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En esta segunda parte Fan, tras pasar por la
montaña de pizarra y los pájaros-martillo,
llega hasta el pie del Muro del Fin del Mundo
¿Logrará salvarlo? ¿Qué encontrará arriba?
En esta segunda parte Fan, tras pasar por la
montaña de pizarra y los pájaros-martillo,
llega hasta el pie del Muro del Fin del Mundo
¿Logrará salvarlo? ¿Qué encontrará arriba?
En
busca de Hénder parte 2
Por fin llegó al pie del Muro, era una pared de roca tan alta que no alcanzaba la vista y que se perdía a derecha e izquierda.
Durante lo que quedaba de aquel día y otros dos más que le siguieron, trató de encontrar un punto en donde el muro fuera vulnerable, alguna cornisa, alguna senda, aunque tuviera que dar mucho rodeo. Lo recorrió a derecha e izquierda con resultados infructuosos; pero, siempre animoso y confiando en su buena estrella, no desesperó.
Al tercer día de su estancia al pie del Muro, decidió tomarse un respiro para, en días sucesivos, extender sus exploraciones aún más lejos en ambas direcciones. Si no conseguía salvar aquel obstáculo, y aunque lo consiguiera, no lo tenia muy seguro porque se estaba quedando sin provisiones y tendría que regresar. Sólo le quedaba la posibilidad de sobrevivir capturando unos cuantos pájaros martillo, pero no desfallecía aunque el pan ya era casi una roca y el queso también. Se fijó un límite para abandonar, no pasaría del día siguiente si no quería morir por inanición.
Se dispuso a cenar y dormir aquella última noche, buscó en su zurrón un poco de pan y queso, no le apetecía nada más aunque tampoco tenía mucho más, y se fue a dormir; pero cuando buscaba en el zurrón las últimas migajas, sin darse cuenta, se le cayó al suelo una de aquellas semillas que le habían regalado en Alandia.
Al despertar, una enredadera gruesa como un brazo y tan alta que se perdía de vista trepaba por la pared de roca. Fan se encaramó a la enredadera y, de hoja en hoja, de nudo en nudo, comenzó a subir; la altura era tanta que tuvo que parar dos veces a hacer noche tapándose con unas hojas y atándose a una rama para no caer, pero finalmente llegó a lo más alto. Durante su escalada había corrido el riesgo de probar, a falta de otra cosa, las hojas de aquella enredadera y por fortuna no eran de mal comer y tampoco le sentaron mal, por lo que hizo una provisión de hojas en su zurrón vacío. Al llegar arriba esperaba encontrarse con el Fin del Mundo, un agujero inmenso, la nada, algo inconcebible, pero llegó a un hermoso prado como la palma de la mano. A lo lejos se podían divisar bosques, montañas y un horizonte, tan lejano que parecía no acabarse nunca; aquello parecía otro continente, más grande que el único conocido por él.
A sus pies, un manantial daba lugar a un arroyuelo que se perdía en la distancia; bebió un sorbo de aquella fuente, el agua era límpida y fresca, y se disponía a seguir el cauce, confiando en llegar a alguna población, pero como ya oscurecía hizo noche junto a la fuente.
El agua ya no era problema; el problema eran las provisiones. Ya no le quedaba nada más que las hojas que había recolectado de la trepadora, pero aquello no era una dieta adecuada y no sabía cuantos días tardaría en encontrar otros comestibles. Aquel manantial y el arroyo a que daba origen estaban poblados por una especie de ranas que se alimentaban de los muchos insectos que pululaban cerca de las aguas. Fan conocía las ranas de Aste y aquellas no parecían muy diferentes, el problema era encontrar material para hacer una fogata y asarlas.
