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miércoles, 3 de enero de 2018

Las Notas del Dr. Hexápodus desde 20 Nivoso

 La expedición transcurre con alguna 
incidencia sin mucha importancia y 
una pequeña nevada, pero acaban 
llegando a lo que en tiempos fuera
 la capital del oro
 



LAS NOTAS DEL Dr. HEXÁPODUS





 
EL CUADERNO
   
(Desde 20 Nivoso)
20 Nivoso
Nos levantamos temprano y nos damos una buena ducha, porque tampoco sabemos cuándo podremos volver a hacerlo. De los armarios anejos a los dormitorios sacamos ropa de abrigo e impermeable, mantas, así como guantes, bufandas, calcetines caloríficos, gruesas botas, y también dos juegos adicionales de todo como recambio. Nos vestimos y desayunamos, junto con Wolf que devora media docena de salchichas gigantes. Antes de pasar a la cueva, Lupi se dirige a la cortina que cubre el mural, la corre y acciona una palanca. Inmediatamente el mural desaparece y, en su lugar, se puede ver la pared de roca que da acceso a la cueva y también los alrededores hasta una buena distancia. Mueve la palanca y reaparece el mural, cierra la cortina y marchamos a la puerta de acceso.
Uncimos a Adagio a la carreta y esperamos a que la puerta intermedia se cierre. Luego levanta la piedra y acciona la palanca, la losa de piedra comienza a descender con un chirrido, cuando ya está totalmente abatida baja Wolf seguido por Adagio y después nosotros. Esperamos a que la puerta se cierre sola y partimos en dirección al arroyo que ya conocía y que estuvo a punto de arrastrarme.
El terreno no permitía montar en la carreta pero, al llegar a la orilla, ya era más plano y pudimos subirnos al pescante, así pasaron dos o tres dh y aproveché para preguntarle por lo que había visto en el mural. Según me comentó era una precaución habitual para evitar presencias extrañas a la hora de abrir la cueva, así se podía ver si alguien rondaba por los alrededores.
En esta ocasión la cautela era aún más necesaria porque, cuando regresaba, había visto huellas sospechosas a la orilla del pantano y no quería tener un mal encuentro, al menos en las proximidades de la base. De todos modos, entre el material del taller habíamos cargado, a modo de armas defensivas, dos taladros sónicos y dos sierras de lanza láser. Me hubiera gustado tener uno de ellos al pasar por aquel muro en ruinas para poder cortar un trozo, espero hacerlo al regresar a Arsix.
Pregunto si era frecuente encontrar a alguien por estas tierras y me comenta que no suele perderse nadie por aquí, pero alguna vez se puede encontrar vagando a los que, por no llamarlos buscadores, se ha dado en llamarlos peyorativamente buscanderos, y son unos vagabundos que andan a la caza de oro y objetos de valor en las ruinas de los pueblos y ciudades abandonados. Son bastante más frecuentes cuanto más cerca se está de los Montes Áureos, porque aún esperan encontrar restos de oro en las minas, lavaderos de mineral y nidos, así como en lo que queda de los poblados mineros derruidos. De todos modos en los diez años que llevaba por aquí no se había tropezado más de tres buscanderos, a los que tuvo que auxiliar para que pudieran regresar a Arsix , aunque con las manos vacías; a lo sumo uno había conseguido dos pequeñas pepitas de oro y un pico oxidado, otro una pierna vendada y el otro una bronquitis. Pero por las huellas que veía en sus frecuentes expediciones, el número era bastante mayor.
Paramos a comer en un verde valle en el que cantaban los pájaros y se podía escuchar a lo lejos el mugido de una vaca. Lupi dijo que sería mejor intentar conservar las provisiones de la carreta y procurar alimentarnos, siempre que fuera ecológicamente posible y conveniente, de los frutos, la pesca o la caza; así que se marchó mientras yo desataba a Adagio, juntaba leña y encendía una fogata. Regresó al poco rato con un pato y media docena de peras.
Tras desplumar y preparar el pato lo clavó en un hierro y lo asó al fuego, tras sazonarlo y frotarlo con unas ramas de hierbas aromáticas. Comimos y aún sobró bastante para Wolf, que no dejó ni los huesos, entre tanto Adagio se estaba dando un atracón de trébol.
Seguimos viaje y desde el pescante podía ver cómo se había repoblado la zona. En una charca que no llegaba a estanque pescaba una bandada de patos mientras que en la orilla practicaban la natación unas cuantas nidadas detrás de sus madres. A lo lejos pude ver unas cuantas vacas y varios terneros. Un toro se nos quedó mirando y rogué porque no aumentara su curiosidad y nos hiciera una visita. 
Wolf abría la marcha husmeando por los matorrales y de vez en cuando se perdía de vista. En una de esas ocasiones regresó con un conejo en la boca y lo puso a los pies de Lupi, que lo cogió y lo colgó de un lado de la carreta. Luego Wolf siguió explorando por los alrededores pero ya no trajo nada. Cuando ya comenzaba el ocaso estábamos atravesando un espacio llano y despoblado, lejos del arroyo. El cielo estaba raso aunque el viento anunciaba una noche fría y escarcha matutina.
Montamos la carpa, frente a ella hemos encendido una pequeña fogata porque no hay mucha leña en los alrededores. Lupi me dice que duerma tranquilo y no tema por la posible existencia de fieras, todavía no ha soltado grandes predadores y aún menos por aquellos contornos. De todos modos contamos con Wolf para hacer guardia así que podemos dormir los dos tranquilamente. Cenamos con el conejo asado y una pera, escribo estas notas y me meto en el saco de dormir a resguardo dentro de la carpa.

