaban acampados y al siguiente día, bien temprano, hizo el resto del camino hasta las instalaciones de Los Telares.
Gracias a las recomendaciones de los dos obreros de la escalera que se llamaban Saburo y Kaito, le enseñaron unos inmensos ponederos, donde las mariposas hacían la puesta de huevos, luego le mostraron las salas de incubación en las que por medio de calor eclosionaban los huevos y nacían los gusanos que, luego, eran trasladados a los comederos para ser cebados con las hojas de morera que llevaban en aquellos grandes sacos.
Lo que más le llamó la atención fue el bosque artificial a base de ramas que servía para las larvas que, tras hacer varias mudas, eran llevadas allí a fin de que se fijaran a los tallos y comenzaban a hilar sus capullos.
La nave siguiente le desagradó especialmente por el olor; le contaron que allí llevaban los capullos ya terminados y se ahogaban, puesto que si se les dejaba desarrollarse y romper el capullo, se destrozaban las hebras y no se podían aprovechar.
Lo más espectacular era una gran nave con filas de telares de distintos tamaños y que eran movidos por poleas, mediante unos ejes motrices accionados por la fuerza de las ruedas de paletas que había en el Río Calmo, antes de su desembocadura. Allí se llevaban las grandes bobinas de seda, tras devanar el hilo de los capullos y torcer varios juntos hasta formar una hebra continua y uniforme, se tintaban de distintos colores, se colocaban en los telares y cada uno hacía un tejido de tamaños y características diferentes. El ruido era ensordecedor porque en aquel momento estaban funcionando todos los telares a la vez. Otros tejidos eran de un blanco de base y se pasaban a otra sala en donde se dibujaban a mano preciosos, complicados y fantásticos motivos.
Más tarde le mostraron el puerto, desde donde partían las naves a la isla de Cipán, llevando al Emperador las sedas que producían, regresando con toda clase de productos y comestibles. Allí no tenían ni agricultura ni ganadería, puesto que se dedicaban exclusivamente a la seda.
Era la primera vez que Fan veía el mar, pese a no tenerlo muy lejos en su tierra, y también era la primera vez que veía a la gente de la isla, tenían unos rasgos algo diferentes y se veía incapaz de distinguir unos de otros, todos le parecían igual. Al ver allí la isla tan cercana, tras haber cruzado el Gran Lago, aquello no le impresionó demasiado.
Todos fueron muy amables y corteses y, aunque no pudieron decirle nada sobre el mago, quedó muy satisfecho con la visita. Le invitaron a comer y le dieron unos platos extraños que nunca antes había probado, pero que le resultaron muy agradables. Nunca había comido pescado crudo, tampoco algas. Eran unos sabores nuevos para él, pero le gustaron tanto que se propuso regresar algún día con su amigo Merto y enseñarle aquello.
Cuando ya se iba a despedir para seguir su viaje le insistieron en que se quedara o que, al menos, hiciera noche allí, pero Fan tenía mucha prisa en seguir con su búsqueda. Entonces le regalaron una curiosa y finísima capa de seda que, según le dijeron, estaba tejida de tal manera que por sus irisaciones hacía invisible todo aquello que cubría. También le dieron algunas provisiones en forma de galletitas y rollos de arroz con verduras que guardó cuidadosamente en su zurrón envueltas en grandes hojas de morera.
Dándoles las gracias se despidió de todos y especialmente de Kaito y Saburo y marchó tomando el camino que, siguiendo la línea de la costa, pasaba cerca de No Tan Lejano, para finalmente bordear las Montañas Brumosas y llegar a Mutts, el pueblo de la Cueva de los Silencios. 
Desde este camino sí que pudo admirar la grandiosidad del mar en toda su amplitud y magnificencia y, aunque aquella ruta le obligó a dar un gran rodeo, pensó que valía la pena. 
¡Es extraordinario! – exclamó como si estuviera acompañado, y es que en el viaje anterior se había acostumbrado a hablar a sus compañeros, y ahora lo necesitaba para no sentirse tan solo.
Cuando pasaba por las cercanías de No Tan Lejano procuró apresurar el paso, puesto que ignoraba si el rey Nasiano V seguía resentido con él y, además, aún menos quería toparse por casualidad con la pesada de Saturia, la princesa.
En un punto de la senda se encontró con un camino amplio que se veía muy transitado aunque ahora estaba desierto. Descendía desde la capital de No Tan Lejano y acababa en una pequeña ensenada con una especie de embarcadero allá muy abajo. En su apresurada huida no había reparado en ello la otra vez que pasó.
Tras otros cinco aburridos días más de camino, llegó a Mutts en las Montañas Brumosas y se alojó en la posada, donde pudo recuperarse del viaje, comer hasta saciarse con un rico guiso de cordero y dormir en un lecho mullido.
Al día siguiente preguntó al posadero: 
- Estoy buscando a un mago que vivía al pie de las Montañas y muy cerca del Río Far, ¿hay aquí alguien que pudiera darme alguna pista para poder encontrarlo? 
A usted le conozco – dijo el posadero – usted fue el que se llevó al lobo ¿verdad?. Yo estaba allí; bueno, estábamos todos. Pues yo sé quién le puede informar, vaya a la Cueva, ya sabe usted el camino. 
Y allá que se fue. En la boca de la cueva había una larga cola esperando entrar, cosa que le extrañó mucho. ¿Sería acaso que la gente entraba para hacer una cura de silencio?.
Y preguntó al último de la fila: 
¿Qué pasa aquí?,¿por qué hay tanta gente? 
¿Es usted el que se llevó al lobo?, pues desde entonces, bueno no, tiempo más tarde, esta cueva dejó de ser la Cueva de los Silencios; comenzó a hablar por los codos, tanto que para los vecinos es ahora un Oráculo que responde a todas las preguntas y ahora le llamamos la Cueva de las Respuestas, es por eso que venimos aquí a consultar sobre nuestros problemas, nuestras inquietudes, nuestros proyectos… y la cueva nos ayuda. 
Pues yo tengo que hacerle una pregunta, pero si me tengo que esperar a todos los que están aquí… 
No se preocupe, nosotros vivimos aquí y podemos venir cuando y cuanto queramos y, como usted fue el que se llevó el lobo, seguro que nadie protestará porque entre el primero. 
Y le acompañó a la boca de la cueva.
Así fue como entró sin tener que esperar y, a diferencia de la primera vez, podía oír sus pisadas, su respiración y hasta las gotas de agua que caían de una estalactita. 
¿Dónde puedo encontrar al mago que busco? 
En Hénder – respondió la cueva
Fan ignoraba donde podía estar ese sitio, conocía ese nombre pero sólo era por el nombre que la princesa daba a la corona, así que preguntó: 
¿Y cómo puedo llegar a Hénder? 
Tienes que ir hacia el Norte, salvar el Muro del Fin del Mundo y allí hallarás la respuesta. 
Por más que porfió no consiguió que la cueva le diera más detalles y marchó a la posada a recoger sus cosas para reanudar el camino. Decidió regresar a su aldea, descansar, recuperar fuerzas y acopiar provisiones para, después, continuar su viaje a Hénder.
Fue un largo y pesado viaje y por más de siete días anduvo sin descanso por el antiguo sendero que, tras bordear parte de las Montañas Brumosas se bifurcaba en dirección a Pascia, llegando a su pueblo agotado y hambriento y es que, por no perder tiempo, ni siquiera se había detenido a cazar ni recolectar alimentos y se mantuvo con lo poco que le quedaba en el zurrón.
Pasó en Aste unos días felices con Merto, su rebaño, sus perros y sus paisanos, reposando de las pasadas fatigas, recuperando energías y contando sus aventuras en las tertulias vespertinas que tenían lugar a diario en la calle, pero no tardó mucho en ponerse en camino, no sin llevarse una buena bolsa de provisiones.
Merto, su amigo, insistió en acompañarle para que no hiciera solo aquel viaje tan peligroso, pero alguien se tenía que quedar con el rebaño, y como no encontraron quien se hiciera cargo, se resignó otra vez a quedarse, aunque a regañadientes, no sin arrancarle la promesa solemne de que en el próximo viaje le acompañaría.
