Regresan a la paz de Aste, pero la paz
no durará mucho. No van a vegetar
en la vida plácida de la aldea y ya les
entran ganas de nuevas aventuras.
no durará mucho. No van a vegetar
en la vida plácida de la aldea y ya les
entran ganas de nuevas aventuras.
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REGRESO
Y PARTIDA
parte 1
parte 1
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El tiempo pasaba sin sentir. En Hénder la vida transcurría plácida y amenizada con una u otra fiesta de vez en cuando.
No era alcohol ni ninguna clase de droga, pero los frutos de las Palmas Reales tenían unos efectos muy potentes y acababan todos como si estuvieran ebrios, salvo nuestros amigos que rechazaban el ofrecimiento por temor a sus efectos adictivos y, por supuesto, Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro, que ya estaban bien provistos de lo que más les gustaba.
Pero más tarde o más temprano había de llegar el momento de la partida, y acabó llegando. Aunque sus cuatro acompañantes no tuvieran querencia alguna, tanto Fan como Merto echaban de menos su pueblo y su gente por muy bien que se encontraran allí. De modo que un día, pese a los ruegos de Gontar, de los reyes y de los muchos amigos que habían acabado haciendo allí, decidieron regresar a Aste.
Gontar y Fan habían pasado largas horas hablando de las propiedades medicinales, tóxicas y mágicas de las plantas, piedras y aguas. Merto había aprendido mucho en cuanto a metalurgia, carpintería y otras muchas técnicas y había transmitido sus conocimientos de fundición, forja, temple y afilado.
Rubí trabó amistad con otros cánidos que parecían una mezcla entre perros y zorros y les había enseñando, algo inconcebible en un lobo, a guardar los rebaños de ovejas, ya que en Hénder no había perros pastores. Diamante se lo pasaba muy bien con las ovejas que, como los habitantes del reino, eran todas negras y les enseñaba a obedecer como borregos a sus pastores y sus nuevos guardianes de cuatro patas.
Esmeralda, como era de esperar, sólo vegetaba al no encontrar en Hénder ni una planta con la que relacionarse, y Zafiro iba a la suya; volaba a largas distancias, aunque nunca se alejaba demasiado como para internarse en el reino de Dwonder, donde probablemente no habría sido muy bien recibida.
Pero llegó el día que, tarde o temprano, había de llegar y partieron en dirección al Abismo Insondable, según decían en Hénder, y esta vez no erraron el camino, porque Zafiro se sabía perfectamente la localización de la enredadera gracias a sus muchos vuelos de exploración.
Guiados por Zafiro acabaron llegando al manantial y a la planta, que sobresalia imponente sobre el muro, como un árbol enorme que extendía múltiples ramas con fuertes zarcillos arraigados al terreno, de modo que nada en este mundo sería capaz de arrancarla de allí.
Cenaron junto a la fuente algo de lo que habían cargado en la mochila: una barbaridad con la que les habían obsequiado; entre guisos, quesos, conservas, panes, fiambres diversos y frutas de cáscara dura… algo que les duraría para todo el viaje y aún sobraría para organizar un banquete a su llegada con todo el pueblo. Pero en aquella mochila no había problema ni de espacio ni de peso, como tampoco tuvieron problema alguno las ranas aquella noche. Nadie se molestó en cazarlas ni en interrumpir sus cantos.
Tras cenar, cada cual lo suyo, salvo Zafiro que se fue a libar a un campo florido próximo, durmieron a pierna, pata, raíz suelta, pese al concierto batracio habitual en aquel lugar. Por la mañana Fan hizo entrar en la mochila a Rubí, Diamante y Esmeralda y, acompañado por Merto comenzaron el descenso. Zafiro les iba sobrevolando, como dándoles ánimos. Tuvieron que hacer noche en una gruesa rama a media altura, pero a media mañana ya estaban abajo.
Ya conocían el terreno y sabían que, salvo los pájaros martillo, no había que esperar peligro alguno, de modo que no tuvieron que tomar especiales precauciones hasta llegar a aquel bosque en que se habían detenido a la ida.
Merto estaba intrigado y preguntó:
- Y estos bichos, ¿Qué cazan?. Porque por aquí no veo nada, salvo nosotros, a los que martillear.
