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martes, 7 de abril de 2015

La ratita Diogenita

Érase una vez una ratita que no tenía nada de presumida. Un cuento de talla "M", de "Dos docenas de cuentos frescos"





La ratita Diogenita
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final



Se llamaba Diogenita y ni barría sus escaleritas, ni barría su casita, ni se acicalaba, ni encontró una moneda. Lo único que buscaba y encontraba eran trastos, bolsas de basura, zapatos viejos,... que acababa almacenando en su casita, tenía almacenado tanto y tanto que ya casi no cabía.
Esta ratita recorría todos los contenedores y las papeleras y, como una urraca, se llevaba todo lo que podía cargar.
Cierto día un gallo le propuso matrimonio y ella le invitó a tomar un té en su casita antes de tomar una decisión. Cuando llegó el gallo y vio aquel montón de basuras, comenzó a escarbar esperando encontrar algún gusanito que echarse al pico. Entonces la ratita, ofendida y molesta por que le revolviera sus cosas, lo echó con cajas destempladas.
Otro día le propuso matrimonio un gato y, como sucedió con el gallo, le invitó a tomar un té en su casita antes de tomar una decisión. Cuando llegó el gato y vio aquel montón de bolsas negras, comenzó a arañarlas para afilarse las uñas. Entonces la ratita, ofendida y molesta por que le rompiera sus bolsas, lo echó con cajas destempladas.
Otro día el que le propuso matrimonio fue un perro y, como sucedió con el gallo y el gato, le invitó a tomar un té en su casita antes de tomar una decisión. El perro era muy detallista y decidió hacerle un regalo a la ratita para ganarse su confianza, así que llevaba un hermoso y brillante hueso entre las fauces. Cuando entró en la casita y vio aquel montón de cosas dispersas por el suelo, comenzó a escarbar para hacer un agujero y poder enterrar el hueso, como suelen hacer todos los perros. Y la ratita, ofendida y molesta por que le dispersara sus queridas basuras, lo puso de patitas en la calle.
Pasó el tiempo y, mientras rebuscaba en una papelera, se le acercó un cuclillo, le dijo “CUCÚ” y le propuso matrimonio y, como sucedió con el gallo, el gato y el perro, Diogenita le invitó a unas pastas en su casita antes de tomar una decisión. Pero cuando el cuclillo puso sus patitas en la casita tomó posesión de ella, tal como hizo en el nido en que nació, y echó a la calle a la ratita así como a todas sus pertenencias. Se montó tal montón de basuras en la calle que tuvo que acudir una brigada de barrenderos y se llevaron todo en un gran camión al vertedero municipal. La ratita había caído también en el camión revuelta con toda la basura y allí, en el vertedero, entre montañas y montañas de basuras, bolsas, muebles y electrodomésticos viejos, la ratita fue tan feliz como no lo había sido en toda su vida.

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