PÁGINAS RECOMENDADAS

miércoles, 3 de agosto de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. Cap 10.- A por Patacorta


Y ya, sabiendo de donde viene la animadversión 

hacia el Comodoro Harris, entenderemos por 

qué nuestros amigos se imponen ahora la misión 

de capturarlo y darle una buena lección que no olvidara nunca



10.- A POR PATACORTA

Volvemos a encontrar al Capitán Barbanada y sus hombres a bordo de El Bergante, con rumbo a Barbados, tras haber dejado a los marinos de Patacorta en la Isla de los Cocos. Aquella isla en la que ellos mismos habían sido abandonados por el Comodoro hacía años, antes de serlo (antes de ser Comodoro, se entiende, porque isla ya lo era desde ni se sabe cuando).
Al llegar a puerto cargaron lo imprescindible con el poco dinero que habían podido reunir, tampoco es que hubiera existencias de todo lo que necesitaban ni había nadie de confianza a quien poder venderle los diamantes, por eso compraron lo justo para llegar a otro lugar en que pudieran hacerlo.
Tampoco sabían qué podía haber pasado con La Gaviota, ni tampoco si había llegado indemne, ni si les estaban esperando, aunque el Capitán confiaba plenamente en Peel.
Por eso se decidió por poner rumbo a La Tortuga a fin de encontrarse con La Gaviota antes de emprender cualquier otra acción, vender los diamantes a su comprador habitual, reaprovisionar de todo lo necesario a las dos naves, e informarse de los movimientos de la flota inglesa y de Patacorta.
Una vez refugiados en La Tortuga y reunido con Big y Peel, hicieron planes para enfrentarse al Comodoro.
Era impensable hacer frente abiertamente a la flota, ni siquiera a uno solo de aquellos galeones tan bien armados. La ventaja de El Bergante era su velocidad y capacidad de maniobra, que le permitía escapar fácilmente; pero no su capacidad ofensiva, no había comparación. Pero no descansarían hasta ver cumplida aquella empresa colectiva porque, todos a una, estaban dispuestos a llevarla a cabo, costase lo que costase.
Aunque primero debían ir a recuperar el tesoro de El Olonés. La venta de los diamantes no había sido suficiente para todo y, además, había que pagar a la Confederación, así como a los espías, chivatos y confidentes a los que tenían que recurrir para conseguir noticias de su odiado enemigo.
Dejaron El Bergante en el puerto de La Tortuga, allí estaría seguro gracias a los cañones que defendían la isla. Navegar con él en aquellos tiempos era peligroso porque ya era demasiado conocido y estaba muy buscado.
Gracias a la venta de los diamantes, La Gaviota había sido reformada, mejorada y artillada por Joao ”Cañones”, con diez cañones nuevecitos, cinco por banda. No era conocida y; como las escaramuzas entre españoles e ingleses no cesaban, navegaría bajo bandera holandesa.
El Capitán no quería prescindir de Big en aquella expedición, pero alguien tenía que quedarse al mando y cuidado de El Bergante y el resto de la tripulación, aparte de encargarse de interrogar a todo barco que atracara sobre el paradero del Comodoro y su flotilla.
Barbanada debía decidir entre dejar atrás a Big o a Peel y en ambos tenía suficiente confianza. De modo que lo echó a cara o cruz, quedando decidido por el azar que, quien le acompañaría a la Isla de El Olonés, sería Big.
Durante la travesía procuraron evitar cualquier encuentro, de modo que Spider y Zurdo Johnson, que tenía una vista privilegiada, se turnaron en el puesto de vigía. A la menor señal de avistamiento se cambiaba el rumbo o se izaban velas para rehuir cualquier encuentro. Esta vez no iban a la caza ni querían ser cazados, simplemente iban a recoger el tesoro.
Llegaron a la isla y volvieron a revisar todo el perímetro, como ya lo hicieron la primera vez, por si podían encontrar otro acceso más fácil, pero toda ella era tan escarpada como en la ensenada por la que habían trepado, no había otro lugar más favorable. De modo que acercaron La Gaviota al pie del acantilado. Esta vez no tuvieron que fondear lejos y llegar con la chalupa porque el calado era suficiente.
