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miércoles, 14 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 15 (En Dwonder) parte 1

Ya en Dwonder encuentran a un pastor 
con un extraño lenguaje de silbidos 
y comienzan a descubrir una  muy
peculiar organización social.






EN DWONDER 1




La despedida, como suelen serlo todas, resultó difícil, aún más tras aquella estancia más prolongada que las anteriores y después del viaje a Alandia. Pero, tras promesas de regresar algún día, acabaron poniéndose en camino siguiendo la dirección de los carros deslizantes hacia Dwonder. Y digo siguiendo la dirección, porque no había ruta alguna marcada. Las huellas que dejaban los carros se encargaba el viento de hacerlas desaparecer.
Halmir se extrañó de que no hicieran el viaje volando; pero Fan le aclaró que, aparte de que Merto se mareaba, las mariposas no podían cargar con los demás, además aquel viaje o similar ya lo habían hecho otras veces a pie desde Hénder. Halmir no cayó en que las tres joyas podrían viajar en la mochila. Su secreto estaba a salvo, excepto con Marcel, pero éste no sería tan imprudente de contarlo.
Como de costumbre, al perderse de vista, Merto se recluyó en la mochila junto con los otros tres, aunque eso de juntos es más una expresión que una realidad. Y Fan, llevado en volandas por las dos mariposas, veía el desierto interminable deslizarse a sus pies rápidamente.
Hubo un momento en que Fan perdió la noción del tiempo y de la realidad. Aquel paisaje, por decir algo, tan inmutable, le estaba provocando sueño y él se resistía. Anteriormente había sobrevolado las arenas, pero entonces algo le mantuvo desvelado y con los sentidos alerta. Fue aquel tiburón de arena y luego la manada de saltarenas, pero en esta ocasión nada venía a turbar aquella vista invariable e inacabable.
Zafiro y Zaf volaban sin desfallecer hacia occidente. Daba la impresión de que presentían el fin de aquella etapa y la proximidad de una fuente de néctar, y es que siempre habían mostrado un fuerte sentido de la orientación y del olfato u otro sentido lepidóptero capaz de detectar flores a largas distancias. Pero Fan no pudo resistir la somnolencia y, mecido por los aires, se quedó profundamente dormido. Fue cuando sus pies tocaron el suelo, cuando despertó sobresaltado. Acababan de dejarle en tierra y ya volaban, decididas, hacia el oeste.
Se desprendió del arnés bostezando y desperezándose escandalosamente, pero allí no había nadie que lo viera. Se hallaba en una escarpada montaña, pelada. Ni un mísero matojo brotaba sobre aquel rimero informe de rocas caldeadas por el sol. Lo notó a través de las suelas de su calzado y buscó algún lugar resguardado, porque ya comenzaba a sudar copiosamente y notar el calor irradiado por aquellas rocas que le rodeaban. No pensó en sacar a los demás de la mochila puesto que aquel lugar podía ser cualquier cosa menos acogedor.
