Explorando, explorando descubren
algo nuevo y sorprendente
muy diferente a todo
lo conocido
EN ROCA VIVA parte 1
Tras despedirse de Alkalá y de Sirtis, partieron tal como habían llegado, con Esmeralda oculta bajo la capa. Zaf y Zafiro habían alzado ya el vuelo desde el huerto y eran dos minúsculos puntos en el cielo. Emprendieron el regreso a aquel bosque por el mismo camino por el que habían llegado a la ciudad.
Al desembocar en el claro del bosque ya les estaban esperando en tierra, impacientes por alzar el vuelo hacia lo desconocido, al menos esa era la impresión que sacó Fan de su actitud un tanto inquieta, aunque nunca se sabe lo que puede albergar en su minúsculo cerebro una mariposa.
De modo que se introdujeron todos en la mochila, que Fan se colgó a la espalda, se sujetó el arnés y no tuvo que decir nada porque, al momento, se vio surcando los aires sobrepasando las más altas copas de los pinos.
Volaron sin parar porque, además, no se veía dónde hacerlo, siguiendo la línea de la costa, una costa escarpada, desconocida, por la que los pescadores de Sirtis nunca se habían aventurado a navegar, con altísimos acantilados cortados a pico y ningún refugio, cala, islote…
Volaban a la altura de Sirtis, un poco por encima del nivel del mar y a su derecha sólo se veía aquella barrera imponente e infranqueable, a no ser volando. Pero Fan esperaba acabar viendo como aquel muro descendía, y esperaba acabar viendo playas o islas en las que posarse, sin tener que remontar el vuelo hacia lo más alto de aquellos farallones rocosos. Pero no había nada, las horas pasaban y ya comenzaba a tener hambre y sed y los porteadores necesitarían reposar. No había lugar en el que pararse, de modo que les hizo una señal y se elevaron hasta el borde superior de los acantilados. En aquella parte se extendía una estepa de ralos matorrales, sin rastro de presencia humana. Descendieron allí y partieron volando hacia el interior, ellas sabrían hacia donde, dejándolo solo.
Hizo salir a los demás y dispuso todo para comer, pero ellos no tenían hambre ni sed. Recordó que allí dentro no se sentía el paso del tiempo, mejor dicho, no pasaba. De modo que Fan se puso a comer solo y los otros salieron de exploración. A su regreso Merto le contó:
- Rubí ha encontrado rastros de ovejas, o algo parecido, por los excrementos.
- Lo que no sabemos es si es de un rebaño o de alguna especie salvaje. No sé a qué distancia podemos estar, pero esto podría ser parte de Dwonder, si es que hemos llegado tan al norte, porque ellos se dedican a la ganadería.
- Aún no hemos visitado los otros reinos. ¿Crees que sería conveniente internarnos hacia el Este ya que estamos aquí?
- De esos reinos ya tenemos información y algún día iremos, pero me gustaría saber qué hay más al norte de las tierras conocidas y si el muro de los acantilados se prolonga más allá o desciende hasta el nivel del mar.
- Hoy ya hemos recorrido una buena distancia supongo, será mejor descansar aquí y continuar mañana. De todos modos nos faltan las alas.
Tanto Zaf como Zafiro tardaron unas horas en tomar tierra junto al campamento improvisado. Parecía que habían recuperado energías, pero Fan les preparó una cazuela de almíbar que dejaron limpia y brillante.
A la mañana siguiente reemprendieron el vuelo, siguiendo la línea de la costa. Al frente se dibujaba la línea interminable del borde de los acantilados y a su derecha el terreno continuaba siendo una especie de estepa, aunque a veces alterada por manchas verdes rodeando a pequeñas lagunas y, desde la altura, creyó percibir algún movimiento junto al agua y en las zonas pobladas de vegetación. Posiblemente algún rebaño pastaba por aquellas tierras, pero su interés estaba más allá.
La lisa pared, tan alta como el Muro del Fin del Mundo, defendía las tierras del interior y se prolongaba indefinidamente, por lo que tuvieron que hacer varias etapas y, en los días sucesivos, pudo observar algunos cambios en el terreno. Pequeños bosquecillos aislados matizaban un terreno casi yermo y cada vez eran más frecuentes y mayores, como anunciando una selva que, como una línea oscura, se dibujaba muy clara en el horizonte. Hicieron una parada en el borde de aquella selva e hicieron noche allí. Tenían que decidir si se aventuraban a sobrevolar aquella barrera vegetal que Fan pudo escrutar desde las alturas y que se extendía en todas direcciones sin verse un final.
- No sé si será buena idea – dijo Merto – Según me cuentas parece no tener fin.
- Todas las cosas tienen principio y tienen fin. De todos modos siempre podremos regresar aquí y luego en dirección este, sureste o sur podemos acabar llegando a Trifer o a Dwonder. Pero creo que esta es la oportunidad de descubrir un territorio inexplorado y las cosas que puede ocultar. Ahora que estamos aquí ¿No sientes curiosidad?
- Sí, desde luego, pero no quisiera que nos quedáramos perdidos en ese mar de árboles, sin un lugar en el que descender. Zaf y Zafiro se pueden posar en las copas y pasearse por las ramas, pero nosotros no.
- No te preocupes. Te prometo que no avanzaremos más allá de lo que les permita regresar aquí sin apurar sus fuerzas, aunque aún no sé en qué dirección explorar. Mañana lo intentaré recto hacia el norte y si no hay resultados haría dos nuevos intentos hacia el nordeste y el noroeste. Estate tranquilo que no me voy a arriesgar si no tengo una ocasión de regresar aquí. Pero si vas a estar más tranquilo, os podéis quedar aquí y marcharé solo.
- Desde aquí no te vamos a ser de mucha ayuda si algo sale mal, pero desde dentro de la mochila aún menos. ¿Y si marchas sólo con Zafiro y nos quedamos con Zaf y el otro arnés por si hay que rescatarte?
- Con una sola de ellas, la autonomía sería la mitad, no podría llegar tan lejos. Si a mí me pasara algo ellas me pueden traer de nuevo, porque tienen un gran sentido de la orientación. No, es mejor volar con las dos. Quédate tranquilo que no soy tan imprudente como para correr riesgos innecesarios.
