PÁGINAS RECOMENDADAS

jueves, 28 de abril de 2016

XI.- Cloe quiere... dientes

No sólo Cloe. Hay mucha gente que come sin ton ni son y no tiene idea
 de cómo se debe hacer ni de cual es el proceso digestivo. Y 
luego vienen los cólicos, las indigestiones, los ardores... 
Cloe se va enterando de cosas, aunque al final 
no sé si aprendió las lecciones

Otro día "Cloe quiere...   casa"                   


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

Ya hacía días que Cloe no se metía en ningún lío ni emprendía una nueva aventura o, al menos, sus amigos no se habían enterado; y eso tranquilizaba, y al mismo tiempo inquietaba a Muuriel y a Woffe. Tranquilidad porque esperaban que ya hubiera aprendido y recapacitado, e inquietud porque, de no ser así, no tardaría en volver a las andadas y meterse en algún problema.
Una radiante mañana, como lo son todas las mañanas en los cuentos, en que Cloe regresaba de sus ejercicios matinales, se encontró con Woffe y le saludó con un sonoro:
- ¡Cló! Wof
- ¡Guau! Cloe. Te veo muy bien y en plena forma, te prueban bien esas carreras.
- No te creas, últimamente tengo unas enormes molestias digestivas; pero es que, como la temporada de saltamontes es tan buena, me atiborro a base de bien y me duele también el buche.
- Lo mismo me pasó a mí en una temporada y el dolor de barriga me estuvo martirizando. Y es que comía con ansia viva y tragaba todo sin apenas masticar. Luego aprendí que había que tomarse su tiempo comiendo y masticar cada bocado al menos treinta veces, así se mezcla bien con la baba y se digiere mejor. Bueno, adiós, que tengo que ir con el amo a perdices.
- Adiós Wof, ¡Pobres primas mías!
Y Cloe se quedó pensando, se puso todo lo pensativa que podía ponerse, en lo que había oído a Wof.
- ¿Será por eso?, ¿Será porque me trago todo entero?
Y decidió informarse mejor sobre el proceso alimentario. De modo que se acercó a su amiga Muuriel que se encontraba rumiando, como solía hacer unas quince veces al día, con la mirada perdida en el horizonte.
- Muu ¿cómo es que te encuentro siempre comiendo?
- No estoy comiendo, estoy rumiando lo comido. Los rumiantes, además de tener cuatro estómagos, es lo que hacemos; nos tragamos todo sin masticar pero así no lo podemos digerir, de modo que lo vamos sacando poco a poco, lo masticamos a conciencia y esta vez sí que lo tragamos definitivamente a otro estómago y lo podemos digerir.
- ¡Qué interesante! Pero Wof no lo hace igual.
- Es que él no es un rumiante, sólo tiene un estómago y ha de masticar muy bien todo antes de tragar. Y ahora, adiós, que me voy al prado a por algo más de pasto y a matar unas cuantas moscas con el rabo.
Cloe se quedó doblemente pensativa, si esto es posible. En primer lugar pensaba que ambos le rehuían últimamente, pero ese pensamiento no le duró mucho y afloró el otro pensamiento:
- Resulta que para no tener molestias digestivas hay que masticar bien ¡Pero si yo no tengo dientes!
Y tomó una decisión
- Necesito una dentadura. A ver quién entiende de la materia por aquí.
Y se puso a considerar qué animales de la granja pudieran tener los conocimientos y la habilidad manual para fabricarle unos dientes.
Días le costó, pero al cabo se enteró de que los ratones tenían algo que ver con el asunto y que, además, había uno muy famoso por cambiar dientes por monedas.