- Hay palomas de agua y también he visto algún rastro de conejos. Cinguos puede que haya también por aquí, porque son bastante abundantes en otros terrenos y por aquí se ven muchas de las plantas aromáticas de las que se alimentan.
Pero todas sus dudas quedaron despejadas al llegar a una hondonada próxima a aquel pinar; una hondonada que no habían advertido en las otras ocasiones pero que, esta vez, pudieron ver a las claras, a las luces del sol poniente.
Allí se acumulaban, en un rimero informe, osamentas de todo tipo. Pudieron reconocer las de palomas, conejos y cinguos, pero también otras de mayor tamaño y con cornamentas ramificadas.
- Sean lo que sean estos pájaros – dijo Merto – al menos son limpios y recogen los residuos.
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Su tardanza, mientras tanto, comenzó a provocar rumores en Aste
-No; si ya lo decía yo. Eso de correr aventuras acabaría mal. Y ya ves.
-Y además con un lobo y aquellas cosas mágicas, que ¡Vete a saber que habrán hecho con ellos!.
-Se las querían dar de valientes y aventureros y mira…
Algunos ya hablaban sobre el reparto de sus pertenencias, así como las ovejas y los perros del rebaño de Fan. Otros se discutían por la propiedad de la fragua de Merto y hasta debatían para quién sería el yunque, para quién los martillos, las tenazas y los cinceles.
Y es que en los pueblos, por pequeños que sean, hay gentes de todas las clases y cataduras.
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Pero ellos seguían su camino de regreso sin imaginar lo que se comentaba en Aste.
Respecto a los pájaros-martillo, en esta ocasión no hicieron más que protegerse de ellos con la red y les dejaron con vida. Aunque seguro que se llevaron un buen susto al verse atrapados en la malla. Les desenredaron, salieron volando y ya no les importunaron más. No valía la pena cazarlos, su carne no es que fuera muy buena, tenían cosas mejores en la mochila y sus cabezas no servían de nada, tal como había podido constatar Merto.
Salvaron los Montes de Pizarra como a la ida, sin ninguna dificultad, y se internaron en los prados.
Ahora ya se notaba la presencia de los pastores de Alandia: en las fuentes ya no había palomas de agua y se hallaban enfangadas por las pisadas del ganado y rodeadas de excrementos que quitaban las ganas de acercarse a beber. Suerte que ellos llevaban provisión suficiente. De todos modos aquel estiércol sería bueno finalmente para el pasto así como para los jardines de Palacio. También se veían aquí y allá los restos negros de las hogueras y algunos desperdicios que los pastores no habían tenido el cuidado de recoger.
Fan había pensado no perder tiempo y llegar lo más pronto posible a Aste. Le preocupaba cómo estarían sus ovejas y sus perros y echaba de menos a sus amigos; y, aún más, estaba deseando contar con pelos y señales sus aventuras. Pero en vista de todo aquello que sucedía en los pastos decidió no pasar de largo por Alandia y poder comentarle al Rey Mirto lo que había visto y lo que pensaba que convenía hacer. De modo que se encaminaron a la capital de los Jardines.
A su llegada, el Jardinero Jefe les concertó una entrevista con el Rey y pronto se hallaron los seis en su presencia.
- Majestad: ya hemos regresado de nuestro viaje y hemos pensado acercarnos a darle noticias del mismo.
- Muy agradecido. Os he de comunicar que pienso nombraros Caballeros de la Flor de Lis por haber abierto al reino unos nuevos territorios que están resultando los mejores pastos de nuestros dominios. Y pronto comenzaremos a roturar las mejores parcelas para cultivarlas.
- De eso os quería hablar yo, Majestad. Los pastores no son nada cuidadosos con el entorno, deberían aprender algo de vuestros jardineros. No es sólo que enturbien las fuentes y dejen que las ovejas ensucien los alrededores, sino que no recogen los restos de sus fogatas y dejan desperdicios junto a ellas. Imagináos que esos terrenos son un jardín natural y pensad si os gustaría que vuestros jardines fueran tratados con tan poca consideración.
- Tienes razón y a eso hay que poner coto. Y tú, como pastor que eres, ¿qué podrías sugerirme?.
