las aventuras de nuestros amigos.
Lo que sí es seguro es que las
de El Bergante sí acaban y ya no
volverá a surcar los mares con
sus veinte cañones y su Banda.
12.-
LA BERGANTINA
La
Gaviota puso rumbo a Jamaica, a reunirse con El Bergante en Sandy
Bay. El Comodoro no había abierto la boca, sólo lo hizo para comer
y beber, y no le faltó la comida ni la bebida, porque ellos no eran
igual que él y no le iban a hacer pasar hambre y sed.
Ya
en Sandy Bay se redistribuyeron las tripulaciones y ambas naves se
hicieron a la mar. Hans
W Henze les contó que cada vez se hacía más inhabitable aquel
refugio de piratas y que ya se había producido algún ataque por
corsarios, a las órdenes del nuevo Comodoro. Aunque
habían sido repelidos, no había duda de que acabaría llegando la
Flota Inglesa y no dejaría piedra sobre piedra, de modo que no era
recomendable volver por allí.
Navegaban
rumbo a la isla de Barbacana, o de Barbapapá y encontraron algún
corsario pero no se atrevió a enfrentarse a dos barcos armados. Big
y otros muchos sí que se hubieran acercado a ellos para mandarlos al
fondo, pero ahora otra cosa corría más prisa, deshacerse de
Patacorta, pero no deshacerse en el último sentido, en el sentido más drástico y dramático. Había que deshacerse, es decir librarse de él, pero no como verdugos o asesinos que nunca habían sido, sino apartándolo de sus vidas y, de paso, de la humanidad.
El
Capitán creía, muy acertadamente, que Patacorta no se atrevía a
hablar para no agravar su condena, o para mover a compasión. Temía
que ellos actuarían como lo hubiera hecho él, pero nada más lejos
de eso. No le condenaban a los tiburones ni a encierro, le condenaban
a la libertad absoluta y a hacer algo de provecho para ganarse su
supervivencia, y no a costa de otros. Realmente,
aquello no era más que un justo, aunque más benévolo, destierro;
lo mismo que lo que él les había hecho cuando servían a sus
órdenes y les abandonó en una isla árida. Al menos en ésta
tendría comida y bebida suficiente y, si sabía encontrarlo, un
refugio en la gruta de Bennie el Goonie.
Llegaron
cerca de la isla y fondearon lejos El Bergante; pero, al
contrario de la vez anterior, pudieron adentrarse hasta muy cerca de
la playa con La Gaviota sin tener que arriar la chalupa ni mover a
Patacorta de su, hasta entonces, segura, limpia y confortable bodega.
Sacaron
al prisionero en un bote, lo llevaron a la playa, y allá lo
dejaron con sólo las vestiduras que se reducían a su camisón, su gorro y nada más. Cuando se
dio cuenta de que La Gaviota levaba el ancla, abandonó su mudez y
comenzó a soltar tal sarta de insultos, improperios, blasfemias,
palabrotas, tacos, maldiciones, reniegos, juramentos, groserías…. que no se reproducen aquí por respeto a los tripulantes, que
tuvieron que taparse los oídos como cuando tocaba la Banda de
principiantes.
Ya
habían consumado su justicia pirata y ahora quedaba un vacío, una
sensación de ¿y ahora qué hacemos?. Algunos sugerían
regresar a la Isla de Barbapapá y liberar a Patacorta y así poder
perseguirlo nuevamente, volver a jugar al ratón y al gato, pero la propuesta fue rechazada por mayoría.
Los
tiempos de los piratas, bucaneros y filibusteros estaba llegando a su
fin. Dentro de poco tiempo, la única violencia que controlaría el
Mar Caribe sería la violencia legal, la institucional, la de los imperios español e inglés, esa violencia que parecía menos violencia aún siendo la misma cosa.
Ya
hacía tiempo que eran conscientes de que aquello se acababa; desde
que recibieron las primeras clases del Jefe de Protocolo,
comprendieron que ellos eran diferentes, que no encajaban, que no
estaban hechos para aquella vida de ignorancia, violencia y
grosería.
