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miércoles, 22 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 8 (Camino de Hénder) parte 2

 ¿Qué estaba pasando en el pueblo de Aste?
¿Regresarían a tiempo de descubrirlo?
¿Se evitarían una despedida real?
Ahora lo sabremos.
 
CAMINO DE HÉNDER parte 2

Le siguió hasta que pudo ver cómo se apropiaba de un trabajo de forja que Merto tenía en gran estima y que colgaba de un clavo en la pared frontal. Fan no sabía qué hacer, no sabía si podía o debía golpearle para darle una lección, pero lo pensó mejor. No sabía si funcionaría, pero tomó uno de los martillos más pesados y comenzó a golpear en el yunque.
- Bammm, bammm, bammm, bammm
Tasio se quedó paralizado, abrazado a aquella pieza robada, escuchando los martillazos y aún más viendo el martillo caer rítmicamente sobre el yunque.
- Bammm, bammm, bammm, bammm
Pero lo que no se quedó paralizado fue todo el pueblo. Se abrieron puertas, ventanas, los vecinos salieron de sus casas y acudieron en tropel hacia la fuente de aquel sonido intempestivo.
Y allá, en el taller de Merto, todos vieron a Tasio, con los ojos saliéndose de las órbitas, los cabellos erizados y aferrado a su presa.
El yunque había dejado de sonar, pero allí estaban todos, contemplando iracundos a aquel vecino ladrón, al que nadie tenía simpatía y ahora aún menos, ni tampoco piedad.
Cuando reaccionó, soltó lo que tenía en las manos, como si fuera un hierro candente y salió huyendo del pueblo, despavorido y gritando a pleno pulmón:
- Fantasmaaaaas, fantasmaaaaas, fantasmaaaaas
El pueblo no volvió a la normalidad habitual, que tan bien conocía Fan, pero se formaron corrillos que comentaban lo que habían visto y hasta lo que imaginaban, y la imaginación de unos sumada a la de otros comenzó a construir una leyenda. Luego, poco a poco, se fueron retirando a sus casas y Fan pudo comprobar que algunos se deseaban buenas noches, como solían hacer siempre.
Se concentró en Hénder y pensó en lo que pasaría a su marcha. Sólo pudo ver los primeros rayos del sol y a Zafiro alejándose de la torre norte con la mochila colgando de sus patas.
- ¡De modo que Merto se saldrá con la suya! ¡Me alegro! Pero intentaremos no quedar mal con nuestros amigos.- pensó
Poco a poco volvió a la realidad de su cuarto, a las paredes que le rodeaban. La mano derecha y el brazo le dolían un poco, como si hubiera estado dando martillazos en una fragua.
Y se durmió.
El día siguiente culminaron sus planes de “fuga”. No es que nadie les retuviera como para verse obligados a escapar, pero de lo que sí querían verse libres era de aquella, tan temida, parafernalia del acto de la despedida.
Quedaron en que se despedirían durante la cena, alegando que pensaban marchar muy temprano y por si no les diera tiempo a hacerlo en privado, como era su deseo. Quedaron, y se lo hicieron “saber” a las Joyas, en que nada más clarear se reunirían en la terraza de la Torre Norte, y dieron signos de haberlo entendido, o al menos eso les pareció ver.
Aquel día se lo pasaron en preparativos, acopiando algunas provisiones y agua, revisando y "llenando" la mochila, si es que se le puede aplicar esta expresión.
Fan, tras la hora de la comida, se retiró a su cuarto alegando que quería descansar y prepararse para el viaje con una buena siesta. Se tendió en la cama y se echó otro buen trago de sicuor.
Nuevamente se encontraba a la puerta de su casa en Aste. No andaba nadie por la calle, como habitualmente sucedía a aquellas horas, ocupados como estaría cada cual en sus tareas cotidianas. Algunas puertas continuaban cerradas y, bien mirado, a plena luz del día no eran tantos los jardines abandonados, los huertos agostados, ni los corrales sin vida animal como le había parecido la noche anterior. Sólo eran unas cuantas casas, pero las más visibles y pertenecientes a vecinos de poco fiar, de esos que no suelen faltar en cualquier comunidad.
Desde la trasera de una casa le llegaban los ecos acalorados de una discusión, algo poco frecuente en la villa. Se asomó y vio a dos vecinos, de aquellos que siempre buscan problemas, enzarzados a la greña y con cara de pocos amigos; y es que, efectivamente, eran de los que no tenían muchos.
- Las ovejas las quiero yo
- ¿Para qué? ¿Para que las dejes morir de hambre y sed como las tuyas?. Las ovejas serán para mí.
- ¿Para qué? ¿Para que las dejes morir de hambre y sed como tus cerdos y tus gallinas?
- No dejemos pasar más tiempo, éstos ya no volverán y, si no hacemos algo, los demás se quedarán con todo. Será mejor que vayamos a por las ovejas antes de que otro se nos adelante.
- Bien, pero a partes iguales.
- De acuerdo, pero vamos ya.

