de aventuras acaban
llegando a las
Pesquerías
EN QUATER 2
Aún no comenzaba a clarear cuando Marcel ya estaba en pie. Había sacudido y doblado cuidadosamente la manta, la dejó junto a la mochila y salió al exterior. Digamos mejor que salió más al exterior, a un lugar en donde los días pasados allí había ido usando como letrina.
- De todos modos – dijo Merto – si hubiera buscado en la mochila podría haberse llevado una buena sorpresa.
- Mejor será que no lo intente, no me gustaría que supiera demasiado, es un desconocido y aún no tengo bastantes elementos como para fiarnos de él. Aunque, por otra parte, echo de menos a nuestros compañeros.
- Sí. Una aventura sin ellos es menos aventura.
En ese momento entraba Marcel, si es que entrar se podía aplicar a franquear un espacio en ruinas que en otros tiempos pudo ser un dintel.
- Buenos días ¿Han dormido bien?. Yo mejor que en mucho tiempo. No sé si por la manta, por haber saciado la sed y el hambre, por tener compañía o por no temer que me detengan y me envíen a canteras.
- Pues sí, hemos dormido bien. Ahora toca desayunar y luego saldremos hacia donde nos indiques. ¿Puedes buscar algunos restos de maderas para hacer un fuego? - dijo Fan mientras sacaba de la mochila su bolsa de infusiones, el cazo y un odre de agua.
Marcel quedó sorprendido viendo sacar aquellas cosas de una bolsa que aparentaba estar vacía, pero no dijo nada y marchó en busca de alguna viga carcomida que aún quedara por allí.
Al cabo regresó con unos trozos suficientes para una fogata. Fan buscó un lugar libre de hierbas y matojos secos, no quería propagar un incendio, aunque por allí no es que hubiera mucha vegetación. Preparó los trozos de viga, un buen puñado de hierba seca y ramitas y, con el eslabón y el pedernal, ante la mirada atónita de Marcel, prendió las pajas secas y éstas acabaron propagando la llama a la resina de los troncos, produciendo una alegre, aunque humeante, llamarada. Colocó al amor de la lumbre el cazo con agua y unas cuantas hierbas seleccionadas. Iban a necesitar algo de energías y ánimos en las próximas jornadas, por lo que había decidido complementar la comida con una infusión reanimante y energizante.
A esas horas de la mañana tomaron la infusión con unas galletas de Hénder que aportaban abundantes calorías, ya comerían algo más sustancioso al medio día, pero lo acompañaron con unas lonchas de cinguo que a Marcel le gustaron mucho y siguió asombrado por las cosas que podían sacar de aquella bolsa fláccida.
Antes de ponerse en camino, Fan le hizo poner las manos en un cuenco y con el odre le vertió agua para que, al menos, se lavara la cara y las manos hasta que encontraran donde darse todos un baño. Entonces pudieron verle bien la cara, libre de barro y tizne, sin relejes.
Abandonaron aquella antigua ruta maderera y se internaron campo a través en dirección a levante. El terreno no es que fuera muy cómodo para caminar, era pedregoso y con matojos secos que dificultaban el paso. Fan y Merto se miraron interrogativamente mientras seguían, con dificultades, las ágiles zancadas de Marcel. Y no es que ellos fueran malos andarines, y que las zancadas de él fueran más largas, aunque sí eran más rápidas. Comenzaron a dudar del sentido de la orientación y el conocimiento del terreno de su guía.
Miraron arriba, en una pausa porque hacerlo mientras caminaban por aquel terreno era tropezón y caída segura. Vieron dos puntos lejanos evolucionando en el cielo azul. Zafiro y Zaf no les perdían de vista y eso les tranquilizó y les hizo olvidar un tanto lo incómodo de la marcha.
Pero no tardaron mucho en interceptar una senda, limpia de piedras y de matojos, que seguía en la dirección adecuada, y Marcel aceleró el paso. No es que ellos fueran flojos, pero les costaba seguirlo. ¿A qué tanta prisa? ¿Pretendía dejarles atrás?. Eran las preguntas que ambos se hacían interiormente.
Se acercaba la hora de detenerse a comer cuando vieron, a lo lejos, carretas y gentes que circulaban transversalmente al sentido de su marcha. Parecía que aquella senda, convergía con otra ruta muy transitada que también se dirigía hacia levante aunque más hacia el norte.