- Ya lo sé, pero no me quedo tranquilo. Casi estoy por ir en la mochila con los demás, ir todos juntos como siempre. Pero creo que tú irás más tranquilo sin tener que preocuparte por nosotros y aquí estaremos bien.
- Pues no se hable más. Mañana volaré hacia el norte.
De modo que al día siguiente, tras desayunar, Fan se colocó el arnés y echaron a volar. Sobrevolaban un manto verde, tupido, en el que sólo se destacaba alguna alta copa. Una cubierta vegetal de varios tonos de verde matizada de ocres, a la que no se veía el final, y sin señal alguna de un claro, formación rocosa ni ondulación del terreno en que poder descender para descansar. No estaban perdidos, las mariposas sabían orientarse muy bien para regresar a donde les esperaba Merto, pero ya había pasado el tiempo suficiente como para pensar en el regreso antes de que las venciera el agotamiento.
Antes de hacerlas volver, Fan les hizo una señal y se elevaron aún más alto, por si a mayor altura podía distinguirse algún cambio, pero todo era igual, aquella inmensa mancha verde y uniforme lo cubría todo. De modo que les ordenó regresar y así lo hicieron.
Merto se alegró mucho al verle aterrizar y se acercó ávido de noticias. Zafiro y Zaf, ya libres del peso de su pasajero, se alejaron volando a algún lugar que sólo ellas sabían.
Fan, tras contarle a Merto lo que había visto y lo infructuoso de la exploración, decidió que al día siguiente volaría en dirección nordeste.
Al día siguiente todo sucedió de igual manera. El manto vegetal no dejaba hueco alguno a cosa que no fuera la propia selva impenetrable e inmutable. Volvió a ascender más alto todavía y todo era idéntico; salvo que más hacia el sureste se veía muy lejano el borde de la masa vegetal y los confines de otro tipo de terreno que podría serTrifer.
Al regreso, todo fue como la vez anterior y decidió que al siguiente día haría un último intento volando hacia el noroeste.
Y más de lo mismo. Ya era tiempo de regresar y nuevamente les hizo elevarse para tener una perspectiva aún más amplia. A todo su alrededor el verde seguía siendo el dueño del paisaje y se perdía en la distancia pero, de improviso, pudo ver algo diferente que rompía el verde tapiz más hacia el norte y al oeste. Algo que sobresalía brillante por encima de la selva. Sus porteadoras también lo vieron y estuvieron a punto de salir volando hacia allá; pero Fan, pensando en que estaba demasiado lejos como para poder regresar luego, les ordenó que volvieran.
Tan pronto se libró del arnés le dijo a Merto, que se había acercado corriendo al verles llegar:
- He encontrado algo y creo que no es un accidente geográfico, me da la impresión de que está hecho por la mano del hombre y mañana vamos todos allá. Puede ser peligroso, o no. Sólo lo sabremos cuando lleguemos. ¿Te atreves?
- Eso no se pregunta. Mañana vamos todos, como a todas partes.
Y a la mañana siguiente se pusieron en marcha, Fan con el arnés y los demás dentro de la mochila volaron en la dirección adecuada. Esta vez las mariposas sabían muy bien cual era su destino.
Sobre aquella planicie verde pudo ver cómo asomaba, cada vez más grande conforme se acercaban, una mole gris y brillante. Fan recordó una de sus visiones con el sicuor y, esperanzado, las animó a llegar hasta allí, aunque ya debían estar algo cansadas. No estaba muy seguro de lo que podrían encontrar y un cierto temor comenzó a apretarle el estómago, pero no había otra alternativa, pasara lo que pasara ya no había retorno.
Conforme se acercaban pudo ver una gran montaña pétrea, de paredes lisas, brillantes, poliédricas y aparentemente sin aberturas. No apreció movimiento alguno, aunque creyó vislumbrar la fugaz apertura de algo como una ventana en una de sus múltiples facetas. En lo alto del todo había como una explanada de roca lisa, pero él decidió descender en un claro del bosque que rodeaba aquella mole colosal, entre la roca y la selva. Se soltó el arnés, ellas soltaron los cabos y se posaron en tierra. Fan hizo salir a los demás de la mochila y se quedaron extasiados.
Mientras Fan recogía el arnés, enrollaba los cables y lo guardaba, Zafiro y Zaf salieron volando hacia unos arbustos floridos, no muy distantes, y comenzaron a recobrar energías.
Todos estaban asombrados, contemplando durante largo rato aquella masa inmensa de roca tallada y pulida, o al menos así les parecía a ellos. Las mariposas regresaron y el grupo presentaba un impresionante aspecto: Fan y Merto, flanqueados por Rubí y Diamante, tras ellos extendía sus hojas Esmeralda y a ambos lados, con las alas muy abiertas, Zafiro y Zaf. Y así se quedaron, como petrificados al ver que, en las caras visibles de aquella mole, iban apareciendo unas aberturas oscuras. Al pie, desapareció una gran losa , sin el menor sonido ni chirrido y, de la negrura, apareció un curioso personaje. Era de talla pequeña, pero sus atavíos venían a indicar que era alguien importante. Tras él, como una guardia personal, un sinfín de personajes como él, pero con vestiduras más sencillas aunque no menos coloridas. Dio tres pasos, con los brazos extendidos, y Fan hizo lo propio. A una señal, uno de sus muchos acompañantes se adelantó con una jarra de piedra y se la ofreció a Fan. Éste supuso que contendría agua y se quedó más tranquilo, aunque no demasiado y, sin bajar la guardia, le dijo a Merto:
- Acércale la cantimplora de agua
Merto se la acercó al que parecía el jefe, éste la miró con mucha curiosidad, parecía que no conociera los metales, y ambos bebieron un largo trago a un tiempo.
En ese momento el alboroto estalló entre la comitiva del jefe, o rey o lo que fuera, así como en toda aquella ciudad de roca. Todos se acercaron para verlos más de cerca y tocarlos, pero respetuosamente. Las mariposas lo evitaron, elevándose por los aires. No querían perder el polvillo de sus alas con tanto manoseo, respetuoso o no, pero manoseo.