Ya
no volverían aquellas fiestas en Sandy Bay, ya no volverían a la
isla de La Tortuga, a Barbados, a Belice… Tal vez no pudieran
hacerlo como piratas, aunque sí podrían hacerlo como: piloto,
cordelero, armero, afilador, músico, artillero, herrero, calafate,
curandero…
-
¿Y abandonar al Capitán ? ¿Y abandonar a los compañeros? ¿Y
abandonar el Bloody Mary? ¿Y la sanguinariedad? ¡De ningún modo!
El
histórico motín del Batavia no había sido nada comparado con la
que se armó a bordo del Bergante y La Gaviota; y digo que no había
sido nada comparable, porque ahora no se trataba de apoderarse del
barco, masacrar a los pasajeros y hacer pasar al Capitán por la
plancha, sino todo lo contrario.
Fue
tal el barullo que se armó, que el Capitán Barbanada, al que ya
comenzaban a salirle pelillos en el mentón y bajo la nariz, tuvo que
poner orden.
-
¡Por favor! ¡por favor! No se alboroten. Yo tampoco voy a poder
pasar sin vosotros y sin vuestra amistad, y más ahora que los
felices tiempos de la piratería y la aventura se
acaban.
Todos podríamos desempeñar nuestro oficio o aplicar nuestros
conocimientos, sin dejar de ser lo que somos en
el fondo,
hasta yo podría seguir siendo un pirata pero honorable y respetado tras
una ventanilla, un escritorio, un púlpito, un estrado o una tribuna,
pero no me apetece. Tenemos aún lo que queda del tesoro de El Olonés
y cada cual puede marchar con un buen botín para no preocuparse el
resto de sus días pero, los que prefieran seguir a mi lado podrán
hacerlo. Ahora sólo falta elegir el lugar en donde vamos a
instalarnos, prepararlo para
poder habitarlo y
decidir a qué nos vamos a dedicar a
partir de este momento.
-
¡Hurraaaaaaaa! - se oyó hasta en La Habana.
Lo
más difícil ahora era elegir el lugar.
Unos
proponían buscar cualquier población, pero a la mayoría no les
gustaba; y a los que sí, no llegaban a ponerse de acuerdo sobre si:
en dominio español, inglés, francés u holandés.
Otros
proponían regresar a la isla en la Laguna de las Perlas; la mansión,
las casas y el embarcadero ya estaban construidos, pero el problema
estribaba en que era bien sabido por el Almirantazgo a quién
pertenecía tal isla y tal mansión y pronto tendrían encima a las autoridades inglesas y a
su Flota.
Alguien
propuso la isla de El Olonés, puede que fuera Spider, así ni tan
siquiera habría que molestarse en mover el tesoro, pero a los demás
no les apetecía tener que andar trepando por los acantilados,
tampoco tenían buenos recuerdos de su estancia en la bodega y
aquella isla rocosa no podría producir nada, aparte de no tener
suficiente agua.
Otro
más propuso la Isla de los Cocos, en recuerdo de aquel viaje de coco
y ron, pero era una isla demasiado pequeña para
tantos y,
sólo con cocos no se vive, aparte
de que el
que lo había
propuesto
no era uno de los ocho que habían tenido que sobrevivir en aquella
puñetera isla, eso
sin tener en cuenta que
los
pocos cocos que pudieran quedar se
los habrían comido todos aquellos marinos de
Patacorta que
dejaron allí.
Tampoco
sabían si los habían ido a rescatar, o
si Patacorta había abandonado a sus hombres y tan solo encontrarían su esqueletos, pero
eso era una cosa
que no le preocupaba a nadie, porque ellos habían avisado dentro
del tiempo acordado.
Finalmente,
El Capitán propuso la isla que habían encontrado en su último
viaje al norte. Tenía frutas, agua, una buena cala apropiada para La
Gaviota, era bastante grande y el suelo parecía fértil.
-
Lo que si se precisa es mucho esfuerzo y mucha paciencia. Habrá que
construir todo: un embarcadero, viviendas
suficientes y campos para cultivar, porque… ¿queréis tomates?
-
¡Sííííííí! - esta vez se oyó hasta en Barlovento.
-
Pues iremos con el Bergante a la Isla de El Olonés y traeremos el
tesoro. Mientras tanto, La Gaviota se puede acercar a comprar
provisiones, herramientas, clavos… y ¿cómo no? vodka, ron y
tomates, también semillas de tomatera y otras. Pero será mejor no acercarse a Jamaica ni a La Tortuga. El
puerto más seguro y más tranquilo, parece que por ahora sólo está
en Santo Domingo. Luego nos reuniremos en la isla para trabajar y, el
que quiera marchar, se podrá llevar su parte del tesoro.
