Los relatos de sus aventuras ya se los saben de memoria,
desde su amigo Merto hasta el último habitante de la aldea.
Su amigo Merto quiere participar de sus aventuras y acaban
emprendiendo un corto viaje, pero más tarde una visita
inesperada les embarca en una nueva aventura
Relatos de Hénder Libro 3
Retorno a Hénder parte 1
En los primeros días después de su regreso de Hénder, Fan y sus compañeros descansaron de las penurias pasadas en aquel desierto. Mientras tanto Merto anduvo ocupado con la cabeza del pájaro–martillo. Era de tal dureza que ni las más afiladas herramientas hicieron mella en aquella especie de pico, lo único que pudo hacer fue vaciar las cavidades por las que se unía a la cabeza y fijar allí un mango de madera, dando por resultado un martillo de lo más extraño, pero no le encontró otra utilidad y tampoco es que sirviera mucho como martillo dado su escaso peso.
Como estaban en tiempos de esquileo, Fan separó la lana de Diamante de la del resto del rebaño y encargó que la hilaran y que tejieran luego una manta para sus próximos viajes, puesto que ya contaba con no permanecer demasiado tiempo parado.
En aquellas veladas de verano, tomando el fresco a la puerta de su casa, como todos los vecinos, Merto escuchaba embelesado a Fan contar una y otra vez sus aventuras y lo que más le entusiasmaba era la descripción que hacía del mar.
– ¡Háblame del mar otra vez! Y de lo grande que es
Fan que ya estaba un poco cansado de repetirle lo mismo, le dijo
– ¿Quieres saber cómo es el mar?, pues lo vas a ver por ti mismo. Ve preparando todo lo necesario que mañana temprano salimos para Puerto Fin
Al día siguiente, bien provistos de comestibles y agua por si no encontraban por el camino – total en la mochila ni ocupaban sitio ni pesaban – se pusieron en marcha.
Diamante la oveja, Rubí el lobo, Esmeralda la col y Zafiro la mariposa se habrían sumado a la expedición, pero Fan les convenció de que era mejor que se quedaran allí puesto que pretendían no llamar demasiado la atención entre la gente de Puerto Fin.
Aquel pueblo costero se encontraba al sudeste de Pascia, pero como el país era tan pequeño y ellos iban enfrascados en la contemplación del paisaje y en el enésimo relato de lo grande que era el mar, no advirtieron el paso de los días y cuando quisieron darse cuenta ya estaban allí.
Era un bonito pueblo pesquero, con una pequeña playa y un embarcadero de madera donde estaban amarradas dos barcas, puesto que el resto se encontraba faenando en alta mar. Su economía se basaba básicamente en la pesca siendo el principal proveedor de la capital, Pascia.
En el embarcadero, dos mujeres estaban ocupadas en remendar unas redes de pesca.
Fan, al contemplar aquel inmenso mar que se perdía en el horizonte, sin tener una isla como la de Cipán para romper la infinitud, quedó sorprendido, aunque no tanto como la vez que pudo verlo desde la senda de No Tan Lejano a su regreso del primer viaje. El Gran Lago, comparado con aquello, era una charca
Merto llegó hasta el extremo del embarcadero y se quedó extasiado contemplando cómo el mar se perdía a lo lejos y se confundía con la raya del horizonte. Le costó mucho a Fan arrancarlo de allí y llevarlo a la Posada para descansar, pero al fin lo consiguió.
Aquella noche cenaron en la posada un guiso de pescado con patatas que les entusiasmó.
– Lástima que no podamos llevar de este pescado a nuestra aldea, porque nos gustaría saber cómo se cocina y poder invitar a nuestros paisanos.
– No se preocupen porque este pescado está en salazón y se conserva muy bien. Pueden llevarse cuanto quieran y ahora mismo les explico la receta.
Así lo hizo el posadero y les vendió unos cuantos lomos gruesos que Fan guardó en la mochila. En ese momento descubrió el capullo de seda de Zafiro que había olvidado allá adentro y pensó que habría que intentar hacer algo con él.
A la mañana siguiente llevó el capullo al puerto y dirigiéndose a una de aquellas mujeres que reparaban las redes le dijo, alargándole el capullo de seda.