Tomó el camino que conducía hacia la frontera de Alandia y, en unos días sin incidentes y, tras pasar el Puente sobre el Far y el Páramo Gris acabó llegando a los famosos Jardines que ya conocía; donde los jardineros, agradecidos por haberles librado de la col, le entregaron unas semillas desconocidas y se las guardó en el fondo del zurrón pensando en sembrarlas cuando regresara y ver qué salía. Le habían contado que allí no talaban árboles para la cocina o calentarse, que aquellas semillas resolvían el problema, pero no le aclararon nada más.
Preguntó a los jardineros:
¿Alguien podría indicarme los caminos que conducen al Norte? 
Y le respondieron: 
¿Al Norte? Allí nadie ha ido nunca, es peligroso y se cuentan extrañas historias. Caminos no hay ninguno, ni siquiera se atreven los pastores a llevar sus rebaños y eso que por allí debe haber buenos pastos, pero todo el mundo tiene miedo y nadie se ha aventurado por aquel territorio. 
Pues cuando regrese tendré el gusto de informar a Su Majestad el Rey sobre los territorios que voy a explorar y qué hay de verdad o de mentira en todas esas historias que se cuentan. 
El Jefe de Jardineros, como la más alta representación del Reino allí, le prometió que; tan pronto regresara de su expedición, le conseguiría una audiencia real.
Entonces reinaba Mirto II esposo de Rosa XXIII, hijo de Roble X y de Begonia III, ya que los reyes de Alandia siempre ostentaban nombres de flores y plantas y hacían gala de su afición a la jardinería como lo demostraban sus famosos jardines y a veces hasta en su manera de hablar.
Finalmente salió hacia el Norte, campo a través. El terreno no era difícil, el pasto tierno y abundante porque era tiempo de ello, pero pensó que cuando todo aquello creciera y se secara sería un peligro por el riesgo de incendios, aunque minimizado por la falta de presencia humana que era el peor peligro. Había numerosas fuentes, por lo que no le faltó agua y tampoco caza. No le faltaban provisiones, pero no estaba de más llevar algo de carne de reserva y cazó unos conejos y alguna paloma de agua. 
¡Ah, lobo! Qué bien me vendrías ahora para ayudarme a cazar – dijo para si mismo pero en voz alta.
Las palomas de agua gustaban de dormir en las fuentes y las charcas, flotando como si fueran patos, eran fáciles de capturar cuando dormían, pero resultaban algo correosas.
A los dos días de caminar por aquellos llanos, divisó a lo lejos la línea de unas montañas y pensó que, aquello podría ser lo que dijo la Cueva, el Muro del Fin del Mundo; pero, cuando se acercó más, comprendió que no podía ser. Era una cadena montañosa, no muy alta, pero complicada de escalar puesto que, a media altura, el suelo estaba formado por lascas sueltas de pizarra con mucho peligro ya que era fácil resbalar y caer ladera abajo. 
Col, si tú estuvieras aquí seguro que extenderías tus raíces sobre las piedras y las meterías entre las grietas para no resbalar, así podríamos subir sin peligro, pero ¡qué le vamos a hacer!, habrá que ingeniárselas. 
Afortunadamente llevaba una destraleja que le había regalado Merto, y Merto entendía mucho del tema, era la persona más experta en el afilado de toda clase de herramientas cortantes. Con ella taló dos fuertes ramas de los pinos que había en lo más bajo de la falda de aquella montaña, haciendo unos bastones afilados por un extremo.
Cuando llegó a los últimos metros, los más peligrosos, con la parte puntiaguda de los dos bastones hurgaba entre las lascas de pizarra hasta que encontraba algo firme y así, poco a poco, asegurándose bien con los palos, consiguió escalar hasta la cumbre. Desde allí sí que pudo ver en la lejanía una franja en el horizonte, entre cielo y tierra, que se perdía a derecha e izquierda y pensó que podría ser, por fin, el dichoso Muro. Tuvo que descansar un rato en la cima, tras el fatigoso ascenso que le reportaría unas buenas agujetas en los bíceps.
El descenso fue más complicado aunque menos duro que la subida pero, poco a poco y ayudado con la cuerda y los escasos árboles que había en la ladera, llegó finalmente a terreno llano poblado de un espeso pinar, donde pensó hacer noche. 
Pues descansaremos aquí esta noche, que nos lo hemos ganado. 
Ya había dejando en el suelo el zurrón para prepararse algo de cena cuando oyó un leve aleteo y algo que se acercó volando, tan veloz que no lo pudo distinguir, le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Sorprendido por el golpe se refugió junto a un tronco, a falta de otro tipo de resguardo, para protegerse las espaldas y vigilando a un lado y a otro. Nuevamente oyó un aleteo, sintió una ráfaga de viento y no pudo evitar recibir un nuevo golpe en la cabeza. Esta vez había venido de la derecha.
Recogió una rama del suelo y se preparó un buen garrote quedando tenso a la espera de un nuevo ataque.
Tan pronto escuchó un nuevo aleteo, hizo un molinete de izquierda a derecha con aquella arma improvisada, con tan buena fortuna que su atacante golpeó en el palo y éste se partió por la mitad, pero el pájaro, pues pájaro era, yacía inmóvil en el suelo.
Era un ave de complexión robusta aunque no muy grande, del tamaño de un halcón, pero presentaba una rara peculiaridad y es que tenía por pico una protuberancia parecida a un martillo, ligera pero muy dura, que apenas pudo rayar con la punta de la navaja. Supuso que así cazaba, golpeaba a sus víctimas y después se las llevaba a trozos a la boca con sus fuertes garras, boca que consistía en una estrecha abertura bajo el martillo.
Le cortó la cabeza y se la guardó en el zurrón, nunca se sabe qué utilidad pudiera tener. Luego lo desplumó y, encendiendo un fuego, lo asó resultando de buen comer, aunque algo fibroso, algo más que las palomas de agua.
Ya mas tranquilo; pensando que aquel debía ser el único ejemplar, se disponía a dormir, cuando comenzó a oír aleteos y pudo ver a varias de aquella aves posadas en las copas de los pinos circundantes, mirándolo apreciativamente, en espera de lanzarse en un ataque combinado que no hubiera podido repeler. No sabía cómo salir del atolladero y no tenía donde refugiarse. Si le golpeaban todos podrían acabar con él y ya se veía desgarrado y devorado por aquellos pájaros martillo.
Una idea le rondó por la cabeza y enseguida la puso en práctica. Sacando la capa que le habían regalado en los Telares de Cipán, se la echó por encima y se estuvo quieto, aunque tenía bien empuñada la destraleja para, si todo fallaba, vender cara su vida. Descubrió, además, que la capa tenía otra peculiaridad y es que podía ver desde dentro todo lo que sucedía a su alrededor.
Al cabo de un buen rato de estar inmóvil, cubierto con la capa, pudo ver que sus enemigos iban abandonando las copas de los pinos y volaban lejos de allí.
La prueba de la capa había resultado un éxito y le había salvado la vida, tenía que contárselo a sus amigos de Los Telares. Los pájaros martillo no le habían podido ver debajo de la capa y, a falta de presa, habían abandonado la caza.
Pensó que aquellos eran unos pájaros diurnos y que no debía preocuparse por la noche pero, desde aquella ocasión, todas las noches durmió envuelto en su capa. Esa noche pudo dormir tranquilo, aunque le dolía algo la cabeza por los golpes; además le habían salido dos chichones como huevos de codorniz, lo que no es mucho, pensó.
Al día siguiente continuó la caminata, pero vigilando y estando muy alerta por si volvía a escuchar otro aleteo. La franja del Muro ya se perfilaba más nítida en el horizonte y calculó que no faltarían más allá de dos días de camino hasta el pie del farallón. Los días que siguieron fueron tranquilos y sin sorpresas desagradables, salvo una noche en que hubo de cambiar el lugar elegido para dormir, a causa de una legión de hormigas gigantes y guerreras, que habrían podido llevárselo a cuestas a su hormiguero, tantas y tan grandes eran.