Y marcharon a los pastos bajos, en el valle, donde sabían se encontraba el rebaño de Fan, y éste también fue tras ellos.
Allí estaba el ganado, lustroso, bien comido y bien cuidado. Fan comprobó que había unos cuantos corderos más que cuando partieron, porque algunas ovejas habían parido.
Se acercaron cuidadosamente a las ovejas para no alarmar a los perros y las comenzaron a azuzar con los cayados en dirección al pueblo.
Fan conocía muy bien a sus perros, especialmente a Rayo, y tenía unas señales especiales que entendía muy bien, una de ellas era para avisar de que había un peligro y debían proteger su rebaño. Se acercó a él y le dijo en la oreja, en voz baja pero imperativamente:
- Sús
Y Rayo salió lanzado, como tal, hacia los extraños que atacaban a sus protegidas, y con él los otros tres, de modo que tocaban a dos fieros perros por cabeza o por posaderas, porque les persiguieron hacia el pueblo ladrando y lanzando dentelladas a salva sea la parte, la que quedaba más al alcance de sus fauces, de modo que les llevaría muchos días en poder sentarse
De haber dejado sus puertas abiertas, como era costumbre, se hubieran podido refugiar en sus casas, pero ellos las tenían cerradas por si los “ladrones”, de modo que; entre dentellada y dentellada, entre grito y ladrido, se alejaron del pueblo huyendo perseguidos por la jauría, que parecía estárselo pasando como nunca. A su paso sembraban la alarma y las puertas y ventanas se llenaron de curiosos, que luego se reunieron en corrillos y comenzaron las tertulias variadas que acabarían siendo un relato compuesto por todas las aportaciones.
Fan pensó
- Esta vez ellos también podrán contar aventuras como esta y la del martillo fantasma.
En cuanto a aquellos tres, si es que se atrevían a volver por allí, si les quedaban ganas, ya se encargaría él a su regreso.
Tras este nuevo “viaje” a Aste, Fan estaba más convencido de que debían volver cuanto antes y, en esta ocasión, no era tan descabellada la idea de Merto. Porque esta vez lo importante era el destino y no el viaje. No podían permitirse tardar semanas, aquel trayecto lo habían hecho otras veces y no habría nada nuevo que ver  digno de interés.
Durante la cena Fan se dirigió a sus anfitriones:
- Majestades: quisiera aprovechar estos momentos de tranquilidad para despedirnos. Mañana pensamos partir temprano y puede que no se presente la ocasión de expresaros nuestro agradecimiento por vuestra hospitalidad y vuestras deferencias. Nos marcharemos con el sentimiento de dejar atrás a tan buenos amigos, pero también con la esperanza de regresar algún día. Gontar sabe cómo avisarnos si nos necesitáis, estamos a vuestro servicio.
- Y yo no tengo por menos que agradeceros, aparte de vuestra buena compañía y esos ratos que he pasado tan bien, escuchando vuestras aventuras, vuestros conocimientos de esas tierras de más allá del Abismo Insondable y esos mares, que es algo desconocido por aquí. Pero, sobre todo, por cuanto habéis hecho por nosotros y, especialmente, en bien de los habitantes de Serah, la producción de sicuos y la paz que reina entre nuestros reinos, antes rivales. Gracias a vosotros, al aumentar la producción ya no rivalizamos por el fruto que es abundante y el comercio entre nosotros es cada vez más activo. Es más, ahora comenzamos a rivalizar en algo positivo, que es la mejora continua de nuestros productos, rivalidad que no implica competencia puesto que cada reino tiene una producción propia en la que estamos especializados cada cual y eso nos enriquece y nos beneficia a todos. Os echaremos de menos, pero no nos olvidéis. Hacednos otra visita y venid bien provistos de aventuras que contar y de platos que catar.
Góntar tomó la palabra:
- Ya sé perfectamente que cuento con vosotros en caso de apuro, siempre lo he sabido, un apuro que ahora veo conjurado gracias a vosotros. Mi cuervo también lo sabe, aunque ya está algo viejo como yo. Y es que la magia no tiene remedio para eso, es ley natural y, aunque las plantas ayudan a sobrellevarlo, los años se suman y se acumulan, es mentira eso de que el tiempo pasa. Sólo espero volver a veros cuando aún sea capaz de disfrutar de vuestra compañía, de vuestros relatos y de esos productos exóticos que habéis traído y que ya estaba olvidando. ¡Ah! Y también de esas recetas de cocina con las que mis pociones no pueden competir.
 - Yo, por mi parte – dijo Merto – suscribo todo lo dicho por Fan y sólo puedo añadir ésto.
Y les entregó sendas navajas.
- Sé que vuestros artesanos, fundidores, herreros, forjadores, de los que he aprendido mucho, son más hábiles que yo y hacen maravillas, pero lo he hecho con todo el cariño y lo mejor que sé.
El rey probó la navaja. Se había arrancado un pelo y lo cortó al aire por la mitad, limpiamente.
- Lo que aún no han conseguido es ésto, y es por eso que tienes que volver.
Entre charlas y chanzas, entre pláticas y “platicos” se acabó la cena y todos se retiraron a descansar.
El rey esperaba montar una buena comitiva de despedida y pensaba:
- Han dicho que por la mañana, pero, entre pitos y flautas, ya será a media mañana
Gontar los conocía mejor, sabía lo que harían aunque no cómo lograrían pasar inadvertidos a los centinelas, ni la magia le ayudó a descubrirlo.
- Me parece que cuando Melanio organice el séquito, el pájaro ya habrá volado.
Nunca supo lo cerca de acertar que estuvo con aquella expresión.
Con los primeros albores, antes de que el primer rayo de sol acariciara la torre más alta y, haciéndole cosquillas, despertara clamores de gallos, todos se encontraron reunidos en la terraza de la Torre Norte, como habían quedado.
- Llévanos al manantial de la enredadera – dijo Fan a Zafiro
Y todos se zambulleron en la mochila.
Los centinelas notaron un tenue aleteo, casi inaudible, y una sombra se deslizó entre las sombras, alejándose de la torre y de la Ciudad.
- Un noctíulo – pensaron
No sintieron el paso del tiempo dentro de su agujero negro, habían pasado tres horas en un trayecto que, a pie, le hubiera llevado al menos tres días. Una fina pata de mariposa les avisaba de que ya habían llegado y salieron todos con la sensación de que aún se encontraban en la terraza de la Torre Norte y que acababan de entrar en la mochila. Pero estaban allí, en el manantial de las ranas, junto a la enredadera que se alzaba imponente por encima del Muro. Esmeralda clavó sus raíces no muy lejos del hilo de agua que se alejaba hacia el valle y absorbió ávida aquel agua tan fresca y cargada de sales minerales y de restos de la descomposición de las plantas que bordeaban el arroyuelo. Rubí y Diamante se amorraron y bebieron con sonoros lengüetazos, y Zafiro revoloteó hasta un cercano macizo florido y se puso a libar. Fan y Merto se tendieron en el pasto y comenzaron a hacer planes.
-¿Qué te ha parecido mi idea? ¡De buena nos hemos librado!
- Tienes razón. En esta ocasión era prioritario escapar sin ser vistos y no la contemplación de un paisaje ya suficientemente conocido.
- ¿Repetimos?
- Primero decidamos qué queremos hacer.
- ¿Tienes interés en volver por Alandia y que te organicen una nueva recepción?, yo de ninguna manera.
- Yo tampoco. Si no fuera por eso, me encantaría, pero no tengo yo el cuerpo para festejos. Creo que, si volvemos otra vez, debemos hacerlo de incógnito y, para no llamar la atención, con las Joyas en la mochila. Lo mismo digo si volvemos a Hénder. Ya vamos conociendo bien a unos y a otros.
- Buena idea, pero primero se trata de decidir el destino y no las escalas. ¿Vamos a casa?
 
