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domingo, 12 de abril de 2015

El Conde de la Quebrada

Un nuevo cuento, con una historia que 
nunca ha dejado de estar de rabiosa 
actualidad


EL CONDE DE LA QUEBRADA

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Fermín: Conde y Señor de la Quebrada, era pobre de solemnidad. Su economía estaba como su propio condado, quebrada. Sus antepasados habían dilapidado su patrimonio en contiendas y saraos, y ahora; sólo se sustentaba con lo que sus generosos vasallos le llevaban para sobrevivir. Le llevaban de vez en cuando: este un pan, aquel un pollo, otro una sarta de morcillas… y así se mantenía.
No tenía servidumbre, no se lo podía permitir, y se tenía que hacer todo él mismo: lavar, guisar, coser, limpiar, etc.
Un día pensó en que, si todos sus vasallos le entregaban una gallina, podría montar una granja y vender los huevos y los pollos que incubara; pero lo descartó, porque; entre grano y contratar a alguien para cuidar la granja y vender los huevos poco le iba a quedar.
Pensó también que, si cada vasallo le entregaba un lechoncillo, podría criarlos y venderlos una vez engordados, así como los productos de la matanza; pero para ello se necesitaban piensos y contratar un gorrinero que los llevara a la dehesa a comer bellotas, así como contratar gente para la matanza y la preparación de jamones y embutidos. Considerando los gastos, calculó que tampoco le quedaría mucho.
Con las cabras y las ovejas le pasó lo mismo: había que contratar un pastor, alguien que hiciera los quesos, esquilara y preparara la lana para su venta…  y eso parecía que tampoco iba a dar beneficios.
Claro que eso es lo que les pasaba a sus campesinos, granjeros y ganaderos, que con gran esfuerzo sacaban para subsistir y poco más.
Así que; pensando y pensando, sacó en conclusión que lo más limpio era que los vasallos aportaran una tasa en dinero contante y sonante; y así decidió establecer unas gabelas de cincuenta maravedíes por cabeza y comenzó a entrar dinero en sus vacías arcas, sólo llenas de telarañas.
Lo que pasó al poco tiempo es que no todos cumplían con sus obligaciones, muchos porque no podían. Poco a poco fue cundiendo el ejemplo y los ingresos comenzaron a menguar.
Para evitar el problema se vio en la necesidad de contratar un recaudador para que se encargara de hacer pagar a todos; pero, descontado el salario del recaudador, aún ingresaba menos que antes, así que tuvo que incrementar la contribución de todos a cien maravedíes y volvió a entrar dinero en las arcas.
Los siervos ya comenzaban a encontrar muy costoso el pago, sobre todo si algún año iban mal las cosechas, los lobos mataban demasiadas ovejas, o los zorros gallinas. Así que comenzaron a hacerse el remolón a la hora de pagar y, cuando llegaba el recaudador, todo eran excusas y demoras, si no negativas de pago.
Como el recaudador no tenía fuerzas para desempeñar sus obligaciones recaudatorias; El Señor Conde tuvo que contratar dos alguaciles, para lo que se vio en la necesidad de aumentar el pago a ciento cincuenta maravedíes, aunque con la contrapartida de controlar la población de lobos y zorros y defender a los siervos de los salteadores y malhechores que pululaban por los campos y caminos.
El pago era cada vez más penoso, el malestar entre el pueblo era creciente, pero no se atrevían a enfrentarse a los alguaciles, hasta que llegó un día en que se reunieron unos cuantos vasallos indignados, se negaron a pagar y propinaron una buena tunda al recaudador y a los alguaciles.
El Señor Conde, al que la economía le comenzaba a ir mejor, se vio en la necesidad de contratar a unos mercenarios, de las mesnadas de un feudo vecino, avezados en las batallas y en la represión de revueltas, así como un contable y unos administrativos. Pero para poder pagar al recaudador, la soldada de los mercenarios y los funcionarios no tuvo más remedio que elevar las gabelas a los doscientos cincuenta maravedíes.
Los mercenarios se encargaron de dar su merecido a los revoltosos que apalearon al recaudador y los alguaciles y, desde entonces, todos cumplieron con el pago; y el que no, los mercenarios fuertemente equipados y armados, confiscaban todas sus pertenencias y los echaban de sus modestas viviendas, eso cuando no los molían a palos también.
A causa de esto muchos dejaron sus labores al no dar para vivir y menos para poder pagar los impuestos, disminuyó la producción agropecuaria y consiguientemente los ingresos del Conde, que tuvo que seguir en la escalada de tasas y mercenarios para mantenerlos. 
Y aquí acabaría el cuento; aunque visto lo visto, tengo mis dudas y “va a ser que no”. 

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