EN BUSCA DE HÉNDER parte 2 

el próximo jueves

jueves, 17 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 3

 Nuestro amigo ha conseguir las cuatro "piedras" 
encantadas de la Corona de Hénder y ahora falta
conseguir desencantarlas y, con ello, a la Princesa
Saturia. Aunque de esto no está ya tan seguro, 
pero...






No vamos a relatar las peripecias que pasaron hasta llegar cerca de la cabaña de aquel malvado y poderoso mago; sólo que durante su marcha por el camino, que en buena parte era el mismo que ya habían recorrido desde el puente del Río Far, y debido también a los largos días transcurridos en mutua compañía, las relaciones entre los miembros de la expedición fueron evolucionando, como si el hecho de compartir aquella aventura hiciera nacer entre ellos una especie de camaradería. El lobo que se había ido alimentando con las provisiones compradas a la ida, algo de pescado y carne ahumados y alguna liebre cazada por el camino, ya no miraba con los mismos ojos a Lunar, ésta y el gusano tampoco miraban a la col como un comestible sino como a un compañero a quien se habían ido acostumbrado a ver y, además, ya no pasaban hambre puesto que a su paso iban dejando una amplia senda libre de pasto como si fueran una plaga de langosta o una brigada de jardineros de Alandia segando el césped.
Fan se había ido acostumbrando a hablarles y, aunque no le contestaban, a él le parecía que le entendían y es posible que no estuviera muy equivocado, las cosas mágicas son así.
Anda que te anda, come que te come, acabaron llegando al Puente y, sin atravesarlo, tomaron el sendero que salía a la derecha en dirección a la falda de la montaña y que parecía marcar una alta roca en forma de monolito. Al siguiente día ya se encontraban en las inmediaciones de la cabaña. De su pequeña chimenea salía una columna de espeso y negro humo con abundantes chispas de colores brillantes, delatando la presencia del mago; y Fan, desanimado, pensó que si no salía de allí sería muy difícil o peligroso intentar hacerle marchar. Se tendió sobre un rodal de pasto que aún no se habían comido Lunar y el gusano y se dispuso a esperar y esperar hasta que el mago abandonara su guarida.
Como a lo largo de toda su aventura, la suerte le volvió a sonreír; un enorme y negro cuervo, con algo que no se podía distinguir en el pico, sobrevoló la cabaña y, como Pedro por su casa, se coló por una ventana. No sabemos qué mensaje llevó al mago, pero éste, atándose apresuradamente la túnica y encasquetándose su gorro estrellado, salió corriendo y se perdió por el sendero seguido por el cuervo que, a escasa distancia, le sobrevolaba.
Aprovechando la marcha del mago, y temiendo su regreso, se acercó a la puerta seguido por sus compañeros y les hizo entrar sin pérdida de tiempo.
Al atravesar el umbral cada uno de ellos se convirtió en una piedra preciosa y ¡pop! cayeron blandamente en el suelo. El lobo se transformó en un rubí rojo como la sangre, rojo y cálido como el fuego. Lunar se convirtió en un luminoso diamante tan grande como nunca se había visto aunque tenía una tara, una pequeña mancha de carbono sin cristalizar. La col en una esmeralda de un verde tan intenso que aparecía tal como si allí hubiera irrumpido la Primavera más esplendorosa. El gusano era ahora un azul zafiro pero de un tono tan delicado y sedoso que parecía un jirón de nube atravesado por el azul del cielo.
Los tomó con mucho cuidado, casi con reverencia, en la mano y buscó por todos los rincones algo que pareciera una corona, pero no encontró más que un aro de hierro oxidado y cubierto de telarañas; tenía el tamaño apropiado pero no tenía pinta de corona, salvo por cuatro rebajes en su superficie que, por sus dimensiones, parecían destinados a alojar las cuatro piedras perdidas.
Lo limpió como pudo con la manga, intentando infructuosamente sacarle brillo. Probó con una de aquellas piedras colocándola sobre uno de los rebajes e inmediatamente quedó fuertemente adherida al metal como si fueran una sola cosa, terminó de colocar en su lugar el resto de las piedras y, de la conjunción de sus respectivos brillos combinados, se proyectó un potente rayo de luz blanca que le encandiló. El aro de hierro oxidado se había transformado en oro de la mayor pureza, las paredes de la cabaña desaparecieron de su vista y en su lugar se encontró en medio del salón del trono del reino No Tan Lejano, con la corona en sus manos y rodeado de una multitud de cortesanos, ricamente ataviados, que le miraban asombrados. Él seguía vistiendo sus sencillas ropas pueblerinas y no en muy buen estado precisamente. Y es que en aquella azarosa aventura no había tenido muchas ocasiones para un esmerado aseo personal y mucho menos aún para lavar, planchar y zurcir sus ya pobres andrajos.
Se encontraba en un inmenso salón de alta techumbre, columnas serpentarias y policromadas, grandes tapices ocultaban las paredes y unos ventanales con escenas épicas en enormes vitrales dejaban pasar una luz caleidoscópica. Si los cortesanos estaban asombrados, él no lo estaba mucho menos. Ni en sus más fantásticos sueños hubiera podido imaginar una escena y un escenario igual, y allí quedó como petrificado, con la corona balanceándose sobre el índice de la mano derecha y a punto de caer a suelo, como él mismo lo estaba de la impresión, hasta que… Como de costumbre, la princesa Saturia hizo su aparición, dejando boquiabiertos a los reyes y a la corte en pleno; pero esta vez a Fan no le parecía tan bella ni su vestido tan vaporoso, aunque no dejaba de ser una muy bella joven. Parece ser que la magia siempre aporta un plus de belleza al combinarse con el misterio. El hechizo, finalmente, se había roto y con él algo de su encanto.
– Padre mío – dijo la princesa; tras abrazar efusivamente a sus progenitores y recibir los parabienes de todos los cortesanos, es decir un largo rato que Fan aprovechó para evaluarla así como a sus padres y observar apreciativamente a toda la corte – por fin me veo libre del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni vos ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Y todo esto se lo debo a este joven que ha conseguido liberarme. Yo le prometí recompensarle generosamente y ahora hay que cumplir lo prometido, se lo ha ganado.
– Joven – dijo el rey con voz pomposa y engolada, aunque más bien nasal, por no decir gangosa – me has devuelto a mi querida hija que ya creía perdida para siempre y, como prueba de mi agradecimiento, te ofrezco la mitad de mi reino junto con la mano de la princesa y cuando yo falte reinaréis en mi lugar. 

