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miércoles, 19 de abril de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 13 (En Quater) parte 1


Nuevas tierras y un extraño
encuentro en la noche 
en unas ruinas 
lejanas


EN QUATER1
Bien temprano se internaron por la ruta de piedra hasta perderse de vista y allí, discretamente, se prepararon para salir: Fan con el arnés puesto y los demás dentro de la mochila. Las mariposas tomaron los cables y salieron volando alto hasta perderse de vista y Fan se elevó en volandas superando las copas más altas de los árboles atalaya en dirección al sureste. Pararon para comer y reponer fuerzas a medio camino. Las mariposas, como de costumbre, desaparecieron en busca de flores. Algún raro instinto las orientaba porque volaron muy decididas hacia el Sureste. A su izquierda quedaba el verde de la Selva, interminable en una u otra dirección, que cada vez veía más lejana.
Aquel era un territorio improductivo, casi un páramo, pero Fan las había hecho descender junto a un macizo rocoso, del que partía un arroyo, y halló unas rocas en forma de cornisa que suponían un abrigo natural contra el sol, que apretaba a aquellas horas. Pensó en hacer que salieran de la mochila, pero se dijo:
- ¿Por qué? Ahí están perfectamente, no pasa el tiempo y no padecen hambre ni sed. Si pudiera ofrecerles algo mejor que ésto, lo haría, pero será mejor dejarlo para cuando lleguemos al final de esta etapa.
Buscó en la mochila, aunque no podría decirse buscar, puesto que se encontraba en la mano exclusivamente aquello que se quería sacar. Su búsqueda de algo que comer no llamó la atención de los habitantes de aquel universo contenido en una simple bolsa de lona.
Comió y se estiró a la sombra para dormir un poco hasta que regresaran sus porteadoras, y se durmió, esta vez sin sueños ni pesadillas.
Despertó al notar el viento removido por el aleteo de Zafiro y Zaf, que acababan de llegar. Se las veía bien, con energías y con signos de estar satisfechas.  Se volvió a colocar el arnés y, antes del atardecer, Fan pudo ver lo que eran las ruinas de lo que en tiempos había sido un castillo como aquel que habían dejado atrás. En este caso lo habían abandonado por no tener utilidad alguna. Allí no había selvas que talar ni tampoco pastos para criar clase alguna de ganado. El terreno era peor que el que habían dejado atrás recientemente, pero pensó que allí podían hallar un refugio para pasar la noche,  les hizo una señal para descender y se encontró frente a unos muros semiderruídos. Allí no había tampoco agua, otro motivo para su abandono. Aún parecía tenerse en pie una de las torres, se acercó y se aseguró de que no se les caería encima. Había un hueco alfombrado de hierbas secas que podría permitir pernoctar a cubierto. Las mariposas marcharon, pero esta vez hacia el este. Hizo salir a todos de la mochila, entre él y Merto desbrozaron un poco su futuro refugio y se dieron una vuelta de exploración. No quedaban más que piedras, algunas tejas rotas y ningún rastro de que aquello hubiera estado habitado en años.
Aunque era de día aún, Sattel salía tímidamente por oriente con una mitad oculta. Tendrían luz suficiente aquella noche sin tener que hacer fuego, pero lo hicieron. Además de las tejas y piedras, aún quedaban restos de algunas vigas de lo que fuera la techumbre, carcomidas y podridas por las lluvias y el tiempo. Algunos de estos restos aún eran aptos para una fogata y los acarrearon a su refugio. Fan había guardado en la mochila una de las patas traseras del merodeador que sobró de la cena. Sabía que allí dentro no se echaría a perder y que se conservaría como recién cazado. Una vez asada cenaron ambos y Rubí. No era tan buena como la pata delantera, porque era más seca y un tanto correosa, pero hicieron los honores convenientemente.
Y se echaron a dormir sobre un colchón de hierbas que habían apilado y cubierto con la manta. Se taparon con la capa de seda, durmieron profundamente hasta clarear el día y se prepararon para la siguiente etapa.