21 Nivoso
Seguimos la ruta. Al frente, las Montañas ya se ven muy cerca y abandonamos el llano nos internamos en un ancho desfiladero que describe una curva, pero sigue la dirección que nos interesa. El suelo todavía es bastante llano y la carreta no tiene problemas, Adagio camina con facilidad en aquel terreno, pero eso ya no puede durar mucho, porque se va volviendo cada vez más pedregoso. Parece como si esto hubiera sido en tiempos remotos el cauce de un glaciar, pero ahora está seco y las alineaciones de piedras que hay en el centro y en los laterales, en su día debieron ser las morrenas.
El cañón es tan ancho que aún podemos pasar holgadamente entre la alineación pedregosa del centro y la de la derecha, pero conforme pasan las horas se va estrechando. Afortunadamente, al tiempo que se estrecha, disminuye el número de los cantos rodados, aunque van siendo de mayor tamaño. Hacemos una pequeña pausa para comer algo y reemprendemos el camino. En el último tramo, en el que ya se divisa el final del desfiladero, tenemos que bajar del pescante y ayudar a avanzar a la carreta, quitando algunas de las rocas más grandes dispersas a todo lo ancho. La marcha se hace así aún más lenta y creo que no llegaremos arriba antes de que anochezca.
Mientras vamos avanzando pesadamente, descubro sobre una roca a un lagarto ocelado tomando el sol de la tarde, le llamo la atención a Lupi y casi no tiene ocasión de verlo porque desaparece rápidamente por una grieta. Le pregunto que si ha dado suelta por aquí a algunos reptiles y me responde que este debe ser algún superviviente de los tiempos antiguos y que aún no es el tiempo de los lagartos, lagartijas, serpientes, tortugas y muchísimas otras especies, ya llegarán.
Finalmente decidimos parar allí mismo y pasar la noche. Soltamos a Adagio y le pongo algo de pienso y de beber, porque por aquí no hay pasto de ninguna clase ni agua. También a Wolf le pongo una dosis de carne en conserva y un cuenco de agua. Hacemos una cena ligera, pero no montamos la carpa. No podemos encender fuego, no hay leña en los alrededores. Nos refugiaremos en los sacos de dormir, que hemos colocado al abrigo de la pared rocosa en un pequeño entrante.