- Yo canalizaría el agua a unos abrevaderos, corriente abajo y lejos del manantial para evitar que sus aguas se contaminen con los excrementos, exigiría a los pastores que dejaran el terreno tal como lo han encontrado, enterrando las cenizas y retirando los desechos. Y algo muy importante dado el gran tamaño de vuestros rebaños, yo pondría un orden rotatorio en las zonas de pastoreo para no esquilmar unas y dejar otras desaprovechadas.
- Muchas gracias. Tomaré medidas de inmediato, pero ahora quiero saber de vuestras aventuras, ¡contad!, ¡contad!.
Y comenzaron el relato, adornado y ampliado, de su viaje; aunque Fan dejó, esta vez, que Merto llevara la voz cantante y éste se crecía mientras iba relatando la historia de los Reinos de Tetrápolis, de su viaje a Serah, de la lucha contra las malas hierbas mágicas, su captura del tiburón de arena, del que mostró las mandíbulas de cristal; y así pasaron horas y horas hasta el momento de cenar.
Pero antes del relato habían dejado salir a Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro, que no hubieran soportado por tanto tiempo la verborrea de Merto.
Rubí y Diamante fueron a los corrales en donde encontraron algunas ovejas y perros pastores. Lo que no se sabe es si ellos también se dedicaron a relatarles sus aventuras.
Esmeralda se acercó al arriate en el que había brotado y en donde Fan la había encontrado. Echaba de menos su tierra natal así como sus sales que, para ella, eran como la leche materna para un bebé. De modo que, a la vista horrorizada de los jardineros, hundió sus raíces en aquella tierra y se pudo apreciar cómo cambiaba el color de sus hojas a un verde más vivo y brillante. Los jardineros no hicieron nada, aparte de aportarle un riego suplementario, ya que debían respetarla como invitada que era en palacio.
Y de Zafiro no es necesario hablar. Allí estaba en la gloria. Su espiritrompa iba y venía de flor en flor y ni en mil años hubiera podido libar todo lo libable. Corría el riesgo, con la mezcla de tantos néctares, de acabar con una indigestión o con una borrachera de campeonato.
El Rey organizó la ceremonia rápidamente, porque le habían comunicado su intención de seguir pronto el camino, y ya al día siguiente estaba todo preparado para la concesión de la Orden de la Flor de Lis. El salón del trono estaba abarrotado: entre cortesanos, jardineros y gente del pueblo no cabía ya ni un alma. Al toque de las fanfarrias hizo su entrada el Rey Mirto II acompañado por la Reina Rosa XXIII y tomaron asiento. Acto seguido, precedidos por unos pajes y escoltados por sus cuatro compañeros, hicieron su entrada nuestros amigos y se detuvieron al pie del trono.
Un bardo, con un laúd, comenzó a entonar una especie de cantar de gesta dedicado a ellos:
Superando lo insólito y lo ignoto,
de hechizos y de magias vencedores,
inasequibles a miedos y temores,
no existe reto que les ponga coto.
De todos los peligros y asechanzas
salen a flote cual la flor sagrada,
luchando sin saeta y sin espada,
sólo el valor les guía en sus andanzas.
Y no hay muro que frene su andadura,
ni pizarras, ni pájaros-martillo,
triunfando en el palacio o el castillo,
con decisión prosiguen su aventura.
A este Reino le dieron nuevas tierras
ensanchando horizontes y fronteras,
tesoros de pasturas y praderas,
tierras ganadas sin dolor de guerras
Por eso se merecen la alabanza
y el canto de sus hechos y aventuras:
¡Difundidlo alandesas criaturas
donde mi canto ni mi voz alcanza!
Aplausos, vítores y un gran alboroto resonó y rebotó en las paredes del Salón del Trono. Fan temía que aquel escándalo espantara a sus cuatro compañeros de aventuras pero, sorprendentemente, no se inmutaron, permanecieron quietos y los ecos se fueron amortiguando poco a poco.
En ese momento, el Rey descendió hasta ellos desde el Trono. A un lado y a otro se situaron dos pajes con sendos estuches, los abrieron y el Rey tomó un cordón dorado del que pendía una Flor de Lis de oro y se lo colgó del cuello a Fan. Luego hizo lo propio con Merto.