Desde lo alto Fan veía el paisaje desfilar a sus pies. El desolado páramo que rodeaba a lo que fuera el castillo iba cambiando a ojos vistas, aunque no sabría decir si a mejor o a peor. A las tierras yermas y planas les sucedían masas rocosas cada vez más abundantes y más masivas, el terreno se iba ondulando y presentaba colinas peladas, cada vez más altas.
A lo lejos algo le llamó la atención: una columna de humo se elevaba vertical, podían ser pastores, una vivienda aislada o cualquier otra cosa. Al acercarse pudo ver un bosquecillo próximo a aquella columna de humo. Se podía apreciar que lo que quedaba eran los restos de un bosque mucho mayor que había sufrido fuertes talas por los restos de tocones que quedaban. Pudo ver ahora, desde más cerca, elevarse una segunda columna de humo, más tenue, y alguna otra más.  También carretas transportando rocas que apilaban junto a aquellos cráteres humeantes. No muy lejos pudo ver uno de ellos, aunque sin humo, pero no era un cráter sino un pozo excavado en la tierra del que iban sacando piedras muy blancas y las cargaban en carros. Un poco más lejos pudo ver triturar aquellas rocas con unos grandes rodillos, pero pasaron de largo y no pudo apreciar más detalles. Se aproximaron a otro espacio desierto, aunque menos árido que el anterior, en el que se veían matorrales y algún árbol aislado, de modo que dio la señal para bajar, tras asegurarse de que no andaba nadie por los alrededores.
Tras soltar los cables, una vez Fan estuvo en tierra, siguieron el vuelo hacia el sureste y Fan también se preparó para comer algo. Comió, sin ganas, unas galletas saladas y un poco de su propio queso, que se conservaba tal y como lo había guardado, cosa que no acaba de ser muy buena para un queso o para un vino. Se estiró sobre la manta en el duro suelo, pero a la sombra de un grueso árbol, en espera de que regresaran de libar.
No tardaron mucho, las flores no debían estar muy lejos, y reiniciaron el viaje con Fan balanceándose ligeramente, como si estuviera en un gigantesco columpio.
En unas horas más, en que las tierras se veían más pobladas, más vegetación y alguna casa aislada con algo de cultivos y ganado, pudo ver una mancha en la distancia, un poco más hacia el este y cerca de donde parecía dibujarse la línea del horizonte que formaba el borde del Abismo Insondable. Aquella mancha se veía de un blanco brillante, pero también con reflejos fulgurantes como si el sol se mirase en un espejo, o en agua.
- Seguramente será agua – pensó – ¿habrá allí un lago?
Y les indicó que volaran en aquella dirección.
Ya estaban bastante cerca cuando, hacia el suroeste, se iba agrandando algo que rompía la lisa superficie de aquella llanura, ahora cuadriculada por pastos y cultivos. Podía ser una formación rocosa o la Capital de Quater. Desvió la vista hacia aquellas lagunas, aparentemente artificiales, que era aquello que le había llamado la atención con su brillo. Por lo que le había dicho Halmir, la sal procedía de aquel reino y supuso que de allí mismo, que la extraían de aquellas salinas junto a las cuales se apilaban montañas blancas y refulgentes. Pero… ¿De dónde sacaban el agua salada? ¿Habría algún manantial?.
En aquel reino había muchas cosas por investigar y que conocer. Pero ya estaba anocheciendo y llevaban ya muchas horas de vuelo. No encontró nada más apto para descender discretamente que una arboleda a medio camino entre las salinas y la capital, apartada de la ruta que las unía. Descendieron allí y decidió cenar ligeramente para pasar la noche envuelto en la capa y seguir el viaje bien temprano.
Comenzaba a clarear cuando se elevaron y, dejando de lado las salinas, se orientaron hacia aquello que parecía la Capital. Poco a poco pudo apreciar detalles: una alta construcción en el centro de aquel apiñamiento de piedra gris, y unas grandes superficies de un color rojo muy intenso que resultaron ser los tejados.
