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jueves, 5 de marzo de 2015

La moneda perdida



Un nuevo "trascuento" que viene a explicar algo sobre "La ratita presumida"


Puede escucharse mientras  
 se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

LA MONEDA PERDIDA


En la plaza del pueblo lloraba desconsolada una niña mientras, inclinada sobre el pavimento, revisaba cada losa  y cada rincón. Llevaba horas de agotadora búsqueda por la plaza y las calles adyacentes, ya le dolía la espalda de tanto estar encorvada y tenía los ojos irritados de tanto llorar. La gente pasaba por su lado pero nadie le hacía caso, y es que la solidaridad humana y la compasión son virtudes hace tiempo  desaparecidas.

Un asno pasaba por allí con cara de haber tenido un serio disgusto, no obstante no vaciló en acercarse solícito a la niña y le preguntó.
- ¿Qué te pasa, niña?, ¿por qué lloras tanto?
La niña entre hipidos le respondió
-Lloro porque he perdido la única moneda que tenía para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma. Gracias por su interés, Señor Asno.
-¿Asno?, ¡burro es lo que soy!, ¡y acémila, y solípedo, y semoviente!, ¡Y pensar que yo me creía el ser más desgraciado del mundo, porque la vanidosa de la Ratita me ha dado calabazas! ¡tú si que tienes problemas y voy a ayudarte a buscar  esa moneda!
-Muchas gracias Señor Asno, no sabe cuánto se lo agradezco
Y allá que se estuvieron juntos, buscando en cada grieta y en cada juntura del pavimento cuando pasó por allí un perro, cabizbajo y abstraído pero que, pese a ello, reparó en lo que hacían niña y asno.
- ¿Qué andáis buscando tan afanosos?
- Estamos buscando una moneda que no sé cómo se me puede haber caído, porque la necesito para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma, y el Señor Asno ha sido tan amable que me está ayudando a buscar.
-Pues yo también te ayudaré. - dijo el perro cambiándosele la expresión sombría - ¿me permites que huela el bolsillo donde la llevabas?
- Muchas gracias por su ayuda, Señor Perro. huela, huela. Se me ha perdido entre mi casa y la plaza pero ya he buscado por todo el recorrido sin resultado.
El perro le olfateó el bolsillo del delantal y se puso a husmear por los alrededores sin encontrar rastro alguno, después le preguntó a la niña
-¿Me podrías decir dónde vives?
- En la Calle de las Flores número seis
Y allá que se fue el perro para seguir el rastro desde el mismo portal. Mientras tanto niña y asno seguían buscando cuando se les acercó un cerdo con el rabito desenroscado y mustio, como decaído
- ¿Se puede saber qué andáis buscando?,  seguro que es algo bueno de comer, ¿puedo buscar yo también?
- Estamos buscando una moneda que llevaba para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma y el Señor Asno y el Señor Perro han sido tan amables que me están ayudando a buscar.
-Pues yo también buscaré; por algo tengo un olfato privilegiado para las trufas y una moneda no puede ser más difícil de encontrar.
El cerdo enroscó el rabito, lo alzó igual que un perro cuando está alegre y comenzó a hozar por los parterres y alcorques de la plaza por si, al caer, se hubiera clavado en la tierra. 
Mientras tanto se dejó caer por allí un gallo de bello colorido, altanero y presumido pero con la cresta caída, señal de que estaba algo deprimido, y viendo al cerdo hozando le dijo.
- ¿Qué andas haciendo?, ¿buscas lombrices?
Y le respondió el cerdo
 - La niña ha perdido una moneda que llevaba para comprarle medicamentos a su pobre madre enferma y el Señor Asno, el Señor Perro y yo mismo le estamos ayudando a buscar.
- Pues yo también participo en la búsqueda y, si no te importa, podemos hacer equipo tú y yo. Yo puedo ir escarbando lo que tú remueves porque siempre ven más cuatro ojos que dos y si, de paso, encuentro alguna lombriz, al menos almorzaré.
- Muchas gracias Señor Gallo – dijo la niña que ya hacía rato que había dejado de llorar.
El gallo enderezó airosamente la cresta que se le puso más roja que nunca y comenzó a escarbar con todos sus bríos.
