No sólo Cloe. Hay mucha gente que come sin ton ni son y no tiene idea
de cómo se debe hacer ni de cual es el proceso digestivo. Y
luego vienen los cólicos, las indigestiones, los ardores...
Cloe se va enterando de cosas, aunque al final
no sé si aprendió las lecciones
Otro día "Cloe quiere... casa"
CLOE QUIERE... DIENTES
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Ya
hacía días que Cloe no se metía en ningún lío ni emprendía una
nueva aventura o, al
menos, sus amigos no se habían enterado;
y eso tranquilizaba, y al mismo tiempo inquietaba a Muuriel y a
Woffe. Tranquilidad porque esperaban que ya hubiera aprendido y
recapacitado, e inquietud porque, de no ser así, no tardaría en
volver a las andadas y
meterse en algún problema.
Una
radiante mañana, como lo son todas las mañanas en los cuentos, en
que Cloe regresaba de sus ejercicios matinales, se encontró con
Woffe y le saludó con un sonoro:
-
¡Cló! Wof
-
¡Guau! Cloe. Te veo muy bien y en plena forma, te prueban bien esas
carreras.
-
No te creas, últimamente tengo unas enormes molestias digestivas;
pero es que, como la temporada de saltamontes es tan buena, me
atiborro a base de bien y
me duele también el buche.
-
Lo mismo me pasó a mí en una temporada y el dolor de barriga me
estuvo martirizando. Y es que comía con ansia viva y tragaba todo
sin apenas masticar. Luego aprendí que había que tomarse su tiempo
comiendo y masticar cada bocado al menos treinta veces, así se
mezcla bien con la baba y se digiere mejor. Bueno, adiós, que tengo
que ir con el amo a perdices.
-
Adiós Wof, ¡Pobres primas mías!
Y
Cloe se quedó pensando, se puso todo lo pensativa que podía
ponerse, en lo que había oído a Wof.
-
¿Será por eso?, ¿Será porque me trago todo entero?
Y
decidió informarse mejor sobre el proceso alimentario. De modo que
se acercó a su amiga Muuriel que se encontraba rumiando, como solía
hacer unas quince veces al día, con la mirada perdida en el
horizonte.
-
Muu ¿cómo es que te encuentro siempre comiendo?
-
No estoy comiendo, estoy rumiando lo comido. Los rumiantes, además
de tener cuatro
estómagos, es lo que hacemos; nos tragamos todo sin masticar pero
así no lo podemos digerir, de modo que lo vamos sacando poco a poco,
lo masticamos a conciencia y esta vez sí que lo tragamos
definitivamente a otro
estómago y lo
podemos digerir.
-
¡Qué interesante! Pero Wof no lo hace igual.
-
Es que él no es un rumiante, sólo tiene un estómago y ha de
masticar muy bien todo antes de tragar. Y ahora, adiós, que me voy
al prado a por algo más de pasto y a matar unas cuantas moscas con
el rabo.
Cloe
se quedó doblemente pensativa, si esto es posible. En primer lugar
pensaba que ambos le rehuían últimamente, pero ese pensamiento no le
duró mucho y afloró el otro pensamiento:
-
Resulta que para no tener molestias digestivas hay que masticar bien
¡Pero si yo no tengo dientes!
Y
tomó una decisión
-
Necesito una dentadura. A ver quién entiende de la materia por aquí.
Y
se puso a considerar
qué animales de la granja pudieran tener los conocimientos y la
habilidad manual para fabricarle unos dientes.
Días
le costó, pero al cabo se enteró de que los ratones tenían algo
que ver con el asunto y que, además, había uno muy famoso por
cambiar dientes por monedas.
También
le contaron que los humanos llamados dentistas hacían lo mismo pero
al revés.
Estuvo
tentada de acudir en demanda de ayuda a algún ratón pero,
recordando sus aventuras y desventuras con ellos, recordando el
vituperio
y la rechifla que sufrió en su aventura de la caza, desistió de
ello.
Y
así pasó unos cuantos días más indagando entre todos los vecinos,
salvo Muu y Wof, sobre la existencia de alguien experto.
Al
cabo del tiempo le llegó a sus
oídos, porque orejas no tienen las gallinas, un dicho sobre que “Si
matas un sapo, por la noche cuando duermes se sube a tu cama y te
cuenta los dientes”,
de modo que se encaminó a la charca en busca de batracios.
Finalmente
encontró un sapo, gordo y verrugoso, y le dijo:
-
Hola sapo. ¿Tú entiendes de dientes?
-
Algo sé. Sé cómo cuidarlos y me los limpio con una ramita.
-
¿Y nada más?
-
Hay quien dice que sé contarlos, pero no soy capaz de pasar del
número cinco.
-
¿Y no serías capaz de fabricarme una dentadura?
-
Lo intentaré, pero
pagando, claro.
-
¿Cuánto?
-
Una docena de moscas y
diez escarabajos.
-
Trato hecho, ponte
a trabajar.
-
Espera que te haga un molde.
Y
amasando arcilla del borde de la charca le sacó un molde del pico y
se retiró a su agujero, no sin antes decirle:
-
En una semana vienes, pero no te olvides de traerme mi paga.
La
semana se le hizo a Cloe muyyyyyyyy laaaaaargaaaaaaa, y la víspera
se dispuso a cazar las moscas y los escarabajos para el sapo, aunque
no fue capaz de cazar más de diez moscas y ocho escarabajos, pero
pensó:
-
No creo que note la falta, total ha dicho que no sabe contar más que
hasta cinco.
En
la charca la estaba esperando el sapo con una prótesis de arcilla
secada
al sol, pero no tenía incisivos, caninos, premolares ni molares,
sino una especie de dientecillos cónicos en forma de sierra como los
suyos, que es la única dentadura que conocía. Además puede que no
le duraran mucho, porque
en la charca no había un horno en donde cocer la arcilla.
-
No importa – se
dijo – mientras me
pague…. Porque tardará algo en darse en cuenta de que no le sirven
de nada.
De
modo que hicieron el intercambio.
El
sapo contó moscas y escarabajos:
-
A ver, moscas una, dos, tres, cuatro, cinco, cinco, cinco, cinco,
cinco y cinco. ¡Bien!.
Y escarabajos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, cinco, cinco y
cinco. ¡Perfecto!
Cuando
se los acabó de comer se quedó con hambre, pero no supo cuál era
la causa.
Cloe
quedó muy contenta con su dentadura, le quedaba muy aparente y le
hacía una bonita sonrisa, pero le duró lo que se tarda en masticar
dos saltamontes. Junto con los saltamontes acabó tragando trozos de
barro y piedrecitas de la dentadura.
En
unos días comprobó que la
pechuga ya no le dolía ni le molestaba el estómago,
aunque no sabía si era porque había moderado su glotonería, o por
efecto de la dentadura.
Lo cierto es que olvidó
pronto aquella aventura de los dientes ni su causa.
Y,
de haber sido más
inteligente, hubiera acabado
comprendiendo
tres cosas:
a)
Que las gallinas no tienen necesidad de dientes, la molleja se
encarga de triturar todo, y aún más si se tragan algunas
piedrecillas que ayudan
mucho.
b)
Que hay que comer con moderación si no quieres acabar con dolor de
buche.
c)
Que no es bueno engañar al prójimo, te puede engañar también y
entonces no
tendrás razones para quejarte.