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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Las Notas del Dr. Hexápodus desde 29 Helador

 Tras un viaje más o menos sorprendente, 
una tormenta viene a complicar las cosas 
y casi a quedar a merced de la riada, 
cuando se abre una puerta que le 
salva del agua, Pero...¿Le salva?
 



LAS NOTAS DEL Dr. HEXÁPODUS






 

EL CUADERNO
   
(Desde 29 Helador)
29 Helador
Me despierto algo envarado por la incomodidad de dormir en el suelo, aunque ocasionalmente lo he hecho, y por la inseguridad de viajar con un totalmente desconocido. El sueño ha sido intranquilo, los ruidos sospechosos, chirridos y gruñidos me han mantenido horas despierto tratando de identificar las especies que los emitían. Avanzada ya la madrugada, comprendiendo que no había especies peligrosas y que lo que yo creía rugidos eran los ronquidos de Lupizius que dormía profundamente fuera de la carpa, entonces caí profundamente dormido hasta que la primera claridad del alba que se filtraba por la cúpula vegetal me despertó.
Desayunamos y reanudamos el camino hacia las lejanas montañas. Al paso intento localizar la fauna de la zona. Entre las aves puedo distinguir, volando en perfecta formación en V, una bandada de Pato tamiz, lo que denota la existencia en las inmediaciones de una zona pantanosa.
 También tengo la suerte de contemplar algo poco visto y es el vuelo del águila arborícola.
Le hago parar la marcha media dh para admirar la técnica de esta reina de los aires y continuamos el camino hacia unas montañas que aún no se divisan.

30 Helador
Mientras vamos avanzando lenta y trabajosamente me dedico a la contemplación de la flora, cuya expansión a lo largo de los años transcurridos desde la fiebre del oro es espectacular. Aparte de los álamos gomosos he podido apreciar la presencia de pinos llorones.
Entre los frutales puedo apreciar algunos que son raros ejemplares en los territorios conocidos, entre ellos el florimiel. Auxiliado por Lupizius, al anochecer y tras espantar a una cohorte de bichos zumbantes, hemos podido recolectar suficientes flores para darnos un buen banquete y llevarnos algo para reserva.
El árbol del pan es abundante en aquellos lugares aislados en donde no ha llegado el hacha, pero en esta época no está en producción, así que me quedo sin probar sus sabrosos frutos que, más que pan, decía que parecen una mezcla entre los extintos mango y plátano.
Paramos en un pequeño claro junto a un riachuelo, ya que está oscureciendo, la noche va a ser fresca así que, en lugar de montar la carpa, le digo que encienda una buena fogata aprovechando los restos de un pino llorón caído. Lupi (le voy a citar así para abreviar), sin decir palabra desaparece en la espesura. Esto me preocupa. A ver si ahora me va a abandonar en medio del camino… pero al cabo de un rato aparece con algo en la mano que cuelga de las patas. ¡Se trata de un conejo! ¡Pero si desde el Imperio estaban extintas todas las especies evolutivas! Mañana meditaré sobre el tema pero ahora voy a cenar conejo que, una vez despellejado y limpio, asa al fuego y huele de maravilla. Lo que no sé es si mi metabolismo, acostumbrado a la fauna y flora transgénicas y los alimentos de síntesis asimilaría bien ese alimento tan exótico, pero tras cenar muy a gusto una buena parte del conejo y redactar estas notas, me siento muy bien y me acomodo en el saco de dormir junto a la hoguera.