– ¡De eso nada don rey!; a la princesa, después de tantas apariciones y desapariciones la tengo ya muy vista y además es de lo más machacón y repetitivo con su “malvado y poderoso mago”. Te agradezco mucho tu generoso ofrecimiento. Sé que el rechazar tus regalos te puede incomodar y te ruego me disculpes, no pretendo ofenderte, es que yo sólo soy un sencillo pastor de una pequeña aldea y no encajaría en un reino tan grande e importante como el tuyo, me conformo con que me dejes quedarme con esta corona. – dijo Fan, mostrando aquel sencillo aro de oro con cuatro piedras que tenía en su mano y que parecía una baratija comparada con la suntuosa, labrada y recamada corona que, en aquel momento, adornaba la real testa.
Aunque se sintió algo molesto por aquello que creía una ofensa, y si lo miramos bien realmente lo era, el rey Nasiano accedió a la petición, ya que la corona no era suya y todo aquello no le costaba absolutamente nada. De modo que lo dejó marchar, no sin un enorme y escandaloso soponcio de la princesa, tan grande y escandaloso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto.
Según cuentan los juglares y cronistas de No Tan Lejano, de Telares de Cipán, del Reino de Alandia y de los pueblos de las Montañas Brumosas, el pastor marchó en busca del malvado y poderoso mago para entregarle la corona y pedirle que le devolviera su oveja, su lobo, su col y su gusano, pero eso ya es otra historia.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 2

Ahora le toca a Fan conseguir las otras dos piedras
encantadas de la Corona de Hénder y va en camino
de Alandia con Lunar la oveja y el lobo, que no pocos
quebraderos de cabeza le da para que no dañe a Lunar.






