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miércoles, 15 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 8 (Camino a Hénder) parte 1


 Y ahora, liberados de sus obligaciones de 
Caballeros de la Flor de Lis, pueden seguir
su camino para desencantar o encantar 
(vete a saber) a su amiga Esmeralda
 
CAMINO DE HÉNDER parte 1

Cuando partieron, otra nutrida comitiva les salió a despedir. En Alandia eran muy dados a estas cosas y ellos las soportaban estoicamente, aunque llegaban a ser agobiantes y empalagosas, como un buen atracón de dulces, néctar o miel. Pero… ¿Qué podía esperarse de aquel reino?
Se internaron por las sendas que llevaban al norte, unas sendas recientemente abiertas por los pastores y los rebaños. Donde antes había prados con hierba a la cintura, hierba seca con riesgo de incendio, se veían unas praderas verdes y limpias de matojos, como si en lugar de los pastores hubieran andado por allí los jardineros cuidando con esmero el césped. En algunos tramos, junto a los senderos, encontraron unos abrevaderos de agua límpida hechos con troncos vaciados. Los alrededores estaban profusamente adornados con los excrementos de las ovejas, aunque en algún lugar pudieron ver a uno de los pastores recogiéndolos con una pala y un saco, y no sólo para limpiar el lugar sino como abono para los Jardines de Alandia.
Campo través y siguiendo el hilo que llevaba el agua hasta un abrevadero, llegaron a uno de los manantiales, esta vez bien limpio y cuidado. Y bebieron boca abajo, amorrados al agua que brotaba fría y burbujeante  entre arena gruesa. De modo que los pastores habían seguido sus indicaciones y eso les alegró.
Cuando llegaron a la Montaña de las Pizarras, Fan tuvo una idea que no le gustó nada a Merto.
- Estoy impaciente por llegar y no me apetece nada andar trepando, ni los pájaros martillo, ni subir por la enredadera. ¿Qué te parece si nos metemos en la mochila y que Zafiro nos lleve hasta lo alto del Muro?
- ¡De ningún modo! ¿Ahí dentro? ¿A revueltas con todo y todos? Por favor, dime que hablas en broma.
- No, en serio. No lo hemos probado nunca. Los únicos que han estado ahí no nos lo pueden contar y, para mí, no deja de ser una nueva aventura, algo nuevo que explorar. De todos modos no creo que sea peor que estar en el fondo de un carro, maniatado, con un saco en la cabeza y sin comer ni beber. Por otra parte ellos nunca se han negado a entrar, señal de que no se estará tan mal.
- Pues yo no entro ahí, por más que insistas. Haces bien en recordarme tu secuestro. En aquel momento lo pensé, lo hubiera hecho y no lo hice pese a que podías correr peligro, pudo mas el miedo y preferí caminar sin descanso hasta el agotamiento.
- Mira que eres cabezón. Vamos a hacer una cosa. Me meto yo y, si es como tú dices, desisto del intento, pero si es que no, harás lo que yo diga.
- De acuerdo.