El jefe hizo señal de que le siguieran. Fan y Merto se internaron, junto con él y la multitud, por aquella enorme abertura. No estaban muy tranquilos, aunque sus anfitriones parecían amigables. Y más intranquilos estuvieron cuando aquella abertura se cerró, suavemente y sin un sonido.
Sus compañeros se habían quedado en el exterior, para ellos un ambiente más natural que aquella extraña ciudad. Diamante y Esmeralda se acercaron al borde de la espesura y ambas encontraron lo que buscaban; tierno pasto y una tierra húmeda y rica en la que hundir las raíces. Las mariposas no tardaron en encontrar néctar en abundancia, en cuanto a Rubí; no tardó tampoco en encontrar y degustar la fauna local, porque aquella selva no estaba del todo deshabitada, pero debió pensar que también podría albergar algún gran depredador y se retiró, satisfecho de su caza, a montar guardia frente a lo que había sido la puerta de la Ciudad y por la que habían desaparecido sus amigos.
Estos habían sido conducidos por pasillos luminosos, aunque no veían ventana alguna, y llegaron a un pequeño habitáculo amueblado con unos extraños objetos de la misma materia que las paredes. El jefe se sentó en una especie de saliente y les invitó a que hicieran lo mismo. Tomaron asiento y aquello resultó ser una blanda butaca, cálida y confortable. No parecían hechas de roca, pero es lo que eran. Les sacaron unas bandejas finas de piedra con algo que parecían comestibles: un cuenco de raras tierras de color marrón y una especie de galletas, acompañados con una jarra de agua y un pequeño cuenco. Vieron como el jefe vertía aquella tierra en el cuenco, le añadía agua y luego, usando las galletas de cuchara, comenzó a comer. Hicieron lo propio y las tierras, con el agua, formaron una espesa crema, como un puré, lo cataron y lo hallaron comestible, aunque nada tenía que ver con los guisos de Aste, sus quesos, los embutidos de Hénder, los postres de Alandis ni los exóticos platos occidentales de Cipán y de Sirtis. Pero comieron de buena gana. No era cuestión de desairar a su anfitrión.
Ellos le dieron a probar del queso más curado de Fan, unas galletas de Los Telares y una crema de garbanzos de Sirtis y parecía que le había gustado porque repitió. Fan se reservó otras especialidades de la mochila para más adelante. Pasaron horas en aquella especie de saloncito intentando entenderse por señas y mucha mímica.
Lo primero que hicieron fue presentarse, darse a conocer, sus nombres, y así supieron que su interlocutor se llamaba Axen y su pueblo los Termens. Poco a poco se fueron transmitiendo otras palabras, nombres de objetos, conceptos,… cosa que les llevó horas, de modo que comenzaron a comunicarse algo e iban ampliando su vocabulario. De todos modos, el dominar mínimamente sus respectivos idiomas les llevaría los siguientes días, que se hicieron semanas, en los que aprendieron muchas cosas de aquella ciudad, su ciencia, su historia y su cultura.
Lo que más tardaron en comprender, aunque lo tuvieron que admitir como un acto de fe, era el dominio que tenían sobre las rocas y sus propiedades. Fan había aprendido de Góntar las propiedades mágicas de las mismas, pero aquello escapaba a su entendimiento. Que la roca pudiera hacerse tan ligera como el ala de una mariposa o tan suave como el más fino vellón de sus ovejas, pero al mismo tiempo más fuerte que el mejor acero de la fragua de Merto, no era fácil de entender. Tampoco lo era el que adoptaran las formas que quisieran y reaccionaran, como las ventanas y la puerta, a las órdenes. Pero Axen les había insistido en que aquellas rocas no eran rocas normales; que eran, la llamada por ellos, Roca Viva, que procedía de la propia raíz de la tierra, en donde se encontraba en estado fluido, y así brotó en tiempos remotos para que su pueblo le diera forma y la dominara. Así sus antepasados descubrieron el modo de manejar las fuerzas de cohesión, tanto atómicas como moleculares o de cristalización, y consiguieron sacar de la roca todas sus propiedades físicas y químicas y aprendieron a controlarlas. Descubrieron que la materia de las rocas, como toda otra materia, se compone de vacío y partículas invisibles que interactúan, de modo que lograron alterar las proporciones de ese vacío para dar mayor o menor solidez, mayor o menor dureza, a los objetos de Piedra Viva.
Les contó que las raíces de la ciudad se hundían en lo más profundo del magma y que éste había fluido como un volcán durante siglos, hasta que sus antepasados lograron obturar la grieta con un tapón de Roca Viva a la que le habían rebajado considerablemente la proporción de vacío. Sólo cuando necesitaban más material para construir, abrían un poco la grieta y la volvían a taponar.
En un principio, para ellos la Montaña de Roca Viva era una deidad. Acababan de bajar de los árboles de la Gran Selva, cuyas ramas les proporcionaban abrigo y seguridad, y la Montaña de Roca viva les proporcionó alojamiento: cómodo, cálido y seguro en sus oquedades. Una comunicación no verbal se estableció entre aquellos seres primitivos y su bienhechora. Aprendieron a relacionarse con ella e interactuar y se adentraron en sus acogedoras entrañas. Aprendieron a dar forma a la Roca Viva y a dar vida a la roca, y pasaron a formar parte de la Montaña, del mismo modo que la Montaña acabó siendo parte de ellos mismos.
Habían pasado muchos siglos, muchas veces las dos lunas se habían eclipsado, muchas veces habían eclipsado al sol y los descendientes de aquellos seres arborícolas aprendieron a manejar la materia de la Roca Viva y dejaron de considerarla una divinidad. Ahora vivían en paz, aislados en medio de aquella selva impenetrable, sin conciencia de que hubiera otros seres semejantes a ellos, hasta que llegaron nuestros amigos.
Es evidente que no consideraron como sus semejantes a Diamante, Rubí, Esmeralda y las dos mariposas, como tampoco consideraron a esta últimas como seres superiores por su capacidad de volar, cosa que les asombraba y admiraba.
