Un viaje a una ciudad exótica,
hospitalaria y comercial, con
un guía especial que les
mostrará todo lo de
mayor interés.
A SIRTIS parte 1
Cuando reanudaron el vuelo, Fan podía ver, desde la altura, a su derecha la línea lejana que marcaba el Muro del Fin del Mundo y a la izquierda creyó percibir los reflejos del sol naciente en las aguas del Gran Lago, pero a sus pies seguía el árido desierto, dunas y planicies onduladas suavemente que no parecían tener fin. Mientras tanto, Zafiro y Zaf aleteaban sin descanso.
Al cabo de dos horas de vuelo el suelo fue cambiando paulatinamente. Al desierto le sucedía un terreno parecido al Páramo Gris y podía distinguir matorrales secos, no verdes y rocas sueltas. Poco a poco comenzó a apreciar formaciones rocosas dispersas de mayor envergadura y algún bosquecillo, pero fue cuando el sol comenzaba a ser más agobiante cuando la ruta les acercó al punto más próximo a la imponente barrera del Muro del Fin del Mundo. Fue al dejar atrás unas colinas peladas cuando vio una corriente de agua que venía a parar a una pequeña laguna. Siguiendo la línea que trazaba aquel arroyo pudo ver que una blanca cascada se dibujaba sobre la pelada pared del Muro, e hizo una señal para que se dirigieran hacia allí.
Llegaron al pie del Muro, a un terreno poblado de todo tipo de árboles y arbustos gracias a la cortina de agua que, pulverizada, caía de las alturas. Podrían haberse elevado hacia lo más alto y hubieran descubierto uno de los ríos de la parte occidental de Hénder, pero Fan les hizo descender al pie de aquella catarata. Era impresionante, pero allí, tan cerca, no se podían quedar ya que el ruido era insoportable y hubieran quedado empapados por la fina neblina de agua pulverizada que flotaba en las proximidades como una nube, de modo que les indicó que se alejaran y, al hallar un lugar seco y alejado de la cascada, decidió descender. El sol estaba en todo lo alto pero allí el ambiente era fresco por la humedad ambiente y la vegetación.
Fan y Merto prepararon la red y la colocaron en el cauce de aquel arroyo. No sabían si allí podría haber pesca, pero lo intentaron. Recorrieron los alrededores y encontraron unos aplos silvestres cargados de frutos, algunos de ellos maduros, e hicieron un buen acopio. En la mochila se conservarían bien. Al regresar a la red no encontraron pez alguno, pero sí unos cuantos tenácidos enredados en ella. Su tamaño no era tan grande como para que los retuviera, pero sus grandes manos en forma de pinzas dentadas se enganchaban fácilmente en la malla.
Encendieron una buena fogata y pusieron un cazo con agua a calentar, luego hirvieron su captura y degustaron la deliciosa carne de sus colas y pinzas. A Rubí le tuvieron que dar carne que llevaban en la mochila porque aquello no era capaz de comerlo sin tragarse el duro caparazón.
Ya estaban cerca y allí se estaba bien, por lo que decidieron pasar la noche junto al arroyo y hacer la última etapa al día siguiente, bien de mañana. Descansaron después de comer y, por la tarde, exploraron los alrededores. La humedad debida a la cercana cascada y el arroyo daban lugar a un microclima especial e inesperado en aquel rincón del páramo, además de discreto y solitario al hallarse muy lejos de la ruta de las caravanas y de cualquier lugar habitado. La vegetación era muy variada y Fan aprovechó para recoger algunas plantas medicinales que conocía.
Pero llegó el atardecer y, antes de que se ocultara el sol, Sattel ya estaba asomando en un creciente muy avanzado, no tendrían problema para ver pero recogieron ramas secas para alimentar la hoguera, más que nada porque, con aquella humedad, seguro que refrescaría bastante, además habían capturado unas cuantas ranas gigantes de cola larga y las asaron a la brasa para cenar.
Al amor de la lumbre, sobre la manta y arropados con la capa de seda, durmieron aquella noche, arrullados por el rumor de la lejana cascada, el ulular de algún ave nocturna y el croar de ranas gigantes en un cercano remanso.
Ya sólo les quedaba un vuelo para llegar a Sirtis y despertaron con las claras del día. El fuego estaba extinguido, aunque quedaban suficientes brasas en las que se prepararon el desayuno.