No fue necesario que Spider volviera a trepar, como la otra vez, por aquella pared de piedra a fin de echar un cabo, ya que allí estaba colgando el que habían usado la vez anterior. Sólo que Spider trepó en primer lugar para asegurarse de que estaba firmemente atado y, como la otra vez, se echó a dormir bajo el árbol mientras los otros trepaban e izaban el material.
En esta ocasión, la expedición la formaban; además del Capitán: Big, Will El Cabezota, y Porfavor Johnson. Y de la expedición anterior: Spider, naturalmente, y Joao “Cañones”.
Bordearon aquel acantilado interminable, siguiendo la ruta de la vez anterior al regresar, y llegaron sin problemas hasta la señal de piedras que habían dejado. Cien pasos más allá, en dirección a la vertical de la cueva, se pusieron a remover las piedras sueltas que ocultaban los cofres. Allí estaban los cuatro.
Los sacaron y comprobaron su contenido, estaba todo tal y como lo habían dejado:
Uno de ellos contenía joyas variadas.
El otro piedras preciosas de todos los colores. Era aquel del que Spider había distraído “una pequeña muestra”, que tan útil había resultado.
Otro estaba lleno collares de perlas y diversos objetos, entre ellos raros trabajos en marfil y ébano.
Y el último lo estaba de monedas de oro y plata: españolas, inglesas, francesas, holandesas y otras muy raras.
El contenido de este último cofre era de utilidad inmediata; en cambio para los otros tres habría que encontrar un comprador a fin de poder convertirlos en moneda contante y sonante.
Decidieron llevarse el cofre de las monedas y enterrar los otros allí nuevamente. ¿Qué mejor lugar? ¿Dónde estarían más seguros?. La experiencia de lo ocurrido con el tesoro de Barbalarga así lo aconsejaba. No era prudente tenerlos en el barco ni llevarlos a La Tortuga, que cada vez estaba resultando un lugar más inseguro.
Volvieron a ocultar los otros cofres en el mismo lugar y regresaron por donde habían llegado. Para facilitar el trasporte hasta el barco, repartieron el contenido en bolsas que habían llevado en previsión y Big cargaba con el pesado cofre como si fuera una pluma.
El descenso y la partida transcurrieron sin novedad; salvo que en esta ocasión, no se dejaron colgando el cabo, sino que Spider, después de haberlo desatado y dejarlo caer sobre la cubierta de La Gaviota; no descendió por la pared, sino que hizo un clavado, cayendo limpiamente al agua y emergiendo de inmediato por la banda de babor.
Al regreso, como a la ida, pero esta vez aún más, se extremaron las precauciones, debido a la carga que llevaban. No querían tener ningún encuentro inesperado, por inofensivo que fuera.
Así atracaron en La Tortuga y guardaron su preciosa carga a buen recaudo en El Bergante. Luego todos lo celebraron, como solían hacerlo, y la Banda animó la fiesta con jotas y fandangos.
Durante su ausencia habían llegado noticias de que el Comodoro Patacorta se estaba construyendo una mansión a la que retirarse. Lo estaba haciendo en el Continente y lejos de la costa, a fin de evitar los ataques piratas, pero aún no se sabía el lugar exacto.
Peel estaba esperando el regreso de un confidente, bien pagado naturalmente, tripulante de una carabela cuyo cargamento consistía en muebles de calidad, llegados de Europa, pero aún tardaría un tiempo.
Los hombres de Barbanada siempre estaban ocupados: lavando, planchando, sacando brillo… y también reparando, limpiando y pintando las naves; pero todo acababa y llegaría un momento en que estarían sin trabajo, y la inactividad llevaba a la dejadez y la molicie, cuando no al conflicto. De modo que el Capitán dispuso hacerse a la mar y explorar unas islas situadas más allá de la Isla de Barba… cana. Más al noroeste de aquellas islas pasaba una ruta comercial que frecuentaban los barcos españoles, cargados hasta los topes, rumbo a Sevilla y otros puertos de la península, de modo que podían hacer alguna buena captura.