Pasaron mucho tiempo en aquella ciudad, aunque ambos procuraban salir a menudo al exterior para no perder el contacto con sus Joyas, como ellos seguían llamándolas.
Durante aquel tiempo, tanto Axen como ellos, aprendieron sus respectivos idiomas y se comunicaban con fluidez en cualquiera de ellos. Aprendieron todo lo referente a la Roca Viva y Axen conoció la existencia de otras tierras, otros reinos y otras gentes mucho más allá de aquella Selva Impenetrable.
- Creo que desde aquí podríamos llegar a Trifer – dijo Fan un día
Axen le respondió:
- No podemos atravesar esa Selva. Lo hemos intentado talando árboles, pero son tantos que se vuelve a cerrar tras aquellos que lo han intentado.
- ¿Y la Piedra Viva no puede? -dijo Merto
- ¡Claro! - dijo Axen – no habíamos pensado en ello. Ni la más leve brizna de hierba podría crecer sobre ella. ¡qué gran idea!
No tardaron nada en ponerse a hacer planes, pero en primer lugar debían tener claro en qué lugar se encontraban respecto al límite de la Selva. Fan calculó, por el viaje desde Sirtis y el lugar desde el que acamparon antes de llegar allí, que debían estar a la altura de Trifer o más al Norte, de modo que envió a Zafiro y a Zaf en un vuelo de exploración hacia el Este, aunque en rutas divergentes en busca de alguna referencia.
Zaf regresó agotada y dando señales de no haber encontrado nada, salvo una selva interminable. Había seguido una ruta directa hacia el Este sin encontrar un lugar en que posarse, salvo en las altas copas, a salvo de los posibles depredadores.
Fan estaba preocupado por la tardanza de Zafiro, temía que hubiera sufrido algún percance, pero acabó viéndola aparecer en el horizonte, con signos de estar descansada y bien alimentada, cosa que le tranquilizó. Había seguido una ruta más al sureste y había llegado al límite de la Selva, a terrenos poblados de plantas en flor de las que pudo libar hasta saciarse. No había encontrado la capital de Trifer ni campos de cultivo, pero no debían andar muy lejos según indicaba en sus vuelos en código de las abejas. Todo ello requería una segunda exploración que llevarían a cabo mano a mano, mejor dicho ala a ala, Zafiro y Zaf, pero eso sería al día siguiente.
Fan pensó que un poco de sicuor le podría ayudar a tomar decisiones, aunque por otra parte temía acabar adquiriendo una dependencia. Sabía lo que le dijera Halmir sobre ello, pero no quería acabar como los habitantes de Mutts, que supeditaron sus decisiones a las respuestas de la Cueva. El sicuor sólo le mostraba cosas y no le aconsejaba nada, las decisiones seguían siendo totalmente suyas.
La elección era compleja: Podría dejar a los Termens viviendo en su mundo, aislados y sin contacto con otros semejantes, o posibilitar la relación entre distintas civilizaciones y culturas. Esto último podría ser traumático o enriquecedor para una o para ambas partes. La verdad es que estaba hecho un lío, porque no sabía si debía inclinarse por una u otra opción, puesto que lo mismo podrían resultar buena que mala. De modo que decidió consultar el futuro al sicuor antes de adoptar cualquier decisión. Lo que pasa es que ese futuro que vería ya estaba basado en una decisión que acabaría tomando de un modo u otro. De manera que más lío aún.
Se recluyó en su habitación y cerró la puerta. Hacía tiempo que había aprendido a hacerlo, aunque aquello de las fuerzas de cohesión no acababa de entenderlo. Abrió la mochila, introdujo la mano y la sacó sujetando la cantimplora del sicuor. Receloso miró en derredor. Lo cierto es que no se sentía seguro en el seno de aquello que decían Roca Viva ¿Le estaría observando? ¿Las paredes? ¿La cama? ¿La silla?,… rechazó sus infundadas aprensiones, se acomodó y echó un buen trago de la cantimplora pensando en Trifer y el ellos mismos.
Al desembocar en el claro del bosque ya les estaban esperando en tierra, impacientes por alzar el vuelo hacia lo desconocido, al menos esa era la impresión que sacó Fan de su actitud un tanto inquieta, aunque nunca se sabe lo que puede albergar en su minúsculo cerebro una mariposa.
De modo que se introdujeron todos en la mochila, que Fan se colgó a la espalda, se sujetó el arnés y no tuvo que decir nada porque, al momento, se vio surcando los aires sobrepasando las más altas copas de los pinos.
Volaron sin parar porque, además, no se veía dónde hacerlo, siguiendo la línea de la costa, una costa escarpada, desconocida, por la que los pescadores de Sirtis nunca se habían aventurado a navegar, con altísimos acantilados cortados a pico y ningún refugio, cala, islote…
Volaban a la altura de Sirtis, un poco por encima del nivel del mar y a su derecha sólo se veía aquella barrera imponente e infranqueable, a no ser volando. Pero Fan esperaba acabar viendo como aquel muro descendía, y esperaba acabar viendo playas o islas en las que posarse, sin tener que remontar el vuelo hacia lo más alto de aquellos farallones rocosos. Pero no había nada, las horas pasaban y ya comenzaba a tener hambre y sed y los porteadores necesitarían reposar. No había lugar en el que pararse, de modo que les hizo una señal y se elevaron hasta el borde superior de los acantilados. En aquella parte se extendía una estepa de ralos matorrales, sin rastro de presencia humana. Descendieron allí y partieron volando hacia el interior, ellas sabrían hacia donde, dejándolo solo.
Hizo salir a los demás y dispuso todo para comer, pero ellos no tenían hambre ni sed. Recordó que allí dentro no se sentía el paso del tiempo, mejor dicho, no pasaba. De modo que Fan se puso a comer solo y los otros salieron de exploración. A su regreso Merto le contó:
- Rubí ha encontrado rastros de ovejas, o algo parecido, por los excrementos.
