Fan ha desaparecido y no se
le encuentra por parte alguna,
Merto decide ir a la capital
a buscarlo.
A VOLAR parte 2
Esta vez sí disfrutó del viaje, sin temor a que se le pudieran clavar las garras accidentalmente o que se desgarrara la ropa por la que le asían y caer. También la postura era más cómoda que ir colgando de los hombros, de modo que se arrellanó en su silla voladora y disfrutó de aquellas vistas aéreas, de aquel paisaje que pasaba raudo bajo sus pies. Veía campos cultivados, bosques, senderos, casas aisladas y, a lo lejos, la Capital como una mancha gris sobre un fondo verde.
Pasaron cerca de Aste, pero a mucha altura y más hacia poniente, en ruta hacia los pastos altos. Y vio su pueblo, tan pequeño comparado con la Capital… pero también pudo apreciar como con sus jardines y huertos se encontraba más integrado en el entorno, mientras que la Capital no dejaba de ser una gris aglomeración de casas de espaldas a la Naturaleza.
Llegaron a los pastos altos, se quitó el arnés, lo recogió en su bolsa tal como había hecho Merto, y lo guardó en la mochila tras hacerle salir. Zafiro y Zaf marcharon, posiblemente en busca de flores, y ellos descendieron hasta donde pastaba el rebaño. Fan había trepado a unas rocas y le llevaba a Diamante un buen ramo de aquel té que tanto le gustaba. Estuvieron un rato por allí y aún les dio tiempo para llegar a casa y preparar la comida.
Había sido un viaje relámpago que a Fan le gustó y le disgustó a un tiempo. Le gustó porque facilitaba mucho desplazarse a lugares remotos, e incluso inaccesibles, le permitía disfrutar de unas vistas privilegiadas; pero le disgustaba porque, de algún modo, le quitaba el encanto de la aventura, de lo imprevisto… Aunque acabó pensando en que el sicuor también le quitaba aquel encanto de lo desconocido e imprevisto al revelar lo que pasaría. Pero; por otra parte, ayudaba mucho saber y hasta poder estar en otros lugares sin moverse del lugar. Y, pensando en el sicuor, algo le pasó por la cabeza, un impulso irrefrenable que no pudo, o no quiso, controlar.
Aprovechando que Merto estaba en la fragua, un día se introdujo en la mochila con la cantimplora de sicuor que había vuelto a rellenar. No había un lugar más privado y discreto en el mundo, a no ser que alguien se pusiera a buscar en su interior. Ni luz, ni sonidos, ni movimientos, ni olores, ni variaciones térmicas… nada venía a turbar aquella clausura, aquel aislamiento. Y tomó un trago de la cantimplora, y se recreó en todas las aventuras pasadas, saboreando cada uno de los segundos. Allí el tiempo no contaba y el carrusel de las escenas no giraba atropelladamente, como antes le pasara, allí discurría plácida y mansamente como el río Calmo camino de la mar. Las escenas se sucedían unas a otras cronológicamente y en tiempo real, desde el momento en que descubriera entre su rebaño a aquella extraña oveja.
Pasaron cerca de Aste, pero a mucha altura y más hacia poniente, en ruta hacia los pastos altos. Y vio su pueblo, tan pequeño comparado con la Capital… pero también pudo apreciar como con sus jardines y huertos se encontraba más integrado en el entorno, mientras que la Capital no dejaba de ser una gris aglomeración de casas de espaldas a la Naturaleza.
Llegaron a los pastos altos, se quitó el arnés, lo recogió en su bolsa tal como había hecho Merto, y lo guardó en la mochila tras hacerle salir. Zafiro y Zaf marcharon, posiblemente en busca de flores, y ellos descendieron hasta donde pastaba el rebaño. Fan había trepado a unas rocas y le llevaba a Diamante un buen ramo de aquel té que tanto le gustaba. Estuvieron un rato por allí y aún les dio tiempo para llegar a casa y preparar la comida.
