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viernes, 12 de junio de 2015

La rana deslenguada

Pensaba guardarlo para otra serie que estoy preparando; pero, como no tengo otra cosa que poner, ahí va. Esto está inspirado en tres frases que me contaban de pequeño y que ahora, de viejo, he descubierto pertenecen a "Cuadros de costumbres" de Fernán Caballero (que de caballero nada, porque era una dama)



LA RANA DESLENGUADA


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Ranoque era una rana deslenguada, no porque no tuviera lengua, puesto que eso es algo de lo que no carece cualquier batracio que se precie,  sino todo lo contrario. No se callaba ni debajo del agua.
Cosa de la que se enteraba, cosa que croaba a los cuatro vientos. Era la cotilla más grande que había en su charca y la bocazas mayor en charcas a la redonda.
Ella era así y no se podía hacer nada, salvo evitar ser víctima de la maledicencia de su lengua; que no usaba sólo para cazar insectos, como todas las ranas, sino para despellejar al prójimo y ponerlo de vuelta y media.
Era tal su fama de chismosa que ya le llamaban “El noticiario vespertino” y se pasaba toda la noche con su raniquicuaque por aquí, con su raniquicuaque por allá.
Picuaque, su vecina de nenúfar, había intentado hacerle ver lo feo de su conducta y hacerle comprender que tenía que cambiar, pero fue inútil y, además, comenzó a croar también de ella.
Ranoque se vio marginada; muchas ranas abandonaron aquella charca para alejarse de ella, y las que quedaron le retiraron el croado y procuraban alejarse lo más posible de su nenúfar. Hasta la misma Picuaque se buscó otra hoja en el extremo opuesto de la charca.
De modo que Ranoque se quedó sin cosas que contar ni quién la escuchara; pero no se rendía y cada noche se explayaba croando chismorreos viejos y, a falta de nuevos, inventándoselos, y se esforzaba mucho por hacerse oír alzando su croa lo más alto que podía.
No se sentía culpable de nada, ni de que la hicieran el vacío, porque se sentía satisfecha de su comportamiento y de la limpieza de indeseables que creía estar haciendo.  Y, como las demás se habían alejado de aquella zona de la charca, todos los insectos eran para ella sola, cosa que interpretaba como un premio a sus méritos.
Así hubieran seguido las cosas indefinidamente, pero una noche…  su voz no rompió el silencio de la charca. Las otras ranas, que evitaban croarse entre ellas  para no darle motivos para sus críticas, comenzaron a hacerse oír tímidamente.
Tampoco hubo respuesta.
Entonces se generalizó el raniquicuaque en toda la charca, como nunca antes se había oído.
Picuaque, desde su nenúfar, comenzó a preocuparse por Ranoque y, temiendo que le hubiera pasado algo malo, regresó a su antigua hoja, al lado de ella. Y allí estaba, erguida, pero callada. 
- ¿Qué te pasa? ¿estás bien? - le preguntó
Pero Ranoque no dijo ni cro, se señaló a la garganta abriendo la boca ostensiblemente, y entonces Picuaque vio que tenía unas amígdalas descomunales y la garganta muy irritada. 
- ¿Así que te has quedado afónica?
Y Ranoque asintió en silencio con la cabeza.
El diagnóstico fue que se había excedido para hacerse oír muy lejos y había forzando sus cuerdas vocales y la garganta. El tratamiento fue el silencio absoluto en una semana. 
Cuando se corrió la voz por la charca y las charcas vecinas; todas las ranas se acercaron, olvidando viejos agravios, a verla, darle ánimos, hacerle compañía y llevarle remedios para su mal e insectos pequeños que pudiera tragar fácilmente.
Ranoque se sentía fatal, pero no por el dolor de garganta y la afonía, sino al comprender lo mal que se había portado y al comprobar que todas se preocupaban por ella y la cuidaban.
Cuando, al cabo de la semana, se recuperó, pidió perdón a todas y se puso a cantar el raniquicuaque, al que se sumaron todas las demás y las de las charcas vecinas. Es por eso que aquella noche, en el pueblo vecino nadie fue capaz de pegar un ojo. 




miércoles, 10 de junio de 2015

El cazador que se quedó sin perro



Lo que sigue, que más que un cuento viene a ser un trabalenguas, me lo envió Alberto López. Muchas Gracias a Alberto, pero el cazador dudo que se las pueda dar a su amigo.