- ¡A casa! - dijo Fan, aunque temiendo lo que se podrían encontrar allí.
- Pues bien. Yo calculo que esta noche podríamos descansar en nuestros mullidos colchones si hacemos el viaje de tirón.
- ¿No piensas en que Zafiro podría necesitar algún descanso y reponer energías?
- No pensaba en eso. La impaciencia. Ya sabes…
- Podríamos hacer una parada en los nuevos pastos de Alandia y Zafiro tendría para libar en los jardines, aunque la pueden ver y nosotros nos podemos tropezar con algún pastor y nos reconocerían.

- Donde nadie nos encontraría, salvo en el caso improbable de que coincidamos con una caravana, es en el desierto, en aquel oasis de triste o épico recuerdo, no debe estar más lejos de lo que ahora estamos de Hénder. Zafiro, desde tu rescate, sabe donde tiene alimento cerca, podemos descansar allí y mañana, en dos saltos, llegar a casa.
- Sigues teniendo buenas ideas. Me parece bien y, tan pronto Zafiro esté en condiciones, cuando llene bien su depósito de reservas de néctar, podemos partir.

Antes de emprender este nuevo vuelo, acomodados junto al agua, comieron, ellos dos y Rubí, de lo que habían preparado para el viaje, aunque ni un ejército hubiera podido acabar con todos los comestibles que allí transportaban. Todos los demás estaban bien servidos y no necesitaban que nadie les alimentara, sabían hacerlo por si mismos. No es que Rubí fuera incapaz de conseguirse su propio alimento, pero allí cerca no parecía que hubiera piezas de caza y además le habían ordenado que no se alejara mucho, porque no tardarían en partir.
No es preciso volver a explicar el modo en que lo hicieron, pero se encontraron entre aquellas ruinas. Refugiados a la sombra de una de aquellas dos palmeras solitarias, dejaron pasar el tiempo, las horas más fuertes de sol, comentando sus últimas impresiones e intentando concretar su siguiente parada, antes de volar a Aste.
- Desde aquí al Puente del Far no debe haber mucha distancia – dijo Merto
- No me lo nombres, la cabaña está demasiado cerca y no quiero ni acercarme. Claro que desde dentro de la mochila no la voy a ver y podríamos pasar de largo. Aún tendríamos que contarle nuestro secreto a Gontar y darle un paseíto. Me dio pena, lo vi algo apagado.
- Yo también lo vi. De paso podría quitar el hechizo de la cabaña.
-Pero dejemos este tema para otra ocasión. Yo iría hasta la falda de las Montañas Brumosas, a mitad de sendero entre Mutts y Aste. Y, de paso, podríamos comernos unas ricas truchas.

- Me apunto, pero las pesco yo.
- Pues como no te de unas lecciones, porque la pesca no es que sea lo tuyo.
- Ya te vi hacerlo y yo aprendo pronto, pero ¿para qué nos vamos a mojar en aquellas aguas tan frías si llevamos una red?
- Cada vez me sorprendes más. Te estás convirtiendo en un aventurero aventajado. Recuérdamelo cuando lleguemos y te extenderé un diploma.

