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jueves, 29 de diciembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 4 (Regreso y partida) parte 2



Reanudan sus aventuras y en
esta ocasión conocen a un
lobo de mar y hacen un viaje
en velero.



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REGRESO Y PARTIDA
parte 2

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Mientras tanto, Fan había vaciado la mochila. Como no se notaba lo que podía tener dentro no se le había ocurrido comprobar si estaba totalmente vacía. La puso boca abajo, la comenzó a sacudir y cayeron cosas que ni recordaba haberlas puesto: Unas cabezas de pájaro martillo, odres de agua vacíos y uno aún medio lleno, medio queso y algo de pan, acompañado por una fina lluvia de migas, la dentadura del tiburón de arena, una manta, la capa, la red, el ovillo de seda, cuerdas,...y los dos odres de Sicuor, aquel extraño licor que le había regalado Halmir, entre otras cosas variadas que cayeron sobre la mesa. Colocó como pudo todo aquello, de la mejor manera posible: Las cabezas a la chimenea, aunque no sabía si aquello quemaría bien, enjuagó los odres de agua y los colgó a secar, aún conservaban por fuera granos de sal de aquel pescado en salazón. El queso y el pan volvieron a la mochila, tras comprobar que estaban en perfecto estado, como el primer día, aunque no reparó en algo tan extraño tras tanto tiempo desde la partida. La dentadura de cristal lucía brillante en la cornisa de la chimenea, la manta, cuerdas y otros utensilios de viaje volvieron a la mochila, y los dos odres de sicuor debían ir a la despensa, pero… la curiosidad es mala consejera y dicen que mató al gato, y a él podía haberlo matado también, o no…, tras satisfacerla le siguió quedando la duda. No conocía los efectos de aquel licor ni el sabor, pero lo que sí tenía claro es que, tarde o temprano, acabaría probándolo. Halmir nunca le hubiera entregado algo que fuera peligroso o perjudicial. De modo que decidió que, entre tarde o temprano, mejor sería temprano, no era procrastinador. En una cucharita vertió unas cuantas gotas, ni tan siquiera un sorbo, y lo cató. Podría definirlo como dulcipicante, el sabor era muy intenso aunque no desagradable. Pero lo que pasó a continuación le dejó como petrificado, algo así como debió sentirse el Rey Melanio de Hénder. No podía moverse pero todo giraba a su alrededor, escenas vividas y otras que no conocía, todas giraban y giraban. Logró identificar alguna y fijar su atención, la imagen se estabilizó y pudo verse acosado por un pájaro martillo, pero lo veía desde fuera de sí, como un espectador. Pensó cerrar los ojos y todo volvió a girar: vio pasar la cabaña del mago, el Salón del Trono de No Tan Lejano, se quedó mirando la escena y pudo verse decirle al Rey Nasiano:
¡De eso nada don rey!; a la princesa, después de tantas apariciones y desapariciones la tengo ya muy vista y además es de lo más machacón y repetitivo con su “malvado y poderoso mago”. Te agradezco mucho tu generoso ofrecimiento. Sé que el rechazar tus regalos te puede incomodar y te ruego me disculpes, no pretendo ofenderte, es que yo sólo soy un sencillo pastor de una pequeña aldea y no encajaría en un reino tan grande e importante como el tuyo, me conformo con que me dejes quedarme con esta corona. – 
Pudo ver la sorpresa y la indignación del rey, mezclada con el alivio de que todo aquello no le costara nada, y de sus súbditos, así como el soponcio de la Princesa. También pudo ver lo que pasaba allí, tras su presurosa y casi subrepticia partida, y el revuelo que se armó, y de cómo el Rey ordenó a unos soldados que le persiguieran y le hicieran volver, pero él había tomado una senda hacia el Oeste hacia las Montañas Brumosas y no los caminos principales que iban hacia el Norte y hacia el Sur.
Volvió a cerrar los ojos y acabó fijándolos en unas rocas con la oveja Diamante balando desconsoladamente. Aquello, pensó, ya lo había vivido cuando la rescató. Quiso evitarse ver la aparición de la Princesa e iba a cerrar los ojos, cuando creyó verse trepar, pero no era él, era Merto. Sorprendido siguió viendo la escena y escuchó la reprimenda, incluido aquello de:
- Y a Fan no le voy a decir nada porque sería capaz de hacerte chuletas. 
Desvió la vista y las imágenes siguieron girando hasta que fijó su atención en la cubierta de un barco de vela, y en ella a él mismo, a Merto y a los cuatro. Iban navegando por un mar encrespado, pero aquello era nuevo y no reconocía nada más.
La imagen acabó desdibujándose hasta acabar de esfumarse y volver a ver su habitación y pudo moverse libremente. Deseaba volver al estado anterior y ver en qué paraba aquel viaje en barco, pero pensó: 
- De modo que estos son los efectos del sicuor. No sé cuanto tiempo ha transcurrido. He vuelto porque la cantidad ha sido mínima, pero es mejor no pasarse. Está claro que se puede ser testigo de cosas vividas, cosas pasadas. Pero hay otras cosas que yo no he vivido, aunque sí otros, y cosas que aún no han sucedido. ¿Se puede ver el futuro? Porque ¿Qué significa ese barco en que vamos navegando los seis? Será mejor no abusar de este licor, aunque habría que experimentar un poco más y ver si se pueden seleccionar el tiempo, el lugar, la escena… 
Tomó una pequeña cantimplora y la llenó de sicuor. Los dos odres los guardó muy bien escondidos en la despensa mientras pensaba: 
- Mejor será que nadie lo encuentre accidentalmente y crea que es vino u otra bebida. No sabemos qué podría pasar. 
Preparó unos comestibles y agua, añadió la capa de seda, la manta, la red, la bobina de hilo y colocó todo cuidadosamente.
Aún era temprano; Sabiendo que Merto podría tardar porque había tenido problemas si sus visiones eran ciertas, se acercó al huerto para ver cómo estaba Esmeralda. La encontró clavada en su rincón favorito y hasta le pareció ver como agitaba sus hojas, como un saludo, al llegar él.
Luego miró por si Zafiro se encontraba reposando en la morera del patio, como de costumbre, pero la mariposa había volado. Seguro que seguía topografiando el reino y los reinos vecinos, que ya se los debía conocer de memoria.. Pero no tardaría, siempre solía regresaba al atardecer. Cuando ya se iba a retirar la vio llegar y posarse en su rama de costumbre. se la veía satisfecha, seguro que había encontrado un buen sitio para libar.
Fan se retiró y comenzó a preparar la cena: una ensalada de aromático tomate de su huerto, queso fresco de sus ovejas y albahaca de su jardinera. El aceite y la sal venían de la Capital. Cortó unas lonchas de una perfumada pata de cinguo en sal, otras de su queso más curado y aguardó a que regresara Merto.
Ya oscurecía cuando atravesó la puerta, siempre abierta, y Fan le dijo: 
- Quédate a cenar, ya he preparado, y de paso me cuentas cómo te ha ido.
- Lo siento, me he retrasado y no me ha dado tiempo de ver qué hacen Esmeralda y Zafiro, de modo que no vamos a poder salir mañana.
- No te preocupes, ya los he mirado yo y además.tengo la mochila preparada. Pero, ahora ¡cuenta! ¡cuenta! ¿qué tal te ha ido? 
Merto tragó saliva haciendo un esfuerzo y respondió: 
- Bien, muy bien. Allí las he dejado pastando en el valle al cuidado de Rubí y de Rayo.
-¿Y qué es eso que no me estás diciendo? Aparte de haber tardado mucho te lo noto en la cara. Algo me ocultas. 
Merto enrojeció a ojos vistas y su cicatriz resaltaba casi luminosa. 
- Nada, nada, no te preocupes. Allí todo ha quedado bien.
-¿Estás seguro? ¿No tienes nada que contarme?. Me da la impresión de que estás disgustado o lo has estado.
- Bueno…
- ¡Anda! ¡Cuenta!
- Resulta que Diamante es una liosa y ha convencido a Rubí para que las llevara a los pastos altos.
-¿Y...?
¡Vale! No presiones más. Ni que yo fuera un delincuente y me estuvieran aplicando un interrogatorio… Se ha subido a las rocas como te hizo a ti aquella vez y he tenido que rescatarla, Pero… ¿Cómo lo sabes?.
- No lo sé, lo sospecho, se te nota en la cara y en ese desgarrón nuevo que llevas en la zamarra. No sabes mentir o se te nota demasiado, cosa de la que me alegro. Y ahora – con una sonrisita malévola le preguntó Fan - ¿Se te ha aparecido alguna princesa? 
Los dos rieron con gana hasta que acabaron doliéndoles los costados. Luego cenaron, Merto marchó a su casa y se echaron a dormir porque al día siguiente tendrían que madrugar.
El gallo cantó dos veces y no había llegado a cantar la tercera cuando ambos ya estaban en pie. Esmeralda sacó sus raíces y se trasladó al otro extremo del huerto en donde le tocarían los primeros rayos del sol. Zafiro alzó el vuelo y se perdió en la distancia en uno de sus habituales vuelos de exploración.
Desayunaron y se pusieron en marcha hacia el Sur, por el camino que conducía a la Capital y a Puerto Fin. La mañana era fresca y apetecía aquel paseo matinal mientras charlaban recordando sus aventuras, y Merto haciendo planes para otras nuevas. 
- Tú conoces otras muchas tierras y yo sólo Alandia y Hénder
- No, hombre, no, también conoces Serah
- Vale pero no he estado en Mutts, Los Telares, El Gran Lago, las Montañas,… tantas cosas que me gustaría conocer.
- Supongo que no querrás visitar No Tan Lejano
- Bueno. A mí no me conocen y podría ir sin peligro
- ¿Sin peligro? Pueden colocarte a la Princesa 
Y así, riendo y charlando, llegaron sin darse cuenta al cruce que llevaba a la Capital, a Puerto Fin y al Puente sobre el Far. 
-¿Qué camino seguimos? - preguntó Merto - ¿Y si fuéramos a la Capital?
- ¿No íbamos por pescado para guisarle a Mirto?
- Vale, otra vez será,pero tengo curiosidad por saber cómo es nuestra Capital
- Pues me han contado que es un poblachón aburrido, salvo que tiene un Palacio de Gobierno donde manda el Gobernante de turno, un gobernante que no tiene comparación con Mirto o Melanio. 
Y tomaron el camino hacia sureste
Llevaban unas horas por aquel camino cuando una sombra se cernía sobre ellos, algo les tapaba el sol y no parecía una nube porque estaba despejado. Alzando la vista vieron a Zafiro en uno de sus vuelos. Les había visto y se acercaba planeando.
Tomó tierra delante de ellos en el camino. Suerte que en ese momento no se veía a nadie por allí. Fan le dijo: 
- No es preciso que nos acompañes, no tardaremos mucho en regresar. Vuelve a Aste y vigila que todo esté bien. Y no pierdas de vista a Diamante, que es muy loca. Más que una oveja parece una cabra. 
Zafiro pareció comprender, porque las cosas y seres mágicos tienen otros sentidos que escapan a nuestro entendimiento, y alzó el vuelo en dirección al Noroeste.
Siguieron su camino y, a lo tonto a lo tonto, llegaron a Puerto Fin sin darse cuenta, cuando ya comenzaba a caer el sol y la Segunda Luna asomaba su menguante sobre el mar. Se acercaron a la Posada para pasar la noche y el posadero, que los reconoció, les sirvió para cenar aquel guiso de pescado con patatas que tanto les había gustado en su anterior viaje. 
- Exquisito – dijo Fan chupándose los dedos – mucho mejor que el que hacemos nosotros ¿No nos habrá ocultado algún secretillo en la receta?
- No, no – rió el posaderoes la mano de la cocinera y los muchos años de hacerlo. 