– Buenos días, mi nombre es Fan, vengo de la aldea de Aste y quisiera saber si se puede hacer algo con esto
– Buenos días, yo me llamo Andrea. Déjeme que le eche un vistazo
Se estuvo un rato mirándolo y sopesándolo con detenimiento, se detuvo en el orificio por donde la mariposa había salido y finalmente le dijo.
– Nunca había visto nada igual, este capullo de seda es algo extraordinario. Siempre he sido aficionada a la cría casera de los gusanos y me las apaño muy bien hilando y tejiendo, pero debe saber que cuando se deja crecer la mariposa y abre el capullo, el hilo se rompe y no se puede aprovechar. De todos modos, el tamaño de éste es tan grande que, aunque los hilos estén rotos puede que su longitud permita poder torcerlos para formar hebras, tal como sucede con la lana de las ovejas. Si me lo deja probar, mañana le podría decir si se puede hacer algo.
– Muchas gracias, mañana volveré.
Aprovechando que estaban en el puerto y tenían todo el día por delante, tomaron una barca de remos y Fan, que ya había practicado en el Gran Lago, llevó a Merto en un largo paseo aprovechando que el mar estaba en calma.
Al día siguiente volvieron al puerto y allí les esperaba Andrea que, tan pronto se acercaron, les dijo.
– Después de retirar la borra que todos los capullos tienen en su interior, la seda aprovechable que queda viene a ser de un par de libras, lo que es mucho. He sacado unos cuantos hilos, y aunque rotos son lo bastante largos para poder torcerlos e hilar y sacar una hebra fina, ligera y muy resistente. Mire, aquí tengo una muestra de lo que se puede hacer.
Y le entregó una larga hebra de seda del grueso de una de lana de un solo cabo. Fan y Merto tiraron de los extremos y fueron incapaces de romperla.
– Andrea ¿podía hilarse una hebra como esta pero de unas cien varas de largo?
– De esa medida, no una sino muchas más, tenga en cuenta que el hilo es muy fino y cunde mucho
– Entonces ¿podría prepararme un ovillo de esa medida?
– ¿Y qué hago con lo que sobra?
– Pues pienso que podría anudarme una red como las de pesca.
– ¿De qué tamaño?
– Lo más grande que salga con la seda que hay.
– Por mi parte estoy a tu disposición, aunque eso puede tardar unos meses.
– No importa, ya volveremos por aquí.
Regresaron a su aldea y con el pescado en salazón y abundantes patatas prepararon aquella receta que les contó el posadero e invitaron a todos los vecinos. Fue una fiesta que recordarían muchos años.
Durante unos meses la vida transcurría en Aste tranquila pero aburrida, tanto Fan como Merto estaban impacientes por regresar a Puerto Fin .
Al fin llegó el momento de ir a buscar la red y el hilo, y cuando llegaron todo estaba a punto. Andrea le entregó un pequeño paquete con la red, que extendida medía unas seis varas por lado, y una bobina con la hebra que había encargado.
En la Posada cargaron con una buena provisión de pescado salado y marcharon tan contentos a casa.
Ya, en Aste volvieron a reunir a los vecinos en un banquete aún mayor que la primera vez y todavía les quedó mucho pescado sin desalar.
Entretanto Rubí había reunido a Rayo y a los demás perros de Fan y les había enseñado a cuidar del rebaño y a hacerse obedecer por las ovejas, para lo que contó con la valiosa colaboración de Diamante, que logró convencer a sus compañeras de no ser tan obtusas y que fueran obedientes, haciendo todo lo que les ordenasen los perros pastores. Con todo esto Fan se liberó de cuidar el rebaño y se pudo dedicar al estudio, recolección y preparación de las plantas que el mago Gontar le había enseñado.
Esmeralda era la única del grupo que no hizo gran cosa, se clavó en el huerto bien abonado y allí se estuvo a sol y sereno todo aquel tiempo sin que apenas se notara su presencia, salvo cuando perdía alguna de sus hojas exteriores por el crecimiento de las interiores, ya que se formaban unas enormes comitivas de hormigas y otros insectos que troceaban las hojas y las retiraban a sus galerías, dejando la zona libre de residuos.
Zafiro solía hacer vuelos de exploración y se conocía ya todos los alrededores en unas cuantas leguas a la redonda.
Merto, que era un experto en cuchillería, hacía unas hojas tan afiladas que podían cortar la niebla.