- Supongo que no montaremos el espectáculo en Sirtis – dijo Merto.
- Bastante espectáculo sería aparecer por allí con las Joyas, como para descender en medio de la Plaza Mayor y que os vean salir de la mochila. Ya veré en donde podremos bajar discretamente y el último tramo lo haremos a pie.
- Y habrá que hacerlo como en Puerto Fin, ocultar a Esmeralda y que Zafiro y Zaf nos sigan desde lo alto hasta que puedan reunirse con nosotros sin llamar demasiado la atención.
Y así lo hicieron. El vuelo fue más breve que los anteriores. Fan, desde su atalaya volante, descubrió primero la línea del Océano, hacia el sur y muy lejana creyó percibir la silueta de la Isla de Cipán, y al frente las señales que anunciaban la proximidad de una ciudad: casas aisladas, campos cultivados, senderos y carros circulando por ellos,… Más adelante ya se podía distinguir una abigarrada población, muy cerca del mar y muy cerca del Muro que le debía servir de parapeto para los vientos del Norte. Los caminos se veían muy frecuentados y en los campos se veían viviendas y no era aconsejable descender allí. Hacia el norte, al pie del Muro se veía una masa boscosa que les podría ocultar, les hizo señales para dirigirse allí, y así lo hicieron.
Acabaron en un claro con señales de haber sido objeto de talas, pero que ya se estaba regenerando y, desde allí, se encaminaron hacia la ciudad de Sirtis. Esmeralda iba cubierta con la capa y las mariposas volaban altas, aunque no les perdían de vista.
No llamaron la atención de las gentes con las que se cruzaban, la mayoría vestían más o menos como ellos. Posiblemente aquellas vestiduras de los secuestradores las usaban preferentemente aquellos cuyo oficio era cruzar el desierto.
Y se fueron adentrando por las calles de los arrabales, hacia el centro. Ahora sólo consistía en encontrar a Alkalá.
- ¿Y si no está? ¿Y si está de viaje? - preguntó Merto.
- Pues visitaremos Sirtis y nos marcharemos, como unos forasteros cualquiera.
Lo que no les cabía duda es que debía vivir o tener su comercio en el centro, y hacia allí dirigieron sus pasos. Era una ciudad de casas muy blancas, de tejados planos y amplios y de floridos patios interiores que algunos eran visibles desde la calle. Calles estrechas y limpias en las que las casas estaban apiñadas de tal manera que predominaba la sombra y el frescor, aún en lo más caluroso del día. Desembocaron, finalmente, en una amplia plaza poblada de toldos y tenderetes, de gentes pausadas que se paraban comprobando las mercancías y regateando los precios en alta voz. Allí se podía encontrar de todo: desde los tejidos de seda de Los Telares, hasta las aromáticas y especias de Alandia, pasando por los juguetes y trabajos en madera de Cipán y en metal de No Tan Lejano. Pero lo más abundante eran los productos de producción local: Trabajos en cuero como calzados, cinturones, correajes, bolsas y otros, repujados en oro y plata, cuchillos grabados, alfombras, tapices, aparte de ropajes con bordados abigarrados y multicolores...
La plaza era un hervidero. Pensaron que habían coincidido con el día de mercado semanal, pero luego supieron que aquello era el pan nuestro de cada día.
Preguntaron a alguien y les indicó una casa, allí, en la misma plaza, con un gran toldo de color verde en la fachada y cantidad de objetos a ambos lados de la puerta. Esas mercancías estaban expuestas en el exterior, sin vigilancia y, aparentemente, sin miedo a que alguien se apropiara de nada.
Penetraron en aquella tienda, abarrotada de toda clase de productos de todas partes: comestibles, toda clase de plantas secas, especias, ropas, muebles,…. Y varias personas, también de verde, atendiendo y regateando los precios con la cantidad de clientes que se apiñaban en el establecimiento.
- ¿Donde puedo encontrar a Alkalá? - preguntó Fan a uno de aquellos de túnica verde, que creyó sería un empleado de la tienda.
No le respondió, pero le señaló hacia una puerta que se veía al fondo, una puerta cubierta con una cortina de cuerdas trenzadas formando una malla intrincada, representando motivos geométricos.