La Gaviota permanecería en el puerto de La Tortuga a cargo de Peel y una reducida dotación, porque el grueso de ambas tripulaciones embarcarían en El Bergante en aquel viaje de exploración.
Antes de partir enviaron un mensaje anónimo para informar del paradero de aquellos marinos que habían dejado en la Isla de los Cocos, esperando que Patacorta enviara a alguien al rescate.
Y se hicieron a la mar rumbo norte, hacia unas islas próximas, para luego virar a noroeste y, tras dejar atrás la isla de Barbacana, o Barbapapá, internarse en un archipiélago poco frecuentado por los piratas. Los vientos eran favorables y pronto llegaron a unas islas y una amplia extensión de cayos con abundantes manglares. Pensando en la posibilidad de bajíos y el riesgo de encallar, se mantuvieron alejados de aquellos cayos.
A babor iban dejando atrás muchas islas, algunas de ellas muy estrechas y alargadas.
- ¡Barco a la vista! - sonó la voz del vigía, rompiendo el silencio de la hora de la siesta.
- ¡Y otro! - repitió
- ¡Y otro! - volvió a repetir
El Capitán se echó en cara el catalejo. Temía que pudieran ser naves de guerra y estaba pensando en maniobras evasivas, pero se trataba simplemente de un convoy formado por dos carabelas y una nao rumbo a nordeste. Iban cargadas y sin ninguna escolta.
Seguramente llevaban mercancías de las colonias hacia Sevilla, Cádiz, Bilbao, Barcelona… o a Londres. A aquella distancia no se podía apreciar el pabellón. Podían ser una buena presa y además fácil; pero eran tres y, aunque no supusieran un peligro, siempre era preferible dedicarse a un solo navío aislado. De modo que se retiró, dejando seguir su ruta al convoy. Tampoco había garantías de que no estuvieran artilladas y, entre las tres, les pudieran dar un disgusto.
Una ocasión perdida y otro día de aburrimiento y monotonía. Todo estaba en estado de revista y el trabajo a bordo era el mínimo para aquella tripulación ampliada, por eso el Capitán tuvo el buen criterio de organizar unos cursos.
El Jefe de Protocolo se ocupaba de poner al día a aquellos tripulantes procedentes de La Gaviota en los conocimientos necesarios y comunes en aquel barco: Protocolo, etiqueta, modales...
Doug Adams tomó a otro grupo y les enseñaba las nociones básicas de cocina, preparación de salazones y conservas, así como el conocimiento de las materias primas comestibles.
Albert Boades daba lecciones de trenzado, nudos y redes.
Georg Berg, enseñaba a un perfecto afilado de armas e instrumentos.
Joao “Cañones”, enseñaba el mantenimiento de las armas de fuego y la preparación de armas y explosivos.
Otras muchas actividades se desarrollaron a bordo aquellos aburridos días; la cuestión era evitar el ocio y, su alternativa y consecuencia, las peleas.
La actividad más divertida para los que la practicaban y más molesta para los demás, era la que desarrollaba Hans Werner Henze, el director de la Banda. Quería que todos los tripulantes aprendieran a tocar los instrumentos y se armaba una tremenda algarabía cada vez que ensayaban con las cornetas y los timbales. En esos momentos, toda la tripulación, salvo los que tocaban y Hans, se tenían que tapar los oídos y refugiarse en lo más profundo de la bodega.
A Spider le había gustado tanto el cursillo de Berty, que estaba muy entusiasmado; hilando hebras, torciendo cordones, haciendo nudos y tejiendo redes, como una araña. Por eso no tenía tiempo ni ganas de subir a la cofa para hacer de vigía. ¡Con lo aburrido que es! decía, pero tampoco había otro marinero voluntario, de modo que se llevaba arriba hebras y se entretenía preparando cordeles y anudando una red de abordaje.