También le contaron que los humanos llamados dentistas hacían lo mismo pero al revés.
Estuvo tentada de acudir en demanda de ayuda a algún ratón pero, recordando sus aventuras y desventuras con ellos, recordando el vituperio y la rechifla que sufrió en su aventura de la caza, desistió de ello.
Y así pasó unos cuantos días más indagando entre todos los vecinos, salvo Muu y Wof, sobre la existencia de alguien experto.
Al cabo del tiempo le llegó a sus oídos, porque orejas no tienen las gallinas, un dicho sobre que “Si matas un sapo, por la noche cuando duermes se sube a tu cama y te cuenta los dientes”, de modo que se encaminó a la charca en busca de batracios.
Finalmente encontró un sapo, gordo y verrugoso, y le dijo:
- Hola sapo. ¿Tú entiendes de dientes?
- Algo sé. Sé cómo cuidarlos y me los limpio con una ramita.
- ¿Y nada más?
- Hay quien dice que sé contarlos, pero no soy capaz de pasar del número cinco.
- ¿Y no serías capaz de fabricarme una dentadura?
- Lo intentaré, pero pagando, claro.
- ¿Cuánto?
- Una docena de moscas y diez escarabajos.
- Trato hecho, ponte a trabajar.
- Espera que te haga un molde.
Y amasando arcilla del borde de la charca le sacó un molde del pico y se retiró a su agujero, no sin antes decirle:
- En una semana vienes, pero no te olvides de traerme mi paga.
La semana se le hizo a Cloe muyyyyyyyy laaaaaargaaaaaaa, y la víspera se dispuso a cazar las moscas y los escarabajos para el sapo, aunque no fue capaz de cazar más de diez moscas y ocho escarabajos, pero pensó:
- No creo que note la falta, total ha dicho que no sabe contar más que hasta cinco.
En la charca la estaba esperando el sapo con una prótesis de arcilla secada al sol, pero no tenía incisivos, caninos, premolares ni molares, sino una especie de dientecillos cónicos en forma de sierra como los suyos, que es la única dentadura que conocía. Además puede que no le duraran mucho, porque en la charca no había un horno en donde cocer la arcilla.
- No importa – se dijo – mientras me pague…. Porque tardará algo en darse en cuenta de que no le sirven de nada.
De modo que hicieron el intercambio.
El sapo contó moscas y escarabajos:
- A ver, moscas una, dos, tres, cuatro, cinco, cinco, cinco, cinco, cinco y cinco. ¡Bien!. Y escarabajos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, cinco, cinco y cinco. ¡Perfecto!
Cuando se los acabó de comer se quedó con hambre, pero no supo cuál era la causa.
Cloe quedó muy contenta con su dentadura, le quedaba muy aparente y le hacía una bonita sonrisa, pero le duró lo que se tarda en masticar dos saltamontes. Junto con los saltamontes acabó tragando trozos de barro y piedrecitas de la dentadura.
En unos días comprobó que la pechuga ya no le dolía ni le molestaba el estómago, aunque no sabía si era porque había moderado su glotonería, o por efecto de la dentadura. Lo cierto es que olvidó pronto aquella aventura de los dientes ni su causa.
Y, de haber sido más inteligente, hubiera acabado comprendiendo tres cosas:
a) Que las gallinas no tienen necesidad de dientes, la molleja se encarga de triturar todo, y aún más si se tragan algunas piedrecillas que ayudan mucho.
b) Que hay que comer con moderación si no quieres acabar con dolor de buche.
c) Que no es bueno engañar al prójimo, te puede engañar también y entonces no tendrás razones para quejarte. 

