Este cuento-relato: pirático, acuático, errático y estrambótico, va dedicado a todos aquellos que ya están hartos de las historias violentas de piratas, saqueos sangrientos y paseos por la plancha. También para aquellos que, a la plancha; lo que prefieren, como yo, son unas buenas gambas, o unos chipirones, pero con cervezas frías y nada de “tibias”. Y también para aquellos que se sientan un poco “calaveras”
PIRATAS DE BARBADOS
ÍNDICE
Cap. 1 El Capitán Barbanada
Cap. 2 Capeando temporales
Cap. 3 En la Isla de Barbapapá
Cap. 4 A Port Royal
Cap. 5 En las mazmorras
Cap. 6 La Gaviota
Cap. 7 El tesoro del Olonés
Cap. 8 Al mando de Patacorta
Cap. 9 El Bergante y su primera
presa
Cap. 10 A por Patacorta
Cap. 11 El asalto a la isla
Cap. 12 La Bergantina
1.- EL CAPITÁN BARBANADA
Hubo
un tiempo en que, por el Caribe, pululaban los piratas. Los barcos
que hacían la ruta hacia el Viejo Continente, especialmente a España
y a Gran
Bretaña, eran presas apetecibles para el saqueo, ya
que solían transportar cargas valiosas. Hubo muchos piratas famosos
que han pasado a la historia, a la literatura y a la pantalla, pero
pocos piratas eran como los que vamos a conocer y que nunca han
aparecido en los libros ni en las películas.
Se trataba de unos piratas atípicos,
muy finos, corteses y educados, que nunca usaban palabras
malsonantes; sólo se les escapaba, en contadas ocasiones muy
especiales algún: córcholis, caracoles, caramba, carape, cáspita,
voto a Bríos, por el Chápiro Verde, y similares. Así, cuando se
lanzaban al abordaje gritaban, valientes y denodados:
- ¡Al abordaje! ¡cócholis! -
y cosas por el estilo.
Las órdenes del capitán, eran tal
que así:
- ¡Arriad la cangreja! Por favor
o
¡Largad la Mayor! Si no os importa
Tan educado y considerado era.
Eran objeto de mofa por parte de toda
la piratería, pero todos estaban equivocados. Tras aquellas
palabras corteses y modales refinados, tras aquellas formas y
fórmulas educadas, latía un espíritu aventurero, combativo y
denodado. Tan denodado que nunca, a lo largo de su historia
piratesca, habían sido apresados ni hundidos definitivamente, y todos sus abordajes
acababan sin víctimas y a plena satisfacción, incluso por las dos
partes.
Su capitán, José Brown, al que
llamaban Barbanada porque aún se conservaba barbilampiño, pese a ser
originario de Barbados, era también objeto de burla entre los
piratas del Mar Caribe; y es que aún se mantenía incólume, seguía
con sus dos piernas, sus dos manos y sus dos ojos. Nada de pata de
palo, mano de garfio, ojo de vidrio o parche. Pero nunca hubo en todo
el mar Caribe, pese a su juventud, un marino tan avezado ni un pirata
tan valiente y entero, y digo entero en el más amplio sentido de la
palabra.
No tenía su cabeza puesta a precio,
como la mayoría de los piratas; es más, todos aquellos que le
conocían bien, incluso aquellos que habían sido víctimas de sus
actividades profesionales, tenían aprecio por su cabeza porque la
tenía bien puesta y bien amueblada.
En la Isla de La Tortuga había
demostrado bien que él no lo era (tortuga, quiero decir); y ser, por el contrario, el más rápido con el sable y el más certero con el
arcabuz, mosquete o pistola, posiblemente por todo ello conservaba
sus miembros y sentidos intactos.
Su bandera era negra, como suelen ser
todas las banderas de los piratas, pero ésta era de un negro
impoluto, inmaculado, y sin una sola arruga. No era como las otras
que tenían manchas de todo tipo de cosas sospechosas y parecían un
guiñapo. Algunas ni tan siquiera necesitaban que soplara viento para
mantenerse alzadas como si ondearan, porque estaban como acartonadas.