Fan entró en la mochila en donde había hecho entrar también a Rubí y Diamante. Pasó un largo rato y Merto pensó:
- A ver si le ha pasado algo malo, no me fío.
Pero al cabo salió Fan muy sonriente y le dijo imperativamente:
- ¡Adentro!. No es lo que tú crees, ni te lo imaginas. Además, sabes bien que si hubiera algún peligro o incomodidad no te haría entrar.
Merto entró y todo se quedó oscuro.
- Es natural – pensó queriéndose tranquilizar, pero un estremecimiento le agitó.
Y se encontró flotando ingrávido en un espacio negro sin límites, confortable aunque inquietante. Se podía mover de aquí para allá sin tropezar con nada. ¡Estaba solo! Pero con una soledad absoluta. ¿Dónde estaba Diamante? ¿Y Rubí? ¿Y las provisiones?. Estaba muy cómodo, pero inquieto. No le atacaba la claustrofobia porque allí se sentía muy libre y sin limitaciones.
- No veo la salida, esto es inmenso. ¿Ahora cómo salgo de aquí?
Pasó un rato situándose, pero no había arriba, ni abajo, ni derecha, ni izquierda, ni detrás salvo su propia espalda, porque no había puntos de referencia. Estaba en una negrura vacía y comenzó a asaltarle el miedo nuevamente.
A sus pies se abrió un punto de luz y una mano penetró hacia él. Era la mano de Fan desde el exterior, y la siguió. Inmediatamente se encontró al aire libre y respiró profundamente, aunque allá adentro el aire era perfectamente respirable.
- ¿Qué te ha parecido?
- Impresionante, pero sobrecogedor, no sé si me atreveré a volver.
- ¿Estabas mal, apretado, incómodo...?
- No, nada de eso, todo lo contrario, pero eso de ver que no puedes salir, en soledad, sin agua y sin alimento, porque no he podido encontrar todo lo demás que llevamos en ella, y que te puedes quedar ahí para siempre…
- Es que te has puesto nervioso y no has reparado en la salida.
- Ya he mirado, ya, pero no veía más que negrura y ninguna salida.
- Si te fijas bien, y no importa en qué dirección mires, podrás ver un minúsculo punto de luz; sólo es preciso dar dos brazadas, como si nadaras, para ver cómo se hace más grande y puedes salir sin problemas, y si no lo encuentras ya te sacaría yo. ¿No te has fijado en que alguna vez nuestras Joyas han salido por su propia cuenta y sin ayuda?
- Tienes razón, pero sobrecoge esa inmensidad sin límites.

- ¡Vamos! Ahora le digo a Zafiro lo que ha de hacer, nos metemos y ya verás lo pronto que estaremos en Hénder.
Así lo hicieron. Aquella mochila maravillosa no era más que una puerta a otra dimensión o realidad en donde todo tenía cabida, porque carecía de límites, y en donde nada pesaba por cuanto no se hallaba dentro de la lona de la misma, sino en otro lugar.
Se hallaban en aquel Nirvana, limbo o claustro materno, y se abandonaron a su ingravidez placentera o placentaria. Ni siquiera se enteraron cuando Zafiro tomó la mochila con sus patas con tanta facilidad como si una mariposa normal transportara el leve pétalo de una margarita.
Sobrevoló la Montaña de Pizarra, el valle y el pinar de los pájaros martillo, algunos de los cuales intentaron acercarse para golpearla, pero se elevó más y más, de modo que no pudieron alcanzarla, ni a su carga. Luego voló en línea recta hacia el Muro, porque había alcanzado esa cota en su huída de aquellos depredadores.
Se posó junto a la fuente y dejó suavemente la mochila en el pasto. Los de dentro no tenían sentido del tiempo ni conocimiento de que su viaje aéreo ya había terminado. No intentaron salir, esperando la señal acordada con Zafiro, porque de haberlo hecho en pleno vuelo hubiera podido resultar fatal.
Siguiendo las instrucciones de Fan, Zafiro introdujo una de sus extremidades en la mochila y Fan reaccionó de aquel letargo nadando hacia la luz, Merto también la había visto y ambos salieron, ayudaron a salir a Rubí y Diamante y se asombraron todos al encontrarse en el manantial, junto a la enredadera que sobresalía imponente sobre el Muro y porque el sol aún lucía en su cénit. No habían pasado, calcularon, más de dos horas y ya estaban allí.
- ¡Qué maravilla de viaje! Ni me he enterado – exclamó Merto, que parecía haberse convertido en un incondicional de viajar de aquel modo, cuando antes era el más reacio a ello.
- Tiene sus inconvenientes. Reconozco que está bien si tienes prisas pero, en caso contrario, prefiero el sistema tradicional.
- Pues yo no le veo esos inconvenientes. Cuenta, cuenta.
- El primer problema es que se está demasiado bien ahí dentro
- ¿Y eso es un problema?
- Sí, si no hay nadie fuera que te haga salir del sopor, o si no te mantienes vigilante, controlando el punto de luz de salida. Puedes quedarte ahí para siempre y no te enterarías de que el viaje ha terminado, o podrías tardar en reaccionar y salir de ahí dentro de cien años. No hablemos tampoco del riesgo de salir en pleno viaje. Y es que las cosas mágicas tienen eso, que si te descuidas te puede pasar cualquier cosa, como a Esmeralda en la cabaña.
- Está bien, tienes razón, pero si alguien de fuera ayuda no hay problema.