 

jueves, 21 de abril de 2016

X.- Cloe quiere... marcha

A veces te pintan las cosas muy atractivas e incitantes, con un halo 
de aventura y diversión, y no hay nada como experimentar 
para saber si esas cosas encajan con tus expectativas,
 Parece que Cloe, en esta ocasión aprendió algo
aunque corriendo el riesgo, porque a
veces hay que arriesgarse. 

CLOE QUIERE MARCHA
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

Fue picoteando entre unas tablas del corral cuando lo encontró.
Cloe no había visto nunca un bicho semejante. Había visto lagartijas y aquel raro personaje al que Muuriel llamó camaleón. Pero este bicho era diferente y, aunque se parecía algo a una lagartija, era deforme, rugoso, con unas gruesas yemas en los dedos y de un color ceniciento.
Estuvo tentada de darle un picotazo y comérselo, que es lo que hubiera hecho con una lagartija, pero es que aquello no ofrecía un aspecto muy apetitoso que digamos. De modo que contuvo su instinto picoteril y se limitó a preguntarle:
- ¡Oye! ¿Tú quién eres y qué haces aquí?
Abrió un ojo dificultosamente y, con un hilillo de voz, masculló:
- Déjame dormir
- ¿Cómo dormir? ¡Si ya es de día! Mira como brilla el Sol. A estas horas el único que suele echarse la siesta es Woffe.
Entreabrió ligeramente el otro ojo y replicó:
- Será para ti. Para mí es hora de dormir
- Se duerme por la noche. Todos lo hacemos.
- ¿Todos? No me hagas reír. Tú no sabes el ambientazo y la marcha que hay por la noche. Pero claro, como tú te acuestas con las gallinas no te enteras.
- ¡Cuenta, cuenta! - le instó Cloe, a la que le había picado la curiosidad.
- Pues de noche somos muchos los que salimos a hacer el trabajo que vosotras no podéis hacer de día y nos pegamos unos buenos banquetes con la legión de insectos y otras cosas que sólo salen cuando se oculta el Sol.
- Pero no me has dicho qué eres, cómo te llamas y lo que haces aquí.
- Hay quién me llama Salamanquesa, no sé por qué porque soy de Albacete y no de Salamanca, otros me llaman también Perenquén, elige lo que quieras. Aquí me retiro para dormir durante el día, porque me paso la noche por ahí de caza.
- ¡Sigue, sigue! ¿Y hay más como tú?
- ¡Huy! Somos legión; no sólo los de mi raza, hay: murciélagos, escolopendras, arañas, algunas sierpes, zorros, ratones, liebres, conejos, búhos, lechuzas,…
- No conozco a esos bichos que dices, nunca los he visto ni me hago idea de cómo pueden ser, aparte de los ratones que también he visto de día, y las zorras que ya conozco, pero por aquí no se ven gracias a Woffe.
- Pues los murciélagos son los primos de los ratones y vuelan.
- ¡Ánda yaaaaaa! Te quieres quedar conmigo. ¿Cómo van a volar los ratones?
- Estos que te digo, sí que lo hacen, y cazan las polillas y los mosquitos al vuelo.
- Me gustaría verlo. Parece que será divertido ese ambiente nocturno.
- Pero no te fíes demasiado; te he nombrado a los búhos, las lechuzas, los mochuelos,... esos mejor que no te los encuentres.
- Ya será menos..., has despertado mi curiosidad.
- Y tú me has despertado a mí ¿Me permites que siga durmiendo?
- Vale, pero quiero salir de marcha esta noche. ¿Me harías de guía?
- Bueno, pero no respondo de lo que te pueda pasar. Ven esta noche, tan pronto oscurezca, aquí mismo te esperaré y te enseñaré el ambientazo nocturno de la granja.
Cloe siguió sus rutinas habituales, pero con una gran impaciencia por que llegara la noche lo más pronto posible; y aunque tardó en llegar lo mismo que de costumbre, a ella se le hizo muy largo, más que de costumbre. Y es que la impaciencia, las expectativas, lo que se anhela, parece que hacen alejarse aún más el objeto deseado.
Pero al final llegó la noche tan esperada; y Cloe, en lugar de trepar a su palo y esconder la cabeza bajo el ala como solía hacer, salió sigilosa por la puerta del gallinero hacia la desconocida noche exterior.
Nunca había visto la granja tan oscura, ni tan siquiera en un día de tormenta y negros nubarrones, tampoco aquellos millares de puntos luminosos que titilaban donde antes brillaba el Sol.
Al principio le costó ver a su alrededor, no tenía costumbre de moverse en la oscuridad. En el gallinero también se hacía la negrura absoluta pero ella seguía en su palo bien quieta, durmiera o velara. Poco a poco fue acomodando la vista a las condiciones ambientes y, entre la negrura, pudo distinguir la difusa silueta del corral.
Pasito a paso, con miedo de tropezar, acabó llegando al lugar en que había encontrado a la Salamanquesa; y allí estaba, con los ojillos redondos bien abiertos y sacando una larga lengua. Visto así, en su ambiente y en su tenue luz no parecía tan repulsivo, hasta resultaba gracioso.
- Hola Peren – le dijo por abreviar el nombre
- Hola… ¿cómo te llamas? No me lo has dicho.