Como cualquier bandera pirata reglamentaria tenía una calavera, pero
aquella era una calavera sonriente y muy bien bordada, en lugar de
pintada, y además lucía dos frías cervezas en posición de brindis
en lugar de dos tibias cruzadas, o dos sables, como solían lucir todas
las otras enseñas piratas.
Su botín siempre era de cosas
valiosas; nunca de lingotes de oro, plata, joyas, monedas y tonterías
similares, aunque las monedas no las despreciaban porque eso siempre
era útil para aprovisionarse de todo lo necesario. Ellos, por encima
de todo, preferían las obras de arte como: cuadros, esculturas, ,libros o instrumentos musicales; también las recetas de cocina,
porque decían que además de alimentar el espíritu había que
alimentar el cuerpo; y a Doug Adams, su cocinero, no se le daba nada mal.
No solían enterrar su tesoro en
cofres en una isla desierta, como todos sus compañeros de
profesión, porque se hubieran echado a perder. Ellos montaban a
veces exposiciones itinerantes en todos los refugios de piratas: La
Tortuga, Sandy Bay, Barbados, Belice… y donaban ocasionalmente otras obras a los
museos.
Su barco era un ligero bergantín al
que, para que no se sintiera minusvalorado con el diminutivo y
evitarle una depresión, le acabaron llamando el Bergante. No estaba
dotado con cien cañones por banda, sino con una Banda y con veinte cañones en
total, diez por babor y diez por estribor. La Banda además
de amenazar las celebraciones a bordo porque sonaba fatal, amenizaba todos los abordajes
tocando las órdenes y otros toques con cornetas y redobles de
tambores, cosa que enardecía sobremanera a su tripulación y
acoquinaba al adversario, posibilitando el éxito de sus acciones.
Pues resulta que un buen día,
navegando por el archipiélago de Barlovento en busca de una presa,
el vigía avizoró en lontananza una carabela con aspecto de llevar
un buen cargamento.
- Carabela a proaaaaaa -
alertó
El capitán gritó:
- ¡Zafarrancho de combate! ¡voto
a Bríos!
Y luego
- ¡Todos a sus puestos! Os lo
ruego, caballeros
- ¡Ya lo habéis oído,
mastuerzos! - gritó Bull Big, que era el segundo de a bordo. Big
era muy impulsivo y aunque era también educado, fino y considerado,
no lo era tanto como el Capitán
– Y si os ha molestado os ruego
humildemente disculpas por el apelativo - añadió.
Se trataba además de la mano derecha
de Barbanada y, juntos, habían compartido muchos azares y peligros. Le
llamaban Big para abreviar y definir, porque realmente grande lo era,
y mucho.
Y todos, como un solo hombre,
obedecieron las órdenes, como no podía ser de otro modo, al grito
de:
- ¡A sus órdenes capitán! Y no
hay de qué.
La Banda, dirigida por Hans Werner Henze,
comenzó a interpretar los toques de “llamada” y “atención”
y a redoblar briosamente, con lo que la tripulación se enardeció
tanto, que las frías cervezas del pabellón pirata se tornaron
tibias, algo así como en cualquier otra bandera pirata.
El Capitán dio la orden pertinente y
el artillero llamado Bigeye largó un cañonazo de aviso, justo
frente a la proa de su presa. El Capitán de la carabela, al verse
indefenso y en inferioridad, arrió velas y el barco se quedó al
pairo, a merced de sus captores.
Cuando se pusieron borda contra borda,
el capitán ordenó:
- ¡Al abordaje!, pero con mucho
cuidado, a ver lo que hacéis, muchachos.
Se tendieron garfios, cabos y redes
entre ambas naos y por ellas fueron desfilando airosamente los
piratas, todos con sus relucientes sables desenvainados. Y al decir
relucientes me quedo corto, mas bien eran resplandecientes, porque su
mayor ocupación era mantener su indumentaria impecable, sin
salpicaduras de sangre ni de ron, y sin una arruga. Con los correajes
y armas, el cuidado era aún más esmerado y debían brillar de modo
deslumbrante, porque eso es lo que más aterrorizaba a sus presas,
aún más que la punta y el filo.