- Cierto, pero te pierdes lo mejor del viaje en si mismo, que es el propio viaje. Poder contemplar el paisaje, sentir el viento, la lluvia, el frío, el calor, el hambre, la sed,…
- Casi todo eso es negativo.
-Puede que así sea, pero es vida, es vivir el viaje. Lo otro no es más que un medio. Yo pienso que el viaje en si es el fin y quiero vivirlo y no encontrarme, salvo causas que lo justifiquen, en el destino sin haber hecho el camino.
- Entonces; ¿Qué hacemos ahora? ¿Volvemos a entrar y que nos lleve? ¿O vamos caminando?
- Caminando, como es natural. ¿Qué prisa tenemos? Esmeralda está bien en su estuche, casi tan bien como nosotros mismos dentro de la mochila. Si he querido hacer este experimento ha sido para comprobar que es posible. Nos hemos evitado días de caminata, escalar montañas complicadas, y protegernos de ataques alados, aunque son cosas que ya conocemos y casi nos resultan, a estas alturas, rutinarias y familiares, pero todo ello no son más que retos que nos hacen crecer conforme los superamos. Y tú ¿Qué vas a poder contar de este viaje? ¿Qué retos habrás tenido que superar? Ahora bien; te voy a pedir, por una vez, que mientas y que lo hagas como un bellaco. Cuenta lo que se te ocurra de nuestra travesía hasta aquí, pero no cuentes cómo hemos llegado en realidad, yo no pienso contárselo ni tan siquiera a Góntar. Mejor será dejar esto en secreto, nuestro secreto, porque nuestras Joyas no se van a ir de la lengua.

- Puede que tengas razón, callaré e inventaré, pero no me has convencido del todo sobre lo de no aprovechar esta maravilla de medio de transporte.
- ¡Quién te ha visto y quién te ve!

Y ambos rieron a mandíbula batiente.
- ¿Para qué queremos enredaderas o cables de seda para salvar muros o pizarras?, con ésto está todo resuelto.
- Pues entonces tendrías que afilar tu inventiva más que tus navajas, porque ¿Qué podrías contar luego? ¿De qué podrías presumir?
- Tienes la maldita habilidad de convencerme, aunque no del todo, y yo soy duro de convencer, más duro que el acero de esas navajas que dices.

Así; entre bromas y entre veras, entre reflexiones, recuerdos, relatos, realidades, refrigerios, reposos y respiros, acabaron avistando las murallas de Hénder, tras haber gozado del viaje, sus vistas, su clima, sus pastos y sus brisas.
Los centinelas, siempre vigilantes, los avizoraron en la distancia y los reconocieron, especialmente por la mariposa gigante que sobrevolaba al grupo en el que, a mayor abundamiento, también marchaban un lobo y una oveja. El rey y sus consejeros fueron informados inmediatamente y, no tanto como en Alandia pero casi, una gran comitiva salió a recibirlos. No había doncellas arrojando pétalos a su paso, pero sí clarines y timbales que atronaban lo máximo que se podía atronar.
Una vez pasado el alboroto del primer momento, una vez se hubo dispersado la turbamulta vocinglera y lúdica, se reunieron en privado en uno de los salones del castillo. Allí estaban nuestros amigos con sus tres Joyas, el rey Melanio y Góntar el mago consejero.
El mago quedó sorprendido al no ver a Esmeralda, pero no tuvo que preguntar nada. Fan sacó de la mochila el estuche y lo abrió. El verde reverbero de la piedra habló por si solo.
- ¿Cómo ha sucedido? - Preguntó Góntar.
- Se asomó a la puerta de la cabaña.
- Pues suerte que no lo hicieron los demás. El hechizo lo dejé pensando en la primera vez que llegaran, pero no he vuelto por allí y no he podido retirarlo. Seguirá actuando para siempre a no ser que lo conjure, pero cada vez me siento más viejo y no creo que me pueda permitir ir por allí, ni siquiera con magia. Ahora supongo que querrás recuperar a tu amiga la col ¿Verdad?.
- Por eso hemos venido, sólo tú podrías romper ¿o rehacer? el hechizo.
 
