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jueves, 24 de marzo de 2016

VI.- Cloe quiere... fama

Al cabo de unos días Cloe se había recuperado del
dolor de cabeza y de pico y había olvidado su idea
de cazar. Sólo le quedaba una aversión residual
a los ratones y procuraba evitarlos, así como 
sus mal disimuladas risitas.

Otro día "Cloe quiere... ocultarse"


CLOE QUIERE FAMA
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Una caravana circulaba por la carretera del pueblo camino del Camposanto y Cloe contemplaba absorta aquel desfile extraño. Nunca había visto una hilera de coches así de larga y, curiosa como todas las gallinas, acabó encaramándose al palo más alto de la cerca para verlo mejor.
Wof, que también estaba mirando, les lanzó un retador ladrido y se retiró a enroscarse de nuevo a la sombra, al pie del olmo en donde hacía sus habituales siestas. Estaba dispuesto a continuar con su interrumpido reposo, pero Cloe no le dio ocasión de enhebrar de nuevo el hilo de sus sueños y le preguntó:
- ¿Qué pasa ahí?
- He oído al amo decir que se trata de una artista famosa.
Y se volvió a tumbar en un intento de recuperar los sueños perdidos.
A Cloe, aquella palabra “famosa”, que oía por primera vez, se le había colado subrepticiamente en su pequeño cerebro y había anidado allí.
- Y yo ¿por qué no puedo ser famosa?
Fuera de la granja desconocía lo que pudiera significar la palabra fama y aún menos lo que podría ser una artista; pero, de puertas adentro, en su microcosmos, sabía que Muu era famosa por su parsimonia y que se le atribuía una inteligencia superior, cosa de lo que Cloe no podía presumir.
Wof también era inteligente, comparado con otros habitantes de la granja, pero si era famoso, lo era por su bravura y la defensa que hacía de su territorio contra cualquier amenaza, cosa de lo que tampoco Cloe podía presumir.
Entre las gallinas no se destacaba nada especial, no podía decirse que alguna fuera más especial que las otras, salvo que hubiera batido un récord de puestas o de tamaño de los huevos.
El poner huevos de dos yemas, por ejemplo, sólo era conocido en la cocina, aunque se ignoraba quien era su autora, ni importaba demasiado a la cocinera, y el hecho no trascendía al colectivo aviar. De modo que tendría que pensar muy bien, cosa ardua para ella, algo que fuera extraordinario y la encumbrara sobre las demás, pero debía salirle perfectamente y no como de costumbre.
De haber tenido éxito en sus repetidos intentos de: nadar, volar, hablar, etc. hoy sería muy famosa, pero todas sus experiencias habían resultado frustrantes, cuando no traumáticas. Así que, durante unos días, se afanó en pensar y pensar qué cosa nueva podría intentar que no hubiera intentado antes.
No quería consultar a Muu, porque seguro le caería el sermón de costumbre, y ya se sabía lo que le iba a decir sobre ser ella misma.
Se le ocurrió que la observación de sus competidoras, las demás gallinas y su entorno, podría resultar aleccionador, podría descubrir algo de interés y comenzó a fijarse hasta en los más nimios detalles.
Todas hacían lo mismo, comían lo mismo y ponían del mismo modo los huevos, podían ser más o menos gruesos, podían ser morenos o blancos, pero prácticamente todos eran calcados, así que se fijaría en otras aves, en su intento de descubrir algo inusual que pudiera intentar copiar.
Observó que había otros huevos de tamaño más pequeño y mucho más grande y eso sí sería una novedad, pero por más que lo intentó fue incapaz de controlar el tamaño. Estaba claro que el tamaño de los huevos iba íntimamente ligado al ave: desde el colibrí hasta el avestruz, así que en este sentido no había nada que hacer.
Observó que otros ponían huevos coloreados, no sólo morenos, sino con manchas o con colores llamativos, así que eso podría ser inédito y hacerla famosa. Pensó que aquellos colores podían deberse al tipo de alimentación o a cualquier otra causa, pero debía averiguarlo. Por eso le preguntó a la codorniz cómo lo hacía para que sus huevos tuvieran aquellas manchas tan curiosas, pero ésta no fue capaz de aclarárselo y sólo le pudo decir que eso era natural, biológico y que ella no tenía nada especial que hacer para conseguirlo.
Cloe se dio cuenta de que la codorniz comía más o menos lo mismo que ella, también era omnívora, salvo que ésta comía a veces también hierba, cosa que a ella no le gustaba, pero hizo un sacrificio y añadió las hierbas a su dieta, aunque no observó cambio alguno en el colorido de los huevos.
En la granja estaban trabajando pintores y los restos de pintura y botes andaban por el patio. Cloe vio un bote con una pintura marrón muy parecido al color de las manchas del huevo de codorniz, y no se lo pensó dos veces, con una sola vez tenía bastante. Se acercó y comenzó a picotear los restos de pintura.
Aparte de quedarle el pico de color marrón y que casi se le pega al secarse la pintura, le produjo un dolor de molleja que la tuvo a régimen de agua unos días. Suerte que la pintura era al agua y acabó disolviéndose y eliminándola, pero ni por esas; los huevos le seguían saliendo, como siempre, de un blanco impoluto.
En vista del éxito, cambió de táctica y decidió intentar poner huevos en formatos no convencionales, y el más sencillo era en forma de hexaedro o cubo.
Se concentró de lleno en manipular y ejercitar sus conductos internos, en hacer que el oviducto presionara al huevo naciente antes de su calcificación, a fin de darle una forma diferente a la habitual. Esto requería un control muy estricto del funcionamiento de la musculatura abdominal y, concretamente, del conducto en su segundo tramo en el que ya comienza a solidificarse la cáscara.
Al principio, los huevos le salían algo deformes, un tanto aplanados, como un paramecio, pero no como un cubo, pero no se desanimó y siguió practicando días y días.
Sus huevos eran admirados con asombro, pero no eran aún lo que ella esperaba, así que siguió intentándolo, hasta que un día lo consiguió; y es que generalmente, cuando se intenta algo con todas las ganas, con toda el alma y el corazón, se acaba alcanzando, aunque a veces no sea lo más conveniente. Y, efectivamente, en esta ocasión no lo era, no lo era.
Aquel huevo cúbico, con sus aguzados vértices y sus afiladas aristas le resultó un suplicio a la hora de la puesta, sufrió lo indecible para hacerlo salir, pero al fin lo consiguió.
Y acabó siendo famosa, como ella quería; pero no por la forma de su huevo, ya que se le cascó al caer, en su titánico parto, y así nadie pudo apreciar lo pulido de sus caras, la perfección geométrica de sus aristas ni la exactitud de los noventa grados justos de sus vértices.
Acabó siendo famosa por la puesta más larga y más dolorosa, tanto que hubo que llamar al veterinario para que le diera tres puntos de sutura.
No hace falta decir que aquel sería su último intento, pero sufrió todo con alegría porque había conseguido, de algún modo, ser famosa en la granja.





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