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miércoles, 6 de julio de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. cap 6.- La Gaviota

Barbanada y sus amigos encuentran:  
un viejo conocido, 
un nuevo barco 
y un mapa misterioso. 
¿Se puede pedir más?


6.- LA GAVIOTA

La hazaña de Big corrió como la pólvora por Sandy Bay. Él solito, con sus puños, había logrado derribar la fortaleza del Gobernador de Jamaica y, prácticamente, casi toda Port Royal.
Desde su partida de Sandy Bay no había dejado un solo día de relatar a un público incondicional sus aventuras con los asaltantes en el camino a Port Royal, en la mazmorra y cómo había provocado tal catástrofe sólo golpeando la puerta con sus propios puños. Todos escuchaban embelesados, y cada noche se lo hacían repetir por si se contradecía, pero él no cambiaba ni una coma.
En Sandy Bay se habían aprovisionado de la mayoría de los pertrechos necesarios, pero había cosas que allí no se encontraban; y otras no eran medianamente comestibles ni “bebestibles”, como el ron, y es por eso por lo que iban rumbo a Santo Domingo, ya que en sus inmediaciones no podrían tropezarse con naves de guerra inglesas, y podrían encontrar lo que les faltaba; especialmente el ron, que lo hacían muy bueno.
También pretendían informarse del paradero de la Flota Inglesa y del Comodoro Patacorta, al que estaban esperando hacer una visita y ver quién acababa hundiendo a quién.
El Capitán estaba muy molesto con los Ingleses, su Flota y sus corsarios. No es que fuera a ponerse de lado de los españoles, porque si había que piratearlos a ellos, también lo haría; pero, puestos a elegir…
Se detuvieron en Santo Domingo sólo lo suficiente para cargar lo que les faltaba, y ron, y vodka y tomates; y, de paso, se enteraron de que la Flota Española, a la que llamaban la Flota de Barlovento, se encontraba en La Habana, en la toma de posesión del Virrey de Nueva España. También les llegaron noticias de que las naves de Patacorta habían tenido que acudir urgentemente a Port Royal en misión de salvamento. Todos hablaban de que se había producido un terrible terremoto, pero Big pensaba:
- ¿Terremoto? ¡Qué sabrán ellos!
De modo que podrían navegar tranquilos, a salvo de los galeones y las naos. Podían salir tranquilamente a la caza de corsarios ingleses, y a la búsqueda de botín en carabelas y carracas.
Barbanada ordenó poner rumbo a Belice, porque estaba seguro de que en aquellas aguas encontraría una buena presa, algo así como el pescador de caña apostado en un remanso esperando pacientemente a que acabe picando la trucha de su vida.
Mientras entraban en acción; se dedicaron, como habitualmente, a poner en estado de revista la vestimenta, el barco y el armamento. Los cañones no brillaban, resplandecían y, para evitar lo que pasó con el Titán, también estaban todos cargados. El capitán no quería llevarse otra sorpresa desagradable y peligrosa como en aquella ocasión. Los garfios de abordaje estaban afilados y relucientes, de ello se había encargado Georg Berg, el mejor afilador y experto en armas de pincho y corte de todo el Caribe. También los cabos y redes estaban desenredados y en perfecto estado gracias a Albert Boades, llamado Berty, que era el cordelero de a bordo y un gran experto en cabos, lazos, redes y nudos.
El viento era suave y no pasaba de los cuatro nudos. Podrían haber soltado todo el trapo, pero el Capitán no tenía prisa y sí precaución. Por una vez había limitado la bebida en previsión de entrar pronto en combate. No quería que se desdoblaran a causa del alcohol o vieran doble el blanco, porque eso limitaba la puntería aunque permitiera servir a toda la artillería de a bordo. Prefería diez cañones bien atendidos que los veinte pero poco certeros.
Especialmente puso de secano, cosa que le molestó muchísimo y protestó, al artillero Franck Márquez, al que todos llamaban “Bigeye” porque donde ponía el ojo ponía el proyectil. Aunque, para compensarle, el Capitán le tuvo que prometer que sería el primero en abrir y estrenar el último tonel de ron de reserva especial que habían cargado en Santo Domingo.
Eran las doce del mediodía del tercer día de travesía, cuando Will “el Cabezota” gritó desde la cofa:
- ¡Carabela a la vista por proa!
- Muy bien, habrá botín con poco combate – dijo Zurdo Johnson que estaba al pie del palo mayor abrillantando su machete.
Pero, conforme se acercaban, comprobaron que aquella carabela enarbolaba bandera negra.
El Capitán pensó:
- ¿Qué loco piratea con una lenta carabela?. Bueno, no parece muy bien artillada, pero es preferible jugar sobre seguro. Podríamos volarla con un disparo en la Santabárbara, pero ¿qué ganaríamos con eso?; lo haría sin pensarlo mucho si se tratara de un galeón o cualquier otro barco de guerra. Lo mejor creo que será dejarlos inmóviles, sin posibilidad de maniobra, y luego preguntarle al capitán a qué juega con ese barquichuelo. Desde luego no es un barco de la Hermandad, los conozco a todos y éste debe ir por libre.
De modo que puso a todo el mundo a los cañones de estribor, pero los dos primeros más cerca de proa se los encomendó a Bigeye, con el encargo de que les dejara sin timonel ni timón.
Estaban ya a tiro, la distancia era apropiada y se viró de borda para encarar su presa con los cañones de estribor. Bigeye estaba pendiente del rumbo y de cuándo estaría en línea. La cosa se dirimiría en segundos, acertar o errar el tiro dependía de: la velocidad relativa de las dos naves, la distancia, el ángulo, la habilidad del artillero, la fórmula de la pólvora y hasta la longitud de la mecha. El Capitán no iba a dar la orden de fuego, Bigeye dispararía cuando lo considerara oportuno. Si fallaba, el Capitán daría la orden y los ocho cañones restantes barrerían la cubierta de la carabela, pero quería capturarla sin dañarla demasiado.
Se oyeron dos cañonazos consecutivos y vieron volar fragmentos del castillo de popa. Tanto la toldilla como la rueda del timón habían sufrido serios daños. No tardaron en ver arriarse la bandera negra y ponerse al pairo, pero no podían fiarse de que no fuera una añagaza y dispararan en cuanto tuvieran ocasión, no obstante lanzaron los garfios de abordaje y las redes, mientras la Banda tocaba “a abordaje” repetidamente, lo que solía acongojar al adversario.
Pasaron a la carabela sin encontrar oposición, blandiendo sus relucientes armas y rugiendo con estudiada y teatral ferocidad.
El capitán de la carabela había resultado herido con el primer cañonazo y no estaba en condiciones de gobernar el barco, así que el segundo de a bordo había tomado el mando y, consciente de su inferioridad artillera y numérica, se rindió a sus captores sin oponer resistencia.
Luego supo Barbanada que aquel navío, llamado “La Gaviota”, se dedicaba al corso acosando a los españoles y que lo comandaba un antiguo lugarteniente de Flint, llamado John Smith, aunque le llamaban Smity. No es que Smity fuera un corsario muy conocido y famoso, pero había logrado capturar y hundir unas cuantas naves españolas.