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Amanece en Puerto Fin, la brisa marina lleva el aroma salobre a la posada y nuestros amigos se desperezan, tras darse la vuelta. Hacía tiempo que no habían dormido tan a gusto. No es que los mullidos colchones de la lana de las ovejas de Fan no fueran tan confortables, sino que el clima y la brisa marina aportaban un punto más de lasitud. Pero ya estaban despiertos y el tiempo había que aprovecharlo como siempre solían hacer y, saltando del lecho, no tardaron mucho en estar a punto, desayunar y llegar al puerto.
Una gran nave, más grande de lo que ellos pudieron imaginar, se balanceaba en el muelle. Lo cierto es que sólo habían visto unas canoas allí y Fan en el Gran Lago, y aquello era un velero de dos palos, no uno de los más grandes, pero mucho más que todas las embarcaciones que ellos habían visto hasta el momento.
Allá en el puerto andaban remendando redes un grupo de mujeres y ambos reconocieron entre ellas a Andrea. Ella, al verlos, dejó la labor y se acercó a saludarlos. 
- Bienvenidos ¿Otra vez por aquí? Me alegro de verles.
- Y nosotros también – dijeron ambos al unísono. 
- No sabes lo útiles que nos han sido el hilo y la red – dijo Fan. 
- Sí, nos han salvado la vida en más de una ocasión – añadió Merto. 
- Me alegro mucho y… ¿qué les trae por aquí de nuevo? ¿Otro nuevo capullo de seda?
- No. Sólo veníamos a comprar pescado salado de ese tan bueno que tenéis por aquí. Pero no seas tan ceremoniosa, trátanos de tú, como nosotros – dijo Fan. 
- Pero ¿qué cosa es esa que hay en el puerto? - preguntó Merto 
- Un barco velero que hace la ruta a Alandia y a No Tan Lejano.
- ¿A Alandia? - dijo Merto con extrañeza 
- Bueno; a un pequeño puerto que hay en la desembocadura del Río Far. Desde allí acarrean las mercancías a la capital. Este nuestro es un puerto pequeño de un país pequeño, pero estratégicamente muy bien situado. Desde aquí también se intercambian mercancías con nuestra Capital.
- ¿Y a No Tan Lejano?, porque está muy al interior también – comentó Fan. 
- Eso lo sabe el Capitán, yo sólo tejo y remiendo redes, pero creo que hay alguna cala.
- ¿Y ahora hacia dónde van? - preguntó Fan 
- Hacia Alandia, pero aún tienen que cargar. Si queréis os puedo presentar al Capitán.
- ¿Que te parece Fan? ¿Intentamos dar un paseo por mar?
- Bueno, pero no esperes nada, igual no nos admiten. 
Y se acercaron, con Andrea, a aquel enorme barco. 
- ¿Está el Capitán a bordo? - preguntó Andrea a un marinero que se distraía haciendo nudos sentado en la pasarela. 
- Por ahí anda Andrea, ¿Le llamo?
- Es igual, ya le buscaremos 
Y haciéndoles una seña avanzó por la pasarela hasta la cubierta. Allí se reunieron los tres y Andrea se dirigió al puente. Ellos la siguieron. 
- ¡Hola Andrea! ¿Qué te trae por aquí? - sonó una voz cerca de la rueda del timón. 
-Hola Capitán. Vengo con dos amigos que quisieran dar un paseo.
- Porque eres tú os recibo. Si fuera otra persona la haría bajar o la tiraría por la borda porque aquí tenemos mucho trabajo y no estamos para pasear ociosos. ¿Tienes algún interés especial?
- No, pero son buena gente y nada ociosos.
- Está bien. Acercaos. Estoy preparando la ruta para el Embarcadero del Far, aunque aún falta cargar algunas cosillas de aquí. 
Y subieron al puente. En un rincón, frente a una mesa cubierta de cartas marinas, se encontraba un hombre alto, enjuto, de mirada penetrante y con el cabello recogido en una coleta que le llegaba a la cintura. 
- ¿Son estos? - gruñó inquisitivo 
- Sí; se llaman Fan y Merto y creo que les gustaría dar un paseo ¿No es así? 
Ninguno de los dos se atrevió a contradecirla aunque no estaban seguros de lo que podría pasar ni si se atreverían a navegar en aquel barco desconocido comandado por alguien que, al pronto, no se veía muy tranquilizador. 
- Vale. Acercaos que no me como a nadie. Sólo quiero ver que pinta tienen mis nuevos pasajeros. 
Se acercaron. Ambos llevaban, como de costumbre, colgando del cuello aquellas Flores de Lis que les había impuesto el rey Mirto II 
- ¡Pero bueno! ¿Sois vosotros? - bramó el Capitán – En Alandia no se habla más que de dos forasteros aventureros y vuestra fama ha llegado hasta el Desembarcadero del Far. ¡Claro que os llevaré! Hasta donde queráis. Pero… ¿Qué hay de esos bichos mágicos que os acompañan?
- Están en casa, descansando. No queríamos traerlos y despertar demasiado la atención – respondió Fan. 
- Pues con esas condecoraciones no pasáis desapercibidos precisamente, aunque aquí nadie ha oído hablar de ellas ni de vosotros, pero en el Desembarcadero… Bien. Mañana temprano salimos para el Río Far. No es más que una pequeña cala con un amarradero para cargar y descargar, luego regresamos aquí. Será un corto paseo y si queréis participar, seréis mis invitados.
- Gracias Capitán – respondió Fan – pero yo no estoy muy seguro de querer ir
- Sí, sí Fan, por favor, ¡Anda! ¡Vamos!. No tendremos otra ocasión
- Bien Merto, lo que tú digas. Capitán, mañana sin falta, al amanecer estaremos aquí como un clavo.
- Hasta mañana, pues 
Bajaron del barco los tres y acompañaron a Andrea donde las otras remendaban las redes pero, antes de marchar, dijo Fan. 
- Muy amable el Capitán, aunque al pronto intimida. ¿Cómo se llama?
- No te rías. Se llama Rumboincierto. Es algo que se remonta a sus primeros años cuando timonel, ya hace muchos años, y tiene fama de ser un marino muy seguro y experto, pero no le gusta que se lo recuerden, prefiere Capitán a secas o, como mucho, Capitán John.
- Muchas gracias. ¡Vamos Merto! Aprovechemos para comer, hacer las compras y descansar hasta mañana, aunque tras escuchar su apodo no sé si dormiré tranquilo. 
Se retiraron a la Posada en donde, para variar, les sirvieron aquel guiso de pescado con patatas, lo que les hizo replantearse la compra de más pescado. Pero estaba tan bueno que no cambiaron la misión que les había llevado allí y necesitaban material para el rey Mirto.
Consiguieron una buena cantidad de pescado y lo guardaron en la mochila. Dieron un paseo por los alrededores y descubrieron un bosquecillo algo alejado y tranquilo, luego se retiraron a la Posada para cenar y dormir. Esa noche, sorprendentemente, no hubo guiso de pescado con patatas, aunque sí algo de patatas con pescado..
No había sonado el tercer canto del gallo cuando ya se encontraban en el comedor de la Posada, esperando el desayuno que, afortunadamente, no consistió en nada que contuviera pescado ni patatas.
Cuando ya comenzaban a soltar amarras e izar velas, el Capitán les dio la bienvenida y ellos saltaron al barco. Saltaron porque ya habían retirado la pasarela.
Suavemente la nave comenzó a deslizarse hacia mar abierto. El mar estaba en calma y la brisa era suave. El Capitán ordenó izar todas las velas y el timonel puso rumbo a altamar aunque a escasa distancia de la costa, la suficiente para eludir los bajíos, y pasaron entre el continente y un islote al que el Capitán nombró como El Caballo. Siguieron unas horas, que se les hicieron cortas,  costeando sin perder de vista calas, cabos, playas y acantilados hasta llegar a la desembocadura del Río Far. Tanto Fan como Merto estaban extasiados disfrutando del viaje y las vistas. Los demás estaban ocupados en el gobierno de la nave hasta que comenzaron las maniobras de atraque en el Embarcadero del Far. La embocadura era más una ría o un delta que una cala, pero a estribor pudieron distinguir una construcción de troncos y tablas a la que acabaron amarrando la nave. En aquel embarcadero rudimentario esperaba un equipo de estibadores y una montaña de cajas, paquetes y canastas. La actividad que se desarrolló allí era febril y en poco tiempo se hizo la descarga y la carga.
Una caravana de carretas estaba esperando el contenido de las bodegas y los estibadores iban y venían entre las carretas y el embarcadero. Algunos de ellos les reconocieron. Habían estado en Alandia durante las celebraciones e hicieron correr la voz. Al poco, todos los alandeses o alandianos, porque no se sabe cuál era el topónimo más apropiado, se encontraban aglomerados en el embarcadero vitoreando a Fan y a Merto.
Al Capitán le costó bastante sacar de allí su barco pero, finalmente, se hizo a la mar y, antes de que cayera la noche, ya estaban atracados en Puerto Fin.
Al despedirse, el Capitán les dijo: 
- Cuento con vosotros como pasajeros para otro viaje, pero no hacia Alandia. Casi provocáis una revolución. Pero esa vez me gustaría llevar también a vuestros cuatro amigos mágicos. Si no sabéis cómo encontrarme, preguntad por El Hipocampo, o por el Capitán Rumboincierto. 
Así terminaron aquella jornada, aquel viaje marítimo y aquella escapada a Puerto Fin, porque al día siguiente regresaron a Aste.
Fan sabía que habría otro viaje, que aquél que acababan de hacer no era el que él había visto, que en el viaje  que vio con el sicuor iban los seis y precisamente en aquel mismo barco. 

