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miércoles, 1 de febrero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 7 (Visión cumplida) parte 1

 La marcha hacia Hénder para 
desencantar o reencantar a 
Esmeralda les dará algunas 
sorpresas y una aventura 
esperada pero imprevista


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VISIÓN CUMPLIDA parte 1
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Tras su apresurada huída de la Cabaña del Mago, acabaron parando a descansar y además porque ya atardecía. Cuando hubieron recobrado el aliento, dijo Fan:
- Pues sí que quedaba algo de magia. Tenía razón en desconfiar. Ahora ya no hay duda sobre qué camino emprender. Hay que ir lo más pronto posible a Hénder y que Gontar anule el hechizo.
- No me disgusta la idea y no hay mal que por bien no venga. Así cumpliremos con el Rey Mirto y ahora sí que le podremos contar cosas nuevas y nuevas aventuras, aparte de hacerle el guiso prometido.

Esa noche durmieron al pie de aquella roca en forma de monolito y, a media mañana, ya se encontraban en el Puente. En dirección a Alandia pudieron hacer noche en la posada, en las habitaciones de las cuadras y pudieron dormir a gusto en una cama en lugar de en el duro suelo.
El grupo era menos numeroso y podían avanzar a mayor ritmo. Normalmente Esmeralda les obligaba a ir más despacio, pero no en esta ocasión. De modo que no tardaron demasiado en llegar a Alandia, y allí ya los esperaban. Les habían llegado noticias desde la Posada, como antes les habían estado llegando desde el Embarcadero del Far y del nombre que el Capitán Rumboincierto les había puesto a sus compañeros, de modo que una gran comitiva de bienvenida esperaba a sus héroes y a sus Joyas.
Su Majestad Mirto II salió a recibirles a la puerta de Palacio y les guió al interior. A ellos aquel recibimiento les parecía excesivo. Terminada la recepción oficial, y ya en privado, les dijo:
- Ahora os doy la bienvenida, no como rey sino como amigo. Hacía tiempo que esperaba vuestra visita para disfrutar con vuestros relatos, porque la vida aquí acaba resultando carente de emociones, salvo con la eclosión de una floración o el brote de una nueva planta, y vuestras visitas siempre me aportan ese componente de misterio y aventura que en este lugar paradisíaco brilla por su ausencia. Porque la vida de un rey no es tan interesante en realidad como lo que pudiera creerse en un reino pacífico y bucólico como éste. Algunas referencias tengo, por los arrieros que llegan del embarcadero del Far y por las cosas que cuentan allí los marineros de El Hipocampo. Es por ello por lo que todos en Alandia conocen algo de vuestras aventuras por las costas y por Occidente. También conocen el nombre de vuestros compañeros, Las Joyas. Y, por cierto… ¿No falta una?
 - Sí, majestad. Un suceso lamentable nos obliga a partir hacia Hénder para que el mago Gontar nos dé una solución – dijo Fan
Y le enseñó aquella esmeralda que guardaba en el bolsillo.
- Ésta, si recordáis, es aquella col que brotó en vuestros jardines y que ha vuelto a convertirse en lo que era, una piedra de la Corona de Hénder. 
- Espera un momento – dijo el rey.
Y de un cajón del escritorio sacó un precioso estuche forrado interiormente de terciopelo verde y se lo alargó.
- Toma, creo que aquí se encontrará más cómoda que en un bolsillo.
Fan tomó el estuche, colocó cuidadosamente la piedra y la Flor de Lis, lo cerró y se lo guardó nuevamente en el bolsillo mientras decía:
- Majestad: permitidnos partir para desencantar nuevamente, o encantar, ya no sé lo que me digo, a nuestra amiga, y luego cocinaremos y relataremos todo lo que vuestra majestad quiera.
- No os apresuréis. A vuestra amiga no le corre prisa alguna y no se entera de nada. Una mayor o menor tardanza no le va a dañar ni afectar en nada; y vosotros…, veo que seguís luciendo vuestros cordones de la Orden y, como Caballeros de la Flor de Lis, os debéis a vuestro rey y cumplir vuestras promesas, amén de sus menores deseos. Pero estad tranquilos que no abusaré de vuestra buena voluntad. Sólo se tratará de cumplir lo tratado en vuestra última visita y una pequeña fiesta. Luego podréis partir.