Durante el viaje Fan tuvo que dormir acurrucado junto a Lunar y con un ojo abierto como las liebres; es decir que casi no pudo dormir para evitar que, mientras dormía, el lobo atacase a la oveja, a la que miraba siempre con ojos ávidos. De todos modos, cada día que pasaba se sentía más inseguro ya que se notaban en él los efectos del hambre, aunque lo iba calmando con algo de queso, pan y tocino. Sabía que aquello no era la dieta ideal de un lobo adulto como aquél, incluso estaba sorprendido porque un lobo comiera de aquellas cosas y temía que una noche no pudiera resistir y acabara atacándolo también a él. En vista de que las provisiones escaseaban y de que la situación cada vez resultaba más peligrosa, decidió cazar algo para calmar el hambre del lobo y la suya propia, ya que la oveja, bien que mal, se las apañaba con las hierbas que crecían al borde de sendero.
– Lobo – le decía – olvídate de la oveja que no es para ti y no te preocupes que ya verás como te proporciono algo de comer mucho más sabroso y sin sabor a lana.Ya llevaban unos cinco días de caminata cuando comenzó a notarse próximo el final del terreno montañoso. Al llegar a unas torcas en las estribaciones de las Montañas Brumosas, muy cerca ya del puente sobre el Río Far, decidió pasar la noche a resguardo de un abrigo en las rocas. Antes de que oscureciera, y acompañado por Lunar, recorrió los alrededores hasta que encontró la boca de la madriguera de un cinguo; una especie de roedor nocturno, muy lento y pesado pero muy hábil excavando sus madrigueras hasta en la dura roca.
El cinguo es parecido a un jabalí, aunque tan rechoncho como un cerdo doméstico, que vive bajo tierra, en madrigueras que horada con sus fuertes zarpas excavadoras; su carne es muy apreciada porque, además de ser muy nutritiva y sin apenas grasa, se alimenta preferentemente de plantas aromáticas y tiene un sabor exquisito. No era la primera vez que los cazaba ya que en unas colinas próximas a Aste se solían encontrar y, en ocasiones especiales, se cazaban pero cuidando de no acabar con ellos. De modo que conocía muy bien cómo hacerlo.
Tendió un lazo corredizo en la boca de la madriguera y se ocultó tras un tronco, esperando la llegada de la noche. Cuando se hizo la oscuridad, sólo rota por una luna creciente, el cinguo asomó cauteloso su chata nariz por el estrecho agujero de su cueva, olfateó y luego sacó la cabeza. Fan se había situado contra el viento, conocedor del extraordinario olfato de su presa, pegó un tirón de la cuerda tan rápidamente que, aunque pretendía escapar y refugiarse en su madriguera, no pudo zafarse del lazo corredizo que le apretaba aún más, quedando preso por el cuello. La cuerda, que había tenido la precaución de atar a un tronco, se había tensado del tirón pero resistió y pudo capturar su presa, Esa noche, tanto el lobo como él cenaron hasta hartarse y aún sobró bastante carne para unos días, carne que sometió convenientemente a la acción del humo en la hoguera para su conservación.
Por fin pudo dormir tranquilo, pues el lobo ahíto no intentaría comer nada más, casi no podía moverse con la panza tan llena.
Al siguiente día, tras atravesar el puente sobre el Río Far, momento en que aprovechó además para pescar algunos peces, y proveerse de agua suficiente para las jornadas que les esperaban, siguieron camino a través de un inmenso páramo caracterizado por su gris aridez, sólo alterada por unos cuantos matojos resecos dispersos; pero finalmente, al cabo de una dura semana, llegaron al país de Alandia y a la capital del reino en donde se encontraban sus famosos jardines y en los que trabajaba un ejército de jardineros, plantando, podando, regando, abonando,…
Con sus dos acompañantes se internó en la espesura de los jardines, donde las flores más bellas lucían sus mejores galas, donde los árboles más diversos alzaban sus copas hacia el infinito y donde un laberinto de setos les hizo perder media mañana dando vueltas sin encontrar la salida.
Atravesaron un húmedo jardín tropical de altos y enmarañados árboles en donde apenas llegaba al suelo la claridad del día y en el que se cultivaba toda clase de orquídeas: en racimos, de flores aisladas, de diversos tamaños y de tonos pastel en colores rosa, rojo, blanco, amarillo... pero al fin, gracias al instinto del lobo husmeando el suelo y siguiendo el rastro dejado por los jardineros, lograron salir a una amplia rosaleda en que se entremezclaban los colores y los aromas de las rosas más variadas: desde las rosas silvestres como la centifolia, la damascena, la virginiana, hasta las rosas de té, la índica, la bourbon, y muchas otras variedades híbridas y multicolores.
En el centro de la rosaleda vieron a los jardineros discutiendo acaloradamente:
– Pues alguien debe ser el culpable, alguien tiene que haber traído aquí la maldita semilla – decía el jefe de los jardineros – Pero esto no puede quedar así, es preciso que el Rey no vea este engendro cuando venga; porque si no, nuestros empleos corren peligro, por no hablar de algunas cabezas.
– Mejor será cortarla y llevársela a la cocinera real para que haga un buen chucrut – dijo alguien.
– Si, si, habrá que arrancarla – dijeron a coro unas cuantas voces más.
Mientras tanto, nuestros amigos se habían ido aproximando al grupo de jardineros, hasta que Fan pudo ver la causa de la discusión. Entre los arriates floridos, destacaba orgullosa una gigantesca mata de col, la oveja intentó acercarse a ella y tirarle un bocado, porque hacía mucho tiempo que no encontraba té de roca y ya no hacía ascos a otro tipo de verduras, pero él frenó su avance y, comprendiendo que la col era su objetivo, decidió salvarla de acabar en la cocina.
– Señores, no se preocupen que yo la haré desaparecer para que el Rey no se entere del estropicio, déjenme a mi que yo me encargo de todo.

Los jardineros se quedaron mirando a aquel extraño trío con mayor sorpresa con que miraban la col, pero la firmeza y la seguridad de aquel extraño les convenció y comenzaron a retirarse.
Cuando los jardineros se hubieron marchado, Fan intentó tirar de la mata de col con todas sus fuerzas, pero era muy grande y las raíces muy profundas. Ató la soga al lobo y a la oveja y entre los tres, tirando, tirando, lograron arrancarla del suelo.
La mata de col estiró sus raíces, como desperezándose, y se puso a caminar. Los tres quedaron asombrados por ello, pero Fan acabó pensando que las cosas encantadas siempre hacen cosas raras.
En ese momento, como era de costumbre, se materializó junto a ellos Saturia .
– Gracias por rescatar a la col de las ollas de la cocinera y de servir como guarnición al codillo asado, ahora estamos más cerca de librarnos del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Pero ahora lo tendrás más difícil al tener que vigilar también a la oveja para que no dañe a la col, aunque ya sólo queda una piedra encantada por localizar y sólo puedo decirte que debes buscar entre las moreras que jalonan la Ruta de la Seda que lleva a los Telares de Cipán.