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VUELTA AL MAR parte 1

el próximo jueves

miércoles, 21 de diciembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 4 (Regreso y partida) parte 1

 Regresan a la paz de Aste, pero la paz 
no durará mucho. No van a vegetar 
en la vida plácida de la aldea y ya les
 entran ganas de nuevas aventuras.


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REGRESO Y PARTIDA
parte 1

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El tiempo pasaba sin sentir. En Hénder la vida transcurría plácida y amenizada con una u otra fiesta de vez en cuando.
No era alcohol ni ninguna clase de droga, pero los frutos de las Palmas Reales tenían unos efectos muy potentes y acababan todos como si estuvieran ebrios, salvo nuestros amigos que rechazaban el ofrecimiento por temor a sus efectos adictivos y, por supuesto, Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro, que ya estaban bien provistos de lo que más les gustaba.
Pero más tarde o más temprano había de llegar el momento de la partida, y acabó llegando. Aunque sus cuatro acompañantes no tuvieran querencia alguna, tanto Fan como Merto echaban de menos su pueblo y su gente por muy bien que se encontraran allí. De modo que un día, pese a los ruegos de Gontar, de los reyes y de los muchos amigos que habían acabado haciendo allí, decidieron regresar a Aste.
Gontar y Fan habían pasado largas horas hablando de las propiedades medicinales, tóxicas y mágicas de las plantas, piedras y aguas. Merto había aprendido mucho en cuanto a metalurgia, carpintería y otras muchas técnicas y había transmitido sus conocimientos de fundición, forja, temple y afilado.
Rubí trabó amistad con otros cánidos que parecían una mezcla entre perros y zorros y les había enseñando, algo inconcebible en un lobo, a guardar los rebaños de ovejas, ya que en Hénder no había perros pastores. Diamante se lo pasaba muy bien con las ovejas que, como los habitantes del reino, eran todas negras y les enseñaba a obedecer como borregos a sus pastores y sus nuevos guardianes de cuatro patas.
Esmeralda, como era de esperar, sólo vegetaba al no encontrar en Hénder ni una planta con la que relacionarse, y Zafiro iba a la suya; volaba a largas distancias, aunque nunca se alejaba demasiado como para internarse en el reino de Dwonder, donde probablemente no habría sido muy bien recibida.
Pero llegó el día que, tarde o temprano, había de llegar y partieron en dirección al Abismo Insondable, según decían en Hénder, y esta vez no erraron el camino, porque Zafiro se sabía perfectamente la localización de la enredadera gracias a sus muchos vuelos de exploración.
Guiados por Zafiro acabaron llegando al manantial y a la planta, que sobresalia imponente sobre el muro, como un árbol enorme que extendía múltiples ramas con fuertes zarcillos arraigados al terreno, de modo que nada en este mundo sería capaz de arrancarla de allí.
Cenaron junto a la fuente algo de lo que habían cargado en la mochila: una barbaridad con la que les habían obsequiado; entre guisos, quesos, conservas, panes, fiambres diversos y frutas de cáscara dura… algo que les duraría para todo el viaje y aún sobraría para organizar un banquete a su llegada con todo el pueblo. Pero en aquella mochila no había problema ni de espacio ni de peso, como tampoco tuvieron problema alguno las ranas aquella noche. Nadie se molestó en cazarlas ni en interrumpir sus cantos.
Tras cenar, cada cual lo suyo, salvo Zafiro que se fue a libar a un campo florido próximo, durmieron a pierna, pata, raíz suelta, pese al concierto batracio habitual en aquel lugar. Por la mañana Fan hizo entrar en la mochila a Rubí, Diamante y Esmeralda y, acompañado por Merto comenzaron el descenso. Zafiro les iba sobrevolando, como dándoles ánimos. Tuvieron que hacer noche en una gruesa rama a media altura, pero a media mañana ya estaban abajo.
Ya conocían el terreno y sabían que, salvo los pájaros martillo, no había que esperar peligro alguno, de modo que no tuvieron que tomar especiales precauciones hasta llegar a aquel bosque en que se habían detenido a la ida.
Merto estaba intrigado y preguntó:
- Y estos bichos, ¿Qué cazan?. Porque por aquí no veo nada, salvo nosotros, a los que martillear.
- Hay palomas de agua y también he visto algún rastro de conejos. Cinguos puede que haya también por aquí, porque son bastante abundantes en otros terrenos y por aquí se ven muchas de las plantas aromáticas de las que se alimentan.
Pero todas sus dudas quedaron despejadas al llegar a una hondonada próxima a aquel pinar; una hondonada que no habían advertido en las otras ocasiones pero que, esta vez, pudieron ver a las claras, a las luces del sol poniente.
Allí se acumulaban, en un rimero informe, osamentas de todo tipo. Pudieron reconocer las de palomas, conejos y cinguos, pero también otras de mayor tamaño y con cornamentas ramificadas.
- Sean lo que sean estos pájaros – dijo Merto – al menos son limpios y recogen los residuos.