A lo lejos había un bosque, y la falta de alimentos le obligó a hacer una buena caminata para acarrear unas cuantas ramas secas, pero encontró también unos arbustos cargados de bayas y se arriesgó a probarlas. Estaban buenas y, aunque no sabía si eran tóxicas o no, recolectó todas las que pudo y arrastró unas cuantas ramas con las que hizo una fogata en las que pudo asar unas ranas y cenar hasta saciarse. Aprovechó para ahumar otras ranas más para los próximos días si no encontraba otra cosa, las envolvió en hojas de trepadora, y durmió como hacía días que no había dormido.
Se despertó sin ninguna molestia digestiva, las ranas y las bayas eran buenas y, bien temprano, se puso en camino siguiendo el arroyo a falta de senderos, parecía un lugar virgen, no hollado nunca por nadie.
Ya comenzaba a declinar el sol cuando, a lo lejos, un bulto se movía lentamente de aquí para allá. Como medida de precaución se cubrió con la capa de seda, desapareciendo de la vista, y se acercó. El que por allí vagaba era un anciano de largas barbas que, encorvado, iba cortando plantas medicinales con una hoz de plata en forma de luna creciente, pero de la segunda luna.
Fan, confiado por el aspecto inofensivo del anciano, se quitó la capa y le dijo:
– Buenos días, señor.
El anciano se volvió sorprendido y respondió:
– ¿Quién eres tú y qué haces por aquí?
– Me llamo Fan, vengo de muy lejos, estoy buscando un mago pero no conozco el país y no sé donde podría encontrarlo.
– Pues si me acompañas seguro que das con el que buscas.
Hicieron noche allí mismo y compartieron las menguadas provisiones que cada cual llevaba en su zurrón, descansando luego sobre el blando pasto.
Y así siguieron su camino, el anciano cortando plantas, algunas de las cuales Fan conocía muy bien, mientras tanto, le iba contando sus aventuras con la princesa y las piedras encantadas, así como el modo en que había llegado allí.
– ¿Se puede saber qué es lo que esperas de ese mago?
– Le traigo la Corona de Hénder y sólo deseo que me devuelva mis compañeros de viaje; la oveja, el lobo, la col y el gusano.
El anciano perdió totalmente su aspecto inofensivo, se irguió de tal manera que era mucho más alto que Fan, que se asustó mucho, y le dijo.
– Yo soy Gontar ese mago autor de aquel encantamiento
– Perdón, señor, no quise molestarle y la princesa Saturia me enredó con su historia.
– No te preocupes, ya se merecía una lección esa engreída y cargante princesa y tú me has dado una alegría porque ahora ya sé cómo la pusiste en su lugar. Ahora me alegro mucho de que me hayas traído la Corona porque la necesito para deshacer otro encantamiento. Eso es lo que esperaba cuando formulé el conjuro.
– ¿De qué se trata? ¿Qué encantamiento?
– Artifax mi maestro, que fue un malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto, convirtió en piedra a todo el reino de Hénder y dejó la corona de tal manera que yo la pudiera encontrar. Pienso que su deseo era que fuera yo, su alumno más aventajado, el que algún día rompiera el hechizo. La corona estaba en la cabaña que teníamos junto a las montañas, pero yo no podía traerla directamente, tenía que traerla a Hénder alguien ajeno a la magia, así que hice los encantamientos necesarios para que algún valiente encontrara las pistas y fuera tan atrevido e ingenioso que consiguiera hacerme llegar la corona. Y resulta que el valiente has sido tú, bienvenido.
– Y ¿Cómo es que siempre estaba yo allí en el momento oportuno? No me explico que llegara cuando iban a matar al lobo, hervir a la col o capturar al gusano.
– Porque fuiste el primero en salvar de peligro a una piedra, tu oveja, y porque la magia tiene esas cosas raras que hasta a mí, un mago profesional, no dejan de sorprender.
