Y regresan a Puerto fin para
emprender una nueva travesía
en El Hipocampo y recorrer la
ruta de las Montañas Brumosas.
ruta de las Montañas Brumosas.
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VUELTA AL MAR
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Su
regreso al pueblo esta vez no supuso conmoción alguna, salvo otro
banquete colectivo a base de pescado con patatas. Sus partidas y sus
regresos ya iban resultando de lo más natural y nada de lo que
relataran, como su viaje en velero, sorprendía a nadie comparado con
sus otras aventuras anteriores. Ya comenzaban a ser únicamente los
raros del pueblo, incluyendo a sus compañeros o mascotas, como
algunos les habían acabado llamando.
En
aquel banquete, ni Fan ni Merto probaron el guiso, salvo para catar el
punto de sal. Habían quedado un tanto saturados en su viaje a Puerto
Fin y, de todos modos, aquella receta nunca les saldría como a la
posadera. Pero todos los paisanos alabaron el guiso y comentaron que
era la vez en que les había salido más rico.
Y
volvió la rutina, y volvió la monotonía, y el aburrimiento. A
Merto ya no le llenaban ni le absorbían como antes sus trabajos de
forja y él; que nunca había sido pastor ni hombre de campo, se
pasaba largas horas recorriendo los alrededores y visitando al
rebaño. Por lo menos allí tenía la compañía de Rubí y Diamante
que le hacían recordar y añorar su viaje a Hénder.
En
cuanto a Fan, le pasaba algo similar y, contra su costumbre, para
ocupar el tiempo, se dedicó a hacer reparaciones en su vivienda y
poner orden en la bodega y en la despensa que siempre había tenido
muy desordenada, al extremo de no saber qué es lo que guardaba. La
sorpresa de hallar éste o aquel cachivache olvidado, enseres
desconocidos, o comestibles pasados, le aportaban una dosis de
emoción que tanto echaba en falta. Pero eran emociones, sorpresas y
descubrimientos pequeños, nimios y de corta duración, lo que le
hacía sentirse insatisfecho. Necesitaba unas dosis mayores de
emociones.
Es
por eso que, al ordenar la despensa, en el rincón más oscuro e
inaccesible, descubrió los dos odres de sicuor que tenía escondidos
y recordó la pequeña cantimplora. Recordó que la había guardado
en la mochila y ahora estaba en aquel pozo sin fondo, igual que el
pescado salado, las sobras de la comida del viaje, la capa, la red,
el hilo… y decidió vaciarla y colocar cada cosa en su lugar.
El
pescado lo colocó en la parte más fresca de la despensa, llevó al
estercolero las sobras de comida aunque se encontraban en perfecto
estado, y ya iba a guardar la pequeña cantimplora, cuando se la
quedó mirando, la agitó comprobando que estaba prácticamente llena, Que no se había salido el contenido y le entraron ganas de volver a
probarla.
-
No. No me atrevo ¿Me habrá provocado adicción?
Pero
no era adicción, era curiosidad, y la curiosidad es más fuerte que
cualquier adicción.
-
Bueno. Sólo un poquito, como la vez anterior. No pasa nada. Ya está
visto que no es peligroso. Pero mejor me pongo cómodo y no de pie
como la otra vez. ¿Y por qué no un poquito más?, sólo un poquito.
Se
acomodó en un sillón, se escanció una cucharada y hasta la
relamió.