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Se hacía llamar John Smith, porque nunca supo cual era su nombre ni siquiera si lo tuvo alguna vez. La verdad es que podía haber sido más original y hacerse llamar John Silver o Wyatt Smith.
Pescado entre la chiquillería que mendigaba en el puerto de Nueva Orleans, fue internado en una especie de “establecimiento benéfico” en el que le hacían trabajar de sol a sol por un plato de algo incomible y un duro jergón. De modo que se acabó fugando de aquella especie de prisión y se coló en la bodega de un barco con rumbo a La Habana.
Durante la travesía se las ingenió, como solía hacer en las calles de Nueva Orleans, para que no le faltara agua y comida y que tampoco les faltara a sus compañeras las ratas, con las que estableció estrechos y extraños lazos de amistad y complicidad.
En cuanto atracaron, consiguió escapar a tierra sin ser visto y se acabó encontrando en una tierra desconocida, con una lengua que no entendía y sin la compañía de sus amigas de bodega.
Estuvo un año mendigando y rateando lo que podía por la capital antillana, pero aquello no tenía ningún futuro y él ya se estaba haciendo mayor, es decir, adolescente. De modo que se coló en el primer barco que encontró en el puerto, tal y como había hecho en Nueva Orleans.
Pero resultó que se había colado, como polizón, nada más y nada menos que en el Walrus, el temido bajel del no menos temido Capitán Flint.
Se escondió lo mejor que pudo, pero acabaron encontrándolo cuando ya estaban en altamar.
Al Capitán Flint le caían bien los muchachos jovencitos. No hacía mucho que se había encaprichado con un joven llamado August y lo tenía como grumete, ayuda de cámara o mascota. Pues lo mismo hizo con Smity, como le llamaba afectuosamente.
Smity pasó de grumete a marinero raso, luego a timonel y finalmente a lugarteniente, junto con August Harris.
Tras la muerte del Capitán, él fue uno de los que vaciaron el camarote de Flint y, con el fruto de la rapiña, se agenció aquella carabela, a la que llamó La Gaviota, una tripulación, y comenzó su carrera de pirata libre, sin sujeción a ley ni Hermandad, luego pensaba dedicarse al corso pero Barbanada no le había dado ocasión de cumplir su sueño.
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Barbanada decidió quedarse con la La Gaviota. Pensó que le iría muy bien en lugares de poco calado o para internarse en ríos o litorales en los que El Bergante no hubiera podido navegar seguro.
El segundo de a bordo, llamado Robert Peel, era un buen tipo y antiguo conocido. Barbanada lo conocía de antes, cuando con Big buscaba trabajo en La Tortuga y después habían coincidido en una travesía navegando en Le Tulip, un barco holandés del que Peel era el segundo de a bordo y que les había rescatado en una ocasión,  y depositó en él la confianza de capitanear La Gaviota.
El capitán Smity estaba malherido y Zurdo Johnson, el “médico” de El Bergante, se encargó de curarle de sus heridas lo mejor que supo, luego sería desembarcado a la primera oportunidad en Belice, que era el puerto más próximo. También serían desembarcados unos cuantos marineros de La Gaviota, tras una criba que Peel realizó entre su tripulación a instancias de Barbanada. Peel se quedó sólo con los de más confianza, aunque suficientes para seguir gobernando la nave, pero precisarían de algún refuerzo.
Tras desembarcar al capitán Smity y aquellos marineros en Belice, se había decidido que La Gaviota marcharía en dirección a La Tortuga y allí recalaría a la espera de órdenes para intervenir en alguna nueva acción, pero algo vino a trastocar aquellos planes.
Al revisar el camarote del capitán Smity, se halló un pequeño cofre de marfil. No sabían dónde podía estar la llave, quizá Smity la llevaba colgada al cuello cuando la bala impactó y casi lo mata, y es posible que cayera al mar. Tras una búsqueda minuciosa por la cubierta no apareció. De modo que se vieron en la necesidad de forzar la cerradura.