Aquello disipó los barruntos de desconfianza sobre su guía y les insufló nuevos ánimos. Aceleraron el paso hasta alcanzarlo, justo cuando confluían con aquella ruta que, aunque infinitamente menos que la que unía la Capital Imperial de Cipán con el puerto, también bullía de actividad y se entrecruzaba toda clase de vehículos tirados por alzemús o saltarenas adiestrados, jinetes y peatones, todos cargados con voluminosas cestas tejidas con plantas autóctonas que Fan desconocía. Tomaron a la derecha y no tardaron en llegar a un edificio de cal y canto, con una gran cantidad de carretas, carretillas, saltarenas, alzemús, al exterior reposando a la sombra de un bosquecillo, y allí se dirigió Marcel, seguido por los dos.
El local estaba muy concurrido. Era una amplia nave, diáfana, abarrotada de mesas entre las que pululaba una legión de camareros apresurados. Llevaban bandejas y platos de un lado a otro. Consiguieron encontrar una mesa libre; es decir, la consiguió Marcel, no se sabe cómo, en aquel local ruidoso y lleno a más no poder. Se había colado hasta el último rincón y luego abordó a un camarero señalándole una mesa vacía, posiblemente la única disponible en aquel establecimiento. Les hizo una seña y se acercaron, mientras una multitud se agolpaba en la puerta en espera de turno, Marcel les condujo a su mesa.
Olía fuertemente a fritos, guisos, asados, … pero especialmente, por no decir únicamente, a pescado. Se acercó un camarero y depositó en la mesa tres cuencos de una sopa humeante, sin que ellos hubieran pedido nada. Parecía que allí el menú era único y fijo, sin opción a elegir nada.
Marcel empezó a engullir la sopa, con grandes y ruidosos sorbos, del cuenco en que se la habían servido. Allí parecía que no se usaban cubiertos, y ellos hicieron lo mismo. Un caldo ligero en que nadaban migas de pescado y alguna verdura solitaria. No tenía mal sabor y aquello debía ser alimenticio, aunque ni punto de comparación con todo lo que habían podido comer en sus viajes. A continuación aparecieron tres platos de pescado rebozado y frito, acompañado con unas verduras también fritas con una cobertura de una masa crujiente. Aquellas verduras eran de un color, bajo la masa crujiente, que a Fan le hizo recordar a Esmeralda y le hizo pensar en qué harían allí con ella si le echaran mano. Suerte que se encontraba bien en la mochila. El pescado estaba tierno y sabroso, contrastando con la crujiente cobertura. Estaba rico y lo disfrutaron. Marcel les comentó.
- Este pescado está recién capturado en las pesquerías y, en su camino a la Capital, parte se queda en esta y otras paradas obligatorias en la ruta. Lo que no sé es si esta noche encontraremos habitación en la siguiente posada, en la que tendremos que parar para cenar y pernoctar; pero yo ya conozco las triquiñuelas que hay que emplear, porque siempre están sin plazas.
Tras un cuenco de frutas variadas, picadas menudas, nadando en un almíbar ligero, muy dulce para el gusto de Fan, pero que a las mariposas les habría encantado, una infusión en la que pudo identificar tres de las plantas que Góntar le enseñara en Hénder y que servían para facilitar la digestión, emprendieron la marcha por aquella concurrida ruta.
Marcel tenía una gran habilidad para pegar la hebra con otros caminantes o conductores y les sirvió para enterarse de cosas, además de hallar transporte en una carreta que iba vacía en busca de pescado. Así acabaron pasando la tarde en la que incluso dieron una cabezada mientras su guía seguía de cháchara con el carretero.
Ya comenzaba a caer el sol cuando llegaron a otra gran posada, más grande que la anterior porque tenía tres plantas de altura. Mientras el carretero se ocupaba de buscar sitio en donde dejar su carreta y sus dos alzemús de tiro, con el consiguiente riesgo de no encontrar luego habitación, Marcel se adelantó, seguido de cerca por Fan y Merto, y consiguió una habitación para los tres. No quedaba ni una más. Fan sintió pena por el carretero, que tan amable había sido llevándoles hasta allí, pero Marcel le comentó:
- En realidad, la mayoría de los carreteros duermen en su propia carreta, en parte por no haber plazas, en parte por ahorrarse unos dineros y, en parte por vigilar su carga. Aunque este ahora va de vacío y no tiene nada que vigilar, tampoco le va mal ahorrar algo. Precisamente me venía contando que está pensando en comprarse otra carreta con un tiro de alzemús y contratar a alguien, hasta me ha ofrecido el trabajo. Ya le he dicho que podrá contar conmigo, pero primero sois vosotros y tengo que cumplir como os ofrecí.
