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domingo, 16 de junio de 2024

La Princesa Camelia


Uno de los conocidos
cuentos de Calleja 

LA PRINCESA CAMELIA


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se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Había un Rey y una Reina que tenían tres hijas, querían muchísimo a las dos mayores, que se llamaban Flor de Azahar y Resedá. La pequeña, que era muy bonita y tenía tres años menos que Resedá, se llamaba Camelia. El nacimiento de la pequeña Camelia molestó mucho a sus hermanas Flor de Azahar y Resedá, lo mismo que a las hadas que tenían por madrinas, y que se llamaban Furiosa y Colérica. Camelia tuvo por madrina el hada Bondad, pero ésta no era tan poderosa como las dos madrinas de sus hermanas. La Reina, que, como hemos dicho, quería entrañablemente a las dos mayores, veía con disgusto que todo el mundo se fijaba en los encantos de Camelia, y, aunque parezca cuento, dispuso que la pequeñita, en lugar de seguirse criando en Palacio, lo fuera en una alquería, a seis leguas del reino. Un gentilhombre y una dama fueron encargados de entregar la niña Camelia a la arrendadora de la alquería, dándole instrucciones precisas para que, prescindiendo de la alta posición de los padres de Camelia, trataran a ésta como si fuera su hija, sin hacer la menor distinción con ella, debiendo vestir el traje de las labradoras, comer lo que éstas comieran y dedicarse a las labores del campo; prometiólo así la arrendadora, y Camelia se crió fuerte y robusta, pero sin perder aquellos perfiles de belleza con que Dios la había dotado. Cada año mandaban a saber de ella, pero nunca la llevaban el menor regalo, en cambio, sus hermanas vivían muy agasajadas, vestían espléndidos trajes y se adornaban con riquísimas joyas. Sucedió un día que el Rey dijo a su esposa: 
- Nuestras hijas se hallan en disposición de elegir marido, para lo cual he anunciado magníficas fiestas que se han de celebrar todos los domingos del próximo mes de Mayo, es necesario que las prevengas, pues asistirán muchos príncipes que las solicitarán en matrimonio. 
- Supongo - dijo la Reina - que Camelia se quedará en la alquería
- No - dijo el Rey - asistirá a las fiestas por si algún desesperado quiere cargar con ella, pues estará que dará miedo verla de tostada del sol y curtida por los aires. 
Hiciéronse en el palacio grandes preparativos, los comerciantes llevaron las telas mejores que tenían, para que Flor de Azahar y Resedá estuvieran, no sólo ricamente vestidas, sino que llamaran la atención por su elegancia. Los joyeros desmontaron antiguos aderezos y los convirtieron en otros preciosos y modernos. Todo estaba preparado, ejércitos de modistas habían hecho los trajes de las dos jóvenes privilegiadas, y la víspera, un gentilhombre se presentó en la alquería para invitar, de parte del Rey, a Camelia, pero se abstuvo de llevar ningún regalo. Camelia, al principio, rehusó el asistir a las fiestas, pero el gentilhombre dijo que su padre lo llevaría muy a mal y le añadió que al día siguiente vendría a buscarla, que preparara su equipaje.
Luego que se marchó el gentilhombre, la arrendadora sacó un arca de pino blanco y metió en ella dos vestidos de percal, un corpiño de terciopelo y unos zapatos ordinarios, pero que estaban en buen uso. Al día siguiente se presentó en un coche el gentilhombre y una dama de honor muy vieja y muy malhumorada, y haciendo subir en el coche a Camelia, la llevaron a palacio, pero el carruaje no paró en el peristilo de honor, sino, dando vuelta al patio de las cocinas, se detuvo en la puerta de la escalera de servicio. Hicieron subir a Camelia a un camaranchón donde había una mala cama, y allí le dijeron que esperase. Aquella noche se celebró un suntuoso banquete al que asistieron muchos príncipes, Resedá y Flor de Azahar estaban radiantes, no de belleza, pues les faltaba, sino de riqueza. A la pobre Camelia no la invitaron, y un pinche de cocina le sirvió un malguisado y un plato de judías. Mucho lloró la infeliz Camelia, pero se resignó a todo. Al día siguiente, que era domingo, se efectuó el primer baile en palacio, y los palaciegos mandaron recado a Camelia para que a las nueve estuviera vestida, con objeto de hacer su presentación. Camelia sacó un peinecito y mirándose a un espejo roto, empezó su tocado, colocándose en la cabeza dos plumas de gallo, y se vistió con su traje de percal. Antes de abrocharse el vestido se le apareció el hada Bondad y le dijo:
- Tus hermanas quieren ponerte en ridículo, pero yo las castigaré. 
Y tocando con su varita el tocado y el vestido de percal, se convirtieron en una preciosa diadema de brillantes y esmeraldas, y un vestido de tul; de plata con bullones de riquísimos encajes, las medias de lana, en preciosísimas medias de seda, y los zapatos burdos y usados, en unos de seda con altos tacones pintados de rojo. Vino la dama a buscarla. Cuando Camelia hizo su entrada en el salón y sus hermanas se preparaban a burlarse de ella, fue tal la admiración que causó que todos los príncipes abandonaron a Resedá y Flor de Azahar, y rodearon a Camelia. Entre los príncipes se encontraba uno que se llamaba el Príncipe Deseo y a quien en sus sueños había visto Camelia. Éste se puede decir que fue el favorito, con ella bailó casi toda la noche y la condujo del brazo al comedor, cuando dieron la señal de la cena.
Tanto la Reina como Resedá y Flor de Azahar, estaban furiosas del éxito que había tenido Camelia, y juraron vengarse. Terminado el baile, Camelia subió a su cuarto, y en el momento en que entró desaparecieron todas las galas. El siguiente día se dedicó a una cacería, y a las dos de la tarde la mandaron recado para que bajara, como el día anterior, el hada asistió al tocado de Camelia, y esta vez el vestido de percal se trocó en uno elegante de terciopelo granate. Si asombro causó en traje de baile Camelia, fue tan grande el entusiasmo que produjo con su traje de amazona, que todos corrieron a felicitarla. Dada la señal de montar a caballo, la presentaron un caballo fogoso que apenas podían contener cuatro palafreneros, pero el Príncipe Deseo hizo una señal a sus criados y le trajeron, una yegua perla, e hincando la rodilla en tierra ayudó a subir a Camelia. La heroína de la fiesta fue Camelia y el Príncipe Deseo solicitó autorización para pedir su mano al Rey. Estas preferencias incomodaban cada vez más a la Reina y a Flor de Azahar y Resedá, pues el Rey, desde que había visto a su hija, como todos, había quedado prendado de ella. El Príncipe Deseo pidió aquella misma noche al Rey la mano de Camelia. Al siguiente día, último de las fiestas, debía celebrarse una carrera de carros a la romana, y Flor de Azahar y Resedá habían preparado para su hermana un carro, de modo que, al poco de echar a andar, se rompiese una clavija y volcase, con lo cual Camelia sería atropellada por el resto de los carros que tomaban parte en la carrera, pero el hada velaba por Camelia. Subieron en los carros Camelia, Resedá y Flor de Azahar, cada una acompañada de un príncipe, dio el Rey la señal y partieron a galope, las malas hermanas esperaban en balde que se saliera la clavija del carro de Camelia, precisamente sucedió todo lo contrario, ésta, que se había quedado atrás con el príncipe, al pasar entre los carros de Resedá y Flor de Azahar, les dio tal envite que cayeron rodando, y mal heridas fueron trasladadas a palacio. El Príncipe Deseo, que había obtenido la mano de Camelia, no quiso que se dilataran las bodas y, mandando un embajador a su padre, cuyo reino era vecino, éste se presentó seguido de toda su corte, el cuarto día, y se celebraron las bodas con gran magnificencia. Los regalos fueron suntuosos y los desgraciados e impedidos no olvidarán nunca la opulencia con que fueron tratados. Cuatro días después salieron el Príncipe Deseo y Camelia para su reino. Las princesas Flor de Azahar y Resedá curaron de sus heridas, pero no se curaron nunca de la envidia que tenían a Camelia, y siempre en el rostro llevaron una señal de su desgracia. Casáronse con príncipes secundarios y la Reina murió de un acceso de rabia. 
La envidia es uno de los defectos más grandes que los niños pueden abrigar en sus corazones, y los resultados de esos vicios siempre son funestos, por lo contrario, Dios premia el amor y cariño que deben tenerse los hermanos. Los seres fantásticos o hadas de éste cuento, representan, el hada Bondad a la providencia de Dios, que cuida muy singularmente de los niños humildes y obedientes, disponiéndolos desde pequeños para grandes destinos en la sociedad, y las hadas Furiosa y Colérica, representan los vicios y las malas pasiones, que corrompen el corazón y le disponen para castigos temporales y eternos.