Las “pequeñas fiestas” en Alandia, como en Hénder, eran de al menos una semana, pero ¿Qué le iban a hacer?. El rey tenía razón, a Esmeralda no le pasaría nada por pasar una semana más en forma de piedra, ni lo sentiría.
En aquella semana de fiestas y celebraciones, cumplieron lo prometido. El rey disfrutó con sus aventuras y disfrutó del guiso. Fan y Merto, auxiliados por la cocinera, habían preparado un buen caldero para todo el palacio y sobró para repartir al Cuerpo de Guardia. Mientras preparaban el guiso, Fan reparó en que llevaba aún en el bolsillo el estuche con la piedra y decidió dejarlo en la mochila para que no le estorbara. Al rey le gustó mucho el guiso aquel y encargó que, en el próximo suministro de El Hipocampo, cargaran una buena provisión en Puerto Fin. 
Fan y Merto le habían facilitado la receta a la cocinera, y patatas era algo que en Alandia se cultivaba habitualmente.
Durante aquellos días, por la capital y alrededores, no se hablaba de otra cosa que de los forasteros y sus Joyas. Se formaban corrillos alrededor de ellos para que contaran qué se sentía en altamar y en una tempestad, porque allí a lo sumo llegaban los coletazos de alguna de arena procedente del desierto.
Y, hablando de desierto, Fan se enteró de que había llegado una de aquellas caravanas y sintió curiosidad, más que miedo o prudencia. Dejó a Merto en una de aquellas charlas, de las que disfrutaba siendo el protagonista, diciéndole:
- Me voy a asomar a ver esa caravana del desierto, si no vuelvo pronto reúnete conmigo allí.
Salió del recinto y los jardines y se encaminó a la explanada en la que acababa la ruta del desierto, en la que los arrieros montaban sus campamentos y algún que otro tenderete para la venta o intercambio de mercancías.
Había allí una docena de carretas con toldo y unas anchas ruedas que les impedían hundirse en las arenas. Por los alrededores pastaba un rebaño de búfalos de la estepa, que eran los que tiraban de los carros.
Pudo ver, entre aquellas gentes, a algunos vestidos como en aquella visión, todos de blanco de cabeza a los pies y con una abertura rectangular a la altura de los ojos y tuvo miedo a lo desconocido, pero venciendo esta prevención, total allí no podía pasarle nada, se acercó a curiosear por aquellos tenderetes.
Ya iba a regresar con Merto, cuando una mano tiró de él entre dos carros y ya no vio más. El golpe no había sido tan fuerte como el de el pájaro-martillo y no le hizo perder el conocimiento del todo. Lo que le impedía ver era un saco burdo y maloliente que, tras maniatarlo y amordazarlo, le pusieron en la cabeza y le ataron al cuello; no le impedía respirar, pero se sentía sofocado, por el saco y por el calor.
Quiso gritar pero no pudo, y lo único que consiguió fue acalorarse más y que le faltara el aliento. Luego notó como cargaban con él y lo echaban, sin muchos miramientos, en lo que debía ser el fondo de un carro, notó también cómo trajinaban con los búfalos y cómo el carro se ponía en marcha.
- ¿Notarán mi ausencia? ¿Sabrán dónde buscarme? ¿Qué pasará con Merto y los amigos?¿Qué querrán estos extraños?
Todas estas preguntas y muchas más se arremolinaban en su turbulento cerebro, pero era incapaz de pronunciar sonido alguno. Recordó aliviado que había dejado el estuche de Esmeralda en la mochila, pero no podía hacer otra cosa que resignarse a su suerte, atado, traqueteado, acalorado, sin poder ver nada y tragando polvo a través de aquel mugriento y hediondo saco. De modo que se resignó a su suerte, de momento no podía hacer nada, y procuró dormir.
