Y acabamos este relato con la última entrega en donde se da respuesta a muchas incógnitas
LA CAJA DE LAS RESPUESTAS
(parte 4 y FIN)
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Allí se acababa el agua y no sabía
si más adelante iba a encontrar, pero tenía que seguir, y siguió coronando cimas y descendiendo barrancos.
Asomando por un desfiladero entre dos
cimas acabó descubriendo un verde valle y una especie de ciudad en
uno de sus extremos. Veía edificios hechos de piedra, otros de
madera, otros de adobe e, incluso, algunas tiendas de campaña. Se
veía que aquella población no era reciente, que ya llevaba años
allí, pero tenía un aire de provisionalidad, como esperando algo o
a alguien. Conforme se acercaba pudo ver algunas
parcelas cultivadas, árboles frutales y algo de ganado. Veía gente
atareada, de aquí para allá, que no repararon en él hasta que
estuvo cerca y, entonces se le quedaban mirando extrañados.
Uno de aquellos campesinos, porque
aparentemente lo eran, se le acercó y le preguntó:
- ¿Quién eres y de dónde vienes?
- Me llamo Aziel y vengo de muy
lejos buscando respuestas.
- Pues ven conmigo y te acompañaré
hasta el Anciano porque él sabe todas las respuestas.
Y le siguió hasta una pequeña casa,
sencilla pero de piedra bien trabajada. En el porche, sentado en un
banco se hallaba un anciano de piel arrugada y larga barba blanca que
le recordó, si no era el mismo, al del castillo ruinoso.
- Me llamo Aziel y vengo de muy
lejos buscando respuestas - le dijo.
- Pues haz las preguntas y te
contestaré.
- Esta ciudad me parece algo como
provisional. Me da la impresión de que no es vuestra ciudad de origen y
estáis aquí de paso. ¿Hacia dónde?
- Hacia la ciudad derruida de la
que partimos hace muchos años, hacia los ricos campos convertidos en
páramo, hacia el reino que nos fue arrebatado.
- Creo haber visto todo eso pero.
¿Cómo sucedió?
- La causa la desconozco, sólo sé,
y yo era muy joven, que los campos que nos alimentaban se
convirtieron en yermos, nuestros ganados murieron por falta de
alimento y nosotros corríamos el riesgo de seguir el mismo camino.
Nuestro joven rey decidió abandonar la ciudad y aquel erial y buscar
algún lugar en que poder vivir. Y partimos todos hacia estas
montañas. Tan pronto abandonamos la ciudad, ésta se convirtió en
un montón de piedras caóticas. La travesía hasta aquí fue muy
dura y muchos no llegaron. Una vez aquí nos establecimos lo mejor
que pudimos y nuestro rey marchó en busca, como tú ahora, de
respuestas. Pero nunca más volvió.
- Es posible que no hallara las
respuestas o que muriera en el camino; pero, dime, ¿No crees que en
todo esto hay algo de magia?
- Eso creo, pero no sé cómo
deshacer el maleficio, si es que lo hay. Sólo el mago que habita en aquella montaña
blanca que ves allá – dijo señalando a una alta cima cubierta
de nieve a gran distancia – podría saber algo, pero nadie se
atreve a ir allá y yo ya no estoy en condiciones de hacer ese viaje.
- Pues tendré que ir yo.
- Ten mucho cuidado. Se cuentan
cosas terribles. De todos modos, si piensas ir, te prepararemos para
ese viaje, que será duro.
Y así le orientaron sobre la ruta a
seguir, le prepararon una mochila con provisiones, ropa de abrigo,
una fuerte cuerda, utensilios,... Y partió a los pocos días, una vez
recuperado de su viaje, camino más al norte, en dirección hacia
aquella blanca y distante cima.
Fueron largos días de caminar y
caminar, subiendo cimas y descendiendo a valles, trepando barrancos y
descolgándose con la cuerda por pendientes pronunciadas, pero al fin
llegó al pie de aquella montaña de blanca cima.
El ascenso fue fatigoso y complicado,
con grave riesgo de despeñarse. Lo peor fue el último tramo de
nieves perpetuas en el que, afortunadamente, pudo salir indemne de un
alud y de acabar congelado la última noche ya que allí no había
leña para hacer una fogata y sólo se libró gracias a la ropa de
abrigo y a un hueco entre unas rocas.
En la cima había una cabaña de
madera de cuya chimenea salía una columna de humo, y eso le animó a
atreverse a llamar, pensando en el calorcillo frente al humero.
Antes de atreverse a llamar, dudó de
hacerlo, y se decidió a preguntar a la caja.
- ¿Qué debo hacer?
DI LA VERDAD
Fue la respuesta del papelito. Aquello
no le aclaraba nada, pero se decidió a llamar y se acercó a la
puerta.
Dos golpes fue su llamada, y en
respuesta se escuchó una voz grave y profunda:
- ¿Quién eres y qué es lo que
buscas aquí?
- Me llamo Aziel y vengo de muy
lejos buscando respuestas.
Se abrió la puerta y apareció en
ella un personaje de rostro anguloso y adusto. Vestía una túnica de
color rojo fuego con unas figuras como las que Aziel recordaba haber
visto decorando la caja. Su pelo era largo, lacio y blanco. No tenía
barba como sí tenían los ancianos del castillo y la ciudad.
– Primero tendrás que dar
respuesta a mis preguntas. Entra.
Se apartó permitiéndole entrar.
Cerró tras él la puerta y le invitó a sentarse frente a la
chimenea.
- Antes de nada di lo que tengas
que decir.
Aziel recordó el mensaje de la
cajita, y recordó también una frase que de forma recurrente le
repetía su padre: "La verdad te abrirá las puertas".