- ¿Le va bien el negocio? - preguntó Merto
- Parece que unos forasteros han abierto una ruta en la Selva Impenetrable y ahora Trifer tiene otras gentes con las que comerciar; de modo que la importación de pescado, aunque está bajando la de materiales de construcción, estará en alza. Se comentaba el otro día, cuando marché huyendo de la ciudad que ahora se podrán construir edificios sin necesidad de piedra, ladrillos ni tejas.
Fan y Merto cruzaron una mirada de inteligencia, callaron y siguieron a su guía hasta la habitación que había reservado.
Tenía dos camas y ellos eran tres, pero Marcel marchó dejándoles acomodarse y regresó con una colchoneta que tendió en un rincón, junto a la jofaina de lavarse y el orinal. Tendió una manta que había llevado también y ya tenía dispuesto su acomodo, mucho mejor que en los que había dormido otras veces, según les dijo.
Bajaron los tres a cenar y la cena vino a ser lo mismo que fuera la comida de la otra posada. Esa noche durmieron tranquilos hasta clarear el alba. Desayunaron de lo que llevaban en la mochila: unas galletas dulces y una infusión caliente que Fan guardaba en un odre para cuando no pudieran encender fuego. A Marcel le extrañó mucho aquella bebida tan caliente, pero no dijo nada.
Partieron justo cuando los carreteros y demás comenzaban a uncir sus yuntas, movilizarse cargando sus paquetes y ponerse en camino, de modo que la ruta aún estaba vacía, salvo unos pocos madrugadores que llevaban su mismo camino. El sentido contrario estaba desierto y aún tardarían en cruzarse con aquellos que salían, en aquel preciso momento, de la siguiente posada.
A medio día llegaron a ella. Aquellas posadas estaban distribuidas de tal manera que la distancia entre la Capital y las Pesquerías quedaba dividida en tres etapas a cubrir en dos días. Sólo la intermedia, la que acababan de dejar aquella mañana, contaba con buen número de habitaciones para pernoctar; puesto que, en un sentido o en otro se llegaba allí de noche. Las otras contaban con alguna habitación pero eran, preferentemente, paradas para comer y seguir el camino, tanto en un sentido como en el otro. Lo que sí tenían las tres en común era el menú: la sopa, los fritos, el postre y la infusión, de modo que ya no les extrañó nada la ausencia de cubiertos, tener que sorber más o menos ruidosamente la sopa y tomar el pescado y las verduras con los dedos. Suerte que también ponían unos pequeños cuencos con agua y unas hojas mentoladas para poder lavárselos.
Ya anochecía cuando llegaron a las Pesquerías. Aquello era un poblado mayor que Aste y mucho más agitado, con tantas gentes y carretas por todas partes, con casitas de piedra seca y tejados rojos. Tenía una especie de plaza porticada en la que cada mañana se llevaba a cabo el ritual del pescado. Contaba con casas de comidas, algunas tiendas con toda clase de productos y varias posadas para pasar la noche antes de la nueva subasta de pescado.
Fan penetró en una de aquellas tiendas y consiguió unas cuantas prendas de ropa así como unas botas de cuero y se lo entregó todo a Marcel.
- Mañana tiras esos harapos y te pones esto. No está bien que nosotros vayamos bien vestidos y tú vayas de cualquier manera. Y ahora me gustaría cenar algo diferente a lo que hemos comido y cenado en el camino. ¿Hay algún lugar que conozcas?
- Muchas gracias. Nunca nadie se había preocupado por mi y no sabría cómo agradecerlo. Pero creo que algo podré hacer. Esta noche, espero no equivocarme, podréis cenar como nunca lo habéis hecho.
- Lo haremos todos, los tres. Aunque dudo que sea mejor que otras veces – dijo Merto.
Y no quedaron defraudados porque, tras reservar una habitación cerca del acantilado y dejar allí la mochila y las ropas que Fan había comprado, les condujo a una especie de cuchitril que no les causó muy buena impresión al pronto, pero cuando cenaron cambiaron de parecer.
Era un lugar, pequeño, oscuro, de aspecto mugriento y cochambroso, aunque sólo en apariencia porque de cerca se veía extrañamente limpio. Un lugar que sólo frecuentaban los que conocían bien las Pesquerías hasta su último rincón, y su guía las conocía al dedillo. Más de una vez había distraído una bolsa en la aglomeración de la subasta, y en más de una ocasión había tenido que ocultarse por aquellas callejas que, de ser una gran ciudad, podrían llamarse los arrabales.