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Merto había terminado su última perorata y, recordando lo que le había dicho Fan, marchó a la explanada de las caravanas. Allí había: carros, búfalos, tenderetes y gente pululando, pero Fan no aparecía por parte alguna. Preguntó si le habían visto, pero nadie le pudo dar razón de él. Regresó a Palacio, por si había vuelto sin recordar en lo que había quedado. Allí estaban Rubí, Diamante y Zafiro, cada uno en sus ocupaciones favoritas, pero no había señales de Fan. Preguntó por los jardines, también a los guardias, que se pusieron a buscarlo sin resultado alguno. Como Merto les había contado que su intención había sido visitar la caravana, también buscaron por allí, pero tampoco lo encontraron, no obstante alguien comentó que una carreta había partido de improviso hacía unas horas
- Pues si se ha marchado en ese carro, y no veo otra posibilidad, no creo que sea por su propia voluntad. Se hubiera despedido de mí y no hubiera abandonado a los demás del grupo, ni tampoco hubiera partido sin la mochila con agua y provisiones.
Llevaban muchas horas de ventaja, pero la marcha de un carro por el desierto era lenta, de modo que tenía la esperanza de alcanzarlos. Tras revisar las provisiones y el agua, se cargó la mochila y se puso en camino sin pérdida de tiempo, acompañado por Rubí y Diamante.
Zafiro alzó el vuelo y siguió la ruta del desierto en pos de aquel carro sospechoso. Regresó a las dos horas y, por la velocidad del vuelo entre ida y vuelta, Merto calculó que les debía llevar no menos de medio día de ventaja. Pensó que los del carro tendrían que parar a comer, dormir, dar pienso y agua a los búfalos y, si ellos no se detenían, podrían acortar aquella ventaja. Pero ellos también necesitarían comer, beber y descansar algo, aunque intentaría que fuera lo menos posible.
Pensó también que, si se atreviera, podrían alcanzarlos en muy poco tiempo. Bastaría con meterse todos en la mochila y que Zafiro la llevara cerca del carro, pero era superior a sus fuerzas, no podía hacerse a la idea de meterse allá adentro, de modo que siguió caminando sin desfallecer.
Era ya noche cerrada cuando pararon a comer algo y descansar. Suerte que Munie,  la segunda luna estaba llena y Merto no encendió fuego para evitar ser descubiertos en la distancia. En el desierto bajó mucho la temperatura y tuvo que envolverse en la manta y la capa. Rubí y Diamante ya estaban dotados de abrigo de piel natural y soportaban bien el frío, aún así se acurrucaron uno al lado de la otra para darse calor, en cuanto a Zafiro no se sabe que mecanismos de regulación térmica tenía, lo que era evidente es que parecía no afectarle aquel frío pelón.
Dieron una buena cabezada y, mucho antes de que despuntara el sol, ya estaban en marcha a la luz de Munie y del creciente de Sattel, la primera luna. Tan pronto el alba comenzó a apuntar por Alandia, Zafiro alzó el vuelo y se avanzó al grupo. Tardó una hora en regresar, y Merto calculó que habían avanzado mucho, acortando la ventaja a sólo seis horas. Eso les infundió nuevos ánimos y apresuraron el paso. Durante las horas de calor más sofocante no dejaron de caminar gracias a que Zafiro alzaba el vuelo y, además de hacerles algo de sombra tal y como solía hacer Esmeralda, les refrescaba con el viento de sus alas haciendo más soportable aquel ambiente tórrido. Hicieron breves paradas para comer algo, reponer líquidos y descansar un poco, pero continuaron su persecución todo el día. Había momentos en que Diamante se cansaba y retrasaba la marcha, de modo que Merto la hacía entrar en la mochila, otras veces era Rubí y otras los dos, pero Merto no quería bajar el ritmo y ambos iban de cabeza a la mochila. Cuando al cabo de un rato salían se encontraban descansados y con nuevas energías. Él sí que estaba haciendo un esfuerzo casi sobrehumano.
