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domingo, 5 de junio de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. cap.2 Capeando temporales

Ya conocemos a nuestros 
protagonistas y su velero, 
hoy los veremos luchando 
contra los elementos, todo
tipo de elementos, y les 
iremos conociendo mejor.



2.- CAPEANDO TEMPORALES

Tras reaprovisionarse en la Isla de Barbados de todo lo necesario para seguir de pirateo y tras celebrarlo, como de costumbre, con otros cuantos Bloody Mary, se encontraban bordeando La Martinica y Dominica en busca de una nueva presa, cuando el cazador casi resulta cazado.
- ¡Barco a la vista! ¡por Belcebú! - gritó el vigía desde la cofa.
- Cuidadito cómo hablamos o te envío al Jefe de Protocolo o al carajo – le reprendió el Capitán.
- ¡Pero si ya estoy aquí arriba!
Que nadie se escandalice y, especialmente al oír aquella palabrota de labios del Capitán Barbanada, tan fino y educado. Es preciso aclarar que el puesto de vigía, en lo más alto del palo mayor, se llamaba de ese modo desde tiempos inmemoriales, y allí se solía enviar preferentemente a los castigados. Aquella breve canastilla se movía  endiabladamente a esa gran altura y al menor vaivén del barco. Hasta el más duro de los marineros acababa totalmente mareado. También se hallaban allí a merced de las inclemencias del tiempo: la lluvia, el viento y el frío. Y es por eso que a nadie le gustaba que le mandaran al carajo.
Pero en el Bergante no solía haber problemas para conseguir un vigía, aunque no hubiera nadie castigado, porque siempre disponían de un voluntario entusiasta que no se mareaba y al que no solo no le importaba permanecer horas allá en lo alto, sino que lo deseaba. Se trataba del marinero jamaicano Jack Spider, al que todos llamaban Incy Wincy, porque le gustaba trepar a todo lo trepable y, aunque en una ocasión le derribó un temporal desde la cofa, afortunadamente resultó ileso y no perdió por ello las ganas de volver a trepar.
Desde muy pequeño se despertó en él la afición trepadora. Pasó de andar a gatas a encaramarse por los muebles, luego a los cocoteros de su Jamaica natal, y aprendió a escalar cualquier superficie antes que caminar en dos pies. Cualquier cosa alta y vertical era para él un reto, de modo que subir por la arboladura de El Bergante era un juego de niños para él.
Bueno, dejemos las divagaciones sobre marineros y términos navales, porque ya sé que sois unos expertos nautas y todo eso ya lo sabéis. Estábamos diciendo que el vigía había gritado:
- Perdón mi Capitán ¡Fragata a la vista! ¡por Belcebú!
- ¿Otra vez?. Habla claro o te quedas ahí arriba por una semana. ¿Qué es eso de por Belcebú?
- Lo siento. ¡Fragata a la vista por estribor!
- Así sí, Así sí..., acepto tus disculpas
Y es que ni el timonel ni el Capitán hubieran sido capaces de adivinar si era por proa, por popa, por babor o por estribor, puesto que Belcebú no era ningún término náutico.
Una fragata rápida, de la flota de Su Graciosa Majestad, se perfiló como con rotulador en la línea del horizonte.
Su marcha podía ser majestuosa pero no era nada graciosa, al menos al Capitán Barbanada no le hizo mucha gracia aquello y comenzó a dar órdenes para maniobras, evasivas.
- No es por nada, pero podríais, si os parece y no os molesta, izar la mayor. O si lo preferís, podéis soltar todo el trapo, a vuestro gusto. Yo no digo nada, eso vosotros…
Todos comprendieron que lo de evasivas se refería a las maniobras, no a las órdenes y, todos a una, se pusieron a realizar las maniobras necesarias para eludir la persecución.
El Bergante era un barco muy ligero, y lo era aún más al no tener cien cañones por banda, sino sólo veinte y una Banda, lo que aligeraba mucho el peso muerto y era mayor la proporción de peso vivo. Con todo el velamen corveteaba ágilmente sobre las olas hasta que aquella fragata enemiga se perdió poco a poco en la distancia y se difuminó en el lejano horizonte, dejando una mancha difusa de color impreciso sobre la línea en que mar y cielo se confundían.