- Me llamo Cloe.
- Pues vamos, Cloe.
Y comenzó a trepar pared arriba como si anduviera a piso llano.
Cloe se quedó mirando y no intentó imitarlo, ya había tenido suficiente cuando probó de trepar por el tronco de un árbol para intentar volar y sabía que la escalada no era una de sus escasas habilidades.
Peren, desde las alturas le dijo:
- Así es como cazamos nosotros. Nos quedamos quietecitos, pegados a la pared, y cuando una presa se posa y se pone a tiro ¡Zás!
- Y así sólo, sin moverte ni buscar presas, esperando que éstas vengan a ti… ¿Ya cazas bastante?
- ¡Huy sí! De noche abunda la caza y no damos abasto.
-¡Qué bien! Porque de día a veces escasea. Me parece que me haré nocturna. Ésto me gusta.
- Pero tendrás que emplear otra técnica, porque no creo que seas capaz de trepar y, aún menos, de quedarte inmóvil, mimetizada con la pared.
- Tienes razón también lo intenté, pero camaleón no me pudo enseñar y aquello no salió bien.
- Pues mira; ahí tienes un murciélago, pero supongo que tampoco sabes volar, aunque alas y plumas sí que tienes.
Cloe se quedó mirando fijamente y, a la luz de aquellos puntos luminosos del cielo, pudo columbrar una figura que evolucionaba ágilmente en el aire, que daba revueltas, picados, tirabuzones,… en fin una exhibición de acrobacia aérea, y le causó una gran admiración.
Perseguía, junto con otros, a unos puntos luminosos que, en gran cantidad, evolucionaban como un bando de estorninos. Peren le informó que aquellos insectos eran luciérnagas y que producían luz propia.
Pero cuando se quedó pasmada, que casi no podía salir de su asombro, fue cuando uno de aquellos murciélagos, que acosaban a aquella nube de luciérnagas, se acercó lo suficiente para poder distinguirlo y… y gritó:
- ¡Es un ratón!, muy feo, pero un maldito ratón. Eso sí que es raro. Nunca lo hubiera imaginado. De modo que los ratones han conseguido volar mientras que las gallinas no. Ahora les tengo aún más manía que desde mis intentos por cazar.
Una luz se encendió en una ventana de la casa y los murciélagos se acercaron a ella.
Cloe sintió curiosidad y le preguntó a Peren:
- ¿Cómo es que van a la luz? ¿Les atrae?
- A ellos no, pero lo que sí atrae es a las polillas, que son más gordas que las luciérnagas, y ellos van a cazarlas. Me parece que me voy a acercar yo también y me apostaré cerca del alféizar. Seguro que ¡Zás!, alguna cae.
Y se deslizó por la pared de la cuadra en dirección a la casa. Cloe también se puso en marcha y, al poco, ya estaban allí. Peren junto a la ventana y Cloe al pie de la pared, cerca de la puerta.
Pudo ver como una de aquellas cosas blanquecinas, de gruesos cuerpos y alas peludas, se paró al reclamo de la luz cerca de Peren. Y vio, aunque más bien no lo vio, porque aquello fue visto y no visto, tan raudo como el pensamiento… ¡Zás! La engulló de un bocado.
Pudo ver bastante bien a aquella especie de presa. No eran tampoco muy apetecibles. Parecían mariposas, pero gordas y feas, de un color poco atractivo.
En esto se hizo un escandaloso silencio, y Peren le gritó:
- ¡Corre, ponte a salvo que viene la lechuza!
Y la vio llegar. Se trataba de un ave de porte majestuoso, con una cara en forma de corazón y grandes alas silentes.
Se le echaba encima y casi la atrapa porque se había quedado inmóvil, casi petrificada, contemplando la mortífera belleza de aquella criatura y sintiendo un terror que nunca, ni siquiera huyendo de la zorra, había sentido. Pero en una fracción de segundo reaccionó y se coló en la casa por la gatera, que justamente estaba allí mismo en la puerta.
Cuando hubo recobrado el aliento y superado el susto, Cloe pensó:
- ¿Qué opinarán si me descubren aquí dentro no siendo gato? ¿Qué pensarán si encuentran aquí una gallina a estas horas en lugar de estar durmiendo como todas?
No se atrevía a salir a la noche. Los ruidos de la casa la asustaban y temía ser descubierta, pero más la asustaba la noche exterior, era peligrosa, nada divertida, nada de marcha. Se esperaría a que cantase el gallo para abandonar el refugio y regresar al gallinero haciendo ver que se acababa de levantar de su palo.
Pero durante aquellas largas y atemorizantes horas de espera, tuvo tiempo de recapacitar, tuvo tiempo de pensar que a Muu ni una palabra de aquella aventura, tuvo tiempo de apreciar lo bonito que era el día, luminoso y alegre; con sus lagartijas que parecían lagartijas, los ratones que parecían ratones y afortunadamente no volaban, las bellas mariposas multicolores,… frente a aquellas cosas nocturnas tan feas.
- ¡Claro! - pensó – como de noche no se les ve bien, no les importa lo feos que sean.
Y para colmo, la única criatura bella, tanto que la fascinó y pudo costarle la vida, era muy peligrosa.