Había sido un viaje relámpago que a Fan le gustó y le disgustó a un tiempo. Le gustó porque facilitaba mucho desplazarse a lugares remotos, e incluso inaccesibles, le permitía disfrutar de unas vistas privilegiadas; pero le disgustaba porque, de algún modo, le quitaba el encanto de la aventura, de lo imprevisto… Aunque acabó pensando en que el sicuor también le quitaba aquel encanto de lo desconocido e imprevisto al revelar lo que pasaría. Pero; por otra parte, ayudaba mucho saber y hasta poder estar en otros lugares sin moverse del lugar. Y, pensando en el sicuor, algo le pasó por la cabeza, un impulso irrefrenable que no pudo, o no quiso, controlar.
Aprovechando que Merto estaba en la fragua, un día se introdujo en la mochila con la cantimplora de sicuor que había vuelto a rellenar. No había un lugar más privado y discreto en el mundo, a no ser que alguien se pusiera a buscar en su interior. Ni luz, ni sonidos, ni movimientos, ni olores, ni variaciones térmicas… nada venía a turbar aquella clausura, aquel aislamiento. Y tomó un trago de la cantimplora, y se recreó en todas las aventuras pasadas, saboreando cada uno de los segundos. Allí el tiempo no contaba y el carrusel de las escenas no giraba atropelladamente, como antes le pasara, allí discurría plácida y mansamente como el río Calmo camino de la mar. Las escenas se sucedían unas a otras cronológicamente y en tiempo real, desde el momento en que descubriera entre su rebaño a aquella extraña oveja.
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Merto había ido varias veces a casa de Fan sin encontrarlo. Pensó que estaría en los pastos con el rebaño, pero al día siguiente le sucedió lo mismo. No estaba en casa, ni en el huerto, ni en el corral y era extraño que pasara tanto tiempo fuera. Decidió ir a buscarlo a los pastos, quería enseñarle lo último que había hecho en su taller para pedirle su opinión. Se trataba de aquellos soportes que viera en casa de Andrea para tostar el pan. Pero tampoco estaba con el rebaño, y tampoco en los pastos altos. Regresó y esperó su vuelta, mas al día siguiente tampoco apareció.
- No creo que se haya marchado a correr aventuras él solo, porque aquí están las Joyas y Zaf, tampoco se hubiera ido sin decirme nada ni despedirse.
Y un recuerdo le asaltó. Aquello era igual a cuando, en Alandia, le habían secuestrado unos desalmados de Sirtis. Y el temor se apoderó de él, y preguntó a todos los vecinos si habían observado algo extraño los días anteriores, la presencia de forasteros, algo fuera de lo habitual. Pero la única respuesta era:
- Por aquí no ha pasado nadie que no sean los comerciantes que vienen habitualmente de la Capital. Todos son bien conocidos y no hemos visto a nadie más, fuera de ellos.
Merto ya no se fiaba ni tan siquiera de los visitantes habituales
- ¿Y si se lo han llevado a la Capital? … ¿Y para qué? Todos saben que no tenemos riquezas y que nuestras Joyas son lo que son. Pero voy a tener que ir allí a ver si averiguo algo.
De modo que se decidió a ponerse en camino y, para ello, necesitaba la mochila. La buscó donde solía estar habitualmente y no la encontró.
- Se la habrá llevado - pensó
Pero finalmente la halló en un rincón del dormitorio, un lugar poco habitual. La llevó a la despensa con la idea de echar agua y provisiones, pero primero buscó dentro para comprobar qué provisiones quedaban. Metió la mano y tuvo un susto mayúsculo cuando otra mano agarró la suya y a continuación salió Fan, tan campante, de dentro de la mochila.
- ¿Te has asustado? Disculpa, sólo hace un rato que entré.
- ¿Sólo un rato? ¡Llevas casi una semana desaparecido! Y yo loco buscándote por todas partes.
- Perdona. Es lo malo que tiene esto. Ahí dentro pierdes el sentido del tiempo y de todo. Pero ya ves, he estado una semana ahí, sin comer ni beber y no tengo sed ni hambre, además me siento perfectamente. Esto puede ser como viajar en el tiempo, encerrarte para salir, como si nada, al cabo de cien años y ver cómo han cambiado las cosas. ¡Apasionante!
- De eso nada. De aquí a cien años ya no quedaría nadie de los que conoces ni de los que aprecias. Desconocerías todo ese tiempo futuro y serías como un niño huérfano que tiene que comenzar a aprender, como un náufrago en una isla desconocida. Déjate de juegos. Cuando quieras perder tu tiempo ahí, avisa primero para que alguien te pueda sacar.