Y eso es lo que le dijo a aquel inquietante personaje.
- La verdad te abrirá las puertas.
-
Muy bien, respuesta satisfactoria. Ahora voy a responder
a todas tus dudas contándote una historia.
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"Hubo una vez un feliz reino
en el que un rey justo y benévolo gobernaba con equidad. Tenía un
hijo, el joven príncipe heredero, al que quiso dar la
mejor educación y formación, para lo que le puso al cuidado de un
maestro y tutor que le enseñaba todas las artes, las ciencias
y cualquier conocimiento que pudiera servirle en su futuro
reinado para el bien de su pueblo. Adquirió muchos conocimientos
y habilidades, que es lo que deben transmitir los maestros, pero lo que no había cultivado ni recibido pautas, era sobre la ética, los
valores, la empatía, ... Supo que su tutor tenía una cajita que
daba respuesta a sus preguntas y le orientaba en sus dudas y sintió
deseos de quedarse con ella. Un día falleció el rey, él fue
coronado y, creyéndose dueño de vidas y haciendas, considerando que
todo era suyo, se apoderó de la cajita. Su tutor le preguntó:
- Majestad ¿Por ventura no habéis
visto una cajita de color rojo decorada?
- Al Rey no se le debe molestar con
tonterías
El tutor se atrevió a insistir:
- ¿No la tendréis vos por
casualidad?
- ¡Qué atrevimiento! ¡De ninguna
manera! – mintió el joven rey y, además se sintió tan ofendido
que mandó encerrar al tutor en una mazmorra.
Éste desapareció de su prisión
misteriosamente. El rey no sabía que era un mago, un mago que no
toleraba la mentira y menos de quien, por su cargo, debía mostrar, demostrar y tener una conducta intachable"
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- Lo que sucedió después creo que
te lo puedes imaginar. Has visto el castillo, la ciudad y ahora te
voy a hacer una pregunta: ¿No tendrás tú esa cajita por
casualidad?
Aziel la sacó del bolsillo
y se la entregó.
- Claro que la tengo. Tómela, es
suya. ¿Me equivoco?
- No te equivocas. Y ahora te va a
tocar a ti deshacer todo lo que una mentira produjo. Pero te voy a
evitar pasar nuevamente por todos esos viajes tan penosos que has
tenido que superar hasta llegar aquí. Toma este anillo y, cuando
desees estar en algún sitio, allí estarás.
- Una pregunta ¿Quien era el
anciano del castillo?
Una chispa burlona destelló en los
ojos del mago y Aziel añadió:
- No hace falta que me lo diga, ya
lo sé.
Se despidieron y Aziel deseó hallarse
en la ciudad del valle, a la puerta del anciano. Éste se sorprendió
mucho al ver materializarse frente a él aquella aparición.
- Has hablado con el mago ¿verdad?.
Y ahora que te veo... me recuerdas a alguien, alguien que hace muchos
años marchó de aquí, como tú, en busca de respuestas. Ahora lo
veo, eres el vivo retrato de nuestro rey.
- Es posible, pero yo
siempre he sido el hijo de un humilde campesino que creo ya encontró
las respuestas que buscaba. Ahora me ausentaré un tiempo,
pero quiero que vayas preparando a todos para emprender el viaje de
regreso. Yo sí volveré.
Y, dicho esto, desapareció.
Apareció en aquel obelisco en el que
había enterrado la llave. Escarbó y la sacó de entre la arena, la
limpió de polvo y se la guardó en un bolsillo, un bolsillo en el que
ya no se encontraba la cajita, una cajita que ya no daría respuesta
a sus preguntas. Las respuestas se las tendría que dar él mismo sin
ayudas mágicas.
Apareció ahora en el páramo
polvoriento, frente al rimero de rocas y pudo ver como, al mismo
tiempo que se reconstruía la ciudad, el páramo reverdecía.
Finalmente, cuando acabó el estruendo y la nube de polvo precipitó, se acercó a la puerta,
enhebró la llave en la cerradura y ésta se abrió lenta y solemnemente. La ciudad seguía vacía,
y seguiría así hasta el regreso de sus habitantes, pero el manzano
continuaba teniendo aún bastantes manzanas, aunque muchas habían
caído.
Tomó una manzana, bien madura, y
apareció frente al castillo ruinoso. Aquel viejo castillo seguía ruinoso,
sucio, con zarzas y telarañas, y seguro que seguiría así hasta que
volviera a estar habitado, hasta que lo limpiaran y reconstruyeran
las almenas derruidas. Pero esta vez sí que había una puerta, una
gran puerta abierta de par en par. Penetró en aquel gran salón
abandonado. Los muebles y todo seguía tal y como lo había visto
aquella vez. Lo único que no estaba igual era aquel oscuro pasillo de la
puerta ovalada. Ni puerta ni pasillo y, a buen seguro ni salita
comedor, ni dormitorio, ni baño, ni escalera... Cosas de la magia.
Podría haber vuelto inmediatamente a la ciudad del
valle a reunir a su gente y llevarles de vuelta a su ciudad y sus
campos, pero decidió acercarse a ver lo que fuera su casa, a
sus hermanos y visitar la tumba de su padre; un padre que, aún desencaminado en su juventud, acabó
aprendiendo que "La verdad
abre
las puertas".
Sus
hermanos, tras tanto tiempo sin verlo, temiendo que le hubiera sucedido alguna desgracia, se alegraron mucho de verlo y él les
contó sus aventuras, pero hubo de dejarlos en breve para regresar con el anciano y su pueblo, y desandar el camino que les había llevado a las lejanas montañas.
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