Nuestros amigos reciben un encargo y deben atravesar
el desierto para desvelar un misterio vital para el Reino
de Hénder que sólo ellos podían resolver, pero cuentan
con sus cuatro compañeros mágicos, su intrepidez
y su inteligencia.
el desierto para desvelar un misterio vital para el Reino
de Hénder que sólo ellos podían resolver, pero cuentan
con sus cuatro compañeros mágicos, su intrepidez
y su inteligencia.
Retorno a Hénder. Parte 2
Tras los saludos de rigor, en los que Su Majestad Melanio XXII supo disculpar ciertos comportamientos animales y vegetales poco protocolarios, tomó la palabra Gontar y dijo
– Te hemos hecho venir porque nosotros nos vemos incapacitados para emprender ninguna acción, pero será mejor que primero os pongamos al corriente de los sucesos históricos que dieron lugar a la situación actual y explican nuestras limitaciones para actuar.- dijo el Rey - Nuestro reino se extiende desde lo que vosotros llamáis el Muro del Fin del Mundo y para nosotros es El Abismo Insondable hasta pocas leguas adentro de un desierto al que llamamos Desierto de Tetrápolis. A derecha e izquierda limitamos con otras dos ciudades–reinos de las cuatro que forman dicha Tetrápolis, a saber:
Hénder, que ya conocéis y cuyos habitantes somos de color negro.
Dwonder, cuyos habitantes son de color rojo.
Trifer, cuyos habitantes son de color amarillo
y muy al norte existe otro reino llamado Quater, con el cual no lindamos y cuyos habitantes son de color azul.
Hace muchos años, las cuatro ciudades–reino competíamos por la posesión del Oasis de Serah, situado en el centro del desierto y equidistante de todos.
– En Serah – siguió Gontar – viven los Hurim, que son blancos como vosotros y que cuidan las llamadas Palmas Reales, una especie de palmera cuyo fruto llamado “sicuo”, que es parecido al higo, siempre ha sido la causa de todas nuestras desavenencias, ya que es muy apreciado por su sabor y es muy adictivo.
– De modo que – terció el Rey – durante muchos años hubo guerra entre los reinos por la posesión del Oasis y sus frutos, pero el desierto y las distancias complicaban las cosas y no había ganador claro
– Hasta que – añadió Gontar – Trifer inició una nueva fase de la guerra por medio de la magia y los otros reinos se sumaron a ella, en lo que llegarían a llamarse las Guerras Mágicas.
– Aquí también se llegó a un equilibrio de fuerzas – dijo el Rey – pero nos vimos obligados por los Hurim a firmar un Tratado de Paz en el que ellos impusieron las condiciones.
– ¿Cómo es posible que pudieran obligar a firmar e imponer condiciones a los cuatro reinos? – preguntó Merto
– Porque ya estaban hartos de ser víctimas ocasionales de nuestras pugnas y rencillas, e hicieron – dijo el Rey – lo único que estaba en su mano para hacernos claudicar; amenazaron con que, en caso contrario, talarían todas las Palmas Reales. Alegaron que ellos no consumían su fruto y, hasta entonces, sólo les habían traído problemas. Así que todos tuvimos que aceptar sus condiciones si queríamos asegurarnos el suministro de los preciados sicuos.
– Las condiciones – dijo Gontar – consistían en que sólo ellos administrarían la producción del fruto y su reparto equitativo entre las cuatro ciudades–reino, a cambio de alimentos y otros productos. Se declaró el Oasis como Zona Libre de Magia y a los habitantes de la Tetrápolis como personas non gratas. Desde entonces reinó la paz y los frutos llegaron puntualmente, hasta la desafortunada intervención de mi maestro Artifax; aquel mago tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto y que, descontento con el pago por sus servicios en las Guerras Mágicas, decidió hechizar Hénder, como bien sabes.
– Tras tu providencial llegada – dijo el Rey – el suministro a Hénder del fruto se reanudó con normalidad, pero, desde hace un mes, dejaron de llegar caravanas sin ninguna explicación. Al principio pensamos que, como mientras Hénder estuvo encantado el fruto se repartía entre tres, al tener que repartir de nuevo entre cuatro se había producido algún pacto contra nosotros, dejándonos fuera del Tratado. Enviamos exploradores a los límites del Oasis y durante una semana no salieron caravanas hacia ninguno de los otros reinos y ellos, que también tenían exploradores, afirmaban que también les habían dejado de llegar caravanas.
– Los exploradores – dijo Gontar – no pueden, según el Tratado, pasar los límites de Serah; puesto que allí no se admiten negros, rojos, amarillos ni azules, y es por eso por lo que necesitamos de vosotros; yo como mago aunque sea blanco tampoco puedo ir y vosotros que sois también blancos podríais enteraros de lo que pasa
– Bien – dijo Fan – pues ¿a qué esperamos? Vamos amigos, pongámonos en camino.
– Podríais ir en saltarenas – dijo Gontar – pero tendrían que quedarse aquí Rubí, Diamante y Esmeralda, porque no vuelan y no pueden cabalgar.
– No importa, iremos a pie e iremos todos – dijo Fan, pero no le dijo a Gontar que podrían ir en la mochila porque pensó que él ya debía saberlo, ¿o no?, y si no había dicho nada sus razones tendría.
No se hicieron esperar, revisaron las provisiones necesarias para el Desierto de Tetrápolis, cargaron agua y un saco de aquel té de roca que tanto gustaba a Diamante y se pusieron en marcha sin más dilaciones.
Les advirtieron que debían guardarse de los tiburones de arena que, aunque no abundaban, podrían darles algún disgusto; y por eso la comitiva estaba formada por Rubí como explorador avanzado, seguido de Fan y Merto, y cerrando la expedición Esmeralda la col y Diamante la oveja. Sobrevolando a media altura iba Zafiro.
Afortunadamente no tuvieron ningún encuentro desagradable y, como hicieran en el Desierto de Oms, caminaban de noche y en las horas más fuertes de sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda que, clavando sus raíces, se proveía de agua suficiente y a ellos de fresca sombra.
Al cabo de cuatro días agotadores, que resultaron monótonos y calurosos, a lo lejos divisaron ya la silueta de las Palmas Reales y Merto le dijo a Fan
– ¿Estás seguro de que eso es el Oasis?, mira que he oído decir que en los desiertos se dan los espejismos que engañan a los viajeros.
– No te preocupes, los exploradores que tenemos ahí tan cerca refugiados en sus sombrajos no son ningún espejismo, y si ellos están aquí, aquello sin duda es Serah.Y allá puedes ver sus saltarenas.
