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jueves, 11 de enero de 2018

Las Notas del Dr. Hexápodus desde 26 Nivoso


 Un refugio seguro, un encuentro 
inesperado y un hallazgo 
sorprendente les esperan



LAS NOTAS DEL Dr. HEXÁPODUS





 
EL CUADERNO
    
(Desde 26 Nivoso)
 
26 Nivoso
Me levanté con agujetas pero había dormido muy a gusto, eché más leña al fuego que conservaba apenas unas pocas brasas y puse la cafetera. Cuando ya burbujeaba, Lupi se desperezó y salió del saco, salió al exterior y se lavó la cara con un puñado de nieve, me entró un frío al verlo...
Desayunamos y, ya con luz del día, pudimos echar un vistazo a lo que quedaba de Goldworld. ¡Quién les hubiera dicho entonces que acabaría así! Según Californio Search, aquella población había tenido más de 10.000 habitantes y contaba hasta con capilla, biblioteca y un teatro de variedades, pero ahora todo era pura ruina y no quedaba ningún vestigio de su anterior grandeza.
Habíamos tenido suerte al encontrar aquella casa de piedra, porque prácticamente todas las demás edificaciones eran de adobe y apenas quedaba una pared en pie. Exploramos todas las casas adosadas al paredón, a un lado y a otro, y encontramos alguna más de piedra, pero ninguna parecía mejor que la que ocupábamos, no obstante acabamos descubriendo en una de ellas una abertura horadada en la roca, regresé a por las linternas y nos internamos por aquella cavidad. Aquello parecía ser una bocamina pero no lo era porque, cinco pasos más adelante, desembocaba en una amplia caverna. Por el fondo de ella transcurría un hilo de agua y en uno de sus extremos pude ver estalactitas y estalagmitas.
En las paredes de la caverna aparecían otras aberturas y el suelo era bastante plano y seco. Habíamos encontrado un buen refugio, así que despejamos de cascotes la casa exterior, que conservaba en buena parte sus muros de piedra, entramos a la caverna las vigas de los tejados y toda la madera aprovechable que pudimos encontrar por los alrededores, encendimos una hoguera y pudimos comprobar que el humo ascendía hacia una de las aberturas de la pared y se perdía por ella.
Con todo esto se nos había hecho la hora de comer, regresamos a donde teníamos la carreta, preparamos la comida, la consumimos allí mismo y luego cargamos todo, uncimos a Adagio y, seguidos por Wolf, llegamos a la nueva base de operaciones.
Tras soltar a Adagio, dejarlo pastar fuera de la casa, y descargar en su totalidad la carreta, buscamos acomodo a enseres y comestibles en una de las repisas de piedra que había en una de las paredes. La carreta, una vez descargada, la dejamos entre los muros de piedra donde habilitamos un cobertizo con la tela de la carpa para protegerla de la lluvia y la nieve. Entre las vigas caídas de las techumbres había muchos troncos de pino muy resinosos que cortamos en forma de teas con las sierras de lanza y las colocamos como antorchas, la caverna quedó suficientemente iluminada.
Habíamos hecho entrar a Adagio y a Wolf mientras hacíamos todas estas labores, ordenado los comestibles y demás, y acondicionando un espacio para los sacos de dormir. Adagio se echó en un rincón para dormir sus tres horas de costumbre. Wolf se dedicó a explorar la sala y husmear en todas las aberturas hasta que, con un sordo gruñido, se quedó estático y como extasiado frente a una de ellas. Nos acercamos e intentamos apartarlo para ver que había, pero se resistía. La abertura era lo bastante amplia para que pudiéramos entrar, pero decidimos no hacerlo, no sabíamos qué nos podía esperar allí en aquella boca oscura, no sabíamos si algún animal peligroso, cosa improbable, había podido sobrevivir y se refugiaba allí. Wolf comenzó a ladrar en el hueco y sus ladridos reverberaban por todas partes. Luego se hizo el silencio y, al poco, nos pareció escuchar como el eco de un lamento en las profundidades de la oquedad.
Decidimos penetrar con sendas antorchas, pero con Wolf por delante. No habíamos caminado ni veinte pasos cuando el pasadizo se ensanchó dejando paso a una cavidad no más amplia de cinco pasos y al fondo, acurrucado junto a la pared, se encontraba un personaje estrafalario, esquelético hasta la inanición y tapado someramente con unos harapos grasientos.