Dentro había un mapa amarillento, con el plano de una isla. Tenía unas señales que hacían sospechar la existencia de un tesoro enterrado. Estaba firmado con un extraño signo, una O mayúscula cruzada por una raya diagonal y, por lo que creían todos, aquel signo podría ser la rúbrica de un famoso pirata francés llamado El Olonés, y aquel plano debía ser sin duda el plano de su tesoro escondido, del que no se tenían noticias.
La isla no parecía conocida, pero había una indicación de latitud, aunque no de longitud, por lo tanto debería ser alguna de las atravesadas por aquel paralelo. Al consultar las cartas marinas y descartando todas las islas demasiado alejadas de aquellos mares; salía un total, a un lado y a otro de aquel paralelo, de unas siete islas cartografiadas, lo que no quería decir que no hubiera otras más pequeñas que no recogían los mapas. Lo demás en aquella latitud eran tierras continentales o pequeños islotes.
Iba a ser una búsqueda muy laboriosa, el dibujo de la isla era muy burdo y su silueta no coincidía en las cartas con las conocidas en Sotavento del Sur. El Capitán pensó que no iría muy desencaminado si buscaba en aquel archipiélago porque, además de encajar en aquella latitud, estaba muy próximo a Maracaibo y, precisamente, aquella población había sido saqueada por El Olonés en el año 1.666. Siguiendo órdenes del gobierno francés, que en aquel tiempo estaba en guerra con España y Holanda, François l'Olonnais se había llevado de allí un abundante botín que nunca apareció.
Al partir hacia Sotavento del Sur, Barbanada pensó que, como iban a navegar en dirección a Portobello, Cartagena y Maracaibo, y pasarían cerca de la Costa de los Mosquitos, podían probar La Gaviota en la navegación fluvial y en zonas de poco calado. Así cuando llegaron a la desembocadura del Río San Juan, el Capitán se dispuso a usar la carabela para internarse por su amplio delta y navegar por el río hacia las tierras del interior.
Dejó a El Bergante fondeado a pocas millas de la costa con un grupo seleccionado de su propia tripulación, junto con parte de la de La Gaviota, al mando de Big y a ver quién se atrevía a desobedecer una orden suya. Y con Peel como segundo, y una tripulación también mixta, pusieron rumbo al río y al interior de aquellas tierras que entonces llamaban Guatemala.
Aparte de probar el barco en la navegación fluvial; pretendía el Capitán, con aquella mezcla de tripulaciones, imbuir en los de La Gaviota el espíritu, los valores y la educación propias de la tripulación el Bergante, así como su amor por la limpieza y por su sanguinariedad.
Durante unos días recorrieron la costa, se internaron por ríos desconocidos, rodearon islas, manglares y navegaron por el delta del San Juan. Llegaron a pequeñas poblaciones perdidas del interior, que nunca habían visitado los Hermanos de la Confederación. Poblaciones que no les hubiera costado nada saquear, pero no era ese su objetivo.
Cuando regresaron al encuentro de El Bergante, el Capitán estaba muy satisfecho de la nave y sus hombres. Pese a que le sabía mal prescindir de buenos tripulantes como: Porfavor Johnson, Caimán Caribeño, Alfred Smith “Cuatrorumbos”, y otros, pasaron a formar parte de la tripulación de La Gaviota, y otros tripulantes de La Gaviota pasaron a serlo de El Bergante, porque creía el Capitán que sería bueno mantener aquella unión.
Desde allí, La Gaviota con el capitán Robert Peel al mando, marcharía a La Tortuga a la espera de órdenes, a limpiar a fondo el barco hasta dejarlo brillante como era natural en El Bergante y su tripulación, así como a acabar de reparar los daños en la toldilla y el timón, que Andrew Brea con otros marineros habían reparado sólo provisionalmente.
Si el Capitán Peel en la ruta se topaba con alguna presa fácil, no debería dudar en abordarla, pero sin correr riesgos inútiles; eso sí, debían mantener las costumbres del Capitán Barbanada en cuanto al concepto de cosas valiosas y en cuanto al respeto por la vida humana.


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