Llegaron hasta la altura de los exploradores de Hénder y les saludaron.
– Buenos días, venimos de la ciudad enviados por el Rey y Gontar. ¿Hay alguna novedad?
– Saludos, ya nos había anunciado un mensajero que vendríais y os esperábamos. No hemos podido apreciar movimientos en Serah, ni caravanas, ni nadie que se aventure por los alrededores, parece un pueblo muerto ¡Con lo aburrido que es esperar y esperar y que nunca pase nada!.
Se despidieron y siguieron camino hacia el oasis. Esperaban que alguien saliera a su encuentro en cuanto vieran que se acercaban extraños, pero no lo hizo nadie y cuando salieron de la arena y entraron en la zona de vegetación, tampoco vieron alma humana por los alrededores. Finalmente, junto a un pozo, encontraron a un Hurim apoyado en el brocal intentando sacar un cubo de agua, pero no tenía fuerzas para tirar de la cuerda de la polea.
Fan se acercó y le ayudó a subir el cubo, mientras le decía.
– Somos habitantes de Pascia, y venimos en son de paz, ¿Nos podríamos entrevistar con las autoridades?
El hombre no tuvo fuerzas para contestar y sufrió un desmayo allí mismo, las puertas de las casas estaban cerradas y no asomó nadie.
– Pues bueno – dijo Merto – ¿Ahora qué hacemos? Parece como si aquí no viviera nadie y éste está en las últimas.
Fan señaló a Merto unas ramas secas que había cerca del pozo.
– Ve encendiendo algo de fuego
Dijo Fan revolviendo en la mochila y sacando un paquetito de hojas secas y un pucherete al que vertió un poco de agua del pozo, le añadió unas cuantas hojas del paquetito y, tan pronto Merto lo tuvo encendido con su yesca y pedernal, lo puso al fuego a calentar.
Al poco rato le dio a beber aquella infusión al Hurim, que reaccionó enseguida. Fan, sin darle tiempo a decir nada le dio unas galletas y un trozo de queso que devoró como si nunca hubiera comido. Ya repuesto dijo
– Gracias, gracias, llevaba ya tres días sin comer nada y todos aquí estamos igual.
– Bueno, – dijo Fan – ya me contarás luego cómo es que estáis así, pero ahora dime dónde podemos encontrar algún caldero lo suficientemente grande para toda tu gente.
– En la Cocina Comunal, allí se guisa para todo el pueblo todo lo que traemos de los reinos, pero ya no nos queda nada más que los calderos, pero ¿Para qué servirían?
– No importa ¡vamos allá.
Cuando llegaron a la Cocina Comunal encontraron toda clase de recipientes, tomó uno bastante grande y le dijo a Merto
– Enciende fuego y pon esta olla con agua a templar.
Sacó una buena cantidad de lomos de pescado en salazón que había sobrado del último banquete en Aste y un gran saco de patatas, le entregó a Merto el saco y le dijo
– Como tú tienes buenas herramientas y bien afiladas, te ha tocado pelar patatas, yo voy a ir desalando el pescado. Normalmente hacen falta horas pero vamos a tener que acelerar el proceso, si lo desmenuzo y lo pongo con agua templada y la voy cambiando a menudo algo conseguiremos. De todos modos si el guiso sale algo salado no creo que le hagan ascos. Y ahora – le dijo al Hurim, que ya estaba más espabilado – mientras se hace el guiso ya puedes irme contando lo que ha pasado.
- En primer lugar me presentaré, soy Halmir, Conductor de los Hurim. No sé si estás enterado de que aquí en Serah está proscrita la magia y sospecho que, al menos la col y la mariposa son algo mágico pero, como te debo tanto, voy a hacer la vista gorda. Pues bien; hace dos meses que las Palmas Reales dejaron de dar fruto sin que nadie sepa la causa. Mientras quedaron reservas en nuestros almacenes las caravanas siguieron haciendo las cuatro rutas, como siempre, pero cuando se acabaron las reservas sin que las Palmas volvieran a florecer, ya no pudimos hacer más envíos. Aún confiábamos en que volvieran a producir antes de que se nos acabaran los comestibles, pero no sucedió así. Tuvimos que racionar lo que quedaba a ver si aún florecían, hasta hace tres días en que ya no quedaba ni un mendrugo.
– Bien – respondió Fan – luego, a su debido tiempo, nos encargaremos de eso, ahora lo que hace falta es reanimar a tu gente y resolver el problema de los comestibles.
Preparó además una buena cantidad de tisana reanimante con aquellas plantas que Gontar le había enseñado y, cuando el guiso estuvo en su punto, que por cierto no estaba muy salado, se organizaron para ir repartiéndolo casa por casa; un vaso de infusión y un plato de guiso por persona y, en poco tiempo, se les vio reanimarse.
Aún quedó bastante guiso del que comieron Fan, Merto, Rubí, y Halmir, encontrándolo delicioso, y aún sobró.
– Ahora Halmir – dijo Merto – debemos preocuparnos en primer lugar de conseguir comestibles rápidamente; puesto que, si no lo hacemos, todo esto no habrá servido de nada.
– ¿Tienes algún jinete rápido que pudiera llegar a Hénder y regresar en poco tiempo?, – dijo Fan – porque con mi mochila podría traer los víveres de primera necesidad para un mes sin problema, le envías en mi nombre y no le negarán nada.
– Eso es fácil, – respondió Halmir – con un saltarenas podría regresar en dos días, pero creo que deberíamos enviar también mensajeros a los otros reinos ya que se podrían tomar a mal si lo enviamos sólo a Hénder. No querría ser el causante de una nueva guerra.
– Me parece bien – dijo Merto – si les cuentan cual es la situación ninguno se negará a entregarles comestibles aunque no lleven fruto, así que los enviados carguen todo lo que puedan y no se den prisa, porque con lo que llegue de Hénder será suficiente.
Así lo hicieron; Fan vació la mochila en donde quedaban bastantes galletas, queso y carne ahumada, les entregó a cada uno unas galletas con queso para el viaje de ida, puesto que ya comerían en su destino, y guardó el resto, además del guiso que había sobrado, para distribuirlo entre la población hasta su regreso. Entregó la mochila al jinete que había de ir a Hénder y le recomendó que en cuanto llegara fuera a buscar al mago y él sabría lo que se tenía que hacer.
Montaron los cuatro en sus saltarenas, que eran una especie de grandes gacelas, capaces de avanzar en cada salto más de seis varas y salieron disparados hacia los cuatro puntos cardinales con sus grandes saltos, perdiéndose enseguida en la distancia.