No quiso acercarse demasiado para no provocar alarma. Buscaba con la vista algún bosquecillo cercano, unas rocas, alguna cueva, un lugar discreto para descender y hacer luego el camino a pie, pero aparte de aquella arboleda no había nada que no fueran cultivos o eriales.  Decidió ir más hacia el sur; pensando en que aquellos bosques que viera al norte de la fuente, por la que había salvado el Muro al llegar a Hénder, pudieran prolongarse hacia la frontera de Quater y más al norte.
Y no tuvieron que volar muchas horas; porque, desde muy cerca del borde del Abismo, se dibujaba una línea de montañas de oeste a este y, por el color, parecían estar dotadas de una cubierta vegetal. Pero tuvieron que hacer una pausa a medio día en un páramo abrasado por el sol. Fan echó de menos la cubierta vegetal que siempre les había proporcionado Esmeralda, pero no iba a sacarlos en aquel inhóspito terreno y, además, no se entretuvieron mucho allí. Las montañas aún quedaban lejos, y demasiado lejos de la Capital para luego hacer el camino a pie, pero decidió acercarse a ellas. Zafiro y Zaf es posible que estuvieran a punto de agotarse y quedar faltas de energía, pero volaron con fuerzas renovadas como si hubieran detectado la presencia de campos floridos. El terreno cada vez era más ondulado. Por los barrancos corrían arroyuelos que procedían de las montañas más altas visibles hacia el sur. Fan pensó que aquello se parecía a las estribaciones de las Montañas Brumosas y las hizo descender.
Un arroyo rumoroso discurría entre rocas, los árboles daban buena sombra y Diamante tendría buen pasto para comer, así como una tierra blanda y rica para que Esmeralda clavara sus raíces.
Buscó un lugar apropiado para acampar, abrió la mochila y ayudó a salir a todos que no se asombraron nada al ver el lugar tan cambiado desde que, hacía un instante para ellos, habían entrado. Ya se estaban acostumbrando a que el entorno cambiase radicalmente en un abrir y cerrar de ojos, o mejor en un abrir y cerrar de mochila.
Fan le contó a Merto lo que había visto en el viaje.
- ¿Y por qué no has parado y me has avisado? Me habría gustado ver esas cosas que cuentas
- Ya las verás, pero ¿No eras tú quien decía que lo mejor era viajar hasta el destino sin enterarse? Pues eso es lo que yo te decía: el viaje hay que vivirlo en cada uno de los detalles durante todo el trayecto.
- Bien, pero ahora espero ver todo eso. La verdad es que no tenemos prisa, nadie nos espera y podemos tomarnos las cosas con calma. Otra cosa: ¿Tienes interés en conocer otro rey? Yo ya tengo bastante con los que conozco y tengo demasiado con las ceremonias, recepciones, etiquetas y protocolos. ¿No podíamos, por una vez, pasar inadvertidos. Como unos simples viajeros?
- Me parece perfecto, aunque eso de pasar inadvertidos con nuestro color va a ser algo difícil. Como no nos pintemos de azul…  Pero creo que no colaría.
- En estos tiempos creo que ya se mueven por todas partes gentes de todos los reinos. Podríamos pasar perfectamente por hurim , aunque ellos no son amigos de abandonar su oasis, salvo en los envíos del fruto.
- Podemos intentarlo. Algún día los hurim se atreverán a salir de su oasis, tal como nosotros acabamos saliendo de Aste, y nosotros podríamos ser esos primeros hurim que salen en busca de aventuras, eso es algo que dominamos. Pero tenemos otro problema, aparte del color, y son nuestras Joyas. Aunque no lo hagamos nosotros, ellos sí que llamarán la atención y suscitarán preguntas.
- Pues es muy fácil. ¡A la saca con ellas! Total ahí adentro no se van a enterar y estarán muy a gusto.
- Buena idea, si no fuera porque a las Zaf no creo que les convenza. Nunca han entrado y dudo que quieran hacerlo, pero por probar que no quede.
Lo intentaron infructuosamente. Sabían muy bien que entendían todo lo que les decían y sospechaban que también hasta las intenciones o ideas antes de ser expresadas, pero no hacían caso a sus instrucciones para que plegaran las alas y entraran en la mochila. Aquello parecían no entenderlo y extendían aún más sus alas, de modo que era imposible hacerlo.