Dicho esto desapareció pero ya nadie se asombró por ello, y menos la col.
– Ya sabes – dijo Fan a Lunar – ni se te ocurra acercarte a la col, y menos tocarle una sola de sus hojas, que entonces te las tendrás que ver conmigo o dejaré al lobo que haga lo que quiera contigo.
El viaje ahora iba a ser mucho más largo ya que tenían que llegar al otro extremo del Continente Único. La comitiva emprendió el camino tomando la ruta de las carretas que se dirigían al extremo Oeste del continente, la misma ruta de momento por la que habían llegado; delante iba el lobo, seguido de la col, a continuación el pastor y siguiéndolo iba Lunar, que miraba con ojos golosos las verdes hojas que su compañera de viaje contoneaba provocativamente al caminar.
– Te recuerdo que la col ni tocarla, – dijo a la oveja al darse cuenta de cómo miraba – así que vete acostumbrando a comer hierba de los ribazos, porque no vas a tener otra cosa.
Lo cierto es que la mirada de una oveja es de lo más inexpresivo; pero no había que ser pastor, ni siquiera muy avispado, para adivinar sus intenciones.
A lo largo de aquella ruta había algunas granjas dispersas en las que Fan compró algo de pan, queso, tocino y un embutido de ciervo que al lobo le gustó mucho. De todos modos los días que siguieron fueron duros para él porque: además de vigilar al lobo para que no atacara a la oveja, debía vigilar a ésta para que no mordiera la col. Pero Lunar se iba alimentando con las hierbas del camino, la col de vez en cuando enterraba sus raíces en busca de alimento y con aquellas provisiones que compró, lo que le quedaba en el zurrón y lo que pudo cazar por el camino, ni él ni el lobo pasaron hambre.
Poco después de atravesar el Páramo Gris llegaron a una posada que ya habían visto a la ida, aunque habían pasado de largo. Pidió algunos comestibles para él y para el lobo y pidió también dos habitaciones. Así aquella noche pudo dormir tranquilo y reponer fuerzas. Durmió, muy acertadamente, en una habitación con la oveja y en la otra el lobo y la col. Claro que las habitaciones se encontraban en las cuadras porque en aquella posada, como en todas, no admitían animales en las habitaciones del primer piso.
A la mañana siguiente reemprendieron el viaje, siguiendo por aquel camino y a los dos días atravesaban de nuevo el puente sobre el Río Far.
Aprovechó ahora para reponer las reservas de pescado ya que mientras tuviera al lobo bien comido no debía preocuparse por él.
Tres días después, cuando ya oscurecía, un amplio lago les cortaba el paso. Consiguió una barca, pero era tan pequeña que sólo podían atravesar el lago dos a la vez, por lo que tuvo que cavilar y cavilar de qué manera pasar todos al otro lado sin dejar solos al lobo con Lunar o a ésta con la col. Como era muy avispado, supo resolver el problema y consiguió pasar a la otra orilla al lobo, la oveja y la col sin que nadie se comiera a nadie y, además, aprovechó en uno de los viajes para dormir tranquilo y sin preocupaciones por lo que hicieran el lobo o la oveja.
Reunidos todos finalmente, bien temprano, en la otra orilla, frente a ellos se abría una amplia avenida bordeada de moreras que se perdía a lo lejos en la distancia. Se asustó al reparar en la cantidad de árboles y pensó que si tenía que revisarlos uno por uno no acabaría nunca pero, confiando en su buena estrella y acompañado por aquel extraño trío, siguió el camino muy decidido, confiando en que algo insólito y providencial sucedería que le haría descubrir en qué cosa había convertido aquel malvado y poderoso mago a la última piedra.
– A ver si me ayudáis a buscar, que ya estoy harto de hacer todo el trabajo y vosotros nada – les dijo – o nos vamos a tener que quedar aquí hasta mañana. Así transcurrió toda la mañana y parte de la tarde y a la avenida de moreras no le veían el fin.
Cuando ya desesperaba de encontrar lo que andaba buscando, divisó a lo lejos a unos trabajadores cargando una larga escalera y pudo ver cómo la colocaban al pie de una vieja y alta morera; cosa extraña porque las moreras suelen extenderse a lo ancho y no subir muy alto, al menos en Aste.
El pobre pensó que si era aquella vieja morera su piedra encantada, ¡a ver quién iba a ser el guapo que la arrancaba de cuajo!, aquello no era una col precisamente. Pero cuando se acercó más pudo escuchar lo que decían.
Uno de ellos aguantaba la escalera mientras que otro trepaba por ella.
– Un poco más a la derecha, ahí, ahí, ¡casi lo pillas! 

– Aguanta bien no se caiga la escalera, ya casi lo alcanzo, sólo hay que subir un peldaño más.
– Lo tienes encima de tu cabeza.

– ¡Ay! Que me voy a caer, sujeta fuerte con las dos manos y no andes señalando que ya lo veo.
Cuando Fan llegó hasta ellos les preguntó
– Buenas tardes ¿Qué sucede? ¿Puedo ayudarles en algo?
– Nada, un maldito gusano obeso, un macrogusano, que se come todas las hojas y, de seguir así, los gusanos de seda se quedarán sin comida y nosotros sin seda. Tenemos que acabar con él sea como sea si no queremos que deje peladas todas las moreras y a los criaderos sin hojas con que alimentarlos.

Entonces, dando un profundo suspiro de alivio, comprendió que su objetivo no era la vieja morera sino el gusano. Así que les dijo a los de la escalera, que se habían quedado sorprendidos al ver a sus acompañantes:
– Déjenme hacer a mi; en mi aldea soy experto en trepar a los pinos piñoneros a cosechar las piñas y una morera es mucho más fácil, es casi como un paseo. Yo les libraré del gusano y me lo llevaré tan lejos que pueden irse olvidando de él; pero, mientras estoy arriba, vigílenme al lobo para que no se acerque a la oveja y a la oveja para que no se acerque a la col.
Y mirando a los tres, les dijo:
– A ver si os portáis bien

Dicho esto, sin necesidad de escalera, trepó a una rama y de ésta a otra y a otra hasta que alcanzó al gusano; un bicho del grueso de una pierna que reptaba y comía, que comía y reptaba por entre las ramas. Una vez le hubo echado mano descendió con su blando y viscoso trofeo, dio las gracias a los campesinos por cuidar del lobo, la oveja y la col y, acompañado por su séquito, emprendió el regreso por la Ruta de la Seda de nuevo en dirección al lago, pero….
En ese momento se hizo presente aquella princesa que siempre se le aparecía y dijo:
– ¡Es maravilloso! ¡No sé cómo agradecértelo! Ahora sí que estoy segura de que podré librarme del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Ahora sólo hace falta que los lleves a la cabaña del malvado y poderoso mago, que se encuentra al pie de las Montañas Brumosas, en las estribaciones del Norte y muy cerca del puente del Río Far. No tiene pérdida, porque muy cerca hay un piedra gigantesca en forma de monolito que se destaca en la distancia. Al llegar volverán a ser las cuatro piedras que eran y cuando las vuelvas a colocar en la Corona de Hénder, mi hechizo acabará y el rey Nasiano V, mi padre, te recompensará generosamente. Pero sólo podrás llevar a cabo todo esto si, cuando los lleves y montes las piedras en la corona, el mago no está allí. Es peligroso, así que ten mucho cuidado y no me falles.
Y, como de costumbre, desapareció.
– ¡Maravilloso! ¡Mararavilloso! y ¡Peligroso! ¡Peligroso! ¡Bah!. Esto comienza ya a resultar monótono y repetitivo. Y por otra parte no me hace mucha gracia que os convirtáis en piedras, ya me he ido acostumbrando a vosotros; pero... tendremos que desencantar a la princesa ¿no os parece? – dijo a sus acompañantes, pero ninguno le respondió; aunque si lo hubieran hecho, ya no le habría extrañado nada y si le hubieran dicho que no, aún menos. Luego todos se pusieron en camino.
Cuando finalmente llegaron a la orilla del lago ya había oscurecido y se tendieron a pasar la noche aunque Fan tuvo que hacer filigranas para proteger a la col del gusano y, aunque ya menos, de Lunar.
Al despertar vio que no estaba la barca con que habían llegado y tuvo que buscar otra que les volviera a la otra orilla. Finalmente encontró una barca algo mayor en la que podría llevar hasta dos a la vez pero con la condición de que no podría hacer más de tres trayectos en total. Tuvo que cavilar y cavilar de qué manera pasar todos al otro lado sin dejar solos al lobo con la oveja o a ésta con la col o a ésta última con el gusano. Como era muy avispado, como ya habíamos dicho, supo resolver el problema al comprender que era más sencillo incluso que la vez anterior, que en esta ocasión el barquero había intentado enredarlo y sin más complicaciones consiguió pasar a la otra orilla al lobo, la oveja, el gusano y la col sin que nadie se comiera a nadie.
– Ahora, muchachos, vamos a ver si encontramos la cabaña del mago – les dijo.





