Acabadas la peripecias de la gallina “Cloe” y las locas
aventuras de los “Piratas de Barbados”, comienzo ahora
una nueva serie de cuentos que espero os gusten y me
de tiempo, entre tanto, a revisar y teclear los “Relatos de
Hénder” que intenté publicar antes y que han seguido sus
andanzas por su cuenta, duplicando lo que ya tenía escrito.
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al pie
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Me encontraba muy mal, tan mal como para no tener ganas de nada; de salir, de ver a nadie y ni tan siquiera de mirarme al espejo. Y, de haberlo hecho, me habría llevado un buen susto porque tampoco tenía ganas de afeitarme.
Hacía mucho tiempo que era incapaz de enhebrar cuatro líneas medianamente coherentes. Me había quedado sin inspiración, sin esa chispa que enciende las ideas, destapa los sueños y hace brotar las historias. Tampoco las musas, si es que existen, se habían dignado visitarme.
Pues, como he dicho, me encontraba muy mal, en las horas más bajas que había pasado en mi vida, y deseaba fervientemente recibir algún tipo de ayuda, cualquiera que ésta fuera.
La papelera rebosaba de folios arrugados, en los que había intentado infructuosamente hilvanar unas cuantas frases; pero, sin ideas, era como pedir a alguna persona normal que intentara interpretar y describir un cuadro abstracto.
Sabía que era capaz de desarrollar una narración; con su planteamiento, nudo y desenlace, lo había hecho muchas veces, pero en ese momento me faltaba lo más importante: la historia y, sin la historia, todo lo que escribía resultaba inconexo, ininteligible y carente de interés.
Dando vueltas mecánicamente al bolígrafo entre los dedos, miraba fijamente el blanco papel sobre mi escritorio, como si su desnudez pudiera hacerme concebir ideas con que vestirlo de frases y más frases.
No sé si fue el blanco del papel que me deslumbraba, o que mi vista o mi cerebro me estaban jugando una mala pasada. Sobre la impoluta superficie del folio, se materializó un diminuto y extraño personaje. Podría describirlo como uno de aquellos muñecos de Famobil, los Clicks, de ese tamaño, pero con más aspecto humano. Me pareció uno de aquellos duendes o gnomos, de los que, siendo pequeño, había leído y había visto dibujados. También vestía de forma llamativa, con unas vestiduras de color verde y un gorro en forma de seta.
Se me quedó mirando descaradamente y me soltó a bocajarro:
- ¿Por qué me has invocado?
Yo estaba tan sorprendido que casi era incapaz de pensar y de articular palabra, pero conseguí decir:
- Yo no te he invocado, ni sabía que existieras, si es que existes y no estoy soñando; porque...¿quién eres y de dónde sales?
- Soy Plin, así tal cual suena, y vengo a satisfacer tus peticiones porque, aunque no lo sepas, me has llamado. Vengo a inspirarte, porque mi misión es soplarle ideas al oído a aquellos escritores que se encuentran en un período de sequía, cosa que sucede a menudo. Nunca había tenido que visitarte. Hasta ahora te las habías apañado bien; aunque permite que te recomiende no ser tan rebuscado y tan difícil, porque los niños no entienden muchas de las palabras que usas, así como frases y giros.
- Pues de eso se trata, de que vayan enriqueciendo sus conocimientos y su vocabulario. A fin de cuentas hoy en día no tienen que ir con una enciclopedia de veinte tomos a cuestas, les basta con consultar en el móvil.
Sin dejarme acabar la última palabra, se encaramó de un salto en mi hombro y me pegó un susto tal que estuve a punto de sacudírmelo de un manotazo, como si fuera un bicho; pero esperé, intrigado, a ver que pasaba.
Se acercó a mi oído derecho, no comprendo cómo es que sabía que soy un poco duro de oído del izquierdo, y me susurró unas palabras que yo, al pronto, no entendí. Y desapareció tal como había aparecido.
Más tarde, ya recuperado de la sorpresa, fui capaz de entender su mensaje y escribir un cuento. El cuento más raro que había escrito en mi vida, pero tenía sentido, no como lo que últimamente había estado intentando escribir sin éxito.
No es que aquel personaje fantástico fuera un enano, era mucho más pequeño, pero yo acabé llamándolo “el enano soplacuentos” porque, aparte de su nombre, no sabía gran cosa de él.
Desde entonces me ha vuelto la inspiración y no lo he necesitado apenas; pero, cuando me falla la imaginación, no me preocupo ni me desespero, simplemente digo:
- A mí Plin
y regresa a mi hombro, para soplarme al oído un nuevo argumento.
DE ESTA SERIE YA PUBLIQUÉ DOS DE LOS CUENTOS:
El
hombre que no sabía freír un huevo
http://cuentosytrascuentos.blogspot.com.es/2016/02/el-hombre-que-no-sabia-freir-un-huevo.html
http://cuentosytrascuentos.blogspot.com.es/2016/02/el-hombre-que-no-sabia-freir-un-huevo.html
El
gigante irritado
http://cuentosytrascuentos.blogspot.com.es/2016/02/el-gigante-irritado.html
http://cuentosytrascuentos.blogspot.com.es/2016/02/el-gigante-irritado.html
La
próxima semana:
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