Seguro que, si sois amigos de este blog, conoceréis a los personajes de este cuentecillo; que hoy vuelven, con Muuriel como protagonista en lugar de Cloe. Aquellos que no los conozcan pueden comenzar a hacerlo: AQUÍ
MUU Y… EL CHICLE
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Se hallaba la vaca Muuriel, como de
costumbre, rumiando con la mirada lánguidamente perdida en la
distancia, como esperando el paso del tren de las cinco. Woffe, que
acababa de regresar con su amo desde el pueblo, se acercó a ella y
le dijo.
- ¿Sabes, Muu, que te pareces a
los humanos?
- ¿En qué?
- En que ellos también se pasan
las horas masticando
- En todo caso será que ellos se parecen a mí, porque yo lo hago por mi naturaleza, soy
rumiante y eso es necesario por mi sistema digestivo, pero ellos no
lo son. ¿Por qué lo hacen?
- No lo sé, pero mascan una cosa
pegajosa que llaman chicle.
- ¿Y se lo tragan?
- No. Luego lo tiran, y en el
pueblo he visto pegotes por los suelos. Yo, como camino a ras de
suelo, los veo muy bien y los hay de varios colores.
Un gorrión, que los estaba escuchando
desde una rama, intervino.
- El otro día se me quedaron
pegadas las patas en una de esas cosas y me costó soltarme. Y un
primo mío murió porque se tragó uno y le taponó el galillo.
- Esos seres humanos – replicó Muu – tienen unos comportamientos poco racionales. Si sus
desechos sirvieran al menos de abono como los nuestros… pero eso
parece que lo único que hace es ensuciar y poner en peligro a los
pequeños animales.
Cloe, que andaba a la caza de
saltamontes, acababa de llegar junto a ellos y preguntó, curiosa
como siempre.
- ¿De qué habláis?
- De los chicles que tiran los
humanos – dijo Woffe.
- ¡Qué cosa más horrible! Una
vez intenté picotear uno, pensando que era algo comestible, y se me
pegó al pico. Me costó mucho despegármelo. La verdad es
que, donde estén los insectos, las lombrices, el grano… Habría
que hacer algo porque hay por todo. Alguna otra gallina ha tenido
problemas de molleja por tragar uno.
- Dices bien, algo habría que hacer –
dijo Muu – pero ¿Qué?
- Pues si no lo sabes tú, que eres
la más inteligente de la granja – dijo Cloe – no sé
quién lo va a saber.
Wof se rascó la oreja derecha con la
pata trasera y dijo.
- ¿Por qué no les devolvemos esa
porquería para que sepan que no pueden andar tirándolos por ahí?
Muu repuso.
- No se me ocurre cómo. Aunque sí…
Cloe ¿Podrías conseguir que el gallinero colabore para hacer
limpieza?
- Sí. Podríamos escarbar esos
pegotes y hacer un buen montón.
Cloe, que tenía ascendiente sobre
todas las gallinas desde aquella ocasión en que lideró el gallinero
a raíz de las trifulcas raciales (1), consiguió convencerlas para ir
reuniendo todos los pegotes que encontraran. Los fueron amontonando
en un rincón del corral de Muu y ésta veía cómo crecía y crecía
aquel montón. Pero no se le ocurría qué hacer luego con todo
aquello.
Y allí se estaba parada rumiando y
también rumiando, es decir, en los dos sentidos de la palabra,
cuando llegó la hora del ordeño y acabó por idear algo.
Llamó a Cloe y le dio instrucciones.
Los problemas en la granja comenzaron
cuando al vaciar el cubo de la leche, el amo encontró un chicle en
el fondo. Y, cuando el hecho se repitió, el amo entró en cólera y
prohibió terminantemente el uso del chicle a todos los trabajadores.
Es por eso que, gracias a la
complicidad de las gallinas y su habilidad para no ser vistas al
acercarse al cubo de la leche, la granja quedó limpia de aquellos asquerosos
pegotes y ningún gorrión volvió a correr peligro.
Y el próximo jueves:
LA CAJA DE LAS RESPUESTAS
LA CAJA DE LAS RESPUESTAS
(un cuento largo en cuatro partes)
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