- Dices bien, rehacer. Porque ahora, en ese estuche, está en su estado natural, no mágico, pero tú la prefieres como antes ¿no?.
- No creo que haga falta que te responda.
- Pues no, si habéis venido hasta aquí está muy claro.

Y, tomando el estuche, dejó aquella piedra brillante en el suelo, hizo unos gestos con las manos, pronunció unas palabras ininteligibles, y… las verdes hojas se elevaron sobre un largo tallo y un manojo de raíces vermiformes se desplegaron  sobre el pavimento. Ya estaban reunidas las cuatro piedras de la corona con sus dos compañeros de aventuras.
- Una advertencia – dijo Góntar – no se os ocurra asomaros otra vez por aquella cabaña. Sabed que, aunque desapareciera totalmente, aunque no quedara ni rastro de sus muros, el hechizo seguiría allí para siempre, pero sólo para estas cuatro criaturas, porque para todos los demás es inocuo. Ya me gustaría dar un paseo por aquellos parajes, remar en el Gran Lago, pescar en el Río Far y ver el rojo atardecer sobre las Montañas Brumosas; pero ya ves, me estoy volviendo perezoso, sedentario, o son los años los que me van haciendo crecer más raíces que las de Esmeralda, y esas raíces me van anclando a esta tierra, no físicamente pero sí anímicamente.
En ese momento Fan sintió pena por Góntar y estuvo tentado de revelarle su secreto y llevarlo volando allí, un secreto que le permitiría ir a cualquier lugar sin mucho esfuerzo, sin penalidades y fatigas, pero se contuvo y pensó:
- La mochila es mágica, me la regaló él… ¿Seguro que no sabe lo que puede hacer?.
Y estuvieron días relatando sus viajes por mar, la visita a Occidente, el secuestro y el rescate,… El viaje y escalada del Muro corrió a cargo de Merto, que demostró una imaginación desbordante y una gran capacidad de fabulación, adornando su relato con el hallazgo de los restos dejados por los pájaros martillo que habían descubierto en su viaje anterior.
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Esta vez sí que estaban seguros en Aste de que ya no regresarían. Era mucho tiempo, más que en cualquiera otra ocasión. Y comenzaron nuevamente con el reparto de sus bienes, dando por seguro que habían muerto en altamar o a manos de los occidentales, que tenían fama de sanguinarios por desconocidos. Y aquel pueblo o aldea crecida, que siempre había sido un lugar pacífico y de convivencia, se convirtió en un lugar de intrigas en que la gente ya ni se saludaba, todos se evitaban y se miraban con mal disimulado odio. Todo fruto de la ambición y la desconfianza. Ni que nuestros amigos fueran unos potentados que amasaran y ocultaran una fortuna o un tesoro, aparte de sus Joyas.
Pero a los ambiciosos, los avariciosos y los envidiosos no escapan ni tan siquiera las cosas de poco valor, las bagatelas. Las intrigas, los recelos, las maquinaciones y artimañas, les hicieron perder de vista lo primero que les debería importar. Abandonaron sus sembrados, que se agostaron, sus rebaños, que enflaquecieron y, ante aquello aún era más apetecible el rebaño de Fan, porque este sí que lucía lustroso y sano gracias a los perros adiestrados por Rubí, y también les apetecían los trabajos y herramientas del taller de Merto.
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En Hénder los días pasaban sin sentir, pero Fan quería hacer una visita a Serah y saludar a Halmir antes de regresar a Aste porque, además, tenía algo importante para aquel pueblo del oasis. Tenía intención de hablar con Halmir en privado, sin que Merto estuviera presente. Quería preguntarle algo, pero con la máxima discreción.
Decidieron hacer una escapada ellos solos, las Joyas tenían ya sus propias distracciones y no les echarían de menos. Fan hubiera querido ir solo, pero su amigo dijo de ir también y no quiso contrariarlo insistiendo en que se quedara allí.
De modo que, una mañana temprano, partieron; pero no a pie, montaron en dos saltarenas y tardaron mucho menos que a pie, pero con las posaderas magulladas.
La zona del oasis ya era más del doble de lo que habían conocido. Aquella planta de Alandia se estaba comiendo el desierto. Las palmas reales se habían multiplicado, aunque siempre dentro del límite de Serah, cosa de vital importancia para no perder el monopolio del fruto.
Allí no tuvieron comité de recepción ni fiestas, cosa de agradecer, pero a Merto le pareció que no se les tenía en cuenta. Todos estaban dedicados al cuidado de las palmas, la recolección del fruto y el transporte en las caravanas a los cuatro reinos de la Tetrápolis.
Tuvieron que preguntar por Halmir. Estaba en la Casa Comunal y se llevó una gran alegría al verlos. Les alojó en su casa y cenaron juntos, mientras él les ponía al corriente de cómo iban creciendo las plantaciones.
- Teniendo el doble de palmas, tenemos el doble de fruto y también recibimos el doble de alimentos y productos de los reinos. Nuestras despensas están a reventar, aún habiéndolas ampliado, y hemos tenido que dictar normas e incentivos para aumentar nuestra natalidad que siempre fue de mantenimiento pero no expansiva. De Hénder nos llegan, además de productos agrícolas, trabajos metalúrgicos de forja y fundición; creo que Merto tiene algo que ver, especialmente en los cuchillos, hachas, navajas y todo lo cortante. En Trifer su especialidad es la carpintería. Mirad este bello mueble tallado, viene de allí. Es el reino que más bosques tiene, especialmente al norte, en la Selva que limita las tierras conocidas y las desconocidas. Nadie ha ido más allá, porque aquellas selvas son impenetrables y, según dicen, por más que intensifiquen la tala para proveer de leña y muebles a todos los reinos, es más rápida la regeneración, de modo que nunca sabremos qué hay del otro lado. Quater es eminentemente pesquero y nos provee de todo tipo de conservas y, como también producen sal, les sugerimos que prepararan el pescado como aquel que nos diste y han logrado buenos resultados. Esos occidentales de Dwonder tienen buena mano para los tejidos, cordelería, pasamanería, además de que las ovejas que les proveen de lana también lo hacen de leche y carne, de la que nos suministran, así como quesos, aunque no se pueden comparar con aquel que me diste a probar.
- Es que ese era de mis ovejas y lo preparo yo.

