EL REY DE LOS CARACOLES
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al pie
Había
una vez un caracol que debía ser el Rey de los caracoles puesto que
se alojaba, no en una concha en espiral como todos los demás
caracoles que conocemos; sino que, sobre sus hombros, cargaba un
castillo con sus torres y sus almenas. Al menos ésa fue la impresión
que me dio cuando lo encontré en una tarde lluviosa, tras una clara,
cuando es el momento más apropiado para la caza del caracol y ya
llevaba media cesta.
Estaba
muy atareado, haciendo regresar dentro de la cesta a aquellos que
trepaban por el borde tratando de escapar, y recogiendo nuevos
ejemplares.
Pero
le vi, entre el verde pasto, alzando su almenada concha y
deslizándose majestuosamente sobre una refulgente alfombra de baba
que brillaba al sol.
No
sabía qué hacer. No daba crédito a mis ojos. Me agaché para verlo
más de cerca y, no sólo no se replegó al acercarle la mano, sino
que siguió avanzando orgulloso, con el cuello erguido y los cuernos rectos,
como señalando el camino.
Era,
además, de buen tamaño y yo estaba tan sorprendido e indeciso que
no hacía más que mirarlo avanzar tan decidido e impasible sobre la hierba. Desde
luego aquel caracol era un fenómeno digno de estudio y un ejemplar
de interés científico evidente.
En
éstas estaba cuando noté que algo frío y húmedo me caía en un pie. Al volverme
pude comprobar que todos los que llevaba en la cesta se estaban
escapando, algunos ya se alejaban de ella por la hierba.
De
modo que me dediqué a hacerlos regresar al fondo, soltando los que
ya se hallaban en el borde y volviendo a cazar a los fugitivos que,
pasito a pasito, babita a babita, se iban marchando. Pasó un largo
rato hasta que logré capturar al último de los huidos.
Cuando
me volví hacia el lugar en que había dejado a aquel extraordinario
caracol, ya no estaba allí. Había desaparecido y no podía seguir
su rastro porque se había mezclado con el de los otros escapados.
Busqué por todos lados y fui incapaz de encontrarlo.
Recapacitando
luego comprendí que, cuando tienes algo importante entre manos, no
debes distraerte con cosas de menor importancia, por muchas que éstas
sean.
Pero,
finalmente, me consolé con una buena bandeja de caracoles a la
parrilla. Porque el que no se consuela es porque no quiere.
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