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sábado, 28 de febrero de 2015

La reina insomne

Tras cien años durmiendo. 
¿Pudo dormir la Bella Durmiente? 
En este trascuento se explica qué pasó.





LA REINA INSOMNE

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Érase que se era un país de los muchos en los que sus monarcas reinaban felices y, como en otros muchos países,  comían perdices y muchísimas otras viandas deliciosas, pero aquella felicidad y aquella perdicidad se veía empañada por un grave problema.
La reina, que de muy joven, al pincharse con un huso por el conjuro de una mala bruja había permanecido dormida por muchos años, hasta que la desveló el beso de su príncipe, era incapaz de dormir. 
Parecía como si todos aquellos años dormidos hubieran agotado su capacidad de sueño y estuviera condenada a permanecer en vela indefinidamente.  Se la veía pálida y ojerosa y su enfermiza salud se iba agravando a ojos vistas por falta de reposo.
No se habían escatimado ni remedios ni consultas; se había recabado el auxilio de todos los médicos y sabios del reino, así como de los reinos vecinos sin resultados satisfactorios. Se había recurrido a la hechicería, a la brujería, a la magia blanca, a la magia negra, al curanderismo,… pero todo inútil.
Los tratamientos a los que había sido sometida eran de lo más variado y disparatado, puesto que cada cual aconsejaba un remedio distinto.
Se comenzó recomendándole, como es habitual, que contara ovejitas; pero en vista de que las ovejas imaginarias no hacían efecto, se hicieron pasar por la alcoba real rebaños y más rebaños, con sus perros y pastores, para que las contara. Pero lo único que se consiguió fue apestar la alcoba, llenar el palacio de molestas cagarrutas y que la reina permaneciera con los ojos como platos.
Se intentó hacerla dormir a base de cantarle nanas y, por si no era bastante con la voz de la doncella, le llevaron la Coral de Cámara del Reino que repasó todo el repertorio de nanas, música polifónica religiosa y profana… durante horas y horas con lo que el acto acabó en un concierto de bostezos y terminaron todos rendidos y dormidos mientras que la reina permanecía indiferentemente despierta.
A otro doctor se le ocurrió que podría dar resultado hacer sahumerios de adormidera y así se hizo; se instaló un gran pebetero cargado de brasas, al que se añadió un saco de cabezuelas de la conocida papaverácea. El resultado fue que toda la corte acabó con un colocón de campeonato mientras que la reina permanecía impasible.
Otro de los más eminentes doctores recomendó que hiciera ejercicios extenuantes sistemáticamente y le planificó unos horarios intensivos de tablas y ejercicios gimnásticos, así como carreras, natación y equitación a lo largo de todo el día, en la seguridad de que por la noche el agotamiento la haría dormir. Y así pasaron los días, pero lo único que consiguió la reina fue una excelente forma física y una musculatura envidiable.
También le aconsejaron que viajara y cambiara de aires, y así lo hizo; se organizó un pequeño séquito y durante meses anduvo recorriendo todos los rincones de su reino, pero ni durante el viaje, ni a su regreso, se consiguió que el ansiado sueño reparador llegara. No obstante, aquel viaje sirvió para constatar el estado de los caminos y la seguridad de las fronteras y, al menos, sirvió para emprender obras de mejoras en vías y guarniciones.
La propuesta más llamativa y que ni por un momento se intentó poner en práctica fue la siguiente: Un presunto médico prescribió como tratamiento un buen golpe en la cabeza, con lo que aseguraba que, sin lugar a dudas, la reina dormiría profundamente. No se sabe a ciencia cierta quién fue dicho médico; como tampoco se sabe quién es el cautivo que, desde entonces, se pudre en una oscura mazmorra del castillo.
Un anciano de ojos rasgados, venido de muy lejanas tierras, al saber que de joven había quedado dormida al pincharse con un huso, y por aquello de similia similibus curantur”,  decidió aplicar una terapia basada en la medicina tradicional de su país y comenzó a pincharle con finísimas agujas en ciertos puntos de su anatomía, pero tampoco dio resultado; aquel anciano marchó por donde había llegado y nunca más se supo de él.
En fin; que se probó todo lo imaginable; incluyendo, además: tisanas, sangrías, emplastos de cannabis, masajes con grasa de oso hibernante y de marmota, convertir el lecho real en cuna con balancín para mecerla,… sin resultado alguno, y la reina seguía desmejorándose cada vez más.
Cierto día en que los arquitectos reales le estaban mostrando unos grabados sobre las obras que se iban a realizar en palacio; el médico real, que no la perdía de vista, observó que ante aquella cantidad agobiante de planos y de cambiantes grabados, la reina acabó bostezando y sus ojos se entornaron ligeramente.
El docto doctor, en vista de aquella reacción, se dispuso a hacer una última prueba.
Hizo sentar a la reina en su alcoba en un cómodo sillón, con los pies en un escabel acolchado, redujo sensiblemente la iluminación, salvo la que alumbraba un recuadro a modo de ventana en el que unos lacayos iban presentando uno por uno los muchísimos grabados que la Marquesa de Todoloalto se había traído de su último viaje a París en la pasada primavera.
Así se estuvieron horas y horas, relevándose los lacayos conforme se iban cansando. La primera que se rindió fue la Marquesa que acabó afónica perdida tras horas de irle describiendo a la reina, conforme se mostraban las imágenes,  los lugares que había visitado, todos los palacios, jardines, puentes….
Hasta que; no se sabe si por la penumbra, o por la machacona sucesión de imágenes en aquella especie de ventana, la reina bostezó y acabó cerrando los ojos, quedando profundamente dormida.
Todos en el reino celebraron la noticia ¡Por fin dormía la reina! Pero su Real Majestad se estuvo tres días ininterrumpidos durmiendo, y el buen doctor pensó que habría que reducir la dosis del tratamiento para llegar a unas horas razonables de sueño.
En la dosis siguiente y en las sucesivas, el efecto del tratamiento era cada vez más rápido y más efectivo; hasta que, al fin, ya no fue preciso usar los grabados. Había aprendido, por fin, a dormir.
Desde entonces, la reina insomne quedó curada y todos durmieron felices y comieron perdices, pero fueron las perdices las que a partir de entonces tuvieron problemas para conciliar el sueño.



Este trascuento explica lo que pasó después del cuento:

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