- Prometido, está claro y ya lo habíamos comentado antes, que por seguridad siempre tiene que quedar alguien fuera, incluso una de las Joyas. Lo siento, me he equivocado y no va a pasar más. ¿Pelillos a la mar?.
- Bien, ya es hora de comer y mejor que celebremos el encuentro con una buena mesa. Ya que estamos en la despensa vamos a seleccionar lo mejor de lo que tengamos. A ver si se me pasa el sofoco. La ocasión lo vale. Y un buen vino.
Así celebraron el reencuentro y acabaron con tres botellas de aquel vino blanco de Puerto Fin y del que se habían llevado tres cajas en la mochila en un viaje anterior.
E hicieron planes; no se sabe si a causa del vino o de las ganas de novedades, para un viaje a Sirtis, en cumplimiento de lo prometido a Alkalá al aceptar su invitación. De todos modos aquellos planes, elaborados esa noche bajo los efectos de la euforia, fueron estudiados, revisados y modificados en los días siguientes.
Fan, ante la perspectiva del viaje e interesado en saber cómo podría resultar, estuvo tentado en usar el sicuor, pero se resistió. Recordaba muy bien lo que había visto en otras ocasiones e intentó recordar lo que había podido ver mientras se encontraba perdido en la mochila, pero no aportó nada nuevo. De cualquier modo estaba comenzando a tenerle un respeto a dicha bebida y sus efectos. La responsabilidad de lo que podía hacerse bajo sus efectos era muy grande y, por tanto, decidió usarlo sólo en ocasiones muy excepcionales, no obstante, rellenó la cantimplora para reponer lo poco que había tomado en la mochila y la guardó. De paso aprovechó para descolgar de la pared aquella cadena de monedas de los cuatro reinos. Pensó que nunca se sabe en qué podría acabar todo, como les pasó la vez anterior en que tuvieron que subir a Hénder y, total, allí en la mochila no pesaba ni ocupaba lugar.
Habían decidido ir directamente a Sirtis, sin pasar por lugares conocidos en los que les hicieran perder tiempo. El otoño estaba ya comenzando y no querían que llegara el invierno antes de poder regresar a casa. Harían el mismo recorrido que a la llegada de Hénder, parando en los arroyos de las Montañas Brumosas, luego en el oasis del desierto de Oms y, de allí hasta Sirtis tendrían que hacer otra parada a medio camino en la ruta de las caravanas, siempre buscando lugares deshabitados.
Prepararon provisiones, la manta, la capa de seda, la red, cuerdas, las plantas medicinales de Fan, y otras cosas, salvo el agua que cargarían en los arroyos de las montañas en su primera etapa y té de roca para Diamante, que también recogerían allí mismo, porque abundaba.
Y una mañana, tras advertir a sus vecinos de que su regreso podría demorarse bastante y que no pensaran repartirse sus cosas mientras tanto, partieron hacia los pastos para salir volando discretamente desde allí. Recogieron a Rubí y Diamante, se despidieron de las ovejas y los perros, se metieron en la mochila que Fan se colgó a la espalda, se colocó un arnés y les dio la señal de partida a Zafiro y Zaf que, sujetando los cables, se elevaron por los aires y volaron hacia las lejanas montañas. Fan se balanceaba en aquella especie de columpio de los cielos y disfrutaba de aquellos paisajes a vista de pájaro. Atrás quedó el valle y los pastos, con el rebaño que parecía una pequeña mancha blanca sobre el verde, Aste quedaba a su espalda, pero a la derecha podía ver la verde franja que bordeaba al río Far y que se perfilaba como una línea cortando el páramo.
A la izquierda podía ver las estribaciones de las montañas descendiendo hacia el Océano del Anochecer y en donde se hallaba la aldea de Mutts y la Cueva. Y al frente las Montañas Brumosas alzaban sus cimas como nimbadas por una luminosa bruma que en realidad eran nubes bajas. A sus pies se distinguía la fina y tortuosa línea que marcaba el camino de Pascia hacia las montañas y que conducía a Mutts, pasando por Aste.