22 Nivoso
Amaneció nublado. Tras desayunar unas galletas con un café caliente, reanudamos el lento avance. Las paredes del desfiladero cada vez eran más bajas y ya se vislumbraba la parte más alta del cañón. Wolf se quedó unos instantes como petrificado, husmeó el aire y lanzando un ladrido salió corriendo. Paramos el avance y dejando a Adagio atrás salimos a toda prisa tras el perro.
Al llegar arriba se abría un altiplano verde que se extendía a derecha e izquierda, al frente y a muy poca distancia ya teníamos, casi al alcance de la mano, los picos más altos de los Montes Áureos. Wolf estaba parado a unos cuantos pasos frente a nosotros y nos miraba fijo. Al llegar junto a él, vimos los restos recientes de un corderillo. ¿Habría podido llegar hasta allí por si mismo? ¿Lo habría cazado algún depredador? Lupi me hizo notar que no se apreciaban dentelladas y que las patas y la cabeza habían sido, seguramente, seccionadas a cuchillo. Esto me preocupaba porque significaba que alguien merodeaba por allí y además armado, por suerte somos dos y contábamos con el olfato y oído de Wolf, aunque no sabíamos cuantos podían ser.
Me comentó que esto debía ser obra de ese buscandero cuyas huellas había visto en las marismas, pero que no teníamos que preocuparnos porque suelen ser inofensivos, aunque te pueden dar un susto o robarte alguna de tus pertenencias, si les das ocasión.
Regresamos a la carreta, y ayudamos a Adagio a coronar la cuesta. La planicie que teníamos enfrente estaba cubierta de un césped bastante crecido y Adagio se paró a comer. Lo desatamos para que siguiera comiendo a gusto y dejando a Wolf de guardia, nos dirigimos a una ladera rocosa próxima en la que se abría la boca de una cueva; había que ver si nos podía servir para refugiarnos, porque el cielo estaba amenazante y la temperatura suave hacía presagiar nieve.
Llegados a la cueva, que no era muy profunda pero si lo suficiente para entrar también la carreta, exploramos todos los rincones y acabé descubriendo al fondo los restos de una hoguera. No podía saber si esos restos eran recientes o no, en principio estaban fríos, pero la ceniza de un trozo de rama a medio consumir se mantenía sin desprenderse y lo hizo sin dificultad sólo con moverlo ligeramente, cayendo como una nevada. No debía contar con muchos días; al contrario que unos restos que, al otro extremo de la cueva, estaban apelmazados y la ceniza compacta.
Estudiada la cueva podía muy bien servir como campamento base, pero aún estaba por lo menos a un día de distancia de lo que sería deseable. Aprovechamos el resto de la mañana para explorar los alrededores y estudiar el camino mejor y más directo hacia lo que un día fue el foco de la minería del oro. Aún se podía apreciar el trazado de una antigua ruta que, aunque repoblada de matorrales, se mantenía en bastante buen estado para transitar con la carreta. Siguiendo en aquella dirección, mañana podríamos establecer ya el campamento definitivo.
Comenzaron a caer copos, así que llevamos la carreta a la cueva, dejamos suelto a Adagio y, mientras Lupi preparaba los comestibles, yo marché a buscar leña. La nevada iba arreciando y empezaba a cuajar pero se veía clarear por poniente así que no duraría mucho y mañana podríamos salir sin problemas. Por encima de la cueva había un bosquecillo de pinos con las raíces aferradas a la roca, trepé por la ladera y encontré un pino caído y seco desde hacía tiempo. Me había llevado una de las sierras de lanza y pude cortarlo en trozos manejables, que eché a rodar ladera abajo para no tener que cargarlos mientras bajaba. Luego entré a la cueva toda la leña y, con unas cuantas ramas finas y dos troncos gruesos, prendí una buena fogata. El humo se deslizaba por el techo y acababa saliendo por la boca.
Después de comer me dediqué a organizar mis notas y acabo de pasar estas últimas, de lo que pase esta tarde ya daré cuenta a la noche.
La nevada terminó a media tarde dejando una capa de dos dedos que no creo que pueda durar mucho, Salimos a dar un paseo y es agradable sentir en los pies el crujido de la nieve. Hacía tanto que no veía nevar. Adagio sale a comer y se encuentra con la sorpresa de que la hierba está cubierta con una capa blanca, tan solo asoman los tallos más largos, que empieza a mordisquear.
Cuando comienza a oscurecer nos retiramos a la cueva y añado leña al fuego, cenamos y nos preparamos los sacos de dormir al amor de la lumbre. Esta noche puede haber helada porque se ha quedado raso, habrá que tener cuidado al salir. Acabo de pasar estas pocas notas y me acuesto.