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Su tardanza, mientras tanto, comenzó a provocar rumores en Aste
-No; si ya lo decía yo. Eso de correr aventuras acabaría mal. Y ya ves.
-Y además con un lobo y aquellas cosas mágicas, que ¡Vete a saber que habrán hecho con ellos!.
-Se las querían dar de valientes y aventureros y mira…
Algunos ya hablaban sobre el reparto de sus pertenencias, así como las ovejas y los perros del rebaño de Fan. Otros se discutían por la propiedad de la fragua de Merto y hasta debatían para quién sería el yunque, para quién los martillos, las tenazas y los cinceles.
Y es que en los pueblos, por pequeños que sean, hay gentes de todas las clases y cataduras.

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Pero ellos seguían su camino de regreso sin imaginar lo que se comentaba en Aste.
Respecto a los pájaros-martillo, en esta ocasión no hicieron más que protegerse de ellos con la red y les dejaron con vida. Aunque seguro que se llevaron un buen susto al verse atrapados en la malla. Les desenredaron, salieron volando y ya no les importunaron más. No valía la pena cazarlos, su carne no es que fuera muy buena, tenían cosas mejores en la mochila y sus cabezas no servían de nada, tal como había podido constatar Merto.
Salvaron los Montes de Pizarra como a la ida, sin ninguna dificultad, y se internaron en los prados.
Ahora ya se notaba la presencia de los pastores de Alandia: en las fuentes ya no había palomas de agua y se hallaban enfangadas por las pisadas del ganado y rodeadas de excrementos que quitaban las ganas de acercarse a beber. Suerte que ellos llevaban provisión suficiente. De todos modos aquel estiércol sería bueno finalmente para el pasto así como para los jardines de Palacio. También se veían aquí y allá los restos negros de las hogueras y algunos desperdicios que los pastores no habían tenido el cuidado de recoger.
Fan había pensado no perder tiempo y llegar lo más pronto posible a Aste. Le preocupaba cómo estarían sus ovejas y sus perros y echaba de menos a sus amigos; y, aún más, estaba deseando contar con pelos y señales sus aventuras. Pero en vista de todo aquello que sucedía en los pastos decidió no pasar de largo por Alandia y poder comentarle al Rey Mirto lo que había visto y lo que pensaba que convenía hacer. De modo que se encaminaron a la capital de los Jardines.
A su llegada, el Jardinero Jefe les concertó una entrevista con el Rey y pronto se hallaron los seis en su presencia.
- Majestad: ya hemos regresado de nuestro viaje y hemos pensado acercarnos a darle noticias del mismo.
- Muy agradecido. Os he de comunicar que pienso nombraros Caballeros de la Flor de Lis por haber abierto al reino unos nuevos territorios que están resultando los mejores pastos de nuestros dominios. Y pronto comenzaremos a roturar las mejores parcelas para cultivarlas.
- De eso os quería hablar yo, Majestad. Los pastores no son nada cuidadosos con el entorno, deberían aprender algo de vuestros jardineros. No es sólo que enturbien las fuentes y dejen que las ovejas ensucien los alrededores, sino que no recogen los restos de sus fogatas y dejan desperdicios junto a ellas. Imagináos que esos terrenos son un jardín natural y pensad si os gustaría que vuestros jardines fueran tratados con tan poca consideración.
- Tienes razón y a eso hay que poner coto. Y tú, como pastor que eres, ¿qué podrías sugerirme?.
- Yo canalizaría el agua a unos abrevaderos, corriente abajo y lejos del manantial para evitar que sus aguas se contaminen con los excrementos, exigiría a los pastores que dejaran el terreno tal como lo han encontrado, enterrando las cenizas y retirando los desechos. Y algo muy importante dado el gran tamaño de vuestros rebaños, yo pondría un orden rotatorio en las zonas de pastoreo para no esquilmar unas y dejar otras desaprovechadas.
- Muchas gracias. Tomaré medidas de inmediato, pero ahora quiero saber de vuestras aventuras, ¡contad!, ¡contad!.
Y comenzaron el relato, adornado y ampliado, de su viaje; aunque Fan dejó, esta vez, que Merto llevara la voz cantante y éste se crecía mientras iba relatando la historia de los Reinos de Tetrápolis, de su viaje a Serah, de la lucha contra las malas hierbas mágicas, su captura del tiburón de arena, del que mostró las mandíbulas de cristal; y así pasaron horas y horas hasta el momento de cenar.
Pero antes del relato habían dejado salir a Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro, que no hubieran soportado por tanto tiempo la verborrea de Merto.
Rubí y Diamante fueron a los corrales en donde encontraron algunas ovejas y perros pastores. Lo que no se sabe es si ellos también se dedicaron a relatarles sus aventuras.
Esmeralda se acercó al arriate en el que había brotado y en donde Fan la había encontrado. Echaba de menos su tierra natal así como sus sales que, para ella, eran como la leche materna para un bebé. De modo que, a la vista horrorizada de los jardineros, hundió sus raíces en aquella tierra y se pudo apreciar cómo cambiaba el color de sus hojas a un verde más vivo y brillante. Los jardineros no hicieron nada, aparte de aportarle un riego suplementario, ya que debían respetarla como invitada que era en palacio.
Y de Zafiro no es necesario hablar. Allí estaba en la gloria. Su espiritrompa iba y venía de flor en flor y ni en mil años hubiera podido libar todo lo libable. Corría el riesgo, con la mezcla de tantos néctares, de acabar con una indigestión o con una borrachera de campeonato.
El Rey organizó la ceremonia rápidamente, porque le habían comunicado su intención de seguir pronto el camino, y ya al día siguiente estaba todo preparado para la concesión de la Orden de la Flor de Lis. El salón del trono estaba abarrotado: entre cortesanos, jardineros y gente del pueblo no cabía ya ni un alma. Al toque de las fanfarrias hizo su entrada el Rey Mirto II acompañado por la Reina Rosa XXIII y tomaron asiento. Acto seguido, precedidos por unos pajes y escoltados por sus cuatro compañeros, hicieron su entrada nuestros amigos y se detuvieron al pie del trono.
Un bardo, con un laúd, comenzó a entonar una especie de cantar de gesta dedicado a ellos:

Superando lo insólito y lo ignoto,
de hechizos y de magias vencedores,
inasequibles a miedos y temores,
no existe reto que les ponga coto.

De todos los peligros y asechanzas
salen a flote cual la flor sagrada,
luchando sin saeta y sin espada,
sólo el valor les guía en sus andanzas.

Y no hay muro que frene su andadura,
ni pizarras, ni pájaros-martillo,
triunfando en el palacio o el castillo,
con decisión prosiguen su aventura.

A este Reino le dieron nuevas tierras
ensanchando horizontes y fronteras,
tesoros de pasturas y praderas,
tierras ganadas sin dolor de guerras

Por eso se merecen la alabanza
y el canto de sus hechos y aventuras:
¡Difundidlo alandesas criaturas
donde mi canto ni mi voz alcanza!