No tardaron mucho en llegar al mismo lugar en que se habían detenido la vez anterior y en donde habían pescado las truchas. Zafiro, que se conocía el lugar, guió a Zaf y, luego de dejar su carga, se perdieron de vista. Se dispusieron a preparar para comer en aquel lugar y volvieron a colocar la red como la otra vez, bien sujeta a los árboles. Y volvieron a explorar en busca de otros comestibles, hallando un matorral cargado de rojas bayas muy apreciadas.
Rubí salió de caza y regresó con una especie de roedor rechoncho y lampiño al que llamaban bagro, muy abundante y que se alimentaba de la corteza de los árboles, siendo un peligro para el bosque, aunque no tanto como el peor depredador que afortunadamente no andaba por allí, el hombre leñador. Fue muy bien acogido y felicitado por la captura, porque no se suelen dejar ver y porque su carne es muy apreciada, casi tanto como la del cinguo. En vista de aquella captura, que daría para los tres y aún sobraría para el viaje, decidieron retirar la red y soltar las truchas que hubieran caído. Habían capturado dos de buen tamaño, que se alejaron rápidamente en cuanto se vieron libres de la malla.
Prepararon una especie de horno en un hoyo del suelo forrado de piedras, en él encendieron una alegre fogata que dejó buenas brasas y calentó las piedras, colocaron sobre otra piedra el bagro y taparon con otra plana y tierra por encima dejándolo hacer unas dos horas. Mientras tanto llenaron unos odres de agua y un saco de té de roca y lo guardaron todo. Cuando destaparon el horno improvisado el asado estaba en su punto y los tres se dieron un buen banquete. Sobró la mitad y, aún caliente, lo envolvieron en grandes hojas de nefelia y lo guardaron así en la mochila. Tras las bayas y una infusión digestiva que preparó Fan, se echaron una siesta hasta que regresaran las mariposas. Cuando volvieron, descansadas y llenas de energía, dijo Fan:
- Creo que podríamos volar hasta el oasis, podríamos llegar antes de que se haga de noche y a una hora en que el calor ya será más soportable. Podríamos hacer noche allí y así salir temprano antes de que el sol apriete
- Pues ¿a qué esperamos? ¡Vamos chicos! ¡Al hoyo!
Diamante, Rubí y Esmeralda obedecieron, y ellos recogieron los restos de la hoguera y demás, los enterraron asegurándose que estaba bien apagado el rescoldo y Merto entró también en la mochila.
Fan se ajustó el arnés y salieron volando hacia el oasis que ya conocía Zafiro. Fue un corto viaje de tres horas y, una vez lo dejaron en tierra y soltaron los cables, siguieron volando hacia el Norte en donde Zafiro ya sabía que encontrarían provisiones.
Fuera de la mochila, refugiados todos a la sombra de una de aquellas palmeras, se prepararon para hacer una cena temprana mientras el calor aún apretaba. El bagro que sobraba de mediodía aún se consevaba caliente en su envoltura de hojas. Estaba claro que todo lo que entraba en la mochila salía exactamente igual que cuando entró, pasara el tiempo que pasara fuera. Comieron con gana y aún dieron buena cuenta de un frasco de drufas almibaradas de Alandia en zumo del árbol de azúcar. A Diamante le sacaron el té de roca porque allí no tenía nada comestible, y Esmeralda clavó sus raíces cerca del pozo, porque no halló otro lugar con suficiente humedad. La digestión y el calor les volvió a adormilar y durmieron todos bajo la sombra, pero procurando no acercarse unos a otros para no darse más calor.
Despertaron a la llegada de Zafiro y Zaf, que se refugiaron a la sombra de la otra palmera. Unas nubes ocultaron el sol, que ya rozaba el horizonte, y se atrevieron a salir de su refugio.
Exploraron los alrededores, pero no encontraron nada. Habían pasado, sin duda, muchos años desde que aquel oasis estuviera habitado, y habían pasado por allí demasiadas caravanas como para se conservara algo más que los restos de unos muros de adobe desmoronados, que seguían allí por la escasa pluviosidad puesto que, en caso contrario, no quedaría ni eso.