- Lo que no sabemos es si es de un rebaño o de alguna especie salvaje. No sé a qué distancia podemos estar, pero esto podría ser parte de Dwonder, si es que hemos llegado tan al norte, porque ellos se dedican a la ganadería.
- Aún no hemos visitado los otros reinos. ¿Crees que sería conveniente internarnos hacia el Este ya que estamos aquí?
- De esos reinos ya tenemos información y algún día iremos, pero me gustaría saber qué hay más al norte de las tierras conocidas y si el muro de los acantilados se prolonga más allá o desciende hasta el nivel del mar.
- Hoy ya hemos recorrido una buena distancia supongo, será mejor descansar aquí y continuar mañana. De todos modos nos faltan las alas.
Tanto Zaf como Zafiro tardaron unas horas en tomar tierra junto al campamento improvisado. Parecía que habían recuperado energías, pero Fan les preparó una cazuela de almíbar que dejaron limpia y brillante.
A la mañana siguiente reemprendieron el vuelo, siguiendo la línea de la costa. Al frente se dibujaba la línea interminable del borde de los acantilados y a su derecha el terreno continuaba siendo una especie de estepa, aunque a veces alterada por manchas verdes rodeando a pequeñas lagunas y, desde la altura, creyó percibir algún movimiento junto al agua y en las zonas pobladas de vegetación. Posiblemente algún rebaño pastaba por aquellas tierras, pero su interés estaba más allá.
La lisa pared, tan alta como el Muro del Fin del Mundo, defendía las tierras del interior y se prolongaba indefinidamente, por lo que tuvieron que hacer varias etapas y, en los días sucesivos, pudo observar algunos cambios en el terreno. Pequeños bosquecillos aislados matizaban un terreno casi yermo y cada vez eran más frecuentes y mayores, como anunciando una selva que, como una línea oscura, se dibujaba muy clara en el horizonte. Hicieron una parada en el borde de aquella selva e hicieron noche allí. Tenían que decidir si se aventuraban a sobrevolar aquella barrera vegetal que Fan pudo escrutar desde las alturas y que se extendía en todas direcciones sin verse un final.
- No sé si será buena idea – dijo Merto – Según me cuentas parece no tener fin.
- Todas las cosas tienen principio y tienen fin. De todos modos siempre podremos regresar aquí y luego en dirección este, sureste o sur podemos acabar llegando a Trifer o a Dwonder. Pero creo que esta es la oportunidad de descubrir un territorio inexplorado y las cosas que puede ocultar. Ahora que estamos aquí ¿No sientes curiosidad?
- Sí, desde luego, pero no quisiera que nos quedáramos perdidos en ese mar de árboles, sin un lugar en el que descender. Zaf y Zafiro se pueden posar en las copas y pasearse por las ramas, pero nosotros no.
- No te preocupes. Te prometo que no avanzaremos más allá de lo que les permita regresar aquí sin apurar sus fuerzas, aunque aún no sé en qué dirección explorar. Mañana lo intentaré recto hacia el norte y si no hay resultados haría dos nuevos intentos hacia el nordeste y el noroeste. Estate tranquilo que no me voy a arriesgar si no tengo una ocasión de regresar aquí. Pero si vas a estar más tranquilo, os podéis quedar aquí y marcharé solo.
- Desde aquí no te vamos a ser de mucha ayuda si algo sale mal, pero desde dentro de la mochila aún menos. ¿Y si marchas sólo con Zafiro y nos quedamos con Zaf y el otro arnés por si hay que rescatarte?
- Con una sola de ellas, la autonomía sería la mitad, no podría llegar tan lejos. Si a mí me pasara algo ellas me pueden traer de nuevo, porque tienen un gran sentido de la orientación. No, es mejor volar con las dos. Quédate tranquilo que no soy tan imprudente como para correr riesgos innecesarios.
- Ya lo sé, pero no me quedo tranquilo. Casi estoy por ir en la mochila con los demás, ir todos juntos como siempre. Pero creo que tú irás más tranquilo sin tener que preocuparte por nosotros y aquí estaremos bien.
- Pues no se hable más. Mañana volaré hacia el norte.
De modo que al día siguiente, tras desayunar, Fan se colocó el arnés y echaron a volar. Sobrevolaban un manto verde, tupido, en el que sólo se destacaba alguna alta copa. Una cubierta vegetal de varios tonos de verde matizada de ocres, a la que no se veía el final, y sin señal alguna de un claro, formación rocosa ni ondulación del terreno en que poder descender para descansar. No estaban perdidos, las mariposas sabían orientarse muy bien para regresar a donde les esperaba Merto, pero ya había pasado el tiempo suficiente como para pensar en el regreso antes de que las venciera el agotamiento.
Antes de hacerlas volver, Fan les hizo una señal y se elevaron aún más alto, por si a mayor altura podía distinguirse algún cambio, pero todo era igual, aquella inmensa mancha verde y uniforme lo cubría todo. De modo que les ordenó regresar y así lo hicieron.
Merto se alegró mucho al verle aterrizar y se acercó ávido de noticias. Zafiro y Zaf, ya libres del peso de su pasajero, se alejaron volando a algún lugar que sólo ellas sabían.
Fan, tras contarle a Merto lo que había visto y lo infructuoso de la exploración, decidió que al día siguiente volaría en dirección nordeste.
Al día siguiente todo sucedió de igual manera. El manto vegetal no dejaba hueco alguno a cosa que no fuera la propia selva impenetrable e inmutable. Volvió a ascender más alto todavía y todo era idéntico; salvo que más hacia el sureste se veía muy lejano el borde de la masa vegetal y los confines de otro tipo de terreno que podría serTrifer.
Al regreso, todo fue como la vez anterior y decidió que al siguiente día haría un último intento volando hacia el noroeste.
Y más de lo mismo. Ya era tiempo de regresar y nuevamente les hizo elevarse para tener una perspectiva aún más amplia. A todo su alrededor el verde seguía siendo el dueño del paisaje y se perdía en la distancia pero, de improviso, pudo ver algo diferente que rompía el verde tapiz más hacia el norte y al oeste. Algo que sobresalía brillante por encima de la selva. Sus porteadoras también lo vieron y estuvieron a punto de salir volando hacia allá; pero Fan, pensando en que estaba demasiado lejos como para poder regresar luego, les ordenó que volvieran.