miércoles, 2 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 1

NOTA:_  Hoy vuelvo a publicar aquella primera parte que ya publiqué en su día. Más que nada para que no queden partes desperdigadas y el relato continúe seguido desde el principio.

Comenzamos aquí un nuevo libro titulado RELATOS DE HÉNDER. Se trata de un largo cuento en forma de trilogía de momento, porque tiene vida propia y sigue creciendo; con aventuras, exploraciones y mucha magia. Un "malvado y poderoso mago - tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto -" es autor de un encantamiento que Fan, nuestro protagonista, deberá neutralizar. Contará para ello con unos extraños compañeros de viaje y descubrirá nuevas tierras inexploradas.




Y comienza así...


dedicado a Elia y Llanos
que algo de frikismo me deben


LIBRO 1.- Las piedras de Hénder (parte 1)


Pascia era un pequeño y tranquilo país, situado al sureste del Continente Único. Limitaba al Norte con el Reino de Alandia y al Oeste con las Montañas Brumosas. Era un país de pescadores y campesinos que nunca habían ido más allá de sus fronteras y que, salvo algún caso excepcional, no tenían ningún interés en aventuras ni viajes.
En Aste, una pequeña aldea que se dedicaba a la agricultura y la ganadería, situado al Norte de la Capital, vivía un pastor llamado Fantasik, al que todos llamaban Fan. Cuidaba su rebaño con gran dedicación, ordeñaba sus ovejas y elaboraba los mejores quesos del pueblo y de los mejores de toda Pascia. También esquilaba, aunque las labores de hilado y tejido se las dejaba a otros.
Era un espíritu inquieto y curioso, pero tampoco en su vida había tenido ocasión de salir de los límites de su aldea, ni tan siquiera conocía el Mar del Alba que bañaba las costas del Sur y el Este de su país, nunca se había aventurado por los caminos que conducían al pueblo de pescadores conocido como Puerto Fin y aún menos a la Capital, de hecho ellos no viajaban para vender sus productos sino que los comerciantes de la capital viajaban a Aste y los recogían con sus carretas.
Fan conocía muy bien a cada una de sus ovejas y sus preferencias a la hora de comer, y a cada uno de sus perros, de los que Rayo era el mayor y macho dominante de los otros tres. Entre sus ovejas había unas que preferían el trébol silvestre, otras la avena borde de los ribazos, otras la correhuela,… pero otra tenía aficiones caprinas, ya que sólo le gustaba un raro té de roca que crecía en los riscos más inaccesibles; por lo que se engarabitaba por los roquedales, como si fuera una cabra, en busca de tan aromático forraje. Por encima de las otras, a Fan le resultaba simpática esta oveja porque; además de sus curiosos hábitos alimentarios y de que había aparecido no hacía mucho entre el rebaño sin que nadie supiera de dónde había salido, tenía una mancha negra en la cabeza que le daba un aire cómico. Como a todas sus ovejas y a sus perros le había puesto nombre, la llamaba Lunar por aquella mancha y porque había aparecido con la Primera Luna llena
Cierto día en que buscaba su golosina, se encaramó en unas crestas pero, una vez allí, fue incapaz de bajar por más que lo intentó, ya que el paraje era de lo más escarpado. Asustada comenzó a balar y balar hasta que el pastor pudo localizarla y, con muchas dificultades, trepar por las rocas hasta alcanzarla. Una vez arriba se la cargó a cuestas y emprendió el peligroso descenso, con riesgo de caer y estrellarse contra las rocas.
Logró descender hasta el prado y, dejándola en el suelo, muy enfadado, comenzó a decirle, como si ella pudiera entenderlo.
– ¿Estás loca?, tú no eres una cabra. Que sea la última vez que me haces esto, porque no me molestaré en subir a ayudarte
Como si lo hubiera entendido, Lunar agachó las orejas y se tendió mansamente en el pasto y, al mismo tiempo, como una aparición, se materializó junto a ella una bella joven ataviada con una vaporosa túnica de seda y le dijo al pastor.
– Gracias por rescatarla; es muy importante porque sin ella no podría librarme del encantamiento que pesa sobre mí.
Fan casi se cae al suelo del sobresalto y se la quedó mirando embobado, no se sabe si por la sorpresa o por la contemplación de aquella rara belleza
– ¿Quién eres y qué quieres decir?– dijo Fan, al que casi no le salía la voz sorprendido por la súbita aparición
– Yo soy Saturia la hija del rey Nasiano V que reina en un país muy lejano, pero no tanto como suelen serlo los países de los cuentos y por eso se llama así, No Tan Lejano. Un malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto, me condenó a vagar como un espíritu por esos mundos, sin poder regresar a mi país ni a mi forma corpórea, hasta que alguien logre reunir las cuatro piedras perdidas de la Corona de Hénder.
– ¿Y tú que tienes que ver conmigo y con Lunar?
– Si me puedes ver ahora es gracias a haberla salvado del peligro y sólo me puedes ver tú. El malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto, convirtió una de las piedras perdidas en oveja, de ahí su extraño comportamiento; pero hasta que no se encuentren juntas todas ellas no se romperán los encantamientos, tanto el mío, como los de las cuatro piedras. Por favor, ¡ayúdame!, tienes que encontrar las otras tres y te estaré eternamente agradecida. La próxima se encuentra cerca del pueblo de Mutts, en la Cueva de los Silencios, al borde de las Montañas Brumosas, pero no puedo decirte en qué la transformó el malvado y poderoso mago, eso lo tienes que descubrir tú.
Y dicho esto la princesa desapareció del mismo modo en que había aparecido.
Fan se quedó boquiabierto, contemplando el lugar que segundos antes ocupaba aquella bella y sorprendente aparición, pero reaccionó enseguida y tomó una decisión.
Animado por la expectativa de aventuras y encandilado por la belleza de la princesa, decidió emprender la búsqueda, así que se dirigió a la aldea y le contó la historia a su mejor amigo, Merto. Éste, que también era dado a la fantasía, quiso acompañarlo en su búsqueda pero, a regañadientes, tuvo que quedarse al cuidado del rebaño, aunque Fan tuvo que prometerle llevarle con él en sus próximos viajes.