Atravesaron la cortina y penetraron en una sala, también abarrotada de todo tipo de objetos, cajas y sacos; y allá al fondo, un escritorio en el que Alkalá removía papeles que cubrían, en buena parte, toda la superficie, amén de unos gruesos libros que, supuestamente, serían de cuentas. Se le veía enfrascado en sus cosas, pero pareció advertir la presencia de alguien y alzó la vista. Merto, entre tanto, retiraba la capa que ocultaba a Esmeralda.
- ¡Amigos míos! ¡Bienvenidos a esta mi humilde casa!
Dejó todo tal y como estaba, algunos papeles cayeron al suelo por el apresuramiento, y se abatió sobre ellos agitando su amplia túnica verde, como se abate una tempestad sobre el mar.
Les abrazó efusivamente, saludó a Rubí y Diamante, se quedó mirando a Esmeralda y luego a ellos con gesto inquisitivo. Fan que, hasta ese momento no había sido capaz de pronunciar palabra, pasmado por la reacción de Alkalá, acertó a decir:
- Saludos. Aceptamos tu oferta y aquí estamos.
Viendo el gesto de sorpresa de su anfitrión, añadió:
- Sí, esta es Esmeralda, la que no pudiste conocer en Alandia porque era una piedra. Y si me vas a preguntar por Zafiro, la mariposa, de eso quería hablarte. Necesitamos un lugar discreto para que pueda descender sin provocar un alboroto. Además te vas a llevar una sorpresa.
- Las sorpresas, si son buenas, siempre son agradables. ¡Vamos! ¡Seguidme!
Dijo con gesto imperativo y, agitando su túnica con tanta energía que hizo caer algunos productos almacenados, se dirigió a la salida y luego a la plaza. Apenas les dio tiempo para volver a ocultar a Esmeralda y darle alcance.
Tras él, se alejaron del bullicioso centro de la ciudad, hacia unas calles tranquilas que parecían del barrio residencial para las gentes pudientes de Sirtis y penetraron, tras él, en un caserón de puertas talladas, yendo a dar en un jardín, más que patio interior.
- Parece que te has traído aquí, media Alandia – dijo Merto
Por encima de ellos, allá en lo alto, evolucionaban Zafiro y Zaf, pero Alkalá no reparó en ello.
- Esto es sólo el patio interior, muy refrescante en los días de verano, lo más importante es la huerta y allí creo que podrá descender vuestra amiga.
Atravesó una puerta, continuó por un largo pasillo al que daban numerosas puertas, y acabaron llegando a un terreno arbolado de frutales variados y verduras.
Fan miró a lo alto e hizo una señal. Al poco, dos sombras descendieron y se posaron sobre las copas de un manzano y un viejo peral.
- ¡Pero si son dos! - dijo Alkalá lleno de asombro.
- Ya te lo dije, eso era la sorpresa.
Esmeralda, sin esperar a Merto, se había sacudido la capa y se había buscado un buen rincón para conectarse al suelo; ya llevaba rato, desde su llegada a Sirtis, sin poder hacerlo, aunque los demás tampoco habían probado bocado y ya comenzaba a ser hora. Merto recogió la capa, la sacudió, la dobló y la guardó en la mochila.
- Bien; decidme cómo se pueden acomodar las Joyas y luego os acompaño a vuestras habitaciones. Además tengo que decir algo al cocinero, porque se acerca la hora de comer. ¿Ellos qué comen?
- A las mariposas les bastaría con que las dejes un rato en ese patio interior por el que hemos entrado, además te polinizarán todo lo polinizable. Esmeralda ya está servida. Diamante creo que podría segarte el césped que tienes ahí cerca de los cerezos. Y Rubí comerá lo mismo que nosotros o también algo de carne o pescado: crudo, asado, frito, guisado,… - respondió Merto.
- Pues seguidme.
Y regresaron por el mismo pasillo. Diamante y Esmeralda se quedaron en la huerta, Zaf y Zafiro casi volaron a lo largo del pasillo, atraídos por el aroma del florido jardín que era aquel patio. Los tres, seguidos por Rubí, llegaron casi al final de aquella serie de puertas. Alkalá les señaló dos. Fan y Merto entraron a asearse un poco y dejar la mochila, mientras su anfitrión, seguido por Rubí, llegó a la cocina y le dijo al cocinero que tendrían tres invitados más y que se esmerara. Yambién tomó de la despensa un hermoso filete de ternera y Rubí pudo hacer un aperitivo antes de la comida.