- Por vuestro valor – dijo solemnemente y con voz engolada y tonante – por vuestra intrepidez, por los servicios prestados a este país, yo os impongo la Orden de Caballeros de la Flor de Lis, que es la más alta condecoración de Alandia y el más alto honor. Sé que, vayáis donde vayáis, haréis cumplido honor a ella y la luciréis con orgullo. Sólo os pediría que me hagáis alguna visita y me contéis vuestras nuevas aventuras, porque; o no conozco yo a las personas, o no vais a poder quedaros a vegetar y echar raíces en ningún lugar y estoy seguro de que vuestra fama florecerá y dará abundantes frutos allá donde vayáis. No quisiera que vuestros compañeros, por extraños que sean, se quedaran sin mi reconocimiento y he mandado hacer unos collares con la Flor de Lis, que espero se les adapten bien. Aquí tenéis y encargaos vosotros de ponérselos.
Y les entregó cuatro pequeños estuches.
- Y ahora vayamos al banquete
Haciendo un aparte les dijo, como al oído:
- Y muchas gracias por esos raros alimentos que me habéis traído de ese reino de encima del muro.
Fan y Merto probaron los collares a Rubí y Diamante y les iban bien. Lo más difícil será Esmeralda y Zafiro, pensaron, pero no hubo problema. A Esmeralda le quedaba muy bien en el tallo y no había problema de que se le bajara gracias a que se le aguantaba en unos nudos de antiguas hojas caídas. Zafiro lo lucía como un cinturón entre tórax y abdomen.
Las celebraciones duraron una semana de la Segunda Luna, es decir dos días más que la semana alandesa de la Primera Luna.
Como en Hénder; los cuatro encontraron, especialmente Zafiro en los jardines, cómo pasar el tiempo. Fan y Merto llegaron a cansarse de relatar sus aventuras porque, fueran donde fueran, se formaban corrillos a su alrededor de gentes ávidas de escuchar sus relatos.
Pero llegó el día de la partida. El Rey les hizo prometer que volverían algún día y que le prepararían aquel guiso de pescado salado con patatas del que tanto le habían hablado.
Una turbamulta salió a despedirlos, prácticamente toda la ciudad, con cornetas y atabales, con banderitas y gallardetes, con cestos de pétalos que alfombraron el camino. Fan, Merto y sus compañeros apretaron el paso para liberarse cuanto antes de aquel agobio, pero su comitiva hacía lo mismo y les costó distanciarse, últimamente lo consiguieron casi a la carrera. Está bien la admiración o el reconocimiento de los demás, pero hasta un punto, porque pasados ciertos límites se convierten en acoso y agobian.
Sin nada que destacar, atravesaron el páramo y el puente sobre el Far y acabaron llegando a Aste, con gran sorpresa de sus vecinos, la alegría de la mayoría y la decepción de algunos que ya contaban con “heredar” sus pertenencias.
Organizaron un banquete con lo que habían llevado de Hénder y con otros deliciosos platos de Alandia, elaborados a base de flores, frutos y semillas como cabía esperar. Se comió, se bebió, se cantó y se bailó hasta quedar todos agotados, si no ebrios perdidos.
Rubí, Diamante, Esmeralda y Zafiro volvieron a sus actividades de antes de partir, mientras que Fan y Merto contaban por enésima vez sus aventuras.
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La euforia de los primeros días pasó y volvió la rutina, la monotonía y el aburrimiento.
Una mañana, Merto se acercó a casa de Fan bien temprano.
- No sé tú, pero yo me aburro
- Pues no se me ocurre nada nuevo que hacer y yo también me aburro. ¿No tienes trabajo en el taller? Te puedo ayudar, aunque yo sí tengo algo de entretenimiento en el huerto, ver cómo crecen las verduras. Ahora Rubí y los perros ya cuidan solos de las ovejas, sólo falta enseñarles a ordeñarlas, hacer queso, esquilarlas... y me quedaré sin trabajo. ¿Te apetece comer conmigo? Vamos a improvisar algo.