Tan pronto se libró del arnés le dijo a Merto, que se había acercado corriendo al verles llegar:
- He encontrado algo y creo que no es un accidente geográfico, me da la impresión de que está hecho por la mano del hombre y mañana vamos todos allá. Puede ser peligroso, o no. Sólo lo sabremos cuando lleguemos. ¿Te atreves?
- Eso no se pregunta. Mañana vamos todos, como a todas partes.
Y a la mañana siguiente se pusieron en marcha, Fan con el arnés y los demás dentro de la mochila volaron en la dirección adecuada. Esta vez las mariposas sabían muy bien cual era su destino.
Sobre aquella planicie verde pudo ver cómo asomaba, cada vez más grande conforme se acercaban, una mole gris y brillante. Fan recordó una de sus visiones con el sicuor y, esperanzado, las animó a llegar hasta allí, aunque ya debían estar algo cansadas. No estaba muy seguro de lo que podrían encontrar y un cierto temor comenzó a apretarle el estómago, pero no había otra alternativa, pasara lo que pasara ya no había retorno.
Conforme se acercaban pudo ver una gran montaña pétrea, de paredes lisas, brillantes, poliédricas y aparentemente sin aberturas. No apreció movimiento alguno, aunque creyó vislumbrar la fugaz apertura de algo como una ventana en una de sus múltiples facetas. En lo alto del todo había como una explanada de roca lisa, pero él decidió descender en un claro del bosque que rodeaba aquella mole colosal, entre la roca y la selva. Se soltó el arnés, ellas soltaron los cabos y se posaron en tierra. Fan hizo salir a los demás de la mochila y se quedaron extasiados.
Mientras Fan recogía el arnés, enrollaba los cables y lo guardaba, Zafiro y Zaf salieron volando hacia unos arbustos floridos, no muy distantes, y comenzaron a recobrar energías.
Todos estaban asombrados, contemplando durante largo rato aquella masa inmensa de roca tallada y pulida, o al menos así les parecía a ellos. Las mariposas regresaron y el grupo presentaba un impresionante aspecto: Fan y Merto, flanqueados por Rubí y Diamante, tras ellos extendía sus hojas Esmeralda y a ambos lados, con las alas muy abiertas, Zafiro y Zaf. Y así se quedaron, como petrificados al ver que, en las caras visibles de aquella mole, iban apareciendo unas aberturas oscuras. Al pie, desapareció una gran losa , sin el menor sonido ni chirrido y, de la negrura, apareció un curioso personaje. Era de talla pequeña, pero sus atavíos venían a indicar que era alguien importante. Tras él, como una guardia personal, un sinfín de personajes como él, pero con vestiduras más sencillas aunque no menos coloridas. Dio tres pasos, con los brazos extendidos, y Fan hizo lo propio. A una señal, uno de sus muchos acompañantes se adelantó con una jarra de piedra y se la ofreció a Fan. Éste supuso que contendría agua y se quedó más tranquilo, aunque no demasiado y, sin bajar la guardia, le dijo a Merto:
- Acércale la cantimplora de agua
Merto se la acercó al que parecía el jefe, éste la miró con mucha curiosidad, parecía que no conociera los metales, y ambos bebieron un largo trago a un tiempo.
En ese momento el alboroto estalló entre la comitiva del jefe, o rey o lo que fuera, así como en toda aquella ciudad de roca. Todos se acercaron para verlos más de cerca y tocarlos, pero respetuosamente. Las mariposas lo evitaron, elevándose por los aires. No querían perder el polvillo de sus alas con tanto manoseo, respetuoso o no, pero manoseo.
El jefe hizo señal de que le siguieran. Fan y Merto se internaron, junto con él y la multitud, por aquella enorme abertura. No estaban muy tranquilos, aunque sus anfitriones parecían amigables. Y más intranquilos estuvieron cuando aquella abertura se cerró, suavemente y sin un sonido.
Sus compañeros se habían quedado en el exterior, para ellos un ambiente más natural que aquella extraña ciudad. Diamante y Esmeralda se acercaron al borde de la espesura y ambas encontraron lo que buscaban; tierno pasto y una tierra húmeda y rica en la que hundir las raíces. Las mariposas no tardaron en encontrar néctar en abundancia, en cuanto a Rubí; no tardó tampoco en encontrar y degustar la fauna local, porque aquella selva no estaba del todo deshabitada, pero debió pensar que también podría albergar algún gran depredador y se retiró, satisfecho de su caza, a montar guardia frente a lo que había sido la puerta de la Ciudad y por la que habían desaparecido sus amigos.
Estos habían sido conducidos por pasillos luminosos, aunque no veían ventana alguna, y llegaron a un pequeño habitáculo amueblado con unos extraños objetos de la misma materia que las paredes. El jefe se sentó en una especie de saliente y les invitó a que hicieran lo mismo. Tomaron asiento y aquello resultó ser una blanda butaca, cálida y confortable. No parecían hechas de roca, pero es lo que eran. Les sacaron unas bandejas finas de piedra con algo que parecían comestibles: un cuenco de raras tierras de color marrón y una especie de galletas, acompañados con una jarra de agua y un pequeño cuenco. Vieron como el jefe vertía aquella tierra en el cuenco, le añadía agua y luego, usando las galletas de cuchara, comenzó a comer. Hicieron lo propio y las tierras, con el agua, formaron una espesa crema, como un puré, lo cataron y lo hallaron comestible, aunque nada tenía que ver con los guisos de Aste, sus quesos, los embutidos de Hénder, los postres de Alandis ni los exóticos platos occidentales de Cipán y de Sirtis. Pero comieron de buena gana. No era cuestión de desairar a su anfitrión.
Ellos le dieron a probar del queso más curado de Fan, unas galletas de Los Telares y una crema de garbanzos de Sirtis y parecía que le había gustado porque repitió. Fan se reservó otras especialidades de la mochila para más adelante. Pasaron horas en aquella especie de saloncito intentando entenderse por señas y mucha mímica.