Se alejaron volando varias veces y no regresaron hasta el cabo de unas horas, como para darles tiempo a ellos para entrar en razón y desistir de su intento. Lo que sí acabaron entendiendo es que volaran bien alto para no ser vistas y que no les perdieran de vista a ellos.
Y a la mañana siguiente: con Rubí, Diamante y Esmeralda a buen recaudo, y con las mariposas allá a lo alto, casi invisibles, partieron sin prisas hacia el norte. Atrás dejaron los bosques y se internaron en unos pastizales vírgenes, como antes lo fueran aquellos al norte de Alandia.
Encontraron una ruta carretera que debía servir para el acarreo de madera de aquellos bosques del sur hacia los hornos de cal y yeso que Fan había visto, y decidieron seguirla pensando en que llegarían a alguna instalación o se encontrarían con alguien en el trayecto.
Y lo consiguieron, no encontraron a nadie, pero no tardaron en hallar varios hoyos que debieron servir en tiempos como hornos de cal y yeso, pero se veían abandonados desde hacía tiempo. La lluvia los había convertido en unos pozos de aguas cristalinas que probaron y encontraron frescas y agradables al paladar, dentro de la lógica insipidez del agua. Fan aprovechó para sacar de la mochila los odres de agua y rellenarlos a conciencia.
Cerca de aquellos pozos se hallaba, aún en pie, una edificación de ladrillo, techumbre de gruesas vigas sobre las que descansaba un tejado de rojas tejas, en muy buen estado, y decidieron pasar allí la noche. Zafiro y Zaf, como adivinándolo, descendieron y se posaron en el tejado.
- ¿Qué hacemos? - dijo Merto - ¿Sacamos a los otros?
- No veo que sea buen terreno ni para Diamante ni para Esmeralda, aunque en sitios peores han estado, pero creo que ya están bien en donde están y, si no podemos ofrecerles algo mejor, es preferible que sigan allí, sea donde sea ese allí.
Esa noche durmieron a cubierto en aquella casa, aunque bien hubieran podido hacerlo en el exterior, porque estaba despejado y la temperatura era suave.
A la mañana siguiente reanudaron el camino y ya era mediodía cuando avistaron un valle verde, atravesado por un arroyo bordeado de altos atalaya cubiertos de trepadoras. También había un bosquecillo de umbros al que Fan decidió encaminarse porque el calor comenzaba a hacerse notar.
Allí, a la orilla del arroyo susurrante, sobre un verde pasto, decidieron descansar y comer algo. También pudieron comprobar que el terreno era bueno para sacar de su muelle reclusión a Rubí, Esmeralda y Diamante, de modo que les hicieron salir.
Esmeralda clavó sus raíces cerca del arroyo, pero sin prisas, se notaba que no necesitaba agua ni minerales desde su entrada en la mochila y presentaba un verde luminoso y oscuro,  bien  diferente al color que tenía a bordo de El Hipocampo. Tampoco Diamante hizo mucho por degustar aquel verde y tierno pasto y sólo tomó, como golosina, un tallo de té de roca que llevaban en el saco.
Ellos sí se prepararon a comer y lo hicieron con gana, pero Rubí no cató nada de lo que había, parecía desganado y es que, cuando se retiró a la mochila estaba saciado y no había pasado el tiempo suficiente como para digerir lo comido.
Las mariposas se habían posado en las ramas de un umbro seco y parecían dormir, si es que las mariposas duermen. Tampoco comieron nada pese a que, alrededor, había árboles floridos, y no porque hubieran estado en el mundo atemporal de la mochila, sino porque acababan de dar buena cuenta de un campo de drufas en flor.
  Tras reposar un rato y recluir a las Joyas, se pusieron en camino hacia el norte. Zafiro y Zaf alzaron el vuelo y se perdieron de vista a gran altura. A lo lejos se las veía como dos puntitos móviles sobre un límpido cielo azul.
Era agradable caminar por aquellos prados sombreados por umbros que, poco a poco, se volvieron más dispersos hasta que, al fin, llegaron a un terreno pedregoso y reseco, sin ningún signo de vida ni señal de mano humana, salvo el propio camino abandonado.