Mientras tanto; el perro que había seguido el rastro desde  la casa de la niña había llegado hasta la escalera del jardín de la Ratita. Allí se notaba más fuerte que en ningún sitio el olor de la moneda y allí acababa el rastro, pero no se atrevió a subir los escalones porque ya estaba bastante dolido por las calabazas que le había dado la Ratita y no quiso acercarse más a aquella casa, así que siguió husmeando por los alrededores sin ningún resultado.
Un carnero que pasaba por la plaza se acercó a los que estaban buscando y les dijo
-¡Cuanta gente ocupada en buscar! ¿es algún juego?
-No, - dijo la niña -  estamos buscando una moneda que llevaba para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma y el Señor Asno, el Señor Perro, el Señor Cerdo y el Señor Gallo han sido tan amables que me están ayudando a buscar.
- Pues permitidme que me sume a vosotros y, como podría ser que hubiera rodado bajo una puerta, voy a ir abriendo a topetazos todas las puertas a ver si la encuentro. ¿hay algún premio para el ganador?
- Muchas gracias por su ayuda Señor Carnero y no, no hay ningún premio, sólo mi sincero agradecimiento a todos.
- Pues con eso me basta, por lo menos eres amable y agradecida y no como otra que yo me sé.
Y con ímpetu digno de encomio comenzó a arremeter con la testuz puerta tras puerta.
De un largo salto se plantó entre ellos un grillo que, prudentemente, procuró no estar al alcance del gallo y dijo así.
-¿Me dejáis que yo también juegue con vosotros a eso que estáis jugando?
- Señor Grillo – replicó la niña - estamos buscando una moneda que llevaba para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma y el Señor Asno, el Señor Perro, el Señor Cerdo, el Señor Gallo  y el Señor Carnero han sido tan amables que me están ayudando a buscar.
- Pues yo también quiero buscar y, como soy tan pequeño, me puedo meter por las rendijas y las grietas que vosotros no podéis ver.
Y se perdió entre las juntas del adoquinado. Así estaban las cosas cuando un pato pensativo, con las alas cruzadas a la espalda atravesaba la plaza y, viendo a todos tan afanados buscando, preguntó
- ¿Qué pasa aquí? ¿Estáis buscando algo?
- Si, – respondió la niña - estamos buscando una moneda que llevaba para comprarle medicamentos a mi pobre madre enferma y el Señor Asno, el Señor Perro, el Señor Cerdo, el Señor Gallo, el Señor Carnero y el Señor Grillo han sido tan amables que me están ayudando a buscar.
- ¡Qué bien!, ¡Una búsqueda del tesoro! –dijo el pato ahora con semblante radiante y una gran sonrisa de todo el pico – Pues yo también participo si me dais permiso.
Pero no se esperó a que le dieran permiso, con un aleteo se zambullo en el pilón de la fuente que había en el centro de la plaza, buceando de vez en cuando por si la moneda hubiera caído al agua.
El perro había recorrido todas las calles sin resultado; bueno, sin resultados no porque había encontrado una pista, pero esa pista le traía muy tristes recuerdos y la había borrado de su mente lo mismo que había borrado a la Ratita de su corazón. Finalmente, abatido y derrotado se acercó a la Plaza y se reunió con los que allí estaban cuando, de repente…
El pato lanzó un ¡cuac, glub, glub, cuac! de triunfo y gritó
-¡He encontrado una moneda!
- ¡No, dos!
- ¡No, tres!
-¡No, muchas!
- Deben ser las que tira la gente para pedir un deseo, pues por lo menos un deseo si que se va a cumplir hoy. – dijo el asno
El pato con el pico fue sacando de la fuente monedas y más monedas que encontró por el fondo del pilón, eran de poco valor, pero juntando todas, la niña había recuperado el valor de la moneda perdida y así podría comprar las medicinas.
Riendo y saltando de alegría, todos se abrazaron, salvo el grillo que procuró no acercarse demasiado al gallo o al pato, y luego cada cual se fue tan contento por su camino. 
Cuentan que la Ratita Presumida, que había dado calabazas al pato, al cerdo, al perro, al gallo, al asno, al carnero y al grillo, cuando iba a ser devorada por su marido el gato, había gritado y todos sus pretendientes acudieron a salvarla de las garras del felino, pero eso no puede ser cierto porque, en ese preciso momento, todos estaban muy ocupados buscando la moneda perdida.




Este trascuento transcurre paralelamente al cuento de:
LA RATITA PRESUMIDA


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