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jueves, 26 de febrero de 2015

La cabra que tiraba al llano

Un cuentecico de calibre L

La cabra que tiraba al llano


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final




Se dice que “la cabra tira al monte”, pero Chivi era todo lo contrario. Aborrecía trepar las montañas y subir a los roquedos o a los árboles. Cuando sus hermanas lo hacían como si tal cosa, subiendo a cualquier elevación, a ella se le iba la cabeza y se mareaba.
Lo pasaba tan mal que decidió no volver a acercarse a la montaña y buscar un llano, un lugar en donde no hubiera nada que alzase dos palmos del suelo.
Confiando en su sentido de la orientación, se dirigió al Sur, pero acabó encontrando al frente otra montaña que le cortaba el paso y que no estaba dispuesta a escalar para seguir su camino, así que se tuvo que desviar hacia el Este durante mucho tiempo para dar un rodeo.
El estrecho valle por el que caminaba, cada vez lo era más, y las montañas de ambos lados estaban cada día más cerca.
- Ten cuidado – le dijo un ciervo que pasaba por allí – si sigues recto te vas a encontrar con una tribu salvaje, los chupacabras. Yo procuro no acercarme por allí, no sea cosa que me confundan.
Chivi sólo podía regresar por donde había llegado o escalar la montaña del Sur. Eligió el sitio menos elevado que pudo y, con todo el miedo y el vértigo del mundo, consiguió llegar  a la cima. Desde allí se podía ver el campamento de la tribu en el que calentaban al fuego un gran caldero en donde esperaban hacerse con ella una rica sopa de cabra. Muy cerca, en el desfiladero, se les podía ver apostados para tenderle una emboscada. ¡De buena se había librado!.
Apartó la vista porque ya comenzaba a marearse y se dispuso a descender por el otro lado de la montaña. La bajada suele ser lo más difícil, pero llegó ilesa.
Llegó a un valle de verde y jugoso pasto pero, como a todas las cabras, le gustaba más las hojas de los álamos, los frutales y todos los árboles que había por allí y se dio un buen atracón. ¡Se lo había ganado! Y se lo merecía por el esfuerzo, casi heroico en ella, que había tenido que hacer.
Siguió caminando hacia el Sur y se iba parando a menudo a saborear los tiernos rebrotes de vides silvestres.
No llevaba ni dos días de camino cuando se encontró con un río que le cortaba el paso. Como no sabía nadar, no había más medio para atravesarlo que saltar a la otra orilla desde un alto saliente rocoso que se encontraba pocos metros río abajo. Se estaba pensando si seguir río arriba o río abajo para encontrar un vado que le permitiera atravesarlo, cuando vio que un enorme y gris lobo se le iba acercando y no parecía con buenas intenciones, porque iba con las fauces abiertas y babeantes.
No se lo tuvo que pensar dos veces, el instinto de supervivencia superó cualquier miedo y, ágil como un muelle, se encaramó en aquella alta roca y, de allí, saltó a la otra orilla, sana y salva y libre de la amenaza del lobo.
Cuando ya, más tranquila, pensaba en lo que acababa de hacer, no se explicaba que hubiera sido capaz de actuar así con el miedo que tenía a las alturas.
Siguió su camino y llegó a unos campos cultivados en donde se atiborró de espinacas, acelgas y toda clase de verduras que había sembradas allí. El granjero que la vio le azuzó los perros y tuvo que salir pies en polvorosa. Casi la estaban alcanzando, no había escapatoria y además se tropezó con un cobertizo que le cortaba el paso. No se lo pensó ni un segundo. De un salto se encaramó en el tejado, a salvo de sus perseguidores.
Cuando los canes se aburrieron de la vigilancia y de no poder alcanzarla, marcharon a enroscarse a dormir a la sombra de unos frutales. Chivi pasó un mal trago, no se atrevía a bajar del tejado, el miedo la volvía a atenazar, pero pensó que si había sido capaz de subir, debía ser también capaz de bajar. Así que, venciendo su temor, descendió de un salto, no sin romper algunas tejas, y se alejó de allí.
Cuando ya estaba muy lejos, lo suficiente de los cultivos y de los perros, se detuvo para comer algo y pensar en lo que había sucedido. No podía concebir que hubiera sido capaz de subirse al tejado. El instinto de supervivencia había logrado lo que años de lecciones, reprimendas y burlas no habían logrado. De todos modos, las alturas aún le seguían produciendo mucho miedo y vértigo, pero ese miedo lo había logrado superar gracias a un miedo aún mayor.
Siguiendo con su viaje, un día se encontró con un carromato de toldo multicolor y, curiosa como todas las cabras, se acercó a ver qué era aquello. Cuando pudo darse cuenta tenía una lazada atada al cuello y no podía escapar. Un hombre, vestido de forma estrafalaria, se le acercó, le ató una cuerda a la mano derecha y le soltó el lazo que le aprisionaba el cuello.
Los días siguientes, aquel hombre intentó hacerla subirse a una tabla puesta sobre un rodillo y a una alta torre de cubos de madera, ancha por abajo y muy estrecha por arriba. Tras muchos intentos infructuosos, el hombre pensó que si no servía como artista, por lo menos podría servir de alimento y su piel de alfombrilla, y se acercó a ella, cuchillo en mano y con cara de pocos amigos.
Chivi, cuando lo vio acercarse tan amenazante, comenzó a dar saltos, esquivando al hombre y a su cuchillo. Tanto y tanto saltó que acabó balanceándose en la tabla sobre el rodillo, en lo alto de la torre de madera y en lo más alto de la lona del carro.
El hombre, soltando el cuchillo, dijo:
-          ¿Ves como sí puedes?
y se le acercó para acariciarla.
Chivi estaba sorprendida, a la vez que orgullosa de lo que acababa de hacer. Si lo había logrado es porque era capaz de ello y, además, no le había pasado nada malo.
-          ¿Quién dijo miedo? – pensó
Desde entonces; aquella cabra que tiraba al llano, aquella cabra que tenía miedo a las alturas, acabó haciendo los equilibrios más arriesgados, incluso llegó a caminar sobre una cuerda a dos metros de altura, y fue muy feliz y la sensación en todos los lugares por los que pasaba aquel pequeño circo.

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