Se acercaron a las Palmas Reales para ver si descubrían la causa de que no dieran fruto. Estaban mustias, con aspecto de estar secándose.
Esmeralda clavó sus raíces al pie de una palma, bajo tierra, y al cabo la sacó arrastrando consigo una maraña de extrañas raíces fuertemente abrazadas a trozos de raíz de palma.
Fan conocía muy bien aquellas hierbas que tapizaban el oasis, era trébol común, pero nunca había visto un trébol con aquellas raíces que estrangulaban todas las de las plantas vecinas.
Aquella anomalía vegetal debía ser consecuencia de las Guerras Mágicas y haría falta algún mago para conjurar aquella aberración, pero los magos allí no eran bien recibidos, los reyes eran muy suspicaces y la presencia de algún mago rival podría desembocar en una nueva guerra. Así que tenían que resolver el problema por si mismos.
Diamante, que hasta entonces se había alimentado con el té de roca que Fan llevaba en la mochila, comenzó a mordisquear aquel trébol.
– No comas de eso, no sabemos que efectos puede tener, creo que está hechizado.
Diamante debió pensar...
– Poca cosa puede hacerme, a fin de cuentas yo soy una piedra hechizada en forma de oveja.
De todos modos ya no volvió a comer más que té de roca.
Con hoces y toda clase de herramientas cortantes que encontraron y que Merto afiló a conciencia, comenzaron a segar las hierbas, pero las raíces sobrevivían y las hojas volvían a rebrotar rápidamente.
Era inútil, tendrían que resignarse a la pérdida de las Palmas Reales.
Fan recordó aquellas semillas que le habían dado en Alandia. Aquella planta que, según le dijeron, era capaz de crecer en el desierto más árido y por tanto bien podría crecer allí.
Nunca es recomendable llevar a ningún lugar plantas invasoras extrañas, pero la situación era tan grave y como ya no había nada que perder, se arriesgó a provocar un desequilibrio en la flora del oasis y enterró, junto a un tronco, algunas de ellas.
Los mensajeros regresaron, el de Hénder con la mochila a los dos días y los demás al sexto día. Todos iban cargados a más no poder, salvo el que venía de Hénder que parecía no llevar nada. Pero al abrir la mochila comenzaron a sacar de allí tal cantidad de harina, frutas, verduras, carnes, quesos y qué sé yo más, con lo que acabaron llenando las despensas.
A los pocos días, al pie de aquella palma en que se habían enterrado las semillas comenzaron a aparecer unos tallos con hojas rojizas que, poco a poco se fueron extendiendo como una mancha de aceite ahogando al trébol hechizado.
Fan enterró dos o tres semillas al pie de cada palma y en poco tiempo fue tapizándose todo el oasis de aquella planta rojiza y la primera palma comenzó a verse más lozana.
La vida en Serah se había normalizado y, siguiendo el consejo de Merto, Halmir hizo partir cuatro caravanas; en primer lugar para llevar noticias de la enfermedad de las palmas y de su pronta recuperación y en segundo lugar para llevar más provisiones hasta que las palmas volvieran a dar fruto.
La nueva planta ya se había extendido por todo el oasis y no se detuvo allí, comenzó a avanzar por el desierto colonizando alguna de las dunas más cercanas, fijando el terreno, que pronto se vio poblado por los insectos y reptiles del oasis.
– Al paso que van estas plantas – pensó Fan – no pasarán muchos años hasta que desaparezca el desierto. Tengo que preguntar en Alandia cómo controlarlas.
Las Palmas Reales comenzaron a florecer, al tiempo que nuevos brotes asomaban al pie de cada una, brotes que Fan hizo trasplantar a los nuevos terrenos conquistados al desierto, ampliando la plantación en tantas palmas como las que ya existían. Fan les enseñó cómo se debía hacer el trasplante y les recomendó que procuraran mantener el cultivo de las Palmas Reales dentro de su territorio para no perder el control del fruto, puesto que del intercambio dependía su supervivencia.
Merto estaba intrigado por algo en lo que Fan no había reparado, lo consideraba normal.
– Halmir: ¿Cómo te explicas que, con matices, diferencias de acento y algunas palabras, todos, hasta en Hénder hablemos muy parecido?
– Hay leyendas que hablan de tiempos en que no existía el Abismo Insondable, tiempos en que el Continente iba más allá y se extendía hasta el horizonte.
Tomó un pergamino de una estantería de su despacho y leyó:
– “ En aquellos tiempos, los hijos de Alandis la Bella, la de los ricos frutos y las bellas flores, partieron hacia tierras del Norte buscando nuevos horizontes. Llevaban semillas, ganados y el espíritu de sus gloriosos antepasados. Y llegados a un país de aguas y pastos, lo hallaron propicio y establecieron su colonia a imagen y semejanza de su añorada Alandis la Bella, con permiso de oscuros habitantes. Un territorio entre rojos y azules, pero éstos les rechazaron y les acosaron. Se encomendaron a la tierra y a los vientos, a la luz y a las tinieblas, a lo húmedo y a lo seco, a lo cálido y a lo frío, y sobrevino la catástrofe. Sobrecogidos, llenos de temor contemplaron como la tierra se estremecía, el viento se arremolinaba, la luz brotaba del fondo de los abismos y la oscuridad ocultó el sol y las dos lunas. Las olas competían con montañas áridas de arena, el fuego brotaba de las cimas fundiendo las nieves eternas… Sus enemigos huyeron despavoridos, pero también vieron abrirse la tierra y tragarse en un abismo insondable su país y sus gentes. Donde antes había pastos verdes y frutales, donde antes se hallaba Alandis la Bella y mucho más allá, no quedaba nada, ni tierra, a sus pies se abría un vacío del que no se veía el fondo.
Rojos y azules, recuperados de la catástrofe, del castigo por sus maldades, volvieron a acosarlos. Y los hijos perdidos de Alandis la Bella huyeron de sus enemigos con sus semillas y ganados hacia el Norte, porque al Sur ya no quedaba donde ir y no sabían si aquellos de color negro que les habían acogido en su territorio habían sobrevivido.
La dura travesía del desierto se cobró muchas vidas, pero siguieron buscando una tierra en la que establecerse en paz. Unos pocos acabaron llegando a un oasis. Los Huérfanos de la Ruina Imborrable que desde entonces se llamaron Hurim, se establecieron allí y se multiplicaron”
Halmir continuó:
– Plantaron sus semillas y cuidaron sus rebaños, ajenos a las guerras de los reinos vecinos aunque no a las consecuencias. Nuestros antepasados no comían el fruto de las Palmas Reales por motivos de creencias y tuvieron que acabar amenazando con talarlas, y así hasta nuestros días. Me imagino que vosotros sois descendientes de nuestros comunes antepasados de Alandis.