1 Nivoso
Me tiene que despertar Lupi, tan bien he dormido que no me he enterado de la salida del sol.
Hoy comienza el invierno pero, de momento, las temperaturas son bastante soportables. Quisiera llegar a las montañas antes de que comience el frío y la nieve, para elegir un refugio adecuado y montar la base de operaciones.
Tras uncir a Adagio al carro, reiniciamos la marcha lentamente pero sin desfallecer. Tenemos que apartar algunos troncos caídos en lo que antes fuera una amplia calzada y que ahora es una estrecha senda apenas visible, creo que si se mantiene aún algo practicable es por que debe ser una vía de paso para la fauna local.
Sobre la fauna actual se desconoce cómo habrá evolucionado, pero es posible que se haya vuelto a recuperar después de tantos años de ausencia de seres humanos, que durante la fiebre diezmaron la mayoría de las especies para alimentarse o comerciar con la carne, pieles y plumas. Según Californio Search en uno de sus libros, no recuerdo en cuál, llegaron a extinguirse totalmente algunas especies y otras quedaron reducidas a un máximo de veinte parejas.
Cuando llevábamos recorridas apenas unas pocas dh tropezamos con un afloramiento rocoso vertical que nos impedía el paso, por lo que lo tuvimos que bordear por la derecha en que la vegetación era menos tupida. Al llegar a la cara posterior de la barrera que nos cortaba el paso, la sorpresa fue fenomenal, aquello no era una formación rocosa natural; por su grosor, dimensiones, textura y color se trataba de los restos de una edificación de los tiempos del Imperio Eárthico, muy anterior al Levantamiento de los Silenciosos que devino en la Segunda Revolución. Era la primera vez que tenía ocasión de ver y tocar los restos de una construcción de aquellos tiempos. Prácticamente las pocas edificaciones que quedaron, parcial o totalmente intactas desde la Revolución, fueron desmontadas hace muchos años y reutilizadas como cimentación para las construcciones posteriores, eran muy buscadas y apreciadas por sus características de resistencia y aislamiento, así como su gran facilidad de mecanizado, aunque conforme se fueron averiando las pocas herramientas que quedaban capaces de cortaras; se dejaron de utilizar.
Buena parte de dichos materiales se emplearon también para fabricar muebles, algunos de los cuales se pueden admirar en el Museo Histórico Nacional Sanduliano. ¡Qué suavidad de superficie!, al tacto se nota también caliente debido a su alta capacidad aislante y al golpear con la mano parece sonar como hueco, ligero. Golpeo con una piedra y se desmorona (la piedra), no quedando señal alguna en la superficie. Me gustaría llevarme un trozo, por pequeño que fuera, pero no tengo las herramientas láser necesarias así que tengo que desistir y me alejo con todo el dolor de mi corazón.
Mientras seguimos avanzando por la estrecha senda recuerdo lo que había leído en la obra de Enzio Gazzano sobre la Revolución y de cómo acabaron cayendo todas las defensas del Imperio, gracias a una variedad de termitas transgénicas que atacaban los materiales silíceos con mayor eficacia que las radiales láser.

2 Nivoso
Reemprendemos el monótono camino. La vegetación es tan tupida que resulta hasta aburrido ya que no se ve nada alrededor. A lo largo del día no ha sucedido nada digno de reseñar, así que me dedico, a propósito del conejo que cené la otra noche, a rememorar lo que aprendí en las asignaturas de Historia Sanduliana, Paleofanuna y Paleoflora, respecto a las especies extintas o, al menos presumiblemente extintas, mientras no se demuestre lo contrario. Podría ser que se hubieran salvado en zonas aisladas ciertos restos de la fauna evolutiva al no verse afectados por las nuevas especies, pero es impensable que esto se pudiera mantener por mucho tiempo y en secreto, puesto que, con la Fiebre del Oro, a partir del año 100 DR y durante años, aquellos territorios se vieron muy transitados y es extraño que no hubiera referencia alguna a la existencia de conejos por allí.

3 Nivoso
Ha refrescado mucho. Esta mañana ha amanecido lloviznando y el camino se ha hecho bastante difícil, embarrado y con grandes encharcamientos, tanto que hemos tenido que refugiarnos a un lado de la senda en una zona rocosa bajo la visera de un abrigo natural. Lupizius ha encendido una buena hoguera para secarnos. Sigue lloviendo y, sin otra cosa que hacer, intento hacer hablar a mi acompañante sobre su lugar de origen o cualquier otra información, pero sigue con su mutismo, así que me entretengo en repasar mis notas.

4 Nivoso

Ha amanecido sereno y, aunque el camino sigue embarrado, continuamos la marcha. El terreno se comienza a ondular y a lo lejos parece divisarse la tenue línea quebrada de la cordillera. A partir de ahora me temo que la marcha se irá haciendo más dificultosa. De momento hemos podido atravesar sin dificultades algunos arroyuelos poco caudalosos pero temo que más adelante y tras las últimas lluvias encontremos algunos más crecidos.
Al parar a comer cerca de un pequeño estanque, Lupi se adentra caminando por la orilla con agua hasta la cintura y al cabo de un rato aparece con una ristra de peces colgando de un junco. Me sorprende comprobar que se trata de trucha común (salmo trutta) que se creía desaparecida tras la introducción de las nuevas especies en los ríos y más concretamente con la muy voraz meronnia de la que se comenta que acabó con toda la fauna fluvial a los pocos años de su introducción y que desapareció más tarde a falta de presas, por eso mi sorpresa es tan grande al constatar la supervivencia de la trucha. Y aún se me hace más extraño que durante la Fiebre del Oro no se mencionara su existencia ya que la ruta hacia los Montes Áureos pasaba por aquí mismo.
Tras atravesarlas con unas varillas de junco leñoso las asó en las brasas y resultaron deliciosas, hacía tiempo que no probaba algo tan rico.
Por la tarde nuestro camino acababa abruptamente frente a una grieta infranqueable, Lupi se bajó del pescante y, sin decir palabra como siempre, siguió el borde del precipicio hacia la izquierda hasta perderse de vista. Y allí me quedé solo sin saber que hacer, así que segué un buen manojo de pasto tierno de la orilla del camino y di de comer a Adagio. Al cabo de mucho rato volvió a parecer Lupi, sin decir nada se montó en el pescante dirigiendo la carreta por donde acababa de regresar y así anduvimos bordeando la grieta hasta que comenzó a oscurecer. Paramos al borde del camino bajo una gran encina y preparamos el campamento tras montar la carpa y encender una buena fogata.
Después de una cena ligera a base de unas verduras silvestres que Lupi había recolectado y unas truchas sobrantes del mediodía, escribo esta nota y me meto en el saco de dormir.