Ya reunidos todos, se acomodaron en el salón, en espera de que estuviera dispuesta la mesa y…
- Tenemos muchas cosas que contar – rompió el silencio Alkalá
- Sí, y nosotros también – respondió Fan
- ¿Que pasó con los secuestradores? - preguntó Merto.
- Los traje, fueron juzgados, pasaron un tiempo entre tanto en nuestra cárcel, que no fue tan cómoda como su estancia en Alandia y, cuando se decretó la condena tuvieron que hacer trabajos en bien de la comunidad. Ahora tengo a dos de ellos trabajando en mi almacén y lo que ganan se usa, aparte de su subsistencia básica, para atender necesidades de viudas, huérfanos y enfermos. Así esperamos que queden rehabilitados y no vuelvan a las andadas. Éste es nuestro sistema y funciona.
- Me parece muy buena medida y me doy por satisfecho por el trato dado a los que me hicieron pasar aquellos días tan desagradables. Aunque el tiempo lo mitiga todo y, además, con ello saqué una enseñanza y algo más positivo: el buen hacer de Merto, las Joyas y los guardias, y tener otra jugosa aventura que poder contar.
En ese momento sonó una campanilla que anunciaba el momento de pasar al comedor, y así lo hicieron.
En una larga mesa, cubierta de finos manteles de seda bordados, que Alkalá luego les comentó procedían de Los Telares, con cubiertos de plata relucientes y vajilla de porcelana que procedía de Cipán, comenzaron a servir algo así como una sémola con verduras, cordero con salsa y también asado a la brasa, acompañados con puré de dátiles, y otra serie de platos, todos muy especiados, que hacían trabajar las glándulas salivales a toda marcha.
Rubí, en un rincón del comedor, daba buena cuenta de un gran cuenco de cordero asado, del que no dejó ni los huesos, tan tierno era.
Como postre había fruta variada del propio huerto, recién cogida en su punto de maduración, y unas bandejas de pastelillos dulces a base de almendra y azúcar unos, y de frutas en gelatina otros. Y, luego de un aromático café, pasaron otra vez al salón y allí comenzó Merto el relato de sus aventuras desde que dejaran Alandia. Aunque, ante la insaciable curiosidad de Alkalá, Fan tuvo que relatar el comienzo de sus aventuras, desde que rescatara a Diamante, entonces llamada Lunar, hasta su encuentro en el Palacio de Alandia.
De este modo pasó la tarde y cayó la noche. Fan le dijo:
- No tendrías que haber estado en tu negocio? Creo que te estamos resultando un obstáculo en tus obligaciones.
- ¡De ningún modo! No lo había pasado tan bien en mucho tiempo, y allí tengo gente de confianza que podrán hacerse cargo sin mi. Pueden hacerse la idea de que estoy en uno de mis viajes y encargarse de todo, como suelen hacerlo entonces. Te habrán contado que yo prefiero estar al frente en persona, pero para mí es prioritaria la hospitalidad al negocio, y más aún si encima le sumas la amistad. ¡Faltaría más! Sobre todo en tan buena y extraordinaria compañía. Y ahora será cuestión de cenar y retirarse a dormir, porque imagino que necesitáis descansar.- Sí – dijo Merto – ya echo de menos una cama mullida.
De modo que, tras cenar y ocuparse de que las mariposas y el resto de las Joyas se encontraban bien acomodadas, se retiraron y durmieron profundamente hasta que comenzaron a cantar los gallos, un canto que echaban en falta desde que salieran de Aste.
Aquella mañana, guiados por su anfitrión, visitaron lo más interesante de Sirtis. Las Joyas se habían quedado en la huerta y ellos podían ir tranquilos sin preocuparse por llamar la atención. Les enseñó el palacio del Sumer, gobernante de la ciudad y de todos sus territorios. Una impresionante construcción con columnatas y arcos policromados con intrincados dibujos de figuras geométricas y formas vegetales. También visitaron el Templo de los Cien Surtidores, una edificación parecida al Palacio pero con unos jardines que no tenían nada que envidiar a los de Alandia, y en cada arriate corrían regueros de agua procedentes de las cien figuras de animales, reales o fabulosos, que conformaban los mencionados cien surtidores. El agua fluía de las bocas, corría al pie de las plantas y acababa desapareciendo en unas rejillas al pie de cada macizo de flores.