Comenzaron con unos entrantes de pescado, que allí era la materia prima básica, y que consistían en unas bolitas de pescado finamente picado y con un aliño que realzaba el sabor a mar. Unas eran de un color rosado y otras de un rojizo oscuro. Tanto Fan como Merto recordaron los matices del pescado crudo de los occidentales, pero estaban en oriente, en un oriente que nunca había tenido ocasión de establecer contacto con la cocina de Cipán y Los Telares, pero… era tan parecido, aunque la presentación y el aliño fueran diferentes, que volvieron a recordar aquellos días y a disfrutar de la comida, en un silencio casi religioso. Marcel no debía saber más de lo debido ¿O sí?. Tanto uno como otro comenzaron a sentirse mal por ocultarle ciertas cosas.
Luego les sirvieron unos filetes que, lógicamente, no eran carne aunque lo parecían, asados vuelta y vuelta a la brasa, que se deshacían en la boca y los jugos rezumaban, goteando sobre la mesa mientras se los llevaban a la boca. Porque allí sí tenían cubiertos; que Merto, por la manufactura, dedujo que venían de Hénder.
Algo delicioso fue aquella cena, algo que superaba a cualquier otra cosa que comieran en los otros reinos de arriba del Muro, algo que recordarían.
Marcharon a la posada en donde tenían preparada la habitación, bastante amplia y en la que habían colocado una cama plegable adicional.
Se levantaron temprano y bajaron a un baño colectivo que se encontraba en los sótanos de la posada. Allí había una especie de gran piscina o embalse con agua limpia, teóricamente, en la que se remojaban todos los clientes. Luego de asearse, Marcel se puso las ropas nuevas que compró Fan y le iban perfectamente. Desayunaron y partieron hacia la plaza.
Cuando llegaron al lugar de las subastas, bien de mañana, aún estaban colocando el pescado en unos grandes canastos, bien a la vista, olía a mar, a pescado fresquísimo, posiblemente capturado aquella noche.
Marcel les aclaró:
- Se ven muy frescos pero tienen al menos un día, que es lo que cuesta subirlos hasta aquí. Si se ven tan frescos es porque las carretas suben anocheciendo y llegan aquí por la mañana para evitar el calor del día.
Poco a poco se fueron congregando los compradores y tomaron posiciones frente a las canastas en las que se mostraban, separados por tipos y hasta por tamaños, una buena variedad de pescados. Otros, de mayor tamaño, reposaban en largas mesas esperando pacientemente un nuevo destino, con mirada brillante, sin asomo de miedo.
Y comenzó la subasta: Alguien arrancó a cantar una especie de mantras ininteligibles, a una velocidad que aún los hacía más crípticos. Alguien levantaba la mano, cesaba la letanía, pero comenzaba de nuevo hasta que otro levantaba la mano. Así pasó un buen rato hasta que se fueron adjudicando todas las canastas y los grandes peces.
Entre los que allí estaban, pudieron reconocer a aquel carretero que les había llevado un trecho y vieron como se llevaba dos canastos y un gran pez azulado, casi tan alto como él mismo. Lo cargó todo en la carreta y emprendió el camino hacia la Capital.
También pudieron ver, entre los compradores, a alguien que vieran la noche anterior en aquella casa de comidas. Se llevaron dos peces grandes: uno de un gris azulado como el que se llevaba el carretero y otro de morro afilado, también de piel brillante y grisácea pero más esbelto que el otro. También habían comprado una de las últimas canastas a rebosar de pescados variados.
Terminada la subasta y retiradas las compras, la plaza quedó despejada rápidamente y unos equipos de limpieza, con cubos de agua y unos grandes escobones planos, dejaban todo como si por allí no hubiera pasado aquella multitud que la abarrotaba momentos antes.
Desde allí se acercaron al borde del acantilado, a lo que se conocía como el Punto Alto. Una antigua cantera que, a fuerza de extraer el granito, ahora presentaba una avenida en la roca que descendía zigzagueante, pared abajo. Desde lo alto era imposible distinguir el mar puesto que lo único que se veía era la cornisa de más abajo y las siguientes que se perdían en la distancia bajando y bajando, aunque sí el liso horizonte en lontananza.
Marcel comenzó a descender por aquella ruta, ora hacia la izquierda, ora hacia la derecha, pero siempre hacia abajo, acompañados por las carretas que habían vaciado su carga en la plaza y ahora se disponían a recibir un nuevo cargamento.