Con la mayor camaradería, contádose sus experiencias, sus aventuras y algunos de sus secretos en los días que siguieron, continuaron su camino hasta llegar a la capital del Reino de Hénder. Se encontraba ésta en la parte más meridional del Continente Norte. Una población de calles estrechas, con casa de piedra cubiertas de hiedra y de hierbas de años y coronado todo por un imponente castillo de recias torres almenadas también cubiertas de verde.
Las calles estaban quietas pero no desiertas. Había por doquier personas y animales; a Fan le sorprendió el color de la piel de los habitantes de Hénder ya que nunca había visto a nadie de un color tan negro como el carbón, pero más le sorprendió verlas en las más variadas posturas y actitudes, ya que todas estaban petrificadas, como si de una ciudad de juguete se tratara.
Llegaron al Castillo donde, tanto los alabarderos que custodiaban las portadas, como la servidumbre, permanecían inmóviles y pétreos.
Al entrar al polvoriento Salón del Trono descubrieron a los reyes en su sitial, la Reina con una mirada de asombro en su rostro de piedra y el Rey con la mano alzada como queriendo proteger su corona, corona de la que estaba desprovisto.
El mago le pidió la corona a Fan y, acercándose al trono, la colocó sobre la regia testa.
En aquel momento el Rey movió su mano, rompiendo las telas de araña que la unían al respaldo del trono, rápidamente agarrando el brazo del mago, como si el tiempo no hubiera pasado desde el momento en que Artifax el maestro del mago le arrebatara la corona y se cumpliera el hechizo.
El mago le dijo:
– Majestad, yo soy Gontar, no soy Artifax, aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni Vos ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Él os encantó, así como a todo vuestro reino, convirtiéndoos en piedra pero, con la ayuda de este joven, acabo de romper el hechizo. Este joven me trajo la corona que os arrebató Artifax y ahora ya la volvéis a tener nuevamente.
– Os estamos muy agradecidos – dijo el Rey – y como recompensa tú serás a partir de ahora el mago real y mi principal consejero; en cuanto a este joven, que pida lo que quiera y, si es razonable, le será concedido.
– Gracias Majestad – dijo el mago – me siento muy honrado por vuestra confianza
– Gracias Majestad – dijo Fan – os voy a pedir lo mismo que al Rey Nasiano V del reino No Tan Lejano, me conformo con vuestra corona y que el mago me devuelva mis compañeros de aventuras.
El Rey se envaró al oír aquella petición. No podía prescindir de la corona porque podría volver el hechizo.
– No temáis Majestad – dijo el mago – esa corona para Vos es igual que cualquier otra; el hechizo no puede volver y aún menos si Vos entregáis la corona voluntariamente y no os es arrebatada.
El Rey ordenó a los lacayos que, le rodeaban sorprendidos, que le trajeran del Tesoro Real otra corona aún más suntuosa, se la cambió y entregó a Fan aquella de las cuatro piedras.
Fan se la pasó al mago y éste, formulando unas palabras ininteligibles, separó fácilmente las piedras, las depositó en el suelo y, a un gesto suyo, se transformaron: El aro de la corona volvió a ser un aro de hierro oxidado, y las piedras volvieron a ser la oveja, el lobo, la col y el gusano.
La actividad, tanto en la Ciudad como en el Castillo fue muy intensa: limpiando el polvo, las telarañas y las plantas invasoras, pero nada impidió unas grandes celebraciones. Una semana duraron las fiestas en el reino de Hénder, que el rey Melanio XXII dispuso fueran de lo más fastuoso, para celebrar el fin del hechizo.
La oveja se atiborró de aquel raro té de roca que, en Hénder, crecía por todas partes, el lobo quedó ahíto de pan con queso, al que se había habituado en su primer viaje con Fan, pero no de un queso cualquiera sino de los quesos más variados, desde los más tiernos a los más curados, durante tanto tiempo petrificados en las bodegas del castillo. La col enchufó sus raíces en el jardín de Palacio chupando de aquel suelo espléndidamente abonado con estiércol natural y sazonado con nitratos variados, y el gusano, a falta de moreras, resultó el mejor cortacésped, dejando los jardines del Castillo como un jardín de los del Reino de Alandia, donde la más mínima tierna brizna que asomaba era devorada de inmediato.
