El
simio que quiso ver
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Tanto en la sabana como en la selva,
la supervivencia depende de ver a tiempo los peligros para poder evitarlos, por
eso los monos trepan a los árboles para tener un mayor campo de visión, otros
tienen que levantar sus cabezas y estirar el cuello aunque la jirafa no tiene
ese problema.
Pues
bien, había una vez un simio que era muy miedoso y se andaba siempre por las
ramas vigilando no se acercara alguna fiera. Lloviera o hiciera sol, él no se
bajaba de su árbol para nada, tan grande era el miedo que tenía.
Esa
actitud despertaba las burlas de los otros monos y también las de otros
animales, los elefantes le trompeteaban en las orejas y las jirafas se le
quedaban mirando descaradamente desde su alto cuello.
Todo
aquello, además, le producía graves problemas de alimentación porque, cuando se
acababa la fruta en su árbol, las hojas o los insectos, no se atrevía a
desplazarse a otros árboles si para hacerlo tenía que bajar a tierra. Tampoco
podía comerse los parásitos de otros monos porque le evitaban como un bicho raro
y se espulgaban sólo entre ellos.
Así
que, a veces, se veía obligado a cambiar de árbol bajando a tierra, no sin
antes haber recorrido con la vista todos los alrededores desde la copa y haber
comprobado que hacerlo era bastante seguro.
Eso no
podía continuar así; era miedoso pero también era capaz de pensar y mirar a su
alrededor y ver las actitudes de otros animales, por lo que observaba a las
gacelas y a los órix, los ñus y las cebras con sus vigilantes que estiraban el
cuello mirando a todo alrededor, y si había peligro avisaban a los demás. Pero
él estaba solo; y además, de poco le iba a servir estirar el cuello estando a
cuatro patas con lo bajito que era. Su única oportunidad de defensa eran las
alturas de los árboles.
Un día
en que se encontraba, como siempre, vigilando a lo lejos notó la llegada de
unos personajes curiosos, si no cómicos, que se quedaron a vivir cerca de su
árbol. Se trataba de una familia de suricatos que, puestos en pie, vigilaban
los alrededores. Le pareció muy interesante su comportamiento y pudo comprobar
que, pese a su pequeñez, eran capaces de ver cualquier peligro gracias a estar
en pie.
Todo
esto le hizo pensar durante varios días y probó, sin bajar al suelo, de ponerse
en pie tal como hacían los suricatos. Su técnica era sencilla, se colgaba con
las manos de una rama y apoyaba los pies sobre otra rama más baja y así,
haciendo flexiones y aflojando ligeramente las manos consiguió fortalecer y
enderezar sus patas traseras hasta el punto en que pudo mantenerse en pie sobre
la rama sin sujetarse con las manos.
En ese
momento, venciendo sus miedos, decidió bajar del árbol y, a partir de entonces,
pudo permanecer horas en pie tal como había visto en los suricatos.
Y por
eso, por un mono miedoso e insociable, pero con capacidad de aprender...
¡Estamos
aquí!
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