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jueves, 22 de febrero de 2018

El Rey de los caracoles



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Había una vez un caracol que debía ser el Rey de los caracoles puesto que se alojaba, no en una concha en espiral como todos los demás caracoles que conocemos; sino que, sobre sus hombros, cargaba un castillo con sus torres y sus almenas. Al menos ésa fue la impresión que me dio cuando lo encontré en una tarde lluviosa, tras una clara, cuando es el momento más apropiado para la caza del caracol y ya llevaba media cesta.
Estaba muy atareado, haciendo regresar dentro de la cesta a aquellos que trepaban por el borde tratando de escapar, y recogiendo nuevos ejemplares.
Pero le vi, entre el verde pasto, alzando su almenada concha y deslizándose majestuosamente sobre una refulgente alfombra de baba que brillaba al sol.
No sabía qué hacer. No daba crédito a mis ojos. Me agaché para verlo más de cerca y, no sólo no se replegó al acercarle la mano, sino que siguió avanzando orgulloso, con el cuello erguido y los cuernos rectos, como señalando el camino.
Era, además, de buen tamaño y yo estaba tan sorprendido e indeciso que no hacía más que mirarlo avanzar tan decidido e impasible sobre la hierba. Desde luego aquel caracol era un fenómeno digno de estudio y un ejemplar de interés científico evidente.
En éstas estaba cuando noté que algo frío y húmedo me caía en un pie. Al volverme pude comprobar que todos los que llevaba en la cesta se estaban escapando, algunos ya se alejaban de ella por la hierba.
De modo que me dediqué a hacerlos regresar al fondo, soltando los que ya se hallaban en el borde y volviendo a cazar a los fugitivos que, pasito a pasito, babita a babita, se iban marchando. Pasó un largo rato hasta que logré capturar al último de los huidos.
Cuando me volví hacia el lugar en que había dejado a aquel extraordinario caracol, ya no estaba allí. Había desaparecido y no podía seguir su rastro porque se había mezclado con el de los otros escapados. Busqué por todos lados y fui incapaz de encontrarlo.
Recapacitando luego comprendí que, cuando tienes algo importante entre manos, no debes distraerte con cosas de menor importancia, por muchas que éstas sean.
Pero, finalmente, me consolé con una buena bandeja de caracoles a la parrilla. Porque el que no se consuela es porque no quiere.




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