Los
efectos no tardaron nada. Quedó paralizado, la luz del día que
entraba por la ventana comenzó a atenuarse y perdió de vista los
muebles, las paredes y el techo. En su lugar se desarrolló ante su
vista un torbellino de imágenes y colores. No sabía si tenía los
ojos abiertos o cerrados, lo cierto es que no podía moverse y
posiblemente sus ojos estarían también paralizados. Pensó que se
iba a marear de tan rápido que giraba aquel carrusel ininterrumpido
y deseó que fuera más lento. El giro cambió de ritmo y pudo
apreciar las escenas antes de ser reemplazadas por otras. Unas eran
identificables, otras no, en unas estaba él solo, en otras con
Merto, en otras los seis y en otras ninguno. Tierras extrañas
desfilaban sucesivamente, sin solución de continuidad y deseó
detenerse en un campo cubierto de flores. No eran los Jardines de
Alandia, había penetrado en una ladera, en la falda de una montaña
cónica coronada de nubes. Todo allí era multicolor. Grandes franjas
de plantaciones florales tapizaban la ladera, y no sólo la geometría
era bella, o el colorido; era la elección de los colores de las
franjas contiguas que combinaban entre si formando un cuadro de
belleza sublime. Al fondo del valle discurrían sendas y riachuelos
atravesados por gráciles puentes de madera tallada y rematados en
una especie de tejadillos. El aroma de las flores y la paz que se
respiraba, unida a la belleza del paisaje invitaba a quedarse allí
para siempre.
-¡Esto
sí que es adictivo! - pensó Fan – Y peligrosamente
adictivo. Quiero salir de aquí.
Y
el carrusel de escenas volvió a desfilar ante su vista o ante su
mente. Pasó el velero, con todas sus velas desplegadas y pudo
distinguir fugazmente en cubierta a los seis, lo dejó pasar. En la
siguiente escena estaban agazapados esperando el ataque del tiburón
de arena, luego se vio remando en el Gran Lago y llevando al lobo y
la col a la otra orilla.
Una
extraña escena le llamó la atención pero era una escena confusa en
la que se mezclaban entornos diferentes. Debían tener alguna
relación porque, los que en ella aparecían lucían parecidas
vestiduras, aunque una parte se desarrollaba en un lugar despoblado y
árido y otra en una bulliciosa ciudad. Extrañamente, ambos
escenarios se veían como fundidos entre si. Veía una plaza de
edificios blancos, de una albura que dañaba la vista y una multitud
pululaba entre tenderetes con las cosas más extrañas, pero se
mezclaba con la imagen de un lugar solitario, rodeado de ruinas y en
un tronco vertical estaba amarrado él mismo bajo un sol abrasador.
Los que lo tenían ligado allí, desnudo de cintura para arriba,
llevaban las mismas vestiduras que algunos de los que podía ver en
la plaza, cubiertos de arriba a abajo y con una abertura rectangular
a la altura de los ojos. Los vendedores gritaban las excelencias de
sus mercancías y, por otra parte, en aquel lugar desértico, alguien
provisto de un látigo estaba a punto de azotarlo. En aquel momento
comenzó a apagarse el sol y no era porque los efectos del sicuor se
estuvieran acabando porque aquellas escenas se veían muy bien,
tampoco era una nube porque el cielo estaba despejado. Fan lo
comprendió enseguida, se trataba de un eclipse. En sus años de
pastor, siempre mirando al cielo, los había visto de Sol de las dos
Lunas y hasta de ambas a la vez, totales, parciales, anulares,… y
seguro que aquella gente también sabía lo que era, pero ¿Por qué
se asustaban? ¿Por qué salían huyendo?.
Y
esta vez sí, la escena comenzó a desdibujarse y pudo ver la pared
de enfrente, el efecto había pasado. Estuvo tentado de probar otra
vez y acabar viendo en qué acababa todo aquello, pero resistió la
tentación y echó la cantimplora al último rincón, si es que lo
había, de la mochila.
El
aspecto de las vestiduras de aquellas gentes le hizo recordar a las
de los que llegaban a Alandia en las caravanas de Sirtis.
-
No sé si será inevitable – pensó – si estas escenas
pasarán de un modo u otro, pero en Sirtis o en ese otro lugar que no
me busquen, no pienso ir, al menos voluntariamente.
Durante
un tiempo se le quitaron las ganas de aventuras. No quería acabar
como en aquellas visiones. Y a Merto no le diría nada ni le
revelaría la existencia del sicuor, y menos de sus efectos.