Y así transcurrían los días en Aste, hasta que un día llegó volando un cuervo negro como la noche más negra, se acercó a casa de Fan y se coló por la ventana, como hiciera aquella vez en la Casita del Mago. Fan le miró sorprendido pero el cuervo dejó caer en la mesa un papel que portaba en el pico y echó a volar.
En el papel se podía leer una misiva del Mago Gontar que decía:
“Necesitamos tu presencia en Hénder. Un grave problema amenaza al reino y a mi mismo, un problema al que la magia no puede hacer frente y sólo el valor, la imaginación y la inteligencia pueden vencer. Ven pronto”
Fan y Merto no remolonearon lo más mínimo, cargaron en la mochila unas pocas provisiones y agua para el viaje y, como aún les quedaba pescado salado, añadieron un buen saco de patatas y emprendiendo el camino acompañados por Diamante, Rubí, Esmeralda y Zafiro.
Los perros pastores, bien adiestrados, se quedaron con el rebaño.
Con Zafiro sobrevolando al grupo, llegaron al Río Far y atravesaron el puente, cruzaron el Páramo Gris y sin nada digno de resaltar, al cabo de cinco días desde la partida, llegaron a Alandia.
Tal como le había prometido el Jefe de los Jardineros, les consiguió una audiencia con el Rey Mirto II.
– Bienvenido, hace mucho tiempo que esperaba tu visita – dijo el Rey.
– Majestad; pensaba pasar por aquí cuando regresé del Norte, pero nos desviamos de la ruta y tuvimos que atravesar un gran desierto
– ¡Ah!, debe ser el Desierto de Oms. Sí que es duro, sí; al menos eso es lo que cuentan los de las caravanas que a veces llegan aquí desde Sirtis.
– Mi intención era informarle sobre la ruta hacia el Norte y puedo decirle que las leyendas sobre aquellos territorios no tienen fundamento. Hasta llegar a unas montañas algo difíciles de salvar hay amplias extensiones de buen terreno llano con ricos pastos y abundante agua.
– Pues te lo agradezco mucho, vamos a ver si intentamos aprovechar esa parte ignorada del reino, seguro que los pastores podrán llevar allí sus rebaños. El norte del país siempre ha sido algo temido, desde tiempo inmemorial ha sido considerado como una zona prohibida y peligrosa.
Así estuvieron departiendo durante unas horas en las que Fan le puso al corriente de sus andanzas por las tierras del Norte y en Hénder.
También tuvieron tiempo de hablar de las aventuras pasadas en Las Montañas Brumosas, los Telares de Cipán y el reino No Tan Lejano, en cuyo momento dijo el rey Mirto.
– ¡Caramba!, ¿Conoces a Nasiano?, yo le conocí en una de esas bodas reales que suelen tener lugar a veces y, guárdame el secreto, ¿Sabes cómo le llamábamos?
– No, majestad
– Pues como sabes tiene una nariz bien prominente; cosa de familia, un signo propio de su estirpe, y todos le llamamos “su real probóscis”. Y hablado de ese muro infranqueable, esa trepadora de la que hablas es algo imprescindible para nuestra supervivencia. Sin ella no tendríamos fuego en nuestras cocinas ni podríamos combatir el frío.
– Pero veo que tenéis cantidad de árboles, madera no os falta.
– Para nosotros los árboles son casi sagrados, especialmente los frutales que son la mayoría de los que tenemos. Por eso no se tala nada, nos basta con plantar una de esas semillas y con la poda de una de esas trepadoras tenemos leña para tiempo.
Finalmente, cuando marcharon, el Rey puso a su disposición una escolta que les acompañaría hasta las montañas y regresarían, para hacer luego de guías a todos los que fueran poblando aquellos territorios.
Fan les pidió a los jardineros unas semillas de la trepadora, por si se veían en la necesidad de usarlas para escalar el Muro del Fin del Mundo, y ellos le dieron además unas semillas de otra planta que dijeron era capaz de arraigar hasta en el desierto más árido.
Al cabo de tres días de camaradería, comiendo de las provisiones que el Rey había hecho preparar y bebiendo en las fuentes y arroyos llegaron sin contratiempos al pie de las montañas y la escolta regresó, dejándolos solos.
