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viernes, 10 de abril de 2015

El comprador de pájaros

Un nuevo cuento. No sé por qué todos me salen 
con moraleja, pero... ¿Qué le vamos a hacer?
EL COMPRADOR DE PÁJAROS

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Había una vez un príncipe desagradable de carácter y más bien feo, porque no todos los príncipes tienen que ser gentiles y agraciados.
Andaba un día cazando con su ballesta y ya llevaba tres palomas y dos perdices; cuando, de pronto, se encontró con un raro personaje, un anciano de sayo raído y luengas barbas blancas.
El príncipe, altanero y con tono desabrido, le dijo:
- ¿Qué haces aquí en mi bosque? ¿No serás un cazador furtivo? Si es así haré que te corten la cabeza.
- No, Su Alteza Real – respondió – No soy cazador, soy el Comprador de Pájaros y, si os parece bien, quisiera comprar esos que lleváis al cinto.
El príncipe, que no andaba muy bien de fondos; porque no todos los príncipes gozaban necesariamente de lujos y riquezas, pensó que unos cuantos ducados no le vendrían mal, y le respondió:
- Está bien, por diez ducados te los vendo.
Así que le entregó las aves, cobró sus diez ducados y el anciano se marchó perdiéndose en el bosque.
El príncipe pensó que tendría que volver a cazar para llevar algo de comer al castillo y siguió con su ballesta. Esta vez había cazado dos patos de una bandada que volaba, en formación en uve, hacia el Sur. 
Con eso ya tendría suficiente, pensó, y cuando se disponía a regresar, se volvió a topar con el Comprador de Pájaros que le dijo:
- Si Su Alteza Real quisiera venderme esos dos patos le estaría muy agradecido.
- De agradecido nada – respondió de malos modos – valen diez ducados cada uno.
El anciano, sin vacilar, echó mano de su bolsa y sacando dos monedas de a diez se las entregó. Tomó los dos patos y se internó entre la espesura.
Pero esta vez el príncipe, intrigado, se puso a seguirlo y vio como los patos recobraban la vida en sus manos y echaban a volar en pos de su bandada.
El príncipe reparó en que aquello podía ser una fuente segura de ingresos, la bolsa del anciano se veía muy abultada, y siguió la caza.
Sobre él planeaba majestuosa un águila real, y se dijo:
- Si por cada pato me ha pagado diez ducados ¿Qué me pagaría por esta presa?
Ni corto ni perezoso, se echó en cara la ballesta cargada y disparó, abatiendo a la rapaz.
De nuevo se encontró con el Comprador de Pájaros e, inmediatamente, le espetó:
- Te la vendo, pero tendrás que pagarme cincuenta ducados.
- Eres ambicioso y cruel, además acabas de abatir a la reina de las aves y eso merece, no cincuenta ducados, sino un castigo. Te convertirás en una presa para los cazadores y las aves de presa, así aprenderás lo que se sufre y lo que es vivir con miedo.
Inmediatamente el águila revivió y emprendió el vuelo. El príncipe se convirtió en un arrendajo que, volando torpemente, se ocultó entre unas ramas bajas.
El Comprador de Pájaros se perdió entre los matorrales y el príncipe-arrendajo pasó sus días huyendo de los cazadores y de las rapaces, siempre con miedo de ser blanco de una flecha o presa de unas garras.

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