El
Bergante partió al mando de Barbanada, también lo hizo La Gaviota
al mando del capitán Peel, que ya estaba curado del corte en la
mejilla, aunque le había quedado una hermosa cicatriz. Ambos partieron
a sus respectivas misiones y
quedaron en encontrarse en su nueva isla.
El
Capitán había elegido el mismo grupo de la última vez; lógicamente
no podía faltar Spider porque tenía que volver a trepar por el
acantilado y atar el cabo al árbol de siempre. Como de costumbre,
tras trepar por la pared como una araña, izar un cabo de tres
cordones y atarlo al tronco se echó una siesta y durmió como un
tronco, mientras que los demás trepaban hasta lo alto del acantilado
con las provisiones y el resto de la impedimenta. Luego,
todo lo demás fue coser y cantar. Ya se conocían el camino y
llegaron hasta el montón de piedras, localizaron los cofres
restantes y los cargaron hasta el borde del acantilado.
Suerte
que iba Big, que cargó él solo con uno de los cofres, otro
lo llevaron entre Porfavor Johnson y Joao “Cañones” y el otro
entre Spider y Will el Cabezota . El Capitán cargó con las mochilas
de las provisiones, los rollos de los cabos y las cantimploras.
Al
llegar al borde del acantilado, sobre la chalupa, descendieron El
Capitán y El Cabezota. Big y los otros fueron atando los cofres y
los bajaban poco a poco hasta que El Capitán y Will los desataban y
acomodaban en cubierta. Luego descendieron todos, salvo Spider que
hizo lo mismo de la expedición anterior: dejó caer el cabo y se
dejó caer al agua en un limpio clavado.
La
Gaviota llegó a su nueva isla tan cargada que casi hacía aguas y
rozaba fondo, pero penetró en la bahía y se comenzó a descargar.
Días más tarde llegó el Bergante, pero se tuvo que quedar mar
adentro y, salvo un retén para cuidarlo, todos desembarcaron con la
chalupa, llevando el tesoro.
El
Capitán reunió a todos y les volvió a decir:
-
El que quiera marchar puede llevarse su parte del tesoro, aquí no
espera más que trabajo y poca diversión.
Sólo
unos pocos optaron por marcharse. Lo hicieron tan pronto estuvo
descargada La Gaviota y aprovechando un nuevo viaje a Santo Domingo
para cargar muebles, menaje de cocina, herramientas y otros
utensilios. Desde allí podrían marchar a donde quisieran.
Mientras
tanto, en la isla la actividad era febril. Hasta el regreso de La
Gaviota, habían construido un embarcadero aprovechando los palos y
las tablas de cubierta de El Bergante. Sí, es cierto, ya no navegaría
más. Aquel barco que, durante tanto tiempo, había sido su hogar y
su refugio, ahora continuaría siéndolo, aunque de una manera muy
diferente.
Poco
a poco lo fueron desguazando, tabla a tabla, hasta que sólo quedó
el casco, que ya podía ser remolcado sin peligro de encallar hasta
el embarcadero y a tierra. Aquella madera era excelente para
construir las casas necesarias para alojar a todos los nuevos
habitantes de aquella isla, y en caso de faltar madera, allí había
árboles suficientes..
Con
las velas y parte de los palos se habían habilitado unas amplias
tiendas, como alojamiento provisional, hasta que se acabaran de
construir los definitivos con las maderas y cuadernas del casco de El
Bergante.
El
día en que cubrieron aguas en la primera vivienda, fue un gran día
y se celebró por todo lo alto, como en otros tiempos. Y no faltó el
espíritu sanguinario mientras duraron los tomates y el vodka.
La
Gaviota iba a seguir navegando, bajo pabellón holandés, por todo el
Caribe; llevando mercancías y pasaje y haciendo de correo y
aprovisionamiento para aquella extraña colonia de hombres solos,
educados y corteses. Una colonia como nunca había existido, una
colonia en aquella isla, en el archipiélago de las Bahamas, a la que
ellos bautizaron con el nombre de Bergantina.
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