Fan sacó de la mochila el ovillo de seda y le entregó el cabo a Zafiro, le dijo que volara hasta la cima y que le diera unas vueltas alrededor de un viejo tejo solitario que allí había, Zafiro pareció entenderlo pues siguió al pie de la letra las instrucciones y así, agarrándose a la hebra, pudieron subir sin peligro de resbalones en el último tramo de lascas de pizarra sueltas.
Fan pretendía que todos, salvo Zafiro que lo hizo volando, se metieran en la mochila. Pero Merto se empeñó en subir por si solo; además de que le daba cierto reparo meterse en la mochila a revueltas con una col, un lobo, una oveja, pescado salado, patatas y muchas cosas más. Al llegar a la cima, Fan señaló a Merto cómo se recortaba en el horizonte la línea del Muro. Estuvieron un rato contemplando el paisaje y descansando de la ascensión, emprendieron luego el descenso del mismo modo como habían subido, agarrados a la resistente hebra de seda salvadora y allí les esperaba Zafiro.
Una vez abajo, Fan abrió la mochila para que salieran los demás y le dijo a Zafiro que soltara del tejo la hebra que había enganchado, lo hizo sin dificultades y así pudo enrollarlo de nuevo y guardarlo en la mochila.
Se internaron en el pinar de los pájaros–martillo y al llegar a aquel claro se dispusieron a pasar la noche, pero como Fan sabía ya lo que podía pasar y no le tomaba por sorpresa, extendió la red de seda que le hicieran en Puerto Fin; era de una malla no muy tupida y tan fina que casi pasaba desapercibida. Entre él y Merto anudaron los extremos a los pinos más cercanos y todos se refugiaron bajo aquel techo que formaba la red.
No se hizo esperar mucho el revoloteo de los pájaros–martillo que, como las polillas a la luz, se lanzaban contra los viajeros, pero con el resultado de que todos los ataques los detenía la red y muchos pájaros quedaron atrapados en la malla como las moscas en la tela de araña. La red resistió los embates y los desesperados aleteos, así Fan y Merto pudieron capturar un buen número de ellos, se guardaron las cabezas y aquella noche ellos y Rubí el lobo cenaron asado y, aunque no eran muy tiernos, se podían comer a falta de otra carne fresca. También les sobró para el día siguiente.
Desde el pinar de los pájaros llegaron al pie del Muro, esquivando las hormigas guerreras, al cabo de dos días y Fan pudo comprobar que habían llegado al mismo lugar del viaje anterior; ya que allí, destacando sobre la pared, se veía el tronco de la enredadera mucho más grueso que un pino, el ramaje que se extendía varias varas de distancia y el verde follaje.
Como ya era tarde decidieron dormir al pie del Muro y comenzar la ascensión bien temprano; Fan ya sabía que en una jornada no llegarían a la cima y que deberían hacer vivac a medio camino, pero al menos no tendrían que hacer más que una noche en lugar de dos si hubieran salido entonces.
Antes de dormirse, Merto le reiteró a Fan su intención de subir por sus propios medios en lugar de zambullirse en aquel sitio oscuro y superpoblado que era la mochila.
Así, bien temprano, se metieron todos en la mochila, salvo Merto que pensaba trepar igual que Fan, y Zafiro subiría volando y ya les esperaría arriba.
Comenzaron la ascensión de tallo en tallo, de rama en rama y, como la trepadora y sus ramificaciones habían crecido mucho desde que Fan subiera por primera vez por ella, esta vez les resultaba más fácil, así como más cómodo les resultó dormir aquella noche, puesto que el mayor grosor de las ramas daba lugar a un lecho más amplio.
A última hora del segundo día acabaron por coronar la alta pared y llegaron agotados al prado donde Zafiro les esperaba.
Después de hacer salir de la mochila a Diamante, Rubí y Esmeralda y cenar frugalmente, se tendieron en el prado y durmieron profundamente, pese al continuo croar de las ranas, hasta el día siguiente. La ascensión había sido dura, ya no les quedaban muchos ánimos para seguir en camino y el cansancio era mucho para que unas ranas les perturbaran el sueño.
Bien de mañana siguieron aquella senda que Fan había recorrido junto al Mago. Esta vez el viaje hasta Hénder se le hizo a Fan más largo que la vez anterior, tal vez por la impaciencia por descubrir la causa de aquella petición de ayuda de Gontar. Y cuando, al cabo de siete monótonos días, llegaron al puente levadizo del castillo, ya estaba el mago esperándoles. Los centinelas les había avisado tan pronto les vieron aparecer a lo lejos, y es que formaban el grupo más pintoresco e inconfundible que jamás se había visto.