Lo primero que hicieron fue presentarse, darse a conocer, sus nombres, y así supieron que su interlocutor se llamaba Axen y su pueblo los Termens. Poco a poco se fueron transmitiendo otras palabras, nombres de objetos, conceptos,… cosa que les llevó horas, de modo que comenzaron a comunicarse algo e iban ampliando su vocabulario. De todos modos, el dominar mínimamente sus respectivos idiomas les llevaría los siguientes días, que se hicieron semanas, en los que aprendieron muchas cosas de aquella ciudad, su ciencia, su historia y su cultura.
Lo que más tardaron en comprender, aunque lo tuvieron que admitir como un acto de fe, era el dominio que tenían sobre las rocas y sus propiedades. Fan había aprendido de Góntar las propiedades mágicas de las mismas, pero aquello escapaba a su entendimiento. Que la roca pudiera hacerse tan ligera como el ala de una mariposa o tan suave como el más fino vellón de sus ovejas, pero al mismo tiempo más fuerte que el mejor acero de la fragua de Merto, no era fácil de entender. Tampoco lo era el que adoptaran las formas que quisieran y reaccionaran, como las ventanas y la puerta, a las órdenes. Pero Axen les había insistido en que aquellas rocas no eran rocas normales; que eran, la llamada por ellos, Roca Viva, que procedía de la propia raíz de la tierra, en donde se encontraba en estado fluido, y así brotó en tiempos remotos para que su pueblo le diera forma y la dominara. Así sus antepasados descubrieron el modo de manejar las fuerzas de cohesión, tanto atómicas como moleculares o de cristalización, y consiguieron sacar de la roca todas sus propiedades físicas y químicas y aprendieron a controlarlas. Descubrieron que la materia de las rocas, como toda otra materia, se compone de vacío y partículas invisibles que interactúan, de modo que lograron alterar las proporciones de ese vacío para dar mayor o menor solidez, mayor o menor dureza, a los objetos de Piedra Viva.
Les contó que las raíces de la ciudad se hundían en lo más profundo del magma y que éste había fluido como un volcán durante siglos, hasta que sus antepasados lograron obturar la grieta con un tapón de Roca Viva a la que le habían rebajado considerablemente la proporción de vacío. Sólo cuando necesitaban más material para construir, abrían un poco la grieta y la volvían a taponar.
En un principio, para ellos la Montaña de Roca Viva era una deidad. Acababan de bajar de los árboles de la Gran Selva, cuyas ramas les proporcionaban abrigo y seguridad, y la Montaña de Roca viva les proporcionó alojamiento: cómodo, cálido y seguro en sus oquedades. Una comunicación no verbal se estableció entre aquellos seres primitivos y su bienhechora. Aprendieron a relacionarse con ella e interactuar y se adentraron en sus acogedoras entrañas. Aprendieron a dar forma a la Roca Viva y a dar vida a la roca, y pasaron a formar parte de la Montaña, del mismo modo que la Montaña acabó siendo parte de ellos mismos.
Habían pasado muchos siglos, muchas veces las dos lunas se habían eclipsado, muchas veces habían eclipsado al sol y los descendientes de aquellos seres arborícolas aprendieron a manejar la materia de la Roca Viva y dejaron de considerarla una divinidad. Ahora vivían en paz, aislados en medio de aquella selva impenetrable, sin conciencia de que hubiera otros seres semejantes a ellos, hasta que llegaron nuestros amigos.
Es evidente que no consideraron como sus semejantes a Diamante, Rubí, Esmeralda y las dos mariposas, como tampoco consideraron a esta últimas como seres superiores por su capacidad de volar, cosa que les asombraba y admiraba.
Pasaron mucho tiempo en aquella ciudad, aunque ambos procuraban salir a menudo al exterior para no perder el contacto con sus Joyas, como ellos seguían llamándolas.
Durante aquel tiempo, tanto Axen como ellos, aprendieron sus respectivos idiomas y se comunicaban con fluidez en cualquiera de ellos. Aprendieron todo lo referente a la Roca Viva y Axen conoció la existencia de otras tierras, otros reinos y otras gentes mucho más allá de aquella Selva Impenetrable.
- Creo que desde aquí podríamos llegar a Trifer – dijo Fan un día
Axen le respondió:
- No podemos atravesar esa Selva. Lo hemos intentado talando árboles, pero son tantos que se vuelve a cerrar tras aquellos que lo han intentado.
- ¿Y la Piedra Viva no puede? -dijo Merto
- ¡Claro! - dijo Axen – no habíamos pensado en ello. Ni la más leve brizna de hierba podría crecer sobre ella. ¡qué gran idea!
No tardaron nada en ponerse a hacer planes, pero en primer lugar debían tener claro en qué lugar se encontraban respecto al límite de la Selva. Fan calculó, por el viaje desde Sirtis y el lugar desde el que acamparon antes de llegar allí, que debían estar a la altura de Trifer o más al Norte, de modo que envió a Zafiro y a Zaf en un vuelo de exploración hacia el Este, aunque en rutas divergentes en busca de alguna referencia.
Zaf regresó agotada y dando señales de no haber encontrado nada, salvo una selva interminable. Había seguido una ruta directa hacia el Este sin encontrar un lugar en que posarse, salvo en las altas copas, a salvo de los posibles depredadores.
Fan estaba preocupado por la tardanza de Zafiro, temía que hubiera sufrido algún percance, pero acabó viéndola aparecer en el horizonte, con signos de estar descansada y bien alimentada, cosa que le tranquilizó. Había seguido una ruta más al sureste y había llegado al límite de la Selva, a terrenos poblados de plantas en flor de las que pudo libar hasta saciarse. No había encontrado la capital de Trifer ni campos de cultivo, pero no debían andar muy lejos según indicaba en sus vuelos en código de las abejas. Todo ello requería una segunda exploración que llevarían a cabo mano a mano, mejor dicho ala a ala, Zafiro y Zaf, pero eso sería al día siguiente.