EL CAZADOR QUE SE QUEDÓ SIN PERRO


Érase un cazador que habiéndose quedado sin perro se acuerda de un amigo que normalmente tiene muchos y se acerca y le pregunta.
- Me he quedado sin perro, ¿tienes tú alguno para darme?
El amigo le responde, 
- Ahora no tengo , 
sólo me quedan:
La chispa, la chasca
la charabasca,
el perro ladino,
el que la lleva, el que la trae,
el que sale al camino
las once podencas,
y las seis pachonas,
con seis pachoncetes cada una.
Como ves no puedo ayudarte.

martes, 9 de junio de 2015

La sombra en el torreón

Un relato terrorífico sobre algunos hechos y lugares reales. Lo pueden confirmar quienes conozcan a ese joven abogado madrileño y hayan conocido al anfitrión de nuestro protagonista.



LA SOMBRA EN EL TORREÓN




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Permitidme que me presente:  Mi nombre es Antón Segura y, aunque nacido en Toledo, resido habitualmente en Madrid.
En relación a lo que a continuación os voy a narrar, debéis saber de mi que soy un gran aficionado a la literatura fantástica; léase: Poe, Lovecraft, Machen, Hope Hodgson, etc. y siempre me han inquietado las antiguas ruinas de castillos, iglesias y monasterios con usos funerarios y su relación con los Dioses Primigenios de la literatura Lovecraftiana.
Todo empezó el día en que, en un congreso profesional, establecí contacto con un joven abogado madrileño y, tras intercambiar impresiones sobre la temática del congreso, la conversación nos llevó por otros derroteros en los que, al comentarle mis aficiones, me relató sus experiencias en las ruinas de un antiguo castillo en la sierra albaceteña del Segura. 
Me contó que ocasionalmente se divertía embromando a los amigos, llevándolos de noche a las ruinas del castillo que, además, era lugar de ritos funerarios  en su uso ancestral como cementerio.  Todo esto hasta que, habiendo revelado un carrete de fotos disparadas de noche en las ruinas, descubrió una materialización corpórea de una neblina como si de un ectoplasma se tratara. Desde aquel día, impresionado por el descubrimiento, ya no volvió a sus divertimentos nocturnos.
Este relato, añadido a mi curiosidad, al hecho de tratarse de unas ruinas con usos funerarios y al nombre de la sierra donde se ubicaban - del Segura -  como mi apellido;  me llevó a considerar hacer una escapada a aquel castillo para confirmar mis teorías sobre dichos lugares.
Al cabo de unos meses conseguí agenciarme unos días de asueto y emprendí la marcha al lugar en cuestión. Por las indicaciones de mi informante madrileño pude establecer contacto con  Teatino; extraordinario personaje, acogedor, dicharachero, tajante en sus convicciones y con una socarronería serrana digna de admiración. Lo primero que me dijo fue:
- ¡Pero pijo! ¡Eso son gilipolleces!
Pero me acogió en su casita de Riópar Viejo como si nos hubiéramos conocido de toda la vida y compartimos mesa y mantel, así como un sinnúmero de chistes durante los días en que se prolongó mi aventura.
Dediqué los primeros días a recorrer el lugar y conocer cada piedra, cada grieta, cada mata, cada tumba…  eso durante el día y, durante las largas veladas invernales, departiendo con Teatino y con varios viejos habitantes de la zona que me contaban historias de cuevas, moros y tesoros pero ningún detalle que apuntara en la dirección que yo andaba buscando.
Las condiciones no eran adecuadas para mi experiencia porque, aunque no había nieve como solía hacer por aquellas fechas, la luna estaba aún menguando y su claridad era aún excesiva gracias al claro cielo riopense. Es más, incluso con luna nueva, la luminosidad del cielo estrellado y de la Vía Láctea que se recortaba impresionante en el firmamento permitía caminar de noche sin peligro de tropezar.
Pero tenía que esperar a la Luna Nueva para hacer mi incursión nocturna al castillo con un mínimo de luminosidad. Entre tanto las agradables veladas al amor del rescoldo de la chimenea y con unos buenos vasos de cencibel  me hacían temer la fecha del retorno a eso llamado civilización.
Llegó la noche esperada; preparado mental y físicamente y bien provisto de ropas de abrigo, me encaminé a las ruinas por la estrecha y empinada senda. La oscuridad no era absoluta pues el cielo estaba despejado de nubes, pero la luz de la vela, cuya llamita danzaba con el viento, no estorbaba.
Yo iba provisto también de una linterna, pero para estos menesteres lo adecuado es la vela y nada de parafina, de cera pura de abejas y si ha servido antes en un velatorio mejor.
Llegado al castillo me adentré por entre las primeras tumbas siguiendo el contrafuerte derecho de la fortaleza buscando un rincón resguardado donde refugiarme algo de la ligera brisa helada.
El silencio era absoluto, sólo se escuchaba a lo lejos el ulular de un cárabo en espera de respuesta.
Estuve así un largo rato con todos los sentidos alerta, conteniendo la respiración, esperando alguna manifestación de otras realidades y hasta los ojos, posiblemente del frío, me hacían ver destellos pero en ningún momento los asocié a presencia alguna o a la emanación ionizante o fosforescente de un fuego fatuo. 
Seguía resguardado en una esquina, casi entumecido por la postura, cuando comenzó a oscurecerse todo a mi alrededor y ya no podía distinguir los contornos de las rocas próximas; sólo el bailoteo de la llama de la vela era visible y la oscuridad se iba haciendo más y más espesa, casi sólida.
A lo lejos, a la altura de las primeras tumbas que había dejado atrás, una fosforescencia verdosa se iba materializando en la profunda negrura de la noche y algo informe, evanescente, como un jirón de niebla comenzaba a tomar forma y una ráfaga, algo así como un tentáculo, se iba alargando en la dirección en que yo me encontraba.
Lo peor fue cuando el viento o ¡qué sé yo!, comenzó a ulular a mi alrededor y en su aullido me pareció escuchar una salmodia como las que tantas veces había leído en Lovecraft de las ceremonias paganas a los Dioses Primigenios y al Gran Cthulhu y sonaban así:

AAAAAHN THOOON, 
AAAAAHN THOOON
NOOP  IHER  DAAAS 
ELS HOOON

Aún no sé cómo pude llegar a la puerta de la casa de Teatino sin matarme en mi loca bajada por la senda como alma que lleva ¡vete a saber quién!, sólo sé que caí de bruces, con todos los cabellos erizados, sin conocimiento y estuve dos días inconsciente y delirando.  Me han contado alguna de las cosas que creían entender de lo que balbuceaba y gritaba, entre ellas:

AAAS UUUNNNN ZIHONNN, AAAS UUUNNNN ZIHONNN
ASTHUUU  RIAAAS PATH RIAKER IIIIDAAAA
DEESH DEEESHAN THURCE HAABIL BAAAAO

Lo cierto es que ya lo he decidido; desde aquella aciaga noche no pienso volver por esos andurriales, ni emprender aventuras parecidas; aunque hay quien dice – malas lenguas por cierto - que la causa de todo fue el cencibel que, en copiosas cantidades, trasegamos Teatino y yo aquella noche para darme valor antes de emprender la aventura.

sábado, 6 de junio de 2015

La flor del Lililá




O la caña creció muy rápido y todo lo demás sucedió enseguida; porque entonces, cuando llevó la flor al final, la princesa ya se habría muerto. Pero es que los cuentos tienen esas cosas y más los de antes.


LA FLOR DEL LILILÁ

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Érase una vez un pequeño y feliz reino, pero resulta que la princesa enfermó de una rara enfermedad y ningún médico daba con el remedio.  
Un día llegó un médico de tierras lejanas y le dijo al rey que su hija se curaría con la flor del Lililá.  
El rey ofreció una gran recompensa y casar a su hija con quien le llevase la flor y todo el reino se movilizó en la búsqueda. 
Había entonces un matrimonio que tenía tres hijos, y los tres hermanos decidieron salir en busca de la planta. Caminando, caminando, decidieron separarse para buscar mejor y los dos pequeños se quedaron atrás y el mayor marchó solo por otro camino.  El mayor encontró la planta y cuando regresaba se encontró a sus hermanos casi donde los había dejado; éstos tramaron la muerte del mayor y quitarle la flor y así lo hicieron. Lo enterraron en un hoyo bien hondo y se fueron al reino a llevar la flor.....
Pero entonces surgió el problema ¿cuál de los dos llevaría la flor?, los dos querían hacerlo y ninguno cedía e iba pasando el tiempo.
En la tumba salió una caña, y un pastor que pasaba por allí la cortó para hacerse una flauta, cuando se puso a tocar en lugar de música se oía esta canción:
Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
me mataron mis hermanos
por la flor del lililá.
El pastor, asombrado no paraba de contárselo y demostrárselo a todo el mundo hasta que llegó a los oídos de los padres y le pidieron que les dejara tocar la flauta, y la flauta al tocarla el padre cantó:
Padre mío no me toques
ni me dejes de tocar,
me mataron mis hermanos
por la flor del lililá.
A continuación la tocó la madre y sonó así:
Madre mía no me toques
ni me dejes de tocar,
me mataron mis hermanos
por la flor del lililá.
Los padres mandaron llamar a los hermanos y les hicieron tocar:
Mal hermano no me toques
ni me dejes de tocar,
me matasteis por quedaros
con la flor del lililá.
Los padres obligaron a los hermanos a llevarlos a donde lo habían enterrado, lo desenterraron y, como pasa en los cuentos maravillosos, volvió a la vida, llevó la flor a palacio, la princesa se curó, se casó con ella y vivieron felices y comieron perdices y a mi no me dieron porque no quisieron.