De modo que, sin necesidad de reprimendas ni recomendaciones, eligió seguir siendo gallina diurna. Pero aquello lo había aprendido por sí misma, de su propia experiencia, de sus propios errores, y ya nunca se le podría olvidar.   

   

miércoles, 13 de abril de 2016

IX.- Cloe quiere... liderar

Cloe recuperó su línea y se mantenía fuerte, 
tanto que no temía a ninguna otra gallina 
del gallinero. Es más, las  ignoraba y
 le importaba un pimiento lo que
 pasara con ellas mientras
ello  no le afectase 
personalmente.


CLOE QUIERE LIDERAR
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie


Cualquiera que no se dedique a la avicultura diría que todas las gallinas son iguales pero, como pasa con las personas, no es así.
Sí, estoy hablado de algo un tanto complicado de abordar, estoy hablando de individualidades, pero también de razas, algo que entre las gallinas es importante.
En la granja de Cloe había tres grupos bien diferenciados. Como gallinas eran consideradas todas con iguales deberes y derechos, pero entre ellas siempre había aquello de…
- Yo soy diferente
Aunque quería decir
- Yo soy superior
Pues a lo que íbamos, existían gallinas: Negras de raza Castellana y de raza Blanca del Prat.
Cloe no pertenecía a ninguna de esas dos razas, como muchas otras de aquella granja, era producto de mezcla y no pretendía establecer comparaciones entre unas y otras en términos de superioridad o inferioridad, todas le daban igual y no tenía ningún sentimiento de pertenencia a un grupo u a otro, porque consideraba que sus particularidades individuales las hacían diferentes entre ellas pero, de ningún modo, superiores.
Es más, tal como pasa con los seres humanos, incluso dentro de un mismo grupo étnico, todos eran diferentes en algo y eso enriquecía al grupo, pero nadie tenía derecho a sentirse superior a otro por ese motivo. Sin embargo algunos esgrimían absurdos e hipotéticos privilegios y lo mismo pasaba entre las gallinas.
En el gallinero hacía tiempo que reinaba un mal ambiente, no es algo que preocupase demasiado a Cloe, de hecho no le preocupaba nada, ella iba a la suya, además la preocupación era una de esas muchas cosas que tampoco tenían cabida en su pequeño cerebro.
Pero al cabo del tiempo, en aquel gallinero se respiraba una atmósfera irrespirable, cosa absurda y al mismo tiempo incómoda.
Todo aquello llegó a las orejas de Muuriel, quien hizo llamar a Cloe y le preguntó:
- ¿Ya sabes lo que está pasando en tu gallinero?
- ¿Pasar?, pues… lo de siempre.
- ¿Ya sabes qué pasa entre las blancas y las negras?
- Que se andan picoteando unas a otras, pero eso entre ellas es normal, ya se apañarán.
- Sí, pero ¿has oído que ya empiezan a picotear a las mezcladas como tú?
- ¿Y a mí qué?
- Que un día te tocará a ti y entonces vendrás a mí quejándote, pero ya no habrá remedio, cuando las masas se desmandan no hay quien las pare ni quien les haga razonar.
- ¡Eso sí que no! ¡A mí que no se me acerquen! Ya sé mantener las distancias y también sé picar, aparte de que estoy muy en forma.
- Ya entramos en la espiral de la violencia. No, Cloe, la cosa es que hay que atajar esto antes de que vaya a más. ¿No conoces tú a alguna lideresa de las mezcladas?
- ¿Lideresa?
- Sí, alguien que tenga un cierto ascendiente sobre todas ellas, alguien a la que puedan escuchar.
- ¡Pues claro! ¡Yo misma! A mí me conocen todas y he sido famosa, aunque ya no recuerdo por qué, pero famosa.
- Afortunadamente, y te recomiendo que sigas sin intentar recordarlo. Pues bien; te sugiero que las reúnas a todas y les hagas ver que por este camino no se llega a nada bueno, y que si acabáis todas picoteadas no serviréis de nada y os reemplazarán a todas por otras nuevas y de otra raza menos belicosa.
Y Cloe se marchó entusiasmada con su nuevo objetivo y pensando que, por una vez, Muu no la había reñido por intentar algo, sino que encima la había incitado a hacerlo.
Y pensó mucho, lo máximo que puede pensar una gallina, y preparó la estrategia.
