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domingo, 22 de febrero de 2015

El reloj que no marcaba la hora exacta



De "Dos docenas de cuentos frescos"  
Otro cuento de calibre L 
donde se ve que lo más caro no es siempre lo más útil 
y que la soberbia acaba teniendo su castigo



El reloj que no marcaba la hora exacta

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final
  

Había llegado de Suiza, del taller de uno de los más importantes relojeros artesanos. Era de oro y brillantes y su valor era muy elevado. Es posible que, por ello, el reloj se negara a marcar la hora exacta, pues probablemente pensaba que eso le haría parecerse a los relojes baratos de los bazares chinos. Tampoco quería ir por detrás de los demás relojes vulgares, así que siempre llevaba un minuto por lo menos de adelanto.
Su dueño lo hizo llevar varias veces al relojero pero el diagnóstico siempre era que no tenía nada malo y aquel comportamiento era inexplicable.
Como el reloj era automático y se cargaba con el movimiento, se llegó a pensar que podría ser por falta de cuerda, pero se descartó esa idea porque nunca atrasaba, ni siquiera cuando se quedaba olvidado en la mesita de noche.
Procuraron ajustar la hora y retrasarlo unos minutos manualmente, pero él tardaba muy poco en ponerse en hora y, además, adelantar algún minuto.
Esto era un problema, no podía permitirse que un reloj tan caro no fuera exacto, aunque a veces a su dueño no le iba nada mal porque nunca llegaba tarde a las citas ni al trabajo.
De nada sirvió que su dueño lo llevara puesto al jugar al tenis en un intento de que las sacudidas en smashes y drives acabaran removiendo sus entrañas mecánicas y corrigieran su comportamiento anormal.
Así que, como su dueño era muy exigente en cuanto a la puntualidad y la exactitud, - creía que ser puntual era llegar en el momento justo ni un minuto tarde, ni un minuto antes - acabó comprándose otro reloj más sencillo de cuarzo y pila.
Nuestro caro reloj acabó en un estuche dentro de una vitrina como un objeto de adorno, carente de calor y contacto humano y, al permanecer en la quietud de su escaparate, se acabó parando por falta de cuerda.
Finalmente comprendió que el tiempo es oro pero el oro, para él, dejó de ser tiempo.



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