– Alandis no existe, pero existe Alandia, tierra de flores y frutos, en la que consideran un tabú las tierras contiguas al Muro, o Abismo como decís vosotros. Seguro que te gustaría visitarla.
Llegó el día de la despedida, cuando el primer cargamento de Sicuos partía en las caravanas a las ciudades–reino de Tetrápolis.
Halmir les ofreció unos saltarenas o unos caballos y unirse a la caravana de Hénder pero Fan le respondió
– Preferimos hacer el viaje de vuelta caminando y sin prisas, pero nos han dicho que en el desierto debemos cuidarnos de los tiburones de arena, ¿Realmente son tan peligrosos?
– No es que sean abundantes, y la posibilidad de toparse con alguno es remota aunque no imposible, y si no vais preparados pueden ser peligrosos. Son muy fieros y no hay nada que les detenga, salvo el agua. No pueden soportarla porque, por su constitución salina, se disuelven en ella, es por eso por lo que nadan en la arena y no salen nunca del desierto
Todos los Hurim salieron al desierto a despedirlos, estaban muy agradecidos puesto que sabían que les debían, no solo la vida, sino también los medios de su supervivencia futura.
No tenían más cosas que ofrecerles, el fruto era su única riqueza. Aunque en el momento de partir Halmir le entregó a Fan dos pequeños odres llenos de una bebida ritual de los Hurim, que no era conocida en los reinos, y le dijo.
– Esto es lo más valioso que tenemos y nunca será suficiente para lo que os debemos. Le llamamos Sicuor y lo destilamos del fruto de las palmas. Es algo que mantenemos en secreto porque tiene unos efectos excepcionales que ya tendrás ocasión de ir descubriendo.
Fan los guardó en la mochila mecánicamente, le dio las gracias y Merto, ocupado en organizar a sus compañeros, no supo de su existencia.
La comitiva se puso en marcha tal como habían hecho a la ida; Rubí iba en vanguardia seguido por Fan y Merto, cerrando la marcha Diamante y Esmeralda, mientras Zafiro les sobrevolaba.
Al pasar por el campamento donde habían encontrado a los exploradores de Hénder comprobaron que hacía días se habían retirado a la ciudad y, seguramente, lo mismo habían hecho los de los otros reinos.
Durante las horas de más sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda, que aprovechaba para buscar agua enterrando sus raíces lo más profundo que podía.
Había pasado sólo un día de viaje cuando estaban reposando a la sombra de la col y Merto advirtió un extraño comportamiento en Diamante, no parecía aquella pacífica oveja de siempre, su mirada se había enturbiado y se la veía mirar a Esmeralda con apetito. Le acercó un manojo del té de roca y ella lo rechazó, lanzándole un bocado a la hoja más próxima de la col, suerte que Merto pudo sujetarla pero se necesitó la ayuda de Fan para inmovilizarla e impedir que mordiera a Esmeralda.
Fan le hizo tomar una infusión de varias hierbas tranquilizantes sin resultado, luego probó con una tisana somnífera y tampoco sirvió de nada, por lo que no tuvieron más remedio que maniatarla, amordazarla y meterla dentro de la mochila para poder seguir el viaje.
Al tercer día Zafiro bajó alarmada mientras que, con la mirada, señalaba a lo lejos en dirección al Este. Todos se quedaron quietos y con la vista fija en la lejanía. Finalmente Fan creyó percibir una ondulación de la arena que se iba desplazando hacia ellos.
Recordando las indicaciones de Halmir, buscó en la mochila uno de los odres de agua; pero pensó que, si la gastaban para protegerse del tiburón, podría faltar para el resto del viaje. Entonces sacó la bobina de hilo de seda y la capa de los Telares de Cipán.
Preparó una lazada corrediza con dos cabos que sujetaron él y Merto, dejaron como cebo al resto de los compañeros, tendieron el lazo y se taparon con la capa.
Al poco vieron llegar la horrible cabeza del tiburón, semejante a un perro pero con el morro largo y ahusado.
El cuerpo era fusiforme muy estilizado, podríamos decir “arenodinámico”, y con cuatro filas de aletas ondulantes como las patas del ciempiés, lo que le permitía nadar en la arena como si fuera agua. Cuando se acercaba al grupo que formaban Rubí, Esmeralda y Zafiro, Fan y Merto sujetaron fuertemente los cabos de la seda y cuando el tiburón llegó al lazo tiraron con fuerza y quedó sujeto por el afilado morro. A una seña de Fan subieron todos al lomo del tiburón que se resistió, pero la seda era más fuerte que él y se le clavaba dolorosamente. A partir de aquí el viaje terminó en un santiamén; tirando de un lado o de otro de la hebra de seda, Fan y Merto iban guiando a la fiera que les transportaba a sus lomos hacia los límites del desierto y tirando hacia arriba le impedían sumergirse y así librarse de ellos. Tan pronto vieron las torres de Hénder, Fan abrió el odre de agua y lo vertió sobre el tiburón que se disolvió inmediatamente y todos cayeron en la arena. Tan sólo quedaba como recuerdo de su existencia una doble fila de aguzados dientes de vidrio que Fan guardó con cuidado de no herir a Diamante.
Caminaron la media legua que les faltaba hasta las puertas del castillo, donde fueron recibidos con grandes muestras de alegría. La caravana ya había llegado y se les estaba esperando.
Encontraron a Gontar, y Fan le contó lo que le había pasado a la oveja. Le explicó las hierbas que le había hecho tomar sin resultado y Gontar le dijo.
– Está claro que le ha afectado aquel trébol y, tal como dices, seguro que guardaba residuos de los hechizos que se derrocharon irresponsablemente en las Guerras Mágicas. Como no sé cuál fue el hechizo causante del problema voy a intentar un contrahechizo de amplio espectro a ver si da resultado.
Sacaron a Diamante de la mochila y le dieron un bebedizo que había preparado Gontar. Cuando la soltaron se encaramó de un salto en la roca más cercana y comenzó a devorar con ganas una gran mata de aquel té que tanto le gustaba.