23 Nivoso
La mañana nos sorprendió durmiendo como troncos, la hoguera se había apagado y Wolf también dormía; aunque, tan pronto me incorporé, se me acercó y me dio un lametón. Adagio estaba ya despierto, suele dormir muy pocas horas. Tras desperezarme me asomé al exterior, la capa de nieve se había helado, sobre todo las huellas de nuestras pisadas que brillaban como si fueran de cristal.
Una vez desayunados, recogido todo y uncido Adagio al varal, reiniciamos la marcha. La nieve, superficialmente helada, crujía a nuestros pies pero se podía caminar sin problemas.
Avanzábamos a buen paso y la carreta rodaba sin tropiezos y, aunque el camino subía y subía y casi no se apreciaba bajo el blanco manto, afortunadamente la capa de nieve no era muy gruesa y se notaba la depresión por donde transcurría aquella antigua ruta de mineros.
Llamé la atención a Lupi sobre un rastro que atravesaba el sendero, paramos y nos acercamos a verlo más de cerca. Era una línea de pequeñas huellas que cruzaban perpendicularmente nuestro camino y se perdían en la distancia a uno y otro lado. Wolf se acercó y estuvo husmeando las huellas, pero no dio señal de alarmarse. Mirando más de cerca, Lupi me comentó que le parecían de conejo, así que había algunos ejemplares que ya se iban alejando de su territorio y colonizando otros más distantes, y eso era bueno.
Sin muchas incidencias se nos pasó la mañana; paramos un momento a comer algo, pero no había lugar alguno libre de nieve, así que lo hicimos de pie y casi sobre la marcha.
La tarde iba tocando a su fin y estábamos llegando a un llano con un pinar y, bajo los pinos, se podían apreciar los restos de muros de adobe y maderos carcomidos. Se debía tratar de un antiguo poblado minero pero estaba totalmente derruido.
No había ningún lugar apropiado para montar la base, la cueva que habíamos dejado atrás era perfecta pero estaba demasiado lejos, así que montamos la carpa provisionalmente bajo los pinos y preparamos los sacos de dormir, las cosas de primera necesidad y los útiles de uso inmediato, encendimos una hoguera con maderos de las ruinas aunque la mayoría estaban muy carcomidos y se desmoronaban en las manos. Sólo alguna de las vigas nos fueron de utilidad porque se las veía muy resinosas y habían aguantado los elementos y los años, seguramente debían proceder de pinos llorones, nos facilitaron un buen fuego aunque un tanto humeante y unas luminosas antorchas. Decidimos dedicar el día siguiente a explorar los alrededores para buscar otro lugar mejor.
Se nos ha hecho de noche con los preparativos, de modo que acabamos cenando y ya nos vamos a dormir. Wolf hace guardia, junto a Adagio, fuera de la carpa.

