¿Estaría su objetivo en la isla?
¿Conseguirán capturar a Patacorta?
¿Lograrían llegar sin ser vistos?
y ¿Qué harían con su odiado enemigo?
Leed y lo sabréis.
¿Conseguirán capturar a Patacorta?
¿Lograrían llegar sin ser vistos?
y ¿Qué harían con su odiado enemigo?
Leed y lo sabréis.
11.- EL ASALTO A LA ISLA
Y
una mañana partieron rumbo suroeste, hacia la costa continental, al
norte de la Costa de los Mosquitos, que ya antes habían visitado.
Acabaron, sin novedad, frente al delta del San Juan, que ya habían
explorado con La Gaviota; y, costeando hacia el norte, iban dejando atrás:
desembocaduras de otros ríos y riachuelos, islotes, cayos con
manglares… Suerte de navegar con la carabela, porque en algún punto
de la costa podrían haber embarrancado yendo con El Bergante. Hasta
que dieron con la embocadura a la Laguna de las Perlas.
Al
entrar por aquella especie de amplio canal, vieron a proa una isla y
a babor unos islotes. Decidieron recalar en uno de ellos, para
ocultarse desde la embocadura y desde la isla, hasta la caída de la
noche. Tendrían luz suficiente para acercarse a ella y
desembarcar sin ser vistos.
Habían
visto en el embarcadero a una nave de gran calado que partió
enseguida, por lo que La Gaviota podría atracar sin problemas, pero
también habían visto mucho movimiento de gente, aunque a aquella
distancia no se podían apreciar más detalles, ni siquiera con el
catalejo.
Tampoco
sabían si Patacorta estaba en la mansión, una edificación que se veía imponente
junto a otros edificios anejos, más pequeños, que deberían servir
para la servidumbre y para los guardianes.
-
Ha aprovechado bien el tesoro de Barbalarga que requisó en El
Bergante – pensó el Capitán.
Se
reunieron los dos comandantes y Big, para planear el ataque. Y Big
dijo:
-
Necesitamos más datos, una visión más cercana de las defensas, del
embarcadero, los accesos, y si se puede confirmar la presencia del
Comodoro, pero sin llamar la atención. Yo tengo una idea, a ver qué
os parece.
Los
capitanes le invitaron a exponer su plan, y comenzó:
-
Si pudiéramos pasar cerca de la isla, sabríamos cuál es la
seguridad de la mansión, por dónde se puede atacar y toda la
información recogida puede ser vital a la hora de hacerlo. No
podemos acercarnos con La Gaviota sin llamar la atención, pero
podemos contar con un medio para pasar inadvertidos. Como hemos
podido ver pasan por aquí, desde y hacia el mar, indígenas en sus
barcas de pesca; sólo tenemos que camuflar con unas redes, que ya
tenemos, a un bote de los de salvamento y ya tendríamos la tapadera
perfecta.
-
¿Y qué me dices de la tripulación? - dijo Peel
-
Es sencillo, tenemos dos tripulantes perfectos, que no levantarían
ninguna sospecha.
-
No sé a quién te refieres.
-
Pues ¿quién va a ser?; tenemos dos caribeños, si no de pura raza,
mestizos, y pueden dar el pego a cualquiera ¿O no contamos con El
Antillanito y Caimán Caribeño?
-
Está bien, pero no se podrían acercar lo suficiente
-
Sí – terció Barbanada – si son pescadores pueden
acercarse a intentar vender su pesca; y aunque les rechacen, ya se
habrán acercado lo suficiente para no perderse detalle. Además creo
que el Caimán es natural de Belice y habla el
misquito, al menos puede emplear el acento. La misión no está
exenta de riesgos, ciertamente, pero son dos buenos y
valientes marineros y no se echarán atrás. Me parece
muy bien, Buena idea Big.
-
Pues pongámonos en marcha y, cuando regresen con la
información, podremos planificar mejor el ataque – dijo Peel
Prepararon
el bote de remos con una red de las que había tejido Spider en el
viaje por las islas del norte, les vistieron lo más parecido a cómo
vestían los pescadores indígenas, aunque no podían ir tan limpios
y planchados y tuvieron que arrugar las ropas y ensuciar barca,
ropas, cara y pelo, cosa que no les hizo mucha gracia. Tampoco les
hizo gracia tener que hacer como un pescador cualquiera: Tirar las
redes y pescar lo que pudieran. Suerte que aquellas aguas eran ricas
y pronto tuvieron un capazo lleno.