- Como habréis visto estamos construyendo casas nuevas, y es que en Quater tienen, además de la pesca y la sal, una industria muy importante en todo aquello que se relaciona con la construcción. Sus acantilados sobre el abismo del Mar Profundo, que vosotros llamáis del Alba, proporcionan excelente mármol y granito, esos trabajos y su habilidad para la explotación de las canteras verticales les ha permitido preparar accesos hacia el Mar Profundo y por ello a la pesca. Sus hornos de cal y yeso no paran día y noche, y en lo que se refiere a tejas y todo tipo de alfarería, incluso artística, tienen magníficos artesanos. Es por eso por lo que últimamente estamos reconstruyendo nuestras sencillas viviendas con los mejores materiales. Recordarás que eran de hojas secas de palmas y arena,  aún se pueden ver bastantes. Las amueblamos y las dotamos de todo lo necesario gracias a los frutos pero, especialmente, gracias a vosotros.
- Nosotros hicimos bien poco – dijo Merto
- Claro, salvarnos la vida a todos nosotros, salvar las palmas y hacerlas multiplicarse y evitar una nueva guerra entre los reinos, total nada. Podéis pensar que no os demostramos nuestro agradecimiento y, por lo tanto, creer que no apreciamos lo que habéis hecho por nosotros, pero es que somos así de introvertidos. La vida, aislados en este oasis, desconectados de nuestras raíces, sin relacionarnos con nuestros vecinos o sometidos a sus guerras, nos han hecho así.

- No os preocupe. Ya estamos saturados de agasajos y un poco de tranquilidad y normalidad se agradece – dijo Fan – Tengo que darte otra gran noticia que puede resolver el crecimiento de la planta que se extiende por el desierto. Ciertamente no sería nada malo que acabara colonizándolo por completo. Permitiría fijar el terreno, mejorar el clima al retener la humedad, acabar con los tiburones de arena,… aunque esto último no sé si sería aconsejable, a fin de cuentas es una especie natural y no creo que tengamos derecho a exterminarla. Pero, por vuestra seguridad, pensamos que os conviene mantener el desierto como barrera defensiva frente a los reinos, por si vuelven a las andadas.
- Sabemos muy bien que la naturaleza humana es débil y puede volver a pasar. Dices bien, nos conviene mantener a salvo el desierto.