Antes de que el sol descendiera hasta un cuarto de altura sobre la línea del horizonte, señal de que no pasaría mucho tiempo para comenzar a atardecer, se destacaban, no muy lejos, una serie de colinas bajas que ondulaban suavemente el paisaje. El camino seguía en esa dirección, y lo siguieron, no tardando en llegar a la primera.
Redondeada por el paso del tiempo y la erosión, se hallaba tapizada de matorrales espinosos de bajo porte. Sólo el camino que, obstinadamente discurría hacia el norte, se hallaba libre de aquella erizada población, aunque ya comenzaban a asomar algunos pequeños brotes sobre la desierta calzada.
Siguieron avanzando y la nueva colina que cruzaron se encontraba cubierta de rústicas plantas aromáticas que Fan conocía bien, pero éstas sin espinas. Recolectó los tallos más tiernos para su bolsa de infusiones y siguieron avanzando.
Ya era entrada la tarde cuando llegaron a la siguiente colina. Estaba cubierta de pasto mezclado con algunas aromáticas dispersas. Todo estaba bastante mustio, señal de que hacía bastante tiempo que no llovía por allí y tampoco había arroyos o manantiales cerca, pero a ellos no les preocupaba porque habían repuesto sus provisiones de agua y llevaban para un regimiento y abrevar una manada de alzemús.
Junto al camino encontraron los restos de lo que, en tiempos, debió ser una posada o parada de aprovisionamiento. Las paredes aún se mantenían en pie, pero los tejados habían caído. No obstante aún se conservaba en pie un pequeño cobertizo anejo y parecía en bastante buen estado. Había signos de que alguien lo había utilizado recientemente, pero no había nadie, y decidieron pasar allí la noche.
- ¿Les dejamos salir? - dijo Merto
- Yo les dejaría ahí bien tranquilos. Esto no es que sea mejor para ellos que donde están y total mañana debemos seguir temprano nuestra ruta.
- Pues voy preparando algo de cenar ¿Qué te apetece?
- Yo no me complicaría mucho. Saca algo de lo que llevamos, algo que no requiera hacer fuego ni usar vajilla o cubiertos.
- Pues con algo de pan, pata de cinguo, queso y algún frasco de frutas en conserva ya nos arreglamos. Por aquí no parece haber nada para cazar, pescar o recolectar.
Cuando acabaron de cenar ya era noche cerrada, aunque con luz lunar, de modo que se echaron sobre la manta, se cubrieron con la capa de seda de Los Telares y se dispusieron a dormir. Las mariposas habían regresado y se habían buscado también un lugar resguardado entre las ruinas.
La noche estaba iluminada por Sattel en creciente avanzado y Munie en menguante, con lo que se veía bastante bien. En una esquina del cobertizo dormían cubiertos con aquella capa especial y nadie hubiera dicho que alguien estuviera allí.
Y es lo que pasó. Que alguien entró, a la luz de las lunas, y se disponía a echarse a dormir cuando, al buscar su rincón favorito, lejos de la puerta y de las ventanas desvencijadas, tropezó con algo que no pudo ver y que no pensaba que estuviera allí.
Fan y Merto, que aún no habían llegado a la fase de sueño profundo, se incorporaron bruscamente, sorprendidos por la intrusión y, a la luz de las lunas, pudieron distinguir a una figura menuda, encogida sobre si misma como temiendo un peligro o un castigo.
- ¿Qué sucede?, - ¿Quién es?, - ¿Qué ha pasado?, -¿Esto qué es?, ¿Quién hay aquí? ¡No te muevas!
Sonaron tres voces entremezcladas en una barahúnda casi ininteligible.
Fan pudo ver mejor a aquel visitante nocturno. Se trataba de un niño no mayor de quincea ños, de un evidente color azul, con un rostro macilento y asustado, cubriéndose la cabeza con las manos, como temiendo recibir un golpe, y vistiendo unas ropas raídas y mugrientas.
- No me hagan daño, por favor – acertó a balbucear.