A Merto se le iluminó la mirada, una sonrisa hizo más evidente la cicatriz de la mejilla, algo se le había ocurrido.
- ¿Recuerdas que prometimos a Mirto hacerle una visita y un guiso?
Fan no estaba en ese momento por la labor, no hacía tanto que habían regresado de allí y poca cosa nueva podrían contarle al Rey, de modo que le puso la primera excusa que se le pasó por la cabeza. No quería contrariar a su amigo.
- No tengas tanta prisa, ya iremos, pero creo que no queda nada de pescado salado en la mochila ni en la despensa.
- ¡Pues vamos a Puerto Fin!
No sabía cómo hacer para no defraudar el entusiasmo que veía en su amigo, y no tuvo más remedio que aceptar.
- Está bien; pero primero habrá que dejar todo controlado para que no haya problemas en nuestra ausencia, aunque sea corta. Tú mira qué hacen estos cuatro y yo prepararé la mochila. Mañana lo hablamos.
Rubí y Diamante estaban con el rebaño en los pastos, de modo que Merto tuvo que tomar su cayado y ponerse en camino. Si todo iba bien podría regresar a media tarde, con tiempo de ver que hacían los otros dos. No encontró el rebaño en el valle pero sonaban las esquilas en los pastos altos.
- ¡Vaya! Ahora tendré que perder más tiempo del que pensaba si tengo que subir hasta allí, mejor les llamo.
Comenzó a gritar y silbar esperando que Rubí, Diamante o los perros le oyeran y se acercaran con las ovejas, pero esperó en vano.
Ascendió penosamente la pendiente y su presencia fue providencial. Había sido Diamante quien había convencido, no se sabe cómo a Rubí y los perros pastores para llevar al rebaño a los pastos altos. Y es que allí, en las cimas, es donde se criaba aquel té de roca que tanto le gustaba y en donde Fan le había tenido que rescatar en una ocasión. El saco que habían llevado desde Hénder ya se había agotado y tenía ganas de volverlo a comer.
Cuando un Merto agotado por la subida acabó encontrando el rebaño, descubrió a todos; incluido Rubí, al pie de aquellas rocas, mirando hacia arriba. Las ovejas balando, Rubí aullando, los perros ladrando y, en lo más alto, Diamante balando lastimeramente sin atreverse a bajar.
- ¿Ahí estás? ¿Cómo se te ha ocurrido encaramarte? ¡Ya sabes que no puedes bajar!. Suerte que he llegado yo, porque si no… ahí te quedas.
Merto no era tan ágil como Fan y no estaba habituado a trepar tras las ovejas, sus herramientas no solían trepar por su fragua, pero se encaramó como pudo. Se cargó a l os hombros a Diamante; que ya era mayor y pesaba más que la vez en que la rescatara Fan, y comenzó el descenso. Por dos veces estuvo a punto de despeñarse con su carga o de abandonar y dejarla caer al vacío, pero acabaron llegando abajo de una pieza. Se estiró en el pasto resollando agitado. Cuando se recuperó algo del cansancio y el susto, se encaró a Diamante.
- ¿Cómo se te ocurre? ¿Es que no has aprendido aún? Que sea la última vez. Y a Fan no le voy a decir nada porque sería capaz de hacerte chuletas.
Diamante se pegó al suelo tanto como pudo y tanto como le permitía su tripa rebosante de aquel té de roca, temiendo que el cielo se le desplomase encima, del mismo modo en que le estaba cayendo encima la reprimenda.
Y Dirigiéndose a Rubí, añadió:
- ¿Y tú? ¿Cómo lo has permitido? ¿Cómo habéis traído aquí al rebaño y cómo le has permitido trepar? Que sepas, desde ahora, que estos pastos están prohibidos, a no ser que Fan esté presente. Y ahora ¡Abajo! ¡Al valle!.
Rubí, con el rabo entre las patas, gruñó algo a los perros, rodearon a las ovejas y las empujaron hacia los pastos bajos.
Una vez en el valle, Merto se dio cuenta de que el Sol ya estaba bajando, la Primera Luna asomaba y no llegaría a tiempo a Aste. Eso suponía que no podrían salir al día siguiente. Muy enfadado les volvió a echar otra regañina y se puso en camino.
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