Tras el zafarrancho de evasión, que no de combate, todos los marinos  abandonaron sus puestos y regresaron a sus tareas habituales: planchar sus uniformes de pirata, especialmente los pañuelos de cabeza, sacar brillo a correajes y armas, meterse entre pecho y espalda unos cuantos Bloody Mary, repasar las reglas de cortesía y etiqueta con el Jefe de Protocolo de a bordo y algunas cosas más que no me vienen a la memoria es este momento.
Llevaban días sin avistar una mísera presa que llevarse a los garfios de abordaje y ya comenzaban a escasear algunas provisiones, especialmente: tomates, vodka, jabón, lejía, abrillantador de armas, betún para el cuero, agua de colonia y libros para leer, puesto que los de la biblioteca de a bordo ya se los habían leído y releído en varias ocasiones.
El ocio es muy mal consejero, de modo que comenzaron algunos altercados, por aburrimiento, que el Capitán se vio obligado a cortar drásticamente: mandando a uno al carajo, a otro al timón, otros de cara a la pared del camarote, y otros a escribir cien veces:
“No buscaré maraña a bordo”
Pero era evidente que pronto tendrían que encontrar algo de acción, un buen abordaje, si no quería que la convivencia se viera alterada, por lo que el Capitán pensó y ordenó:
- Rumbo a Jamaica, todo a estribor, por favor.
- ¿Por babor o por estribor? - preguntó "Cuatrorrumbos" al que no le había quedado nada claro la orden.. 
- A estribor ¡carape!, y disculpa, estimado timonel.
Pensaba vender muy bien todo el cargamento de ron que acumulaba en sus bodegas, botín que fue de una carraca española abordada recientemente. Le había llegado el soplo de que el ron de buena calidad como aquél se cotizaba en Port Royal más alto que en cualquier otro mercado. Así que decidió poner rumbo a Jamaica y no a Nueva York, como había pensado inicialmente porque, aunque allí el precio era más alto, quedaba más lejos.
Barbanada no supo nunca la suerte que tuvo por tomar aquella decisión; porque rumbo a Nueva York se había desatado un tremendo temporal que los habría alcanzado de lleno y  el Bergante hubiera acabado en el fondo del mar, junto con las Llaves Matarile, además le hubieran culpado a él acusándole de ir ebrio de Bloody Mary o de ron y lo hubieron cantado en las tabernas de todas las costas, hasta en la Costa Brava de Gerona o en Torrevieja, a lo largo de los siglos. De todos modos no se iban a librar de un buen temporal y de unas buenas sacudidas.
El mar encrespado balanceaba al Bergante como si fuera una cuna, pero con tal ímpetu como si la mano que mecía la cuna fuera la de alguien que odiara profundamente a la criatura que en ella dormitaba.
El cielo, cubierto de negros nubarrones, junto con la espesa cortina de lluvia y el fuerte viento de estribor, impedían ver en lontananza así como en propincuanza, e incluso a dos palmos de las narices, por lo que el vigía tuvo que abandonar su puesto en la cestilla con un suspiro de alivio; no sólo por la inutilidad de su presencia allí arriba, sino porque corría el riesgo de salir despedido violentamente en uno de aquellos súbitos bandazos.
El Capitán gritó:
- ¡Todos a sus puestos!, ¡a capear el temporal!.
Un marinero, de nombre Paco, un raro nombre en aquellas latitudes, aunque no tan raro como otros, marchó a su camarote a buscar el capote de brega. Paco era moreno, alto y escuálido. Era mestizo, hijo de un sevillano de Triana, aunque su padre no se llamaba Rodrigo. Había heredado de su padre, ya que no otra cosa, la afición a la tauromaquia y se creía una figura en el arte de Cúchares, pero no había visto un toro de lidia en su vida. Tenía una cabeza de toro tatuada en el pecho, y le  llamaban “El Antillanito”. Él pensó que si capeaba el temporal, si le daba unos cuantos pases, se iba a amainar; pero, tras cinco revoleras, dos verónicas y dos chicuelinas, el temporal pasaba de sus pases y el Capitán le tuvo que acabar ordenando que dejara de hacer el “Don Tancredo” y se pasara al timón a relevar a Cuatrorrumbos.