Como aún no habían comenzado las trifulcas que el aburrimiento acaba provocando, no había ningún marinero castigado para mandarlo al carajo, así que el Capitán no tuvo más remedio que elegir un relevo para Spider, ya que no se podía estar las veinticuatro horas allá arriba por mucho que fuera un hombre amante de las alturas.
Podía hacerlo por orden alfabético, por edad, por antigüedad, por narices, por…, pero decidió que se lo jugaran a los dados; así, de paso, les daba otro motivo para mantenerse entretenidos. Pero lo debían hacer lo más pronto posible, porque Spider estaba necesitando relevo y si no bajaba pronto podría hacérselo desde allí arriba y, al que le toque, le toque.
Pronto hicieron las primeras eliminatorias y los cuartos de final, de modo que en las semifinales se enfrentaban los perdedores de las fases anteriores:
Georg Berg, con Andrew Brea y Will El Cabezota con Alfred Smith llamado “Cuatrorrumbos”, el timonel.
Berg eliminó a Brea, de modo que Brea tenía que jugar la final.
La expectación era grande y corrían las apuestas, como corría el ron.
Cuatrorrumbos eliminó a El Cabezota
De modo que se enfrentarían finalmente:
Brea y El Cabezota.
La emoción crecía y crecía, del mismo modo que las apuestas y el consumo de ron.
Tiraron un dado cada uno para ver quién hacía la primera tirada.
Brea sacó un cinco y El Cabezota un tres.
De modo que tiraba primero Brea, tomó los dos dados y los lanzó. Sacó un seis y un cuatro y, como era un punto muy bajo, volvió a tirar. Esta vez sacó un cuatro y un dos, en total dieciséis puntos y, o se plantaba con ellos, muy lejos del veintiuno, o volvía a tirar, aunque sabía que si sacaba un seis ya habría perdido, pero esta vez tenía que ser con un solo dado. De modo que se arriesgó porque eran cinco posibilidades a favor y una en contra. Volvió a tirar, sacando un tres y se plantó con los diecinueve. Era muy buena puntuación.
La apuestas echaban humo, y ahora le tocaba tirar a El Cabezota.
En la primera tirada sacó seis y seis, total doce puntos, y la siguiente tirada se ponía difícil, volvió a tirar y esta vez sacó un dos y un tres, dos puntos por debajo de su rival. De modo que se vio obligado a tirar otra vez, con un solo dado y entre la expectación de todos. Corría el riesgo de pasarse con un seis o ganar con un cinco, pero plantarse era perder.
Agitó el dado en la mano y lo dejó caer desde lo alto, lo dejó caer a la cubierta y rodó, y rodó, hasta que ¡se paró! y… había salido un seis, se había pasado de veintiuno y había perdido.
Resignado trepó por las jarcias hasta la cofa, mientras que Spider descendía a toda prisa y se ponía cara a la borda, mirando al horizonte con un gesto y un suspiro de alivio. Entretanto, los apostantes pagaban y cobraban sus apuestas.
Lo que no sabían todos es que, en la mente del Capitán, en unas reglas no escritas ni explícitas, al Cabezota tendría que relevarle Brea, a éste Berg y Cuatrorrumbos, en el orden que quisieran, o se lo podían volver a jugar a los dados, y a éstos les seguirían los demás que se habían librado en los cuartos o en los octavos de final.
Pero El Cabezota, que había tenido la desgracia de perder, tuvo la suerte de avistar una presa, y eso valía una propina en el suministro de Bloody Mary.
- ¡Patache a babor!
El patache era una embarcación de dos palos, muy ligera y de poco calado, que empleaban las flotas para protección de costas, y algunos corsarios para atacar los mercantes enemigos.
- ¿Un patache? ¡Estamos de suerte! Si no se nos escapa, tanto si es español, inglés o corsario, vamos a hundirlo.
Los pataches eran unos barcos más usados por los españoles que por los ingleses, pero los corsarios que los usaban no dudaban en ponerse al servicio de Su Graciosa Majestad.