Usando el cable de seda que les había trenzado Andrea y que tan buen servicio les había hecho en la Montaña de Pizarras, Fan descendió al fondo del pozo y comprobó que no había más de un palmo de agua, pero estaba limpia. Los de las caravanas cuidaban bien el pozo y no arrojaban desperdicios dentro porque, el agua, por poca que fuera, podría un día salvarles la vida.
Las nubes aún cubrían el sol y la temperatura era más soportable, pero ya caía el ocaso y no les daría tiempo a hacer una etapa más antes de que oscureciera. Hicieron planes para el día siguiente:
- Mañana ya nos adentraremos en un terreno desconocido y conviene extremar la prudencia – dijo Merto
- Será cuestión de descansar aquí y salir temprano. No sabemos qué podemos encontrar ni si hallaremos un lugar apropiado para descender, de modo que es preferible que nos pille descansados. No lo digo por vosotros, porque en la mochila ni os enteráis, pero hay que pensar en ellas que son las que llevan la carga.
De modo que buscaron un lugar a resguardo del viento frío de poniente, se acurrucaron y durmieron hasta que comenzó a clarear.
- No creo que se haya marchado a correr aventuras él solo, porque aquí están las Joyas y Zaf, tampoco se hubiera ido sin decirme nada ni despedirse.
Y un recuerdo le asaltó. Aquello era igual a cuando, en Alandia, le habían secuestrado unos desalmados de Sirtis. Y el temor se apoderó de él, y preguntó a todos los vecinos si habían observado algo extraño los días anteriores, la presencia de forasteros, algo fuera de lo habitual. Pero la única respuesta era:
- Por aquí no ha pasado nadie que no sean los comerciantes que vienen habitualmente de la Capital. Todos son bien conocidos y no hemos visto a nadie más, fuera de ellos.
Merto ya no se fiaba ni tan siquiera de los visitantes habituales
- ¿Y si se lo han llevado a la Capital? … ¿Y para qué? Todos saben que no tenemos riquezas y que nuestras Joyas son lo que son. Pero voy a tener que ir allí a ver si averiguo algo.
De modo que se decidió a ponerse en camino y, para ello, necesitaba la mochila. La buscó donde solía estar habitualmente y no la encontró.
- Se la habrá llevado - pensó
Pero finalmente la halló en un rincón del dormitorio, un lugar poco habitual. La llevó a la despensa con la idea de echar agua y provisiones, pero primero buscó dentro para comprobar qué provisiones quedaban. Metió la mano y tuvo un susto mayúsculo cuando otra mano agarró la suya y a continuación salió Fan, tan campante, de dentro de la mochila.
- ¿Te has asustado? Disculpa, sólo hace un rato que entré.
- ¿Sólo un rato? ¡Llevas casi una semana desaparecido! Y yo loco buscándote por todas partes.
- Perdona. Es lo malo que tiene esto. Ahí dentro pierdes el sentido del tiempo y de todo. Pero ya ves, he estado una semana ahí, sin comer ni beber y no tengo sed ni hambre, además me siento perfectamente. Esto puede ser como viajar en el tiempo, encerrarte para salir, como si nada, al cabo de cien años y ver cómo han cambiado las cosas. ¡Apasionante!
- De eso nada. De aquí a cien años ya no quedaría nadie de los que conoces ni de los que aprecias. Desconocerías todo ese tiempo futuro y serías como un niño huérfano que tiene que comenzar a aprender, como un náufrago en una isla desconocida. Déjate de juegos. Cuando quieras perder tu tiempo ahí, avisa primero para que alguien te pueda sacar.
- Prometido, está claro y ya lo habíamos comentado antes, que por seguridad siempre tiene que quedar alguien fuera, incluso una de las Joyas. Lo siento, me he equivocado y no va a pasar más. ¿Pelillos a la mar?.
- Bien, ya es hora de comer y mejor que celebremos el encuentro con una buena mesa. Ya que estamos en la despensa vamos a seleccionar lo mejor de lo que tengamos. A ver si se me pasa el sofoco. La ocasión lo vale. Y un buen vino.
Así celebraron el reencuentro y acabaron con tres botellas de aquel vino blanco de Puerto Fin y del que se habían llevado tres cajas en la mochila en un viaje anterior.
E hicieron planes; no se sabe si a causa del vino o de las ganas de novedades, para un viaje a Sirtis, en cumplimiento de lo prometido a Alkalá al aceptar su invitación. De todos modos aquellos planes, elaborados esa noche bajo los efectos de la euforia, fueron estudiados, revisados y modificados en los días siguientes.