Toda la tripulación de la carabela
les recibió en formación, inmóviles, esperando lo peor, como se
podía apreciar en sus pálidos semblantes. La fama el Bergante
corría por todo el Mar Caribe. Era de todos conocido que la
violencia siempre era su último recurso, aunque no dudarían en
usarla, y también se sabía que nadie entre los abordados por ellos
tuvo nunca quejas de malos tratos o malos modos. Por eso, sabiendo
que “toda resistencia es inútil”, habían depuesto las
armas y estaban equipados con sendas toallas a las que se aferraban
desesperadamente como a una tabla de salvación.
Mientras tanto un grupo de delfines
daba saltos acrobáticos alrededor de El Bergante y parecía que
querían decir “gracias por el pescado”. Y es que
Doug Adams el cocinero, como no solía participar en los abordajes y
se aburría, se distraía echándoles pescado y viendo lo alto que
saltaban. Nunca llegarían a despegar y elevarse por los cielos, pero
él no perdía la esperanza de verlos perderse entre las nubes.
El Capitán Barbanada, solemnemente,
abordó el barco por una pasarela de madera preparada ex profeso. Recreándose en su paseo por la tabla al toque de “abordaje”, se
dirigió al capitán de la nave capturada, muy ceremonioso y
quitándose el sombrero:
- Buenos días Capitán,
discúlpenos por interrumpir su apacible travesía tan
intempestivamente, pero ¿tendría la bondad de decirme cuál es su
cargamento, si no le importa? Le estaría muy agradecido.
- Llevamos tejidos de seda de
Oriente, jarrones de La China, oro de Perú y tomates canarios.
- Muchas gracias capitán, podéis
quedaros con todas esas fruslerías, pero los tomates los quiero como
botín.
El Capitán y la tripulación de la
carabela nunca hubieran pensado que se conformarían con unas cuantas
canastas de tomates, cuando habrían podido llevarse mercancías de
más alto valor; pero lo que ellos no sabían era que los piratas de El
Bergante eran de lo más sanguinario, aunque su sanguinariedad se
reducía a consumir con fruición grandes cantidades de un cóctel
llamado Bloody Mary (“María la sanguinaria”, en recuerdo de Su
“Graciosa” Majestad, María I Tudor ) y cuyos ingredientes
principales era el zumo de tomate y el vodka, entre otros. Así,
además, reafirmaban su valor y temeridad, porque en aquellos tiempos
aún persistía la falsa creencia popular de que, tanto los tomates,
como las patatas, podían resultar venenosos.
Tras incautarse de cada tomate que
hubiera en la nave, tanto verdes como maduros, incluso los que tenían
almacenados en la cocina, se retiraron al Bergante, retiraron
también los cabos, garfios y redes, y el Capitán dijo como
despedida:
- Id con Dios y con viento fresco
de popa.
Al cocinero de la carabela no le hizo
mucha gracia todo aquello, porque había previsto un gazpacho en el
menú del día y ahora, por falta de tomates, tendría que pensar en
otra cosa.
Así el Bergante levó el ancla, izó
velas y se alejó de su presa, y ésta también izó velas y partió,
perdiéndose en el curvado horizonte.
Aquel día acabaron celebrando el
botín con unas rondas de Bloody Mary, tantas rondas que agotaron
todos los tomates y todo el vodka de la bodega. Algunos probaron, a falta de vodka, de
añadirse al zumo de tomate algo de ron, como un pirata cualquiera, pero aquello no fue de su agrado y dijeron:
- ¡Puaggg! ¡Caramba! ¡qué cosa
más horrible!, ¡cielo santo!, ¡por el Chápiro verde!
Y así terminó aquel fructífero día
de piratería, filibustería y bucanería, terminaron con: los
tomates, el vodka, una melopea de campeonato, como un pato mareado,
por los suelos y, finalmente, una resaca y un dolor de cabeza de los
que no están en los escritos.
Y la próxima semana... CAPEANDO TEMPORALES
¡NO TE LO PIERDAS!
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