-
Él sí que se engancharía al consumo, pero yo controlo.
Pero, en cambio,
Merto estaba cada día más inquieto. Cada vez que hablaba sacaba a
colación aquello de..
-
… no he estado en Mutts, Los Telares, el Gran Lago, las Montañas…
Fan
acabó convencido de que no le dejaría en paz si no lo llevaba, al
menos, a uno de aquellos lugares. Recordó que había pensado
llevarle a Los Telares para que probara aquellos platos tan raros y
tan exquisitos.
Podían
hacer el recorrido hasta Mutts, al Lago y a Los Telares, pero no le
apetecía caminar tanto y pensó en otra alternativa; aprovechar el
ofrecimiento de Rumboincierto, y así se lo planteó:
-
Ya sé que estás deseando salir de viaje y ver cosas nuevas, por eso
he pensado que podríamos ir con el Capitán John. Por cierto,
tendremos que acostumbrarnos a llamarle así y que no se nos escape
lo de Rumboincierto, por más que él mismo nos dijera su apodo. Pues bien, creo que podríamos ir con él hasta
el embarcadero de No Tan Lejano y, sin acercarnos a la ciudad, tomar
el sendero de la costa hasta Mutts y la Cueva de las Respuestas,
tengo algunas cosillas que preguntarle. Desde allí, pasando por las
estribaciones de las Montañas Brumosas, podríamos regresar aquí
¿Qué te parece?
Merto
no dio saltos de alegría, pero poco le faltó.
-
¿Cuándo salimos? ¿Cuándo salimos? - dijo con evidente
impaciencia.
-
Tranquilo. Prepararemos todo lo que vamos a necesitar, porque el
viaje a pie es largo y necesitaremos cazar, pescar y recolectar setas
y frutas.
-
No hace falta. En la mochila podemos meter medio pueblo. No necesitas
hacer nada de eso para comer.
-Ya
me lo dirás cuando comas cosas naturales o recién pescadas o
cazadas. Lo que es yo evitaré comer otra cosa siempre que pueda.
Pero, para que te quedes tranquilo, prepara los comestibles y el agua
que quieras y lo cargas en la mochila.
Y
así comenzaron los preparativos. Merto había hecho acopio de una
montaña de provisiones entre: pan, conservas varias, queso, tocino,
pescado salado, media pata curada de cinguo, patatas, agua,…
Fan
miraba todo aquello con una sonrisa.
-
¿Qué mas da? - pensó – en la mochila cabe todo.
Pero
torció el gesto cuando Merto, al colocar las cosas, sacó la pequeña
cantimplora y le preguntó.
-
¿Esto qué es? - agitándola como si fuera un sonajero.
-¡Nada!
¡Nada! ¡Trae aquí! - se lanzó y se la quitó de las manos –
Es… un ungüento de plantas, una medicina para las ovejas, me la
había olvidado. Hay que tener mucho cuidado porque alguien la podría
tomar accidentalmente y da diarreas.
Y
se la guardó precipitadamente en un bolsillo.
Ya
estaba todo preparado; el rebaño en los pastos bajos, para que
Diamante no hiciera de equilibrista, y Merto comentó:
-El
Capitán Rum…, John dijo que le gustaría que lleváramos a los
cuatro en el siguiente viaje y seguro que a Rubí le gustaría entrar
en la Cueva.
-
Sí, pero dudo que a los vecinos de Mutts les gustara verlo por allí.
Será mejor dejarlo para otra ocasión, ellos ya están bien aquí.
Este viaje no es nada especial y durará poco, yo voto porque se
queden.
-
Me parece bien, cada uno va a la suya y no nos van a echar mucho de
menos. Y te tomo la palabra en eso de dejarlo para otra ocasión, aún
me quedarán bastantes cosas que ver.
-
Sí, pero será mejor limitarlo a lugares conocidos.