Se saludaron con alegría, si es que se puede asociar a la alegría el movimiento de cola de un lobo, los suaves topetazos de una oveja, las hojas abiertas de una col o los revoloteos alocados de una mariposa gigante. Fan presentó a Gontar y Merto y acto seguido marcharon al salón del trono en el que el Rey les estaba esperando.
Como estaban en tiempos de esquileo, Fan separó la lana de Diamante de la del resto del rebaño y encargó que la hilaran y que tejieran luego una manta para sus próximos viajes, puesto que ya contaba con no permanecer demasiado tiempo parado.
En aquellas veladas de verano, tomando el fresco a la puerta de su casa, como todos los vecinos, Merto escuchaba embelesado a Fan contar una y otra vez sus aventuras y lo que más le entusiasmaba era la descripción que hacía del mar.
– ¡Háblame del mar otra vez! Y de lo grande que es
Fan que ya estaba un poco cansado de repetirle lo mismo, le dijo
– ¿Quieres saber cómo es el mar?, pues lo vas a ver por ti mismo. Ve preparando todo lo necesario que mañana temprano salimos para Puerto Fin
Al día siguiente, bien provistos de comestibles y agua por si no encontraban por el camino – total en la mochila ni ocupaban sitio ni pesaban – se pusieron en marcha.
Diamante la oveja, Rubí el lobo, Esmeralda la col y Zafiro la mariposa se habrían sumado a la expedición, pero Fan les convenció de que era mejor que se quedaran allí puesto que pretendían no llamar demasiado la atención entre la gente de Puerto Fin.
Aquel pueblo costero se encontraba al sudeste de Pascia, pero como el país era tan pequeño y ellos iban enfrascados en la contemplación del paisaje y en el enésimo relato de lo grande que era el mar, no advirtieron el paso de los días y cuando quisieron darse cuenta ya estaban allí.
Era un bonito pueblo pesquero, con una pequeña playa y un embarcadero de madera donde estaban amarradas dos barcas, puesto que el resto se encontraba faenando en alta mar. Su economía se basaba básicamente en la pesca siendo el principal proveedor de la capital, Pascia.
En el embarcadero, dos mujeres estaban ocupadas en remendar unas redes de pesca.
Fan, al contemplar aquel inmenso mar que se perdía en el horizonte, sin tener una isla como la de Cipán para romper la infinitud, quedó sorprendido, aunque no tanto como la vez que pudo verlo desde la senda de No Tan Lejano a su regreso del primer viaje. El Gran Lago, comparado con aquello, era una charca
Merto llegó hasta el extremo del embarcadero y se quedó extasiado contemplando cómo el mar se perdía a lo lejos y se confundía con la raya del horizonte. Le costó mucho a Fan arrancarlo de allí y llevarlo a la Posada para descansar, pero al fin lo consiguió.
Aquella noche cenaron en la posada un guiso de pescado con patatas que les entusiasmó.
– Lástima que no podamos llevar de este pescado a nuestra aldea, porque nos gustaría saber cómo se cocina y poder invitar a nuestros paisanos.
– No se preocupen porque este pescado está en salazón y se conserva muy bien. Pueden llevarse cuanto quieran y ahora mismo les explico la receta.
Así lo hizo el posadero y les vendió unos cuantos lomos gruesos que Fan guardó en la mochila. En ese momento descubrió el capullo de seda de Zafiro que había olvidado allá adentro y pensó que habría que intentar hacer algo con él.
A la mañana siguiente llevó el capullo al puerto y dirigiéndose a una de aquellas mujeres que reparaban las redes le dijo, alargándole el capullo de seda.
– Buenos días, mi nombre es Fan, vengo de la aldea de Aste y quisiera saber si se puede hacer algo con esto
– Buenos días, yo me llamo Andrea. Déjeme que le eche un vistazo
Se estuvo un rato mirándolo y sopesándolo con detenimiento, se detuvo en el orificio por donde la mariposa había salido y finalmente le dijo.