En la ruta se apreciaba el rastro dejado por todas las caravanas que lo utilizaban, pero en el  fino polvo superficial se podían distinguir las huellas recientes de unas ruedas y unas pezuñas.
Cuando el calor comenzaba a atenuarse un poco, Zafiro, con evidentes signos de agotamiento, se alejó volando. No lo hizo hacia occidente, en dirección a sus perseguidos, sino hacia el sur. Regresó cuando comenzaba a anochecer volando con enérgicos aleteos. Era evidente que se había recuperado de la fatiga del día y que había encontrado un buen campo florido.
Munie acababa de salir y continuaron caminando un rato aprovechando la bajada de la temperatura a valores confortables, pero el esfuerzo había sido excesivo y tuvieron que parar pronto para cenar y dormir.
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Mientras tanto, en la carreta, Fan estaba pasando de todo: hambre, sed, frío y calor insoportables. Sus captores no se habían molestado en darle ni tan siquiera agua y ya comenzaba a sentir síntomas de deshidratación. Tampoco le cubrieron con nada por la noche y allí en las noches descendían mucho las temperaturas. Procuraba dormir todo lo posible y no hacer esfuerzos inútiles para no gastar energías ni líquidos aunque lo que no podía evitar era sudar en las horas de más calor y tiritar en la noche. Mientras tanto escuchaba el rumor de las ruedas y los búfalos y, por la noche, además del propio castañetero de sus dientes, sólo les escuchaba roncar ruidosamente. Le venía a la memoria aquella visión y temía verse atado en espera de ser azotado. Tenía que pensar algo si quería librarse del látigo y de sus captores. Se esforzaba en recordar todos los detalles de aquella escena, pero había cosas inexplicables, no obstante tenía que intentar confundir a aquellos hombres que le tenían retenido. ¿Serían lo suficientemente ignorantes para desconocer lo que era un eclipse de sol?, ¿Serían lo suficientemente supersticiosos e impresionables como para poder atemorizarlos? ¿Qué pretendían de él? ¿Qué buscaban? ¿Un rescate?. No acababa de entenderlo, debería esperar a ver cómo se desarrollaban los hechos, mientras tanto, tenía que ahorrar los esfuerzos, debía dejar de intentar zafarse de las ligaduras que le aprisionaban y arañaban, del mismo modo que aquel burdo saco le arañaba la cara. De todos modos, un pensamiento vino a mitigar su tribulación: si en sus visiones había visto también escenas que aún no había vivido era señal de que sus días no acabarían allí, aunque no significaba que no acabara sufriendo el látigo u otras torturas.
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Mirto II, informado por los guardias de la desaparición de Fan, y de que Merto y las Joyas iban en persecución de aquel carro, ordenó formar un pelotón y les envió, bien provistos y armados, al desierto para que colaborasen en la búsqueda. Se pusieron en camino y fueron siguiendo las huellas en el polvo de la ruta. Éstas a veces eran contradictorias porque, a veces veían las de Merto Rubí y Diamante, otras veces sólo las de Merto y otras las de Merto y Rubí o Merto y Diamante. Las huellas de Zafiro no se apreciaban, pero era normal, aquellas finas patas no podían dejar señal alguna apreciable las escasas veces en que se posaba. Todo aquello les desorientaba, pero era evidente que no se habían salido de la ruta y siguieron avanzando lo mejor que pudieron, aunque no con tanta obstinación como Merto. Pero eran guardias bien entrenados y avanzaban a buena marcha.






VISIÓN CUMPLIDA parte 2

el próximo jueves

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