Una semana duraron las fiestas en el reino de Hénder para celebrar la vuelta del fruto; Diamante la oveja se atiborró de aquel raro té de roca, Rubí el lobo quedó ahíto de pan con queso, pero no de un queso cualquiera sino de los quesos más variados, desde los más tiernos a los más curados, Esmeralda la col enchufó sus raíces en el jardín de Palacio chupando de aquel suelo, espléndidamente abonado con estiércol natural y sazonado con nitratos variados, y Zafiro la mariposa, se dedicó a polinizar los jardines libando aquí y allá, dejándolos casi tan lucidos como los de Alandia.
– Te hemos hecho venir porque nosotros nos vemos incapacitados para emprender ninguna acción, pero será mejor que primero os pongamos al corriente de los sucesos históricos que dieron lugar a la situación actual y explican nuestras limitaciones para actuar.- dijo el Rey - Nuestro reino se extiende desde lo que vosotros llamáis el Muro del Fin del Mundo y para nosotros es El Abismo Insondable hasta pocas leguas adentro de un desierto al que llamamos Desierto de Tetrápolis. A derecha e izquierda limitamos con otras dos ciudades–reinos de las cuatro que forman dicha Tetrápolis, a saber:
Hénder, que ya conocéis y cuyos habitantes somos de color negro.
Dwonder, cuyos habitantes son de color rojo.
Trifer, cuyos habitantes son de color amarillo
y muy al norte existe otro reino llamado Quater, con el cual no lindamos y cuyos habitantes son de color azul.
Hace muchos años, las cuatro ciudades–reino competíamos por la posesión del Oasis de Serah, situado en el centro del desierto y equidistante de todos.
– En Serah – siguió Gontar – viven los Hurim, que son blancos como vosotros y que cuidan las llamadas Palmas Reales, una especie de palmera cuyo fruto llamado “sicuo”, que es parecido al higo, siempre ha sido la causa de todas nuestras desavenencias, ya que es muy apreciado por su sabor y es muy adictivo.
– De modo que – terció el Rey – durante muchos años hubo guerra entre los reinos por la posesión del Oasis y sus frutos, pero el desierto y las distancias complicaban las cosas y no había ganador claro
– Hasta que – añadió Gontar – Trifer inició una nueva fase de la guerra por medio de la magia y los otros reinos se sumaron a ella, en lo que llegarían a llamarse las Guerras Mágicas.
– Aquí también se llegó a un equilibrio de fuerzas – dijo el Rey – pero nos vimos obligados por los Hurim a firmar un Tratado de Paz en el que ellos impusieron las condiciones.
– ¿Cómo es posible que pudieran obligar a firmar e imponer condiciones a los cuatro reinos? – preguntó Merto
– Porque ya estaban hartos de ser víctimas ocasionales de nuestras pugnas y rencillas, e hicieron – dijo el Rey – lo único que estaba en su mano para hacernos claudicar; amenazaron con que, en caso contrario, talarían todas las Palmas Reales. Alegaron que ellos no consumían su fruto y, hasta entonces, sólo les habían traído problemas. Así que todos tuvimos que aceptar sus condiciones si queríamos asegurarnos el suministro de los preciados sicuos.
– Las condiciones – dijo Gontar – consistían en que sólo ellos administrarían la producción del fruto y su reparto equitativo entre las cuatro ciudades–reino, a cambio de alimentos y otros productos. Se declaró el Oasis como Zona Libre de Magia y a los habitantes de la Tetrápolis como personas non gratas. Desde entonces reinó la paz y los frutos llegaron puntualmente, hasta la desafortunada intervención de mi maestro Artifax; aquel mago tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto y que, descontento con el pago por sus servicios en las Guerras Mágicas, decidió hechizar Hénder, como bien sabes.
– Tras tu providencial llegada – dijo el Rey – el suministro a Hénder del fruto se reanudó con normalidad, pero, desde hace un mes, dejaron de llegar caravanas sin ninguna explicación. Al principio pensamos que, como mientras Hénder estuvo encantado el fruto se repartía entre tres, al tener que repartir de nuevo entre cuatro se había producido algún pacto contra nosotros, dejándonos fuera del Tratado. Enviamos exploradores a los límites del Oasis y durante una semana no salieron caravanas hacia ninguno de los otros reinos y ellos, que también tenían exploradores, afirmaban que también les habían dejado de llegar caravanas.
– Los exploradores – dijo Gontar – no pueden, según el Tratado, pasar los límites de Serah; puesto que allí no se admiten negros, rojos, amarillos ni azules, y es por eso por lo que necesitamos de vosotros; yo como mago aunque sea blanco tampoco puedo ir y vosotros que sois también blancos podríais enteraros de lo que pasa
– Bien – dijo Fan – pues ¿a qué esperamos? Vamos amigos, pongámonos en camino.
– Podríais ir en saltarenas – dijo Gontar – pero tendrían que quedarse aquí Rubí, Diamante y Esmeralda, porque no vuelan y no pueden cabalgar.
– No importa, iremos a pie e iremos todos – dijo Fan, pero no le dijo a Gontar que podrían ir en la mochila porque pensó que él ya debía saberlo, ¿o no?, y si no había dicho nada sus razones tendría.
No se hicieron esperar, revisaron las provisiones necesarias para el Desierto de Tetrápolis, cargaron agua y un saco de aquel té de roca que tanto gustaba a Diamante y se pusieron en marcha sin más dilaciones.
Les advirtieron que debían guardarse de los tiburones de arena que, aunque no abundaban, podrían darles algún disgusto; y por eso la comitiva estaba formada por Rubí como explorador avanzado, seguido de Fan y Merto, y cerrando la expedición Esmeralda la col y Diamante la oveja. Sobrevolando a media altura iba Zafiro.
Afortunadamente no tuvieron ningún encuentro desagradable y, como hicieran en el Desierto de Oms, caminaban de noche y en las horas más fuertes de sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda que, clavando sus raíces, se proveía de agua suficiente y a ellos de fresca sombra.
Al cabo de cuatro días agotadores, que resultaron monótonos y calurosos, a lo lejos divisaron ya la silueta de las Palmas Reales y Merto le dijo a Fan
– ¿Estás seguro de que eso es el Oasis?, mira que he oído decir que en los desiertos se dan los espejismos que engañan a los viajeros.
– No te preocupes, los exploradores que tenemos ahí tan cerca refugiados en sus sombrajos no son ningún espejismo, y si ellos están aquí, aquello sin duda es Serah.Y allá puedes ver sus saltarenas.
Llegaron hasta la altura de los exploradores de Hénder y les saludaron.
– Buenos días, venimos de la ciudad enviados por el Rey y Gontar. ¿Hay alguna novedad?
– Saludos, ya nos había anunciado un mensajero que vendríais y os esperábamos. No hemos podido apreciar movimientos en Serah, ni caravanas, ni nadie que se aventure por los alrededores, parece un pueblo muerto ¡Con lo aburrido que es esperar y esperar y que nunca pase nada!.