-
¿Desde cuándo te ha arredrado lo desconocido? ¿Desde cuándo te ha
hecho retroceder un Muro, un desierto, un tiburón, un lago o una
montaña? No sé que te pasa, pero últimamente te estás volviendo
demasiado prudente o timorato. ¿Te estás haciendo viejo?.
-
¿Viejo yo? Un día me liaré la manta a la cabeza, sí, esa de la
lana de Diamante, y tendrás que venir conmigo al norte de Trifer.
-
No digo yo tanto, aunque si hay que ir… se va. Pero debes reconocer
que tú tienen la culpa de mi curiosidad, tú la has despertado
contándome cosas de el Gran Lago, Los Telares, la Cabaña del Mago,…
de modo que no te quejes.
Decididos
a ir solos y habiendo comprobado que todo estaba bien, se pusieron en
marcha.
El
viaje se les hizo corto, y eso que en el cruce se volvieron a parar a
debatir si seguían hacia Puerto Fin o hacían una breve visita a la
Capital, pero la visita fue descartada. Además, esta vez, no
coincidieron con la ruta de exploración de Esmeralda.
En
el puerto sólo se veían varadas las barcas de pesca, ni rastro del
Hipocampo. Los pescadores ya habían acabado la jornada y las
carretas que llevaban el pescado hacia la Capital se las habían
cruzado en el camino una hora antes. Algunos pescadores estaban
limpiando las barcas y arrollando unos cabos y las rederas ya se
habían retirado; de modo que, a falta de Andrea, se acercaron al
primero que encontraron y Fan le pregunto.
-
Buenas tardes tenga usted ¿Me podría decir si va a llegar el velero
del Capitán Rumboincierto?
-
Buenas tardes tenga. Joven, le aconsejo que no vuelva a mentar ese
nombre si no quiere que le arroje por la borda atado al ancla. Usted
pregunta por El Hipocampo.
-
¡Claro! El Hipocampo. Ahora recuerdo, pero como es tan raro ese
nombre se me había olvidado.
-
Pues no debe tardar en llegar del embarcadero del Far, porque mañana
temprano tiene que salir para el Norte.
-
Muchas gracias y muy amable. Le agradezco el consejo. Volveremos
luego.
Ya
casi estaban poniéndose en camino hacia la Posada cuando el pescador
les llamó la atención.
-
Miren! Ya está llegando.
No
tardaron mucho en atracar, sujetaron bien las amarras y unos cuantos
marineros descargaron unas cajas y las depositaron en un carro que
esperaba para llevarlas a la Capital.
Subieron
a bordo buscando al Capitán. Estaba en el puente preparando todo
para la mañana siguiente.
-
Saludos Capitán – dijo Fan
-
Buenas tardes Capitán – saludó Merto
-
Bienvenidos. Al final se han decidido a dar un paseo, pero... ¿vienen
solos?
-
Sí, en esta ocasión vamos solos; pero le prometo que, si así lo
quiere y hacemos otro viaje algún día, puede contar con todo el
equipo al completo – respondió Fan.
-
Ya íbamos a retirarnos a la Posada y pensábamos venir a primera
hora, pero queríamos saludarle – añadió Merto
-
Y ¿para qué quieren ir a la Posada? Cenen y duerman aquí, así no
tendrán que madrugar mañana y no correrán el riesgo de perder el
barco.
-
No queremos abusar de su hospitalidad
-
¿Qué abuso? Donde comen diez, comen doce y donde duermen diez,
duermen doce. ¡Vamos! El cocinero ya está preparando unos ricos
pescados a la plancha y enseguida se tienden dos hamacas más en
cubierta.
De
modo que se quedaron a cenar y lo hicieron muy a gusto. El pescado
asado aquel era muy bueno y no tenía nada que envidiar al guiso de
pescado de la Posada. Luego les colgaron las hamacas y durmieron
profundamente cara a las estrellas, mecidos por el mar y cada cual
dentro de su red.
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