Frente a él se perdía en lontanaza el desierto, de modo que pensó que ya habrían llegado a su límite, pero aquel lugar no era mucho mejor que aquella inmensidad arenosa. Miró en dirección hacia donde había creído ver volar a Zafiro y Zaf pero aún tenía frente a él un obstáculo, un rimero informe de rocas de formas irregulares formaban una especie de colina caótica abrasada por el sol.
Trepó por la ladera, si es que se la podía llamar ladera, pero no le resultó demasiado difícil porque las rocas parecían formar una especie de escalera aunque un tanto zigzagueante e irregular. Saltando de una roca a otra iba coronando aquella eminencia, aunque no le abandonaba el temor de que aquello no fuera más que un accidente orográfico en medio del desierto.
Pero al llegar a la cúspide pudo divisar algo muy diferente; una enorme llanura, aunque no de arena pelada ni un páramo árido, sino un terreno llano cubierto de pasto hasta donde se perdía la vista. Un riachuelo atravesaba aquella verde llanura y, al pie de la colina de rocas, un bosquecillo de umbros se extendía hasta la ribera del arroyo.
Aquello parecía ser un lugar apropiado para dejar salir a los demás de la mochila, pero antes debía descender, y eso le resultó más difícil. Siempre es más difícil bajar que subir, aunque menos cansado, pero lo consiguió. Se internó, con una sensación de alivio, en la acogedora sombra del bosque. En las inmediaciones de la colina pedregosa, como acabó llamándola, se veían dispersas por el bosque algunas rocas que posiblemente habían caído de la cima y que habían rodado, pese a ser de formas más o menos cúbicas, a buena distancia en el interior del bosque, y en una de ellas se acabó sentando, depositó la mochila y respiró profundamente para recuperarse del esfuerzo de haber llegado hasta allí.
Aquella roca parecía una mesa puesta allí expresamente para su uso como tal, y había señales muy cerca de que así había sido usada y restos de fogatas apagadas desde hacía tiempo.
Era presumible que aquellos terrenos fueran usados como zona de pastos, aunque en aquel momento Fan no había visto rastros de rebaños ni de reciente presencia humana desde lo alto del roquedo.
Ya recuperado, ayudó a salir a Merto y le contó en donde se hallaban. Fan tenía hambre, ya era la hora de comer, pero para Merto sólo había pasado un instante desde el desayuno y su entrada en la mochila y no tenía ganas, de modo que Fan comió algo mientras Merto exploraba los alrededores y esperaban a que regresaran las mariposas.
- ¿Qué crees que podemos hacer ahora, Merto? ¿Volamos más allá o caminamos?
- Yo sería partidario de caminar tal como hicimos en Quater. Total todo este tiempo que hemos pasado en Serah me ha hecho perder forma física, demasiadas comodidades, vida muelle y ricas comidas, pero que sea como tú quieras.
- Pues hagamos como en Quater, aunque espero no hallar a un niño extraviado de color rojo, me dolería mucho luego la separación.
- Y a mí también, pero dejemos las cosas tristes. Cuando quieras nos ponemos en camino porque veo llegar a Zafiro y Zaf.