Fan, ante la perspectiva del viaje e interesado en saber cómo podría resultar, estuvo tentado en usar el sicuor, pero se resistió. Recordaba muy bien lo que había visto en otras ocasiones e intentó recordar lo que había podido ver mientras se encontraba perdido en la mochila, pero no aportó nada nuevo. De cualquier modo estaba comenzando a tenerle un respeto a dicha bebida y sus efectos. La responsabilidad de lo que podía hacerse bajo sus efectos era muy grande y, por tanto, decidió usarlo sólo en ocasiones muy excepcionales, no obstante, rellenó la cantimplora para reponer lo poco que había tomado en la mochila y la guardó. De paso aprovechó para descolgar de la pared aquella cadena de monedas de los cuatro reinos. Pensó que nunca se sabe en qué podría acabar todo, como les pasó la vez anterior en que tuvieron que subir a Hénder y, total, allí en la mochila no pesaba ni ocupaba lugar.
Habían decidido ir directamente a Sirtis, sin pasar por lugares conocidos en los que les hicieran perder tiempo. El otoño estaba ya comenzando y no querían que llegara el invierno antes de poder regresar a casa. Harían el mismo recorrido que a la llegada de Hénder, parando en los arroyos de las Montañas Brumosas, luego en el oasis del desierto de Oms y, de allí hasta Sirtis tendrían que hacer otra parada a medio camino en la ruta de las caravanas, siempre buscando lugares deshabitados.
Prepararon provisiones, la manta, la capa de seda, la red, cuerdas, las plantas medicinales de Fan, y otras cosas, salvo el agua que cargarían en los arroyos de las montañas en su primera etapa y té de roca para Diamante, que también recogerían allí mismo, porque abundaba.
Y una mañana, tras advertir a sus vecinos de que su regreso podría demorarse bastante y que no pensaran repartirse sus cosas mientras tanto, partieron hacia los pastos para salir volando discretamente desde allí. Recogieron a Rubí y Diamante, se despidieron de las ovejas y los perros, se metieron en la mochila que Fan se colgó a la espalda, se colocó un arnés y les dio la señal de partida a Zafiro y Zaf que, sujetando los cables, se elevaron por los aires y volaron hacia las lejanas montañas. Fan se balanceaba en aquella especie de columpio de los cielos y disfrutaba de aquellos paisajes a vista de pájaro. Atrás quedó el valle y los pastos, con el rebaño que parecía una pequeña mancha blanca sobre el verde, Aste quedaba a su espalda, pero a la derecha podía ver la verde franja que bordeaba al río Far y que se perfilaba como una línea cortando el páramo.
A la izquierda podía ver las estribaciones de las montañas descendiendo hacia el Océano del Anochecer y en donde se hallaba la aldea de Mutts y la Cueva. Y al frente las Montañas Brumosas alzaban sus cimas como nimbadas por una luminosa bruma que en realidad eran nubes bajas. A sus pies se distinguía la fina y tortuosa línea que marcaba el camino de Pascia hacia las montañas y que conducía a Mutts, pasando por Aste.
No tardaron mucho en llegar al mismo lugar en que se habían detenido la vez anterior y en donde habían pescado las truchas. Zafiro, que se conocía el lugar, guió a Zaf y, luego de dejar su carga, se perdieron de vista. Se dispusieron a preparar para comer en aquel lugar y volvieron a colocar la red como la otra vez, bien sujeta a los árboles. Y volvieron a explorar en busca de otros comestibles, hallando un matorral cargado de rojas bayas muy apreciadas.
Rubí salió de caza y regresó con una especie de roedor rechoncho y lampiño al que llamaban bagro, muy abundante y que se alimentaba de la corteza de los árboles, siendo un peligro para el bosque, aunque no tanto como el peor depredador que afortunadamente no andaba por allí, el hombre leñador. Fue muy bien acogido y felicitado por la captura, porque no se suelen dejar ver y porque su carne es muy apreciada, casi tanto como la del cinguo. En vista de aquella captura, que daría para los tres y aún sobraría para el viaje, decidieron retirar la red y soltar las truchas que hubieran caído. Habían capturado dos de buen tamaño, que se alejaron rápidamente en cuanto se vieron libres de la malla.