Y
aún menos gracia les hizo el tener que ir desarmados, sólo
provistos de los cuchillos lo más parecidos a los que pudieran usar los pescadores. Había
que ponerse en lo peor y es que, si los capturaban, sería muy
comprometedor encontrar una pistola en manos de unos pescadores
indígenas.
Y
luego remaron, y remaron, hasta la isla. Estaban ya muy cerca cuando,
en el embarcadero, aparecieron cuatro hombres armados.
No llevaban uniformes, pero se notaba que eran o habían sido
marinos. Les conminaron a que se alejaran de allí apuntándoles con
los mosquetes y Caimán les dijo, con acento y como chapurreando el
ingles:
-
Compra, pescado, barato, fresco, bueno
-
Marchaos de aquí, no compramos pescado
El
Antillanito permanecía en silencio, y mejor que lo hiciera porque no
hubiera dado el pego, se le hubiera notado mucho el acento sevillano
de su padre.
-
Llama jefe, llama jefe, pescado bueno y barato
-
Márchate si no quieres que te pegue un tiro – dijo uno
apuntándole a la cabeza.
Con
aquel revuelo, se acercó por allí alguien que, por su porte y sus
maneras, parecía el jefe de los guardianes.
-
Nada de tiros, nada de tiros, no queremos tener problemas con los
indígenas. Su Señoría no quiere llamar la atención ni enemistarse
con ellos.
Y
dirigiéndose a ellos, les dijo:
-
Si el pescado es bueno y barato ¿por qué vamos a rechazar vuestra
oferta? ¿Cuánto?
-
Caimán quiere seis todo
-
¿Te vale con cinco?
-
¿Cinco y medio?
-
Cinco o nada
-
Bueno
-
Bien, pues acércate al muelle, deja el pescado ahí y recoge estos
cinco – y dejó una moneda
sobre las tablas del muelle - Pero ya os estáis marchando
y no se os ocurra volver.
Dejaron
la canasta del pescado sobre la pasarela de tablas, recogieron la
moneda y, cuando ya se marchaban remando sin muchas prisas, le oyeron
comentar con los guardias:
-
Esta noche Su Señoría nos dirá si el pescado es bueno, porque
barato sí que ha resultado.
Y
les oyeron reír a carcajadas a los cinco. Caimán no le vio ninguna
gracia. Se alejaron remando vigorosamente y dando un suspiro de
alivio.
Una
vez en la Gaviota, se reportaron con los capitanes y Big
-
El embarcadero es más que suficiente para La Gaviota y puede llegar
sin problemas de calado ni de amarre – dijo El Antillanito
-
Sólo hemos visto a cuatro guardias y al que debe ser su jefe, pero
no quiere decir que no haya más; aunque, si los hay, deben estar en
un edificio cuadrado que hay a la derecha de la mansión, tocando a
la selva. He visto a otro hombre armado entrar allí – dijo
Caimán.
-
Por lo que hemos oído al jefe de los guardias, el Comodoro está en
la casa y esta noche cenará allí
-
En el embarcadero he visto dos culebrinas preparadas, un ataque
abierto con La Gaviota podría ser peligroso.
-
Y la puerta principal parece muy resistente, pero hay una puerta
lateral que imagino da a las cocinas, porque he visto cómo
entraban por allí la cesta del pescado, tú no porque estabas de
espaldas.
-
Pues tú no has dicho una palabra ¿estabas asustado?
-
¿Yo asustado? ¡retíralo de inmediato!
-
Bien, perdona, no era mi intención, ruego disculpas.
- Esta bíen, pero esos cinco son para repartir porque no pretenderás quedarte con la moneda entera.
- Esta bíen, pero esos cinco son para repartir porque no pretenderás quedarte con la moneda entera.
-
Podríamos atacar desde el interior – dijo Peel cortando la discusión
-
Sí, pero desconocemos el terreno – dijo el Capitán
-
Pues no estaría mal hacer una exploración por tierra
Big
se dirigió a los dos “pescadores” aún sucios y harapientos
-
¡Muy bien muchachos! ¿Qué os parecería daros otro paseíto?
¡total, ya le habéis cogido gusto al remo!
Ambos
protestaron, pero al mismo tiempo dijeron al unísono:
-
¿Qué hay que hacer?