– Nunca había visto nada igual, este capullo de seda es algo extraordinario. Siempre he sido aficionada a la cría casera de los gusanos y me las apaño muy bien hilando y tejiendo, pero debe saber que cuando se deja crecer la mariposa y abre el capullo, el hilo se rompe y no se puede aprovechar. De todos modos, el tamaño de éste es tan grande que, aunque los hilos estén rotos puede que su longitud permita poder torcerlos para formar hebras, tal como sucede con la lana de las ovejas. Si me lo deja probar, mañana le podría decir si se puede hacer algo.
– Muchas gracias, mañana volveré.
Aprovechando que estaban en el puerto y tenían todo el día por delante, tomaron una barca de remos y Fan, que ya había practicado en el Gran Lago, llevó a Merto en un largo paseo aprovechando que el mar estaba en calma.
Al día siguiente volvieron al puerto y allí les esperaba Andrea que, tan pronto se acercaron, les dijo.
– Después de retirar la borra que todos los capullos tienen en su interior, la seda aprovechable que queda viene a ser de un par de libras, lo que es mucho. He sacado unos cuantos hilos, y aunque rotos son lo bastante largos para poder torcerlos e hilar y sacar una hebra fina, ligera y muy resistente. Mire, aquí tengo una muestra de lo que se puede hacer.
Y le entregó una larga hebra de seda del grueso de una de lana de un solo cabo. Fan y Merto tiraron de los extremos y fueron incapaces de romperla.
– Andrea ¿podía hilarse una hebra como esta pero de unas cien varas de largo?
– De esa medida, no una sino muchas más, tenga en cuenta que el hilo es muy fino y cunde mucho
– Entonces ¿podría prepararme un ovillo de esa medida?
– ¿Y qué hago con lo que sobra?
– Pues pienso que podría anudarme una red como las de pesca.
– ¿De qué tamaño?
– Lo más grande que salga con la seda que hay.
– Por mi parte estoy a tu disposición, aunque eso puede tardar unos meses.
– No importa, ya volveremos por aquí.
Regresaron a su aldea y con el pescado en salazón y abundantes patatas prepararon aquella receta que les contó el posadero e invitaron a todos los vecinos. Fue una fiesta que recordarían muchos años.
Durante unos meses la vida transcurría en Aste tranquila pero aburrida, tanto Fan como Merto estaban impacientes por regresar a Puerto Fin .
Al fin llegó el momento de ir a buscar la red y el hilo, y cuando llegaron todo estaba a punto. Andrea le entregó un pequeño paquete con la red, que extendida medía unas seis varas por lado, y una bobina con la hebra que había encargado.
En la Posada cargaron con una buena provisión de pescado salado y marcharon tan contentos a casa.
Ya, en Aste volvieron a reunir a los vecinos en un banquete aún mayor que la primera vez y todavía les quedó mucho pescado sin desalar.
Entretanto Rubí había reunido a Rayo y a los demás perros de Fan y les había enseñado a cuidar del rebaño y a hacerse obedecer por las ovejas, para lo que contó con la valiosa colaboración de Diamante, que logró convencer a sus compañeras de no ser tan obtusas y que fueran obedientes, haciendo todo lo que les ordenasen los perros pastores. Con todo esto Fan se liberó de cuidar el rebaño y se pudo dedicar al estudio, recolección y preparación de las plantas que el mago Gontar le había enseñado.
Esmeralda era la única del grupo que no hizo gran cosa, se clavó en el huerto bien abonado y allí se estuvo a sol y sereno todo aquel tiempo sin que apenas se notara su presencia, salvo cuando perdía alguna de sus hojas exteriores por el crecimiento de las interiores, ya que se formaban unas enormes comitivas de hormigas y otros insectos que troceaban las hojas y las retiraban a sus galerías, dejando la zona libre de residuos.
Zafiro solía hacer vuelos de exploración y se conocía ya todos los alrededores en unas cuantas leguas a la redonda.
Merto, que era un experto en cuchillería, hacía unas hojas tan afiladas que podían cortar la niebla.
Y así transcurrían los días en Aste, hasta que un día llegó volando un cuervo negro como la noche más negra, se acercó a casa de Fan y se coló por la ventana, como hiciera aquella vez en la Casita del Mago. Fan le miró sorprendido pero el cuervo dejó caer en la mesa un papel que portaba en el pico y echó a volar.