- ¡Hurraaaaaa! - gritaron todos
- A sus puestos, os lo ruego
Pero no se hicieron de rogar, todos se pusieron a realizar las tareas para las que estaban preparados y que tanto tiempo habían esperando. La Banda comenzó con el toque de Alarma, aunque no se sabe a qué sonaba aquello porque, en aquel momento, estaban ensayando los aprendices.
El patache, que los había divisado, largó todo el trapo y cambió de rumbo dirigiéndose a aguas poco profundas en las que podían navegar sin problemas pero no así El Bergante.
En El Bergante, la actividad era febril, izando velas, preparando los cañones, y preparando los materiales de abordaje, por si no lo enviaban pronto al fondo y tenían que abordarlo.
El patache corría, era una embarcación ligera, pero no tenía nada que hacer con su enemigo con todo su velamen al viento, poco a poco se iban acortando las distancias.
El capitán observaba al barco, no estaba muy artillado, no pasaría de doce cañones, pero podían hacer mucho daño.
En El Bergante se habían hecho reformas durante su última estancia en La Tortuga y se habían equipado dos culebrinas a proa, además de los diez de veinticuatro libras montados a babor y los diez de estribor.
El Capitán puso a Bigeye en las culebrinas, auxiliado por dos ayudantes por pieza, para que no dejara escapar a su presa. Cuando estaban a unas dos millas, ya estaba preparado, a tiro y a punto para disparar, y a aquella distancia los cañones del patache, más pesados, poco podrían hacerle al Bergante, pero quería asegurar el disparo y aguardó hasta una milla. Disparó la de estribor y los ayudantes comenzaron a recargarla.
El disparo había fallado por muy poco, así que rectificó y disparó el de babor. La otra pieza ya estaba a punto, pero con su último disparo había conseguido su objetivo, cargarse el timón, de modo que el patache no podría maniobrar fácilmente. En ese momento viró El Bergante y los diez cañones de babor arrojaron su carga de hierro y fuego. El patache estaba acabado y los botes salvavidas caían y ponían a salvo a la tripulación.
Cuando se alejaban de aquella latitud, todos se quedaron mirando como su presa se iba yendo a pique lentamente y los botes salvavidas ya estaba lejos rumbo a una isla próxima.
Llevaban tiempo navegando, habían visto nuevas islas, habían tenido suficiente diversión y acción, y dolores de cabeza con la Banda, pero no tenían noticias. Todos deseaban regresar a La Tortuga para saber algo de lo que más les interesaba: el paradero de Patacorta y la posibilidad de atraparlo. Y entonces el Capitán fijó el rumbo de regreso.
Tenían que recalar en alguna isla para abastecerse de agua y, como ya sabemos, no era para que la bebieran. De todas aquellas por cuyas cercanías navegaban, sólo unas pocas figuraban en las cartas del Capitán, y no porque aquellas cartas marinas fueran atrasadas, eran las últimas que había comprado y estaban actualizadas muy recientemente.
Prefería no abastecerse en una de las islas habitadas, cuanto menos se hicieran ver mejor. Así que, cuando pasaban cerca de una que parecía desierta, con una bahía estrecha y honda, ordenó al timonel penetrar en la misma, ordenó también ir comprobando el calado con una sonda y pudieron penetrar bien adentro, sin problemas.
Al fondo de aquella especie de fiordo, desembocaba un riachuelo. Echaron dos botes y cargaron toda el agua necesaria; después, el Capitán con un pequeño pelotón hizo una somera exploración y regresaron con unas ananás, bananas y cocos. Marcó las coordenadas de aquella isla y partieron.
------------------------------------------------------------
En La Tortuga había problemas; la autoridad francesa, residente en la parte occidental de La Española, llevaba tiempo intentando imponer algo de autoridad y orden en aquel refugio. Tenían su representante, pero la libertad de que gozaban los piratas, bucaneros y filibusteros apenas había sufrido limitaciones, salvo en los últimos tiempos y, en el momento de que hablamos, el fuerte brazo del dominio francés se estaba haciendo notar aún más. Esa presión se notaba especialmente cuando las escuadras inglesa y española se habían vuelto más represoras contra las actividades delictivas.