Ambos se acercaron a él y le ayudaron a incorporarse porque estaba hecho un ovillo en el suelo, en actitud defensiva. No mediría más de largo y medio y se le veía escuálido.
- No tengas miedo – dijo Fan – no te haremos ningún daño. ¿Estás bien?
- Me da la impresión de que no has comido nada – dijo Merto
- No pretendía robarles. Perdón. Sólo quería dormir en mi rincón y tropecé con ustedes. No les había visto y eso que hay lunas.
- No importa – dijo Fan – Vamos a ver primero qué podemos hacer por ti, que creo necesitas comida y agua. ¿Me equivoco?
- Es cierto. Hoy no he encontrado nada, ni un roerroe.
- Pues ahora te tranquilizas, te sientas en aquella piedra y te busco algo para sacarte el vientre de penas – dijo Merto, yendo a la mochila y sacando pan, queso y agua, de momento.
Devoró ávidamente las provisiones, vació la cantimplora y repitió de todo. Merto se encargó de proveerle y, finalmente, le abrió un frasco de frutas en almíbar del que no tardó en dar buena cuenta.
Ya repuesto rompió a hablar:
- Llegué ayer desde la Capital. Ya antes había estado por aquí y conocía este refugio. Es el único lugar aprovechable en los alrededores. Me voy alimentando de lo poco que cazo, aunque por aquí no hay otra cosa más que unos cuantos roerroe y alguna dura raíz. Para el agua hay que ir lejos, hasta un arroyo más hacia el sur, pero no tengo en donde transportarla, así que no puedo beber nada si no regreso al arroyo y está a horas de camino. Esta noche iba a ser la última en dormir aquí porque mañana pensaba trasladarme cerca del agua e improvisar allí una cabaña.
- Pero ¿Qué haces aquí tan solo? ¿No tienes familia? - preguntó Merto
- ¿No puedes vivir en la ciudad y ganarte allí la vida trabajando? Ya sé que eres pequeño, pero algo podrías hacer y estarías mejor que aquí.
- Desde muy pequeño me quedé sin padres por un accidente en las canteras. Nadie se quiso hacer cargo de mi y tampoco me daban trabajo por ser muy pequeño y, para sobrevivir, desde los siete años tuve que robar. No tenía otra opción, hasta que me pillaron. Me enviaron a las balsas de barro como castigo y, después de unos días de aquel trabajo esclavo, duro para hombres hechos y derechos e inhumano para un niño de diez años, decidí escapar y regresar a la ciudad. Lo logré pero no podía conseguir un trabajo honrado sin delatarme, de modo que desempeñaba encargos y trabajos de dudosa legalidad para gentes indeseables. Hasta hace un año en que hicieron una redada y detuvieron a mis..., digamos patronos, pero yo escapé y, desde entonces, he recorrido el país de norte a sur y de este a oeste, haciendo trabajos parecidos y teniendo que escapar de un lugar a otro si no quería acabar en las canteras de granito. Aquí estoy ahora, pensando en huir lo más lejos posible de cualquier persona, y aquí me encuentro con ustedes que, como puedo ver, no son quatianos y eso me tranquiliza. ¿Acaso son hurim?. Por el color sólo pueden ser eso, porque los he visto en sus caravanas trayendo frutos y llevándose de todo lo que necesitan.
-Pongamos que sí – dijo Fan – pero… ¿a dónde pensabas llegar? Porque al sur sólo encontrará bosques, luego el reino de Hénder o el Abismo Insondable y al oeste el desierto con sus tiburones de arena y nada de agua. Nosotros queremos conocer tu país, pero no sabemos cómo hallar las factorías de cerámicas, los hornos de cal y yeso, las canteras, las salinas y muchas cosas más. Si nos pudieras orientar te lo agradeceríamos mucho y podríamos facilitarte provisiones y un odre para que puedas llevar agua.
- Mejor que eso. Les puedo hacer de guía. Conozco el país palmo a palmo y les puedo conducir a donde quieran.
- No sé…. - dijo Merto – corres el peligro de que te detengan de nuevo y te envíen a esas balsas o canteras que dices.