Ambos rieron y bromearon hasta que el sol comenzó a descender y hacerse más soportable salir de la sombra protectora. Zafiro voló en dirección norte, seguramente en busca de alimento.
Recorrieron aquellas ruinas que, en tiempos, debieron ser media docena de casas. El pozo tenía muy poca agua, aunque en el fondo se la veía brillar. Habría para aprovisionar una caravana de vez en cuando, pero no para mantener una población estable y por eso debieron abandonar aquel lugar cuando descendió el nivel.
Ya no quedaban más restos que aquellos pocos muros de adobe desmoronados y algún casco de teja. Las maderas de las techumbres seguramente las habían ido quemando las caravanas al cabo de los años, pero lo que sí se notaba allí, al pie del tronco seco de la palmera  al que Fan estuvo ligado, huellas inequívocas de su paso. Aunque últimamente habrían pasado por allí varias caravanas, entre ellas la de Alkalá, aún quedaban unos restos de la cuerda con la que estuvo maniatado, y un poco más lejos, retenido por unas piedras que impidieron que el viento lo arrastrara lejos, aquel saco con que le cubrieran la cabeza y, si no era el mismo se parecía mucho y olía igual de mal, según manifestó Fan.
No había nada con que encender fuego , salvo aquel tronco seco que Fan hubiera troceado y quemado muy a gusto, pero se limitaron a comer unos fiambres, pan con queso, embutido de Hénder de no se sabe qué, y unas lonchas de pata salada de cinguo que aún les quedaba en la mochila. Entre los tres dieron buena cuenta de aquellas viandas, que se conservaban como el primer día. Fan ya se había dado cuenta antes de ello y tenía muy claro que todo aquello que se encontraba en la mochila se mantenía tal y como se había metido, por aquello no pasaba el tiempo y los alimentos frescos seguían frescos igual que el primer día, pasara el tiempo que pasara.
Tuvieron que echar mano del saco lleno de aquel té de roca que tanto gustaba a Diamante, porque allí sólo se encontraban unas pocas hierbas mustias y, lo que es peor, pisoteadas por las caravanas. Esmeralda parecía que había encontrado buena y húmeda tierra, porque se la veía satisfecha, pero que nadie pregunte como se sabe que una col lo está.
Cuando regresó Zafiro ya estaba oscureciendo y se refugiaron para dormir al abrigo de los restos de un muro, porque soplaba un vientecillo molesto y frío del este. Y esa noche durmieron bajo el dosel de un cielo radiantemente estrellado gracias que que Sattel y Munie estaban en novilunio.