- ¡Por favor! ¡por favor! – decía
 Wolf se quedó parado y nosotros avanzamos iluminando la escena, se removió inquieto, en sus ojos se podía leer el miedo. Procuramos tranquilizarlo, le dijimos que no queríamos hacerle daño alguno, que le íbamos a ayudar y que teníamos comida y ropa. Poco a poco se fue calmando, le dijimos que nos siguiera, después de enviar a Wolf de regreso a la caverna y con paso vacilante, abandonó el rincón y avanzó por el pasadizo iluminado a la luz de las antorchas, siguiendo nuestros pasos.
Al llegar a la caverna iluminada por las otras antorchas casi estuvo a punto de retroceder por donde había venido, pero lo tranquilizamos ofreciéndole unas galletas que devoró en un santiamén. Poco a poco fue tomando confianza y al final conseguimos que respondiera a nuestras preguntas. Nos contó que era un buscandero, y que se llamaba Andalio Router, le pregunté entonces si tenía algo que ver con el naturalista Andalio Cento, pero no.
Nos contó que hacía una semana que merodeaba por allí, que había tenido que alimentarse de unas hierbas que crecían en las praderas desde que se le acabó el pan seco y la carne de un raro animal que había cazado antes de llegar. Le comentamos que habíamos visto los restos y nos explicó que, para poder transportarlo, finalmente había tenido que despedazarlo y se había llevado las partes más carnosas dejando los huesos y otros restos. Hasta ahora se había estado refugiando en la caverna; pero cuando llegamos se tuvo que esconder en la galería más profunda, intentando pasar desapercibido y esperando, nos confesó, la oportunidad de echar mano a algo de comida y algo de abrigo, antes de emprender, con las manos vacías, la penosa marcha hasta Arsix.
Estaba tan sucio y desarrapado que le buscamos unas prendas de ropa interior térmica, un sobretodo termoaislante e hidrófugo, calcetines, botas y un gorro de montaña, pero le hicimos lavarse a fondo en el arroyuelo que corría por el centro de la caverna, antes de vestirse. Una vez limpio y vestido parecía otra cosa, pero mantenía su aspecto macilento y famélico, así que preparamos una buena olla de caldo con legumbres, carne y verduras que devoró sin darse ni cuenta de que estaba recién sacado del fuego ni de qué extraños ingrediente estaba hecho el guiso. Le ofrecimos un vaso de vino que se tomó con un gesto de extrañeza por aquel raro brebaje y, dándonos las gracias más efusivas, se quedó dormido en el duro suelo. Lo tapamos con una manta.
Salimos al exterior y pasamos revista a los sucesos del día y lo que Andalio pudiera suponer de peligro para la base y la expedición. Decidimos que no debíamos hacer nada que le hiciera sospechar; aunque la presencia de Wolf, un animal para él desconocido, debió parecerle de lo más extraordinario. Así que ocultamos todo aquello relacionado con la base y dejamos a la vista sólo lo que yo había traído de Arsix.
A todo esto,se había hecho noche cerrada y el estómago reclamó algo de alimento, entramos para cenar. El día ha sido muy duro e intenso y es preciso descansar y recuperar energías para lo que nos espera.
Hasta mañana.
27 Nivoso
Me desperté instintivamente y no porque la luz del día hubiera penetrado en nuestro refugio, Andalio seguía dormido como un tronco y roncaba estrepitosamente, Wolf hacía guardia junto a él. Mientras se hacía el café saqué a Adagio para que comiera, el sol estaba ya alto en el horizonte y durante la noche había nevado, una capa de medio palmo cubría el suelo y el pasto, así que tuve que remover la nieve para despejarle un hueco donde comer. Una vez adentro, el café ya había salido, desperté a Lupi y desayunamos, dejamos algo para que lo hiciera después nuestro invitado, le puse un criovac de carne a Wolf y me deshice del envase.
Cuando Andalio se despertó, al pronto no recordaba dónde estaba ni qué había sucedido pero, tras desayunar, nos volvió a reiterar las gracias y se puso a nuestra disposición si podía servirnos de algo. Lo cierto es que no nos interesaba que nadie más que nosotros supiera más de lo debido, así que declinamos su ofrecimiento y le animamos a que, si iba a regresar, lo hiciera cuanto antes para no quedar bloqueado por las nieves.