En el papel se podía leer una misiva del Mago Gontar que decía:
“Necesitamos tu presencia en Hénder. Un grave problema amenaza al reino y a mi mismo, un problema al que la magia no puede hacer frente y sólo el valor, la imaginación y la inteligencia pueden vencer. Ven pronto”
Fan y Merto no remolonearon lo más mínimo, cargaron en la mochila unas pocas provisiones y agua para el viaje y, como aún les quedaba pescado salado, añadieron un buen saco de patatas y emprendiendo el camino acompañados por Diamante, Rubí, Esmeralda y Zafiro.
Los perros pastores, bien adiestrados, se quedaron con el rebaño.
Con Zafiro sobrevolando al grupo, llegaron al Río Far y atravesaron el puente, cruzaron el Páramo Gris y sin nada digno de resaltar, al cabo de cinco días desde la partida, llegaron a Alandia.
Tal como le había prometido el Jefe de los Jardineros, les consiguió una audiencia con el Rey Mirto II.
– Bienvenido, hace mucho tiempo que esperaba tu visita – dijo el Rey.
– Majestad; pensaba pasar por aquí cuando regresé del Norte, pero nos desviamos de la ruta y tuvimos que atravesar un gran desierto
– ¡Ah!, debe ser el Desierto de Oms. Sí que es duro, sí; al menos eso es lo que cuentan los de las caravanas que a veces llegan aquí desde Sirtis.
– Mi intención era informarle sobre la ruta hacia el Norte y puedo decirle que las leyendas sobre aquellos territorios no tienen fundamento. Hasta llegar a unas montañas algo difíciles de salvar hay amplias extensiones de buen terreno llano con ricos pastos y abundante agua.
– Pues te lo agradezco mucho, vamos a ver si intentamos aprovechar esa parte ignorada del reino, seguro que los pastores podrán llevar allí sus rebaños. El norte del país siempre ha sido algo temido, desde tiempo inmemorial ha sido considerado como una zona prohibida y peligrosa.
Así estuvieron departiendo durante unas horas en las que Fan le puso al corriente de sus andanzas por las tierras del Norte y en Hénder.
También tuvieron tiempo de hablar de las aventuras pasadas en Las Montañas Brumosas, los Telares de Cipán y el reino No Tan Lejano, en cuyo momento dijo el rey Mirto.
– ¡Caramba!, ¿Conoces a Nasiano?, yo le conocí en una de esas bodas reales que suelen tener lugar a veces y, guárdame el secreto, ¿Sabes cómo le llamábamos?
– No, majestad
– Pues como sabes tiene una nariz bien prominente; cosa de familia, un signo propio de su estirpe, y todos le llamamos “su real probóscis”. Y hablado de ese muro infranqueable, esa trepadora de la que hablas es algo imprescindible para nuestra supervivencia. Sin ella no tendríamos fuego en nuestras cocinas ni podríamos combatir el frío.
– Pero veo que tenéis cantidad de árboles, madera no os falta.
– Para nosotros los árboles son casi sagrados, especialmente los frutales que son la mayoría de los que tenemos. Por eso no se tala nada, nos basta con plantar una de esas semillas y con la poda de una de esas trepadoras tenemos leña para tiempo.
Finalmente, cuando marcharon, el Rey puso a su disposición una escolta que les acompañaría hasta las montañas y regresarían, para hacer luego de guías a todos los que fueran poblando aquellos territorios.
Fan les pidió a los jardineros unas semillas de la trepadora, por si se veían en la necesidad de usarlas para escalar el Muro del Fin del Mundo, y ellos le dieron además unas semillas de otra planta que dijeron era capaz de arraigar hasta en el desierto más árido.
Al cabo de tres días de camaradería, comiendo de las provisiones que el Rey había hecho preparar y bebiendo en las fuentes y arroyos llegaron sin contratiempos al pie de las montañas y la escolta regresó, dejándolos solos.
Fan sacó de la mochila el ovillo de seda y le entregó el cabo a Zafiro, le dijo que volara hasta la cima y que le diera unas vueltas alrededor de un viejo tejo solitario que allí había, Zafiro pareció entenderlo pues siguió al pie de la letra las instrucciones y así, agarrándose a la hebra, pudieron subir sin peligro de resbalones en el último tramo de lascas de pizarra sueltas.