Durante esa semana el mago le enseñó a Fan los secretos de las plantas; muchas que él ya conocía y unas cuantas para él desconocidas y de las que también le explicó su preparación y efectos.
Un día Fan reunió a sus compañeros y les dijo:
– Ya creo que es tiempo de llamaros a cada uno por vuestro nombre; eso de lobo, oveja, col y gusano no me parece que esté bien entre amigos, Lunar ya lo tiene pero los demás no, hasta los perros y las ovejas de mi rebaño tienen nombre. Cuando os conocí no se me hubiera ocurrido qué nombre poner a cada cual, pero desde la escena de la cabaña del mago lo tengo bien claro. Os llamaré por el nombre de las piedras preciosas que realmente sois. Así que, a partir de ahora; Lobo se llamará Rubí, Oveja será Diamante en lugar de Lunar, Col se llamará Esmeralda y Gusano será Zafiro.Aunque ninguno dijo nada, pareció que lo aceptaron de buen grado. Sólo Diamante dijo:
– Beeee
Y Fan interpretó que había querido decir
– Bien
Pero llegó el momento de la despedida y el mago Gontar le entregó a Fan un regalo que le podría ser muy útil; se trataba de la mochila TodocabeNadapesa, que Fan se encargó de cargar con abundantes provisiones y agua. El rey también le entregó algo desconocido. Se trataba de una larga cadena formada con anillas de distinto color, oro, plata y latón. Se trataba de la moneda habitual en los cuatro reinos y cada anilla tenía un valor. Fan le dio las gracias y la guardó en la mochila pensando en que podría quedar decorativa en su casa ya que no pensaba volver nuevamente y necesitarlas. Se despidieron del rey y del mago y, no sin pena, con sus cuatro compañeros, regresó por donde había llegado a Hénder.
Hasta llegar al Muro del Fin del Mundo todo el camino fue cómodo y casi aburrido, aunque a Fan se le antojó mucho más corto que a la ida; tal vez el reencuentro y la expectativa de nuevas aventuras le daban al viaje una alegría especial.
Cuando llegaron al borde del Muro, Fan se asomó buscando por todas partes la trepadora, pero no aparecía por ningún lado, tal vez se había secado, o había caído, o bien se habían desviado del lugar por donde había subido. El fondo no se distinguía y se retiró porque ya comenzaba a sentir vértigo. Tampoco pudo encontrar por los alrededores aquella fuente, el riachuelo que formaba, ni se escuchaba el croar de las ranas.
- Y ahora ¿cómo bajamos? - pensó
Dejó caer otra semilla Muro abajo para ver si brotaba otra enredadera y podían descender por ella, pero al día siguiente no había ni rastro de la planta, tal vez había caído sobre una roca o bien se la había comido algún pájaro. Lo intentó varios días y en lugares distintos sin resultado.
– Podríamos explorar a los dos lados por si encontramos la trepadora ¿qué os parece?, pero no os alejéis demasiado.
Y los envió por parejas a derecha e izquierda siguiendo el borde del Muro. Rubí y Esmeralda marcharon hacia la derecha, Diamante y Zafiro hacia la izquierda. Inconscientemente se habían emparejado así, tal vez porque temían que después de tanto tiempo afloraran los viejos instintos. A la caída de la tarde regresaron con signos visibles de no haber tenido éxito.
Estaba ya desesperado de poder regresar a su tierra cuando, una mañana, vio que Zafiro hacía una resistente hebra de seda y le daba vueltas a una gruesa roca, dejándola fuertemente amarrada; a continuación se dirigió al borde del Muro y, con gran susto de Fan, se dejó caer.