Pero lo que si le pedimos fue que nos informara de todo lo que hubiera visto por los alrededores, y nos puso al corriente de los lugares en donde durante la fiebre se encontraban las minas y los lavaderos del mineral, pero lo que más me interesaba era lo referente a la fauna local. Había visto volando a algunos de los ejemplares de urraca minera, pero había sido incapaz de localizar sus nidos, todas volaban hacia el norte, hacia los picos más altos de la sierra y a los bosques de pinos que cubrían las laderas del más alto de ellos, el Mc’Fog cubierto casi todo el año por nieblas. Había llegado a tal extremo que si hubiera podido cazar a alguna de las urracas habría pasado de los nidos y lo que pudieran contener y se la habría comido hasta con plumas.
Llegado al fin de su relato le indicamos el lugar donde se encontraba la cueva que habíamos encontrado viniendo, pero él nos dijo que ya la conocía y la había utilizado, le facilitamos unos pocos comestibles, pero de los que yo había comprado en Sandulia y Arsix (no convenía que conociera los alimentos de la base y lo divulgara), suficientes para unos tres días de camino, no sin antes recomendarle que procurara cazar preferentemente conejos o si encontraba cabras u ovejas que sólo capturara machos, en cuanto a los peces podía pescar todos los que pudiera comer. Como no sabía lo que eran aquellos animales, se los tuvimos que describir, pero le advertimos que no abusara porque le podría traer problemas de salud. Le despedimos y nos quedamos nuevamente solos, haciendo planes para las próximas exploraciones. A mi me traían sin cuidado las minas y los lavaderos, mi único objetivo eran las urracas, así que planificamos para mañana la ascensión a los bosques del Mc’Fog .
El día se nos ha pasado haciendo preparativos, material de escalada, una tienda de campaña, comestibles, sacos de dormir...
Y hablando de sacos de dormir me voy a acostar
28 Nivoso
Nos levantamos temprano; tras desayunar cargamos las mochilas y, dejando a Wolf al cuidado de la cueva, emprendimos la marcha hacia los bosques del Mc’Fog. El camino era empinado pero bastante transitable a pie. A las cuatro dh estábamos ya al pie del monte y nos íbamos a internar en los bosques que poblaban sus faldas. En el trayecto pudimos ver algunas urracas volando en dirección a los pinos más altos. La ascensión, además de la nieve acumulada, era penosa pero íbamos bien equipados, la ladera a veces quedaba cortada por profundos barrancos que había que salvar improvisando puentes entre los pinos de las dos orillas a base de lanzar las cuerdas con un garfio, y cortando algún pino lo suficientemente largo para usarlo como pasarela.
A media tarde ya estábamos a media ladera y seguíamos viendo urracas en vuelo hacia los últimos pinos. Localizamos un espacio relativamente plano y montamos la tienda de campaña. Como hay abundantes ramas bajas secas, encendemos una fogata y nos calentamos antes de cenar y acostarnos
 29 Nivoso
Suerte de los trajes aislantes y los sacos, porque anoche bajó mucho la temperatura, la nieve se había helado, lo que hacía más difícil el avance, pero seguimos sin desfallecer. Habíamos dejado allí la tienda montada, para no tener que cargar con ella ni andar montando y desmontando, y cargamos sólo con lo imprescindible para un día y una noche. Ya estábamos alcanzando el borde del bosque, los pinos cada vez eran más deformes y el musgo se acumulaba en troncos y ramas. Parece ser que las urracas, tras su persecución en tiempos de la fiebre, habían cambiado sus hábitos de nidificación, eligiendo un hábitat más seguro. Lo que yo trataba de averiguar era si también habían cambiado sus hábitos recolectores, al haber desaparecido prácticamente el oro en aquellos montes, ahora mal llamados áureos.