24 Nivoso
Hoy hemos explorado los alrededores, pero no hay un lugar mejor para establecer el campamento, al menos a poca distancia aunque más al norte y, siguiendo el cauce de un arroyo, se destaca un farallón rocoso que podría reportarnos algún abrigo.
Esta tarde nos hemos quedado en la carpa. He traído un libro de la biblioteca de la base que nos puede ser de utilidad; se trata de “La otra fiebre del oro” de Californio Search. Según se desprende de las descripciones de Mr. Search, el lugar donde nos encontramos se trata de un pequeño poblado de los primeros tiempos de la fiebre, al que llama “Dawn”, y que fue abandonado tan pronto se estableció otro poblado mayor y más cercano a los yacimientos. Nuestra impresión inicial de esta mañana era correcta porque situaba este nuevo poblado en dirección norte y a orillas de un arroyo, así que mañana intentaríamos encontrar lo que en aquellos tiempos fuera la capital de la fiebre que, según aparece en el libro, se llamaba “Goldworld”.
Hoy no hay nada más digno de mención, sólo que Wolf está un tanto inquieto y merodea por los alrededores como buscando algo y olfateando por los rincones

25 Nivoso
 Recogido todo seguimos el cauce del arroyo hacia el norte, el camino no estaba muy deteriorado, pese al mucho tiempo transcurrido, aquello debía de ser una ruta muy transitada en aquellos tiempos. La carreta avanzaba sin tropiezos, aunque en alguna ocasión tuvimos que retirar rocas desprendidas de las laderas y algún árbol caído, incluso uno tan grueso que tuvimos que trocearlo con las sierras lanza para poderlo mover. La nieve se estaba fundiendo, había ya algunas zonas despejadas, dejando ver la hierba y Adagio hacía amagos de pararse o desviarse para comer, así que aprovechamos un prado en el que había unas rocas que hacer servir de asiento, soltamos al jumento y nos preparamos con el fogón una comida caliente que nos sentó muy bien. No demoramos mucho la partida y reanudamos la marcha.
Fue a la tarde cuando, en la distancia, pegado al farallón de roca que vimos ayer, descubrimos una aglomeración de sombras oscuras e irregulares. Había cierta geometría en aquellas formas difusas, que se extendían muchos pasos en dirección al arroyo. Apresuramos lo más posible la marcha, cuando ya comenzaba a oscurecer atravesábamos las primeras ruinas de casas de adobes. Muy pocas paredes seguían en pie y de los tejados ninguno. Daba la impresión de que, en su tiempo, aquello había sido una gran urbe. Entre aquellas ruinas no había nada que hacer, nada nos podía servir de refugio; pero las edificaciones que estaban al abrigo del farallón parecían haberse conservado mejor, y algunas paredes permanecían en pie adosadas a la roca.
Nos acercamos hacia allí, aunque el paso era difícil por los cascotes desperdigados en lo que, en su día, debieron ser calles. La oscuridad se estaba cerrando a nuestro alrededor y hubo que encender las linternas, pero al final llegamos a los muros de una casa que, al contrario de la mayoría, estaban hechos de piedra. Aunque no había tejado aquello nos ofrecía un refugio provisional hasta encontrar algo mejor, pero tuvimos que trabajar duro retirando tejas rotas y cascotes del suelo donde pensábamos montar la carpa.
Trabajamos a la luz de las linternas y de la fogata que logré encender con restos de maderas del tejado en un rincón que, en su tiempo, debió ser chimenea. Nos acabó quedando una amplia sala, despejada y resguardada por los muros de piedra y la pared del farallón. Hice entrar a Adagio con la carreta y lo solté, allí estaba seguro, Wolf se enroscó junto al fuego.
Cansados de tanto trabajo y tras montar la carpa y tender los sacos, no tenemos ganas más que de tomar unas galletas secas y un café caliente. Acabo de redactar estas notas y me voy a dormir.  



(Si queréis ampliar conocimientos o aclarar dudas podéis consultar los anexos publicados anteriormente)



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