Fan pensó que un poco de sicuor le podría ayudar a tomar decisiones, aunque por otra parte temía acabar adquiriendo una dependencia. Sabía lo que le dijera Halmir sobre ello, pero no quería acabar como los habitantes de Mutts, que supeditaron sus decisiones a las respuestas de la Cueva. El sicuor sólo le mostraba cosas y no le aconsejaba nada, las decisiones seguían siendo totalmente suyas.
La elección era compleja: Podría dejar a los Termens viviendo en su mundo, aislados y sin contacto con otros semejantes, o posibilitar la relación entre distintas civilizaciones y culturas. Esto último podría ser traumático o enriquecedor para una o para ambas partes. La verdad es que estaba hecho un lío, porque no sabía si debía inclinarse por una u otra opción, puesto que lo mismo podrían resultar buena que mala. De modo que decidió consultar el futuro al sicuor antes de adoptar cualquier decisión. Lo que pasa es que ese futuro que vería ya estaba basado en una decisión que acabaría tomando de un modo u otro. De manera que más lío aún.
Se recluyó en su habitación y cerró la puerta. Hacía tiempo que había aprendido a hacerlo, aunque aquello de las fuerzas de cohesión no acababa de entenderlo. Abrió la mochila, introdujo la mano y la sacó sujetando la cantimplora del sicuor. Receloso miró en derredor. Lo cierto es que no se sentía seguro en el seno de aquello que decían Roca Viva ¿Le estaría observando? ¿Las paredes? ¿La cama? ¿La silla?,… rechazó sus infundadas aprensiones, se acomodó y echó un buen trago de la cantimplora pensando en Trifer y el ellos mismos.
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Y se vio, junto con Merto, rodeado de guardias fuertemente armados. Unos guardias de un color amarillo vivo, que dejaba claro en qué lugar se encontraban. Le inquietaba, más que los guardias, puesto que aquello no era real en ese momento, la ausencia de sus compañeros y de su mochila, pero siguió contemplando la escena como si no estuviera allí
.....
- Pero habéis llegado desde la Selva Impenetrable ¿quién os envía?
- No nos envía nadie – dijo Merto – Venimos en señal de buena voluntad y de paz. Somos amigos de Serah y de Hénder y no queremos meternos en disputas estériles ¿Nos veis armados? ¿Nos creéis peligrosos?
- Seguro que sabéis quienes somos – oyó decir Fan al otro Fan, que era él, aunque no era, aunque sí era – Sabéis que hemos ayudado a salvar las Palmas Reales y que, gracias a nosotros, ahora hay paz en vuestros reinos.
- Eso lo decís vosotros, pero ¿Dónde están vuestros compañeros mágicos que cuentan siempre os acompañan?
- Los habéis asustado vosotros con tanta demostración de fuerza y fiereza, aunque no creo que tarden en regresar. Pero venimos del otro lado de la Selva a traeros noticias importantes
- Nadie puede venir del otro lado de la Selva Impenetrable. Nadie puede vivir allí. Nuestros leñadores talan y talan y la Selva crece y crece.
- Queremos ver a tu Rey
- Está ocupado y no puede recibiros. Os recibirá cuando las ranas críen pelo o cuando se abra un camino en la Selva
- Entonces ¡Ya! - dijo el Fan de la visión, mientras se escuchaba un estruendo lejano y el derrumbe de cientos de viejos árboles.
Los guardias, no impávidos sino todo lo contrario, permanecieron quietos en sus puestos, sin atreverse a respirar, pendientes de las órdenes, pero más de la mirada de su jefe, que tampoco las tenía todas consigo.
El rumor siguió acercándose y, sin esperar a órdenes o miradas, todos salieron corriendo dejando atrás armas y bagajes.
Un amplio claro se hizo en la Selva y una especie de lisa calzada de piedra se desplegó entre los árboles hasta que cesó el estruendo y la calzada detuvo su avance.
- No nos envía nadie – dijo Merto – Venimos en señal de buena voluntad y de paz. Somos amigos de Serah y de Hénder y no queremos meternos en disputas estériles ¿Nos veis armados? ¿Nos creéis peligrosos?
- Seguro que sabéis quienes somos – oyó decir Fan al otro Fan, que era él, aunque no era, aunque sí era – Sabéis que hemos ayudado a salvar las Palmas Reales y que, gracias a nosotros, ahora hay paz en vuestros reinos.
- Eso lo decís vosotros, pero ¿Dónde están vuestros compañeros mágicos que cuentan siempre os acompañan?
- Los habéis asustado vosotros con tanta demostración de fuerza y fiereza, aunque no creo que tarden en regresar. Pero venimos del otro lado de la Selva a traeros noticias importantes
- Nadie puede venir del otro lado de la Selva Impenetrable. Nadie puede vivir allí. Nuestros leñadores talan y talan y la Selva crece y crece.
- Queremos ver a tu Rey
- Está ocupado y no puede recibiros. Os recibirá cuando las ranas críen pelo o cuando se abra un camino en la Selva
- Entonces ¡Ya! - dijo el Fan de la visión, mientras se escuchaba un estruendo lejano y el derrumbe de cientos de viejos árboles.
Los guardias, no impávidos sino todo lo contrario, permanecieron quietos en sus puestos, sin atreverse a respirar, pendientes de las órdenes, pero más de la mirada de su jefe, que tampoco las tenía todas consigo.
El rumor siguió acercándose y, sin esperar a órdenes o miradas, todos salieron corriendo dejando atrás armas y bagajes.
Un amplio claro se hizo en la Selva y una especie de lisa calzada de piedra se desplegó entre los árboles hasta que cesó el estruendo y la calzada detuvo su avance.
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Acabó el efecto del sicuor y Fan volvió en si, después de haber estado doblemente en si. Había un riesgo pero había que hacerlo. O no solo habría que hacerlo sino que acabaría haciéndose de un modo o de otro y a ellos les pillaría en medio. ¿Y sus amigos? ¿Qué había sido de las Joyas?. El sicuor posiblemente le permitiría descubrir algo, pero no sabía qué, ni cómo, de modo que esa misma noche tomó una dosis mayor y esperó los acontecimientos.
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