Estuvo horas y horas cazando y acopiando alimentos varios hasta que tuvo una buena provisión y, entonces, hizo correr la voz de que habría una reunión en el gallinero. No excluyó a ningún grupo y advirtió que al finalizar habría un pica pica. Así se garantizaba la plena asistencia, porque las gallinas siempre están dispuestas a tragar cualquier cosa, aunque ella pretendía especialmente que tragaran sus palabras. De no ser por el reclamo del pica pica es posible que se hubiera encontrado sola en el gallinero.
Y llegó el momento. Allí estaba todo el averío, sin faltar ni una: blanca, negra o mezclada.
Cloe se subió al palo más alto y comenzó a decirles:
- Tengo entendido que aquí tenemos algunas de picotazo fácil.
- Sí, sí – se oyó un coro de mezcladas.
- La jerarquía y la superioridad de unas gallinas sobre otras siempre se ha demostrado así – dijo una negra que parecía liderar a su grupo.
- ¿Y quién os ha dado esa jerarquía y superioridad? Aquí todas somos iguales ante los amos, y la que no, puede ir a la olla.
- Es que esas negras tienen la culpa de todo - dijo otra que parecía ser la portavoz de las blancas.
- Ya estamos buscando culpables ajenos a las faltas propias. Y ellas dirán que vosotras las blancas sois las culpables.
- ¡Eso, eso! – gritaron las negras – ellas empezaron.
- Pues eso se tiene que acabar porque, en caso contrario, vamos a ser las mezcladas las superiores, ya lo somos en número, y os vamos a freír a picotazos. ¿Queréis eso?. Así que id bajando esos humos de raza y dedicaros a vuestras labores en lugar de fastidiar al prójimo, o les diré a mis compañeras que ataquen.
- ¡Sí, sí! - se oyó a un numeroso grupo de mezcladas.
- Pues bien, si vuestras cortas entendederas lo han asimilado, ya podéis ir en paz al pica pica, que eso es mejor que andar picoteando a otras gallinas.
Cloe quedó muy satisfecha de su actuación. Era la lideresa, no sólo de las mezcladas, sino de todo el gallinero, puesto que habían aceptado sus órdenes y su nada velada amenaza disuasoria.
Pasó un tiempo en que no volvieron a producirse agresiones, la vida transcurría plácida en la granja y la producción de huevos era óptima. Pero, como las gallinas ya sabemos que tienen tanta memoria como capacidad craneana, bastó que una negra se adelantara y cazara un saltamontes antes que una blanca, que adujo haberlo visto primero, para que volvieran las hostilidades.
Cloe las volvió a reunir y les dijo:
- Habéis vuelto a las andadas y esto es malo para todas, no solo para vosotras las blancas y las negras. Si fuera sólo para vosotras no me importaría. Nosotras las mezcladas no os necesitamos para nada a vosotras las “de raza”. Pero lo malo es que nos tocará pagar también el pato.
- ¿Qué pato?, ¿el de la laguna? - dijo una graciosa de raza negra.
- No; quiero decir que nos tocará pagar las consecuencias a todas.
- ¡No! ¡de ninguna manera! - gritaron las mezcladas.
- Pues para que sepáis lo que nos puede esperar si seguís con vuestras absurdas riñas, os tengo que contar algo que Woffe ha escuchado a los amos. No os lo quería contar para no espantar a nadie, es muy horrible. Decían los amos que eso de tener varias razas juntas estaba resultando un problema.
- ¡Eso, eso! ¡Que se marchen las negras!
- ¡Que se marchen las blancas!
- Tenéis razón, pero ambas a la vez. Para que quede una sola raza, una que no dé problemas, sobráis vosotras, ambas, y nos quedaremos nosotras. Pero aún es peor y, con vuestra actitud, me obligáis a contarlo por horrible que sea. Los amos decían que si ésto sigue así, nos venderán a todas a una fábrica de cubitos y traerán todas las gallinas de única raza, la Leghorn.
- ¡No, no! ¡De ninguna manera! - el clamor fue unánime.
- Pues ya os podéis aplicar el cuento y tened un poco de respeto, generosidad y comprensión hacia las demás. Y con esto termina esta reunión, a la que seguro habéis venido pensando en el pica pica; pues no, no hay, no os lo habéis ganado.
Cloe marchó muy satisfecha por su liderazgo, y aún más por haber sabido capear el temporal, inventándose una falsa conversación de los amos. Esta vez, también, Muu podría estar satisfecha con ella.