Atravesaron el arroyuelo que se desviaba algo más hacia el sur y luego los pastos hacia el oeste sin descubrir camino alguno ni señal de presencia reciente, sólo pequeñas trochas o senderos perdidos tiempo ha, aunque en direcciones no coincidentes con lo que ellos deseaban. Zafiro y Zaf, como hicieran en Quater, les sobrevolaban a gran altura, aunque bajaban de vez en cuando dándoles a entender que nadie más se hallaba por los alrededores que les pudiera ver.
Mucho más al norte se apreciaba una mancha oscura que rompía la uniformidad del terreno, algo que resaltaba ondulando la línea del horizonte, una cadena montañosa dibujaba un perfil inconfundible con cualquier otro accidente orográfico, pero quedaba más al norte de lo que ellos deseaban y siguieron su rumbo campo a través hasta dar con un río. No era muy caudaloso y no tardaron mucho en hallar un lugar apto para vadearlo. Su cauce iba de norte a sur y parecía tener su origen en aquella lejana montaña.
Como ya era tarde y, a la orilla del río, el bosque de ribera ofrecía algunos lugares aptos para pernoctar, decidieron acampar y dejar salir al resto de los habitantes de la mochila.
El terreno era bueno para Esmeralda, que no tardó en hallar un lugar en donde hundir sus raíces, la hierba era fresca y jugosa y, aunque no era el té de roca que tanto le gustaba, Diamante no dudó ni tardó un minuto en hincarle el diente.
El sol ya estaba trasponiendo y pronto se haría de noche; así que, mientras Merto encendía una fogata con ramas caídas por los alrededores, Fan tendió la red y pescó tres hermosos peces, guardó dos de ellos en la mochila y el otro lo asaron y pudieron cenar los tres.
Y, como en tantas otras ocasiones, con la manta y la capa durmieron hasta que clareaba el día. Dejaron atrás el río y avanzaron, con el sol a su espalda, por aquel mar de verdor. Bosquecillos dispersos ponían una nota de un color verde más oscuro y, cuando se acercaban a uno de ellos, bajaron las mariposas con signos de alerta, parecía que alguien se hallaba en aquel grupo de umbros, de modo que consideraron prudente enviar a su escondite a Rubí, Diamante y Esmeralda. Zafiro y Zaf se alejaron y se perdieron en las alturas.
Al llegar a los primeros árboles vieron un rebaño comiendo apaciblemente a la sombra, pero no vieron a nadie por allí. Eran unas ovejas muy blancas, parecían bien cuidadas porque se las veía saludables y orondas, tanto como el rebaño de Fan, pero allí no se veían perros pastores. Debían estar muy seguros de que allí no corrían ningún peligro como para dejarlas allí sin ningún cuidado, pero lo que pasa es que allí arriba no había perros pastores ni de otra clase.
No vieron a nadie pero sí oyeron a alguien; unos silbos agudos, largos y modulados sonaban muy cerca y otros les respondían de muy lejos. Aquel diálogo de silbidos se prolongó un buen rato; lo suficiente para que, orientados por ellos, pudieran dar con quien los emitía.
Alguien se hallaba subido en una rama y, desde allí, silbaba y silbaba poniendo las manos haciendo de bocina, y aquellos silbidos eran correspondidos. Al verlos llegar lanzó un silbido largo y descendente y se bajó de la rama.
- Buenos días forasteros. ¡Qué extraño! Nunca se habían visto hurim por aquí. ¿Qué les trae por estas tierras perdidas?
- Buenos días – dijo Fan – vamos camino de la capital y no sé si nos hemos perdido o no. ¿Sería tan amable de indicarnos el mejor camino?
- En los pastos no hay caminos, las ovejas hacen camino al andar, aunque no duran mucho, y nosotros las seguimos, la hierba vuelve a crecer y les hace desaparecer, de modo que el camino se lo hace cada cual. Hasta las carretas que traen el fruto van campo a través. Aquí no tenemos rutas ni vías como en otros reinos.
- ¿Es usted el que cuida ese rebaño que hemos visto al llegar? - dijo Merto.
- Sí: soy el pastor y el dueño. Aquí todos lo somos, pastores y dueños a un tiempo.
Fan estuvo a punto de decirle que él también lo era, pero se dio cuenta de que si lo hacía, descubriría que no eran hurim, porque estos no tenían rebaños. De modo que le dijo:
- Es interesante. Yo tenía entendido que los pastores eran asalariados o condenados, pero parece que estaba equivocado.
- No está equivocado, pero eso pasa en Quater, aquí no. Por eso es que nuestro cordero está mejor cuidado, mejor alimentado, porque es el dueño el que los cría. No hay grandes rebaños, son de unas dimensiones que puede cuidar una sola persona. Podríamos decir que en Dwonder somos más individualistas y no solemos trabajar en colectividad, cada uno va a lo suyo sin meterse en lo ajeno, pero todos con unos mismos objetivos: el progreso propio y el del país.