Fan pretendía que todos, salvo Zafiro que lo hizo volando, se metieran en la mochila. Pero Merto se empeñó en subir por si solo; además de que le daba cierto reparo meterse en la mochila a revueltas con una col, un lobo, una oveja, pescado salado, patatas y muchas cosas más. Al llegar a la cima, Fan señaló a Merto cómo se recortaba en el horizonte la línea del Muro. Estuvieron un rato contemplando el paisaje y descansando de la ascensión, emprendieron luego el descenso del mismo modo como habían subido, agarrados a la resistente hebra de seda salvadora y allí les esperaba Zafiro.
Una vez abajo, Fan abrió la mochila para que salieran los demás y le dijo a Zafiro que soltara del tejo la hebra que había enganchado, lo hizo sin dificultades y así pudo enrollarlo de nuevo y guardarlo en la mochila.
Se internaron en el pinar de los pájaros–martillo y al llegar a aquel claro se dispusieron a pasar la noche, pero como Fan sabía ya lo que podía pasar y no le tomaba por sorpresa, extendió la red de seda que le hicieran en Puerto Fin; era de una malla no muy tupida y tan fina que casi pasaba desapercibida. Entre él y Merto anudaron los extremos a los pinos más cercanos y todos se refugiaron bajo aquel techo que formaba la red.
No se hizo esperar mucho el revoloteo de los pájaros–martillo que, como las polillas a la luz, se lanzaban contra los viajeros, pero con el resultado de que todos los ataques los detenía la red y muchos pájaros quedaron atrapados en la malla como las moscas en la tela de araña. La red resistió los embates y los desesperados aleteos, así Fan y Merto pudieron capturar un buen número de ellos, se guardaron las cabezas y aquella noche ellos y Rubí el lobo cenaron asado y, aunque no eran muy tiernos, se podían comer a falta de otra carne fresca. También les sobró para el día siguiente.
Desde el pinar de los pájaros llegaron al pie del Muro, esquivando las hormigas guerreras, al cabo de dos días y Fan pudo comprobar que habían llegado al mismo lugar del viaje anterior; ya que allí, destacando sobre la pared, se veía el tronco de la enredadera mucho más grueso que un pino, el ramaje que se extendía varias varas de distancia y el verde follaje.
Como ya era tarde decidieron dormir al pie del Muro y comenzar la ascensión bien temprano; Fan ya sabía que en una jornada no llegarían a la cima y que deberían hacer vivac a medio camino, pero al menos no tendrían que hacer más que una noche en lugar de dos si hubieran salido entonces.
Antes de dormirse, Merto le reiteró a Fan su intención de subir por sus propios medios en lugar de zambullirse en aquel sitio oscuro y superpoblado que era la mochila.
Así, bien temprano, se metieron todos en la mochila, salvo Merto que pensaba trepar igual que Fan, y Zafiro subiría volando y ya les esperaría arriba.
Comenzaron la ascensión de tallo en tallo, de rama en rama y, como la trepadora y sus ramificaciones habían crecido mucho desde que Fan subiera por primera vez por ella, esta vez les resultaba más fácil, así como más cómodo les resultó dormir aquella noche, puesto que el mayor grosor de las ramas daba lugar a un lecho más amplio.
A última hora del segundo día acabaron por coronar la alta pared y llegaron agotados al prado donde Zafiro les esperaba.
Después de hacer salir de la mochila a Diamante, Rubí y Esmeralda y cenar frugalmente, se tendieron en el prado y durmieron profundamente, pese al continuo croar de las ranas, hasta el día siguiente. La ascensión había sido dura, ya no les quedaban muchos ánimos para seguir en camino y el cansancio era mucho para que unas ranas les perturbaran el sueño.
Bien de mañana siguieron aquella senda que Fan había recorrido junto al Mago. Esta vez el viaje hasta Hénder se le hizo a Fan más largo que la vez anterior, tal vez por la impaciencia por descubrir la causa de aquella petición de ayuda de Gontar. Y cuando, al cabo de siete monótonos días, llegaron al puente levadizo del castillo, ya estaba el mago esperándoles. Los centinelas les había avisado tan pronto les vieron aparecer a lo lejos, y es que formaban el grupo más pintoresco e inconfundible que jamás se había visto.
Se saludaron con alegría, si es que se puede asociar a la alegría el movimiento de cola de un lobo, los suaves topetazos de una oveja, las hojas abiertas de una col o los revoloteos alocados de una mariposa gigante. Fan presentó a Gontar y Merto y acto seguido marcharon al salón del trono en el que el Rey les estaba esperando.
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