-
Hay que bordear la isla, aunque no es preciso pasar cerca del embarcadero y
que os puedan reconocer. Una vez que se pierda de vista la mansión,
buscad un lugar apropiado para desembarcar, y un sendero seguro y
discreto para llegar a la mansión desde la retaguardia y,
especialmente a ese edificio que habéis comentado.
De
modo que, sin lavarse ni cambiarse de ropa, volvieron al bote; pero
esta vez lo hicieron bien armados con machetes y pistolas. Y
volvieron a remar, y remar, y volvieron a acercarse a la isla; aunque
desde una prudencial distancia, viraron a estribor y doblaron una
especie de cabo, perdiendo de vista la mansión.
Con
las máximas precauciones se acercaron a la orilla. Cabía la
posibilidad de que tuvieran vigilancia destacada por los alrededores.
Encontraron una pequeña playa pedregosa, que les permitió
desembarcar y amarraron el bote al tronco de un mangle. Hacia la
derecha se veía un manglar, en un terreno pantanoso, pero un sendero
se internaba en la espesura, en dirección a la mansión, aunque
estaba invadido por la maleza. Parecía un sendero indígena de uso ritual o de caza ya abandonado tiempo ha. Los
machetes salieron a relucir; no hace falta decir que estaban afilados
por Georg Berg, y cortaban ramas y lianas con la misma facilidad con
la que un cuchillo caliente la mantequilla. Avanzaron abriéndose
camino en silencio. Por allí no se notaba una rama tronchada, una
huella, nada que pusiera en evidencia la presencia humana, al menos
en mucho tiempo, parece que a los nuevos ocupantes de la isla no les preocupaba mucho un ataque desde
la selva y la marisma.
Entre
la espesura se podía ver ya la imponente mole de la mansión y, más
cerca, aquel edificio sospechoso.
Tras una meticulosa observación retrocedieron
por donde habían llegado, soltaron el bote y regresaron a La
Gaviota. Tras dar su informe, marcharon rápido a darse un buen baño
y ponerse ropa limpia
Los
capitanes, junto con Big, ya disponían de toda la información y se
pusieron a estudiar el plan de ataque.
Concluyó
el Capitán:
-
Está claro que primero hay que sorprender a los centinelas y luego
neutralizar al resto de la guardia personal del Comodoro. Luego, el
“abordaje” a la isla y el asalto a la mansión es pan comido para
la tripulación; aunque no se puede descartar que, dentro de la
mansión, haya más guardias armados. De modo que la toma de la misma
debe ser lo más prudente posible para evitar bajas por ambos bandos;
no venimos a ejecutar a nadie, ni tan siquiera a Patacorta, venimos a
darle una lección que no olvide y que nos quite la espina que todos
llevamos clavada, y algunos de nosotros desde hace años.
-
Yo me pido el ataque por tierra – dijo Big – y quisiera
elegir los compañeros del comando.
-
Pues yo también quiero ir – dijo Peel
-
Me parece bien, tú te encargas de la casa de los guardias y yo me
ocuparé de los centinelas del exterior.
-
¿De modo que me dejáis a mí al margen
de la diversión?. Bien, ya me quedo yo con La Gaviota y el
ataque frontal. No vamos a discutir, pero os
ruego que inutilicéis las culebrinas – dijo el Capitán
-
Así se hará
-
Ahora se trata de elegir a mis acompañantes – dijo Big – y
seguro que va a haber problemas, porque todos querrán ir, pero los
quiero elegir yo. Con tres tengo bastante, ¿y tú?
-
Pues yo, con otros tres ya me arreglaría
-
Así que necesitamos la chalupa para los ocho.
-
Ahora no os vayáis a pelear a la hora de elegir vuestro equipo
-
Espero que no ¿Verdad Peel? Y si no nos ponemos de acuerdo, a los dados
No
hubo que recurrir a los dados.
Peel
eligió a dos de sus antiguos compañeros de La Gaviota: Franz Skaner
y Louis Hay; y, aunque tuvo que regatear con Big, se quedó también
con Porfavor Johnson.
Big
se quedó con Berg y su machete, Spider y también con Caimán,
porque conocía el desembarcadero para la chalupa y el camino.