viernes, 14 de junio de 2024

El rosario de oro


EL ROSARIO DE ORO

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Érase una vez una niña muy buena y alegre, era la alegría de su hogar.
Sus padres la querían mucho y le regalaron por su comunión un rosario de oro, del que no se separaba desde entonces.
Un día, jugando junto a unas zarzas, se dio cuente de que ya no lo llevaba en el bolsillo, que lo había perdido.
Fue, toda llorosa, a su madre y le contó lo que había pasado, pero no la castigó. Sólo le dijo que regresara a buscarlo en el lugar en que lo había echado en falta.
Cuando más afanosa estaba buscando, no advirtió que alguien se acercaba, y un hombre la encerró en un saco sucio y polvoriento.
Gritó y gritó, pero al desalmado le sonaban sus gritos como gorjeos de aves canoras.
El hombre iba por los pueblos pidiendo limosna, con el saco a cuestas, diciendo que en el saco había un pájaro que cantaba como los ángeles y decía:
- Canta, canta pajarito,
  si no, te pincho.
Y con un punzón que tenía pinchaba a la niña, y ella cantaba:
- Por mi padre y por mi madre
  que en este saco moriré
  por el rosario de oro
  que en las zarzas me dejé
Así pasaron por muchos pueblos, pero un buen día llegaron al pueblo de la niña.
La madre al oír el canto reconoció que era su hija e invitó al hombre a comer, a calentarse y a descansar en su casa.
Tras una abundante comida, con bastante vino, el hombre se quedó dormido al amor de la chimenea, y la madre aprovechó para sacar a la niña del saco y metió en él un perro y un gato.
Cuando luego el hombre fue a otro pueblo; dijo, como de costumbre:
- Canta, canta pajarito,
  si no, te pincho.
Y pinchó en el saco. El perro y el gato, furiosos, destrozaron el saco, salieron y le sacaron los ojos.
Y colorín colorado éste cuento se ha acabado.