Todos pensaron, y vosotros también, que aquello se había resuelto para siempre, yo soy algo más escéptico. Sabemos las limitaciones intelectuales de las gallinas y, por tanto, que las palabras largas como: respeto, generosidad y comprensión las olvidarían a no tardar mucho, mientras que otras palabras cortitas, como YO y ODIO, volverían a salir a flote tarde o temprano. ¿Será verdad?.

viernes, 8 de abril de 2016

VIII.- Cloe quiere ... adelgazar

Seguro que Cloe piensa que este jueves no he puesto nada de 
ella como cada jueves porque se me ha camuflado y no la 
he visto, pero está equivocada. Lo que pasa es que estoy
 muy liado y son más las gallinas que entran que 
las que  salen y Cloe ha tenido lista de
 espera  para salir en su día

Otro día "Cloe quiere...          "                   
Me lo estoy pensando



CLOE QUIERE ADELGAZAR
Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Todo comenzó el día de San Martín, cuando Cloe vio cómo se llevaban a los cerdos para nunca más volver, aunque lo que más la espantó fue la forma en que se los llevaron, los chillidos desgarradores que sonaban en el patio interior y el olor a sangre y a pelo chamuscado.
Aquello era inquietante para ella y estaba muy preocupada, aunque no por los cerdos, que no le caían muy bien. Tendría que preguntar a Muu qué significaba todo aquello.
Ella se encontraba muy bien, había disfrutado de una excelente temporada de saltamontes y el grano no le faltaba, con todo ello había engordado bastante y ahora estaba tranquila porque iba a afrontar el invierno con reservas acumuladas suficientes para que no se viera comprometida la producción de huevos.
Habían pasado unos días y los cerdos no volvían, de modo que se animó a consultar a Muu, sin pérdida de tiempo.
Esta vez Muu no estaba rumiando, como era de esperar; estaba comiendo pero, como siempre, parsimoniosamente. No hacía mucho que había empezado a comer, porque el pesebre estaba bien lleno. Cloe decidió no molestarla y dejarla que comiera tranquilamente, de modo que se marchó sin decir nada ni hacerse notar por su amiga Muuriel.
Por la tarde regresó y Muu ya estaba rumiando y con una mirada pensativa perdida en el horizonte y, cualquier observador medianamente despierto, hubiera concluido que estaba sumida en profundas reflexiones; pero Cloe no era nada observadora, ni despierta, no tuvo la menor consideración con Muuriel y le espetó:
- Muu ¿qué ha pasado con los cerdos?
- Dime Cloe, perdona, no te estaba escuchando.
- ¿Qué ha pasado con los cerdos?
- ¡Ah! Pues lo de todos los años. ¿Es que no te habías dado cuenta antes?
- No, ¿de qué?
- Pues ¡de qué va a ser! De lo que hacen los humanos; pero no solo con los cerdos, sino con todos los animales de la granja. ¿Nunca te has preguntado qué pasa con tus huevos? ¿Nunca has pensado que lo natural es que deberías incubarlos y criar tus pollitos?. Sin embargo habrás observado que cada día se los llevan y ya no los vuelves a ver. Pues con los cerdos pasa algo parecido; sólo los amos deciden, a los cerdos los crían, los engordan y, cuando están suficientemente gordos, se los llevan y no regresan. Pero no quiero decirte lo que pasa con ellos porque es muy desagradable.