- Toda el agua que usamos en la ciudad procede de un río que nace al norte, en esa catarata que, según vuestro relato, visitasteis ayer. Es suficiente para todos los usos, los baños públicos, y aún sobra para que fluyan estos cien manantiales. Este edificio está dedicado a nuestros dioses, como dirían otros; aunque realmente son, como vais a poder comprobar, a los cuatro elementos básicos de la vida y el Universo.
Al cabo de dos horas de vuelo el suelo fue cambiando paulatinamente. Al desierto le sucedía un terreno parecido al Páramo Gris y podía distinguir matorrales secos, no verdes y rocas sueltas. Poco a poco comenzó a apreciar formaciones rocosas dispersas de mayor envergadura y algún bosquecillo, pero fue cuando el sol comenzaba a ser más agobiante cuando la ruta les acercó al punto más próximo a la imponente barrera del Muro del Fin del Mundo. Fue al dejar atrás unas colinas peladas cuando vio una corriente de agua que venía a parar a una pequeña laguna. Siguiendo la línea que trazaba aquel arroyo pudo ver que una blanca cascada se dibujaba sobre la pelada pared del Muro, e hizo una señal para que se dirigieran hacia allí.
Llegaron al pie del Muro, a un terreno poblado de todo tipo de árboles y arbustos gracias a la cortina de agua que, pulverizada, caía de las alturas. Podrían haberse elevado hacia lo más alto y hubieran descubierto uno de los ríos de la parte occidental de Hénder, pero Fan les hizo descender al pie de aquella catarata. Era impresionante, pero allí, tan cerca, no se podían quedar ya que el ruido era insoportable y hubieran quedado empapados por la fina neblina de agua pulverizada que flotaba en las proximidades como una nube, de modo que les indicó que se alejaran y, al hallar un lugar seco y alejado de la cascada, decidió descender. El sol estaba en todo lo alto pero allí el ambiente era fresco por la humedad ambiente y la vegetación.
Fan y Merto prepararon la red y la colocaron en el cauce de aquel arroyo. No sabían si allí podría haber pesca, pero lo intentaron. Recorrieron los alrededores y encontraron unos aplos silvestres cargados de frutos, algunos de ellos maduros, e hicieron un buen acopio. En la mochila se conservarían bien. Al regresar a la red no encontraron pez alguno, pero sí unos cuantos tenácidos enredados en ella. Su tamaño no era tan grande como para que los retuviera, pero sus grandes manos en forma de pinzas dentadas se enganchaban fácilmente en la malla.
Encendieron una buena fogata y pusieron un cazo con agua a calentar, luego hirvieron su captura y degustaron la deliciosa carne de sus colas y pinzas. A Rubí le tuvieron que dar carne que llevaban en la mochila porque aquello no era capaz de comerlo sin tragarse el duro caparazón.
Ya estaban cerca y allí se estaba bien, por lo que decidieron pasar la noche junto al arroyo y hacer la última etapa al día siguiente, bien de mañana. Descansaron después de comer y, por la tarde, exploraron los alrededores. La humedad debida a la cercana cascada y el arroyo daban lugar a un microclima especial e inesperado en aquel rincón del páramo, además de discreto y solitario al hallarse muy lejos de la ruta de las caravanas y de cualquier lugar habitado. La vegetación era muy variada y Fan aprovechó para recoger algunas plantas medicinales que conocía.
Pero llegó el atardecer y, antes de que se ocultara el sol, Sattel ya estaba asomando en un creciente muy avanzado, no tendrían problema para ver pero recogieron ramas secas para alimentar la hoguera, más que nada porque, con aquella humedad, seguro que refrescaría bastante, además habían capturado unas cuantas ranas gigantes de cola larga y las asaron a la brasa para cenar.
Al amor de la lumbre, sobre la manta y arropados con la capa de seda, durmieron aquella noche, arrullados por el rumor de la lejana cascada, el ulular de algún ave nocturna y el croar de ranas gigantes en un cercano remanso.
Ya sólo les quedaba un vuelo para llegar a Sirtis y despertaron con las claras del día. El fuego estaba extinguido, aunque quedaban suficientes brasas en las que se prepararon el desayuno.
- Supongo que no montaremos el espectáculo en Sirtis – dijo Merto.
- Bastante espectáculo sería aparecer por allí con las Joyas, como para descender en medio de la Plaza Mayor y que os vean salir de la mochila. Ya veré en donde podremos bajar discretamente y el último tramo lo haremos a pie.