Se despidieron y siguieron camino hacia el oasis. Esperaban que alguien saliera a su encuentro en cuanto vieran que se acercaban extraños, pero no lo hizo nadie y cuando salieron de la arena y entraron en la zona de vegetación, tampoco vieron alma humana por los alrededores. Finalmente, junto a un pozo, encontraron a un Hurim apoyado en el brocal intentando sacar un cubo de agua, pero no tenía fuerzas para tirar de la cuerda de la polea.
Fan se acercó y le ayudó a subir el cubo, mientras le decía.
– Somos habitantes de Pascia, y venimos en son de paz, ¿Nos podríamos entrevistar con las autoridades?
El hombre no tuvo fuerzas para contestar y sufrió un desmayo allí mismo, las puertas de las casas estaban cerradas y no asomó nadie.
– Pues bueno – dijo Merto – ¿Ahora qué hacemos? Parece como si aquí no viviera nadie y éste está en las últimas.
Fan señaló a Merto unas ramas secas que había cerca del pozo.
– Ve encendiendo algo de fuego
Dijo Fan revolviendo en la mochila y sacando un paquetito de hojas secas y un pucherete al que vertió un poco de agua del pozo, le añadió unas cuantas hojas del paquetito y, tan pronto Merto lo tuvo encendido con su yesca y pedernal, lo puso al fuego a calentar.
Al poco rato le dio a beber aquella infusión al Hurim, que reaccionó enseguida. Fan, sin darle tiempo a decir nada le dio unas galletas y un trozo de queso que devoró como si nunca hubiera comido. Ya repuesto dijo
– Gracias, gracias, llevaba ya tres días sin comer nada y todos aquí estamos igual.
– Bueno, – dijo Fan – ya me contarás luego cómo es que estáis así, pero ahora dime dónde podemos encontrar algún caldero lo suficientemente grande para toda tu gente.
– En la Cocina Comunal, allí se guisa para todo el pueblo todo lo que traemos de los reinos, pero ya no nos queda nada más que los calderos, pero ¿Para qué servirían?
– No importa ¡vamos allá.
Cuando llegaron a la Cocina Comunal encontraron toda clase de recipientes, tomó uno bastante grande y le dijo a Merto
– Enciende fuego y pon esta olla con agua a templar.
Sacó una buena cantidad de lomos de pescado en salazón que había sobrado del último banquete en Aste y un gran saco de patatas, le entregó a Merto el saco y le dijo
– Como tú tienes buenas herramientas y bien afiladas, te ha tocado pelar patatas, yo voy a ir desalando el pescado. Normalmente hacen falta horas pero vamos a tener que acelerar el proceso, si lo desmenuzo y lo pongo con agua templada y la voy cambiando a menudo algo conseguiremos. De todos modos si el guiso sale algo salado no creo que le hagan ascos. Y ahora – le dijo al Hurim, que ya estaba más espabilado – mientras se hace el guiso ya puedes irme contando lo que ha pasado.
- En primer lugar me presentaré, soy Halmir, Conductor de los Hurim. No sé si estás enterado de que aquí en Serah está proscrita la magia y sospecho que, al menos la col y la mariposa son algo mágico pero, como te debo tanto, voy a hacer la vista gorda. Pues bien; hace dos meses que las Palmas Reales dejaron de dar fruto sin que nadie sepa la causa. Mientras quedaron reservas en nuestros almacenes las caravanas siguieron haciendo las cuatro rutas, como siempre, pero cuando se acabaron las reservas sin que las Palmas volvieran a florecer, ya no pudimos hacer más envíos. Aún confiábamos en que volvieran a producir antes de que se nos acabaran los comestibles, pero no sucedió así. Tuvimos que racionar lo que quedaba a ver si aún florecían, hasta hace tres días en que ya no quedaba ni un mendrugo.
– Bien – respondió Fan – luego, a su debido tiempo, nos encargaremos de eso, ahora lo que hace falta es reanimar a tu gente y resolver el problema de los comestibles.
Preparó además una buena cantidad de tisana reanimante con aquellas plantas que Gontar le había enseñado y, cuando el guiso estuvo en su punto, que por cierto no estaba muy salado, se organizaron para ir repartiéndolo casa por casa; un vaso de infusión y un plato de guiso por persona y, en poco tiempo, se les vio reanimarse.
Aún quedó bastante guiso del que comieron Fan, Merto, Rubí, y Halmir, encontrándolo delicioso, y aún sobró.
– Ahora Halmir – dijo Merto – debemos preocuparnos en primer lugar de conseguir comestibles rápidamente; puesto que, si no lo hacemos, todo esto no habrá servido de nada.
– ¿Tienes algún jinete rápido que pudiera llegar a Hénder y regresar en poco tiempo?, – dijo Fan – porque con mi mochila podría traer los víveres de primera necesidad para un mes sin problema, le envías en mi nombre y no le negarán nada.
– Eso es fácil, – respondió Halmir – con un saltarenas podría regresar en dos días, pero creo que deberíamos enviar también mensajeros a los otros reinos ya que se podrían tomar a mal si lo enviamos sólo a Hénder. No querría ser el causante de una nueva guerra.
– Me parece bien – dijo Merto – si les cuentan cual es la situación ninguno se negará a entregarles comestibles aunque no lleven fruto, así que los enviados carguen todo lo que puedan y no se den prisa, porque con lo que llegue de Hénder será suficiente.
Así lo hicieron; Fan vació la mochila en donde quedaban bastantes galletas, queso y carne ahumada, les entregó a cada uno unas galletas con queso para el viaje de ida, puesto que ya comerían en su destino, y guardó el resto, además del guiso que había sobrado, para distribuirlo entre la población hasta su regreso. Entregó la mochila al jinete que había de ir a Hénder y le recomendó que en cuanto llegara fuera a buscar al mago y él sabría lo que se tenía que hacer.
Montaron los cuatro en sus saltarenas, que eran una especie de grandes gacelas, capaces de avanzar en cada salto más de seis varas y salieron disparados hacia los cuatro puntos cardinales con sus grandes saltos, perdiéndose enseguida en la distancia.
Se acercaron a las Palmas Reales para ver si descubrían la causa de que no dieran fruto. Estaban mustias, con aspecto de estar secándose.
Esmeralda clavó sus raíces al pie de una palma, bajo tierra, y al cabo la sacó arrastrando consigo una maraña de extrañas raíces fuertemente abrazadas a trozos de raíz de palma.