5 Nivoso
Anoche casi no conseguí dormir, cerca de donde descansábamos me pareció oír ruidos sospechosos, me desveló un batir de alas y el ulular de algo parecido a un cárabo. A lo lejos creí oír el aullido de un lobo o el gañido lastimero de un perro, pero eso era imposible, debía ser fruto de mi imaginación. Todo esto junto con lo del conejo, las truchas y la presencia de una flora salvaje, desconocida en los territorios habitados, me tuvo en vela. Aquellas tierras llevaban más de cien años sin presencia humana y el ecosistema había emprendido un camino diferente a lo que yo había conocido. Parecía como si las especies evolutivas estuvieran volviendo a adueñarse de este entorno salvaje.
Por la mañana seguimos bordeando la orilla del cortado, que cada vez va resultando menos profundo. Al fondo se ve un hilo de agua que se despeña en cascadas turbulentas y el rumor se puede apreciar desde lo alto de la escarpa.
Una bandada de aves en formación se dirigen hacia el Sur, aparentemente diría que son patos tamiz pero con el catalejo veo que los picos son de menor tamaño de lo que cabría esperar, más bien parecen ánsares comunes (anser anser) cosa que me sorprende, se lo comento a Lupi pero se mantiene impasible como si eso fuera de lo más normal.
Finalmente acabamos en un sendero amplio y libre de obstáculos, salvo matorrales dispersos y alguna que otra piedra desprendida de las laderas, que desciende hacia el fondo del valle mientras que el rumor del agua resulta cada vez más evidente. Llegamos al fondo del barranco y encontramos el camino cortado por un arroyo bastante turbulento, no muy caudaloso; pero no parece aconsejable intentar vadearlo con la carreta, de modo que seguimos paralelos a la corriente en dirección al Norte buscando un lugar adecuado para pasar a la otra orilla.
Al mediodía paramos junto a unas rocas y, tras encender una fogata, Lupi se mete en el arroyo y acaba saliendo con más truchas, me asomo a la orilla y veo pulular allí una gran cantidad de alevines y ejemplares de variados tamaños. Parece ser que tras tanto tiempo sin presencia humana ha habido una enorme repoblación, pero lo que no me explico es de dónde salieron los primeros ejemplares y cómo es que las nuevas especies creadas a causa de la Novedulis y los predadores evolutivos preexistentes no acabaron con ellos.
Tras comer hasta saciarnos seguimos la marcha.
 Lupi se alimenta exclusivamente de lo que caza o pesca, de frutas y plantas que recolecta y de alguno de los alimentos que llevamos, pero no de todos y, como mucho, algún alimento de síntesis pero nunca génicos. Intento sonsacarle sobre algo que, desde anoche, me intriga y es su aparente conocimiento de la zona y su fauna. Finalmente consigo arrancarle unos sordos gruñidos de los que saco en conclusión que no es la primera vez que hace este trayecto, que ha recorrido estos caminos varias veces en los últimos años y de ahí no soy capaz de hacerle salir porque se recluye en su mutismo habitual.