- Pues es un tema que traté con los jardineros de Alandia, los mismos que me entregaron la semilla, y podemos detener su crecimiento. ¿Podemos conseguir sal en cantidad?
- Toda la que queramos. En Quater tienen unas enormes salinas y podemos permitirnos que nos envíen varios cargamentos en lugar de otros suministros.

Merto sacó la mochila y le entregó aquellas conservas vegetales y frutales, así como esencias concentradas de flores y aromáticas de Alandia.
- Esto procede de Alandia, que posiblemente sea lo que resta de aquella Alandis la Bella de vuestras leyendas. Esperamos que os gusten y pienso que algún día volveremos e intentaremos llevarte a hacer una visita a aquel reino de más allá del Abismo.
- Muchas gracias, amigo, aunque ya sabes que si hay magia de por medio no podré aceptar vuestro ofrecimiento, lo impiden nuestras normas y no seré yo el que las infrinja en lugar de dar ejemplo. 
- Lo estudiaremos y alguna solución habrá – dijo Fan
Más tarde, a solas, Fan y Merto cambiaron impresiones.
- ¿Pensabas que viajara en la mochila?, pues habrá que pensar en otra cosa porque no creo que estuviera muy dispuesto.
- Tienes razón, habrá que pensar en otra manera de hacerlo. Como también habría que llevar a Gontar hasta la cabaña.
- Y sin descubrir nuestro secreto será difícil. Dejemos que el tiempo resuelva ambos problemas, ahora vamos a resolver lo de las plantas.

Halmir hizo partir una caravana hacia Quater cargada de frutos para intercambiar por sal. Estaba compuesta por seis carretas para todo terreno, como solían ser siempre. Las carretas se deslizaban fácilmente por las arenas del desierto mediante su fondo plano y curvado, pero al salir de las arenas les acoplaban cuatro grandes ruedas de madera con cerco de metal, para llegar hasta la capital de Quater. Eran tiradas por saltarenas adiestrados a caminar sin dar saltos. El problema era que la marcha era más lenta, pero permitía el transporte de cargas pesadas. Fan pensó que sus posaderas hubieran agradecido llegar en una montura de estas, pero parece que estaban reservadas para el transporte y no para la cabalgada.
Mientras regresaba la caravana; un equipo, provisto de palas, cavó en las arenas una difícil zanja perimetral de un largo de fondo y una anchura en el fondo de otro largo. Difícil por el hecho de que la arena se deslizaba al fondo conforme la retiraban y, por tanto, para conseguir aquella profundidad y anchura mínima tuvieron que retirar arena como mínimo un largo más a cada lado desde la orilla, lo que daba una abertura de tres largos.
Halmir había marcado hasta donde quería extender la plantación y ese sería el límite entre oasis y desierto.
Cuando regresó la primera caravana se vertió la sal en el fondo de aquella trinchera. Hicieron falta cuatro caravanas más para dejar una capa de sal del grueso de un cuarto de largo en todo el perímetro, y luego se cubrió todo con la arena que habían retirado.
Durante todos aquellos largos días, Merto no se despegaba de ellos y Fan no tuvo ocasión de hablar a solas con Halmir, de modo que le envió a la casa en busca de su bolsa de infusiones, y ese momento lo aprovechó para preguntar:
- ¿Es peligroso el uso del sicuor? ¿Puede producir dependencia?
- ¿Peligroso? ¿Dependencia?. ¡De ningún modo! Nosotros lo usamos como una bebida ceremonial en nuestras celebraciones, para revivir el éxodo y recordar Alandis la Bella, pero nunca hemos sentido efecto negativo alguno.
-¿Qué dosis es recomendable?
- Si quieres ser espectador, una cucharada basta.
- ¿Es que se puede ser otra cosa que espectador?
- ¡Claro! Con un vaso pequeño puedes desplazarte donde quieras e interactuar, aunque no te podrán ver porque realmente no estarás allí, sólo tus sentidos en tu proyección energética.