Aplausos, vítores y un gran alboroto resonó y rebotó en las paredes del Salón del Trono. Fan temía que aquel escándalo espantara a sus cuatro compañeros de aventuras pero, sorprendentemente, no se inmutaron, permanecieron quietos y los ecos se fueron amortiguando poco a poco.
En ese momento, el Rey descendió hasta ellos desde el Trono. A un lado y a otro se situaron dos pajes con sendos estuches, los abrieron y el Rey tomó un cordón dorado del que pendía una Flor de Lis de oro y se lo colgó del cuello a Fan. Luego hizo lo propio con Merto.
- Por vuestro valor – dijo solemnemente y con voz engolada y tonante – por vuestra intrepidez, por los servicios prestados a este país, yo os impongo la Orden de Caballeros de la Flor de Lis, que es la más alta condecoración de Alandia y el más alto honor. Sé que, vayáis donde vayáis, haréis cumplido honor a ella y la luciréis con orgullo. Sólo os pediría que me hagáis alguna visita y me contéis vuestras nuevas aventuras, porque; o no conozco yo a las personas, o no vais a poder quedaros a vegetar y echar raíces en ningún lugar y estoy seguro de que vuestra fama florecerá y dará abundantes frutos allá donde vayáis. No quisiera que vuestros compañeros, por extraños que sean, se quedaran sin mi reconocimiento y he mandado hacer unos collares con la Flor de Lis, que espero se les adapten bien. Aquí tenéis y encargaos vosotros de ponérselos.
Y les entregó cuatro pequeños estuches.
- Y ahora vayamos al banquete
Haciendo un aparte les dijo, como al oído:
- Y muchas gracias por esos raros alimentos que me habéis traído de ese reino de encima del muro.
Fan y Merto probaron los collares a Rubí y Diamante y les iban bien. Lo más difícil será Esmeralda y Zafiro, pensaron, pero no hubo problema. A Esmeralda le quedaba muy bien en el tallo y no había problema de que se le bajara gracias a que se le aguantaba en unos nudos de antiguas hojas caídas. Zafiro lo lucía como un cinturón entre tórax y abdomen.
Las celebraciones duraron una semana de la Segunda Luna, es decir dos días más que la semana alandesa de la Primera Luna.
Como en Hénder; los cuatro encontraron, especialmente Zafiro en los jardines, cómo pasar el tiempo. Fan y Merto llegaron a cansarse de relatar sus aventuras porque, fueran donde fueran, se formaban corrillos a su alrededor de gentes ávidas de escuchar sus relatos.
Pero llegó el día de la partida. El Rey les hizo prometer que volverían algún día y que le prepararían aquel guiso de pescado salado con patatas del que tanto le habían hablado.
Una turbamulta salió a despedirlos, prácticamente toda la ciudad, con cornetas y atabales, con banderitas y gallardetes, con cestos de pétalos que alfombraron el camino. Fan, Merto y sus compañeros apretaron el paso para liberarse cuanto antes de aquel agobio, pero su comitiva hacía lo mismo y les costó distanciarse, últimamente lo consiguieron casi a la carrera. Está bien la admiración o el reconocimiento de los demás, pero hasta un punto, porque pasados ciertos límites se convierten en acoso y agobian.
Sin nada que destacar, atravesaron el páramo y el puente sobre el Far y acabaron llegando a Aste, con gran sorpresa de sus vecinos, la alegría de la mayoría y la decepción de algunos que ya contaban con “heredar” sus pertenencias.
Organizaron un banquete con lo que habían llevado de Hénder y con otros deliciosos platos de Alandia, elaborados a base de flores, frutos y semillas como cabía esperar. Se comió, se bebió, se cantó y se bailó hasta quedar todos agotados, si no ebrios perdidos.
Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro volvieron a sus actividades de antes de partir, mientras que Fan y Merto contaban por enésima vez sus aventuras.

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La euforia de los primeros días pasó y volvió la rutina, la monotonía y el aburrimiento.
Una mañana, Merto se acercó a casa de Fan bien temprano.
- No sé tú, pero yo me aburro
- Pues no se me ocurre nada nuevo que hacer y yo también me aburro. ¿No tienes trabajo en el taller? Te puedo ayudar, aunque yo sí tengo algo de entretenimiento en el huerto, ver cómo crecen las verduras. Ahora Rubí y los perros ya cuidan solos de las ovejas, sólo falta enseñarles a ordeñarlas, hacer queso, esquilarlas... y me quedaré sin trabajo. ¿Te apetece comer conmigo? Vamos a improvisar algo.
A Merto se le iluminó la mirada, una sonrisa hizo más evidente la cicatriz de la mejilla, algo se le había ocurrido.
- ¿Recuerdas que prometimos a Mirto hacerle una visita y un guiso?
Fan no estaba en ese momento por la labor, no hacía tanto que habían regresado de allí y poca cosa nueva podrían contarle al Rey, de modo que le puso la primera excusa que se le pasó por la cabeza. No quería contrariar a su amigo.
- No tengas tanta prisa, ya iremos, pero creo que no queda nada de pescado salado en la mochila ni en la despensa.
- ¡Pues vamos a Puerto Fin!
No sabía cómo hacer para no defraudar el entusiasmo que veía en su amigo, y no tuvo más remedio que aceptar.
- Está bien; pero primero habrá que dejar todo controlado para que no haya problemas en nuestra ausencia, aunque sea corta. Tú mira qué hacen estos cuatro y yo prepararé la mochila. Mañana lo hablamos.
Rubí y Diamante estaban con el rebaño en los pastos, de modo que Merto tuvo que tomar su cayado y ponerse en camino. Si todo iba bien podría regresar a media tarde, con tiempo de ver que hacían los otros dos. No encontró el rebaño en el valle pero sonaban las esquilas en los pastos altos.
- ¡Vaya! Ahora tendré que perder más tiempo del que pensaba si tengo que subir hasta allí, mejor les llamo.
Comenzó a gritar y silbar esperando que Rubí, Diamante o los perros le oyeran y se acercaran con las ovejas, pero esperó en vano.
Ascendió penosamente la pendiente y su presencia fue providencial. Había sido Diamante quien había convencido, no se sabe cómo a Rubí y los perros pastores para llevar al rebaño a los pastos altos. Y es que allí, en las cimas, es donde se criaba aquel té de roca que tanto le gustaba y en donde Fan le había tenido que rescatar en una ocasión. El saco que habían llevado desde Hénder ya se había agotado y tenía ganas de volverlo a comer.
Cuando un Merto agotado por la subida acabó encontrando el rebaño, descubrió a todos; incluido Rubí, al pie de aquellas rocas, mirando hacia arriba. Las ovejas balando, Rubí aullando, los perros ladrando y, en lo más alto, Diamante balando lastimeramente sin atreverse a bajar.
- ¿Ahí estás? ¿Cómo se te ha ocurrido encaramarte? ¡Ya sabes que no puedes bajar!. Suerte que he llegado yo, porque si no… ahí te quedas.
Merto no era tan ágil como Fan y no estaba habituado a trepar tras las ovejas, sus herramientas no solían trepar por su fragua, pero se encaramó como pudo. Se cargó a l os hombros a Diamante; que ya era mayor y pesaba más que la vez en que la rescatara Fan, y comenzó el descenso. Por dos veces estuvo a punto de despeñarse con su carga o de abandonar y dejarla caer al vacío, pero acabaron llegando abajo de una pieza. Se estiró en el pasto resollando agitado. Cuando se recuperó algo del cansancio y el susto, se encaró a Diamante.
- ¿Cómo se te ocurre? ¿Es que no has aprendido aún? Que sea la última vez. Y a Fan no le voy a decir nada porque sería capaz de hacerte chuletas.
Diamante se pegó al suelo tanto como pudo y tanto como le permitía su tripa rebosante de aquel té de roca, temiendo que el cielo se le desplomase encima, del mismo modo en que le estaba cayendo encima la reprimenda.
Y Dirigiéndose a Rubí, añadió:
- ¿Y tú? ¿Cómo lo has permitido? ¿Cómo habéis traído aquí al rebaño y cómo le has permitido trepar? Que sepas, desde ahora, que estos pastos están prohibidos, a no ser que Fan esté presente. Y ahora ¡Abajo! ¡Al valle!.
Rubí, con el rabo entre las patas, gruñó algo a los perros, rodearon a las ovejas y las empujaron hacia los pastos bajos.
Una vez en el valle, Merto se dio cuenta de que el Sol ya estaba bajando, la Primera Luna asomaba y no llegaría a tiempo a Aste. Eso suponía que no podrían salir al día siguiente. Muy enfadado les volvió a echar otra regañina y se puso en camino.


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REGRESO Y PARTIDA parte 2

el próximo jueves
)

La buena pipa.- Un inciso en espera de Los relatos de Hénder de mañana.

Hoy, para hacer tiempo hasta la continuación de las aventuras de "Relatos de Hénder" de mañana, os voy a poner algo sobre un cuento que, con variaciones, se conoce en todo el mundo: El cuento de la buena pipa.
Este cuento que, en mi familia, no trataba de pipas, boquillas o altramuces, sino que el enunciado era: ¿Quieres que te cuente un cuento que nunca se acaba?, y picábamos ¡Vaya si picábamos!, pero sólo la primera vez, como suele pasar con otras cosas como: ¡Mira que mancha de huevo!, ¡Mira que mancha de tinta!, ¡Mira que pajarito sin cola!, A que no dices tinta la cirulapa, Una cosa pipiricosa que se mete en el río y no se moja,....
Aquí os presento un trascuento que he encontrado sobre dicho cuento: 


Y un interesante cortometraje que no han sabido aprovechar los de la marca Churruca o los de Grefusa con su Piponazo:


martes, 13 de diciembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 3 (Retorno a Hénder) parte 2

Nuestros amigos reciben un encargo y deben atravesar
el desierto para desvelar un misterio vital para el Reino 
de Hénder que sólo ellos podían resolver, pero cuentan 
con sus cuatro compañeros mágicos, su intrepidez
 y su inteligencia.