El Antillanito, con una larga cambiada, se largó al timón, cambió el rumbo a sotavento y, en ese momento, a porta gayola y a pecho descubierto, con el gobernalle comenzó a parar, templar y mandar en el derrotero de una nave que derrotaba más que un Miura.
Finalmente remitió el vendaval y los vientos y las aguas se calmaron lo suficiente para que el vigía volviera a trepar a su puesto; y todos, con el Capitán al frente, pasaron revista a los daños.
El temporal les había sacado de su rumbo y, consultadas las cartas marinas, Barbanada pudo comprobar que estaban muy cerca del archipiélago de Sotavento Sur y puso rumbo hacia él, esperando encontrar alguna isla en condiciones para hacer los arreglos necesarios.
Habían salido con bien de aquel temporal, pero la navegabilidad de El Bergante se veía muy comprometida. Se había rasgado la Mayor; y la Escandalosa aún había acabado peor, se había partido en dos con un estrépito impresionante, como es natural.
En esas condiciones no podían navegar; y si lo hacían, serían presa fácil para cualquiera otra nao con su aparejo intacto, y aún peor, podían volver a encontrarse con aquella fragata de la Flota Inglesa..
El Capitán dijo:
- ¡Vigía! ¿Qué se ve?. Hay que desembarcar para reparar los destrozos.
El vigía contestó a voz en grito, para hacerse oír entre los coletazos de la tempestad:
¡Por allí resopla! perdón ¡Tierra a la vista!
A estribor se podía ver un punto sobre la inmensidad del mar. El Capitán comprobó las coordenadas y aquella isla no aparecía, aunque no lograba quitarse de la cabeza la impresión de que la conocía de algo, el instinto le estaba enviando un mensaje que no era capaz de interpretar. Cambiaron el rumbo hacia aquella isla, se izó la cangreja, el foque y el petifoque, que aún se conservaban íntegros. Todos estaban ocupados en las jarcias, desenredando unos cabos y tensando otros y consiguieron recoger las velas rotas que colgaban sobre la cubierta. Suerte que la arboladura no había sufrido daño alguno, de modo que se trataba tan sólo de remendar las velas rasgadas y volver a hacerse a la mar. De todos modos aquello sería un arreglo provisional, ellos no podían permitirse navegar con unas velas remendadas, no era su estilo y no quedaba bien. A la primera ocasión las reemplazarían por unas nuevas en Sandy Bay.
La sonda indicaba un calado suficiente, lejos de las rompientes, y pudieron echar el ancla sin incidentes en una ensenada rocosa que les permitió desembarcar unos odres para el agua sin tener que usar los botes, aunque tuvieron que chapotear en el agua hasta la rodilla.
También a Big, Spider y otros más, aquella isla les producía una sensación desagradable, como si les asaltaran penosos recuerdos. Hasta el Capitán estuvo a punto de dar órdenes para partir de inmediato y buscar otra isla, pero se calló. Había que reparar los daños, pero sin perder tiempo, y partirían hacia La Tortuga lo más pronto posible para proveerse de nuevas velas y reaprovisionarse.
Mientras que un equipo salió en busca de agua potable y comestibles, otro se dedicó a reparar el velamen. Aguja e hilo en ristre, comenzaron a remendar la mayor y la escandalosa. Algunos se lo tomaron muy en serio y, echando de menos el abordaje, se dedicaron a bordar unos primorosos motivos florales. Suerte que el Capitán se dio cuenta a tiempo y puso fin a toda veleidad artística.
- Se trata únicamente de remendar las velas para que aguanten la travesía, no de bordarlas. Sólo nos faltarían unas velas a punto de cruz para que nos tomaran por el pito del sereno, aún más.
Los exploradores regresaron pronto, porque la isla era pequeña. Llevaban los odres llenos de agua potable y una buena provisión de cocos, así que ya no tendrían problemas para comer y beber. Al otro lado de una pequeña montaña habían encontrado una playa de arena suave y unos cocoteros, pero sólo pudieron recoger los cocos caídos en el suelo, no eran capaces de trepar a los cocoteros que estaban cargaditos. 
