Las matemáticas no mienten, pero todo depende
de otros factores ajenos a los propios números.
Como pasa con las personas, los números no son
ajenos a influencias externas y, en ese momento,
la importancia de cada cual puede no ser
lo que uno se cree.
LA
REBELIÓN DE LOS NÚMEROS
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al pie
- ¿Por qué, siendo yo el primero, tengo que valer menos que los demás? - decía indignado el número uno dando saltos sobre el papel y no digo zancadas porque sólo tiene un pié - ¿El que resulta ganador en una competición no es el primero, en número uno, el as? Entonces, ¿por qué soy el de menos valor? Si hasta Dios es UNO. Ya sé que estoy delgado como un fideo, no como el ocho, pero no creo que por eso me convierta en el menor de todos los números.
- No te quejes
- Le intentó calmar el cero orondo y redondo - que tú,
por lo menos vales algo, pero yo… si estoy solo no valgo naaaada de
naaaada y, cuando estoy acompañado, sólo valgo para algo si estoy a
la derecha. Y no es que lo valga yo, porque sigo siendo cero, nada,
naaaada de naaaada. Lo que hago (con la rabia que da) es darle más
valor a los números que me acompañan, pero yo sigo igual, naaaaada
de naaaada. Y fíjate que soy un número perfecto, redondo, sin
principio ni fin, geométricamente bello, pero matemáticamente una
nulidad. Sólo si me pego a otro cero tengo un valor infinito, pero
el gandul del ocho se apropia del infinito cuando se acuesta.
Así hablaban el número uno y el
número cero. Ambos guarismos estaban tan orgullosos de lo que eran y
de su valor, salvo el cero que era un depresivo y posiblemente con
razón, que se sentían tratados injustamente, infravalorados por
parte de los demás números.
Hacía mucho tiempo que todos
ellos estaban revolucionados, todos tenían algo de lo que quejarse y
ninguno parecía satisfecho, porque tenían tan alto grado de
autoestima que a los demás los consideraban inferiores. Tan solo el
nueve se sentía conforme con su valor.
El dos se consideraba la
perfección, el alfa y el omega, el positivo y el negativo, el blanco
y el negro porque todo se componía de dos elementos básicos que se
complementaban para alcanzar el todo.
- Todo lo importante –
añadía muy satisfecho – se presenta de dos en dos: Hacen falta
dos para dar lugar a una nueva vida, los ojos son dos, así como los
oídos. El ser humano no sería lo que es sin sus dos manos. No sé
por qué el tres y los demás andan presumiendo de que
valen más que yo.
- ¡Claro! Y también los
orificios de las narices son dos -
rió
el número tres - y
¿Cómo que presumo?, el uno sí que presume de que Dios es
uno y no se acuerda de que es uno y trino. Con sólo tres puntos se
define un plano y el trípode es la estructura estable más sencilla.
Sin mi no existiría el triángulo, que es el primer polígono.
- Pues no te quejes si valgo
más que tú – le respondió el cuatro – por algo será
que los animales superiores tienen cuatro patas y
no tres, el hombre hace sus sillas y mesas con cuatro pies y
no con trípodes. Los vientos y los puntos cardinales son cuatro, así
que no te las des de importante. A mi sí que me fastidian
esos números que se creen tener más valor que yo porque van detrás
de mi.
- ¡Alto ahí! - contestó
el cinco – el dos habla de manos, ¡qué sabrá él! pero
¿qué sería del ser humano sin los cinco dedos con el
pulgar oponible?. Yo al nueve aún le veo algún derecho a compararse
a mi, a fin de cuentas está a un paso de la decena que es la base
del sistema métrico decimal y del que yo soy el punto
medio exacto, el equilibrio, el fulcro, el fiel de la balanza,
el centro y los demás sois extremistas. El seis,
total, no es más que un nueve puesto cabeza abajo.
- ¿Cómo dices? -
rugió indignado el seis -
si hasta las abejas saben que el hexágono es el polígono ideal para
hacer sus panales, porque es un polígono perfecto. Y según la
cábala el seis representa la belleza.