Fan estuvo a punto de preguntarle por qué no tenían perros pastores, pero recapacitó y preguntó otra cosa.
- Pero no creo que también tratáis la lana, el hilado, el tejido, el bordado, los tapices, alfombras,…
- Bueno, eso lo hacen otros, aunque también individual y artesanalmente. Por eso son tan apreciados sus trabajos en los otros reinos. Nosotros, una vez que esquilamos, intercambiamos la lana por otros productos que necesitamos. Aquí todo funciona mediante trueque, pero también se usan esas anillas de metal que usan en todos los reinos.

- Sí, también las usamos, ¿Y el gobierno? ¿Qué tal se comporta el rey? - preguntó Merto
- ¿El rey? Aquí tenemos una reina, la reina Reedha III, aunque sí, tenemos un rey, su marido, pero ese no pinta nada. Tenemos un matriarcado y siempre hemos tenido reinas gobernando, incluso en  tiempos de las guerras con los otros reinos fue famosa por su bravura la reina Reddis VI.
- Es muy interesante todo eso que cuentas, pero alguna clase de jerarquía o gobierno debe de haber para coordinar todo ese mundo de individualismos, algún orden se precisa para alcanzar el bien común, para evitar conflictos y no llegar a la anarquía – dijo Fan.
- Tenemos el Tribunal de las Ancianas, pero nunca tiene que intervenir, los conflictos se resuelven civilizadamente porque todos tenemos claro el objetivo común y final de todo. El bien de la colectividad, que sólo se construye a través de el bien individual de todos y cada uno de los miembros de ella. Cada cual hace lo que quiere mientras no afecte a otro y todos somos muy tolerantes.
- Eso es una utopía – dijo Merto
- Pero aquí está hecha realidad. Y a todo esto… ¿No es vuestra hora de comer? Porque la mía ya es. Podemos compartir lo que traigo.
- ¿Aquí está permitido pescar? - preguntó Fan
- No sé a qué viene eso. El río queda lejos para ir a pescar y yo ya traigo algo para comer que puede ser suficiente para los tres. Pero, respondiendo a tu pregunta; sí, aquí puede pescar cada cual lo que quiera para propio uso, aunque no para comerciar, para eso están los pescadores que se dedican exclusivamente a ello. Pero, de todos modos, sólo hay un lugar en donde hacerlo y es el Río Claro.
- Pues si te apetece podemos comer un pescado que he atrapado hace un poco al vadear el río – dijo Fan sacando uno de los peces que había en la mochila.
Estaba fresco y húmedo, como recién pescado. El pastor se le quedó mirando y se le hacía la boca agua.
- Nunca había visto un carpión tan grande y tan fresco. Es incluso más apreciado que el cordero lechal por lo raro y escaso.
Merto se encargó del fuego, el pastor sacó de su zurrón una hogaza, un recipiente con un guiso de cordero con verduras y un buen pedazo de queso.
- Este queso es de mis ovejas y lo hago yo. No tiene nada que ver con ese que llevan a los reinos y que seguro habréis probado en Serah. Aquí cada cual se queda con los suyos, los mejores, y los otros son los que se envían a cambio de otros productos. 
Comieron el pescado, el guiso y el queso, que Fan encontró casi tan bueno como el suyo ,aunque a éste aún le faltaba un poco de curación
Durante el tiempo en que estuvieron allí se enteraron de más cosas como que se llamaba Redmind, y Fan sorprendió a Merto, aunque Redmind no lo notó, diciendo que se llamaban Halder y Halgor.
- Esta noche podéis dormir en una granja que hay en esa dirección – les dijo señalando a poniente – Os acogerán bien, aquí en estas soledades tan lejos de la ciudad todos somos muy hospitalarios. Decidles que vais de mi parte. Mañana, si salís temprano ya podríais dormir en la Capital.
Se despidieron muy amigablemente y partieron con el sol de frente. Mientras se alejaban volvieron a escuchar silbidos en una animada conversación.
Algo más lejos ya, vieron otro rebaño cerca de otro grupo de umbros. Parecía que usaban aquellos pequeños bosquecillos, dispersos pero frecuentes, como sesteros para el ganado y no necesitaban redilar porque no se alejaban de la querencia de aquellas sombras protectoras, tampoco había lobos u otros depredadores, salvo algún bigre, pero estos raramente se llevaban un cordero porque los pastores siempre estaban atentos.
Al pasar cerca de aquel rebaño aún se escuchaban los silbidos de Redmind, aunque algo débiles, y más fuertes los de aquel otro intersilbador.
No hubo más cosas dignas de interés el resto de la tarde hasta que avistaron una construcción, unos terrenos cultivados y unos vallados. Una vez allí se encontraron con un campesino que estaba arrancando malas hierbas en un bancal de cucullas en flor.
- Buenas tardes tenga usted – dijo Fan – Redmind nos ha recomendado que pasáramos por aquí y les envía recuerdos
- Buenas tardes – dijo, incorporándose del surco en el que se hallaba encorvado - ¿Qué hacen unos hurim por estos andurriales tan lejos de su tierra y de la Capital?
- Precisamente vamos camino de ella ¿Podríamos hacer noche aquí?.
- Por mí encantado, pero habrá que consultarlo con Redhal, seguidme.