- Y habrá que hacerlo como en Puerto Fin, ocultar a Esmeralda y que Zafiro y Zaf nos sigan desde lo alto hasta que puedan reunirse con nosotros sin llamar demasiado la atención.
Y así lo hicieron. El vuelo fue más breve que los anteriores. Fan, desde su atalaya volante, descubrió primero la línea del Océano, hacia el sur y muy lejana creyó percibir la silueta de la Isla de Cipán, y al frente las señales que anunciaban la proximidad de una ciudad: casas aisladas, campos cultivados, senderos y carros circulando por ellos,… Más adelante ya se podía distinguir una abigarrada población, muy cerca del mar y muy cerca del Muro que le debía servir de parapeto para los vientos del Norte. Los caminos se veían muy frecuentados y en los campos se veían viviendas y no era aconsejable descender allí. Hacia el norte, al pie del Muro se veía una masa boscosa que les podría ocultar, les hizo señales para dirigirse allí, y así lo hicieron.
Acabaron en un claro con señales de haber sido objeto de talas, pero que ya se estaba regenerando y, desde allí, se encaminaron hacia la ciudad de Sirtis. Esmeralda iba cubierta con la capa y las mariposas volaban altas, aunque no les perdían de vista.
No llamaron la atención de las gentes con las que se cruzaban, la mayoría vestían más o menos como ellos. Posiblemente aquellas vestiduras de los secuestradores las usaban preferentemente aquellos cuyo oficio era cruzar el desierto.
Y se fueron adentrando por las calles de los arrabales, hacia el centro. Ahora sólo consistía en encontrar a Alkalá.
- ¿Y si no está? ¿Y si está de viaje? - preguntó Merto.
- Pues visitaremos Sirtis y nos marcharemos, como unos forasteros cualquiera.
Lo que no les cabía duda es que debía vivir o tener su comercio en el centro, y hacia allí dirigieron sus pasos. Era una ciudad de casas muy blancas, de tejados planos y amplios y de floridos patios interiores que algunos eran visibles desde la calle. Calles estrechas y limpias en las que las casas estaban apiñadas de tal manera que predominaba la sombra y el frescor, aún en lo más caluroso del día. Desembocaron, finalmente, en una amplia plaza poblada de toldos y tenderetes, de gentes pausadas que se paraban comprobando las mercancías y regateando los precios en alta voz. Allí se podía encontrar de todo: desde los tejidos de seda de Los Telares, hasta las aromáticas y especias de Alandia, pasando por los juguetes y trabajos en madera de Cipán y en metal de No Tan Lejano. Pero lo más abundante eran los productos de producción local: Trabajos en cuero como calzados, cinturones, correajes, bolsas y otros, repujados en oro y plata, cuchillos grabados, alfombras, tapices, aparte de ropajes con bordados abigarrados y multicolores...
La plaza era un hervidero. Pensaron que habían coincidido con el día de mercado semanal, pero luego supieron que aquello era el pan nuestro de cada día.
Preguntaron a alguien y les indicó una casa, allí, en la misma plaza, con un gran toldo de color verde en la fachada y cantidad de objetos a ambos lados de la puerta. Esas mercancías estaban expuestas en el exterior, sin vigilancia y, aparentemente, sin miedo a que alguien se apropiara de nada.
Penetraron en aquella tienda, abarrotada de toda clase de productos de todas partes: comestibles, toda clase de plantas secas, especias, ropas, muebles,…. Y varias personas, también de verde, atendiendo y regateando los precios con la cantidad de clientes que se apiñaban en el establecimiento.
- ¿Donde puedo encontrar a Alkalá? - preguntó Fan a uno de aquellos de túnica verde, que creyó sería un empleado de la tienda.
No le respondió, pero le señaló hacia una puerta que se veía al fondo, una puerta cubierta con una cortina de cuerdas trenzadas formando una malla intrincada, representando motivos geométricos.
Atravesaron la cortina y penetraron en una sala, también abarrotada de todo tipo de objetos, cajas y sacos; y allá al fondo, un escritorio en el que Alkalá removía papeles que cubrían, en buena parte, toda la superficie, amén de unos gruesos libros que, supuestamente, serían de cuentas. Se le veía enfrascado en sus cosas, pero pareció advertir la presencia de alguien y alzó la vista. Merto, entre tanto, retiraba la capa que ocultaba a Esmeralda.