- ¡Si hubiera ido con nosotros Incy Wincy...! - dijo El Antillanito
Al caer la noche, las dos velas ya estaban reparadas y las demás revisadas a fondo. Para celebrarlo, o aunque no hubiera nada que celebrar, partieron unos cuantos cocos y se mezcló el agua de coco con un poco de ron; bueno, un poco no, a partes iguales… por lo menos.
Y, quieras o no quieras, ahora por ti, ahora por mí, vale, otra más, la penúltima… no quedó un solo coco de los que habían llevado los exploradores ni una pinta de ron en la bodega.
El Capitán, con muy buen criterio, reconsideró el rumbo. Ya no valía la pena ir a Jamaica, porque no quedaba en la bodega una gota de ron que vender. Así que se quedarían en aquella isla hasta que la tripulación se recuperase del mareo y hasta que la marea fuera favorable, aunque ello le despertara tristes recuerdos.
La resaca rompía en las rocas, en el casco y también rompía las cabezas de la tripulación de El Bergante, pero marea y mareo acabaron pasando y, con un viento favorable, el Capitán puso finalmente rumbo a la isla de La Tortuga, aunque sin muchas prisas.
No habían navegado muchas millas; cuando aquella fragata, de la que habían logrado escapar, dio con ellos, y el vigía gritó:
- ¡Fragata por estribor!
- ¿Me lo puedes repetir, por favor?
- Por babor no, Capitán, por estribor
- Gracias
- De nada
A todo esto la fragata se estaba acercando peligrosamente.
- Zafarrancho de combate! ¡a las piezas! - gritó el Capitán
Y los piratas ocuparon su lugar en los cañones, aunque había más cañones que marineros. Los cañones eran veinte y los artilleros no pasaban de diez; pero viró rápidamente de borda para recibir al adversario que se acercaba y así cada cañón de estribor tenía un servidor con su botafuegos encendido, preparado para prender la mecha y apuntando.
- ¡Fuego! - gritó el Capitán, mientras la Banda tocaba “Alarma”
Y ni uno solo de los cañones disparó, se habían olvidado de cargarlos.
- ¡Anda! ¿nada? - gritó sorprendido el Capitán, y una vez recuperado de la sorpresa, tras unos segundos que se le hicieron eternos o es que fueron minutos más que segundos, gritó:
- ¡Andanada!
La fragata casi estaba a punto de tenerlos a tiro, pero no le dio tiempo a virar del todo.
La eficacia y rapidez de los artilleros de El Bergante era proverbial y esta vez también lo demostraron, esta vez sí que las bocas de los diez cañones se llenaron de fuego, de humo y de hierro, y el casco de la fragata se llenó de agujeros por debajo de la línea de flotación y se comenzó a llenar de agua salobre, se llenaba de mar.
También el Bergante recibió unos cuantos impactos de refilón, pero no eran de gravedad, sólo que los camarotes de estribor tendrían aire acondicionado durante un tiempo. Suerte que era en verano y en el Trópico.
Aquella fragata, a la que habían bautizado pomposamente con el nombre de Titán, comenzó a irse a pique lentamente como si hubiera topado con un témpano en su primer viaje. No era esa la intención de su capitán, que miraba desolado hundirse su barco mientras la tripulación botaba las lanchas de salvamento. Y no era esa la intención del Capitán, porque él pretendía irse a Port Royal y no a "Pique". No quería ir a aquel lugar del que tanto se hablaba, al que tantos buques habían ido y del que nadie había regresado, y en el que no se le había perdido nada.
La tripulación de la Titán se puso a salvo en los botes; mientras que la Banda, en la cubierta de El Bergante, tocaba a pleno pulmón una mojiganga popular.
Así se vieron libres de su perseguidor y acabaron llegando a La Tortuga para la reparación de los daños, descansar de los azarosos días vividos y aprovisionarse; especialmente de libros, tomates y vodka.  


Y LA PRÓXIMA SEMANA:

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