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Ya se encontraban en la orilla de uno de los muchos arroyos que descendían de las Montañas Brumosas. Unos arroyuelos que, en aquella vertiente, se unían y acababan desembocando en el mar, pasado Mutts, mientras que los de más al norte eran afluentes del río Far. Tendieron la red en uno de ellos que tenía un buen caudal y del que Fan suponía que habría pesca, y esperaron. Se acercaba la hora de la comida y, mientras esperaban que algo cayera en la red, se dieron un paseo en busca de algo con lo que acompañar el pescado. Hallaron un círculo de hongos de sombrerillo redondo, casi esférico y de un delicado color amarillo sedoso. Merto conocía muchas clases de hongos, pero en el plato, nunca había salido a recolectarlos, confiaba en Fan. Ahora escuchaba muy atento las explicaciones de éste sobre las especies, hábitats y microclimas. Cortaron unos cuantos por el pie y regresaron al borde del agua, en donde habían tendido la red. Era de una malla no muy fina, de modo que los peces de tamaño pequeño y mediano podían colarse sin problemas y sólo podía retener a los ejemplares de mayor tamaño.
Algo se agitaba en la red y se la hubiera llevado, a no ser porque estaba concienzudamente atada a unos pinos. Tres grandes truchas agitaban sus colores intentando escapar, tres truchas arco iris habían quedado presas en la red.
- Con una tenemos bastante para los tres, son enormes ¿Y si dejamos marchar a las otras?- dijo Merto.
-Yo soltaría una, y otra nos irá bien para cenar esta noche, total no tardaremos mucho en llegar a casa.
Y así lo hicieron. La trucha liberada nunca supo la suerte que había tenido y se alejó agitando violentamente la aleta y salpicando de agua las hierbas de la ribera.
Hicieron una alegre fogata porque abundaban las piñas, y con las ramas bajas, muy secas, prepararon una buena brasa asando la trucha y los aromáticos hongos, comieron hasta hartarse los dos porque Rubí no les ayudó. Rubí no comió trucha, pero no porque no le gustara; es que, mientras ellos pescaban y recolectaban hongos,  él salió de cacería y regresó con lo que le quedaba de una liebre de buen tamaño.
Reposaron porque, aunque la digestión no era pesada, les entró un sopor que, si no les despierta Diamante con unos alarmantes balidos, se hubieran quedado allí hasta el anochecer.
Sobre unas rocas balaba en demanda de auxilio, sin atreverse a descender. Lo inexplicable era cómo pudo encaramarse allí, pero la gula es capaz de empujar a realizar proezas inexplicables, casi tanto como la magia que corría por sus venas.
No le habían dado comida del saco de té porque, por allí, había pasto fresco y abundante, pero ella detectó, sin ser un perdiguero, el aroma de su planta favorita que, habitual aunque desgraciadamente, brotaba sólo en los riscos más inaccesibles.
- ¿Otra vez?  ¡No aprenderás nunca! Está visto que a tí te atraen las alturas y las rocas. No te podremos llevar donde las haya – dijo Fan.
- No, lo que le atrae no son las rocas, es esa planta.
Consiguieron bajarla pero Fan no estaba muy tranquilo al hacerlo. Temía ver aparecer de la nada a una princesa, bella pero latosa y respiró tranquilo cuando no sucedió.
Ya bien despiertos, decidieron hacer la última etapa.
Habían elegido no descender en el pueblo. No porque sus vecinos no conocieran ya a Zafiro y los demás, sino porque querían mantener en secreto su nuevo medio de transporte. De modo que Zafiro les dejaría en el valle, en los pastos bajos en donde se encontraría pastando el rebaño y, desde allí, harían el resto del camino a pie.
Cuando salieron de la mochila, las ovejas les ignoraron, salvo a Diamante en torno a la cual se arremolinaron ovejas y corderos. Los perros ladraron de alegría y se lanzaron hacia ellos y Rubí moviendo la cola con tanta energía que daba la impresión de que, en cualquier momento, se les podría desprender. Les dejaron las manos y los pantalones chorreando de babas.
- ¿Qué te parece? Yo creo que deberíamos cenar aquí antes de llegar al pueblo, porque seguro que allí no vamos a tener ocasión de hacerlo. Siempre nos pasa lo mismo, se monta el lío y nos quedamos sin cenar. Ni siquiera nos dejarán entrar en casa sin haberles contado todo, y eso se alarga – dijo Merto.
- Tienes razón, no sabemos qué vamos a encontrar allí y si vamos a tener ocasión de comer algo.
De modo que hicieron una fogata, asaron aquella trucha y unos hongos que habían sobrado y comieron sentados en unas rocas planas que tenían allí para ponerle sal al ganado.
Esmeralda, ajena a todo aquel revuelo, se había clavado en tierra y se había quedado inmóvil en aquel suelo abonado abundantemente por las ovejas, hasta el momento en que los demás se pusieron en marcha.
Fan procuró ocultar a Merto unos jirones de tela a cuadros que habían ido quedando por el camino.
Bastó que alguien les viera llegar para que se revolucionara todo el vecindario.
- Pues sí, habíamos salido corriendo de las alharacas y nos encontramos con esto – comentó Fan.
No eran muy numerosos por ser un pueblo pequeño, pero llenaron la calle y les recibieron con grandes muestras de alegría, salvo tres que ya no habían vuelto por allí y algunos que, como en otra ocasión, habían esperado heredar y se habían quedado con las ganas.
Tras muchos días de cerrazón, todas las puertas permanecieron abiertas y los vecinos sacaron las sillas a la calle y pegaron la hebra, como siempre hacían. Pero esta vez eran ellos los que querían contarles lo que allí había sucedido en su ausencia, antes de que ellos pudieran comenzar a contar sus relatos.
Por una vez, en aquellas tertulias vespertinas de Aste, no importaban las peripecias, por azarosas y extraordinarias que fueran las que ellos habían pasado en su último viaje. Esta vez, los protagonistas eran ellos mismos y los sucesos que habían acontecido hacía dos escasos días, unos sucesos que hablaban de “El fantasma del yunque” y de “Los misteriosos perros guardianes”.


A VOLAR parte 1

el próximo jueves
 

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