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miércoles, 31 de enero de 2024

La cabra y los siete cabritillos


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

En una cabaña en medio del monte vivía una cabra con sus cabritillos, eran siete y el más pequeño de todos era blanco como la nieve y se llamaba Copete.
Cierto día en que la cabra tuvo que abandonar su cabaña para ir al prado a por pasto,, les dijo a los cabritillos:
- Mirad hijos míos; yo me tengo que ir, y cuando salga cerráis la puerta por dentro y no le abráis a nadie si no soy yo, porque hay unos lobos muy malos que podrían haceros daño.
- Sí mamaíta - dijeron todos los cabritillos.
Y así se hizo; cuando la cabra salió, los cabritillos cerraron con llave y tranca la puerta y siguieron jugando tan contentos.
Entre tanto, el lobo más malo y más hambriento del bosque había visto salir a la cabra, dejando solos a sus hijos, y se dijo:
- ¡Qué suerte! Hoy voy a comer cabrito hasta hartarme.
Cuando la cabra se hubo alejado y no se la veía, el lobo se acercó a la cabaña; y, golpeando la puerta, dijo:
- Abrid hijos míos, que soy vuestra madre.
A lo que contestaron los cabritillos:
- No te abrimos que tú eres el lobo. Nuestra madre tiene la voz más fina, no nos engañarás.
El lobo se marchó muy enfadado y con el rabo entre las piernas, pero no desistía de comerse a los cabritillos; y, pensando, pensando, tuvo una idea.
Se acercó a un gallinero que había por los alrededores y, de una sentada, se tragó dos docenas de huevos crudos, que dicen que aclaran la voz.
Volviendo a la cabaña, golpeó la puerta, pam, pam, pam, y con voz aflautada dijo:
- Abrid hijos míos, que soy vuestra madre.
Los cabritillos comenzaron a dudar. Unos decían que sí que era su madre y otros que era el lobo, hasta que Copete, el más pequeño, dijo:
- Si eres nuestra madre, enseña la patita por debajo de la puerta.
El lobo asomó su pata negra por debajo de la puerta y todos los cabritillos comprendieron que era el lobo. Le dijeron:
- Tú eres el lobo, no nos puedes engañar, nuestra madre tiene las patas blancas como la   nieve.
El lobo se marchó muy furioso y prometiéndose comerse finalmente a aquella pandilla de maleducados.
Se dirigió al molino, y allí se estuvo rebozando las patas con harina hasta que quedaron de lo más blanco.
Seguidamente, volvió a la cabaña y golpeando la puerta,  pam, pam, pam, y dijo:
- Abrid hijos míos, que soy vuestra madre.
Los cabritillos le respondieron:
- Pues enseña la patita por debajo de la puerta.
Y el lobo asomó una pata bien blanca; por lo que los cabritillos, salvo Copete que era muy desconfiado, quedaron convencidos de que era su madre y se abalanzaron a la puerta.
Quitaron la tranca y descorrieron la cerradura y.... entonces entró el lobo como una tromba, y a grandes dentelladas fue devorando uno por uno a los asustados cabritillos.
- Ñam, uno
- Ñam, dos
- Ñam, tres
- Ñam, cuatro
- Ñam, cinco
- Ñam, seis
- ¿Seis? ¿Pero no eran siete?, bueno, me debo haber descontado y ya estoy más que lleno, de modo que me marcharé a dormir la siesta para hacer la digestión bajo el nogal antes de que regrese la cabra.
Y se marchó caminando pesadamente hasta el nogal que había cerca del río y se tumbó a dormir.
Al rato regresó la cabra y se asustó mucho al ver la puerta abierta. Entró y no vio a ninguno de sus hijos, sólo se veía todo revuelto y comenzó a llamar:
- ¿Hijos míos, hijos míos! ¿Dónde estáis?
- Aquí estoy - contestó Copete que, como era muy pequeño, se había escondido en la caja del reloj - Ha venido el lobo y se ha comido a mis hermanos.
- ¿Dónde ha ido?
- A dormir al nogal junto al río.
- Rápido, trae tijeras, aguja e hilo y sígueme.
Llegaron junto al nogal y allí estaba el malvado lobo durmiendo pesadamente al pie del tronco.
La cabra se acercó sin hacer ruido, con las tijeras le cortó la tripa y comenzaron a salir los cabritillos que, con las prisas, había tragado vivos. Entre todos llevaron piedras, que la cabra metió en la tripa y lo cosió bien cosido.
La cabra y los cabritillos regresaron muy contentos a su cabaña y el lobo acabó despertando con un peso enorme en la tripa.
- ¡Qué sed tengo! - dijo - parece como si hubiera comido piedras.
Se acercó a beber al río y, del peso de las piedras, cayó al fondo y se ahogó.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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