6 Nivoso
Hoy ha sido un día intenso y sorprendente. El tiempo comenzó a cambiar; a media tarde unos negros nubarrones procedentes del Oeste se aproximaban amenazadores. Teníamos que buscar algún refugio seguro para guarecernos si se cerraba el temporal; pero el arroyo, que iba bastante crecido, nos impedía vadearlo hasta unas formaciones rocosas que veíamos en la otra orilla y que podrían ofrecer algún abrigo y la posibilidad de encontrar alguna cueva aprovechable. De todos modos Lupi no aparentaba tener interés en cruzar a la otra orilla y continuaba en la misma dirección. Nos bajamos de la carreta y seguimos la orilla a pie tirando del ramal de Adagio para apurar el paso. En varias ocasiones tuvimos que apartar rocas al paso o sacar las ruedas de algún hoyo pero seguimos avanzando a buen ritmo.
No habían pasado ni dos dh cuando se desencadenó la tormenta en las alturas. Los relámpagos iluminaban con una luces destellantes la lejana sierra y por el tiempo transcurrido hasta el estampido del trueno pude calcular que el epicentro se encontraba a una distancia no mayor de dos itíners y acercándose. A lo lejos se podían apreciar las cortinas de agua que se precipitaban torrencialmente sobre la sierra y el agua del arroyo corría más crecida y turbia. Al poco rato nos alcanzó la avanzadilla de nubes y todo comenzó a sumirse en una semioscuridad, quebrada por los cada vez más frecuentes relámpagos. Cuando ya comenzaban a caer los primeros goterones, Lupi impuso un brusco giro tirando de las riendas y alejándose de la ribera. Tras nosotros se escuchaba un bronco rumor de agua, claramente perceptible en los momentos de silencio entre trueno y trueno.
Mientras nos distanciábamos del arroyo pude ver en la penumbra como el caudal crecía y crecía llegando a inundar la orilla por donde, hacía un momento, caminábamos; pero lo peor es que la riada se iba acercando y no se veía por ningún lado un lugar seguro en que refugiarnos. La lluvia ya era bastante intensa y resbalaba por los chubasqueros en grandes regueros, y el arroyo seguía creciendo. Nuestra marcha se había convertido en una huida desesperada ante la inundación.
Llegamos a una pared rocosa vertical que no ofrecía refugio alguno contra la tormenta y, lo que es peor, nos cortaba el paso dejándonos a merced de las aguas que seguían creciendo y aproximándose amenazadoras. Yo quería urgir a Lupi para que encontrara alguna vía de escape; porque ya nos veía arrastrados por la corriente, pero éste hizo algo que me inquietó aún más. Trepó agarrándose a las grietas de la pared rocosa, dejándonos allá abajo a merced del agua. En ese momento pensé aterrado que nos dejaba allí a nuestra suerte y él escurría el bulto. Tuve miedo como nunca había tenido en ninguna de mis expediciones.
Yo también habría intentado trepar, pero dejar la carreta con todo el equipo y a Adagio a merced de la riada me resultaba muy difícil. Miré a derecha e izquierda por si la pared ofrecía alguna grieta, o el suelo se elevaba lo suficiente para escapar.
Cuando ya el agua me llegaba por las rodillas y estaba decidido a dejarlo todo y trepar también por donde lo había hecho Lupi, un lateral de la pared de roca se abatió basculando hasta formar una rampa que desembocaba en una amplia abertura. Sin perder ni un minuto en intentar comprender lo que había pasado, agarré las riendas y tirando de Adagio, subimos con la carreta por aquella rampa de piedra hasta la boca y nos pusimos a cubierto en la cueva que se abría tras aquella extraña puerta.
Nada más penetrar unos pasos, la roca volvió a bascular y se cerró obturando la boca por la que habíamos entrado y se hizo la más absoluta oscuridad. La cueva había quedado herméticamente sellada de tal modo que ni tan siquiera se escuchaba el rumor del agua ni el rugir de la tormenta.
Habíamos escapado de un grave peligro, pero ¿qué nos esperaba ahora?
A tientas intenté tranquilizar a Adagio acariciándole las orejas y luego decidí encontrar una linterna, pero estaban al fondo de la carreta y, en aquella oscuridad, me habría tocado revolverla toda; de modo que, tras quitarme el chubasquero, rebusqué por los bolsillos de la cazadora hasta encontrar una caja de astillas con fósforo que, afortunadamente, se encontraba seca. Encendiendo una busqué una de las luces de combustible que llevaba colgando de la carreta y, tras encender la lámpara, se iluminó con su clara y amarillenta luz el lugar aquél, la danza oscilante de la llama hacía aparecer sombras móviles en las paredes.
Me encontraba en una cavidad cerrada de unos diez metros de fondo y otros tantos de ancho. El techo no estaría a más de cuatro metros y no se veía abertura alguna ni en las paredes ni en el techo, incluso la abertura por donde habíamos entrado era indistinguible. El pánico se apoderó de mí, me veía enterrado en aquella cavidad sin salida, en la que aún podría sobrevivir mientras me quedara agua y alimentos, pero lo que no sabía es para cuanto tiempo me daría la reserva de aire hasta que se agotase el oxígeno.
Solté a Adagio del arnés pero no tenía nada para darle de comer. En aquella cavidad no había ni gota de humedad y ni tan siquiera se criaba musgo. Me quité los pantalones, botas, calcetines así como la ropa que, pese al chubasquero, estaba húmeda y tendí todo en el varal de la carreta. Me tapé como pude con una manta y resignado a mi suerte, decidí pasar el tiempo que me quedara de vida lo mejor posible; así que me improvisé la cena con unas galletas y algo de carne seca, con la tela de la carpa me hice una especie de colchón sobre la dura roca del suelo y, tras cenar, redacté estas notas, apagué la lámpara para no gastar oxígeno y me metí en el saco de dormir.
 



(Si queréis ampliar conocimientos o aclarar dudas podéis consultar los anexos publicados anteriormente)

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