Al verlo desaparecer, corrió al borde del muro y se asomó, viendo aliviado como bajaba lentamente hacia el invisible fondo, dejando tras si una fuerte hebra de seda.
Abriendo la mochila TodocabeNadapesa hizo entrar a Rubí, Diamante y Esmeralda y, colgándosela a la espalda, se agarró a la seda y se dejó deslizar. Tenía que parar de vez en cuando porque de la fricción le quemaban las manos y los pies que hacía servir de freno pero, antes de la noche, ya tocaba tierra al fondo del Muro, donde encontró a Zafiro esperando y comiendo hierba para reponer energías.
Hizo salir a todos de la mochila y aquella noche durmieron tranquilamente al pie del Muro.
Con las primeras luces del alba, Fan se despertó, asomó la cabeza por entre los pliegues de la capa en que estaba arrebujado y echó un vistazo en derredor.
Rubí y Diamante, estaban profundamente dormidos, uno contra el otro, como si Rubí buscara el calorcillo de la lana, puesto que la noche había sido fría.
Esmeralda estaba en pie, con las raíces más finas clavadas en tierra y Fan supuso que estaba alimentándose.
Mirando hacia donde había quedado Zafiro, quedó desagradablemente sorprendido, porque no estaba allí,
– ¿Dónde puede estar?
Un bulto ovoide de color blanquecino, a la tenue luz del amanecer, colgaba de la rama más baja de un roble, se aproximó y aún pudo ver a través de las hebras a Zafiro afanado en tejer un capullo, aunque todavía no lo había terminado.
– ¡Así que era eso!, ¿te ha llegado el momento de la metamorfosis?
Recordaba muy bien todo lo que había visto en los Telares de Cipán, se armó de paciencia y se dispuso a esperar a que acabara el proceso.
Durante los dieciséis días que tardó en eclosionar; Fan se dedicó, acompañado por Rubí, a cazar conejos y algún que otro cinguo y, sobre todo, a descansar.
– Ya vendrán peores momentos y, por lo menos, que nos pillen descansados y bien comidos.
Una vez desecada la carne al humo de roble y plantas aromáticas, lo guardaba en la mochila con las otras provisiones traídas del Reino de Énder y el saco de té de roca que había guardado para Diamante por si no encontraban a lo largo del camino.
Con algunas pieles de conejo, de las que había cazado Rubí y que procuró sacar enteras, consiguió curtir con las agallas de los robles que allí abundaban y preparar unos odres que llenó de agua del manantial más cercano y los echó en la mochila.
Mucha paciencia hizo falta, hasta al cabo de dieciséis días en que se rasgó el capullo y apareció una mariposa del tamaño de Fan y con tres varas de envergadura de alas. Extendió las alas a secar y para endurecerlas y al rato se alzó en un majestuoso vuelo.
El equipo, por fin volvía a estar completo, aunque un poco cambiado.
Fan guardó cuidadosamente el capullo vacío.
– Nunca se sabe para lo que podrá ser útil
Y, echándose la mochila al hombro, se puso en camino seguido por Rubí, Diamante y Esmeralda, ya que la mariposa que ahora era Zafiro planeaba por encima de ellos.
Se orientó al Sur, buscando llegar a Alandia. Esperaba pasar por el bosque de los pájaros–martillo y cazar alguno más para comer. No es que fueran un manjar apetitoso pero podía calmar el hambre complementado con algo fresco.
Al siguiente día, pensó que no tardarían en ver el bosque, con la montaña de pizarras al fondo; pero la vegetación comenzó a escasear y el suelo se fue volviendo arenoso, el calor comenzaba a ser agobiante y no tardaron en tener que salvar algunas dunas que anunciaban la proximidad de un desierto.
– Efectivamente, ya me lo temía yo, nos hemos desviado del punto por donde escalé el Muro y por eso no encontramos la trepadora ni la fuente, ¡a saber dónde vamos a ir a parar!