- Sí – le interumpió
el siete – pero yo soy el número sagrado por excelencia, sin
olvidar los siete sabios de Grecia, las siete maravillas, los siete
enanitos, los siete niños de…
El ocho le cortó bruscamente la
perorata.
-¡Otro que quiere ser más
chulo que un ocho!, pero el ocho soy yo, pues nanay; para chulo yo
que, hasta durmiendo, soy infinito y no como el cero que se tiene que
buscar un compañero. Los chinos sí que saben cuando dicen que yo
traigo la buena suerte.
- Yo soy el mayor de todos –
intervino el nueve - y me debéis un respeto. Sólo si me seguís
podemos hacer números mayores; pero, si os empeñáis en ir por
delante, nunca alcanzaremos el mismo valor que si soy yo
el que va en cabeza.
Todos se pusieron a hablar al
mismo tiempo, a alzar la voz y acabaron discutiendo acaloradamente
- Yo, junto con el cero, hago
que funcionen los ordenadores
- Yo soy la dualidad, el ying
y el yang
- ¿Qué sería del espacio
sin las tres dimensiones?
- ¿Y las cuatro estaciones no
son importantes?
- ¿Qué sería de la música
sin el pentagrama?
- ¿Cómo se mediría el
tiempo en minutos y segundos sin mi?
- ¿Y cuántos son los días
de la semana? ¿y las vidas de un gato? ¿y los colores del arco
iris? Y al cinco le tengo que decir que de qué serviría el
pentagrama sin las siete notas musicales.
- Vale, pero recuerda que
también son siete los pecados capitales. Y no eres nadie si no
tienes ocho apellidos…
Y ahí se montó un buen lío de
números revueltos, hasta que, de improviso:
¡Orden! - sonó una voz
aguda y minúscula que parecía venir de ninguna parte. Se trataba de
una pequeña coma que, al ver que se detenía la trifulca, ordenó de
forma enérgica, impropia de su pequeñez:
- ¡A numerarse! ¡Ar!
Todos comenzaron a cantar sus
nombres:
- Uno, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete, ocho, nueve
Al cero no le habían dado
ocasión de intervenir porque el uno se le había adelantado; así
que, al final, consiguió decir con voz grave:
- Cero
La coma se les quedó mirando muy
seria y les dijo:
- Me avergüenza que os
comportéis así. Todos sois importantes; por esas cosas que habéis
dicho y por muchas cosas más que no habéis dicho, pero lo más
importante es vuestro valor aritmético. Sin vosotros no habría
matemática, ni orden, ni organización. Pero nadie debe sentirse
superior a otro, sólo diferente. Veis que el cero; que no tiene
valor aritmético por si mismo, se ha numerado el último, pero es
tan importante como cualquiera de vosotros, o incluso más. El cero
por sí solo es capaz de multiplicar vuestro valor por diez; y,
acompañado por otros ceros, llegar hasta el infinito. Sí ocho, no
me mires así, hasta el infinito, y no hace
falta que te tumbes. Pero, con mi ayuda, el cero, ese número sin
valor puede haceros diez veces menores o, con otros ceros, reduciros
a algo infinitesimal, imperceptible. Por separado no seríais nada,
pero juntos sois el origen de la ciencia, de lo habido y por haber.
Los números, avergonzados, se
agruparon en un conjunto cerrado y se pidieron perdón mutuamente.
Así acabó la pugna entre los
números gracias a la intervención de algo tan ignorado y tan poco
valorado como la coma.
Así que; si hoy podéis contar,
si sabéis qué día es, en qué escalera y piso vivís o en qué
página del libro estáis leyendo... porque vosotros leéis libros,
¿verdad?, se debe a la intervención de una coma, algo
insignificante, pero determinante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se admiten comentarios incluso anónimamente. Lo único es que no se publicarán hasta su filtrado para evitar cosas indeseables para todos.