- ¡Amigos míos! ¡Bienvenidos a esta mi humilde casa!
Dejó todo tal y como estaba, algunos papeles cayeron al suelo por el apresuramiento, y se abatió sobre ellos agitando su amplia túnica verde, como se abate una tempestad sobre el mar.
Les abrazó efusivamente, saludó a Rubí y Diamante, se quedó mirando a Esmeralda y luego a ellos con gesto inquisitivo. Fan que, hasta ese momento no había sido capaz de pronunciar palabra, pasmado por la reacción de Alkalá, acertó a decir:
- Saludos. Aceptamos tu oferta y aquí estamos.
Viendo el gesto de sorpresa de su anfitrión, añadió:
- Sí, esta es Esmeralda, la que no pudiste conocer en Alandia porque era una piedra. Y si me vas a preguntar por Zafiro, la mariposa, de eso quería hablarte. Necesitamos un lugar discreto para que pueda descender sin provocar un alboroto. Además te vas a llevar una sorpresa.
- Las sorpresas, si son buenas, siempre son agradables. ¡Vamos! ¡Seguidme!
Dijo con gesto imperativo y, agitando su túnica con tanta energía que hizo caer algunos productos almacenados, se dirigió a la salida y luego a la plaza. Apenas les dio tiempo para volver a ocultar a Esmeralda y darle alcance.
Tras él, se alejaron del bullicioso centro de la ciudad, hacia unas calles tranquilas que parecían del barrio residencial para las gentes pudientes de Sirtis y penetraron, tras él, en un caserón de puertas talladas, yendo a dar en un jardín, más que patio interior.
- Parece que te has traído aquí, media Alandia – dijo Merto
Por encima de ellos, allá en lo alto, evolucionaban Zafiro y Zaf, pero Alkalá no reparó en ello.
- Esto es sólo el patio interior, muy refrescante en los días de verano, lo más importante es la huerta y allí creo que podrá descender vuestra amiga.
Atravesó una puerta, continuó por un largo pasillo al que daban numerosas puertas, y acabaron llegando a un terreno arbolado de frutales variados y verduras.
Fan miró a lo alto e hizo una señal. Al poco, dos sombras descendieron y se posaron sobre las copas de un manzano y un viejo peral.
- ¡Pero si son dos! - dijo Alkalá lleno de asombro.
- Ya te lo dije, eso era la sorpresa.
Esmeralda, sin esperar a Merto, se había sacudido la capa y se había buscado un buen rincón para conectarse al suelo; ya llevaba rato, desde su llegada a Sirtis, sin poder hacerlo, aunque los demás tampoco habían probado bocado y ya comenzaba a ser hora. Merto recogió la capa, la sacudió, la dobló y la guardó en la mochila.
- Bien; decidme cómo se pueden acomodar las Joyas y luego os acompaño a vuestras habitaciones. Además tengo que decir algo al cocinero, porque se acerca la hora de comer. ¿Ellos qué comen?
- A las mariposas les bastaría con que las dejes un rato en ese patio interior por el que hemos entrado, además te polinizarán todo lo polinizable. Esmeralda ya está servida. Diamante creo que podría segarte el césped que tienes ahí cerca de los cerezos. Y Rubí comerá lo mismo que nosotros o también algo de carne o pescado: crudo, asado, frito, guisado,… - respondió Merto.
- Pues seguidme.
Y regresaron por el mismo pasillo. Diamante y Esmeralda se quedaron en la huerta, Zaf y Zafiro casi volaron a lo largo del pasillo, atraídos por el aroma del florido jardín que era aquel patio. Los tres, seguidos por Rubí, llegaron casi al final de aquella serie de puertas. Alkalá les señaló dos. Fan y Merto entraron a asearse un poco y dejar la mochila, mientras su anfitrión, seguido por Rubí, llegó a la cocina y le dijo al cocinero que tendrían tres invitados más y que se esmerara. Yambién tomó de la despensa un hermoso filete de ternera y Rubí pudo hacer un aperitivo antes de la comida.
Ya reunidos todos, se acomodaron en el salón, en espera de que estuviera dispuesta la mesa y…
- Tenemos muchas cosas que contar – rompió el silencio Alkalá
- Sí, y nosotros también – respondió Fan
- ¿Que pasó con los secuestradores? - preguntó Merto.