Se puso en marcha hacia la casa y ellos le siguieron. Franqueó la puerta y ellos se quedaron fuera esperando, lo que no les impidió escuchar algo de la conversación que se desarrollaba en el interior.
- ……………….
- …….  Y no has terminado el trabajo?

A él no se le oía nada. Parecía hablar con cierto temor. A Fan aquello casi le recordaba algo a la Cueva de los Silencios de Mutts
- ………………...
- Si los manda Redmid, vale, pero a ver si acabas…….
- ………………..
- ¿Hurim has dicho?
- …………………..
- …… ya los atenderé yo, como siempre, pero tú a tu trab……..
Se abrió la puerta y el granjero pasó por su lado y marchó al bancal en donde lo hallaron, sin casi atreverse a mirarlos a la cara.
Acto seguido salió un personaje impresionante. Una mujer robusta y alta, hacía el doble que su marido pero, pese a su aspecto casi intimidatorio, lucía una deslumbrante sonrisa.
- Pasad, pasad, amigos de Redmind. Pasad y poneos cómodos, seguro que venís cansados de tanto caminar y os veo un tanto endebles. Seguro que para los hurim no debe ser costumbre caminar mucho porque el oasis es pequeño, supongo que os falta costumbre y entrenamiento. Ahora os sirvo un caldo de pollo calentito y veréis cómo os recuperáis en un periquete.
Entraron un tanto cohibidos. Era abrumadora, tanto de aspecto como de actitud. Se dejaron caer en dos sillones, tal como el dedo imperativo de ella les indicó, y allí se quedaron sin atreverse a decir esta boca es mía. Al poco salió con dos enormes cuencos humeantes y se los entregó. Casi les quemaban las manos y no comprendían como ella los había podido llevar desde la cocina. Los dejaron en una mesita baja que tenían delante y se soplaron los dedos.
- ¿Está demasiado caliente? Pues así es cómo hace más efecto y así es cómo me lo tomo yo. Pero podéis dejar que se enfríe algo y perdonad porque no he considerado que sois una raza algo delicada, no digo inferior, pero sí algo endeble.
Ella se sentó en una gran butaca, apta para su tamaño, y continuó con lo que debía estar ocupada cuando la interrumpieron. Se trataba de una gruesa cuerda que trenzaba con hebras vegetales a una velocidad de vértigo. Mientras tanto, no dejó de hablar.
- Pues sí; podéis cenar aquí y pasar la noche ya que, según me ha dicho mi marido, os envía un amigo que me trae muy buenos quesos. Claro que él también se lleva verduras, huevos y pollos, pero bueno, eso no viene al caso, el caso es que es amigo y los recomendados por mis amigos son mis recomendados. ¡Habráse visto! Mira que dejar de arrancar las malas hierbas, luego esperará buenas cosechas. No, si una debe estar en todo, si no ésto no funcionaría. Claro que él os podría haber enviado aquí y seguir trabajando, pero no, cualquier excusa es buena. ¡Ay hombres, hombres! ¡dichosos hombres! Y no lo digo por vosotros, pero… ¡vamos! Ya debe estar helado, tomadlo de un trago.
Y se vieron obligados a hacerlo porque no se se atrevían a imaginar lo que podría pasar si no lo hacían. Y se quemaron las manos, la boca, el esófago y todo aquello por lo que pasaba aquella especie de lava ardiente, pero apuraron los dos cuencos y resollaron estentórea y espasmódicamente para librarse de la quemazón.
Pero, aparte de todo, estaba rico. Las pocas papilas gustativas que sobrevivieron al hervido pudieron apreciar el aroma de aquel caldo de pollo y verduras y lo consideraron el mejor caldo que habían tomado nunca. Pese a ello, se les quitaron las ganas de repetir.









EN DWONDER parte 2

el próximo jueves

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