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jueves, 26 de febrero de 2015

El simio que quiso ver

De "Dos docenas de cuentos frescos"
Otro de la talla M 


El simio que quiso ver

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Tanto en la sabana como en la selva, la supervivencia depende de ver a tiempo los peligros para poder evitarlos, por eso los monos trepan a los árboles para tener un mayor campo de visión, otros tienen que levantar sus cabezas y estirar el cuello aunque la jirafa no tiene ese problema.
Pues bien, había una vez un simio que era muy miedoso y se andaba siempre por las ramas vigilando no se acercara alguna fiera. Lloviera o hiciera sol, él no se bajaba de su árbol para nada, tan grande era el miedo que tenía.
Esa actitud despertaba las burlas de los otros monos y también las de otros animales, los elefantes le trompeteaban en las orejas y las jirafas se le quedaban mirando descaradamente desde su alto cuello.
Todo aquello, además, le producía graves problemas de alimentación porque, cuando se acababa la fruta en su árbol, las hojas o los insectos, no se atrevía a desplazarse a otros árboles si para hacerlo tenía que bajar a tierra. Tampoco podía comerse los parásitos de otros monos porque le evitaban como un bicho raro y se espulgaban sólo entre ellos.
Así que, a veces, se veía obligado a cambiar de árbol bajando a tierra, no sin antes haber recorrido con la vista todos los alrededores desde la copa y haber comprobado que hacerlo era bastante seguro.
Eso no podía continuar así; era miedoso pero también era capaz de pensar y mirar a su alrededor y ver las actitudes de otros animales, por lo que observaba a las gacelas y a los órix, los ñus y las cebras con sus vigilantes que estiraban el cuello mirando a todo alrededor, y si había peligro avisaban a los demás. Pero él estaba solo; y además, de poco le iba a servir estirar el cuello estando a cuatro patas con lo bajito que era. Su única oportunidad de defensa eran las alturas de los árboles.
Un día en que se encontraba, como siempre, vigilando a lo lejos notó la llegada de unos personajes curiosos, si no cómicos, que se quedaron a vivir cerca de su árbol. Se trataba de una familia de suricatos que, puestos en pie, vigilaban los alrededores. Le pareció muy interesante su comportamiento y pudo comprobar que, pese a su pequeñez, eran capaces de ver cualquier peligro gracias a estar en pie.
Todo esto le hizo pensar durante varios días y probó, sin bajar al suelo, de ponerse en pie tal como hacían los suricatos. Su técnica era sencilla, se colgaba con las manos de una rama y apoyaba los pies sobre otra rama más baja y así, haciendo flexiones y aflojando ligeramente las manos consiguió fortalecer y enderezar sus patas traseras hasta el punto en que pudo mantenerse en pie sobre la rama sin sujetarse con las manos.
En ese momento, venciendo sus miedos, decidió bajar del árbol y, a partir de entonces, pudo permanecer horas en pie tal como había visto en los suricatos.
Y por eso, por un mono miedoso e insociable, pero con capacidad de aprender...

¡Estamos aquí!

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