Prepararon una especie de horno en un hoyo del suelo forrado de piedras, en él encendieron una alegre fogata que dejó buenas brasas y calentó las piedras, colocaron sobre otra piedra el bagro y taparon con otra plana y tierra por encima dejándolo hacer unas dos horas. Mientras tanto llenaron unos odres de agua y un saco de té de roca y lo guardaron todo. Cuando destaparon el horno improvisado el asado estaba en su punto y los tres se dieron un buen banquete. Sobró la mitad y, aún caliente, lo envolvieron en grandes hojas de nefelia y lo guardaron así en la mochila. Tras las bayas y una infusión digestiva que preparó Fan, se echaron una siesta hasta que regresaran las mariposas. Cuando volvieron, descansadas y llenas de energía, dijo Fan:
- Creo que podríamos volar hasta el oasis, podríamos llegar antes de que se haga de noche y a una hora en que el calor ya será más soportable. Podríamos hacer noche allí y así salir temprano antes de que el sol apriete
- Pues ¿a qué esperamos? ¡Vamos chicos! ¡Al hoyo!
Diamante, Rubí y Esmeralda obedecieron, y ellos recogieron los restos de la hoguera y demás, los enterraron asegurándose que estaba bien apagado el rescoldo y Merto entró también en la mochila.
Fan se ajustó el arnés y salieron volando hacia el oasis que ya conocía Zafiro. Fue un corto viaje de tres horas y, una vez lo dejaron en tierra y soltaron los cables, siguieron volando hacia el Norte en donde Zafiro ya sabía que encontrarían provisiones.
Fuera de la mochila, refugiados todos a la sombra de una de aquellas palmeras, se prepararon para hacer una cena temprana mientras el calor aún apretaba. El bagro que sobraba de mediodía aún se consevaba caliente en su envoltura de hojas. Estaba claro que todo lo que entraba en la mochila salía exactamente igual que cuando entró, pasara el tiempo que pasara fuera. Comieron con gana y aún dieron buena cuenta de un frasco de drufas almibaradas de Alandia en zumo del árbol de azúcar. A Diamante le sacaron el té de roca porque allí no tenía nada comestible, y Esmeralda clavó sus raíces cerca del pozo, porque no halló otro lugar con suficiente humedad. La digestión y el calor les volvió a adormilar y durmieron todos bajo la sombra, pero procurando no acercarse unos a otros para no darse más calor.
Despertaron a la llegada de Zafiro y Zaf, que se refugiaron a la sombra de la otra palmera. Unas nubes ocultaron el sol, que ya rozaba el horizonte, y se atrevieron a salir de su refugio.
Exploraron los alrededores, pero no encontraron nada. Habían pasado, sin duda, muchos años desde que aquel oasis estuviera habitado, y habían pasado por allí demasiadas caravanas como para se conservara algo más que los restos de unos muros de adobe desmoronados, que seguían allí por la escasa pluviosidad puesto que, en caso contrario, no quedaría ni eso.
Usando el cable de seda que les había trenzado Andrea y que tan buen servicio les había hecho en la Montaña de Pizarras, Fan descendió al fondo del pozo y comprobó que no había más de un palmo de agua, pero estaba limpia. Los de las caravanas cuidaban bien el pozo y no arrojaban desperdicios dentro porque, el agua, por poca que fuera, podría un día salvarles la vida.
Las nubes aún cubrían el sol y la temperatura era más soportable, pero ya caía el ocaso y no les daría tiempo a hacer una etapa más antes de que oscureciera. Hicieron planes para el día siguiente:
- Mañana ya nos adentraremos en un terreno desconocido y conviene extremar la prudencia – dijo Merto
- Será cuestión de descansar aquí y salir temprano. No sabemos qué podemos encontrar ni si hallaremos un lugar apropiado para descender, de modo que es preferible que nos pille descansados. No lo digo por vosotros, porque en la mochila ni os enteráis, pero hay que pensar en ellas que son las que llevan la carga.
De modo que buscaron un lugar a resguardo del viento frío de poniente, se acurrucaron y durmieron hasta que comenzó a clarear.
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