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viernes, 12 de febrero de 2016

El Gigante irritado

Esto es un cuento y no un espectáculo de títeres.

Se advierte también que va dirigido a personas adultas, aunque sean espectadores de Gran Hermano, y no a niños menores de edad aunque tengan mayor cociente intelectual. Tampoco se hace apología del Gigante ni utilizamos carteles de ningún tipo. Se hace constar esto por la propia seguridad y en prevención de posibles cagadas judiciales


 EL GIGANTE IRRITADO

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie


En el Reino de Europia estaban pasando una importante crisis de crecimiento. Unas malas cosechas habían provocado graves carencias en la alimentación y, por falta de los oligoelementos necesarios, la producción de la hormona de crecimiento se había visto afectada y los niños no ganaban en estatura, no porque padecieran el Síndrome de Peter Pan, sino por deficiencias en la dieta y en la calidad de los alimentos.
Todos aquellos comestibles, que eran muy necesarios, tampoco se podían importar de otros reinos, puesto que la balanza de pagos estaba cada vez más escorada y la moneda se estaba depreciando respecto a la moneda más fuerte de referencia.
Aquella grave situación estaba dando lugar a una mayor desigualdad, desequilibrios sociales, paro y hambre, cosa esta última que limitaba aún mucho más el crecimiento de los niños que la propia carencia de la hormona, puesto que había muchos de ellos con graves déficits alimentarios.
Pero todos aquellos problemas, y muchos más que no comento, no eran nada comparado con el insomnio y con las noches en blanco que padecían los habitantes de aquel Reino.
El Gigante oficial del Reino, llamado Germantúa, estaba muy irritado. Ésto no habría sido problema, ya se sabía que a veces tenía mal genio, pero era pasajero y últimamente no daba lugar a guerras cruentas ni exterminios, pero esta vez se pasaba horas y horas rezongando en voz baja, cosa que para todos los súbditos sonaba como si el vecino lo hiciera a voz en grito. Y, por si ésto fuera poco, se la pasaba deambulando para aquí y para allá con sus enormes zapatones, haciendo tal estruendo como si una violenta tormenta se abatiera sobre el Reino.
Los ciudadanos, los villanos y los campesinos estaban ya más que hartos al no poder conciliar el sueño. Ya les daba lo mismo si los niños no crecían o lo hacían poco, tampoco el hambre, ni muchas otras cosas, lo único que importaba era silenciar a aquel ruidoso gigante y poder dormir, aunque fuera un ratito. De modo que se apretaron el cinturón y, en un intento de que se estuviera quietecito mientras comía, le llevaban parte de sus magras provisiones.
Momentáneamente aquello supuso un ligero alivio, pero el Gigante volvió a las andadas y cada vez exigía más y más sacrificios a los sufridos habitantes del reino, hasta que llegó un momento en que los cinturones ya no daban para más agujeros.
Se llegó a tal estado de desesperación que acudieron a la Corte para que tomaran las medidas. Una delegación de los afectados, aunque afectados lo eran todos, fue recibida por el Chambelán de Bruselwille y les prometió que haría lo posible para resolver el problema.
Y se montó una Comisión,
y otra,
y otra,
y otra,…
y pasaron años de debates mientras el Gigante gruñía y gruñía y la gente sufría y sufría de hambre y de falta de reposo.
Hasta que, un día, en una de aquellas habituales inútiles comisiones, alguien dijo:
- ¿Y por qué no vamos al Gigante y le preguntamos qué le pasa?
Y, tras arduos debates, considerandos, síes, noes, dimes, diretes, pros, contras, comilonas, chupitos y cubatas… una embajada se acercó a la cueva del Gigante y le hizo la pregunta que, tras laboriosas discusiones, habían acabado acordando, a la que el Gigante contestó:
- Estoy enfadado porque sólo he crecido un centímetro y eso en un gigante es muy poco.
Consiguieron, algo inhabitual en aquellas habitualmente inútiles Comisiones; convencerle de que él era, con mucho, el más grande del Reino y que seguiría siéndolo porque los demás no estaban creciendo nada.
Durante un tiempo se hizo el silencio y todos pudieron dormir muy a gusto, como hacía mucho que no lo habían hecho.
Las cosas comenzaron a ir mejor, las cosechas fueron buenas, los niños volvieron a crecer algo, y el hambre comenzó a desaparecer de aquel reino.
Pero un día volvieron a sonar los rezongos del gigante, así como los pasos erráticos de sus enormes zapatones, como truenos en aquel reino, hasta entonces tranquilo.
Otra vez volvieron a entrevistarse con el Chambelán y otra vez éste les prometió hacer algo.
Y se montó una comisión,
y otra,
y otra,
y una Cumbre,
y una Conferencia,
y otra comisión…
hasta que alguien dijo:
- ¿Y por qué no vamos al Gigante y le preguntamos qué le pasa?
Y así, tras meses de arduos debates, considerandos, síes, noes, dimes, diretes, pros, contras, comilonas, chupitos y cubatas… se llegó a un precario, pero suficiente, acuerdo.
Nuevamente llegó una Comisión a la cueva y el portavoz de la misma le dijo, alzando la voz cuanto pudo, al Gigante:
- Sabemos que esta vez has crecido dos centímetros y no vemos motivo para tu irritación.
- ¿Que no hay motivo? - replicó a voz en grito el gigante.
Todos los de la Comisión se tuvieron que tapar los oídos ante aquel vozarrón atronador, y el Gigante siguió:
- Pues entonces haced callar al puñetero enano conejero que ya me tiene de los nervios, porque no hace más que presumir de haber crecido más que nadie en todo el Reino. Total porque ahora mide un ridículo metro y medio, tras haber crecido ¡CINCO MÍSEROS CENTÍMETROS!
Y colorín, colorado, este análisis socioeconómico de Europia, las andanzas de su Gigante Germantúa y del puñetero Enano que gobernaba en la Comunidad Autónoma de Spania, también llamado país de conejos, se ha acabado.

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