Retorno a Hénder. Parte 2


Tras los saludos de rigor, en los que Su Majestad Melanio XXII supo disculpar ciertos comportamientos animales y vegetales poco protocolarios, tomó la palabra Gontar y dijo
– Te hemos hecho venir porque nosotros nos vemos incapacitados para emprender ninguna acción, pero será mejor que primero os pongamos al corriente de los sucesos históricos que dieron lugar a la situación actual y explican nuestras limitaciones para actuar.- dijo el Rey - Nuestro reino se extiende desde lo que vosotros llamáis el Muro del Fin del Mundo y para nosotros es El Abismo Insondable hasta pocas leguas adentro de un desierto al que llamamos Desierto de Tetrápolis. A derecha e izquierda limitamos con otras dos ciudades–reinos de las cuatro que forman dicha Tetrápolis, a saber:
Hénder, que ya conocéis y cuyos habitantes somos de color negro.
Dwonder, cuyos habitantes son de color rojo.
Trifer, cuyos habitantes son de color amarillo
y muy al norte existe otro reino llamado Quater, con el cual no lindamos y cuyos habitantes son de color azul.
Hace muchos años, las cuatro ciudades–reino competíamos por la posesión del Oasis de Serah, situado en el centro del desierto y equidistante de todos.
 

– En Serah – siguió Gontar – viven los Hurim, que son blancos como vosotros y que cuidan las llamadas Palmas Reales, una especie de palmera cuyo fruto llamado “sicuo”, que es parecido al higo, siempre ha sido la causa de todas nuestras desavenencias, ya que es muy apreciado por su sabor y es muy adictivo.
– De modo que – terció el Rey – durante muchos años hubo guerra entre los reinos por la posesión del Oasis y sus frutos, pero el desierto y las distancias complicaban las cosas y no había ganador claro
– Hasta que
– añadió Gontar – Trifer inició una nueva fase de la guerra por medio de la magia y los otros reinos se sumaron a ella, en lo que llegarían a llamarse las Guerras Mágicas.
– Aquí también se llegó a un equilibrio de fuerzas –
dijo el Rey – pero nos vimos obligados por los Hurim a firmar un Tratado de Paz en el que ellos impusieron las condiciones.
– ¿Cómo es posible que pudieran obligar a firmar e imponer condiciones a los cuatro reinos? –
preguntó Merto
– Porque ya estaban hartos de ser víctimas ocasionales de nuestras pugnas y rencillas, e hicieron – dijo el Rey – lo único que estaba en su mano para hacernos claudicar; amenazaron con que, en caso contrario, talarían todas las Palmas Reales. Alegaron que ellos no consumían su fruto y, hasta entonces, sólo les habían traído problemas. Así que todos tuvimos que aceptar sus condiciones si queríamos asegurarnos el suministro de los preciados sicuos.
– Las condiciones – dijo Gontar – consistían en que sólo ellos administrarían la producción del fruto y su reparto equitativo entre las cuatro ciudades–reino, a cambio de alimentos y otros productos. Se declaró el Oasis como Zona Libre de Magia y a los habitantes de la Tetrápolis como personas non gratas. Desde entonces reinó la paz y los frutos llegaron puntualmente, hasta la desafortunada intervención de mi maestro Artifax; aquel mago tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto y que, descontento con el pago por sus servicios en las Guerras Mágicas, decidió hechizar Hénder, como bien sabes.
– Tras tu providencial llegada –
dijo el Rey – el suministro a Hénder del fruto se reanudó con normalidad, pero, desde hace un mes, dejaron de llegar caravanas sin ninguna explicación. Al principio pensamos que, como mientras Hénder estuvo encantado el fruto se repartía entre tres, al tener que repartir de nuevo entre cuatro se había producido algún pacto contra nosotros, dejándonos fuera del Tratado. Enviamos exploradores a los límites del Oasis y durante una semana no salieron caravanas hacia ninguno de los otros reinos y ellos, que también tenían exploradores, afirmaban que también les habían dejado de llegar caravanas.
– Los exploradores – dijo Gontar – no pueden, según el Tratado, pasar los límites de Serah; puesto que allí no se admiten negros, rojos, amarillos ni azules, y es por eso por lo que necesitamos de vosotros; yo como mago aunque sea blanco tampoco puedo ir y vosotros que sois también blancos podríais enteraros de lo que pasa 

– Bien – dijo Fan – pues ¿a qué esperamos? Vamos amigos, pongámonos en camino.
– Podríais ir en saltarenas
– dijo Gontar – pero tendrían que quedarse aquí Rubí, Diamante y Esmeralda, porque no vuelan y no pueden cabalgar.
– No importa, iremos a pie e iremos todos
– dijo Fan, pero no le dijo a Gontar que podrían ir en la mochila porque pensó que él ya debía saberlo, ¿o no?, y si no había dicho nada sus razones tendría.
No se hicieron esperar, revisaron las provisiones necesarias para el Desierto de Tetrápolis, cargaron agua y un saco de aquel té de roca que tanto gustaba a Diamante y se pusieron en marcha sin más dilaciones.
Les advirtieron que debían guardarse de los tiburones de arena que, aunque no abundaban, podrían darles algún disgusto; y por eso la comitiva estaba formada por Rubí como explorador avanzado, seguido de Fan y Merto, y cerrando la expedición Esmeralda la col y Diamante la oveja. Sobrevolando a media altura iba Zafiro.
Afortunadamente no tuvieron ningún encuentro desagradable y, como hicieran en el Desierto de Oms, caminaban de noche y en las horas más fuertes de sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda que, clavando sus raíces, se proveía de agua suficiente y a ellos de fresca sombra.
Al cabo de cuatro días agotadores, que resultaron monótonos y calurosos, a lo lejos divisaron ya la silueta de las Palmas Reales y Merto le dijo a Fan
– ¿Estás seguro de que eso es el Oasis?, mira que he oído decir que en los desiertos se dan los espejismos que engañan a los viajeros.
– No te preocupes, los exploradores que tenemos ahí tan cerca refugiados en sus sombrajos no son ningún espejismo, y si ellos están aquí, aquello sin duda es Serah.Y allá puedes ver sus saltarenas.

Llegaron hasta la altura de los exploradores de Hénder y les saludaron.
– Buenos días, venimos de la ciudad enviados por el Rey y Gontar. ¿Hay alguna novedad?

– Saludos, ya nos había anunciado un mensajero que vendríais y os esperábamos. No hemos podido apreciar movimientos en Serah, ni caravanas, ni nadie que se aventure por los alrededores, parece un pueblo muerto ¡Con lo aburrido que es esperar y esperar y que nunca pase nada!.
Se despidieron y siguieron camino hacia el oasis. Esperaban que alguien saliera a su encuentro en cuanto vieran que se acercaban extraños, pero no lo hizo nadie y cuando salieron de la arena y entraron en la zona de vegetación, tampoco vieron alma humana por los alrededores. Finalmente, junto a un pozo, encontraron a un Hurim apoyado en el brocal intentando sacar un cubo de agua, pero no tenía fuerzas para tirar de la cuerda de la polea.
Fan se acercó y le ayudó a subir el cubo, mientras le decía.
– Somos habitantes de Pascia, y venimos en son de paz, ¿Nos podríamos entrevistar con las autoridades?
El hombre no tuvo fuerzas para contestar y sufrió un desmayo allí mismo, las puertas de las casas estaban cerradas y no asomó nadie.
– Pues bueno – dijo Merto – ¿Ahora qué hacemos? Parece como si aquí no viviera nadie y éste está en las últimas.
Fan señaló a Merto unas ramas secas que había cerca del pozo.
– Ve encendiendo algo de fuego

Dijo Fan revolviendo en la mochila y sacando un paquetito de hojas secas y un pucherete al que vertió un poco de agua del pozo, le añadió unas cuantas hojas del paquetito y, tan pronto Merto lo tuvo encendido con su yesca y pedernal, lo puso al fuego a calentar.
Al poco rato le dio a beber aquella infusión al Hurim, que reaccionó enseguida. Fan, sin darle tiempo a decir nada le dio unas galletas y un trozo de queso que devoró como si nunca hubiera comido. Ya repuesto dijo
– Gracias, gracias, llevaba ya tres días sin comer nada y todos aquí estamos igual.
– Bueno
, – dijo Fan – ya me contarás luego cómo es que estáis así, pero ahora dime dónde podemos encontrar algún caldero lo suficientemente grande para toda tu gente.
– En la Cocina Comunal, allí se guisa para todo el pueblo todo lo que traemos de los reinos, pero ya no nos queda nada más que los calderos, pero ¿Para qué servirían?
– No importa ¡vamos allá.