jueves, 4 de junio de 2015

Alazor

Otra vez que, como en "El castillo de irás y no volverás", se usan las salivicas. ¡Qué cosas más raras hacían esta gente!



ALAZOR

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Érase una vez una princesa que estaba esperando a su novio para celebrar su boda; pero él, por cuestiones de estado, no podía abandonar su reino en aquel momento y mandó a un emisario pidiendo que fuese la princesa la que se trasladara a su reino donde se celebraría la boda.
La madre quería ver a su hija ir al altar pero ella tampoco podía abandonar su país, así que preparó todo para el viaje y le dio el mejor caballo de sus cuadras.
Una de las doncellas de la corte, con lágrimas en los ojos, le pidió a  la reina que la dejara acompañar a la princesa porque la quería mucho, y la reina conmovida se lo concedió. 
Cuando iban a partir la reina sacó un pañuelo le puso una saliva y le dijo 
-Llévalo siempre contigo que te dará  fuerza para vencer toda adversidad.
Partieron temprano pero, cuando llevaban unas horas de camino y el sol ya pegaba fuerte, la princesa tenia sed.
-Por favor aquí hay una fuente, tráeme una copa de agua
-No; si quiere agua se baja y bebe -  le contestó la criada
Pasaron aquella fuente pero, al llegar a otra, la princesa tenia la boca seca y volvió a pedirle que le trajera agua y obtuvo la misma respuesta. Entonces la princesa se bajó del caballo, se agachó en la fuente y bebió  de aquella agua tan rica, con tan mala suerte que el pañuelo que su madre le diera cayó en la fuente y no se dio cuenta. 
Eso esperaba la doncella, que le hizo cambiar los vestidos y el caballo y le dijo que desde ese momento ella era la criada. 
Después de tres largas y agotadoras jornadas llegaban al castillo donde las recibieron con grandes fiestas y la falsa princesa  le dijo al rey que matara al caballo porque le había dado muy mal viaje. La princesa se hartó de suplicar para que no lo mataran y sólo consiguió que colgaran la cabeza del caballo por donde ella tenía que pasar todos los días a cuidar los gansos, que ése era el trabajo a que la habían destinado,
Cuando pasaba por la puerta le decía a su caballo 
-¡Oh Alazor, qué mala suerte la tuya y la mía!
y contestaba el caballo 
-¡Oh princesa, si vuestra madre lo supiera el corazón se le partiría de pena.
Así todos los días, hasta que un paje curioso que había presenciado la escena se lo contó al rey y éste comprobó que el paje no había mentido. Hizo llamar a la que hasta ese momento creía era su prometida y le dijo
-¿Qué le harías a una persona que se hace pasar por otra para casarse con su prometido? 
Ella, sin pensar que la habían descubierto,  le dijo: 
-La metería en un saco lleno de víboras y que se la comieran viva 
y el rey le contestó 
-Pues ahí tienes tu castigo. 
Él se casó con la princesa con la que fue muy feliz y a Alazor le pusieron en una urna en el salón principal del palacio desde donde se enteraba de todo y lo comentaba con la reina.

miércoles, 3 de junio de 2015

Mora, mora

Ahora lo calificarían de racista, pero eso es lo que nos contaban.