Fan conocía muy bien aquellas hierbas que tapizaban el oasis, era trébol común, pero nunca había visto un trébol con aquellas raíces que estrangulaban todas las de las plantas vecinas.
Aquella anomalía vegetal debía ser consecuencia de las Guerras Mágicas y haría falta algún mago para conjurar aquella aberración, pero los magos allí no eran bien recibidos, los reyes eran muy suspicaces y la presencia de algún mago rival podría desembocar en una nueva guerra. Así que tenían que resolver el problema por si mismos.
Diamante, que hasta entonces se había alimentado con el té de roca que Fan llevaba en la mochila, comenzó a mordisquear aquel trébol.
– No comas de eso, no sabemos que efectos puede tener, creo que está hechizado.
Diamante debió pensar...
– Poca cosa puede hacerme, a fin de cuentas yo soy una piedra hechizada en forma de oveja.
De todos modos ya no volvió a comer más que té de roca.
Con hoces y toda clase de herramientas cortantes que encontraron y que Merto afiló a conciencia, comenzaron a segar las hierbas, pero las raíces sobrevivían y las hojas volvían a rebrotar rápidamente.
Era inútil, tendrían que resignarse a la pérdida de las Palmas Reales.
Fan recordó aquellas semillas que le habían dado en Alandia. Aquella planta que, según le dijeron, era capaz de crecer en el desierto más árido y por tanto bien podría crecer allí.
Nunca es recomendable llevar a ningún lugar plantas invasoras extrañas, pero la situación era tan grave y como ya no había nada que perder, se arriesgó a provocar un desequilibrio en la flora del oasis y enterró, junto a un tronco, algunas de ellas.
Los mensajeros regresaron, el de Hénder con la mochila a los dos días y los demás al sexto día. Todos iban cargados a más no poder, salvo el que venía de Hénder que parecía no llevar nada. Pero al abrir la mochila comenzaron a sacar de allí tal cantidad de harina, frutas, verduras, carnes, quesos y qué sé yo más, con lo que acabaron llenando las despensas.
A los pocos días, al pie de aquella palma en que se habían enterrado las semillas comenzaron a aparecer unos tallos con hojas rojizas que, poco a poco se fueron extendiendo como una mancha de aceite ahogando al trébol hechizado.
Fan enterró dos o tres semillas al pie de cada palma y en poco tiempo fue tapizándose todo el oasis de aquella planta rojiza y la primera palma comenzó a verse más lozana.
La vida en Serah se había normalizado y, siguiendo el consejo de Merto, Halmir hizo partir cuatro caravanas; en primer lugar para llevar noticias de la enfermedad de las palmas y de su pronta recuperación y en segundo lugar para llevar más provisiones hasta que las palmas volvieran a dar fruto.
La nueva planta ya se había extendido por todo el oasis y no se detuvo allí, comenzó a avanzar por el desierto colonizando alguna de las dunas más cercanas, fijando el terreno, que pronto se vio poblado por los insectos y reptiles del oasis.
– Al paso que van estas plantas – pensó Fan – no pasarán muchos años hasta que desaparezca el desierto. Tengo que preguntar en Alandia cómo controlarlas.
Las Palmas Reales comenzaron a florecer, al tiempo que nuevos brotes asomaban al pie de cada una, brotes que Fan hizo trasplantar a los nuevos terrenos conquistados al desierto, ampliando la plantación en tantas palmas como las que ya existían. Fan les enseñó cómo se debía hacer el trasplante y les recomendó que procuraran mantener el cultivo de las Palmas Reales dentro de su territorio para no perder el control del fruto, puesto que del intercambio dependía su supervivencia.
Merto estaba intrigado por algo en lo que Fan no había reparado, lo consideraba normal.
– Halmir: ¿Cómo te explicas que, con matices, diferencias de acento y algunas palabras, todos, hasta en Hénder hablemos muy parecido?
– Hay leyendas que hablan de tiempos en que no existía el Abismo Insondable, tiempos en que el Continente iba más allá y se extendía hasta el horizonte.
Tomó un pergamino de una estantería de su despacho y leyó:
– “ En aquellos tiempos, los hijos de Alandis la Bella, la de los ricos frutos y las bellas flores, partieron hacia tierras del Norte buscando nuevos horizontes. Llevaban semillas, ganados y el espíritu de sus gloriosos antepasados. Y llegados a un país de aguas y pastos, lo hallaron propicio y establecieron su colonia a imagen y semejanza de su añorada Alandis la Bella, con permiso de oscuros habitantes. Un territorio entre rojos y azules, pero éstos les rechazaron y les acosaron. Se encomendaron a la tierra y a los vientos, a la luz y a las tinieblas, a lo húmedo y a lo seco, a lo cálido y a lo frío, y sobrevino la catástrofe. Sobrecogidos, llenos de temor contemplaron como la tierra se estremecía, el viento se arremolinaba, la luz brotaba del fondo de los abismos y la oscuridad ocultó el sol y las dos lunas. Las olas competían con montañas áridas de arena, el fuego brotaba de las cimas fundiendo las nieves eternas… Sus enemigos huyeron despavoridos, pero también vieron abrirse la tierra y tragarse en un abismo insondable su país y sus gentes. Donde antes había pastos verdes y frutales, donde antes se hallaba Alandis la Bella y mucho más allá, no quedaba nada, ni tierra, a sus pies se abría un vacío del que no se veía el fondo.
Rojos y azules, recuperados de la catástrofe, del castigo por sus maldades, volvieron a acosarlos. Y los hijos perdidos de Alandis la Bella huyeron de sus enemigos con sus semillas y ganados hacia el Norte, porque al Sur ya no quedaba donde ir y no sabían si aquellos de color negro que les habían acogido en su territorio habían sobrevivido.
La dura travesía del desierto se cobró muchas vidas, pero siguieron buscando una tierra en la que establecerse en paz. Unos pocos acabaron llegando a un oasis. Los Huérfanos de la Ruina Imborrable que desde entonces se llamaron Hurim, se establecieron allí y se multiplicaron”
Halmir continuó:
– Plantaron sus semillas y cuidaron sus rebaños, ajenos a las guerras de los reinos vecinos aunque no a las consecuencias. Nuestros antepasados no comían el fruto de las Palmas Reales por motivos de creencias y tuvieron que acabar amenazando con talarlas, y así hasta nuestros días. Me imagino que vosotros sois descendientes de nuestros comunes antepasados de Alandis.
– Alandis no existe, pero existe Alandia, tierra de flores y frutos, en la que consideran un tabú las tierras contiguas al Muro, o Abismo como decís vosotros. Seguro que te gustaría visitarla.