Cuando llegaron a la Cocina Comunal encontraron toda clase de recipientes, tomó uno bastante grande y le dijo a Merto
– Enciende fuego y pon esta olla con agua a templar.

Sacó una buena cantidad de lomos de pescado en salazón que había sobrado del último banquete en Aste y un gran saco de patatas, le entregó a Merto el saco y le dijo
– Como tú tienes buenas herramientas y bien afiladas, te ha tocado pelar patatas, yo voy a ir desalando el pescado. Normalmente hacen falta horas pero vamos a tener que acelerar el proceso, si lo desmenuzo y lo pongo con agua templada y la voy cambiando a menudo algo conseguiremos. De todos modos si el guiso sale algo salado no creo que le hagan ascos. Y ahora – le dijo al Hurim, que ya estaba más espabilado – mientras se hace el guiso ya puedes irme contando lo que ha pasado.
- En primer lugar me presentaré, soy Halmir, Conductor de los Hurim. No sé si estás enterado de que aquí en Serah está proscrita la magia y sospecho que, al menos la col y la mariposa son algo mágico pero, como te debo tanto, voy a hacer la vista gorda. Pues bien; hace dos meses que las Palmas Reales dejaron de dar fruto sin que nadie sepa la causa. Mientras quedaron reservas en nuestros almacenes las caravanas siguieron haciendo las cuatro rutas, como siempre, pero cuando se acabaron las reservas sin que las Palmas volvieran a florecer, ya no pudimos hacer más envíos. Aún confiábamos en que volvieran a producir antes de que se nos acabaran los comestibles, pero no sucedió así. Tuvimos que racionar lo que quedaba a ver si aún florecían, hasta hace tres días en que ya no quedaba ni un mendrugo. 

– Bien – respondió Fan – luego, a su debido tiempo, nos encargaremos de eso, ahora lo que hace falta es reanimar a tu gente y resolver el problema de los comestibles. 
Preparó además una buena cantidad de tisana reanimante con aquellas plantas que Gontar le había enseñado y, cuando el guiso estuvo en su punto, que por cierto no estaba muy salado, se organizaron para ir repartiéndolo casa por casa; un vaso de infusión y un plato de guiso por persona y, en poco tiempo, se les vio reanimarse.
Aún quedó bastante guiso del que comieron Fan, Merto, Rubí, y Halmir, encontrándolo delicioso, y aún sobró.
– Ahora Halmir – dijo Merto – debemos preocuparnos en primer lugar de conseguir comestibles rápidamente; puesto que, si no lo hacemos, todo esto no habrá servido de nada.
– ¿Tienes algún jinete rápido que pudiera llegar a Hénder y regresar en poco tiempo?,
– dijo Fan – porque con mi mochila podría traer los víveres de primera necesidad para un mes sin problema, le envías en mi nombre y no le negarán nada.
– Eso es fácil, –
respondió Halmir – con un saltarenas podría regresar en dos días, pero creo que deberíamos enviar también mensajeros a los otros reinos ya que se podrían tomar a mal si lo enviamos sólo a Hénder. No querría ser el causante de una nueva guerra.
– Me parece bien
– dijo Merto – si les cuentan cual es la situación ninguno se negará a entregarles comestibles aunque no lleven fruto, así que los enviados carguen todo lo que puedan y no se den prisa, porque con lo que llegue de Hénder será suficiente.

Así lo hicieron; Fan vació la mochila en donde quedaban bastantes galletas, queso y carne ahumada, les entregó a cada uno unas galletas con queso para el viaje de ida, puesto que ya comerían en su destino, y guardó el resto, además del guiso que había sobrado, para distribuirlo entre la población hasta su regreso. Entregó la mochila al jinete que había de ir a Hénder y le recomendó que en cuanto llegara fuera a buscar al mago y él sabría lo que se tenía que hacer.
Montaron los cuatro en sus saltarenas, que eran una especie de grandes gacelas, capaces de avanzar en cada salto más de seis varas y salieron disparados hacia los cuatro puntos cardinales con sus grandes saltos, perdiéndose enseguida en la distancia.
Se acercaron a las Palmas Reales para ver si descubrían la causa de que no dieran fruto.  Estaban mustias, con aspecto de estar secándose.
Esmeralda clavó sus raíces al pie de una palma, bajo tierra, y al cabo la sacó arrastrando consigo una maraña de extrañas raíces fuertemente abrazadas a trozos de raíz de palma.
Fan conocía muy bien aquellas hierbas que tapizaban el oasis, era trébol común, pero nunca había visto un trébol con aquellas raíces que estrangulaban todas las de las plantas vecinas.
Aquella anomalía vegetal debía ser consecuencia de las Guerras Mágicas y haría falta algún mago para conjurar aquella aberración, pero los magos allí no eran bien recibidos, los reyes eran muy suspicaces y la presencia de algún mago rival podría desembocar en una nueva guerra. Así que tenían que resolver el problema por si mismos.
Diamante, que hasta entonces se había alimentado con el té de roca que Fan llevaba en la mochila, comenzó a mordisquear aquel trébol.
– No comas de eso, no sabemos que efectos puede tener, creo que está hechizado.

Diamante debió pensar...
– Poca cosa puede hacerme, a fin de cuentas yo soy una piedra hechizada en forma de oveja.

De todos modos ya no volvió a comer más que té de roca.
Con hoces y toda clase de herramientas cortantes que encontraron y que Merto afiló a conciencia, comenzaron a segar las hierbas, pero las raíces sobrevivían y las hojas volvían a rebrotar rápidamente.
Era inútil, tendrían que resignarse a la pérdida de las Palmas Reales.
Fan recordó aquellas semillas que le habían dado en Alandia. Aquella planta que, según le dijeron, era capaz de crecer en el desierto más árido y por tanto bien podría crecer allí.
Nunca es recomendable llevar a ningún lugar plantas invasoras extrañas, pero la situación era tan grave y como ya no había nada que perder, se arriesgó a provocar un desequilibrio en la flora del oasis y enterró, junto a un tronco, algunas de ellas.
Los mensajeros regresaron, el de Hénder con la mochila a los dos días y los demás al sexto día. Todos iban cargados a más no poder, salvo el que venía de Hénder que parecía no llevar nada. Pero al abrir la mochila comenzaron a sacar de allí tal cantidad de harina, frutas, verduras, carnes, quesos y qué sé yo más, con lo que acabaron llenando las despensas.
A los pocos días, al pie de aquella palma en que se habían enterrado las semillas comenzaron a aparecer unos tallos con hojas rojizas que, poco a poco se fueron extendiendo como una mancha de aceite ahogando al trébol hechizado.
Fan enterró dos o tres semillas al pie de cada palma y en poco tiempo fue tapizándose todo el oasis de aquella planta rojiza y la primera palma comenzó a verse más lozana.
La vida en Serah se había normalizado y, siguiendo el consejo de Merto, Halmir hizo partir cuatro caravanas; en primer lugar para llevar noticias de la enfermedad de las palmas y de su pronta recuperación y en segundo lugar para llevar más provisiones hasta que las palmas volvieran a dar fruto.
La nueva planta ya se había extendido por todo el oasis y no se detuvo allí, comenzó a avanzar por el desierto colonizando alguna de las dunas más cercanas, fijando el terreno, que pronto se vio poblado por los insectos y reptiles del oasis.
– Al paso que van estas plantas – pensó Fan – no pasarán muchos años hasta que desaparezca el desierto. Tengo que preguntar en Alandia cómo controlarlas.
Las Palmas Reales comenzaron a florecer, al tiempo que nuevos brotes asomaban al pie de cada una, brotes que Fan hizo trasplantar a los nuevos terrenos conquistados al desierto, ampliando la plantación en tantas palmas como las que ya existían. Fan les enseñó cómo se debía hacer el trasplante y les recomendó que procuraran mantener el cultivo de las Palmas Reales dentro de su territorio para no perder el control del fruto, puesto que del intercambio dependía su supervivencia.
Merto estaba intrigado por algo en lo que Fan no había reparado, lo consideraba normal.
– Halmir: ¿Cómo te explicas que, con matices, diferencias de acento y algunas palabras, todos, hasta en Hénder hablemos muy parecido?