Cloe marchó con el corazón en un puño y con mucho miedo, todo el miedo que era capaz de albergar. Eso de acabar en un lugar desconocido la asustaba, con lo bien que estaba ella en la granja, en libertad y con sus amigos.
Ella, como los cerdos, había ganado peso y eso la asustaba aún más.
- Tengo que perder peso si no quiero que se me lleven.
Y comenzó una dieta baja en calorías. De momento acabó con las golosinas y el picoteo; bueno ya se entiende, lo de picoteo no, porque no habría podido comer absolutamente nada, pero dejó de tomar entre horas los chips crujientes de escarabajo y los gusanitos.
Lo que sucede es que, al no saciarse con unos alimentos, necesitaba aumentar la ingesta de otros, pero procuró sustituirlos por hojas de las verduras de la huerta, aunque no le gustaban mucho. Tuvo la suficiente fuerza de voluntad para reducir grasas e hidratos de carbono, aunque esto le suponía pasarlo mal.
Con el tiempo se había ido habituando al nuevo régimen de comidas. Lo malo es que, además de perder peso, comenzó a bajar su producción de huevos y a ponerlos con la cáscara muy débil a falta del calcio que le aportaban los crujientes coleópteros, y ya sabía lo que les había pasado a otras gallinas que habían bajado su producción: que se las llevaron y, como los cerdos, nunca más regresaron.
Entonces decidió no hacer recortes en la dieta y, en su lugar, hacer ejercicio físico para eliminar kilos sin que afectara a la puesta.
Y, cada mañana, cuando el gallo gritaba su “buenos días”, cuando el sol comenzaba a despuntar, salía a correr por los sembrados y los pastizales.
Algún susto le dio a Wof. El pobre creyó que si corría de aquella manera, tan alocada y tan ridícula, era porque la amenazaba algún peligro y entonces salía corriendo a protegerla de depredadores inexistentes.
Pasó el tiempo y Cloe había perdido peso, su puesta era normal, incluso se encontraba entre las más productivas y había conseguido una forma física envidiable.
Por una vez estaba satisfecha de haber logrado lo que se había propuesto, ya no se consideraba tan tonta e inútil como una gallina, sin dejar de ser gallina.
Pasó la Navidad, aquella época en que se llevaban para no volver nunca más: lechones, corderos, pavos, patos, pollos y hasta gallinas, sin que vinieran a llevársela a ella, y respiró tranquila.
Pero, aunque creía que ya había pasado el peligro, aunque estaba en índices de masa corporal correctos, no dejó de controlar lo que comía ni dejó de hacer su ejercicio matinal de cada día.
Muu, que la veía cada día corretear al aire libre, se quedó tranquila, si cabe aún más de lo que ya era, porque su amiga había escapado a otro invierno y la felicitó por haber conseguido realizar, al menos una vez, lo que se había propuesto.

Cloe se sintió muy feliz por lo conseguido, pero mucho más por la felicitación y el aprecio de su amiga y por que, en esta ocasión, no había recibido una reprimenda ni una exhortación.