Merto era un diestro artesano de la forja y fabricaba muy buenos instrumentos y herramientas de corte de excelente filo, tan excelente que podían cortar un cabello al aire y, como prueba de su habilidad, lucía una cicatriz en una mejilla fruto de un accidente con una de sus navajas.
Ambos amigos pasaban largas horas de charla y se ayudaban mutuamente en sus respectivas tareas, aunque a Fan no se le daba tan bien el afilado ni a Merto el pastoreo.
Acompañado por la oveja encantada, se puso en camino hacia las Montañas Brumosas. Llevaba en su zurrón, además de su navaja y una pequeña hacha obra de su amigo, yesca y pedernal en un bruñido estuche de acero que también era obra de Merto, una fuerte pero fina cuerda, un pañuelo de hatillo, una fina manta de la lana de sus ovejas, una hermosa hogaza de pan, uno de sus quesos más curados, chorizo y tocino suficientes para unos días, pero como era buen conocedor de las plantas y hongos comestibles, así como de algunas plantas medicinales apenas tendría que echar mano de sus reservas.
A los cinco días de caminar ya se distinguía a lo lejos la silueta de las montañas aunque debían caminar aún otros tres o cuatro días más, ya que el sendero bordeaba la falda oriental, hasta llegar a aquel pueblecito a la orilla de las Montañas y ya muy cerca de la costa.
El sol apretaba fuerte, de modo que a las horas de más calor comía y reposaba a la sombra y se dedicaba a tallar con su navaja complicados dibujos en su cayado.
Una vez llegado a Mutts quiso preguntar dónde se hallaba la Cueva, pero el pueblo bullía de actividad; la gente iba de aquí para allá con guadañas, horcas, palos y todo tipo de armas imaginables.
Preguntó al primero que se encontró, que a qué se debía aquel revuelo y le respondió.
– Vamos a matar a un maldito lobo que se esconde en la Cueva de los Silencios, ya estamos hartos de que nos mate las ovejas. Y tú no sé por qué te atreves a venir aquí con esa precisamente.
– ¿Por qué? ¿Qué tiene de particular esta oveja?
– Porque este lobo tiene la manía de matar a todas las ovejas blancas con una mancha negra en la cabeza, suerte que de esas hay pocas. A las blancas del todo y a las completamente negras no las ataca, sólo las espanta, pero luego cuesta reunirlas, y más de una se despeña huyendo.
Enseguida intuyó que el lobo era su objetivo y les dijo a los habitantes del pueblo.
– No os preocupéis que yo os voy a librar de él.
Y se encaminó a la Cueva. La boca era oscura, no digo que como boca de lobo, pero oscura con ganas. Precediendo a Lunar se internó en la abertura, anduvo unos pasos y descubrió al fondo el brillo de unos ojos fosforescentes y atemorizadores. El miedo recorrió su espinazo como un calambre, pero no se arredró, otras veces ya se las había tenido que ver con lobos y sabía como tratarlos, aunque en esta ocasión no contaba con la ayuda de Rayo y sus compañeros. Siguió avanzando hasta que se le acomodó la vista y descubrió, agazapado al fondo de la cueva, tras unas estalagmitas, a un lobo grande y gris con aire amenazador.
Dirigiéndose a él, le dijo:
– ………………………………………
Pero, haciendo honor a su nombre, las paredes de la Cueva absorbían todos los sonidos, incluso sus pisadas y los latidos de su corazón, y no se escuchó nada.
Repitió de nuevo el intento, alzando la voz, con el mismo resultado.
– ………………………………………
El lobo, enseñando los afilados colmillos y alzando el cuello aulló
– ………………………………………
Tampoco su aullido llegó a materializarse, el espeso silencio, casi sólido, era dueño de la cueva.
Dio la vuelta y se dirigió al exterior seguido por Lunar. El lobo salió tras ellos, mirándolos con ojos famélicos.
Encarándose a él, le dijo:
– ¿Así es como me agradeces que te salve la vida?, Los campesinos estaban dispuestos a matarte, pero yo les he pedido que te dejaran en paz y les he prometido que te llevaría muy lejos. De desagradecidos está el mundo lleno, pero si lo prefieres te doy a elegir: te dejo con ellos o me haces caso y te vienes con nosotros.
Una multitud armada con los enseres más variopintos, si puede llamarse multitud a toda la población de una pequeña aldea, contemplaba al lobo con miradas airadas.
Como si lo hubiera entendido, el lobo agachó las orejas y se tendió mansamente en el pasto y, al mismo tiempo, como una aparición, se materializó junto a ellos Saturia, aquella bella joven de la primera vez.
– Gracias por rescatar al lobo de las iras de los campesinos; es muy importante porque, sin él, no podría librarme del encantamiento que echó sobre mí aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto. No debes preocuparte por lo que pueda decir toda esa gente, no me pueden ver. Ahora que has encontrado la segunda piedra encantada deberás seguir la búsqueda llevando contigo a la oveja y el lobo. Pero debes tener mucho cuidado de que éste no la dañe, porque entonces todos nuestros esfuerzos habrían sido en vano. De la tercera piedra encantada sólo puedo decirte que se encuentra en los Jardines Reales de Alandia y no puedo decirte bajo qué forma la escondió el mago.
Dicho esto la princesa desapareció tal como había aparecido.
Fan no quedó tan embelesado con la princesa como la otra vez, es más le molestó mucho tener que ir ahora a Alandia, ya que la distancia era mucha y debía desandar buena parte del camino, para finalmente atravesar el puente sobre el río Far y el páramo gris.
– Ya podía haberme enviado primero allí y ahora no tendría que dar tanto rodeo
Pero, resignado, emprendió el viaje llevando delante al lobo, para mantenerlo vigilado, y seguido por Lunar.
Los aldeanos, que habían contemplado sorprendidos aquella rara escena, y que aunque no vieron a la princesa habían visto a Fan hablar al aire, se quedaron boquiabiertos mirando cómo se perdía en la distancia aquel extraño trío y luego regresaron todos a sus casas y a sus tareas cotidianas.