Era mucha la distancia en aquel zigzag interminable hacia lo más profundo de aquel altísimo acantilado. Pero todo estaba pensado. En cada tramo de rampa pendiente hacia la izquierda había una abertura en aquella inmensa pared, en la que se podía reposar, especialmente en la subida porque la bajada era fácil.
Mientras bajaban el esfuerzo era mínimo, de modo que sólo se tuvieron que detener en una ocasión al medio día, para comer algo y proseguir un descenso que no acababa nunca.
Ya atardecía cuando llegaron al último tramo descendente y penetraron en una enorme caverna vaciada en la roca granítica. Ni tan siquiera desde allí, donde el acantilado ya descendía cortado a pico, se lograba ver el fondo, la superficie del Mar del Alba, aunque sí se dibujaba más nítida la línea del horizonte.
Era una caverna tan amplia que permitía la presencia de un buen número de carretas en espera de carga y a aquella hora estaban en plena faena y algunas ya comenzaban a subir. También contaba con los servicios necesarios para el personal que allí trabajaba, así como para algunos viajeros o curiosos que debían pernoctar antes de emprender la penosa ascensión desde Punto Bajo hasta Punto Alto, puesto que los carreteros dormían de día mientras bajaban y velaban por la noche subiendo su carga..
Cenaron en un comedor colectivo y, como es natural, el menú se basaba única y exclusivamente en pescado.
Antes de que oscureciera totalmente, un atardecer que allí, en oriente y a aquella altura, o bajura, duraba unas largas horas antes de la oscuridad total, sólo rota por las lunas en creciente, les dio tiempo a echar un breve vistazo a la plataforma de pesca.
Ancladas firmemente en la pared de roca, unas gruesas vigas de atalaya servían de soporte a algo así como un embarcadero de tablas que sobresalía en el vacío. Sobre ella se izaba una gran cantidad de vigas inclinadas, provistas de ruedas y polipastos con gruesos cables que bajaban y subían secuencialmente. Los aparejos de pesca constaban de dos grandes redes por viga, en forma de cesta, de las que una descendía a las profundidades mientras la otra se izaba, así el trabajo de izado era menor. Permanecían un tiempo en el fondo mientras se iban izando alternativamente todas las demás y, cada cesta que subía se vaciaba de su carga de peces de clases y tamaños variados, carga que se seleccionaba y se llevaba a las carretas.
Mientras una cesta permanecía arriba, su pareja se hallaba en el agua y atraía a los peces, que consideraban aquello un refugio para mantenerse a salvo de los más grandes; pero, en lugar de refugio, era una trampa que, al cabo de unas horas, comenzaba a cerrarse, atrapando todo lo que hubiera dentro, mientras se elevaba hacia la plataforma.
- Y aquí no acaba – dijo Marcel – ahora están abriendo nuevas vías hacia abajo. Ya han bajado algunos en las redes y han calculado la distancia que hay hasta el agua; pero, por lo que dicen, pasarán años hasta que esta escalera en rampa pueda llegar allí. Para ello habría que extraer bloques durante años y ahora resulta que el granito va a dejar de ser un material de construcción útil si funciona eso de los de la Selva. Por otra parte, si vaciar el acantilado para llegar más abajo es una tarea casi imposible, más lo es poder luego subir el producto de la pesca, como mañana podréis ver. Hay quien sostiene que con la instalación actual es más que suficiente y, a lo sumo, se podría ampliar para instalar más elevadores, pero bajar más no parece que sea práctico ni posible.
- ¿Y si, desde aquí, en lugar de carretas se hiciera con elevadores como éstos, hasta la superficie – Dijo Merto
- Parece que nadie lo ha pensado, o que no es posible, o que el gremio de arrieros que hacen este trayecto tienen mucha influencia y no quieren perder sus trabajos.
- Bueno, ellos sabrán lo que hacen – dijo Fan – pero lo que yo haría ahora es ir a dormir, porque mañana va a ser un día duro.
No sabía bien lo duro que iba a ser, pero al día siguiente se enteró. Aquello era más duro que trepar de rama en rama por la enredadera del Muro del Fin del Mundo. La altura a salvar seguro que era menor, pero la distancia a recorrer, ora a la derecha, ora a la izquierda, en aquel vaivén interminable era infinitamente mayor. Por cada largo de ascensión se había de recorrer al menos cien. Pero, con algunas paradas en los descansaderos, acabaron coronando la cima y no tuvieron tiempo ni ganas de nada más. Tiempo porque su llegada coincidía con el ocaso y ganas porque llegaron reventados y con los pies pidiendo a gritos un baño frío.