La
entrada en acción de La Gaviota respondería a una señal desde el
embarcadero, encendiendo una luz cuando se hubiera eliminado toda la
resistencia exterior. La Gaviota atracaría y destacaría un grupo
para atacar la puerta lateral; aunque, por orden expresa del Capitán,
había que intentar evitar el derramamiento de sangre. Así que todos
irían provistos de cabillas; de modo que, como mucho, se podría
romper alguna cabeza. Para conjurar ese riesgo, Big no la usaría, le
bastaría con sus puños demoledores.
Al
caer la noche, la chalupa ya estaba preparada y con todos sus
tripulantes a bordo, impacientes por entrar en acción. La Gaviota
salió de su refugio tras el islote y tomaron rumbo a la isla. A las
pocas millas el Capitán ordenó echar el ancla, y la chalupa siguió
su rumbo hasta llegar a aquella playa pedregosa. La amarraron al
mismo mangle de antes y se internaron por el sendero que Caimán y
Antillanito habían descubierto. En cabeza iba Berg, repasando la
poda con su machete, seguido por Caimán y los demás.
Llegaron
al lugar y Caimán les advirtió que, a partir de allí, el terreno
era despejado y los podrían descubrir. Berg abrió un boquete en la
vegetación, suficiente para pasar.
Esperaron
un rato para observar los movimientos en el exterior de la mansión y
el embarcadero.
Un
centinela paseaba por las tablas del muelle, arriba y abajo. Otro
estaba sentado en la esquina, dominando las puertas principal y
lateral aunque prestaba muy poca atención a la de la cocina. Y dos
más charlaban animadamente sentados en el suelo frente a una fogata
y de cara hacia el mar, al que de vez en cuando miraban, pero sin
prestar demasiada atención.
En
el edificio de los guardias no se apreciaba movimiento alguno.
Ya
se habían repartido sus presas: Big se encargaría del vigilante de
la puerta, Berg y Caimán de los de la fogata y Spider del que
paseaba por el embarcadero que, en sus idas y venidas, pasaba bajo
las ramas de un enorme cedro.
El
otro grupo avanzaría sobre la casa y tratarían de entrar sin
hacerse notar. Había unas ventanas y pensaban que podían estar
abiertas, ya que era una noche calurosa.
La
Luna Llena ayudaría a avanzar sin tropezar ni errar el camino, pero
tenía el inconveniente de que podrían descubrir su presencia.
Ya
estaban saliendo de su escondite, cuando Big les hizo retroceder a
las sombras del matorral, una puerta se había abierto y cuatro
hombres, armados con mosquetes, salieron, se acercaron a los
centinelas y les hicieron el relevo. Afortunadamente, el siguiente
relevo no sería, previsiblemente, antes de pasadas cuatro horas. De
modo que no podrían sorprenderlos, como casi había estado a punto
de ocurrir.
Los
centinelas salientes se retiraron a la casa. Lo que no pudieron
apreciar desde su escondrijo, es si habían cerrado bien la puerta o
no, pero lo que sí podía deducirse es que dentro, al menos habría
ocho guardias.
Uno
de los recién llegados marchó al embarcadero y comenzó sus paseos
arriba y abajo, otro fue a la esquina de la fachada principal y se
sentó en el suelo de tablas del porche, y los otros dos, alimentaron
con sendos palos el fuego y se sentaron a charlar, como los
anteriores.
Esperaron
un rato por si había cambios en la rutina, pero todo seguía igual.
Salieron sigilosamente y cada cual se dirigió a su objetivo:
Los
tres y Peel, se acercaron al lateral de la casa de los guardas,
protegidos entre las sombras.
Spider
se deslizó por las hierbas camino del cedro y corrió a ocultarse
tras el tronco en el momento en que el centinela estaba al extremo
del embarcadero, trepó por el tronco y hasta una gruesa rama, bajo
la cual pasaría en sus idas y venidas. Se preocupó mucho porque una
pequeña ramita se había tronchado y había caído, pero el
centinela pasó sobre ella y no le debió dar importancia. Esperó a
que todos estuvieran en posición para actuar.
Berg
y Caimán, se deslizaban reptando silenciosamente por la hierba a
espaldas de los centinelas de la fogata, que charlaban sin darse cuenta de nada.
Big
se deslizó hasta la pared lateral de la mansión, la luna iluminaba
todos los alrededores, pero la mansión proyectaba una oscura sombra
por allí cerca, y Big buscó refugio en la oscuridad.