Cuando ya casi estábamos alcanzando los pinos más altos y de ramas retorcidas, por encima de los cuales sólo había peligrosos pedregales sueltos,. pude ver posarse en una de las ramas más altas de un pino que teníamos unos metros más arriba a una urraca llevando algo en el pico. Es posible que hubiera llegado ya al final de mi exploración y a descubrir lo que había venido a buscar, así que descargamos las mochilas lo más cerca posible y provisto de cuerdas, trepadores y ganchos comencé a escalar aquel pino. La maraña de ramas me dificultaba la ascensión, pero por otra parte me ofrecían buenos puntos de apoyo para manos y pies, así que al poco rato ya estaba llegando a una rama alta que alojaba un nido en una de sus cruces. Trepé por encima del mismo para poder verlo desde arriba, mi intención no era dañar a las urracas ni al nido, sólo descubrir lo que ocultaba.
El sol estaba en todo lo alto y un destello me deslumbró tanto que casi me hizo caer, el nido brillaba pero no como el oro, sino como una mañana luminosa de primavera, el sol se reflejaba en una especie de cristales que llenaban por completo la cazoleta del mismo y que, difícilmente podría dar cabida a ninguna urraca y menos a una nidada.
En aquel momento no había ningún ave a la vista; así que, con el máximo cuidado, alargué la mano y agarré un puñado, una pequeña parte de los objetos que allí se amontonaban, de aquellos cristales que refulgían al sol y producían todo el espectro de colores en una mezcolanza de arcos iris. Me los guardé en la bolsa de muestras y me disponía a descender cuando un espectáculo maravilloso se desencadenó a mi alrededor.
El sol comenzaba a declinar ya hacia el ocaso, dejando la perpendicularidad, e incidía en las copas de los pinos en un pequeño ángulo y de cada uno de ellos se desplegaba un espectáculo de luces y colores, todos los nidos irradiaban sus destellos y la montaña, desde la altura en que me encontraba, parecía incandescente. Atraídas por las luces una enorme bandada de urracas sobrevolaba la cima del monte y evolucionaba en formaciones fantásticas. En un rápido recuento pude calcular que la bandada no bajaba de dos millares de ejemplares, así que la población se había recuperado bastante. Me quedé extasiado sin decidirme a bajar y con riesgo de caerme, hasta que una nube veló el sol, la magia se acabó y las urracas se dispersaron a los cuatro vientos. Sujeto a la cuerda inicié el descenso y al llegar a tierra le pregunté a Lupi si había visto lo mismo que yo. Me respondió que había visto la bandada de urracas evolucionando pero que, desde allí abajo, no había visto más que unas luces fugaces y tenues.
Regresamos a donde habíamos dejado las mochilas y, resguardados lo mejor posible del viento, que traía nubes y que soplaba frío, saqué las muestras de la bolsa. Había cristales de diversos tamaños, pero lo que si tenían en común es que se trataba de diamantes en bruto y que, pese a no estar tallados, tenían un intenso brillo. La conclusión es que las urracas habían cambiado sus preferencias a la hora de acumular cosas llamativas en sus nidos, lo que no se sabía es desde donde los transportaban ni dónde estaría la veta, pero eso no era lo que me había llevado allí, la respuesta a esta búsqueda ya la había encontrado y ahora, lo más prudente era guardarlo en secreto, no podía hacer uso de esto para un libro porque aquellos montes volverían a ser arrasados y las urracas exterminadas, además del peligro que correrían los incipientes ecosistemas que estaba creando Lupi y el riesgo de que alguien descubriera la base.
Habría querido, como tenía planificado al partir de Sandulia, quedarme a estudiar las urracas, sus hábitos, su número exacto y su distribución, estudiar de cerca algún ejemplar, pero el descubrimiento en si ya era bastante importante y sobrecogedor. Así que en aquel preciso momento ambos decidimos partir de inmediato para no alterar la colonia, e hicimos un solemne pacto de silencio en todo lo referente a este descubrimiento y a la base. Estos diamantes quedarían custodiados por Lupi, porque no estaba dispuesto a subir de nuevo al nido para devolverlos, y esta libreta tenía que desaparecer. Tan pronto llegara a casa me encargaría de copiar todo lo que no tuviera relación con este viaje y me desharía de estas notas.
Tras tomar un bocado apresurado y escribir estas notas, la noche ya era cerrada. Nos embozamos en los sacos de dormir hasta los ojos por el viento helador que soplaba.




(Si queréis ampliar conocimientos o aclarar dudas podéis consultar los anexos publicados anteriormente)


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