Peel y su gente procuraban no meterse en líos y esperaban el regreso del Capitán para abandonar aquel refugio, que ya no lo era tanto.
El confidente había regresado y, a cambio de otra bolsa de monedas, le contó:
- En la costa continental hay una laguna alargada a la que llaman Laguna de las Perlas, más al norte del delta del Río San Juan. Allí hemos llevado el cargamento. Entrando por una amplia embocadura desde el mar se encuentra una isla, y en ella se está construyendo una mansión. A Patacorta no lo he visto, porque allí sólo había trabajadores y marineros, pero he oído que es para el Comodoro y que quiere trasladarse pronto. Por eso se quejaban, porque les estaban haciendo trabajar en la casa sin descanso.
Peel también había oído, en su retiro de La Tortuga, ciertos rumores sobre el relevo del Comodoro. Nunca había caído bien al Almirantazgo, y lo iban a sustituir por un marino de carrera.
- Ya me imagino de dónde ha sacado lo necesario para construirse la mansión – pensó.
Dispuso todo para que, cuando regresara el Capitán, salir a mar abierto sin demora. Para eso tenía siempre a la tripulación y al barco a punto, y había cargado provisiones, pólvora y munición para las dos naves, de modo que no se perdiera tiempo en abandonar la isla.
Todos estaban impacientes y preocupados por el regreso del Capitán y sus compañeros.
---------------------------------------------------------
El Bergante atracó en el muelle junto a La Gaviota, pero Peel no les dio tiempo a preparar las amarras y saltó a cubierta. Se llevó a Barbanada al camarote y le puso al corriente de la situación. No tardó mucho el Capitán en dar la orden de partir, y La Gaviota lo siguió.
No iban a perder tiempo, todos estaban impacientes por cazar a Patacorta, pero había que ser prudentes. Como quiera que, para llegar a la costa del Continente, tenían que pasar cerca de Jamaica, decidieron atracar en Sandy Bay, trasbordar las provisiones y enterarse de las últimas novedades.
No hubo ningún encuentro en el trayecto y su llegada a Sandy Bay fue una fiesta donde todos celebraron el regreso de El Bergante y su gente.
Un día tardaron entre acarrear las provisiones y la fiesta subsiguiente, a la que se invitó, como siempre, a la población. La banda tocó peor que nunca, con sus nuevos componentes; pero eso, tras los primeros tragos de ron, ya no le importó a nadie en absoluto.
Pudieron enterarse de que el relevo del Comodoro ya se había producido por un militar de carrera, llegado de Londres. Decían que, estudios tendría muchos, pero experiencia en batalla, ninguna. Había partido, con toda su Flota, hacia Dominica, en Barlovento, por una falsa información sobre un ataque pirata. Con una sola nave hubiera tenido suficiente para defender aquella isla, sin tener que desguarnecer todas las posesiones del Caribe.
Los tiempos estaban revueltos y, aunque la Flota Inglesa estaba lejos, si es que la información era cierta; quedaban los corsarios, y no entraba en los planes del Capitán entrar en batalla, porque podría comprometer su misión primordial que era encontrar y capturar a Patacorta.
El Bergante era bastante conocido y La Gaviota podía navegar con más libertad, sobre todo bajo pabellón holandés. Tendrían que dejar una pequeña dotación a cargo del barco, y se propuso hacer otra competición a los dados, porque todos querían participar en la aventura. Pero, al final, fue el Capitán el que tomó la decisión: Se quedaría la Banda, al mando de su director Hans W Henze porque, aparte de que en aquella misión no necesitarían música, tendrían ocasión de ensayar más a ver si mejoraban, y además animarían las noches de los habitantes de Sandy Bay; que siempre tendrían la oportunidad de huir a sus casas para escapar de la música, cosa que no podrían hacer los demás tripulantes, si los hubiera.

Y LA PRÓXIMA SEMANA

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se admiten comentarios incluso anónimamente. Lo único es que no se publicarán hasta su filtrado para evitar cosas indeseables para todos.