- Los traje, fueron juzgados, pasaron un tiempo entre tanto en nuestra cárcel, que no fue tan cómoda como su estancia en Alandia y, cuando se decretó la condena tuvieron que hacer trabajos en bien de la comunidad. Ahora tengo a dos de ellos trabajando en mi almacén y lo que ganan se usa, aparte de su subsistencia básica, para atender necesidades de viudas, huérfanos y enfermos. Así esperamos que queden rehabilitados y no vuelvan a las andadas. Éste es nuestro sistema y funciona.
- Me parece muy buena medida y me doy por satisfecho por el trato dado a los que me hicieron pasar aquellos días tan desagradables. Aunque el tiempo lo mitiga todo y, además, con ello saqué una enseñanza y algo más positivo: el buen hacer de Merto, las Joyas y los guardias, y tener otra jugosa aventura que poder contar.
En ese momento sonó una campanilla que anunciaba el momento de pasar al comedor, y así lo hicieron.
En una larga mesa, cubierta de finos manteles de seda bordados, que Alkalá luego les comentó procedían de Los Telares, con cubiertos de plata relucientes y vajilla de porcelana que procedía de Cipán, comenzaron a servir algo así como una sémola con verduras, cordero con salsa y también asado a la brasa, acompañados con puré de dátiles, y otra serie de platos, todos muy especiados, que hacían trabajar las glándulas salivales a toda marcha.
Rubí, en un rincón del comedor, daba buena cuenta de un gran cuenco de cordero asado, del que no dejó ni los huesos, tan tierno era.
Como postre había fruta variada del propio huerto, recién cogida en su punto de maduración, y unas bandejas de pastelillos dulces a base de almendra y azúcar unos, y de frutas en gelatina otros. Y, luego de un aromático café, pasaron otra vez al salón y allí comenzó Merto el relato de sus aventuras desde que dejaran Alandia. Aunque, ante la insaciable curiosidad de Alkalá, Fan tuvo que relatar el comienzo de sus aventuras, desde que rescatara a Diamante, entonces llamada Lunar, hasta su encuentro en el Palacio de Alandia.
De este modo pasó la tarde y cayó la noche. Fan le dijo:
- No tendrías que haber estado en tu negocio? Creo que te estamos resultando un obstáculo en tus obligaciones.
- ¡De ningún modo! No lo había pasado tan bien en mucho tiempo, y allí tengo gente de confianza que podrán hacerse cargo sin mi. Pueden hacerse la idea de que estoy en uno de mis viajes y encargarse de todo, como suelen hacerlo entonces. Te habrán contado que yo prefiero estar al frente en persona, pero para mí es prioritaria la hospitalidad al negocio, y más aún si encima le sumas la amistad. ¡Faltaría más! Sobre todo en tan buena y extraordinaria compañía. Y ahora será cuestión de cenar y retirarse a dormir, porque imagino que necesitáis descansar.- Sí – dijo Merto – ya echo de menos una cama mullida.
De modo que, tras cenar y ocuparse de que las mariposas y el resto de las Joyas se encontraban bien acomodadas, se retiraron y durmieron profundamente hasta que comenzaron a cantar los gallos, un canto que echaban en falta desde que salieran de Aste.
Aquella mañana, guiados por su anfitrión, visitaron lo más interesante de Sirtis. Las Joyas se habían quedado en la huerta y ellos podían ir tranquilos sin preocuparse por llamar la atención. Les enseñó el palacio del Sumer, gobernante de la ciudad y de todos sus territorios. Una impresionante construcción con columnatas y arcos policromados con intrincados dibujos de figuras geométricas y formas vegetales. También visitaron el Templo de los Cien Surtidores, una edificación parecida al Palacio pero con unos jardines que no tenían nada que envidiar a los de Alandia, y en cada arriate corrían regueros de agua procedentes de las cien figuras de animales, reales o fabulosos, que conformaban los mencionados cien surtidores. El agua fluía de las bocas, corría al pie de las plantas y acababa desapareciendo en unas rejillas al pie de cada macizo de flores.
- Toda el agua que usamos en la ciudad procede de un río que nace al norte, en esa catarata que, según vuestro relato, visitasteis ayer. Es suficiente para todos los usos, los baños públicos, y aún sobra para que fluyan estos cien manantiales. Este edificio está dedicado a nuestros dioses, como dirían otros; aunque realmente son, como vais a poder comprobar, a los cuatro elementos básicos de la vida y el Universo.
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