Pero la cosa ya no tenía remedio, había que seguir hacia el Sur porque confiaba en que, más tarde o más temprano, acabarían llegando a algún lugar conocido o habitado.
La travesía del desierto fue muy penosa; no siempre podían seguir en línea recta hacia el sur porque debían dar rodeos, a fin de sortear algunas altas dunas, y eso hacía que el viaje se prolongara mucho más de lo necesario.
– Afortunadamente tenemos provisiones y agua suficiente, espero que se acabe pronto este desierto.
Procuraban viajar de noche, para evitar las horas más fuertes de sol. Durante el día, Esmeralda clavaba sus raíces lo más profundo que podía, extendía sus hojas y a su sombra se refugiaban todos hasta que el sol flojeaba, mientras tanto ella debía encontrar agua en las profundidades puesto que nunca se la vio mustia en todo el camino.
Zafiro, tan pronto bajaba algo el sol, alzaba el vuelo, miraba a todos los puntos cardinales y se lanzaba rápidamente, unas veces en dirección Este y otras Oeste, regresaba al cabo de unas horas, cuando ya oscurecía, con aspecto de haberse saciado libando copiosamente.
Fan y Rubí iban dando cuenta de las galletas, el queso y la carne que habían ahumado, mientras que Diamante tenía bastante con unos tallos de aquel té de roca.
Ya llevaban muchas jornadas caminando y las reservas de agua comenzaban a escasear.
El día en que se agotó toda el agua Zafiro alzó el vuelo, como de costumbre, y en lugar de volar hacia Este o hacia Oeste, se lanzó en dirección al Sur y eso consoló a Fan por la falta de agua
– Si la comida más cercana para ella está hacia el Sur, es señal de que este maldito desierto se está acabando
Pero no se acabó al día siguiente y la sed apretaba, tampoco al segundo día había señales de encontrar alguna fuente o riachuelo; cierto es que el desierto había cambiado, era más pedregoso y menos arenoso, y se comenzaban a ver algunos matorrales resecos, pero ni rastro de agua.
Súbitamente Esmeralda interrumpió su marcha y se clavó en la arena, todos tuvieron un sobresalto y se la quedaron mirando, extrañados por su actitud.
Parecía estar haciendo un esfuerzo sobrevegetal y alargaba sus más gruesas raíces hacia lo más profundo. De pronto dio un salto retirando las raíces, y del hoyo que quedó comenzó a fluir mansamente un hilo de agua, aunque volvía a ser reabsorbida por el terreno.
Todos, salvo Esmeralda y Zafiro, se tendieron por turnos en el suelo y bebieron afanosamente, sin importarles para nada si tragaban arena, hasta que quedaron saciados, luego rellenaron los odres y, aquella noche, renunciaron a seguir caminando. Tendidos en la arena se recuperaron de las penurias pasadas.
A la noche siguiente reanudaron el camino y ya amanecía cuando avistaron el Camino Real que unía Alandia con el Gran Lago. Ahora podrían marchar hacia Alandia y luego seguir hacia la aldea atravesando el Páramo Gris pero decidieron seguir hacia el Sur, campo a través, hasta llegar al Puente del Río Far, y ya desde allí hasta la aldea sólo tardaron una semana, pero ya en terreno conocido el viaje fue coser y cantar.
Su entrada en Aste fue todo un acontecimiento. Merto y todos los vecinos se admiraron con los compañeros de viaje y aún más con el relato de las aventuras, que Fan procuró adornar todo lo que pudo, y aquella noche todos durmieron tranquilos: Fan en el mullido colchón de lana de sus ovejas, Diamante en el redil con sus compañeras, Rubí hizo buenas migas con Rayo y los otros perros pastores, Esmeralda se clavó en el bancal de las verduras, intentando relacionarse infructuosamente con las otras coles, y Zafiro se posó en una gruesa rama de la morera que sombreaba el patio, porque otras ramas no la hubieran aguantado.
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