Spider
comprobó que todos estaban en sus puestos y ellos le vigilaban
esperando actuar coordinadamente. El momento sería cuando el
centinela pasara por debajo de la rama y, entonces, todos se
lanzarían sobre sus presas. Todos, menos Big, empuñaban firmemente
su cabillas.
Llegó
el centinela bajo Spider y éste se dejó caer cabilla en mano sobre
él. En ese momento otras dos cabillas y un puño produjeron un sonido sordo y
el silencio fue total, junto al fuego sólo se oía el chisporroteo
de los troncos.
Peel
y los suyos comprobaron la puerta y sólo estaba entornada,
penetraron a tientas, pero por las ventanas penetraba luz suficiente
para ver una docena de camastros, ocupados ocho de ellos por otros
tantos bultos que roncaban sonoramente, tanto que apagaron el sonido
de cuatro cabillas abatiéndose sobre cuatro cráneos y luego sobre
otros cuatro, y cesaron drásticamente los ronquidos. Los cuatro
siguieron revisando minuciosamente todas las dependencias sin
encontrar nada.
Mientras
tanto Big había encendido una antorcha, Berg y Caimán arrastraron a
un lado a los cuatro durmientes y Spider se puso a rellenar las bocas
de las culebrinas de gruesos guijarros y agua. Si estaban cargadas, la
pólvora ya no sería capaz de prender y disparar y, si aún así deflagraba, como mucho reventarían.
La
Gaviota aún tardaría un rato en atracar. Mientras tanto los cuatro
revisaron puertas y ventanas. El silencio era absoluto y, de pronto,
escucharon unas pisadas que les pusieron en guardia, pero eran los
compañeros. Habían acabado de revisar la casa de los vigilantes y
los alrededores sin encontrar nada, y habían arrastrado a los ocho a
un cuarto, cerrándolos con llave, luego se cargaron al hombro a los
otros cuatro y los llevaron a la casa a dormir con sus compañeros.
Los
ocho, ya libres de guardias, podrían haber entrado en la mansión y
acabar con cualquier resistencia, pero decidieron que no debían
arrebatarle al Capitán, al menos la satisfacción de entrar en
acción y capturar a Patacorta, porque ellos ya habían tenido su
ración.
Comprobaron la puerta lateral, la de la cocina. Estaba cerrada pero con una
endeble aldaba. Berg insertó un fino estilete entre marco y puerta y
se abrió silenciosamente, sin el mínimo chirrido. Y esperaron.
La
Gaviota aún no había sido amarrada, cuando el Capitán saltó por
la borda y corrió hacia el grupo que le esperaba al final del
embarcadero.
-
Todo controlado y en orden mi capitán – dijo Peel – el
paso está franco, sólo falta saber si puede haber resistencia
dentro de la mansión, pero estábamos esperando
órdenes.
-
Habéis hecho bien y os lo agradezco; no me gustaría perderme la
cara de Patacorta cuando nos vea, y aún más habiéndome perdido la
diversión previa.
Respondió
Big:
-
No hay de qué mi capitán. Sé que toda la tripulación estaría
dispuesta a entrar, pero no se puede. Mientras entramos, podrían
encargarse de revisar los alrededores y hacer guardia en todas las
puertas y ventanas por si alguien intenta escapar, así como vigilar
la casa en donde tenemos encerrados a los guardias, no sea que alguno
se despierte.
-
Si llevamos adentro a alguno de la tripulación, el resto se pueden
sentir molestos y no quiero ofender a nadie; entraremos únicamente
los tres, creo que nos bastaremos para la faena.
Se
dieron las órdenes y unos fueron a revisar los alrededores, otros de
guardia en puertas y ventanas y a la casa de los guardias. Caimán,
con otros tres, regresó por el camino a recoger la chalupa y
llevarla al embarcadero.
Los
tres penetraron con todas las precauciones en la oscura cocina, sólo
iluminada por la luz de luna que entraba por la puerta. Había dos
puertas y Big abrió con cuidado la de la derecha, pero era la
despensa. Suerte que la construcción era nueva y las puertas no
chirriaban. La otra puerta daba a un pasillo desierto que desembocaba
en un vestíbulo. Sólo un candelero, en el piso superior, arrojaba
un poco de luz muy tenue, pero lo suficiente para no tropezar.