En esto que Merto ya estaba regresando, y Fan añadió:
- De esto no hemos hablado, él no sabe nada y prefiero que no lo sepa. Podría pasarle algo.
- No debes preocuparte por lo que pudiera pasarle, a él no le pasaría nada. Preocúpate por lo que podría hacer. Se requiere mucho aplomo, mucha prudencia y pensárselo bien antes de actuar.

Y así acabó aquella conversación, así como cualquier otra ocasión de hablar a solas. Pero ya sabía suficiente.
Al día siguiente tomaron sus saltarenas y se pusieron en camino con gran dolor de sus posaderas. Fan había pensado conseguir uno de aquellos adiestrados, total no tenían mucha prisa, no les esperaba nadie a fecha fija, pero estaban todos en ruta con las caravanas, posiblemente tampoco lo habrían conseguido y además aquellos que les llevaron allí eran de Hénder y tenían que devolverlos.
Procuraron llegar anocheciendo, no querían otra nueva comitiva de acogida, ya tendrían una buena dosis cuando marcharan, a no ser que lo hicieran a escondidas.
Una idea se había fijado en la cabeza de Merto y no se la podía quitar, no pudo evitar que fuera tomando forma y acabó contándoselo a Fan.
- Tú lo que quieres es volver a meterte en la mochila, está visto que le has cogido gusto ¡Y pensar que antes no querrías que te lo nombrara!
- Pero es buena idea ¿no?
- No te niego que es una fuga muy bien pensada y que nos ahorraría una despedida con trompetas y tambores, pero… ¿qué pensarán nuestros anfitriones?
- Pensemos en cómo hacerlo para no herirles, pero no quiero pasar por otra recepción o despedida de las que se estilan por aquí y en Alandia.

Esa noche Fan quiso saber qué estaba pasando en Aste, pero también quería saber cómo contentar a Merto, evitarse la temida despedida, pero sin contrariar a Melanio ni a Gontar. Y, en la quietud de su dormitorio, sacó aquella cantimplora y tomó un largo trago.
Sucedió como las otras veces, pero en esta ocasión todo era más vívido. Había pensado en su pueblo y se encontraba en la puerta de su casa. ¿Qué pasaba allí? El pueblo era bullicioso en aquellas horas, los vecinos solían estar con sus sillas en la calle tomando el fresco, charlando de todo lo humano y lo divino, contando anécdotas, chascarrillos, riendo,… a veces, si se terciaba, salían a relucir cuatro instrumentos y se cantaba. Pero en aquel momento todo estaba quieto y callado. No es que se viera paseando por la calle, es que sentía que se paseaba, que estaba allí en persona. Las puertas, que siempre estaban abiertas de par en par, estaban cerradas todas y cada una, salvo la suya y la de Merto. ¿Qué estaba pasando?. Miró por los alrededores y comprobó con sorpresa que los jardines de algunas casas próximas, que tan floridos y cuidados solían estar, estaban secos, lo mismo que algunos de los huertos que cada casa tenía en su parte trasera y que, normalmente hubieran lucido unas buenas cosechas, estaban agostados, faltos de riego. Veía corrales en los que no había ni siquiera las gallinas ni los gallos que cada mañana le solían despertar. Ni tan siquiera se veían ovejas y pensó en su rebaño. Inmediatamente se vio transportado a los pastos, y allí estaban. Se alegró mucho al verlas y comprobar que estaban bien cuidadas y alimentadas, todo gracias a sus queridos perros y a Rubí. Se acercó a Rayo, el perro jefe del equipo y le pasó la mano por el lomo. El perro reaccionó y lanzó un lametón que sólo encontró el vacío, pero Fan lo sintió húmedo, cálido y rasposo en su mano.
Más tranquilo regresó al pueblo. En ese momento pudo ver que Tasio, un vecino que no le caía muy bien, y a casi nadie, salía sigilosamente de su casa y se acercaba al taller de Merto. Le vio atravesar la puerta que, como siempre, estaba abierta y entrar.


CAMINO A HÉNDER parte 2

el próximo jueves


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