PÁGINAS RECOMENDADAS

miércoles, 11 de enero de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 5 (Vuelta al mar) parte 2

Acaban llegando a Mutts y la 
Cueva de las Respuestas, pero 
una desagradable sorpresa les
aguarda allí



_________________________
VUELTA AL MAR 2
_________________________

Despertaron al clarear; pero no por la luz, sino por la actividad que se desarrollaba en cubierta, desamarrando, arrollando cabos, izando velas y levando el ancla. El balanceo se intensificó cuando abandonaron el puerto. La mar estaba en relativa calma y, tras doblar el cabo, pusieron rumbo oeste.
Acodados en la borda vieron pasar el Golfo de Pascia.
El Capitán se acercó y les fue señalando los detalles de la costa. Antes de llegar a la altura de Mutts, en donde la cadena de las Montañas Brumosas formaba unos altos acantilados, habían visto unas playas de arena fina y blanca con alguna palmera solitaria.
Pasados los más altos acantilados, el perfil de la costa descendía y se curvaba hacia el norte y, al poco de dejar atrás lo más abrupto de la misma, llegaron a una pequeña cala parecida a la de la costa de Alandia en la desembocadura del Far, aunque aquí a lo sumo desembocaban unos arroyuelos procedentes de las cercanas montañas. Contaba también con un pequeño embarcadero de troncos y tablas.
Mientras navegaban, a todo lo largo de la ruta, Fan había ido poniendo al corriente al Capitán de sus aventuras con las piedras, la corona, la Princesa y el Rey Nasiano y éste le aconsejó que procurara pasar inadvertido al desembarcar por si algún lejaniano le reconocía como había pasado con los alandianos.
El Capitán dirigió hábilmente las maniobras de atraque y se despidieron de él hasta la próxima ocasión. En el embarcadero había un buen número de arrieros con sus caballerías, carretas y mercancía apilada en espera de ser cargada.
Merto desembarcó y nadie se fijó en él. Siguió caminando por la amplia ruta que llevaba a la ciudad hasta llegar a un cruce en que se desviaba una senda a la derecha y ascendía bruscamente siguiendo la línea de la costa. Cuando perdió de vista el embarcadero, dijo: 
- Ya puedes quitarte la capa. 
Y Fan se descubrió bajo aquella capa que tan buenos servicios le había hecho, hasta con los pájaros-martillo.
Desde aquella altura, un poco más adelante, pudieron ver al Hipocampo, diminuto en aquella pequeña cala y la inmensidad del océano, más inmenso e impresionante que desde Puerto Fin o la cubierta del velero. Quedaron prendados ante aquella grandeza, que les recordaba la vista del continente desde lo alto del Muro. También allí la vista se perdía en la distancia; pero aquí no había unas montañas en el horizonte, ni una nube turbaba el abrazo de mar y cielo. Fan ya lo había visto desde allí pero, aún así, no pudo evitar quedarse en suspenso ante la puesta del sol. Era ya la hora del ocaso, pero de un ocaso tan impresionante, tan mágico, como nunca habían visto. Extasiados ante aquella vista no repararon en que se hacia de noche y querían aprovechar hasta el último rayo de sol sobre aquel mar tranquilo e infinito, hasta la última chispa de luz.
Y cayó la noche. No tenían donde refugiarse, aunque por la temperatura en aquel momento no parecía que fuera necesario; pero Fan sabía que allí, en las montañas, la temperatura bajaría mucho en pocas horas.
No había por los alrededores ninguna cueva, ningún abrigo rocoso que les protegiera, pero no faltaban pinos por allí y las ramas bajas, que nunca habían sido escardadas, eran el mejor combustible para una buena fogata, aunque no podían buscarlo a tientas. Unas piñas, que habían bajado rodando por la ladera, les servirían de inicio a su hoguera y aportarían un poco de luz para buscar unas ramas sin despeñarse. La yesca, el pedernal y el estuche con un eslabón de acero, que un día le regaló Merto y que le había sido tan útil siempre, sirvieron a Fan esta vez para prender aquellas piñas, encontrar unas ramas para avivar el fuego y a, su luz, proveerse de combustible para toda la noche gracias a aquella afilada destraleja de Merto que Fan siempre procuraba llevar. Les ayudó mucho la salida de la primera luna que, a aquella altura, con el cielo tan límpido y las estrellas y galaxias que tachonaban el cielo, no necesitaron avivar demasiado el fuego para ver bien.
Ya, con una buena fogata, comieron unas galletas con unas lonchas de pata de cinguo, Fan extendió la manta, aquella que le habían tejido con la lana de Diamante, se estiraron sobre ella y se taparon con la capa de seda. Curiosamente aquella capa, no sólo impedía la vista, sino que también abrigaba. Contemplando aquel cielo estrellado acabaron por dormirse y pasaron la noche, un tanto incómodos, pero no sintieron frío.
La mañana clareaba y la luz del sol lo iluminaba todo, aunque aún tardó bastante en asomar sobre las cimas.
Antes de apagar la hoguera y retirar los restos, desayunaron unas lonchas de tocino y pan tostado al que añadieron unas lonchas de queso. Se pusieron en camino y podían avanzar rápidamente en algunos tramos en que el sendero descendía siguiendo la falda de las montañas hasta cerca de la costa, mientras que en otros tramos ascendía y la marcha era mucho más lenta. En el último tramo la senda ascendía bruscamente en una pendiente muy pronunciada hasta llegar a la aldea de Mutts; pero, antes de avistar ese último tramo, tuvieron que volver a hacer noche en dos ocasiones, aunque la última vez lo hicieron más cómodamente al encontrar una oquedad en las rocas con señas de haber sido usada con cierta frecuencia.