De modo que cenaron algo allí mismo, sin ganas siquiera de ir a cenar donde la noche anterior, se retiraron a dormir y durmieron tan profundamente que el sol entraba a raudales por la ventana cuando comenzaron a removerse, ya a media mañana. Ni todos los gallos del mundo, de haberse congregado allí, habrían conseguido levantarlos más temprano. Y se levantaron con agujetas, con las piernas doloridas y los pies hinchados. No tuvieron tampoco tiempo ni ganas para desayunar. Bajaron al baño común del sótano y se estuvieron horas en remojo, tanto que les quedaron los dedos arrugados como garbanzos. Cuando se recuperaron algo y se vistieron era ya casi medio día y se encontraron en el vestíbulo a Marcel, tan fresco como una rosa, esperándolos.
- ¿Qué hacemos hoy? Aquí ya no hay mucho que ver, pero si quieren podríamos ponernos en camino hacia la capital, parando en las salinas.
- Sí, para marchas estoy yo. ¿Y tú Fan?
- Yo preferiría salir temprano y hoy se nos han pegado las sábanas. Podríamos acercarnos a la plaza, aunque la subasta ya habrá acabado hace horas, comemos en aquel sitio de la otra noche y por la tarde descansamos y nos preparamos para lo que nos espera. Que supongo será otra caminata, pero en llano ¿no?.
- Efectivamente, todo en llano hasta las salinas y haremos noche allí.
De modo que, dando un tranquilo paseo, se acercaron a la plaza en la que, efectivamente, se había acabado la subasta y las carretas habían partido: unas al Punto Bajo para cargar de nuevo y otras hacia la Capital.
Tras ver los alrededores, a paso lento, se les echó encima la hora de comer y marcharon a aquel lugar al que Marcel les había llevado y comieron, nuevamente, muy a gusto.
En la sobremesa, frente a unas tazas humeantes de una infusión, que Fan no fue capaz de identificar, pero que le gustó, se suscitó un tema que le intrigaba:
- Dime, Marcel, ¿Cómo es posible que, sin saber que allí abajo había un mar y que se ignoraba lo que era la pesca, se hayan montado estas pesquerías?
- La pesca sí se conocía desde la antigüedad. Lo que ahora son unas salinas, en otros tiempos fue un mar interior o un gran lago salado con varias especies de peces que eran muy apreciados. Y en cuanto al descubrimiento del Mar Profundo, como le llamamos aquí, tiene que ver con la explotación del granito de los acantilados, algunos accidentes, intentos infructuosos de rescate y algunos intrépidos aventureros que se arriesgaron a descender para descubrir hasta donde llegaba el Abismo, exploradores que nunca llegaron hasta el fondo; pero eso, unido a unos intentos de sondeo mediante largos cables que, llegado un momento, se izaron mojados, el subsiguiente envío de recipientes que volvieron llenos de agua salada y que en uno de ellos se colara algún pez, desencadenaron un plan para conseguir pesca en aquel Mar Profundo e inalcanzable, cuando la pesca en en el gran lago salado había desaparecido por el exceso de salinización. Y así llegamos a una combinación de aprovechamiento de las canteras con la construcción de una estructura, tallada en la roca, que se acercara lo más posible al mar. Así se fue construyendo la ruta en zigzag, los huecos de servicio, la gran plataforma de base y se diseñaron los sistemas de poleas y redes-cesta.
- De modo que descubrieron el mar, casi por casualidad, y decidieron sacarle partido al descubrimiento. Tengo que reconocer que tu gente es digna de admiración y alabo su iniciativa, inventiva y decisión – dijo Fan
- ¿Cómo pudieron descubrir que el sistema de cestas-redes o redes-cestas era eficiente y el mejor de todos los posibles?
- Se hicieron muchas pruebas con muy diferentes materiales, mallas, gruesos de cables, tipos de grúas. Se desecharon muchos prototipos, algunos que daban resultados pero no tanto como la solución final que es la que ahora se está usando, lo que no impide que se sigan haciendo experimentos paralelamente a la explotación
Esa tarde la dedicaron a recuperarse de las fatigas del día anterior. Ya no salieron a cenar y lo hicieron con las provisiones de la mochila; sin reparar en que a Marcel, aquellas provisiones en una bolsa aparentemente vacía y en un estado de conservación excelente, no le cuadraban, pero él no quiso preguntar nada.