- No creo. Sólo si me atraparan haciendo algo indebido me podrían detener, porque nadie me conoce. En Quater todos los niños parecemos iguales. De modo que, si fuera su guía, podría recorrer el país sin peligro.
Fan y Merto se retiraron a un rincón a decidir qué hacer, mientras él se quedó comiendo otro trozo de pan con queso que le había dado Merto.
- ¿Qué te parece Fan? ¿Nos podemos fiar?
- Fiarnos sí, de momento, pero tenemos secretos que no me gustaría que descubriera.
- Yo voy a seguir caminando y no usaré la mochila. Ese secreto está debidamente protegido.
- Pero… ¿Y los otros?. Tendrán que permanecer ahí todo el tiempo. Ya sé que el permanecer ahí no les causa ningún problema, pero… ¿Y si les necesitamos?
- No creo que les necesitemos. Pueden seguir sin salir y ni se van a enterar.
- Parece que estás muy interesado en que nos acompañe. ¿Has pensado en Zafiro y Zaf?
- Ellas saben mantenerse a distancia y saben más de lo que creemos. Si las llegara a descubrir ya sabremos inventarnos algo. Y no creas que tenga un interés especial en este desgraciado pilluelo, pero creo que descubriremos más cosas de Quater con él que de cualquier otra manera.
- Está bien. Yo también voto por que nos guíe. Ahora vamos y se lo decimos.
Y, decididos a explorar aquel reino desconocido, le propusieron marchar los tres, bien de mañana, hacia lo más interesante que pudiera haber en las cercanías.
- Por aquí ya no queda nada de interés. La leña más cercana ya está muy al sur, porque se han ido agotando todos los bosques que quedaban, y es por eso que la mayor parte de las explotaciones de cal y yeso, además de las tejeras y otras elaboraciones de barro, se fueron trasladando al norte para estar más cerca de los bosques próximos a la Selva de Trifer.  Las últimas explotaciones que quedaban, aunque aún hay alguna que sigue deforestando lo poco que queda, se fueron más al norte y cerca de la frontera de Trifer desde el momento que se normalizaron las relaciones y el comercio, y donde la madera, leña y carbón están más accesibles y en abundancia. Esta ruta, que servía para transportar los combustibles desde el sur, quedó en desuso y en poco tiempo la Naturaleza ya está recuperando sus dominios. Lo más cercano que tenemos por aquí son las pesquerías y puede suponer poco más de dos días en llegar.
- Pues vayamos a las pesquerías – dijo Fan – Siempre me he preguntado cómo es posible pescar si no hay puertos ni playas y el mar está a tanta bajura.
- Querrás decir altura – replicó Merto
- No. Lo que está alto es Quater. El Mar del Alba queda muy abajo.
- Pues eso mismo. Que queda muy abajo y yo tampoco me explico cómo lo hacen.
- Aquí le llamamos el Mar Profundo y, si me siguen, podrán verlo con sus propios ojos. Yo también he trabajado allí remendando las redes que se rompen por el roce con los acantilados. Les puedo guiar al nivel más bajo, desde el que casi se puede ver el mar.
- Aquí, entonces, Andrea y sus compañeras tendrían mucho trabajo – dijo Merto.
- Bien. Será mejor volver a intentar coger el sueño y espero no tener nuevas sorpresas, porque mañana nos espera una buena caminata. ¿No es así? . Y, a todo esto, yo me llamo Fan y él Merto, pero tú ¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Marcel, pero todos me llaman Oyetú. Y lo de la caminata se lo garantizo.
- Te llamaremos Marcel porque no creo que lo de Oyetú te lo dijeran amigablemente. Tienes el color del mar y del cielo, Marcel es un nombre que te pega bien, aunque mañana tendrás que darte unas buenas friegas para no verte tan nublado como ahora.
De modo que ellos se tendieron sobre su montón de hierba seca y se taparon con la capa, porque la manta se la dejaron a su nuevo compañero de aventuras, que se envolvió en ella en otro rincón de aquellas ruinas.



EN QUATER parte 2 

el próximo jueves





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