Había
que revisar toda aquella planta para tener las espaldas cubiertas,
pero sólo encontraron un baño, la puerta principal, otro cuarto con
cosas de limpieza y un gran salón, suerte que el servicio debía
vivir en otra de las casas anexas. También había dos dormitorios
vacíos y otro cuarto que parecía utilizarse por un servicio de
guardia, con un armero, una mesa y una silla.
En
la planta baja no había nada, pero recordaron lo que les habían
dicho El Antillanito y Caimán; los guardias tenían un jefe, y no
era probable que estuviera entre los doce de allá afuera.
Debían
ir con mucho cuidado. Subieron las escaleras y se encontraron con
ocho puertas ¿cuál sería?. Fueron abriendo una tras otra. Salvo la
tercera, no estaban cerradas y daban a baños y alcobas vacías. Sólo
faltaba comprobar esa puerta cerrada, que no podía ser otra cosa que
el dormitorio de Patacorta. No había posibilidad de abrirla sin
ruido, así que se pusieron de guardia a ambos lados de la puerta y
Big la embistió como una tromba. La puerta, arrancada de los goznes,
cayó y Big con ella hasta el fondo de un dormitorio iluminado por
una vela. Los capitanes comenzaban a entrar; cuando una figura en camisón,
esgrimiendo furiosamente un sable, acometió a Peel hiriéndole en la
cara, Big le golpeó con el puño cerrado sobre la cabeza, de arriba
a abajo, y cayó como un guiñapo.
Peel
sangraba mucho por la mejilla y Big le aplicó su pañuelo de cabeza
¡qué gran invento y qué útil el pañuelo de cabeza!, y se detuvo
la hemorragia.
Miraron
al durmiente y estaba claro que no era Patacorta.
Ya
no quedaban habitaciones por revisar y no lo habían encontrado.
¿Acaso no estaba? ¿Se habrían equivocado?
El
silencio era total, era extraño que aquel escándalo del derribo de
la puerta y el ataque del desconocido no hubiera movilizado a
cualquier otro habitante; pero ya habían visto que, en todo el
edificio, no había nadie más
Ya
iba Big a cargar con aquel extraño para llevarlo a encerrar, cuando
el Capitán se fijó en una puerta al fondo de la habitación,
¿Adónde podría dar? ¿a un armario? ¿al exterior?
Se
acercó y comprobó que no estaba cerrada, tiró de ella y encontró
un reducido espacio cerrado con una estrecha escalera a la izquierda. A la luz
de la vela comenzó a subir, seguido por Big, y por Peel que se
apretaba el pañuelo sobre la mejilla.
Llegaron
a un piso superior, que nunca hubieran pensado que existiera. Estaban
en una especie de rellano. La luz de la luna penetraba por un
tragaluz en el techo abuhardillado y a esa tenue claridad más la de una vela, que llevaban desde el piso inferior, pudieron ver dos
puertas cerradas. La primera daba a un gran cuarto de baño con una
enorme bañera de cinc, y la otra puerta…
En
un enorme lecho, con dosel, reposaba una figura que roncaba
estrepitosamente. Estaba destapado y sólo vestía camisón y gorro.
No había duda, su pierna izquierda acababa en un muñón. Con
la vela, el Capitán encendió los candelabros que flanqueaban el
cabezal y se sentó en la cama.
El
durmiente abrió los ojos como platos y dio un respingo, pero el
Capitán le hizo chisssst con el dedo y se quedó inmóvil,
como paralizado.
-
¡Vístase y síganos!- ordenó
Y
el otro no dijo una sola palabra, hizo lo que le había ordenado, se
vistió, se ató las hebillas del pie de madera y bajaron a la otra
planta por aquella escalera secreta, bajaron a la planta baja y Big
entregó el jefe de la guardia, que se había echado al hombro, a los
hombres que esperaban.
Pronto
amanecería y era mejor dejar aquellas aguas antes de que pudiera
llegar algún otro barco con provisiones o refuerzos. A
Patacorta lo alojaron cómodamente en la bodega. Los guardias y su
jefe seguían dormidos, aunque vivos, y los dejaron sobre las tablas
del embarcadero. Lástima no poder estar presentes cuando se
despertaran y comenzaran a preguntarse qué había pasado.
La
chalupa ya estaba izada, subieron todos a bordo, desamarraron y
partieron hacia mar abierto cuando ya clareaba.
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