Llegó el día de la despedida, cuando el primer cargamento de Sicuos partía en las caravanas a las ciudades–reino de Tetrápolis.
Halmir les ofreció unos saltarenas o unos caballos y unirse a la caravana de Hénder pero Fan le respondió
– Preferimos hacer el viaje de vuelta caminando y sin prisas, pero nos han dicho que en el desierto debemos cuidarnos de los tiburones de arena, ¿Realmente son tan peligrosos?
– No es que sean abundantes, y la posibilidad de toparse con alguno es remota aunque no imposible, y si no vais preparados pueden ser peligrosos. Son muy fieros y no hay nada que les detenga, salvo el agua. No pueden soportarla porque, por su constitución salina, se disuelven en ella, es por eso por lo que nadan en la arena y no salen nunca del desierto
Todos los Hurim salieron al desierto a despedirlos, estaban muy agradecidos puesto que sabían que les debían, no solo la vida, sino también los medios de su supervivencia futura.
No tenían más cosas que ofrecerles, el fruto era su única riqueza. Aunque en el momento de partir Halmir le entregó a Fan dos pequeños odres llenos de una bebida ritual de los Hurim, que no era conocida en los reinos, y le dijo.
– Esto es lo más valioso que tenemos y nunca será suficiente para lo que os debemos. Le llamamos Sicuor y lo destilamos del fruto de las palmas. Es algo que mantenemos en secreto porque tiene unos efectos excepcionales que ya tendrás ocasión de ir descubriendo.
Fan los guardó en la mochila mecánicamente, le dio las gracias y Merto, ocupado en organizar a sus compañeros, no supo de su existencia.
La comitiva se puso en marcha tal como habían hecho a la ida; Rubí iba en vanguardia seguido por Fan y Merto, cerrando la marcha Diamante y Esmeralda, mientras Zafiro les sobrevolaba.
Al pasar por el campamento donde habían encontrado a los exploradores de Hénder comprobaron que hacía días se habían retirado a la ciudad y, seguramente, lo mismo habían hecho los de los otros reinos.
Durante las horas de más sol se refugiaban bajo las hojas extendidas de Esmeralda, que aprovechaba para buscar agua enterrando sus raíces lo más profundo que podía.
Había pasado sólo un día de viaje cuando estaban reposando a la sombra de la col y Merto advirtió un extraño comportamiento en Diamante, no parecía aquella pacífica oveja de siempre, su mirada se había enturbiado y se la veía mirar a Esmeralda con apetito. Le acercó un manojo del té de roca y ella lo rechazó, lanzándole un bocado a la hoja más próxima de la col, suerte que Merto pudo sujetarla pero se necesitó la ayuda de Fan para inmovilizarla e impedir que mordiera a Esmeralda.
Fan le hizo tomar una infusión de varias hierbas tranquilizantes sin resultado, luego probó con una tisana somnífera y tampoco sirvió de nada, por lo que no tuvieron más remedio que maniatarla, amordazarla y meterla dentro de la mochila para poder seguir el viaje.
Al tercer día Zafiro bajó alarmada mientras que, con la mirada, señalaba a lo lejos en dirección al Este. Todos se quedaron quietos y con la vista fija en la lejanía. Finalmente Fan creyó percibir una ondulación de la arena que se iba desplazando hacia ellos.
Recordando las indicaciones de Halmir, buscó en la mochila uno de los odres de agua; pero pensó que, si la gastaban para protegerse del tiburón, podría faltar para el resto del viaje. Entonces sacó la bobina de hilo de seda y la capa de los Telares de Cipán.
Preparó una lazada corrediza con dos cabos que sujetaron él y Merto, dejaron como cebo al resto de los compañeros, tendieron el lazo y se taparon con la capa.
Al poco vieron llegar la horrible cabeza del tiburón, semejante a un perro pero con el morro largo y ahusado.
El cuerpo era fusiforme muy estilizado, podríamos decir “arenodinámico”, y con cuatro filas de aletas ondulantes como las patas del ciempiés, lo que le permitía nadar en la arena como si fuera agua. Cuando se acercaba al grupo que formaban Rubí, Esmeralda y Zafiro, Fan y Merto sujetaron fuertemente los cabos de la seda y cuando el tiburón llegó al lazo tiraron con fuerza y quedó sujeto por el afilado morro. A una seña de Fan subieron todos al lomo del tiburón que se resistió, pero la seda era más fuerte que él y se le clavaba dolorosamente. A partir de aquí el viaje terminó en un santiamén; tirando de un lado o de otro de la hebra de seda, Fan y Merto iban guiando a la fiera que les transportaba a sus lomos hacia los límites del desierto y tirando hacia arriba le impedían sumergirse y así librarse de ellos. Tan pronto vieron las torres de Hénder, Fan abrió el odre de agua y lo vertió sobre el tiburón que se disolvió inmediatamente y todos cayeron en la arena. Tan sólo quedaba como recuerdo de su existencia una doble fila de aguzados dientes de vidrio que Fan guardó con cuidado de no herir a Diamante.
Caminaron la media legua que les faltaba hasta las puertas del castillo, donde fueron recibidos con grandes muestras de alegría. La caravana ya había llegado y se les estaba esperando.
Encontraron a Gontar, y Fan le contó lo que le había pasado a la oveja. Le explicó las hierbas que le había hecho tomar sin resultado y Gontar le dijo.
– Está claro que le ha afectado aquel trébol y, tal como dices, seguro que guardaba residuos de los hechizos que se derrocharon irresponsablemente en las Guerras Mágicas. Como no sé cuál fue el hechizo causante del problema voy a intentar un contrahechizo de amplio espectro a ver si da resultado.
Sacaron a Diamante de la mochila y le dieron un bebedizo que había preparado Gontar. Cuando la soltaron se encaramó de un salto en la roca más cercana y comenzó a devorar con ganas una gran mata de aquel té que tanto le gustaba.
Una semana duraron las fiestas en el reino de Hénder para celebrar la vuelta del fruto; Diamante la oveja se atiborró de aquel raro té de roca, Rubí el lobo quedó ahíto de pan con queso, pero no de un queso cualquiera sino de los quesos más variados, desde los más tiernos a los más curados, Esmeralda la col enchufó sus raíces en el jardín de Palacio chupando de aquel suelo, espléndidamente abonado con estiércol natural y sazonado con nitratos variados, y Zafiro la mariposa, se dedicó a polinizar los jardines libando aquí y allá, dejándolos casi tan lucidos como los de Alandia.
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