– Hay leyendas que hablan de tiempos en que no existía el Abismo Insondable, tiempos en que el Continente iba más allá y se extendía hasta el horizonte.
Tomó un pergamino de una estantería de su despacho y leyó:
– “ En aquellos tiempos, los hijos de Alandis la Bella, la de los ricos frutos y las bellas flores, partieron hacia tierras del Norte buscando nuevos horizontes. Llevaban semillas, ganados y el espíritu de sus gloriosos antepasados. Y llegados a un país de aguas y pastos, lo hallaron propicio y establecieron su colonia a imagen y semejanza de su añorada Alandis la Bella, con permiso de oscuros habitantes. Un territorio entre rojos y azules, pero éstos les rechazaron y les acosaron. Se encomendaron a la tierra y a los vientos, a la luz y a las tinieblas, a lo húmedo y a lo seco, a lo cálido y a lo frío, y sobrevino la catástrofe. Sobrecogidos, llenos de temor contemplaron como la tierra se estremecía, el viento se arremolinaba, la luz brotaba del fondo de los abismos y la oscuridad ocultó el sol y las dos lunas. Las olas competían con montañas áridas de arena, el fuego brotaba de las cimas fundiendo las nieves eternas… Sus enemigos huyeron despavoridos, pero también vieron abrirse la tierra y tragarse en un abismo insondable su país y sus gentes. Donde antes había pastos verdes y frutales, donde antes se hallaba Alandis la Bella y mucho más allá, no quedaba nada, ni tierra, a sus pies se abría un vacío del que no se veía el fondo.
Rojos y azules, recuperados de la catástrofe, del castigo por sus maldades, volvieron a acosarlos. Y los hijos perdidos de Alandis la Bella huyeron de sus enemigos con sus semillas y ganados hacia el Norte, porque al Sur ya no quedaba donde ir y no sabían si aquellos de color negro que les habían acogido en su territorio habían sobrevivido.

La dura travesía del desierto se cobró muchas vidas, pero siguieron buscando una tierra en la que establecerse en paz. Unos pocos acabaron llegando a un oasis. Los Huérfanos de la Ruina Imborrable que desde entonces se llamaron Hurim, se establecieron allí y se multiplicaron”

Halmir continuó:

– Plantaron sus semillas y cuidaron sus rebaños, ajenos a las guerras de los reinos vecinos aunque no a las consecuencias. Nuestros antepasados no comían el fruto de las Palmas Reales por motivos de creencias y tuvieron que acabar amenazando con talarlas, y así hasta nuestros días. Me imagino que vosotros sois descendientes de nuestros comunes antepasados de Alandis.
– Alandis no existe, pero existe Alandia, tierra de flores y frutos, en la que consideran un tabú las tierras contiguas al Muro, o Abismo como decís vosotros. Seguro que te gustaría visitarla.
Llegó el día de la despedida, cuando el primer cargamento de Sicuos partía en las caravanas a las ciudades–reino de Tetrápolis.
Halmir les ofreció unos saltarenas o unos caballos y unirse a la caravana de Hénder pero Fan le respondió
– Preferimos hacer el viaje de vuelta caminando y sin prisas, pero nos han dicho que en el desierto debemos cuidarnos de los tiburones de arena, ¿Realmente son tan peligrosos?
– No es que sean abundantes, y la posibilidad de toparse con alguno es remota aunque no imposible, y si no vais preparados pueden ser peligrosos. Son muy fieros y no hay nada que les detenga, salvo el agua. No pueden soportarla porque, por su constitución salina, se disuelven en ella, es por eso por lo que nadan en la arena y no salen nunca del desierto

Todos los Hurim salieron al desierto a despedirlos, estaban muy agradecidos puesto que sabían que les debían, no solo la vida, sino también los medios de su supervivencia futura.
No tenían más cosas que ofrecerles, el fruto era su única riqueza. Aunque en el momento de partir Halmir le entregó a Fan dos pequeños odres llenos de una bebida ritual de los Hurim, que no era conocida en los reinos, y le dijo.
– Esto es lo más valioso que tenemos y nunca será suficiente para lo que os debemos. Le llamamos Sicuor y lo destilamos del fruto de las palmas. Es algo que mantenemos en secreto porque tiene unos efectos excepcionales que ya tendrás ocasión de ir descubriendo.
Fan los guardó en la mochila mecánicamente, le dio las gracias y Merto, ocupado en organizar a sus compañeros, no supo de su existencia.
La comitiva se puso en marcha tal como habían hecho a la ida; Rubí iba en vanguardia seguido por Fan y Merto, cerrando la marcha Diamante y Esmeralda, mientras Zafiro les sobrevolaba.
Al pasar por el campamento donde habían encontrado a los exploradores de Hénder comprobaron que hacía días se habían retirado a la ciudad y, seguramente, lo mismo habían hecho los de los otros reinos.
Durante las horas de más sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda, que aprovechaba para buscar agua enterrando sus raíces lo más profundo que podía.
Había pasado sólo un día de viaje cuando estaban reposando a la sombra de la col y Merto advirtió un extraño comportamiento en Diamante, no parecía aquella pacífica oveja de siempre, su mirada se había enturbiado y se la veía mirar a Esmeralda con apetito. Le acercó un manojo del té de roca y ella lo rechazó, lanzándole un bocado a la hoja más próxima de la col, suerte que Merto pudo sujetarla pero se necesitó la ayuda de Fan para inmovilizarla e impedir que mordiera a Esmeralda.
Fan le hizo tomar una infusión de varias hierbas tranquilizantes sin resultado, luego probó con una tisana somnífera y tampoco sirvió de nada, por lo que no tuvieron más remedio que maniatarla, amordazarla y meterla dentro de la mochila para poder seguir el viaje.
Al tercer día Zafiro bajó alarmada mientras que, con la mirada, señalaba a lo lejos en dirección al Este. Todos se quedaron quietos y con la vista fija en la lejanía. Finalmente Fan creyó percibir una ondulación de la arena que se iba desplazando hacia ellos.
Recordando las indicaciones de Halmir, buscó en la mochila uno de los odres de agua; pero pensó que, si la gastaban para protegerse del tiburón, podría faltar para el resto del viaje. Entonces sacó la bobina de hilo de seda y la capa de los Telares de Cipán.
Preparó una lazada corrediza con dos cabos que sujetaron él y Merto, dejaron como cebo al resto de los compañeros, tendieron el lazo y se taparon con la capa.
Al poco vieron llegar la horrible cabeza del tiburón, semejante a un perro pero con el morro largo y ahusado.
El cuerpo era fusiforme muy estilizado, podríamos decir “arenodinámico”, y con cuatro filas de aletas ondulantes como las patas del ciempiés, lo que le permitía nadar en la arena como si fuera agua. Cuando se acercaba al grupo que formaban Rubí, Esmeralda y Zafiro, Fan y Merto sujetaron fuertemente los cabos de la seda y cuando el tiburón llegó al lazo tiraron con fuerza y quedó sujeto por el afilado morro. A una seña de Fan subieron todos al lomo del tiburón que se resistió, pero la seda era más fuerte que él y se le clavaba dolorosamente. A partir de aquí el viaje terminó en un santiamén; tirando de un lado o de otro de la hebra de seda, Fan y Merto iban guiando a la fiera que les transportaba a sus lomos hacia los límites del desierto y tirando hacia arriba le impedían sumergirse y así librarse de ellos. Tan pronto vieron las torres de Hénder, Fan abrió el odre de agua y lo vertió sobre el tiburón que se disolvió inmediatamente y todos cayeron en la arena. Tan sólo quedaba como recuerdo de su existencia una doble fila de aguzados dientes de vidrio que Fan guardó con cuidado de no herir a Diamante.
Caminaron la media legua que les faltaba hasta las puertas del castillo, donde fueron recibidos con grandes muestras de alegría. La caravana ya había llegado y se les estaba esperando.
Encontraron a Gontar, y Fan le contó lo que le había pasado a la oveja. Le explicó las hierbas que le había hecho tomar sin resultado y Gontar le dijo.
– Está claro que le ha afectado aquel trébol y, tal como dices, seguro que guardaba residuos de los hechizos que se derrocharon irresponsablemente en las Guerras Mágicas. Como no sé cuál fue el hechizo causante del problema voy a intentar un contrahechizo de amplio espectro a ver si da resultado. 

Sacaron a Diamante de la mochila y le dieron un bebedizo que había preparado Gontar. Cuando la soltaron se encaramó de un salto en la roca más cercana y comenzó a devorar con ganas una gran mata de aquel té que tanto le gustaba.
Una semana duraron las fiestas en el reino de Hénder para celebrar la vuelta del fruto; Diamante la oveja se atiborró de aquel raro té de roca, Rubí el lobo quedó ahíto de pan con queso, pero no de un queso cualquiera sino de los quesos más variados, desde los más tiernos a los más curados, Esmeralda la col enchufó sus raíces en el jardín de Palacio chupando de aquel suelo, espléndidamente abonado con estiércol natural y sazonado con nitratos variados, y Zafiro la mariposa, se dedicó a polinizar los jardines libando aquí y allá, dejándolos casi tan lucidos como los de Alandia.


REGRESO Y PARTIDA parte 1

el próximo jueves