MORA, MORA

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Éste era un príncipe que estaba en la guerra y allí conoció a una bella dama y se casó con ella. 
Cuando regresaba a su reino con su mujer y su hijito, les preparó una casita en un árbol que tenía al pie una fuente y se marchó al castillo a buscar ropas elegantes y una carroza para que su esposa pudiera hacer la presentación dignamente en el reino.
Entretanto llegó una mora con un cántaro a la fuente a por agua y vio  allí reflejado el rostro de la princesa y, creyendo que era ella, dijo; 
-“Yo tan guapa, ir a por agua, tiro mi cantarito y me voy a mi casa”.  
Cuando llegó a casa sin agua y sin cántaro su madre le metió un rapapolvo y la volvió a mandar a la fuente.
En la fuente volvió a ver la cara reflejada en el agua pero esta vez se dio cuenta y miró hacia arriba 
–“Qué niño tan guapo” 
le dijo a la princesa y luego 
–“Qué pelo más bonito ¿Me deja subir y que se lo peine?”. 
La princesa echó la escala, la mora subió y comenzó a peinarla. Mientras la peinaba le clavó un alfiler en la cabeza y con malas artes la transformó en paloma que echó a volar alrededor del árbol.
La mora se quedó con el niño ocupando el lugar de la princesa y cuando llegó el príncipe le preguntó  
-“¿Qué color es ése? ¿Qué te ha pasado?”. 
y la mora le dijo 
–“Es que me has dejado aquí mucho tiempo y me ha dado el sol”.
Marcharon al castillo y la paloma iba siguiendo la comitiva.
En el banquete de bienvenida, la paloma entró por una ventana y picaba en todos los platos menos en el de la mora; ésta quería que echaran fuera a la paloma pero al príncipe le daba pena y la dejó revolotear por el salón.
Cuando la mora estaba a solas en su cuarto, la paloma entraba y le decía 
–“Mora, mora mi niño ¿Canta o llora?  
y la mora le respondía      
–“Tonta, tonta, tu hijo no canta ni llora”. 
Así pasaban los días y la princesa sólo podía hablar a la mora y cuando estaba a solas.
Un buen día el príncipe estaba acariciando a la paloma y le notó un bulto en la cabeza, pensando que era algún arrancamoños, se lo quitó y vio que era un alfiler y que la paloma se transformaba en su mujer, que le contó lo que había pasado.
La mora fue condenada a hacer de aguadora y acarrear agua de la fuente para toda la vida y ellos fueron muy felices aunque no comieron perdices ni cualquier otro volátil ya que eso les hubiera recordado los malos tiempos.

martes, 2 de junio de 2015

Pan con nueces

Si alguien no lo ha probado, le aconsejo que lo haga. Del mismo modo el pan y melón. Son cosas que le gustaban a mi madre



PAN CON NUECES

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En un país muy lejano había una condesa muy rica que tenía el capricho de comer sólo tuétano de buey y lenguas de colibrí; cualquier otro alimento le causaba repugnancia y rechazo, por lo que poco a poco iba esquilmando los bienes que había heredado de sus padres. 
Se gastó sus joyas en pagar a los cazadores que le cazaban los colibríes, acabó con todos sus bueyes, incluidos los de labranza, por lo que sus tierras quedaron yermas y acabó quedándose en la más absoluta miseria. 
Iba vagando sin rumbo fijo por un camino con un hatillo a cuestas en que llevaba sus escasas pertenencias y, cansada, se sentó a la sombra de un árbol junto al camino.
Al rato llegó un pastor que tenía por allí cerca su rebaño y se sentó también a la sombra para merendar; sacó del zurrón su bota de vino y echó un trago, luego un puñado de nueces, las cascó con una piedra y cortó una rebanada de  pan de una hogaza que llevaba. 
Reparando en la presencia de la condesa, que parecía una mendiga harapienta y sucia, le ofreció parte de su merienda pero ella la rechazó; su delicado estómago no estaba habituado a alimentos tan plebeyos.
El pastor comenzó a dar buena cuenta del pan y las nueces con tan buena gana y se le veía disfrutar tanto de la merienda que a la condesa le comenzó a dar envidia y, además, el hambre que llevaba le removía las tripas; se le quedó mirando comer, boquiabierta, y la boca se le hacía agua.
El pastor, al verla de esta guisa, le tendió unas nueces y un trozo de pan, y ella no pudo resistirse ya al rugido del hambre que subía desde lo más profundo y cogió lo que le ofrecía.
Poco a poco, casi con miedo, se llevó un trocito de pan y un trozo de nuez a la boca y comenzó a masticar y, tan pronto lo hubo probado se llenó la boca con el resto de pan y nueces que tenía en las manos devorando todo en un santiamén.
-¡Nunca había probado un manjar tan delicioso!  ¡Ay! ¡Si lo hubiera sabido antes no me vería como me veo!.

Muchas veces la cosa más sencilla y humilde resulta mejor que  las cosas lujosas y costosas que, generalmente, se prefieren más por su precio que por su valor.