Cuando, finalmente, llegaron a Mutts era ya por la tarde, casi a punto de anochecer, y se encaminaron directamente a la cueva de la que Fan tantas cosas había contado. A Fan le extrañó no ver a nadie por allí, al contrario de la última vez en que había estado, pero no le dio más importancia. Se adentraron en la cueva, y Merto sufrió la mayor decepción de su vida al preguntar: 
- ¿Qué nuevas aventuras me esperan? 
Y no hubo respuesta.
Insistió.
Y tampoco hubo respuesta.
Fan, que comenzaba a sospechar por qué no había nadie haciendo cola en la boca de la cueva, preguntó también: 
- Me preocupa mi rebaño ¿Están bien? 
Y no hubo respuesta.
Insistió.
Y tampoco hubo respuesta.
Aquella cueva, primero de los silencios y luego de las respuestas, ahora no era más que una cueva húmeda, vulgar y corriente, no muy profunda, oscura y con algunas estalactitas y estalagmitas, es decir: una vulgar cueva como otras muchas.
Salieron ambos, muy abatidos, y descendieron hacia la aldea y a la Posada para, aparte de enterarse de lo que había pasado con la cueva, descansar tranquila y cómodamente aquella noche.
El posadero reconoció a Fan inmediatamente y corrió hacia él diciendo: 
-¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia!
-¿Qué ha pasado? - preguntó Fan 
- Que dejó de dar respuestas. Todos confiábamos en ella, en sus consejos e indicaciones. Y ahora no sabemos qué hacer sin esta guía que era vital para todos. Somos una aldea sin futuro y sin norte. Nadie hace nada y todos están recluidos en sus casas sin atreverse a tomar decisión alguna, por pequeña que sea.
- Y ¿Cuándo sucedió? - preguntó Fan 
- Hará unos seis meses o cinco... desde que usted estuvo por aquí. La verdad es que nos parece un siglo y ya hemos perdido el sentido del tiempo. Desde entonces no es más que una maldita cueva sin utilidad alguna. 
Fan pensó que aquella cueva tenía algo que ver con la magia de la Corona: que se convirtió en la Cueva de los Silencios al producirse el encantamiento de la Princesa y las piedras, que se había convertido en la Cueva de las Respuestas cuando se restauró la Corona, y luego volvió a ser lo que había sido siempre cuando, en Hénder, él recuperó a sus amigos encantados. Pero él nunca renunciaría a sus compañeros de aventuras para devolverles las respuestas, de modo que le dijo al posadero: 
- Y ¿Antes de ser la Cueva de los Silencios, qué era?
- Una cueva cualquiera de las muchas que hay por aquí.
- Pues si entonces y cuando fue la Cueva de los Silencios no la necesitabais, no dependíais de ella y tomabais vuestras propias decisiones, ¿por qué habéis supeditado vuestras vidas a lo que os decía la cueva?. Si antes de sus respuestas, por muy acertadas que fueran, esta aldea funcionaba y cada cual hacía su vida. ¿No podéis volver a hacer lo que habíais hecho siempre? 
El posadero reflexionó un rato y comprendió, porque no carecía de inteligencia; y, volviéndose a Fan, le respondió: 
- Tienes razón. Hemos dejado nuestras vidas en manos ajenas por vagancia. Era muy cómodo hacer lo que nos decía, y nos eximía de la responsabilidad de nuestras propias elecciones y obras. Es cierto que, antes de las respuestas de la cueva, cometíamos errores, pero de ellos aprendíamos, mejorábamos y crecíamos. Pero dejamos que la cueva fuera nuestro pastor o nuestro perro ovejero y nosotros las ovejas que sólo podíamos optar por rebelarnos u obedecer y decir “beeee”, y lo de rebelarse no es tan cómodo. ¡Vamos! ¡A cenar! Y os tengo las mejores habitaciones. Ésto no me lo ha ordenado la Cueva y mañana ya me encargaré yo de esta panda de borregos. 
Aquella noche durmieron mucho mejor que las últimas, tras una cena sencilla pero sabrosa y nutritiva.
Ya bien temprano partieron camino de Aste. El posadero se encargaría de sus paisanos y estaban seguros de que, en no mucho tiempo, sería el gobernante de aquella aldea, si no el Rey, porque aquella gente necesitaba quien decidiese por ellos.
En los días en que bordearon la falda oriental de las Montañas Brumosas, Merto no tuvo queja del menú y no tuvieron que echar mano de todo aquello que él había cargado en la mochila. Fan recolectó hongos, bayas, raíces y brotes, pescó peces y cangrejos en los riachuelos que descendían por aquella vertiente. También pudo conseguir unos cuantos huevos de paloma de agua, aunque no cazó ninguna porque tenían cosas mejores para comer. Hubo un momento en que pensó cazar un cinguo, pero para ellos dos era demasiado grande, faltaba poco para llegar y no valía la pena, de modo que uno de ellos se libró por poco.
Y llegaron a Aste. Nadie se enteró de su regreso, y si lo hicieron, no le dieron la menor importancia. Aquellas ausencias y regresos eran de lo más rutinario. Tampoco se había notado su ausencia en el rebaño y, tanto Rubí, como Diamante, Esmeralda o Zafiro no dieron señal alguna de que les hubieran echado de menos, y eso les dolió.
Desde aquel momento se prometieron no ir a parte alguna sin sus cuatro compañeros. No querían que acabaran pasando de ellos. 

--------------------------------


HACIA EL SOL PONIENTE parte 1

el próximo jueves


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se admiten comentarios incluso anónimamente. Lo único es que no se publicarán hasta su filtrado para evitar cosas indeseables para todos.